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Un profeta era quien, llamado por Dios y lleno de Su Espíritu, les transmitía la palabra del
Señor a las personas que de una u otra forma se habían distanciado de Dios. En cierto
sentido, un profeta es un predicador. Sin embargo, en términos laborales en la actualidad,
un profeta es un denunciante, particularmente cuando toda una tribu o nación se ha
alejado de Dios.
Los profetas ocupan las páginas de la historia de Israel. Moisés fue el profeta de Dios
usado para rescatar al pueblo hebreo de la esclavitud en Egipto y para guiarlos
posteriormente a la tierra que Dios les había prometido. Una y otra vez, estas personas se
alejaban de Dios. Moisés fue el primer portavoz de Dios para traerlos de nuevo a una
relación con el Señor. En los libros de historia del Antiguo Testamento (Josué, Jueces, 1 y
2 de Samuel, 1 y 2 de Reyes, 1 y 2 de Crónicas, Esdras y Nehemías), algunos profetas
tales como Débora, Samuel, Natán, Elías, Eliseo, Hulda y otros se levantan para hablar la
palabra de Dios a un pueblo rebelde.
Una de las desgracias más impactantes del pueblo de Dios fue que continuamente
adoraron a muchos dioses de los pueblos vecinos paganos. Las prácticas comunes de
esta adoración idólatra incluían ofrecer a sus hijos en el fuego para Moloc y la prostitución
en rituales con todas las prácticas obscenas imaginables “en los lugares altos, en los
montes y debajo de todo árbol frondoso” (2Cr 28:4). Pero una perversidad aún mayor al
dejar a Yahweh surgió en olvidar la estructura de Dios para la vida en comunidad como un
pueblo santo y apartado para Dios. El cuidado del pobre, la viuda, el huérfano y el
extranjero en la tierra fue reemplazado por opresión. Las prácticas de negocios derribaron
el estándar de Dios para que la extorsión, los sobornos y la deshonestidad se volvieran
comunes. Los líderes usaban el poder para destruir vidas y los líderes religiosos
despreciaban lo que era sagrado para Dios. Lejos de enriquecer a la nación, estas
prácticas impías la llevaron a la ruina. Por lo general, los profetas eran las últimas voces
en la tierra llamando a las personas a que regresaran a Dios y que su comunidad volviera
a ser saludable y justa.
Los registros de los profetas más antiguos están entretejidos en la historia de Israel en los
libros de Josué hasta 2 de Reyes, es decir, no se encuentran en un texto por separado.
Posteriormente, las palabras y hechos de los profetas fueron preservados en colecciones
separadas, que son los últimos diecisiete libros del Antiguo Testamento, desde Isaías
hasta Malaquías. Por lo general, estos son llamados los “profetas posteriores” o algunas
veces los “profetas literarios”, ya que sus palabras quedaron escritas en textos de literatura
separados, y no a lo largo de los libros de historia, como fue el caso de los profetas
anteriores.
Cuando el reino unificado se dividió en dos, las diez tribus del norte (Israel) se sumergieron
inmediatamente en la adoración a los ídolos. Elías y Eliseo, los últimos profetas anteriores,
fueron llamados por Dios a exhortar a los israelitas idólatras para que adoraran solamente
a Yahweh. Los primeros de los profetas literarios, Amós y Oseas, fueron llamados a
exhortar a los reyes apóstatas del norte de Israel, desde Jeroboam II hasta Oseas. Ya que
tanto los reyes como el pueblo se rehusaron a regresar a Yahweh, Dios permitió que el
poderoso imperio de Asiria derrumbara el reino del norte de Israel en el año 722 a. C. Los
asirios, crueles e inmisericordes, no solo destruyeron las ciudades y los pueblos de la
tierra y tomaron su riqueza como botín, sino que también tomaron prisioneros entre los
israelitas y los dispersaron por todo el imperio con la intención de destruir por siempre su
sentido de nacionalidad (2R 17:1–23).
Isaías habló la palabra de Dios en Judá bajo el reinado de cuatro reyes —Uzías, Jotam,
Acaz y Ezequías— y Miqueas también profetizó durante ese periodo. El sucesor de
Ezequías en el trono fue Manasés, de quien la Escritura dice que hizo más maldad a los
ojos del Señor que todos sus predecesores (2R 21:2–16).
Manasés fue sucedido por el rey Josías, un buen gobernante que promovió una limpieza
exhaustiva del templo para librarlo de la adoración pagana. Las personas que estaban
limpiando el templo encontraron un rollo antiguo que declaraba juicio sobre la tierra, lo que
llevó al último avivamiento de adoración para Yahweh en Judá. En esta época, los profetas
en Jerusalén incluían a Nahúm, Jeremías y Sofonías (aunque el sumo sacerdote recurrió
a la profetisa Hulda para que interpretara el rollo para el rey). Los reyes que gobernaron
después de Josías tomaron decisiones políticas desastrosas que eventualmente hicieron
que el conquistador babilónico Nabucodonosor II se enfrentara con Jerusalén (2R 23:31–
24:17). En el año 605 a. C., Nabucodonosor llevó a 10.000 judíos al exilio en Babilonia. El
profeta Ezequiel hacía parte de esos cautivos, a diferencia de Habacuc quien se unió a
Jeremías y Sofonías en el trabajo profético en Jerusalén. Cuando el rey Sofonías hizo una
alianza con las naciones vecinas para luchar en contra de Babilonia en el año 589,
Nabucodonosor sitió Jerusalén por más de dos años (2R 24:18–25:21; 2Cr 36). La ciudad
se rindió en el año 586, principalmente por causa de la hambruna y fue arrasada, lo que
incluyó la destrucción total del templo y los palacios. Jeremías permaneció en Jerusalén
haciendo su trabajo profético entre el remanente empobrecido en Judá, hasta que fue
llevado a Egipto. Mientras tanto, Ezequiel continuó profetizando a los judíos exiliados en
Babilonia.
Los reyes persas diferían en su actitud frente a los judíos. Bajo el gobierno de Cambises
(530–522), la reconstrucción de Jerusalén se detuvo (Esd 4), pero bajo el de Darío I (522–
486) se completó el segundo templo (ver Esd 5–6). Allí, en el tiempo después del exilio, los
profetas Zacarías y Hageo confrontaron a los judíos: “Ustedes viven en casas
artesonadas mientras que la casa de Dios está en ruinas. ¡Hagan algo al respecto!” Darío
fue sucedido por Asuero (486–464), cuyo reinado se registra en Ester 1–9. Luego de
Asuero vino Artajerjes (464–423). Durante este periodo, Esdras regresó a Jerusalén, en el
año 458 a. C. (Esd 7–10) y Nehemías en el año 445 a. C. (Neh 1–2). En este
tiempo, Malaquías, el último profeta posterior al exilio, escribió su libro.
Habacuc
Ezequiel
Exilio en
Babilonia
Daniel
Zerobabel, Gobernador Hageo
Profetas
posteriores al Zacarías
exilio
Nehemías, Gobernador Malaquías