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FILOSOFÍA

Antropología filosófica - El Hombre.

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Concepto | El conocimiento | La inteligencia | La intuición
El alma | La voluntad | La afectividad | El amor | La conciencia

La antropología filosófica.

La antropología filosófica, es aquella rama de la filosofía que tiene por


objeto el estudio del hombre en sí mismo; que toma al ser humano como
objeto a la vez que sujeto del conocimiento filosófico.

Las interrogantes que se plantean apuntan a determinar qué es el hombre, qué


diferencia al hombre de las demás entidades que existen en la realidad, cuáles
son los componentes fundamentales de su ser; no en el sentido material o funcional
físico con que pueden estudiarlo sea la anatomía o la fisiología, sino con referencia
a lo que constituye lo más diferencial y personal de su ser, los determinantes de su
condición espiritual y racional.

En este sentido, la antropología (del griego: ántropos=hombre), es aquella


disciplina que procura el conocimiento del hombre no en sentido físico sino
especialmente respecto de su comportamiento tanto en lo individual como en lo
colectivo; aunque distinguiéndose de la sociología como disciplina que analiza las
cuestiones de las sociedades humanas desde un punto de vista más general y
objetivo, que subjetivo.

En la realidad, es fácil percibir que entre los seres vivos, fundamentalmente en el


reino animal, ocurren fenómenos de conducta individual. La etología, en
particular, es la disciplina que se ocupa de analizar las conductas de los animales
de todos los niveles zoológicos. Sin embargo, es también facilmente perceptible que
las conductas de los animales son explicables primariamente en función de factores
de carácter instintivo; como comportamientos que están impulsados por
determinantes que pueden considerarse automáticos o “programados” en relación
a determinadas circunstancias.

En el hombre, en cambio, si bien se reconocen ciertos comportamientos impulsados


por factores de índole biológica y también instintiva, existen conductas - que a
medida que progresa en su evolución y civilización resultan ser las predominantes
- que no pueden explicarse como originadas en una tendencia instintiva. En la
mayor parte de los comportamientos humanos, no se da la motivación a través de
la manifestación activa y automática de un instinto o de un deseo; sino que surge
claramente que existen otros impulsos, sobre todo los de caráter racional o
emocional, que responden a un ser del hombre, que es su signo diferencial
específicamente característico respecto del resto de los seres vivos.

Puede decirse que alcanzar el conocimiento del hombre acerca de sí mismo ha


sido tal vez el objeto primario y principal de la investigación filosófica. La propia
constatación de la existencia del pensamiento filosófico, constituyó el aliciente de
los filósofos para procurar un auténtico conocimiento de la esencia del hombre;
incluso como un medio de liberarse de los condicionamientos que le impone el
mundo exterior y alcanzar una verdadera libertad.

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El conocimiento.

La facultad humana del conocimiento, ha sido indudablemente uno de los


primeros temas suscitados en el ámbito de la filosofía; no solamente en cuanto a
plantearse la cuestión de si el hombre es capaz de conocer, sino también aquella
del grado de verdad de lo que se conoce.

La llamada fenomenología del conocimiento, procura exponer el proceso por el


cual el conocimiento se produce, pero intenta hacerlo desde un enfoque puramente
filosófico, atendiendo al significado de ser objeto o sujeto del conocimiento. En ese
fenómeno filosófico del conocimiento se trasunta una especie de fusión del objeto
conocido con el sujeto cognoscente, que obviamente no sería posible en ausencia de
cualquiera de ellos.

Pero esa suerte de fusión ocurrente en el conocimiento humano, no tiene lugar en


sentido físico y material sino abstracto. El hombre conoce a través de su intelecto,
y lo que se incorpora a él no es el objeto mismo, sino su representación; que puede
ser una exacta reproducción del objeto conocido - en cuyo caso el conocimiento
será verdadero - o no serlo, por lo menos parcialmente - en cuyo caso el
conocimiento será falso.

La primera de las cuestiones se suscitan, es la de la posibilidad del conocimiento,


para lo cual los filósofos han dado diversos tipos de respuestas:

 Para el escepticismo, el conocimiento no es posible; lo cual encierra en sí


una contradicción, ya que si realmente el conocimiento no fuera posible,
tampoco el conocimiento de ello sería posible. En ese sentido, se destaca el
planteo de Renato Descartes en su célebre expresión “pienso, luego existo”,
conforme a la cual la sola circunstancia de tener dudas implica la apertura
de la inteligencia hacia la realidad: no nos es posible dudar de que estamos
dudando, y ello constituye algo verdadero tanto como lo es que si estoy
dudando es porque existo.
 Para el dogmatismo, no solamente el conocimiento es posible, sino que las
cosas son conocidas tal como ellas son.
 Las posiciones intermedias, que de alguna manera participan en cierta
medida de cada una de las anteriores, admiten que el conocimiento es
posible cuando son cumplidas determinadas condiciones; las que se refieren
a tomar en consideración las características del sujeto cognoscente, las
deformaciones provenientes de los sentidos, o de los preconceptos
personales o sociales.

Acto seguido, se plantea la cuestión del fundamento del conocimiento:

 Para el empirismo, el fundamento del conocimiento radica en la realidad


inteligible, considerando incluso como parte de ella las propias ideas en
cuanto existen en la conciencia; de tal manera que la experiencia, sea
sensible, histórica o interior, es el fundamento del conocimiento.
 Para el racionalismo, el fundamento del conocimiento reside en la razón, ya
no como una realidad inteligible existente en la conciencia, sino como un
conjunto de evidencias o verdades eternas.

Por otro lado, también en cuanto a la cuestión del fundamento del conocimiento se
plantean las concepciones del realismo y del idealismo.

 El realismo sustenta que el conocimiento es posible sin necesidad de


suponer que la conciencia impone a la realidad determinados conceptos o
categorías. Desde el enfoque metafísico, el realismo considera que las cosas
existen realmente y con independencia de la conciencia y del sujeto que las
conoce. El realismo ingenuo, supone que el conocimiento es una
reproducción exacta de la realidad; mientras que el realismo científico -
también designado crítico o empírico - indica que no es posible equiparar
directamente lo percibido con lo realmente conocido, sino que previamente
hay que someterlo a un análisis racional.
 El idealismo gnoseológico (ya que existen diversas otras acepciones
aplicables al idealismo) ha sido una corriente filosófica moderna,
sustentada por filósofos como Descartes y sobre todo la corriente
denominada del idealismo alemán (entre los que se encuentran Kant,
Fichte, Schelling y Hegel). Este idealismo no significa negar la existencia del
mundo exterior, sino sostener que la existencia de esos objetos del mundo
exterior no es cognoscible mediante la percepción inmediata; y que por lo
tanto lo conocido no es el mundo sino una representación del mundo. El
idealismo ha sido profesado por muchos filósofos modernos; no obstante lo
cual ha perdido mucha fuerza en la filosofía contemporánea.

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La inteligencia.

Planteado en términos filosóficos el problema del hombre y su principal


interrogante de determinar qué es el hombre, qué diferencia al hombre de las
demás entidades que existen en la realidad, y cuáles son los componentes
fundamentales de su ser; la cuestión reside en inquirirse acerca de la esencia más
definitiva del ser humano. Se trata de identificar aquello que constituye su
característica más propia y más determinante de su distinción respecto del resto
de los seres, especialmente de los seres vivos; una característica que sólo los seres
humanos posean por el solo hecho de ser humanos.

Prácticamente todos los filósofos que se han planteado esta interrogante, desde los
primeros orígenes, identificaron como tal elemento la posesión de la facultad de
raciocinio, la razón. Ello se sintetiza habitualmente en la expresión
de Aristóteles conforme a la cual “el hombre es un animal racional”; por oposición
a los animales, aún los más evolucionados en la escala zoológica, que actúan en
base al instinto.

Reconocido y aceptado, por otra parte, que también los seres humanos están
sometidos a necesidades vitales y a instintos; es asimismo una idea que aparece
siempre en el pensamiento filosófico, expresada de una u otra manera y con uno
otro alcance, la de que justamente la superación del individuo humano resulta de
alcanzar una capacidad de obrar, por lo menos en algunos aspectos, por encima y
a pesar de sus impulsos instintivos. Y, en consecuencia, lograr que sean sus
facultades intelectuales las que determinan su conducta, tanto en función de su
conocimiento o “ciencia”, como en función de ciertos criterios valorativos frente a
sí mismo, “conciencia”.

La investigación y la experimentación biológica, ha conducido a determinar en


muchos casos, conductas de los animales que aparentemente responden a un
raciocinio, por lo menos en un enfoque práctico. Especialmente, existen numerosos
ejemplos demostrativos de lo que se denominan “los reflejos condicionados” de
diversas especies animales: monos, perros, delfines, focas, osos, elefantes, etc.
Incluso, existen conocidos estudios acerca de comportamientos bastante complejos
de seres como las hormigas o las abejas, algunos pájaros, etc.

Sin embargo, la resultante final de esos estudios, conduce a advertir que esos
comportamientos - aunque en muchos aspectos resultan ser consecuencia de
determinaciones acerca de cuyo origen no se ha alcanzado un conocimiento cabal
desde el punto de vista científico - constituyen un tipo de respuestas automáticas,
esencialmente resultantes de vinculaciones “aprendidas” entre una acción y un
resultado (como la foca que recibe un pescado luego de obedecer un estímulo de su
entrenador).

Lo que esencialmente diferencia esos comportamientos “programados” de los


animales adiestrados - o los que puedan haber adquirido incluso en la vida en
su hábitat propio - respecto de los comportamientos racionales de los seres
humanos, reside en que el hombre emplea a esos fines otras facultades, que le son
absolutamente propias y exclusivas: la inteligencia y la voluntad.

La facultad de la inteligencia, que caracteriza a los seres humanos, está


constituída fundamentalmente por la capacidad de interpretar la realidad no
solamente en sí misma - como se la percibe a través de los sentidos - sino bastante
más allá.

El origen etimológico latino de la palabra inteligencia, se compone de sus


raíces “intus” y “legit”, que respectivamente significan interiorizar y captar o leer;
es decir que “inteligere” es equivalente a leer o captar lo que hay en el interior de
las cosas, y sobre todo, en el interior de las relaciones de la realidad.

La inteligencia humana posee ciertas características que le son específicas y la


diferencian de todas las restantes facultades de los seres vivos:

 Posee la capacidad de abstracción — mediante la cual puede captar no


solamente un objeto real, sino el modo de ser en sí mismo del objeto,
integrándolo en su género; es decir, que su percepción va más allá de lo
concreto en cuanto percibe el modo de existir en abstracto, de los elementos
individuales existentes en la realidad.

En ese sentido, cabe hacer la distinción entre una inteligencia práctica, que
se aplica directamente a encontrar los medios adecuados para llegar a un
fin (como construir una herramienta para ampliar la capacidad manual); y
la inteligencia contemplativa, que analizando la realidad extrae de ella
relaciones y trata de obtener un conocimiento sobre el ser mismo de las
cosas.

 Posee la capacidad de interpretación — En su sentido más preciso, la


inteligencia es por sobre todo entendimiento. Si por una parte la
inteligencia, al menos respecto del mundo de la realidad, depende de la
información que proviene del conocimiento sensible; lo que en definitiva es
su producto esencial está conformado por un resultado final de
entendimiento de esa realidad, la capacidad de interpretar todas las
relaciones extraídas de la información obtenida, para alcanzar el
conocimiento del nivel más superior.

Se trata, por tanto, de un conocimiento que permite tener una


representación coordinada, coherente, armónica de la realidad o de una
concepción intelectual; de tal modo que la razón encuentra que ha logrado
conocer la totalidad del objeto de su análisis, comprender sus orígenes
causales, sus pautas de funcionamiento, sus finalidades, anticipar todas las
posibilidades de ocurrencia. Como consecuencia de la interpretación
inteligente de la realidad, es que el hombre adquiere la verdadera
posibilidad de poner en actuación todas sus restantes facultades ,
especialmente la voluntad, para obrar en la forma adecuada.

 Tiene la capacidad de captar su propia existencia — de conocerse y


“entenderse” a sí misma. Los órganos sensoriales, los sentidos pueden
percibir todos ellos sensaciones externas, pero nunca pueden percibirse a sí
mismos. Por otra parte, un sentido sólo puede percibir las sensaciones
actuales; en tanto que la inteligencia, auxiliada con la memoria, puede
volver repetidamente sobre sus propias percepciones y volver a procesarlas
una y otra vez; lo que le permite revisar los propios entendimientos y
raciocinios previos, ya sea para ratificarlos o modificarlos.

Este proceso, que los filósofos designaron como reflexión, no tiene sin
embargo equiparación posible con los fenómenos físicos de ese tipo; porque
no opera sobre ningún elemento que tenga una existencia material, sino que
su existencia es absoluta y puramente intelectual.

La conciencia de la propia existencia es asimismo un resultado racional, en


la medida en que, desde un punto de vista lógico, la propia acción de dudar
de la existencia está confirmando esa existencia, porque la duda no podría
existir si no existiera el que duda.

 La inteligencia no es un objeto corpóreo — No reside definidamente en


un órgano del cuerpo, como ocurre con la vista, el oído, el olfato, el tacto,
etc. Los más modernos avances de la tecnología - incluso filosóficamente
fundados en la lógica de la diversidad falso/verdadero como lo está la
informática - evidencian que aunque es posible predeterminar procesos
sumamente complejos (tales como las computadoras gigantes que juegan al
ajedrez); la inteligencia humana siempre supera todas las posibilidades
mecánicas de procesamiento del conocimiento de la realidad.
 La inteligencia no es medible ni es divisible — Sin duda, la capacidad de
intelección del hombre se incrementa enormemente a partir del
conocimiento; pero de todos modos la capacidad de “entendimiento” de la
realidad, la inteligencia de una persona, no guarda una
relación matemática de proporcionalidad con el volumen del conocimiento
que haya adquirido.

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La intuición.

La intuición, que constituye un modo de adquirir conocimiento, es al mismo


tiempo uno de los conceptos que más dificultad presenta para su exposición; al
punto de que algunos han expresado que es un concepto que sólo puede
adquirirse intuitivamente.

Por lo general, se expresa que la intuición es la vía por la cual se adquiere un


conocimiento por directa apreciación racional; un conocimiento que se impone al
intelecto en forma inmediata. Alguien sostuvo, gráficamente, que “la intuición es
la avanzada del genio”.

Los filósofos han distinguido entre:

 La intuición sensible — que es la denominación dada por Kant a aquella


forma de intuición en la cual el conocimiento directo es adquirido respecto
de las llamadas cualidades primeras de los objetos sensibles, también
llamadas percepciones simples.
 la intuición intelectual — ya señalada por Platón - que aporta el
conocimiento de las ideas innatas cuya consideración como verdades
resulta axiomática, en el sentido de que no existe ni necesitan demostración;
como el principio de contradicción conforme al cual una cosa no puede al
mismo tiempo ser, y no-ser.

El conocimiento intuitivo debe distinguirse de aquel que, aunque parece tener


un contenido axiomático y totalmente apriorístico, en realidad es resultado de
procesos de razonamiento.

Del mismo modo, debe distinguirse el conocimiento racionalmente axiomático de


ciertas afirmaciones que en realidad son dogmáticas , en cuanto se parte de ellas
como datos inamovibles - sobre todo en las construcciones ideológicas - sin que en
realidad se justifique hacerlo así.

Otro concepto que no debe confundirse con la intuición en sentido filosófico, es el


concepto a veces utilizado del término “intuición”para referirse a
ciertas “anticipaciones” o “revelaciones” o “inspiraciones” que ocurren en el
estudio o la investigación; en que surgen hipótesis o eventuales conclusiones
respecto de un tema enfocado en la atención, que en algunos casos podrán ser
ulteriormente verificadas por métodos científicos.

En estos casos, lo que existe es sin duda un proceso no totalmente consciente del
raciocinio, por cuanto necesariamente son resultado no de una aprehensión directa
del conocimiento, sino de la elaboración de conocimientos previos.

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El alma.

En el hombre existe una dimensión evidentemente no material, que da a su ser


una condición no reductible a lo material, que la filosofía y la religión
denominan espiritualidad. En particular ante el fenómeno de la muerte, aparece
claro que existe una diferenciación entre lo físico y lo espiritual.

La ciencia enseña cuál es la constitución material del ser humano, a partir de su


composición química conformada por los átomos de los distintos elementos, su
combinación en moléculas, su integración en células su diferenciación en tejidos.
La fisiología expone la dinámica de los procesos vitales; aunque en definitiva no
haya logrado establecer precisamente en qué consiste en sí mismo el fenómeno
llamado vida. Extinguida la vida por la muerte, la ciencia ha permitido conocer
incluso los procesos por los cuales el cuerpo material desintegra sus componentes,
y de acuerdo con la Ley de Lavoisier seguramente sus sustancias materiales se
transforman en otras.

Pero a todos parece evidente que, mucho más que su cuerpo fisicamente
considerado - cuya integración material, incluso, es sabido que es cambiante y se
renueva en forma casi total durante su existencia - la identidad propia del
hombre resulta de ciertas dimensiones no materiales, psíquicas, morales,
culturales, afectivas; algunas de las cuales también suelen ser cambiantes a lo largo
de su vida, pero que de todos modos conforman una unidad esencial de su ser, que
mantiene su propia identidad a pesar de esos cambios.

Cada ser humano conforma una totalidad individual y propia, que permanece
idéntica a sí misma durante toda su vida, no obstante todos los cambios que puedan
afectarle en todos los órdenes.

El reconocimiento de esa dimensión no material del ser humano, ha llevado a


sustentar la concepción de la existencia del alma, no solamente en su enfoque
religioso sino también desde el punto de vista filosófico; al punto de que han
existido y existen muchas concepciones para la cuales el hombre es principalmente
su espíritu y que su cuerpo es un mero instrumento de él.
Una vez admitida la existencia del alma, surgen de inmediato las cuestiones
relativas a cuál es su naturaleza y cuáles sus relaciones con el cuerpo.

Indudablemente, todas las cuestiones referentes al ser y a la naturaleza y relaciones


del alma, son cuestiones esencialmente filosóficas, en la medida en que su propio
planteo tiene su origen en la reflexión intelectual. Admitido que lo que caracteriza
al hombre en su esencialidad es su trascendencia respecto de lo meramente físico -
su reflexividad, su voluntad, su libertad, su moralidad, capaz de haber producido
entre otras muchas, realidades abstractas como lo son el arte, la política, la
religión, el lenguaje - todo lo que en definitiva constituye su espiritualidad;
necesariamente ha de asignarse al alma humana una naturaleza espiritual, ajena
a la materialidad del hombre mismo, una forma de vida interior que opera
subjetivamente en cada individuo a lo largo de toda su existencia.

Percibido el problema del alma como una de las principales cuestiones


filosóficas desde la remota antigüedad, han sido expuestas a su respecto numerosas
concepciones.

Existen dos posturas generales básicas en torno a la cuestión del alma; aquella que
la considera un ser único e individual - y por lo tanto propia y exclusiva de cada
persona, por lo cual la unión del alma y el cuerpo es de índole sustancial; y aquella
que le atribuye una existencia trascendente y eterna, por lo cual es anterior a la
existencia del cuerpo - con el cual su unión es accidental.

Naturalmente, se trata asimismo de un tema fuertemente ligado a las concepciones


religiosas; por lo cual, dentro de la cultura occidental, está intensamente
comprendido en las doctrinas religiosas y también filosóficas del cristianismo; a
pesar de que en realidad es anterior a él.

Platón desarrolló la primer concepción estructurada acerca de las cuestiones del


alma, que haya llegado hasta nosotros. Sustentó que el cuerpo humano es una
realidad siempre extraña al alma, con el cual ella tiene una unión accidental. Unión
que constituye para el alma una limitante de su desenvolvimiento, por lo cual ella
debe domeñar al cuerpo, tratando de gobernarlo adecuadamente, como el jinete a
su cabalgadura. El ser propio del hombre es su alma, que necesita y utiliza el
cuerpo; pero que en definitiva habrá de liberarse de él para poder realizarse
plenamente. (Ver Platón).

Aristóteles sostuvo la concepción sustancial de la unión del cuerpo y el alma,


como una única sustancia verdaderamente existente que es el hombre.
(Ver Aristóteles).

Sus concepciones influyeron decisivamente en los principales filósofos cristianos,


especialmente Santo Tomás de Aquino y Renato Descartes; cuya doctrina ha
sustentado terminantemente el concepto de la inmortalidad individual del alma
humana. Para ellos, el alma es la verdadera sustancia; que si bien es incompleta en
cuanto necesita del cuerpo para concretar sus potencialidades, se proyecta por
sobre el cuerpo en sus actividades espirituales.

La expresión persona rememora el nombre dado a las máscaras que en el teatro


griego se colocaban los actores para “personificar” a los “personajes” de las
tragedias; y que por lo tanto exterioriza no solamente su aspecto físico sino también
las características íntimas de cada personaje. El hombre como persona, tiene
esencialmente una naturaleza racional. Es el componente espiritual - llámesele
alma y téngase de ella la concepción que se tenga - lo que realmente hace de cada
persona humana un individuo; en el sentido de un ser propio, distinto y
subjetivamente único a lo largo del tiempo y de las variaciones de sus elementos
vitales, tanto los materiales como los incorporales.

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La voluntad.

En los estudios filosóficos, el tema de la voluntad ha sido encarado tanto como


un componente psicológico del hombre, como muy especialmente vinculado a las
cuestiones morales o religiosas; y aún desde el punto de vista metafísico, como un
motor de los cambios.

La voluntad se presenta como una actividad abstracta, intelectual, del


hombre, que se concreta esencialmente en la toma de una decisión, que
constituye su fase más propia.

Existe un proceso de la voluntad, en el cual generalmente se reconocen cuatro


etapas:

 El surgimiento o la incorporación en la conciencia, de los motivos, que


constituyen determinantes de naturaleza intelectual, representaciones de
ideas; de los móviles, que constituyen determinantes de orden emocional o
afectivo, representaciones de sensaciones placenteras o de temor al
sufrimiento. Lo frecuente, es que los motivos y los móviles, como
determinantes de la voluntad, no se presenten en una forma claramente
distinguida; sino que por lo común operan de forma entremezclada.
 La deliberación, considerada como un análisis racional, que en algunos
desarrollos acerca de los métodos de la adecuada toma de decisiones se
presenta como un estudio cuidadoso y prudente a partir de una enunciación
de las opciones planteadas y una evaluación de los factores a favor o en
contra, a partir de una representación de las consecuencias de uno u otro
tipo que puedan derivarse. Sin embargo, en la práctica, la mayor parte de
las decisiones son tomadas de una manera sumamente rápida; sea por
prescindir de una detenida evaluación racional a causa de la intensa
influencia de factores emocionales, sea porque la previa experiencia - y aún
la rutina - elimina una gran parte del proceso racional a su respecto.

De todos modos, debe distinguirse claramente el acto volitivo de la acción


ideomotriz. El primero corresponde en alguna medida a un proceso en que
participa alguna forma de raciocinio; en tanto que la segunda designa
acciones que si bien corresponden fisiológicamente a los fenómenos
voluntarios (como caminar, etc.) en realidad se realizan sin un análisis
racional específicamente referido a esas acciones, aun que ellas puedan ser
instrumentos de cumplimiento de decisiones voluntarias de otro nivel.

 La decisión, que consiste esencialmente en la formulación de un juicio


conclusivo, que cierra el proceso deliberativo con una representación
imperativa de una acción futura; aunque en muchos casos se trata de un
futuro tan inmediato que practicamente se confunde con el momento mismo
de la decisión.
 La ejecución, que por lo general no está constituída por componentes
abstractos o ideales sino por acciones materiales; y que asimismo tiene
primariamente un lugar en el tiempo futuro, ya sea que la ejecución esté
constituída por la realización instantánea o muy breve de un acto, o que se
configure como una sucesión coherente de actos en distintos momentos del
futuro. Esta es una etapa que, normalmente, carece de interés desde el
punto de vista filosófico; aunque como elemento de la realidad experimental
pueda repercutir en algunos aspectos, especialmente en el enfoque moral o
ético.

Desde el punto de vista de la psicología, se formulan diversas observaciones en


cuanto a que la voluntad, en último análisis, no constituye en sí misma un estado
de la conciencia; como pueden serlo las sensaciones, las imágenes, las ideas, e
inclusive los deseos o los estados afectivos. Para algunos filósofos y psicólogos -
sobre todo modernos - la voluntad no constituye un aspecto irreductible de la
conciencia, sino que es meramente una combinación de juicios y, en consecuencia,
una resultante de la inteligencia.

Esta posición ilustra la polémica antigua, respecto de la voluntad, entre la


corriente “intelectualista” - que evidentemente hace predominar los factores del
análisis racional previo como constitutivos de la voluntad - y la
corriente “voluntarista” que apunta a estudiar el concepto de la voluntad como un
elemento irreductible, como una capacidad abstracta del hombre, considerada en
sí misma, cuyo producto son las voliciones, consideradas casi como un objeto.
La cuestión de las relaciones de la voluntad con la inteligencia, el deseo, los
impulsos, se origina ya en los albores de la filosofía.

Platón incluyó la voluntad entre las potencias o poderes del alma; considerándola
como una facultad intermedia, en su división tripartita del alma y de la sociedad y
el Estado (Ver Platón). La consideró ubicada por debajo de la razón que rige o
debe regir al hombre, y por encima de los apetitos sensibles o simples deseos. No la
consideró en sí misma como una facultad racional, pero tampoco como una
facultad totalmente irracional. Para Platón, el mero seguimiento de los deseos no
significa ejercicio de la voluntad; el deseo pertenece al ámbito del alma sensible o
concupiscible, pero la voluntad pertenece al orden de lo inteligible .

Para Aristóteles, la voluntad debe tener un carácter conforme a lo racional.


Conjuntamente con el deseo, para Aristóteles la voluntad es un motor, cuya
función es la de mover al alma; sin embargo, ella no se mueve como el deseo, ajena
a toda condicionante del intelecto.

En la filosofía medieval, el tema de la relación que debe establecerse entre la


voluntad, la inteligencia, y la razón, se encontró sumamente afectado por los
enfoques de la teología; aunque de todos modos los filósofos cristianos estuvieron
guiados muy fuertemente por las ideas de Platón y sobre todo de Aristóteles.

Las concepciones de Santo Tomás de Aquino acerca de la voluntad se asentaron


sobre las de Aristóteles; sosteniendo que la voluntad del hombre es una facultad
estrictamente ajena a la necesidad, y que ella es una manifestación del libre
albedrío (Ver La libertad ), y que la voluntad es en el hombre una potencia
superior a las potencias irascibles y concupiscibles. La inteligencia es motora de la
voluntad por medio de objetos, y la voluntad es motora de sí misma en
consideración al fin propuesto; por lo que la denomina apetito intelectual.

En la filosofía moderna, existen en cuanto al tema de la voluntad una


tendencia racionalista cuyos principales representantes son Renato
Descartes (1596-1650) y Gottfried Wilhelm Leibnitz (1646-1716); y una
tendencia empirista cuyos más destacados representantes son Thomas
Hobbes (1588-1679) y David Hume (1711-1766).

Para Descartes, decididamente voluntarista, la voluntad es la facultad de asentir o


de negar el juicio de modo que todo acto intelectual es un acto de
voluntad . Leibnitz se opone a ese concepto, y considera que la voluntad tiende a lo
reconocido como bueno por el pensamiento, por lo cual solamente puede quererse
lo que se percibe por el intelecto. En ese sentido, algunos señalan que el acto de
voluntad quiere lo que es juzgado como bueno por el entendimiento,
independientemente de que en un plano externo al sujeto volitivo su volición sea
moralmente negativa.
Para los empiristas, no hay un apetito racional, sino que la voluntad vale en sí
misma como inicio de la acción. Para ellos, los actos voluntarios no son racionales
ni intelectuales, sino acción pura ; no encuentran sentido en pensar que hay un
acto de voluntad independiente de la existencia empírica de la acción
correspondiente.

Emmanuel Kant (1724-1804) resaltó el contenido moral de la voluntad,


mencionando el concepto de la buena voluntad que posee en sí un valor absoluto,
en forma independiente de sus resultados.

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La afectividad.

El área de la afectividad comprende un grupo de estados de conciencia en los


que se suscita una inclinación de atracción o de rechazo - de placer o de sufrimiento
- hacia diversas sensaciones, ya sean provenientes del mismo sujeto consciente o
del exterior; y respecto de las cuales esa inclinación no es resultante de una
evaluación intelectiva, sino que representa una reacción espontánea y subjetiva
respecto de una situación en la que el sujeto consciente asume un papel pasivo.

Los estados afectivos son variados y resulta dificultoso clasificarlos. A menudo las
reacciones afectivas no son unívocas; y frente a ciertas situaciones la conciencia
experimenta tendencias contradictorias en las cuales no resulta fácil delimitar sus
fronteras.

Entre las principales manifestaciones de la afectividad, se enumeran:

 Las emociones. Son estados afectivos de la conciencia que surgen de manera


súbita, produciendo una alteración del equilibrio. Se caracterizan porque
frecuentemente el estado de la conciencia tiene una inmediata y
concordante repercusión somática, generándose reacciones fisológicas
variadas, algunas de ellas detectables exteriormente (como la
vasodilatación que produce el sonrojo ante emociones de vergüenza) o no
apreciables (como el incremento en la producción de adrenalina en las
emociones de ira o de miedo, aumento del ritmo cardíaco, sudoraciones,
contracción estomacal, etc.)
 Los sentimientos. Son estados afectivos que se diferencian de las emociones
en que, a la vez que surgen de manera más gradual, y por lo mismo sin una
intensidad de alta concentración momentánea, afectan el conjunto de la
vida psíquica de manera estable y duradera, y afectan diversos órdenes de
las abstracciones mentales, tales como convicciones de valor, convicciones
de ideas, y similares.

Suelen diferenciarse sentimientos de alto nivel o superiores, y sentimientos


de nivel menor o inferiores. Entre los primeros, se sitúan los sentimientos
de la afectividad duradera como el amor familiar, los sentimientos éticos,
las convicciones estéticas, religiosas o políticas. Entre los sentimientos
menores, se ubican estados espirituales de menor intensidad, como el placer
que se experimenta con la comida o la bebida, con la música, con el disfrute
de un viaje, etc.

 Las pasiones. Son estados de la conciencia que participan en cierto grado


de la intensidad de las emociones y de la durabilidad de los sentimientos; de
tal manera que asumen un sentido muy dominante en la conducta del
individuo y conducen a comportamientos frecuentemente poco racionales y
extremados. Se mencionan de tal modo el enamoramiento exacerbado, el
fanatismo político o religioso, la desmedida ambición de riquezas o de
poder. Muchas pasiones asumen naturaleza obsesiva y cercanamente
patológicas, tales como los celos o los juegos de azar. Puede decirse que
respecto de las pasiones, existe una regla de proporcionalidad en cuanto a
sus componentes; en el sentido de que a mayor intensidad existe un menor
respaldo de racionalidad en el comportamiento; y o por consiguiente
una menor capacidad de percepción válida de la realidad y sus
condicionamientos.

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El amor.

El amor constituye un tema de índole filosófica; tanto desde el punto de vista de


su existencia como un objeto abstracto de la conciencia humana, como desde el
punto de vista de su abstracción como un concepto propio, independiente de la
persona humana.

En casi todos los filósofos griegos existen referencias al amor, entendiéndolo como
el principio cósmico que gobierna la unión de los elementos naturales. Entre los
antiguos griegos, fue Empédocles el primero que hizo referencia al amor,
considerándolo como uno de los principios que batallaban en el cosmos y que
propendía a la unión de lo elementos integrantes del Universo.

Platón distinguía tres clases de amor, el del cuerpo, el del alma, y un tercero que
reunía a ambos. Consideraba que el amor es una oscilación entre poseer y no
poseer; y que el amor hacia las cosas concretas es un reflejo del amor a la belleza
absoluta, la idea de lo bello. El amor verdadero permitía al alma ascender hacia la
contemplación de lo ideal y eterno. Concepto del cual emana la expresión
coloquial amor platónico para referirse al amor idealizante del ser amado.

Naturalmente, en la filosofía de los escolásticos cristianos - especialmente en San


Agustín y Santo Tomás de Aquino - el tema del amor fue tratado en un enfoque
fuertemente teológico; identificado con la caridad e incorporado con la fé y
la esperanza, en las tres virtudes teologales.

El amor humano, analizado como una manifestación de la espiritualidad, fue


analizado desde el punto de vista filosófico especialmente a partir del
Renacimiento; por filósofos que lo consideraron una de las pasiones del alma,
suscitándose tres cuestiones:

 Si el amor es puramente subjetivo, en cuanto a si se trata simplemente de


un proceso cumplido en quien ama; o si en él participan las cualidades y
valores del ser amado.
 Si es resultante exclusivamente de una estructura psicológica - basada en
procesos fisiológicos - o tiene una autonomía respecto de ellos.
 Si constituye un proceso inalterable y alcanza un estado permanente; o si es
una mera invención humana y fundamentalmente una creación literaria.

Filósofos modernos - como von Brentano - se han ocupado del tema del amor
desde el punto de vista filosófico, sustentando que es un proceso intencional, que
trasciende del amador al amado, que es amado en cuanto se le valora en forma
positiva. Distingue el amor de la compasión y la piedad, porque en cuanto acto
intencional tiene leyes propias, que no son psicológicas sino axiológicas; es decir,
relativas a la teoría de los valores. El amor es un acto personal, que se manifiesta
eligiendo o rechazando valores; siendo en este último caso, el odio. En definitiva,
el amor no es arbitrario sino selectivo.

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La conciencia.

El término no es empleado en este punto en su sentido de percepción del ser de


sí mismo y de la circunstancia de que es en la propia mente que ocurren diversos
procesos abstractos; sino con una connotación predominantemente ética, con
referencia a la función particular que existe en el hombre, de auto-evaluar su
propio ser y su propio comportamiento, en el alcance a que se alude
frecuentemente designándola como conciencia moral.

Se trata, sin duda, de una actividad interior del individuo, que puede tener mayor
o menor intensidad generalmente en relación al grado de desarrollo cultural de
cada sujeto, pero que en alguna medida existe siempre.
La conciencia reflexiva constituye, por una parte, una derivación de la capacidad
humana de raciocinio, y es por tanto una manifestación de la inteligencia,
consistente en retornar a aplica la capacidad racional esencialmente en forma
retrospectiva.

Filósofos modernos, como Spinoza y Schopenhauer, han señalado


acentuadamente el carácter de la conciencia de conformar un referente hacia el
pasado. Descartes aludía al remordimiento como “un recuerdo triste” emanado de
la duda acerca de si la conducta que se ha ejecutado ha sido correcta o no;
agregando de que no haber existido duda de que era malo se habría abstenido de
ejecutarlo, o de no haberlo percibido así pero tener ahora certeza,
existiría arrepentimiento.

Tanto Sócrates como Aristóteles señalaron la conexión moral de la conciencia; el


primero considerando que formaba parte del “demonio” que interviene en la
existencia humana, el segundo señalándolo como expresión del sentido moral.

Se han realizado algunas distinticiones acerca de la conciencia:

 Desde el punto de vista de su origen, se ha hablado de una


conciencia innata (de fuente divina) y de una conciencia adquirida, basada
en los valores provenientes de fuentes humanas, como originadoras de los
conceptos morales contrastados por la conciencia con la propia conducta.
 Desde el punto de vista de los principios y valores morales; se distingue una
conciencia pseudomoral o egoísta basada en el eudemonismo individual; y
una conciencia auténtica que se atiene a principios éticos de validez objetiva
y universal.

FILOSOFÍA
LA LIBERTAD.

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El concepto de libertad | La libertad en la Grecia clásica
Libertad y cristianismo | Libertad y determinismo.

El concepto de libertad.

Con carácter general, el concepto de libertad - especialmente a nivel personal -


presupone la disposición de una posibilidad de elegir. Esa posibilidad de elegir
presupone a su vez la de disponer de elementos de juicio que conduzcan a la
elección; lo que requiere la posesión del conocimiento de los componentes de esos
elementos de juicio, y de la inteligencia adecuada para valorarlos debidamente y
discernir acerca de la conveniencia de la elección.

Al mismo tiempo, la libertad no es absoluta. el hombre no dispone de una


posibilidad absoluta de elegir: no es posible elegir en contra de lo que disponen las
leyes de la Naturaleza; ni es admisible ejercer una supuesta libertad en perjuicio
de otros.

Por lo tanto, la idea de libertad lleva implícito el concepto de sus límites.


Su ejercicio requiere la posesión del conocimiento por una parte, y de la
inteligencia por otra; que habilitan para determinar el ámbito de la
libertad en el marco de los límites de indole material y moral que la
circunscriben.

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La libertad en la filosofía de Grecia clásica.

En términos filosóficos, la cuestión de la libertad encierra primeramente la de


determinar si el hombre posee una libertad, y también la de definir en qué puede
ella consistir.

Los griegos, en función del régimen imperante en su época, contrapusieron el


concepto del hombre libre al de esclavo. Distinguían por una parte la condición de
libre en el sentido político como aquella del que ingresaba en la polis como
ciudadano libre; así como por otro lado la que podría traducirse por “liberalidad”
o condición espiritual por la cual la capacidad de creación se encontraba
plenamente activa.

En tal sentido, el hombre libre era el que no estaba sometido; de manera que poseía
por un lado la plena capacidad de decidir que comprendía una autodeterminación
respecto de sí mismo pero también en los asuntos de la comunidad, lo que a su
turno implicaba un concepto de responsabilidad hacia la comunidad en cuanto a
ese ejercicio de su libertad. Por tanto, en este concepto, el hecho de ser libre
significaba asimismo asumir obligaciones.

Existen tres órdenes en que es aplicable la idea de libertad.

 La libertad frente a la Naturaleza. Se entiende como la posibilidad de eludir


el encontrarse sometido a un orden cósmico predeterminado e invariable;
ya sea que éste sea considerado como emergente de un Destino (el Hados)
que condiciona el desenvolvimiento de la vida y las acciones del individuo,
o como producto de una Naturaleza en la que por efecto de sus leyes
inexorables todos los acontecimientos están directamente impuestos por
una relación de causalidad.

En la concepción griega antigua, solamente eran libres frente al Destino


aquellos que no habían sido “elegidos” por él para realizarlo. De tal
manera, aquellos que podían eludir a su Destino eran libres, pero en el
sentido de que carecían de importancia; mientras que los elegidos por el
Destino, si bien no eran libres en el sentido de poder hacer lo que quisieran,
en cambio sí lo eran en un sentido superior, en cuanto se considerara la
libertad como la capacidad de realizar sin ningún género de impedimentos
aquello que era necesario realizar, por acto de su voluntad.

Considerado el orden cósmico como equivalente al orden natural, la


cuestión de la libertad consiste en establecer en qué grado el hombre - sobre
todo cuando exista un deber para ello - puede sustraerse a la causalidad que
interrelaciona los acontecimientos naturales.

En este sentido, los antiguos griegos consideraron el punto a partir del


concepto de que el alma, si bien integrante de la realidad de la Naturaleza,
disponía de una condición distinta a la de los cuerpos y por tanto era
susceptible de una libertad de movimientos.

También consideraron que en el campo de la realidad, la libertad era una


condición propia del orden de la razón, de modo que el hombre es libre en
cuanto es un ser racional y se disponga a actuar como tal. De tal modo, si
bien todos los hombres tienen la capacidad de ser racionales y de actuar
racionalmente, siendo así libres; la libertad es una condición especialmente
propia de los sabios - los “filósofos” - puesto que son ellos los que disponen
del medio adecuado para actuar racionalmente.

 La libertad frente a la comunidad humana. Esta forma de libertad - que


puede calificarse como “política” o “social” - consiste fundamentalmente en
la autonomía, o la independencia que permite al individuo regir su propio
destino dentro de la comunidad; así como a las propias comunidades sin
tener imposiciones o impedimento por parte de otras comunidades.

Respecto de la libertad política del individuo, ella no consiste sin embargo


en la capacidad de eludir las leyes de la polis; pero sí en elegir sus propias
conductas dentro de las que no las infringen.

 La libertad personal. Esta forma de libertad se manifiesta como la


disposición de la autonomía del individuo frente a las presiones o
imposiciones originadas en la comunidad que integra. En el concepto
griego, si bien el individuo se debía a su polis, se reconocía su derecho
al ocio; su derecho a distraerse al menos temporalmente de sus obligaciones
cívicas para dedicarse a cultivar su propia personalidad individual.

En la evolución del pensamiento filosófico de la Grecia clásica, se advierte la


tendencia a identificar el concepto de libertad, cada vez más, con el último de los
significados; esto es, el de la libertad como una condición personal.

Especialmente a partir de los estoicos, la libertad fue fundamentalmente


considerada como la capacidad de “disponer de sí mismo”; en tanto que todo lo
exterior al individuo, ya se trate tanto de las instituciones e imposiciones de la
sociedad como las propias pasiones o “necesidades”, es considerado como un
equivalente a la opresión. El hombre aumenta su libertad en la medida en que logra
prescindir de aquello exterior a sí mismo; de modo que atienda en la forma más
exclusiva a aquello que “está en nosotros”, como expresaba Séneca. La libertad, en
esta concepción, consiste en una capacidad de ser uno mismo.

Los neoplatónicos consideraron que la libertad consistía principalmente en


la contemplación; en una ausencia de acción, a la cual se restaba importancia.

Para otros pensadores, la libertad equivalía a tener el conocimiento de lo


inexorable, del Hados; comprensión del Destino que permite al Sabio aceptar ese
orden cósmico, y en consecuencia actuar no por efecto de una coacción sino por su
voluntad consecuente con ese conocimiento de su Destino.

Tanto para Platón como para Aristóteles, la concepción de la libertad estaba


estrechamente ligada a la idea de la autonomía, es decir, la capacidad de decidir
por sí mismo.

Pero, especialmente para Aristóteles, la cuestión de la libertad queda directamente


referida al respeto, no solamente del orden natural, sino también del orden moral.

Para el Estagirita, todos los procesos de la Naturaleza operan en función de una


finalidad que les es propia, tienden a sus propios fines. Pero en el hombre, si bien
sus acciones siempre tienden a un mismo fin - consistente en la búsqueda de la
felicidad - ellas están caracterizadas por un poder de ejercicio de la voluntad.

En el hombre, las acciones sólo son morales cuando están gobernadas por la
voluntad frente a una posibilidad de haber elegido - el “libre albedrío”; pero esa
posibilidad sólo puede existir cuando el hombre no está sujeto a la coacción de la
ignorancia. Aristóteles consideró que el ejercicio de la libertad es esencialmente
una obra de la razón; así como que toda vez que el hombre llega a conocer el bien
solamente puede actuar de acuerdo con él. La actuación del hombre es libre,
cuando su finalidad racional conduce a la realización del bien.

El concepto aristotélico de la búsqueda de la felicidad fue incluído entre


los principios esenciales de la concepción liberal del Estado, por los
“padres” de la Constitución de los Estados Unidos; entendido en el sentido
propiamente griego.

Ese concepto tiene un sentido mucho más adecuado en su expresión en


inglés, ya que la palabra happiness no significa solamente una “felicidad”
en sentido subjetivo; sino un estado espiritual resultante de lograr una
plena realización personal, como resultado del propio esfuerzo al
desenvolverse en un ambiente que permita el completo desarrollo de todas
las potencialidades individuales, en todos los órdenes de la vida, como
solamente es posible en un sistema político donde exista una verdadera
libertad individual que lo habilite.

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Libertad y Cristianismo.

Naturalmente, el desarrollo del cristianismo llevó a que la cuestión de la libertad


se planteara, en el plano filosófico, en función de las afirmaciones del dogma;
especialmente en cuanto parecía surgir una contradicción entre el concepto
de libertad del hombre y la condición de Dios como poseedor de todo el saber y de
todo el poder, de lo cual resultaba la idea de la predestinación divina.

El concepto religioso del pecado, la admisión de la existencia del mal, implicaba


necesariamente suscitarse a nivel filosófico la cuestión de si, para hacerse
merecedor del castigo, el hombre al pecar ejercía una forma de libertad; si es
concebible que el hombre disponga de la libertad para elegir optando por el mal.

Frente a estos planteamientos, los grandes pensadores cristianos de la antigüedad


- sobre todo Agustín de Hipona (San Agustín) y Tomás de Aquino (Santo Tomás) -
acudieron a los conceptos del libre albedrío y de la gracia.

Para San Agustín, debe distinguirse entre el libre albedrío consistente en la


existencia de una posibilidad de elección, y la libertad, que consiste en la efectiva
realización del bien con un objetivo de alcanzar la beatitud. Se percibe claramente
la afinidad con las ideas antes expuestas por Aristóteles.

Siendo el libre albedrío una mera posibilidad de elección, está admitido que la
acción voluntaria del hombre pueda inclinarse hacia el pecado; cuanto se actúa sin
la ayuda de Dios. La cuestión de la libertad, entonces, consiste en determinar de
qué modo puede el hombre usar su libre albedrío para realmente ser libre, es decir,
para escoger el bien.

Naturalmente, ello conduce directamente a la cuestión relativa al modo en que


puede conciliarse la posibilidad de elección constituída por el libre albedrío, con la
predeterminación divina. San Agustín, en definitiva, se refiere a esta cuestión
como “el misterio de la libertad”; y considera que si bien Dios tiene el conocimiento
previo (“presciencia”) de qué elegirá el hombre, ello no determina que de todos
modos sea el hombre el que elige, con lo que sus actos no son involuntarios.

La Gracia se presenta como un don, un algo que se tiene o no se tiene,


y que se recibe como una concesión y no se obtiene como retribución de
un mérito. Es un concepto especialmente perteneciente a la filosofía
religiosa, tanto del cristianismo como del judaísmo y del islamismo.

Los teólogos cristianos distinguen una gracia santificante de una gracia


carismática.

Por la primera, según Santo Tomás, el hombre se une a Dios,


santificándose.

La Gracia carismática es un don de Dios, que lleva a los cristianos a


perseverar en su Fé y a los infieles a creer en Él, haciendo que “el hombre
plazca a Dios”. También designada como gracia actual, corresponde a las
criaturas por el mero hecho de su existencia, y es la luz intelectual y
determinación de voluntad que conduce al hombre a vivir conforme con
Dios.

Pero la Gracia por sí sola no produce efecto, sino que requiere el


consentimiento y la cooperación de quien la recibe. Según San Agustín, la
gracia es lo que posibilita la libertad, al otorgar al hombre la voluntad de
querer el bien y realizarlo.

Fuera del campo teológico, existe un concepto de la Gracia en sentido


estético, surgido especialmente a mediados del Siglo XVIII. Platón había
ligado la Gracia a la idea de la belleza; considerando que algo es bello y a
la vez es bueno, si tiene Gracia.

Pensadores como Burke asociaron la Gracia a la belleza del movimiento;


en tanto que Schiller consideró que la belleza del movimiento continuo y
pausado deriva de la libertad, y que la gracia es una síntesis de la belleza
estática o natural, y la belleza dinámica o moral.

San Agustín consideraba que el liberum arbitrium era “la facultad de la razón y de
la voluntad por medio de la cual es elegido el bien, mediante el auxilio de la gracia;
y el mal por la ausencia de ella”.

Santo Tomás - cuya obra principal es la Summa Theologica - consideró que el


hombre goza del libre albedrío como capacidad de elección, como “un poder listo
para obrar”; y asimismo posee la voluntad, que necesariamente se presupone no
sujeta a ninguna coacción, ni siquiera de la presciencia divina. Pero si bien estar
libre de coacción es una condición de la existencia de la voluntad, no es suficiente;
sino que junto a ello debe estar presente el intelecto - la inteligencia y la razón -
como instrumento para el conocimiento del bien, a fin de que éste pueda
constituirse en objeto de la voluntad. En consecuencia, el libre albedrío es un poder
cognoscitivo. También es perceptible la clara influencia del pensamiento
aristotélico.

No hay libertad del hombre sin posibilidad de elección, su libre albedrío; pero de
todos modos el ejercicio de la libertad no consiste meramente en el hecho de elegir,
sino que consiste en elegir lo trascendente. El hombre, enfrentado a la instancia de
elegir, puede caer en el error; sobre todo, si elige exclusivamente por sí mismo, sin
auxiliarse con Dios.

Para Santo Tomás, por tanto, el hombre dispone de una completa libertad de
elección, ya que - afirma - “por su libre albedrío el hombre se mueve a sí mismo a
obrar”; pero ello no significa que exista la “libertad de indiferencia” a que alude la
conocida “paradoja del asno de Buridán”.

La paradoja del asno.

La paradoja del asno, atribuída a Juan Buridán, fue formulada para


demostrar la dificultad de la cuestión del libre albedrío, cuando conduce
a la situación de la libertad de indiferencia.

Un asno, que encontrara dos montones de heno exactamente iguales,


ubicados en distintas direcciones pero a la misma distancia, no podría elegir
por uno de ellos, y moriría de hambre.

La conclusión sería que, predominando en el asno la preferencia por no


morir de hambre, terminaría eligiendo cualquiera de los montones de
hecho; con lo cual se evidencia que la elección no está necesariamente
fundada en motivos razonables.
La paradoja pone en cuestión los conceptos de libertad, elección, razón,
preferencia y voluntad.

En realidad, el ejemplo es muy anterior a Buridán. Ya Aristóteles había


examinado el problema de las motivaciones equivalentes.

La idea de la “libertad de equilibrio” o libertad de elección indiferente, parte


del concepto de que, si el libre albedrío es meramente la posibilidad de elegir, es
un elemento solamente negativo; se trata solamente de la posibilidad de elegir o de
no elegir, pero no proporciona los fundamentos para realizar un elección
efectivamente acertada y definitiva. Al no disponerse de un criterio que permita
explicar la razón para optar por una elección, resulta imposible ejercer ninguna
acción verdaderamente libre.

La idea de la libertad indiferente ha sido fuertemente cuestionada, sobre todo por


filósofos modernos como Descartes, Spinoza y Leibniz, que rechazaron la idea
meramente negativa de la libertad.

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Libertad y determinismo.

En los Siglos XVI y XVII el tema de la libertad giró especialmente en torno a la


discusión de la compatibilidad o incompatibilidad de la libertad del hombre con la
presciencia divina.

Luego de examinarse ampliamente las cuestiones de si Dios mueve o no la voluntad


del hombre de un modo completo o si simplemente colabora con él en el ejercicio
de su libre albedrío; desde el Siglo XVI, a partir del desarrollo creciente de la
ciencia y consecuentemente de la creciente comprensión de las Leyes de la
Naturaleza, el problema central pasó a ser el de si el concepto de libertad puede
subsistir frente a la idea del determinismo. El centro del problema de la libertad,
se desplazó así del campo teológico al campo de la filosofía no religiosa.

La realidad pasó a tener un componente muy perceptible con el desarrollo de la


ciencia y su principio de causalidad. El concepto de la existencia de los fenómenos
de producción “necesaria”, suscitó con nuevos bríos el problema de Libertad
versus Naturaleza.

Más modernamente, pensadores como Spinoza y Leibniz y también Hegel,


consideraron que la libertad consiste esencialmente en obrar en conformidad con
la naturaleza, que se encuentra en armonía con la realidad. Con variable
intensidad, los filósofos de este período intentaron conciliar la idea de libertad con
el determinismo, tendiendo a considerar el libre albedrío como conducente a elegir
en conformidad con la naturaleza.

El determinismo, en general, consiste en la afirmación de que en el mundo


de la realidad lo que ha existido, existe o existirá, como lo que ha ocurrido,
o ocurre y ocurrirá, está absolutamente prefijado.

Las doctrinas deterministas son resultantes de la concepción mecanicista


del Universo. Se trata de una doctrina que no es susceptible de prueba de
tipo “científico”, en cuanto obviamente sólo podría probarse conociendo
el futuro de antemano. Por lo tanto, funciona en condición de hipótesis;
ya sea considerada como una hipótesis de índole metafísica o de índole
científica.

Emmanuel Kant, abordó el problema de la libertad y el determinismo desde el


punto de vista de considerar que la “necesariedad” existente en la Naturaleza no
impide la libertad; y considerar la posibilidad de su coexistencia.

Afirmó Kant que el determinismo existe en relación con el mundo de los fenómenos
pero que la libertad existe en el noúmeno.

Noumenón es un término griego antiguo, cuya traducción más


aproximada sería la que lo refiere a “las cosas que son pensadas”.

Fue Platón el que más claramente distinguió el mundo inteligible, o mundo


de lo racional, del mundo sensible o mundo de los fenómenos materiales;
afirmando que la única realidad metafísica, el único mundo cognoscible o
susceptible de conocimiento real en vez de objeto de mera “opinión”, es el
mundo nouménico.

Kant analizó en su “Crítica de la Razón Pura” el concepto de las


apariencias como los objetos pensados que corresponden al mundo de las
categorías, designados fenómenos; en tanto que los objetos pertenecientes
meramente al entendimiento, accesibles mediante la intuición no sensible,
son designados noúmenos.

Para Kant, en el reino de la Naturaleza, que es el reino de los fenómenos, rige


un completo determinismo; pero la libertad existe en el reino de los noúmenos,
reino de lo moral, de tal modo que la libertad es un postulado moral.

El hombre es libre, no porque pueda apartarse de las leyes que rigen el mundo de
lo natural, sino porque él no es enteramente una mera realidad natural. En sus
relaciones empíricas, el hombre debe someterse a las leyes de la Naturaleza; pero
como ser inteligente, en sus relaciones inteligibles, el mismo individuo que debe
someterse a aquellas leyes, es libre. La libertad, por lo tanto, es esencialmente un
concepto propio del individuo, y se ejerce por el individuo.

Hegel considera que la libertad es, fundamentalmente, la libertad de la Idea;


pero no consiste en el libre albedrío que constituye apenas un momento en el
desenvolvimiento de la Idea rumbo a su propia libertad. La libertad, en sentido
metafísico, es la autodeterminación, que no se asimila al azar, sino que es
resultante de la determinación racional del propio ser.

El pensamiento de Hegel conduce la cuestión de la libertad hasta el terreno de la


Historia. En el Siglo XIX, el debate filosófico en torno a la cuestión de la libertad
se deriva hacia el tema de si el hombre puede ser libre tanto de los fenómenos de
la Naturaleza, como de aquellos de la sociedad.

Surgió una corriente materialista, para la cual el determinismo tiene una vigencia
universal; y otra corriente liberal, conforme a la cual no solamente la libertad es
posible, sino que es el elemento esencial del hombre, tanto en el orden moral o
psicológico como religioso o moral, y asimismo en la sociedad.

John Stuart Mill aparece como expositor del tema de la libertad desde el punto
de vista empírico, no como una cuestión de especulación teórica o filosófica, sino
como una cuestión de hecho. Henri Bergson sostuvo que el “yo” (o la conciencia)
es libre, precisamente porque no se rige por las leyes de la mecánica, mediante las
que se regulan las relaciones de los fenómenos naturales.

La corriente materialista extremó el concepto del determinismo, llegando a


afirmar que no solamente los fenómenos naturales están sometidos a un
determinismo universal, sino también las circunstancias de la Historia.

Carlos Marx sostuvo el determinismo histórico, conforme al cual la Historia está


sujeta a un proceso, si bien no de carácter mecánico sí de carácter dialéctico -
siguiendo las ideas de Hegel - de tal manera que en su doctrina tanto filosófica
como política, resultaba inútil tratar de oponerse a “la Marcha de la Historia”.

Marx y Engels unieron a la concepción del determinismo de la Historia la


confección de una ideología de carácter utópico y voluntarista, equivalente a la
creada por Platón, que a su criterio constituía el objetivo hacia el que avanzaría
esa Marcha de la Historia: el socialismo.

El desarrollo lógico de la concepción determinista de Marx, condujo a la


concepción política del Estado totalitario; y consecuentemente al sometimiento a
la voluntad colectiva de toda autonomía individual en todos los ámbitos de la vida.

El surgimiento histórico del Estado totalitario - inicialmente en la U.R.S.S., y luego


en la Italia fascista, en la Alemania nazi y en otras naciones - fue consecuencia de
la concepción de la filosofía materialista y de doctrina del determinismo histórico.
Él condujo a una situación en que, estando los gobernantes de esos Estados
convencidos - o afirmando estarlo - de que se encontraban en posesión de una
verdad absoluta resultante de ese imperativo determinista, era lógico suprimir
toda discrepancia, y no solamente en el plano de lo político o lo económico, sino
incluso en el ámbito de la filosofía, la literatura, el arte, e incluso la ciencia.

El trasplante de la concepción determinista del universo físico al mundo de lo


social, no podría haber sido en la práctica sino consecuente con su concepto de la
inexistencia de toda libertad.

No es de sorprender, entonces, que puesto en evidencia lo trascendente de los


conceptos filosóficos acerca de cuestiones aparentemente reservadas al campo de
mero análisis intelectural, en su relación con la vida real de las sociedades
humanas, esa concepción haya sido sustento de los totalitarismos políticos, que
suprimieron hasta los últimos vestigios de libertad.

La personalidad.

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La personalidad | Proceso de formación de la personalidad
Componentes de la personalidad | Tipología de la personalidad
Maduración e inmadurez de la personalidad | Trastornos de la
personalidad Trastorno paranoide | Trastorno
antisocial | Higiene de la personalidad

Concepto de personalidad.

La expresión personalidad proviene del griego “prosopón” , que cuyo


significado de “máscara” alude a las máscaras que en el teatro griego se
colocaban los actores para interpretar a los personajes de las tragedias. Puede
considerarse que en cierto modo responde a aquello que se percibe o la forma
como se aparece ante otros; posiblemente una traducción más apropiada
fuera “imagen”. En latín el término “personare” equivale a “resonar a través
de...” (per sonare); es decir que también alude a la forma como se es percibido
por los otros, o en que cada uno se manifiesta ante los otros.

Pero la personalidad no solamente consiste en la forma en que un individuo se


presenta o es percibido por los demás; la personalidad está conformada por
ciertos rasgos que conforman patrones en la forma en que el individuo percibe y
se relaciona con el ambiente y las demás personas, pero también consigo mismo ,
y que se pone de manifiesto en una amplia gama de actitudes y aún de
pensamientos, tanto sociales como personales.
La personalidad es la cualidad
abstracta resultante de un conjunto de factores no
visibles, que son inherentes al individuo y que son
determinantes de lo más específico de su
identidad como persona; a la vez que de su
comportamiento social y personal característico.

Como factores componentes del concepto de personalidad, es posible discernir


varios elementos:

 Se trata de un componente estrictamente propio y distintivo de cada


individuo humano.
 Es un elemento altamente integrado al individuo, que conserva sus rasgos
fundamentales y permanentes a lo largo de su vida.
 No obstante, se mantiene en un estado permanente de evolución dinámica,
abierto a su constante desarrollo; aunque algunos rasgos estructurales
esenciales son de muy difícil modificación.
 A la vez que tiene características inherentes al sujeto mismo, tiene
una permanente interacción con el mundo exterior; tanto en cuanto a la
proyección del sujeto sobre éste, como en cuanto a la influencia que ese
mundo exterior y su propia peripecia vital ejercen sobre aquella evolución
constante. Esto ocurre especialmente en las etapas iniciales de la vida, en
que la integración de la personalidad es más receptiva a las influencias del
medio, especialmente el familiar, y del proceso educativo (que no debe
confundirse con el proceso meramente instructivo).

Diversos autores han dado sus propias definiciones de la personalidad:

 Para Gordon Allport, la personalidad es la organización dinámica en el


interior del individuo, de los sistemas neuropsíquicos que determinan su
conducta y su pensamiento característico.
 Para Aldous Huxley, lo que alguien es depende de tres factores: de lo que
ha heredado; de lo que la circunstancia haya hecho de él; y de lo
que eligiendo libremente haya hecho de su circunstancia y de su herencia.
 Para Jean Claude Filloux, la personalidad es la configuración única que
toma, a lo largo de la historia de un individuo, el conjunto de los
sistemas responsables de su conducta.
 Para Giménez Vargas, la personalidad es el principio integrador
específico y propio de cada ser humano, según el cual se estructuran las
cualidades adquiridas y heredadas, en síntesis que establecen un modo
individual de relación con el medio.
 Para Roustand la personalidad es la conciencia del Yo. Esto se entiende
en el sentido de percepción de su propio ser, como una individualidad
autónoma, la percepción de las sensaciones del propio cuerpo, el recuerdo
de su propia historia, y tambien un ideal hacia el cual se tiende como
persona.

El término personalidad puede ser empleado en diversos sentidos:

 En el sentido de su cualidad abstracta individual, definitorio de su


identidad y comportamiento, que acaba de exponerse.
 En el sentido de la impresión externa, que causa en otros, en su
relacionamiento social. Pueden reconocerse inclinaciones a comportarse
de forma introvertida o extrovertida, ser pesimista o ser optimista, ser
audaz o ser tímido, ser reflexivo o ser impulsivo, o similares.
 En referencia a su condición moral, por el juicio general, en referencia a
su comportamiento correcto, incorrecto, incluso delictivo; alguien es “un
caballero”, “una gran señora”, “un sinvergüenza”, “ un estafador”.
 En referencia a su alto grado de conocimientos o su notoriedad pública,
por el juicio general, en referencia a que su capacidad intelectual, su gran
experiencia, su condición de virtuoso en un arte, su amplio conocimiento
de una ciencia, o su destaque en alguna actividad de interés público, lleva
a que se le considere como “una personalidad” en su área de actividad.

La personalidad puede considerarse desde el ángulo psicológico, como la


conciencia individual de constituir un ser en el cual ocurren las sensaciones, las
ideas, las emociones; y de ser una individualidad distinta del mundo externo y de
los demás individuos.

En este sentido, la primera manifestación de la toma de conciencia acerca de la


propia realidad individual, la constituye la distinción de las sensaciones que
provienen del propio cuerpo, y el reconocimiento de esa existencia corporal; que
se produce en los procesos iniciales del desarrollo intelectual del niño.

La conciencia del Yo se va integrando progresivamente, a partir del


reconocimiento de la base física del ser personal, con el conjunto de sensaciones
que informan de la propia dinámica corporal — las llamadas sensaciones
kinestésicas — mediante la incorporación de la memoria del propio ser que nos
permite reconocernos como la misma persona que en el pasado realizó
determinadas cosas o se encontró en determinadas situaciones; así como percibir
la propia ubicación en un ambiente familiar o social; y la formación
de un proyecto del propio ser hacia el futuro.

También puede analizarse la personalidad en relación a la exteriorización que


cada individuo hace de sí mismo en su vida de relación social; en cuanto asume
determinadas formas de conducta que guardan una cierta correlación con
caracteres inherentes a su propia persona, y que la experiencia permite encasillar
en determinados tipos o categorías, que guardan alguna forma de similitud entre
ellas.

De todas maneras, a pesar de que en cierto modo puede decirse que la


personalidad propia reside en los otros, en la imagen que los demás se forman de
uno mismo, ese concepto de la personalidad está conformado por elementos que
son intrínsecos a cada individuo; que en último — grado en su total autenticidad
o en alguna medida disfrazados por lo que cada uno trate de proyectar en los
demás como imagen de su persona — son lo que determina la personalidad como
imagen. Evidentemente, aún lo que una persona trata de proyectar, procurando
disimular o modificar su personalidad real, forma parte de su propia
internalidad y está en función de concepciones que le son propias.

Coloquialmente se habla de personalidad en referencia a la firmeza y solidez


del carácter propio. En este aspecto, se dice que alguien “no tiene
personalidad” para indicar que es facilmente influible por opiniones y consejos
de otros; que no tiene una sólida percepción racional y propia de las
condicionantes y conductas a asumir; que es variable en sus actitudes y modos
de pensar, lo que revela que en realidad no los tiene suficientemente asentados
en su pensamiento.

Asimismo que habla de “desarrollar la personalidad”, con el alcance de


emprender un programa sistemático y sostenido que conduzca a un individuo a
afirmar plenamente un conjunto de rasgos propios de su persona, en todos sus
aspectos (gustos, modos de pensar, capacidad para elegir, etc.),
perfeccionamiento, modificación, educación del modo de ser.

Integran la personalidad componentes físicos y componentes psicológicos. Los


primeros tienen innegable importancia, pero lo que más define la identidad de
cada individuo son los componentes psicológicos. Entre éstos existen algunos
elementos heredados, y otros que pueden considerarse propios, como
elementos congénitos; pero también influyen las condiciones adquiridas ya sea
en forma involuntaria como las adquiridas deliberadamente, que son elegidas
libremente.

Por condiciones adquiridas involuntariamente, se entienden los caracteres


resultantes del ambiente social y familiar, y por vía de la educación.

Las condiciones adquiridas voluntariamente, son las que provienen de las


actividades propias de carácter cultural y de las decisiones voluntarias acerca de
su propia persona.
Son factores dinámicos, porque evolucionan a lo largo de su vida; pero al
mismo tiempo mantienen una identidad como sistemas psico-físicos propios del
individuo.

Siguiendo a Gordon Allport, puede señalarse que la personalidad es un sistema


neuropsíquico inserto en el individuo, que se caracteriza por ser un sistema
abierto a la influencia de factores materiales y energéticos externos, que
producen en él estados duraderos por lo que, en consecuencia, incorporan
permanentemente nuevos elementos de ordenamiento interior, cada vez con
mayor complejidad.

 Los intercambios de estímulos y reacciones de respuesta entre la


conciencia individual y el mundo externo, resultan ser un elemento
indispensable para comprender el funcionamiento de la personalidad.
 La llamada homeostasis, está estrechamente ligada a los procesos
del aprendizaje y la motivación, en cuanto consiste en que el ingreso a la
conciencia individual de estímulos externos, acumula en la personalidad
elementos que van modificándola de alguna manera; tendiendo a que se
conforme un nuevo estado de equilibrio a partir de la incidencia de esos
factores que se reciben, sobre la situación preexistente de la conciencia.
En consecuencia, en cierta medida el devenir externo condiciona y
modifica — sea por su aceptación como por su rechazo — el ser de la
personalidad.
 La modificación del orden de la personalidad, es un efecto de más largo
plazo que la inmediata recomposición del equilibrio producido por
la homeostasis; en la medida en que con el transcurso del tiempo, la
personalidad se modifica incorporando de manera permanente nuevos
componentes, como por ejemplo objetivos de vida, que normalmente no
son resultantes de un único impulso exterior, sino de su acumulación y
elaboración reflexiva o inconsciente.
 La interacción con el medio, es una resultante de todo lo anterior, en la
medida en que aunque en gran medida la personalidad es un sistema que
puede funcionar internamente al individuo, también produce
una proyección de sí misma, y de sus modificaciones, sobre el ambiente
exterior; sobre todo en el medio social en que se desenvuelve el agente.
Proyección que puede generar influencias en los presentes en ese medio
(lo cual se percibe claramente en el caso de los líderes y de las personas
dotadas de “carisma”); del mismo modo que puede retroalimentar en el
propio sujeto emisor, dando origen a respuestas que a su vez generan una
nueva homeostasis.

Actualmente, las investigaciones habilitadas respecto de los procesos eléctricos


y químicos de la fisiología del cerebro, han permitido conocer con un alto grado
de certidumbre los factores filogenéticos implicados en el comportamiento; y los
procesos inhibitorios y desinhibitorios que a nivel neurológico operan sobre las
estructuras denominadas superiores y sobre las denominadas inferiores, que
determinan diversos tipos de conducta tanto frente al mundo exterior como al
interior de la personalidad; habilitando especialmente a la psicología y la
psiquiatría médica, así como a la neurología, el estudio de la personalidad y
especialmente de sus alteraciones patológicas conocidas como trastornos de la
personalidad.

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Proceso de formación de la personalidad.

La personalidad de cada individuo humano — en cuanto él constituye un ser


absolutamente peculiar y diferenciable de todos los restantes integrantes de su
especie — está compuesta de un conjunto de elementos altamente integrados
entre sí, que funcionan de una manera coherente. Cumplen diversas funciones
en el comportamiento y en la intimidad de su conciencia de sí mismo; que en
definitiva dan por resultado una estructura que opera como una unidad
específica que conforma su personalidad.

No es posible saber si en el momento de su nacimiento, el individuo humano porta


algunos elementos que puedan considerarse configurativos de un componente de
personalidad. Cabe admitir — especialmente a medida que progresan los
estudios acerca de la genética — que es muy posible que, de la misma manera
que ocurre con muchos otros componentes de su ser (que incluyen factores tales,
como por ejemplo la propensión a ciertas enfermedades), al menos algunos
factores de su personalidad se encuentren contenidos en la herencia; o sean
resultantes de la combinación de componentes genéticos de los progenitores. La
psiquiatría admite que ciertas conformaciones patológicas de la personalidad
puedan tener componentes hereditarios; aunque también pueden influir en ello
componentes derivados del desarrollo de la personalidad en la convivencia con
sus ascendientes o con otras personas del ambiente familiar o social, durante su
edad temprana.

De cualquier manera, puede afirmarse con certeza que en la estructuración de la


personalidad intervienen, de manera diversa y en buena medida aleatoria,
componentes que provienen de un fondo hereditario — genético, por tanto — y
componentes que provienen del medio ambiente, considerando éste no tanto en
su aspecto físico como en cuanto al medio social que rodea al individuo durante
las distintas etapas de su crecimiento y maduración, así como las experiencias
que vive y sobre todo los procesos educativos formales e informales que realiza,
principalmente — pero no exclusivamente — en los primeros años de su vida.

El sostenido avance de la investigación científica en torno a la genética, y el


progreso realizado por el proyecto del genoma humano, al mismo tiempo que
conduce a ciertas conclusiones positivas en cuanto a los factores hereditarios,
delimita aquellos factores que no es posible asignar a este origen. En función de
tales desarrollos, la separación de las
tendencias “genetista” y “ambientalista” acerca del origen y estructuración de la
personalidad — que tuvo un importante impacto en las concepciones
doctrinarias del Derecho Penal y la eventual existencia de sujetos con propensión
estructural al delito — ha ido cediendo terreno en favor de una concepción más
bien “complementarista”, que al tiempo que reconoce la coexistencia de ambos
factores, deberá aplicarse a cuantificar adecuadamente la incidencia de cada uno
de ellos.

De todos modos, los progresos realizados en épocas recientes en los ámbitos de la


psicología, y la psiquiatría especialmente en relación a los transtornos de la
personalidad —particularmente en el denominado trastorno de la personalidad
antisocial (TPA) — habilitan a la criminología moderna a considerar la
instrumentación de medidas dirigidas a prevenir diversos tipos de delitos
vinculados a la personalidad patológicamente agresiva o a la ya de antiguo
denominada locura moral, o incapacidad para percibir adecuadamente los
valores que deben ser preservados para la convivencia en la sociedad.

En la medida en que se admita que por lo menos algunos componentes de la


personalidad tienen un origen genético, podrá concluirse que en el mismo
momento de producirse la fecundación del óvulo materno, e integrarse
plenamente la cadena del ADN del nuevo individuo, en él se encuentran presentes
esos componentes de su personalidad; al tiempo que comenzará el proceso
continuado — y en cierto modo indefinido — de integración de esa personalidad
a partir del agregado de los componentes emanados de su interacción con el
mundo exterior.

El desarrollo intrauterino — promedialmente de 270 días — significa para el


nuevo ser un ambiente relativamente aislado, donde sus funciones fisiológicas, a
medida que van diferenciándose, se cumplen a través del organismo de su madre.
En cierto momento, es razonable considerar que la diferenciación del cerebro en
el embrión, alcanza en cierto momento un grado que da lugar al surgimiento de
ciertos elementos de conciencia de su propia existencia y de respuestas a los
estímulos externos; que ya comienzan a conformar un componente de
memorización, susceptible de influir en alguna forma en su futura personalidad.

El nacimiento — procesado a través del acto del parto — configura un cambio


de extraordinaria importancia en cuanto al medio vital en que se desarrollara el
feto. La propia circunstancia de que el parto se desarrolle por un proceso natural
— que desencadena un evento de índole casi catastrófica respecto del estado
anterior del feto — o por procedimientos quirúrgicos eventualmente menos
impactantes desde su punto de vista, puede ser un factor de cierta trascendencia.

De todos modos, en psicología clínica se analiza el impacto de ese episodio como


un cambio sumamente trascendental, desde un medio acuoso, casi silencioso y sin
imágenes visuales variadas, hacia el medio aéreo, lleno de nuevos y estrepitosos
estímulos sensoriales, (luz, sonido, temperatura, sensaciones táctiles,
movimiento, ciclo fisiológico, etc.) y el proceso eventualmente doloroso y de
dificultades vitales del tránsito vaginal hacia el nacimiento;
denominándolo “trauma de nacimiento”.

En el momento del nacimiento, es indudable que el individuo humano posee


desde ya ciertos elementos heredados, algunos de los cuales constituyen
meras potencialidades pendientes de un ulterior desarrollo. Ciertos factores
físicos que son indudablemente producto de su conformación hereditaria,
aparecen claramente visibles; tales como sus rasgos anatómicos, el color de su
piel o de sus ojos; mientras que otros habrán de desarrollarse — más o menos
tempranamente — en función de su maduración neurológica y muscular, como el
habla y el desplazamiento bípedo. Acerca del grado en que el desarrollo de tales
habilidades es espontáneo o resulta de alguna forma de aprendizaje, suele
mencionarse algunos ejemplos de niños “salvajes” o “niños lobos”, que — se
indica — no las desarrollaron, por lo menos hasta que fueron inducidos a ello
mediante un aprendizaje.

Entre esos componentes potenciales — generalmente para nada ostensibles en el


momento del nacimiento o en su primera época de vida — se encuentran
sus capacidades intelectuales; cuya evolución resulta más tempranamente
ostensible cuando existen alteraciones del tipo del autismo o el síndrome de
Down.

En general, se acepta que los primeros cinco años de vida de los seres humanos
son los más importantes desde el punto de vista de conformar los elementos
básicos de su personalidad. En ellos, el niño establece y consolida factores
primordiales de su vinculación con el mundo exterior, y desarrolla sus primeras
modalidades propias de acción y reacción con el medio social.

Es posible que ese período inicial se establezcan algunos componentes básicos,


tanto de lo que puede considerarse una personalidad “normal”, como de aquella
que se encuentre afectada por algunas alteraciones respecto de ese modelo.

En particular, ciertas experiencias vitales esenciales, transcurridas en este


período, pueden pasar a integrar componentes fundamentales de la
personalidad. Las condiciones de la alimentación — según que ella sea obtenida
en forma segura y regular, y con adecuada calidad de componentes — puede ser
uno de esos factores. Indudablemente, el ambiente familiar — según que provea
los componentes de afecto, seguridad, protección, disciplinamiento, adquisición
del concepto de los límites de la acción, oportunidades de desarrollo y expresión,
seguridad en sí mismo, etc. — constituye un factor de importantísima
trascendencia en la conformación de una personalidad equilibrada, bien
socializada, emocionalmente estable; o lo contrario.

En ciertos aspectos, esos factores habrán de perdurar durante toda la vida


ulterior del individuo; o en todo caso sólo podrán variarse hasta cierto punto,
algunos de ellos. Las carencias del desarrollo físico provenientes de una
alimentación demasiado pobre en proteínas y componentes minerales, durante la
época de desarrollo del sistema óseo y neurológico, difícilmente podrán ser
corregidas ulteriormente.

No parecen carecer de cierto fundamento científico las opiniones de algunos


estudiosos del tema, que han vinculado el surgimiento de las primeras
civilizaciones más avanzadas al hecho de que se tratara de pueblos en cuya
alimentación pesaban de manera importante componentes como el trigo (la
“media luna de las tierras fértiles”, Egipto) o el maíz (México, Perú); así como
destacan al mismo tiempo las limitaciones intelectuales generalizadas de los
pueblos o los estamentos sociales que no disponen de una alimentación
suficientemente rica y equilibrada en sus primeros años de vida.

Obviamente, la percepción de que tales factores originan diferenciaciones


estructurales en la conformación tanto física como intelectual, no solamente con
alcance individual sino eventulmente respecto de toda una comunidad étnica o
de radicación geográfica, no configura una actitud de discriminación racial o
social; sino el mero reconocimiento de una situación de la realidad, de hecho, a
la cual, en todo caso y en vez de asumir una actitud de mera negación, será
pertinente procurarle correctivos en la medida de lo posible.

Reiteramente se ha señalado la importancia del amamantamiento materno de los


bebés hasta un tiempo adecuado; no solamente desde el punto de vista alimenticio
e inmunológico, sino también en función de su incidencia sobre el equilibrio
afectivo del niño. Otro elemento interesante, es la vinculación generalmente
aceptada que existe entre el notorio incremento de la talla promedial en algunos
países europeos luego de la Guerra Mundial II, con el importante mejoramiento
de las prácticas nutricionales de los niños.

No obstante, es evidente que el proceso de conformación de la personalidad


tiene una etapa de intensa estructuración mucho más allá de ese período de los
cinco años iniciales.

Especialmente a partir de los primeros cinco años, en los casos en que la actividad
formativa se desenvuelve conforme a lo que debe considerarse la norma, el
proceso educativo asume un papel primordial en la conformación de la
personalidad, a través del desarrollo del componente intelectual y crecientemente
racional. La educación primaria — transcurrida entre los 5 y los 12 o 13 años —
provee de un conglomerado de desarrollos
intelectuales primordialmente instrumentales: el perfeccionamiento
del lenguaje, la adquisición de las capacidades de la lectura y la escritura y su
asociada la expresión oral y escrita cada vez más autónoma; unida a
una socialización extrafamiliar determinada por la integración disciplinada a
una organización jerarquizada por la existencia de una autoridad externa,
legitimada y aceptada. A ello, se agregan componentes de desarrollo intelectual
más afinado — como las generadas por los conocimientos aritméticos y
geométricos iniciales — y la inserción nacional emergente del conocimiento
histórico, geográfico y cultural, también primarios.

Es indudable, sin embargo, que en las décadas recientes esos factores han
soportado diversas circunstancias adversas. El predominio adquirido por
los sistemas educativos informales, tales como los medios de comunicación
masiva audiovisuales — especialmente la televisión, con su elevado porcentaje de
dedicación temporaria, especialmente por los niños y jóvenes — ha debilitado en
alto grado la incidencia de la lectura y la escritura y consiguientemente la
expresión autónoma como medios de adquisición de conocimientos y de pautas
de conducta.

Factores como la creciente incapacidad expresiva en su propio idioma, la


pobreza extrema del vocabulario y especialmente de sus formas de expresión
idiomática más sutiles, la desastrosa ortografía; son resultado de esos factores;
así, como de ciertas concepciones pedagógicas supuestamente inclinadas a
facilitar la espontaneidad. Todo lo cual, sin ninguna duda, incide directamente
en el empobrecimiento de los matices y potencialidades de la personalidad,
especialmente en las nuevas generaciones.

La adolescencia — y la pre-adolescencia — constituyen, sin lugar a dudas, uno


de los períodos de la vida más trascendentales para la consolidación de la
personalidad. A partir de los 13 o 14 años, el proceso de maduración intelectual
y fisiológica — la pubertad — conduce a la consolidación de los componentes
innatos y adquiridos, que culminan la estructuración de la personalidad en su
condición más firme y duradera. Aunque la propia configuración de algunos de
esos componentes podrá determinar en el futuro — y a lo largo del resto de la
vida — alguna medida de variaciones, reajustes y adiciones que, en definitiva,
podrán incorporar matices y enriquecimientos, pero dificilmente modificaciones
importantes de su estructura fundamental.

Por esta misma circunstancia, se hace mucho más necesario el cuidado de la


índole y la calidad de los contenidos educativos — formales e informales — y de
las circunstancias de experiencia vital. Las condiciones históricas imperantes en
muchos países — especialmente de América Latina — a partir de la finalización
de la Guerra Mundial II, han determinado la intensificación de la incidencia del
uso de los sistemas educativos institucionales, tanto formales como informales,
en función de inducir en el proceso de formación de las personalidades juveniles,
determinados efectos negativos; ya sea en forma intencional y organizada, o
como derivación de las políticas de contenidos aplicadas en función de supuestos
resultados de rentabilidad y “marketing” de los medios de comunicación masiva.

A medida que los jóvenes avanzan desde los 13 años hacia la plena adolescencia
y primera juventud, el proceso de su receptividad educativa — formal e informal
— les va poniendo en contacto con componentes cada vez más sustanciales de la
vida de relación y de la maduración intelectual de su personalidad. El proceso
fisiológico de la pubertad, incorpora a su desenvolvimiento íntimo como a su vida
de relación, un componente de especial trascendencia; que sin duda se constituye
en un foco de atención altamente competitivo con otros elementos necesarios de
su formación personal, especialmente en el plano intelectual y moral.

En este sentido, puede decirse sin riesgo de error grave, que a través de los
insumos vitales e intelectuales provenientes del sistema formal de educación, y de
los medios de comunicación social, adquiridos en la adolescencia, se consolidará
la personalidad, definitivamente; o casi.

En la etapa adolescente, la personalidad incorpora generalmente algunas pautas


de inquietud íntima y de comportamiento social, que son resultantes del proceso
de auto-afirmación de la identidad; los cuales suscitan situaciones de
enfrentamiento con los sistemas de valores y con los sistemas institucionales
establecidos de la sociedad. Esa impropiamente llamada “rebeldía juvenil”, no
constituye por sí una situación valorable ni aceptable; sino una expresión de un
mayor o menor grado de inadaptación al proceso de consolidación de la
personalidad; que los propios jóvenes deben ser capaces de entender, y que
normalmente está destinada a ser superada a medida que avancen hacia la
madurez, por lo que es profundamente indeseable que sea ocasión de situaciones
irreversibles.

Desgraciadamente, existen en la sociedad actual numerosos elementos — algunos


de ellos absoluta e injustificablemente deliberados — que conducen a exaltar
como valiosa, a reforzar y a menudo a explotar esa situación inapropiada y
temporaria de la etapa de formación de la personalidad en la edad adolescente.
Esas actividades propician desde la inducción al desmesurado consumismo
económico (“modas”, “marcas”, “ídolos” musicales o deportivos, etc.) hasta la
captación ideológica; pasando por la presentación de la violencia y de la
promiscuidad sexual como conductas “naturales”; la generalización de tatuajes,
como signo de “compromiso”; la “militancia” y la “lucha” como actitudes
valorables y hasta “heroicas”, el consumo del tabaco, las bebidas alcohólicas o
las drogas psicotrópicas, como actividades “divertidas”; o la degradación del
lenguaje hasta los últimos extremos de lo soez, como un componente de la
“identidad generacional”.

En algunos desdichados casos, el deslizamiento de los jóvenes en seguimiento de


tales incitaciones, los lleva a situaciones tan lamentables como el abandono de sus
responsabilidades de estudio; el abuso de las posibilidades económicas de su
familia; la incapacidad de sostener un trabajo estable; la indisciplina, la
subversión y aún el delito; el uso irracional de vehículos a altas velocidades, la
drogadicción; la promiscuidad sexual con las frecuentes consecuencias de la
maternidad prematura, la irresponsabilidad paternal, las aberraciones sexuales
o la contracción y difusión de las enfermedades venéreas o el SIDA; sin contar
con los que pasan a ser los lamentables “héroes”, fallecidos, de los radicalismos
políticos.

Todo lo cual parece un catálogo truculento y exageradamente catastrófico; pero


debe reflexionarse serenamente sobre ello, contraponiéndolo a la situación de los
jóvenes que, a partir de una personalidad estable y sólidamente integrada en la
sociedad, efectúan exitosamente sus estudios, se incorporan adecuadamente a la
vida económica de la sociedad, constituyen una pareja estable sobre la base del
amor y del respeto, y analizan las circunstancias sociales y políticas de su país
con solvencia y ecuanimidad.

Frente a esas situaciones de verdadero peligro para la formación de una


personalidad equilibrada, el grado de desarrollo de una intelectualidad crítica
propia, basada en la intensificación de la capacidad de análisis racional y —
sobre todo — fundado en la posesión de un adecuado grado de conocimientos
sobre las cuestiones fundamentales; es el único instrumento idóneo para
contrarrestar la incidencia de los enfoques deliberadamente deformados — a
veces involuntariamente resultantes de las deformaciones ideológicas
previamente inducidas en los propios educadores — en las actividades de
educación formal.

Del mismo modo ocurrirá respecto de los contenidos de los medios de


comunicación social, determinados frecuentemente por agentes que actúan sin
respetar la objetividad en cuanto a la elección y presentación de sus contenidos;
o sin establecer debidamente y en forma explícita el carácter editorial de los
mismos.

En este sentido, una de las mejores expresiones de la inteligencia, ha de consistir


en desarrollar la atención y la habilidad de discernir, en todas las expresiones
sobre asuntos de trascendencia vital — filosóficos, históricos, políticos,
ideológicos, doctrinales, religiosos, éticos, corporativos, económicos,
publicitarios, propagandísticos, etc. — los componentes implícitos. Es decir,
aquellos elementos que no se explicitan, que se dan implícitamente como
indiscutibles, axiomáticos; pero que constituyen en realidad la médula del
contenido que se trata de implantar en los destinatarios de esas expresiones, y
que lejos de ser incuestionables son en sí mismos esencialmente discutibles.
El desarrollo de la personalidad, en cuanto es un proceso vital ininterrumpido,
prosigue a lo largo de las alternativas vitales, con diversos matices, en forma
continuada.

Generalmente, se sitúa el fin de la adolescencia en torno a los 21 a 25 años, en que


se completa la etapa educativa; no solamente de integración social y cultural, sino
frecuentemente de habilitación profesional que provee un medio de
autosuficiencia económica. En un momento variable según las circunstancias
personales, ingresa a la etapa de adulto, frecuentemente se consolida una pareja
estable y se constituye una familia, se emprende una carrera profesional,
comercial o de otra índole y se trata de cumplir en ella etapas de creciente
desarrollo y mejor posicionamiento.

Se produce un afianzamiento cultural, frecuentemente autodidáctico, se


desarrollan los gustos personales y las actividades de auto-realización, se
producen integraciones en grupos sociales afines (clubes, asociaciones
deportivas, etc.); todo lo cual — más las otras circunstancias vitales — de alguna
manera refuerzan los rasgos de la personalidad o eventualmente los modifican,
aunque dificilmente de manera total.

Los casos más notorios en ese sentido, son precisamente aquellos de quienes en
su comportamiento juvenil han asumido posiciones extremas, radicales,
excesivamente idealistas; a quienes el devenir de su vida en madurez los
“aburguesa” moderando ampliamente aquellos extremismos, a menudo
insertándolos en el disfrute de buenas posiciones económicas y del prestigio
social, del éxito mediático o político, etc.; circunstancias reveladoras de que en
realidad aquellas actitudes juveniles eran meras expresiones de la ansiedad por
alcanzar tales posiciones.

Esto es muy visible y notorio, especialmente, en personalidades cuya actividad


era en sí misma ajena en su contenido y en su profundización conceptual o
técnica, a los temas sobre los que asumían actitudes radicalizadas y de
protagonismo; aplicando una de las técnicas más insidiosas de la propaganda, el
llamado “testimonial transfer”, consistente en valerse del prestigio ganado en un
área para pretender solventar autoridad en otra totalmente distinta: desde la
pasta dental recomendada por el astro del fútbol, hasta el candidato político
recomendado por el músico exitoso, el literato célebre, o el galán de los
teleteatros.

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Componentes de la personalidad.
En carácter de componentes de la personalidad, se señalan:

 La composición orgánica — dada por las características somáticas


(corporales) y psicológicas básicas y permanentes; que dependen
fundamentalmente de la herencia biológica, pero que no está libre de las
influencias ambientales (alimentación, traumas infantiles, etc.)
 El temperamento — conformado por aquellos modos de ser y de
comportarse, que siendo procedentes de factores hereditarios se
fundamentan en estructuras constitucionales; aunque igualmente está
influido por factores provenientes de la educación y el aprendizaje. Es una
expresión dinámica y afectiva emergente de los factores constitutivos, que
resultan característicos del individuo.

En este aspecto, siguiendo a Eric Berne, suele hacerse una referencia al


proceso de desarrollo del embrión humano, a partir de la diferenciación
inicial de tres capas de tejidos; la primera, interna, que origina los
sistemas internos digestivo y respiratorio, la segunda que origina el
esqueleto, sistema muscular y circulatorio, y la tercera , externa, que
origina el sistema nervioso. En base a ello, se describen temperamentos
asociados a la actividad digestiva, muscular o intelectual, distinguiéndose,
según sea el desarrollo predominante de alguna de esas capas:

o El temperamento endomorfo — interno, que presenta una


tendencia a la obesidad, de contextura blanda y redonda, tórax y
abdomen prominentes; rostro ancho, cuello corto, brazos y músculos
robustos, con manos y pies pequeños. Este prototipo de “gordo
bueno”, debería tener un carácter tranquilo, albergar sentimientos
simples y fácilmente accesibles; ser una personalidad amable a la
que guste despertar afecto y aprobación, que disfrute de la compañia
de amigos en torno a una mesa bien servida.
o El temperamento mesomorfo — central, de complexión equilibrada,
musculosa, con extremidades fuertes y alargadas, tórax bien
formado predominando sobre un abdomen firme y no voluminoso.
El cráneo de tendencia prismática, sobre hombros anchos, provisto
de una mandíbula huesuda y cuadrada; su cuerpo de piel gruesa,
resistente a los rigores de la intemperie. Este fornido y atlético
individuo, habrá de ser activo y emprendedor, desplegará su energía
física en el deporte o en otras actividades de índole
predominantemente física, se sentirá atraído por la aventura, el reto
de los riesgos. Tendrá tendencia a la búsqueda de poder y autoridad
sobre otros, será seguro de sí, osado y tendrá muy pocas inhibiciones.
Disfrutará esencialmente de las actividades, querrá destacarse y ser
líder.
o El temperamento ectomorfo — externo, de complexión
decididamente alargada, huesos delgados y músculos no muy
desarrollados, piernas largas, hombros caídos, vientre hundido,
tórax extrecho. Su rostro, de conformación oval, el cuello largo, los
brazos extensos, la piel delgada y pálida. Son individuos cuya
inquietud es más intelectual que física, no son afectos a grandes
movimientos o actividades, tienden a la introspección, aborrecen y
tratan de eludir las dificultades.
 El carácter — expresión que idiomáticamente alude a aquello que
individualiza precisamente (etimológicamente alude a algo marcado o una
incisión realizada, como en la escritura cuneiforme), de modo que puede
calificarse como aquellos componentes que expresan de una manera más
individualizada y distintiva el modo de ser y comportarse de una persona en
particular.

El carácter es un componente que se ve fuertemente influido por el


ambiente, la cultura, la educación, el entorno social y familiar, el núcleo de
amistades o de trabajo, etc. En cierto sentido, resulta de la forma en que los
componentes constitucionales del temperamento, son moldeados a lo largo
de su desenvolvimiento en el ambiente familiar, educacional, social; y sus
condiciones personales se desarrollan en cierta dirección.

Uno de los factores esenciales del carácter es la voluntad unida al temple,


como expresión del autodominio sobre los propios comportamientos;
especialmente en las decisiones personales que importan ejercer la libertad,
pero que a la vez se condicionan por el deber, la responsabilidad, y el respeto
a límites sociales o morales.

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Tipología de la personalidad.

Una tipología es un ordenamiento y clasificación sistematizada de diversos


elementos correspondientes a una misma categoría, que por lo tanto participan
de una cualidad común pero tienen propiedades, especificidades o graduaciones
diferenciales y en cierto modo características — por lo que responden a diversos
tipos — de forma de reunirlos en agrupamientos típicos, preferiblemente
siguiendo una secuencia progresiva en base al factor o carácter, que determina su
diferenciación; realizada especialmente con fines de exposición y estudio.

En el caso, una tipología de la personalidad trata de establecer una cantidad


limitada de tipos, en los cuales puedan insertarse con el mayor ajustamiento
posible, las características que presentan la enorme variedad de personalidades
individuales. Esta clasificación facilita tanto la comprensión de sus cualidades
como la predictibilidad de sus comportamientos.

Los criterios para tipificar las personalidades, han de referirse a ciertos


componentes no excesivamente individualizadores; motivo por el cual la mayor
parte de las tipologías de la personalidad se atienen a aspectos generales y
relacionados con componentes biológicos y psicológicos, de índole temperamental.
La indudable especificidad que poseen los individos humanos hacen difícil
tipificar sus variadísimas personalidades; y reducen el campo de la tipología a
algunos aspectos principales de los comportamientos, y ateniéndose a solamente
algunos de los elementos que integran la personalidad.

Se atribuye a Hipócrates — contemporáneo de Sócrates y acreditado como


el padre de la medicina — haber realizado lo que puede considerarse como la más
antigua de las tipologías de la personalidad humana.

Siguiendo la concepción de Empédocles acerca de la integración del cosmos con


los cuatro elementos (aire, tierra, agua y fuego), Hipócrates sostuvo que esos
cuatro elementos estaban contenidos en el microcosmos del hombre, en forma
de humores (algo así como jugos, que posteriormente algunos equiparan a las
secreciones endócrinas); y que el predominio de alguno de ellos determinaba el
temperamento de cada individuo:

Elemento Propiedades Humor Temperamento


Aire Caliente ySangre Sanguíneo
húmedo
Tierra Frío y seco Bilis negra Melancólico
Fuego Caliente y seco Bilis amarilla Colérico
Frío y húmedo
Agua Flema Flemático

Lo cierto es que, pese a su antigüedad, por lo menos las denominaciones de los


temperamentos establecidas por Hipócrates hace 24 siglos, siguen siendo
empleadas como caracterización de ciertas personalidades, especialmente a nivel
de la terminología corriente y aún la literaria.

Una de las tipologías más empleadas — entre muchas que existen — es la


desarrollada inicialmente por Heymans y Wiersma, a menudo mencionada
simplemente como tipología de Heymans.

Esta tipología se fundamenta en que las conductas estarían determinadas por dos
tipos de factores que se presentan en dos grados:

 La emotividad — consistente en la mayor (primaria ) o menor


(secundaria) repercusión emocional del sujeto ante un acontecimiento.
 La actividad — consistente en la mayor (primaria ) o menor (secundaria)
inclinación del sujeto a responder a un estímulo mediante la acción.

A la vez, los sujetos que presentan los rasgos indicados en


forma primaria son variables o volubles; en tanto que los presentan en
forma secundaria son constantes y organizados.

Estos rasgos se combinan dando lugar a ocho personalidades típicas:

Rasgos de personalidad Temperamento


Emotivo-Activo-Secundario Apasionado
Emotivo-Activo-Primario Colérico
Emotivo-no Activo-SecundarioSentimental
Emotivo-no Activo-PrimarioNervioso
no Emotivo-Activo-SecundarioFlemático
no Emotivo-Activo-PrimarioSanguíneo
no Emotivo-no Activo-SecundarioApático
no Emotivo-no Activo-Primario Amorfo

 Otro rasgo de la personalidad que se considera, es la retentividad —


consistente en el grado en que las experiencias pasadas inciden en la
conducta; de manera que el retentivo primario atiende intensamente a las
imágenes, recuerdos y pensamientos anteriores, en tanto que el retentivo
secundario prescinde facilmente de esos antecedentes y se adapta con
mayor facilidad a los cambios y a las situaciones nuevas.

Otra tipología de la personalidad muy utilizada, es la presentada por el


psicólogo alemán Krestschmer, en 1921; en que vincula el aspecto físico y
biológico con tres tipos morfológicos de características definidas en su
personalidad, y que tiene indudable similitud con los tipos de temperamento antes
relacionados:

 El tipo leptosomático — de aspecto físico delgado, predominantemente


vertical, de hombros estrechos, cuello largo, rasgos faciales angulosos, piel
seca, aspecto anémico y escaso peso. Psicológicamente, presentan una
personalidad indiferente, con escasa capacidad afectiva, actitud taciturna,
excesiva susceptibilidad, tendencia a la irrealidad y a una vida mental
íntima imaginativa. Son personalidades de tendencia esquizoide, que
tienen cierta propensión a vicios del tipo del alcoholismo.
 El tipo Pícnico — con importantes componentes horizontales en su aspecto
físico — estatura mediana, rostro ancho y blando, cuello corto y macizo,
vientre abultado, hombros con tendencia a caer hacia adelante. Su
personalidad es sociable, satisfechos de sí mismos, buen organizador, de
afectividad insegura y variable, inclinados a asumir posiciones extremas,
propensos a rápidos cambios de estado de ánimo. Son personalidades de
tipo paranoide, con cierta propensión a caer en psicosis maníaco-
depresivas.
 El tipo Atlético — cuya presentación física es de estatura mediana a
mayor, hombros fuertes y espalda plana, tórax voluminoso, vientre plano
y terso, cuello relativamente largo pero grueso y fuerte, miembros y cuerpo
musculoso y con buena tonicidad muscular. Son personalidades estables,
equilibradas y tranquilas, a la vez lentos y tenaces en su accionar, de
temperamento analítico pero escasamente imaginativos, de buena
inteligencia racional, con ideas definidas, orientaciones firmes a la vez que
prudentes, expresividad mesurada, concreta y precisa. Son personalidades
sin tendencias esquizoides ni paranoides; pero que pueden tener
predisposición a la epilepsia.

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Maduración e inmadurez de la personalidad.

La personalidad humana es necesariamente evolutiva, si bien no en forma


exclusiva, por lo menos en forma predominante con diversas etapas del
desarrollo biológico, que es connatural al crecimiento.

En un sentido más amplio, puede considerarse que la maduración de la


personalidad tiene lugar cuando se alcanza la integración armónica y
equilibrada de los diferentes aspectos de la personalidad en todas sus
dimensiones; la orgánico-biológica, la psicológico-espiritual-social en los planos
intelectual, afectivo y de la interrelación con el medio social.

Sigmund Freud consideró que la persona madura es aquella capaz de amar y de


trabajar. Gordon Allport describe seis características de una personalidad
madura, que identifica con la edad adulta.

En cierto modo, puede considerarse que cada una de las grandes etapas de la
vida humana (lactancia, niñez, adolescencia, edad adulta), tienen en sí mismas
un ciclo de iniciación y un proceso de maduración; que salvo en la primera de
ellas, se fusiona con la iniciación del siguiente.

En ese sentido, Erik Erikson, en su libro “Infancia y sociedad” menciona la


existencia de un estado de madurez que es aplicable a cada etapa del desarrollo
del ser humano; y considera que en la vida existen ocho etapas:

 En el período inicial de lactancia, que puede considerarse sea el primer


año de vida, el ser humano, que necesariamente se desarrolla en un
ambiente social, atraviesa una crisis de índole psico-social, que se
manifiesta en una primaria actitud de desconfianza hacia el medio
externo, que va transformándose paulatinamente en confianza hacia el
medio más cercano, y gradualmente ampliándose hacia medios sociales
más amplios. Por lo que puede considerarse que la maduración de la
personalidad del lactante y del niño de muy corta edad, se produce en el
momento en que adquiere un sentido básico de confianza y percibe que lo
que recibe del medio que lo rodea no es amenazador, y va sintiéndose
crecientemente seguro.
 En la segunda etapa, de bebé, el niño debe obtener cierto grado de
autonomía que le permita valerse por sí mismo; los padres deben darle
cierta libertad y evitar sobreprotegerlo, sin incurrir en exceso de
permisividad, al mismo tiempo que evitar burlarse de él, lo cual puede
determinar que se avergüence y se intimide, retrayéndose en su
desarrollo.
 En la tercera etapa: “edad del juego”, el niño presenta un proceso
acelerado de conocimiento del mundo que lo rodea, siendo el juego un
proceso de aprendizaje y de desarrollo de su motricidad. Es la edad de la
curiosidad y las constantes preguntas, en lo cual es preciso permitirle que
tome la iniciativa y procurar responderlas en forma sencilla, accesible,
pero sustancial.
 En la cuarta etapa, “edad escolar” el niño comienza su desarrollo
intelectivo, al mismo tiempo que perfecciona su motricidad y su destreza.
Su actividad en asociación con otros niños, inicia un proceso de
socialización en el cual aprende principalmente a considerar los límites
admisibles al comportamiento en situación igualitaria, sin los
“privilegios” de que gozaba en el medio familiar.
 La quinta etapa, la adolescencia coloca al joven en un proceso de
estructuración interna y externa de su propia identidad individual; en el
cual una cierta turbulencia interior le suscita inclinaciones a buscar
exteriorizar diferenciaciones formales como medio de mostrar su
condición de persona autónoma de los restantes. Al mismo tiempo suele
incurrir en conductas contradictorias con eso,
de “mimetización”(adoptando y cambiando facilmente “modas” diversas,
y tratando de ponerse a la vanguardia en su cambio por otras).

En ese proceso de auto-afirmación desarrolla una tendencia a alejarse de


las anteriores referencias formales (la familia, el centro educativo, los
núcleos sociales); pero al mismo tiempo, en la búsqueda de supuestas
nuevas referencias y modelos desarrolla la tendencia a imitar líderes, y a
erigir “ídolos” en manifestaciones a la vez muy intensivas pero
cambiantes (lo cual frecuentemente es motivo de abierta
comercialización, sobre todo en el campo musical). En ese mismo proceso
de auto-afirmación y sustitución de referentes, las relaciones de amistad
con personas del mismo sexo y edad adquieren gran importancia, que
ocasionalmente pueden insinuar rasgos de homosexualidad.
 La sexta etapa, de juventud — cuando se desenvuelve en condiciones de
normalidad — conduce a la consolidación de los rasgos de la
individualidad, estructura una orientación vital con espectativa de ser
duradera (elección de una actividad económica y formación para ella),
establece una afectividad heterosexual más firme con tendencia al
establecimiento de una pareja de intencionalidad estable; y sobre todo
genera una introspección sustancial y equilibrada.
 La séptima etapa, del adulto consolida la orientación vital en el
asentamiento de una actividad ocupacional, apunta al establecimiento de
una familia y consiguiente constitución de sus fundamentos económicos y
afectivos, lleva a asumir plena conciencia de las responsabilidades
personales, a participar de manera racional en algunas actividades
sociales; de manera que una personalidad equilibrada no es compatible
con una actitud individual y socialmente vegetativa, ni tampoco
exageradamente alejada de una adecuada atención de los objetivos
propios y de su familia.
 La octava etapa, de madurez plena implica el alcance de una situación de
consolidación en el plano afectivo y de una actividad productiva, la
estabilidad familiar y en el encuadramiento social, el logro de cierto nivel
de conocimiento y reconocimiento en el medio, la posibilidad de encontrar
un sentido vital propio inserto en la sociedad, en que la integralidad de la
realización implica un supuesto de reciprocidad entre lo que se entrega y
lo que se recibe, una progresiva satisfacción por lo vivido y lo realizado.

La madurez de la personalidad se logra


cuando se alcanza un estado de equilibrio
fundamental en el comportamiento, mediante
un balance consciente de los componentes de la
personalidad, en que la conducta es resultado
de un intenso dominio intelectual y
racional del individuo sobre sus reacciones,
ante las distintas circunstancias que debe ir
afrontando en toda su vida.

El rasgo fundamental de la madurez, en consecuencia, reside en el obrar racional


y reflexivo aunque no indeciso, y especialmente en la sobreposición de la
voluntad y la racionalidad sobre los apetitos y los instintos. Una conducta
centrada en un plan de vida, un conjunto de ideales no utópicos y adecuadamente
escalonados en el tiempo, en conformidad con las propias capacidades; y la
percepción de la prioridad de proveerse de los medios adecuados para alcanzar
los objetivos de vida, un grado de tesón y de tensión mesurado pero continuado,
que conduzca a persistir en objetivos de mediano y largo plazo, sin dar
preferencia al inmediatismo en los goces y en la disponibilidad de lo deseado.
La madurez necesariamente está relacionada estrechamente con la edad, en
cuando ella permite adquirir experiencias. Pero también es posible beneficiarse
de la experiencia y del conocimiento acumulado por otros, mediante el estudio,
la observación y la reflexión racional; de modo tal de evitar incurrir en “salidas
en falso” o en actividades que debiera advertirse que están fuera del alcance, y
que necesariamente han de conducir a frustraciones.

Asimilar la frustración, aprendiendo a no adjudicar responsabilidades externas


cuando la razón de las frustraciones reside en nuestras propias incapacidades,
omisiones de esfuerzo sostenido, excesos de ambición o impaciencia, es una de las
condiciones de la maduración de la personalidad.

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Trastornos de la personalidad.

Se denomina como trastornos de la personalidad un tipo de alteraciones


psíquicas patológicas — o psicopatías — que importan apartamientos de lo que
cabe considerar el estado de normalidad en la conformación de la personalidad;
y que sin ingresar al área de las patologías terminantemente psiquiátricas, ponen
de manifiesto frecuentes conductas individuales o de relacionamiento social,
claramente anómalas.

El carácter netamente patológico de los trastornos de la personalidad consiste en


la existencia estructural y permanente, de un patrón estable, e inflexible de
comportamiento, que se pone de manifesto en una variedad de situaciones
sociales y personales. Por lo tanto, los rasgos definitorios de los trastornos de la
personalidad se dan en las personalidades normales, pero
ocurren circunstancialmente respecto de episodios concretos u ocasionales; por
lo cual no llegan a conformar un patrón permanente y característico de la
persona.

La ocurrencia de actitudes o comportamientos de las personas, que presentan


caracteres por lo menos afines a los factores que configuran trastorno de la
personalidad, es una circunstancia a la que debe prestarse especial atención;
tanto desde el punto de vista de la vida interior personal, como respecto del
comportamiento de las personas con que se tiene relacionamiento, sea familiar,
social o afectivo. Por cuanto, a pesar de tratarse de manifestaciones
circunstanciales, revelan un tipo de inestabilidad primario de la personalidad,
que puede tener diverso grado de intensidad y que, por lo tanto, puede
manifestarse en forma incompleta - por inclinación de la persona a reprimirlos o
porque no ha alcanzado un grado elevado de arraigo - pero que, de no
evolucionar en un sentido de normalización de las conductas, puede conducir a
su agravamiento o consolidación. Por lo tanto, prestar atención a los
comportamientos de las personas con quien se tiene relación es muy importante,
incluso a los efectos de determinar la conveniencia o inconveniencia de persistir
en ese relacionamiento.

En tales condiciones, resulta importante el conocimiento básico de los


indicadores de los rasgos propicios al desarrollo de un trastorno de la
personalidad, y de esa forma estar en condiciones de formarse un criterio
respecto a la condición de las personas con que trata en la vida corriente; de
modo tal que permita evitar envolverse en situaciones conflictivas, involucrarse
en relacionamiento cercano o permanente con quienes ostentan condiciones que
conducirán a que esas relaciones resulten problemáticas e incluso peligrosas; y,
en general, tener una percepción más lúcida de las personas con quienes se trata,
ya sea en forma corriente u ocasional.

La realidad social exhibe una importante cantidad de casos de personas que


tienen una fuerte tendencia a asumir comportamientos anómalos, sea en su
actitud personal o en su relacionamiento en los medios sociales, familiar,
educacional, laboral, deportivo, político, etc. Esos comportamientos anómalos no
han de consistir necesariamente en conductas extremada y abiertamente lesivas
de valores sociales o individuales; sino que en buena parte de los casos pasan por
ser excentricidades quizá anodinas, o rasgos personales peculiares pero más o
menos aceptables o tolerables.

Así ocurre con diversas actitudes o condiciones cuestionables; tales como la


inclinación a la holgazanería, la banalidad de los intereses intelectuales o
culturales, la irascibilidad, la marcada egolatría, la acentuada inconformidad, la
ambición desmedida o la ausencia total de objetivos de vida, el fanatismo
deportivo, ideológico o religioso, la rigidez, la intolerancia y la inadaptación a la
convivencia en la vida de relación familiar, afectiva o laboral — especialmente
en las relaciones de pareja — la desleatad y la autojustificación de conductas
propias incorrectas reconocidas íntimamente como tales, la despreocupación por
el futuro y la ausencia de un proyecto de vida, la ausencia de centros de interés
en la vida intelectual o de relación o, al contrario, la unilateralización obsesiva y
excluyente en uno determinado, la administración negligente de los medios
económicos; y otras conductas similares, que en mayor o menor grado y con
mayor o menor intensidad, se suscitan en forma bastante frecuente en la realidad
de la sociedad, y que también son las que en gran medida tipifican a los
personajes de ficción de la literatura o el drama.

En este último aspecto, resulta bastante obvio que las necesidades estructurales
de las tramas de la ficción literaria - en la novela, en el cine e inclusive en las
“telenovelas” - conducen a presentar personalidades de componentes
patológicos, cuyo comportamiento resulte imbuído de rasgos anómalos,
generalmente reñidos en mayor o menor grado con el respeto a los valores
esenciales de la convivencia social; de manera de suscitar las situaciones
conflictivas que conforman la trama y conducen al desenlace.
La circunstancia de que los trastornos de la personalidad no configuren
psicopatologías francamente psiquiátricas así como que, desde el punto de vista
clínico, el diagnóstico psiquiátrico de su existencia en un sujeto se fundamente en
la condición de estructural y permanente de sus rasgos definitorios como
determinantes de los patrones de conducta esencialmente predominantes de su
comportamiento; no obsta a que esos patrones de conducta operen con diverso
grado o intensidad de influencia en las personas y a que, en consecuencia, a pesar
de que ello no sea determinante absolutamente predominante de su
comportamiento, igualmente tengan una presencia que influye fuertemente, no
solamente en su vida de relación sino también en el ámbito de su propia
internalidad mental, intelectual y anímica.

Y, por lo tanto, ocurre que a pesar de que no se halle clinicamente configurada


una personalidad afectada por uno — o varios — de los trastornos clínicamente
categorizados como francamente psicopatológicos, la influencia aunque sea
tendencial de dichos rasgos conduce a las personas a una condición psicológica y
conductual incongruente, sea con los procesos lógicos del razonamiento, sea con
el adecuado ajuste a los genuinos valores éticos, sea a una adecuada percepción
de las condicionantes de la vida en sociedad, sea con una certera inteligencia (en
el sentido de entendimiento) de las actitudes y orientaciones que habilitan la
efectiva realización personal en los diversos ámbitos de la vida. Una situación que
no solamente tiene repercusiones negativas en la vida individual o en los ámbitos
del relacionamiento directamente personal, sino que se amplifica — y a menudo
es deliberadamente explotada — en las actividades colectivas o multitudinarias,
tales como las de índole deportiva, política, sindical o religiosa; lo cual redunda
en graves alteraciones de la vida social.

Los estados patológicos de la psiquis, de que esas situaciones son resultado,


generalmente no son tomados en consideración en la forma debida, por lo que,
en la mayor parte de los casos no son diagnosticados en forma temprana, no son
reconocidos por quienes los padecen — ni aceptados aún después de
diagnosticados — no motivan la implantación de tratamientos terapéuticos, y
sobre todo no son debidamente prevenidos en las etapas iniciales de su desarrollo.
Se trata de las patologías psíquicas más frecuentes — aunque de diversos grados
— que con frecuencia no quedan claramente de manifiesto hasta que dan origen
a situaciones graves, como intentos de auto-eliminación o actos de grave violencia
y aún de delitos.

En numerosos casos, las personas que padecen trastornos de la personalidad — o


presentan en grado intenso algunos rasgos de esa anomalía — no originan
episodios de la gravedad mencionada; y por lo tanto, conviven abiertamente en
la sociedad. Si bien en muchos casos su actividad no excede de expresar
conductas excéntricas — y en ciertos casos dan lugar a resultados que hasta
suelen considerarse valorables, por ejemplo, en las artes — su presencia en el
ámbito social no es indiferente en cuanto, especialmente algunos tipos de
trastornos, suele estar en el origen de alteraciones en las relaciones de familia o
de trabajo, así como también tienen especial trascendencia en la vida política de
las Naciones, de lo cual existen abundantes ejemplos en la Historia y en la
actualidad.

Sin embargo, una de las características más problemáicas que presentan las
perturbaciones y los trastornos de la personalidad, consiste en que, entre los
desarreglos de conducta que provocan, se destacan especialmente las
desarmonías familiares, la irresponsabilidad e indisciplina en los ámbitos
educativos y laborales, la inclinación a asumir actitudes reclamatorias o
conflictivas ante insatisfacciones o frustraciones, el radicalismo ideológico o
religioso y la adhesión exasperada a “causas” reivindicativas, la inconsistencia
afectiva y la inclinación a la promiscuidad; y consecuentemente el ingreso a un
ciclo perverso —en el cual a menudo se incorporan las drogadicciones — que
profundiza, acelera y agrava la patología psíquica y puede llegar a convertirla en
franca patología psiquiátrica.

En la escasa consideración que suele prestarse a las psicopatologías que — en


diverso grado — se manifiestan en el comportamiento de quienes las padecen,
especialmente en el ámbito de las relaciones sociales, se encuentra la causa de
buena parte de las tensiones y conflictividad que afectan a las sociedades y los
países en algunos órdenes de la vida social y política; y que a menudo se intenta
resolver mediante tardías medidas punitivas, o se encaran como objeto de
“políticas sociales”, e incluso hasta se evalúan, erróneamente, como justificado
ejercicio de la libertad política.

La personalidad normal.

El punto de partida para el análisis de los trastornos de la personalidad,


consiste en determinar el concepto de la personalidad normal.

A estos efectos, se considera que los rasgos caracterizantes de la personalidad son


sus componentes de:

 cognición — consistente en la forma en que el sujeto se interpreta a sí


mismo, e interpreta a las demás personas y a los acontecimientos. Para
ello, es un factor determinante el grado de inteligencia, considerado como
la capacidad del individuo para percibir e interpretar adecuadamente la
realidad de su vida personal y social, para lo cual es un presupuesto
fundamental el grado de desarrollo intelectual, de conocimiento, de
ejercicio de los procesos intelectuales y de socialización adquirido en las
actividades educacionales, y las propias experiencias y condiciones
estructurales personales.
 Afectividad consistente la amplitud de los factores que determinan una
respuesta emocional; el espectro de dichas respuestas (alegría, ira,
decepción, indiferencia, entusiasmo, excitación motriz, amistad, afecto,
amor, etc.); la adecuación de las respuestas a su causa; la intensidad y la
duración de tales respuestas.
 El control de los impulsos — capacidad de sujetar el comportamiento a
evaluaciones y decisiones racionales, en vez de ejecutar las conductas en
forma totalmente espontánea — e incluso dejándose llevar por los meros
instintos —y sin una serena evaluación de sus consecuencias.
 La actividad interpersonal — resultante del relacionamiento con las otras
personas en los ámbitos de convivencia, sea familiar, educativo, laboral o
simplemente social.

En base a esos componentes, la personalidad está constituida por rasgos


de pensamiento, afectividad y estilos de comportamiento que, normalmente, se
expresan en formas estables — o al menos, oscilantes dentro de parámetros
limitados — a lo largo del tiempo y en forma coherente respecto de las situaciones
de vida del sujeto.

Conforme a esos conceptos, algunos autores recientes definen la personalidad


como "la organización dinámica de los diferentes sistemas psicobiológicos del
individuo, que permiten una mejor adaptación, y cuya organización depende de la
maduración neurobiológica, las experiencias interpersonales y afectivas, y la
incorporación de normas sociales."

Cabe considerar como normal un prototipo de


personalidad que — si bien desde el punto de vista de
la psicología caracteriza y diferencia a cada persona
del resto de las demás — se desenvuelve en el ámbito
de su vida interna y de su vida de relación, ante los
eventos internos y externos con que se contacta,
mediante respuestas conductivas que, dentro de los
márgenes de la libertad y la racionalidad, se ajustan
a una correcta percepción de la realidad,
son coherentes con los factores determinantes en su
naturaleza, intensidad y duración, y se corresponden
con las pautas de conducta y de valores requeridos
por la convivencia en el seno de la sociedad.

La personalidad trastornada produce incapacidad funcional significativa tanto


para el desenvolvimiento de la vida interna del individuo, como en su
relacionamiento social, educativo, laboral, sexual, cultural, político y en todas las
áreas de la vida.

.
Tipología de los trastornos de la personalidad.

Para la categorización y tipificación de los las psicopatologías de la


personalidad, los especialistas se atienen genéricamente al Manual diagnóstico y
estadístico de los trastornos mentales, de la Asociación norteamericana de
psiquiatría, conocido como el DSM, al cual periódicamente se realizan
actualizaciones, rigiendo actualmente el DSM-IV

El DSM-IV clasifica los trastornos de la personalidad en los siguientes grupos y


tipos:

 El Grupo A — integrado por la personalidad paranoide, la esquizoide y


la esquizotípica; cuyos caracteres principales, muy someramente
expuestos, son:
o En el trastorno paranoide de la personalidad predomina una
actitud de muy fuerte desconfianza y suspicacia en el
relacionamiento personal y social; y de interpretación errónea de
la realidad.
o En el trastorno esquizoide de la personalidad existe en la persona
una desconexión en las relaciones sociales y una gran restricción
de la expresión de las emociones.
o En el trastorno esquizotípico de la personalidad existe en la
persona una actitud permanente de malestar en las relaciones
personales, una distorsión de las funciones cognoscitivas o
perceptivas y un comportamiento fuertemente excéntrico.
 El Grupo B — integrado por los trastornos de la personalidad
antisocial, borderline o limítrofe, histriónica y narcisista; cuyos caracteres
principales, muy someramente expuestos, son:
o En el trastorno antisocial de la personalidad existe una carencia de
internación de los valores básicos de convivencia social normal,
una ausencia de inhibiciones respecto de actos agresivos y violentos
que conduce al desprecio por la violación de las reglas sociales.
o El trastorno límite de la personalidad se caracteriza por una
intensa inestabilidad en las relaciones interpersonales y en los
afectos, una gran impulsividad en las actitudes, y una muy
cambiante imagen de si mismo.
o El trastorno histriónico de la personalidad se caracteriza por una
fuerte inclinacón a una permanente búsqueda de protagonismo,
actitudes dirigidas a llamar la atención sobre su persona, y a
expresiones de emotividad exagerada. Es un comportamiento
hasta cierto punto natural en los niños, cuya persistencia está
vinculada a una falta de maduración de la personalidad.
o El trastorno narcisista de la personalidad se caracteriza por una
actitud de exhibicionismo, búsqueda de despertar admiración y
envidia, autoconvencimiento de tener dones superiores y
autocomplacencia en exteriorizarlos. La denominación proviene
de un sujeto mítico, Narciso, que, considerándose poseedor de gran
belleza, se espejaba en un estanque, y por acercarse demasiado
terminó cayendo al agua y pereciendo ahogado.
 El Grupo C — que comprende los trastornos de la personalidad por
evitación, por dependencia y el obsesivo-compulsivo; y también un
trastorno de la personalidad no especificado, en el cual las personas suelen
ser ansiosas y temerosas. Sus caracteres principales, muy someramente
expuestos, son:
o El trastorno de la personalidad por evitación se carateriza por una
gran reticencia al relacionamiento social, una autoimagen de falta
de capacidades, hipersensibilidad a la crítica y a la frustración.
o El trastorno de la personalidad por dependencia, tambén
denominado como personalidad súcuba se caracteriza por una
marcada inclinación a la sumisión y la búsqueda permanente de
protección y cuidado.
o El trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad se caracteriza
por el predominio obsesivo y enfermizo por el ordenamiento o el
perfeccionismo, por el exagerado cuidado y precauciones (p.ej.
limpieza o desinfección) y por otros tipos de conductas
persistentemente obsesivas o compulsivas (p.ej. a los juegos de
azar).
o El trastorno de la personalidad no especificado comprende
fundamentalmente:
 Cuando existe una característica básica de un trastorno de
la personalidad concurriendo con características de varios
otros trastornos de la personalidad, sin que predomine
abiertamente un trastorno específico;
 Cuando ostensiblemente existen rasgos indicativos de un
trastorno de la personalidad, pero ese trastorno no está
categorizado en la clasificación (p. ej., el trastorno pasivo-
agresivo).
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Trastorno paranoide de la personalidad.

El trastorno paradoide de la personalidad es uno de los fenómenos más


frecuentes de manifestaciones irregulares de la personalidad y la conducta;
especialmente en los comportamientos paranoides por insuficiencia
cultural (insuficiencia entendida no solamente en relación al conocimiento y
educación, sino también a la integración en los fundamentos y valores
estructurales de la entidad social).
La psicopatología paranoide es una psicosis que mueve al sujeto a una
interpretación errónea de la realidad, y lo lleva a razonar en forma estrictamente
lógica, pero a partir de tales falsas premisas; de lo cual el ejemplo clásico es la
personalidad literaria de Don Quijote de la Mancha.

La personalidad paranoide se caracteriza por inclinarse a interpretaciones


equivocadas de diversos factores y situaciones; generalmente por falta de
capacidad cultural, y a menudo por una excesiva subjetivación emocional
resultante de un exceso de autoestima que le imposibilita reconocer y aceptar los
propios errores y responsabilidades. Esa incapacidad para percibir las
realidades, sobre todo las complejas, tal cuales ellas son, no solamente es lo que
determina el componente de dogmatismo en sus puntos de vista y de su
intolerancia para los otros; sino que es determinante de que persista en sus
interpretaciones incluso ante la absoluta evidencia de su error.

Una rasgo frecuente en la personalidad paranoide es la actitud de permanente


desconfianza o prevención; una tendencia a considerar que las demás personas
siempre están inclinadas a prevalecerse de su superioridad intelectual para
obtener ventajas injustas o provechos indebidos; y en un sentido más amplio, que
las estructuras jurídicas y sociales operan en su perjuicio en forma sistemática o
deliberada.

Con mucha frecuencia este trastorno de la personalidad opera de manera


enfocada o temática; de manera que las conductas no referentes al área temática
afectada se desenvuelven dentro de los parámetros de la personalidad normal; lo
cual, obviamente, dificulta la percepción del trastorno. Sobre todo porque otra
característica que se da en estas personalidades es un nivel de habilidad superior
al general para estructurar fantasías y una gran capacidad para mentir, exponer
versiones falsas pero logicamente bien articuladas, y sostenerlas de manera muy
terminante. Por esto mismo, ha sido frecuente que este tipo de personalidades
alcanzaran notoriedad y en muchos casos hayan sido muy persuasivos, respecto
de cuestiones de interpretación de la filosofía, de la Historia, o de la política;
obteniendo importante respuesta concordante en la sociedad, en función del
amplio predominio en ella de esos mismos factores de insuficiencia cultural.

La componente de fuerte autoconvicción dogmática y de impulso a imponer sus


interpretaciones, lleva a actitudes de “fanatización”, o de “radicalización” sea
con respecto a ciertas concepciones religiosas — frecuentemente al misticismo —
o ideológicas; sea con respecto a adhesiones idolátricas a personalidades
artísticas o deportivas, a hiperactivas “militancias” sociales, sindicales o
políticas, o similares. Estas personalidades tienden a asociarse con quienes tienen
similares características, e intervienen de manera importante en los fenómenos
de multitud desorbitada, como ocurre en los incidentes en estadios deportivos o
en las “movilizaciones” sindicales, en las “marchas” y en las asonadas civiles y
políticas; y generalmente afloran facilmente al desbordarse con el estímulo de la
ingesta de alcohol y drogas.

Precisamente, las personalidades paranoides, cuando se manifiestan de manera


acentuada, suelen emprender actividades que racionalmente resultan utópicas, y
que coloquialmente suelen calificarse de “quijotescas”.

Los ejemplos de estas alteraciones de la personalidad son reiterados a través


de la historia y en la vida de las sociedades. En la época contemporánea, el caso
más típico ha sido el de Adolfo Hitler, a causa de sus gravísimas repercusiones
históricas. Sin embargo, también existen en tiempos mucho más recientes
numerosas figuras, especialmente en los desenvolvimientos políticos de varios
países latinoamericanos, cuyas actitudes evidencian la existencia del trastorno
paranoide, que suele presentarse también en asociación con otros tipos de
psicopatías de la personalidad; aunque también son notorios los casos de líderes
que se asientan en la explotación de esas tendencias psicopáticas en vastos
sectores de las poblaciones.

De tal manera, no solamente es posible advertir con bastante facilidad la


actividad de individualidades de personalidad paranoide, de diversos grados, en
la vida pública de las naciones; sino especialmente en la vida de relación
corriente, a nivel de personas comunes, con una frecuencia muy alta aunque de
intensidad variable.

En ese sentido, es frecuente apreciar actitudes reactivas ante las frustraciones, en


comportamientos llamados “querulantes” (reclamatorios, protestatarios)
dirigidas especialmente hacia los centros de autoridad. Una actitud típica, de esta
clase, es la personalización política en determinados titulares de cargos de
autoridad, atribuyéndoles la exclusiva “culpa” de situaciones económicas o
sociales desafortunadas; y también la “sacralización” de otras personalidades a
las que se asignan capacidades extraordinarias de que notoriamente carecen,
fincando en que asuman autoridad, la solución voluntarista de todas las
circunstancias negativas; y en las frecuentes reclamaciones anómicas de justicia.

Se aprecian reiteradamente estos comportamientos en personas que resultan


inadaptadas a las subordinaciones normales a nivel familiar o laboral; son
permanentemente invocativas de sus “derechos” y poco propensas a aceptar
y acatar sus obligaciones; están permanentemente inclinadas a no disciplinarse
dentro de las organizaciones o en actividades de convivencia como el tránsito
vehicular en las ciudades, respetar el turno en una “cola”, etc. etc.

Un comportamiento típico de la personalidad paranoide por déficit cultural y


educativo, es el fácil desencadenamiento de la agresividad verbal reactiva,
especialmente ante expresiones que puedan implicar un juicio negativo hacia su
persona — muchas veces sin que ello haya sido la intención del interlocutor, pero
interpretado así con subjetiva susceptibilidad u “orgullo” — y asimismo la falta
de tacto y de mesura en las apreciaciones negativas hacia otros, bajo la
invocación de que son “la verdad”.

En la misma categoría se incluyen las actitudes de motivación por


resentimiento — manifestación innominada de la envidia — que establecen como
centro psicológico de imputación, en función de la tendencia maníaco-
persecutoria del paranoide y de la simplificación vulgar de factores inherente a
su bajo nivel cultural e intelectual, diversas entidades sociales o económicas a
menudo genéricas; sean la “dirección”, “los profesores”, los “patrones”, “la
policía”, “los políticos”, la “banca”, los “corruptos”, la “prensa”, el
“imperialismo”, la “oligarquía” etc. Naturalmente, las personalidades así
conformadas, son propicias a dejarse convencer por ideologías que,
supuestamente, “racionalizan” esas concepciones.

Se trata de carencias de maduración de la personalidad en su sentido de


equilibrio racional y de captación realista de las condicionantes de diversos
aspectos de la vida individual o colectiva; cuya superación comienza
necesariamente por el aforismo socrático de conocerse a sí mismo, de percibir y
captar las propias insuficiencias, y de proponerse seriamente superarlas, en un
esfuerzo sostenido para percibir la realidad tal como ella es, adecuarse a las
limitaciones personales propias, aprender a desarrollarse respetándolas,
adquiriendo una personalidad solidamente establecida, como primer requisito
de auto-realización individual, fundada en el propio esfuerzo.
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Trastorno antisocial de la personalidad.

El trastorno antisocial de la personalidad es, lamentablemente, uno de los que


se hacen crecientemente ostensibles en la sociedad; fenómeno indudablemente
asociado a las importantes falencias en los procesos de educación dirigidos a la
internalización de los fundamentos y valores estructurales inherentes, no
solamente a la convivencia normal, sino también a la propia realización personal.

La psicopatología antisocial es una psicosis caracterizada por la perversión de


los principios básicos de la socialización, de los valores morales y jurídicos
primarios que deben regir la convivencia en los distintos ámbitos de la vida en
sociedad; y en consecuencia por la ausencia, el no funcionamiento, de los factores
mentales y culturales inhibitorios de las conductas lesivas, que son ejecutadas con
total prescindencia de su valoración moral, ética o jurídica. Por tales
características, en los estudios iniciales de la conducta, especialmente desde el
punto de vista de la responsabilidad penal, ha sido descripta como locura moral.
Uno de los componentes principales que se señalan como característicos de la
personalidad antisocial consiste en la ausencia de respuesta inhibitoria, la
carencia de sentimiento de temor, la indiferencia emocional y racional frente a la
realización de conductas que implican un factor de riesgo o de peligro incluso
para sí mismo, o consecuencias punitivas; que normalmente motivarían una
actitud de prudencia, de análisis de coeficiente de riesgo/beneficio, o simplemente
excluirían su realización. Ese mismo factor es fuertemente determinante de la no
efectividad de las medidas punitivas, no solamente como disuasivos sino también
como correctivos; dado el carácter fuertemente estructural de la ausencia de
respuestas inhibitorias.

Apreciado en relación directa con los efectos de la propia conducta respecto de


las otras personas, el comportamiento de la personalidad antisocial aparece
exclusivamente motivado y atento a las percepciones de propia gratificación
primaria e inmediata; siendo ese elemento de inmediatez en el resultado un
componente predominante, por lo cual otro rasgo inherente a la personalidad
antisocial es la importante falta de motivación para enfrentar actividades que
requieran una dedicación sostenida en el tiempo, y tengan ubicado en un futuro
el incentivo gratificatorio o beneficioso.

Las características indicadas, determinan que exista una posibilidad bastante


importante de detectar en forma temprana los rasgos que indican la tendencia a
desarrollar el trastorno de la personalidad antisocial; y en consecuencia, puedan
adoptarse las medidas terapéuticas consiguientes..

Los primeros estudios de finalidad científica respecto a la conducta antisocial —


especialmente en el área de la criminología — expusieron la teoría de que era
posible detectar las inclinaciones al delito (“spinta criminosa”) a partir de rasgos
de índole anatómica (Lombroso) como la forma braquicéfala o dolicocéfala del
cráneo.

No obstante la demostrada falta de sustento científico de esa idea — lo que


implica que no hay fundamento para invocar un origen genético del trastorno
antisocial de la personalidad — lo cierto es que existen fundamentos para
concluir que, en la enorme mayoría de los casos, el desarrollo del trastorno de
personalidad antisocial es resultante de situaciones y procesos que inciden sobre
el sujeto a partir de los comienzos de su formación y desarrollo mental e
intelectual. Como consecuencia, es posible considerar que existen medios
fundados e idóneos para percibir en forma temprana una tendencia marcada a
la inadaptación de la personalidad para la integración en la vida social en
condiciones de normalidad; y evitar o disminuir de manera importante la
posibilidad de que ella evolucione hasta las etapas irreversibles, en que el
trastorno implique la existencia de un estado peligroso, proclive a la violencia o
hasta al delito.
Este trastorno se manifiesta frecuentemente con la aparición en la niñez de
comportamientos antisociales que, si no son superados por el proceso de
aprendizaje, educación orientada a la integración en la sociedad y respeto de sus
valores, y maduración de la personalidad, se instalan y acentúan en la pubertad,
preadolescencia, adolescencia y después de la adolescencia, así como en la etapa
de adulto joven; y aunque en algunos casos parecen atenuarse a partir de la edad
aproximada de los 40 años, en realidad permanecen en estado más o menos
larvado y prontos a eclosionar ante un factor desencadenante.

Uno de los factores tempranos más ostensibles como potencialmente conducentes


a un trastorno de la personalidad antisocial, suele consistir en la carencia, en la
niñez, de un encuadramiento familiar sólido y equilibrado, en que se encuentren
claramente definidos los roles de los progenitores y se desarrollen en condiciones
de normalidad las relaciones y los afectos interfamiliares. Es éste un factor
actualmente muy crítico, en la medida en que — en forma absolutamente
independiente de las condiciones económicas de las personas — ese requisito no
puede cumplirse si los progenitores, a su vez, están afectados en alguna medida
importante, por irregularidades del comportamiento que impiden proveer ese
adecuado marco familiar.

Otras condiciones que tempranamente permiten avizorar la tendencia a un


trastorno antisocial de la personalidad — por su potencial consolidación — están
constituidas por las conductas perceptibles desde la infancia, consistentes en las
actitudes persistentemente caprichosas, la no aceptación o el no aprendizaje de
los límites infranqueables de la conducta, el rechazo de acatamiento a las normas
que paulatinamiente deben ser incorporadas como pautas para la vida cotidiana.

Los casos más marcados de indicadores de potencial inclinación a la psicopatía


antisocial, son conductas relevantes tales como la recurrencia de la mentira, las
“travesuras” reiteradas y trascendentes, las conductas agresivas, la persistencia
de los “berrinches”, las manifestaciones de envidia y resentimiento comparativo
respecto de otros, y especialmente la apropiación de pertenencias de otros niños
y otras formas de apropiaciones indebidas. Conductas que, más allá de las etapas
en que pueden considerarse “aceptables” conforme al desarrollo del proceso
educativo y de “socialización” del niño, son reveladoras de insuficiente
asimilación de las frustaciones y prohibiciones, deben merecer especial atención
no solamente por su incidencia actual en el desarrollo; sino en cuanto por su no
cancelación, son claros indicadores de una tendencia a desarrollar un trastorno
antisocial de la personalidad.

Indudablemente, la aparición de comportamientos irregulares en las etapas


posteriores a la formación primaria de la personalidad, tales como el desinterés
por el estudio, la selección de compañías y amistades cuestionables, el
establecimiento prematuro e irresponsable de relaciones sexuales, la utilización
sistemática de sustancias que generan dependencia (tabaco, alcohol), la
idealización de artículos (ropa de marca, aparatos diversos) especialmente como
simbólicos de status, el desarrollo de actividades peligrosas para sí mismo (altas
velocidades en vehículos); son todos indicadores que progresivamente van, desde
marcar una inclinación al desarrollo de una personalidad antisocial, hasta
denotar su instalación probablemente definitiva.

Los criterios que el Manual DSM-IV menciona como factores


claramente conducentes al diagnóstico de la existencia de un
trastorno antisocial de la personalidad son:

 Ausencia de adaptación al cumplimiento de las normas de


comportamiento legal.
 Desprecio de los deseos, derechos y sentimientos de los
demás.
 Desinterés por planificar el futuro.
 Comportamiento irritable con secuencia de agresividad
física.
 Despreocupación por la seguridad propia y de otros.
 Demostración continua de extremada irresponsabilidad.
 Muy bajo o ausente remordimiento por consecuencias
perjudiciales de sus actos.
 Historial de algunas conductas que constituyan síntomas del
trastorno antes de los 15 años de edad.

Al igual que ocurre con la mayor parte de los trastornos de la personalidad, el


trastorno antisocial — que, por su naturaleza y efectos, es el más peligroso desde
el punto de vista de la convivencia social — no se presenta como un componente
único de la psicopatía; sino que lo más frecuente es que opere en forma
acumulativa con otros trastornos, con los que comparte en buena medida los
principales síntomas; entre los cuales los más frecuentes son:

 Narcisista — búsqueda de admiración; hipocresía y deseo de provocar


envidia en los demás.
 Histriónico — conductas impulsivas, la superficialidad de los intereses
temáticos, permanente búsqueda de sensaciones, imprudencia, intentos de
manipulación de las personas. .
 Períodos depresivos, bipolaridad (pasaje súbito, frecuente e inmotivado
de estados eufóricos a estados depresivos), ansiedad recurrente,
somatizaciones (reacciones aparentemente corporales sin fundamento
fisiológico y de origen psíquico); en general, dificultades para el control
de los impulsos, "mala bebida" (embriaguez agresiva), inclinación o
franca dependencia a las adicciones.
Los avances producto de la investigación científica en la neurologóa, permiten
disponer de importantes conocimientos en cuanto a los rasgos anatómicos y
fisiológicos del cuerpo cerebral, que aparecen vinculados a la existencia del
trastorno antisocial de la personalidad.

En este orden del estudio de los comportamientos atribuibles a la psicopatología


antisocial de la personalidad, se distinguen los comportamientos agresivos en

 conductas reactivas — son las determinadas por la existencia en el sujeto


de un sentimiento de temor y de necesidad subjetiva de defenderse de
agentes que se le aparecen como potencialmente peligrosos
 conductas operativas — son las determinadas por una elaboración
racionalizada dirigida a eliminar lo que el sujeto considera un elemento
indeseable o a obtener uno que considera perentoriamente indispensable;
que planifica y llega a ejecutar la conducta agresiva de manera calculada
y en lo posible asegurándose de obtener el resultado y de eludir la
responsabilidad por ello.

Ha sido posible detectar que las zonas encefálicas que intervienen en la génesis
de los impulsos agresivos, se encuentran radicadas en el hipotálamo, el tálamo,
el hipocampo, el mesencéfalo y en el núcleo amigdalino; que constituyen
estructuras genéticamente antiguas del encéfalo. Asimismo, los factores
inhibitorios o desinhibitorios de los impulsos agresivos, se encuentran radicados
en estructuras más modernas o superiores del sistema nervioso central. Lo cual
sugiere que los factores reguladores del comportamiento están ligados a los
elementos adquiridos por el aprendizaje y el desarrollo racional; en tanto que los
factores desencadenantes de los impulsos agresivos tienen un fuerte predominio
de los puros instintos.

Se hace referencia, en consecuencia, a la existencia en el encéfalo de un “Sistema


de activación comportamental” que opera en interacción con un “Sistema de
inhibición comportamental” determinando respuestas frente a estímulos
placenteros o frustrativos; por lo cual las psicopatías agresivas serían
concomitantes a un exceso de atención del primero, y un déficit de atención del
segundo. De manera que una medición del estado de “tensión” de esos sistemas,
permitiría detectar los rasgos de los trastornos de la personalidad que
determinan las actitudes comportamentales que se reflejan en ellos. Y,
consiguientemente, la disponibilidad de fármacos con efectos sobre tales
“tensiones” permitiría ejercer acciones terapéuticas sobre las tendencias a
conductas antisociales.

Asimismo, la disponibilidad reciente de equipos de exploración no invasiva —


tales como la Resonancia Magnética Nuclear y la Tomografía por Emisión de
Positones — ha permitido conducir investigaciones sobre las relaciones entre la
anatomía cerebral y la presencia en el comportamiento de los criterios
diagnósticos del trastorno antisocial de la personalidad.

De todos modos, aunque no puede sostenerse que existen medios científicos


infalibles para determinar preventivamente la existencia del trastorno antisocial
de la personalidad a partir de factores genéticos o anatómicos objetivos, existen
sí elementos más que suficientes como para, en los casos individuales en que se
acumulan factores tales como antecedentes de comportamientos violentos,
carencia de integración familiar razonablemente normal, ausencia de hábitos de
vida ordenados y dedicados a una actividad de adecuada inserción social,
inclinación a vicios, etc., sea posible determinar que esas personas se encuentran
en un estado peligroso que justifica que, previas las formalidades jurídicas
adecuadas para garantizar la indemnidad de su libertad y el respeto a sus
derechos, sean sometidas a regímenes diversos de tratamiento, o de vigilancia y
control de sus actividades, que impidan que esa situación culmine en la comisión
de delitos u otras circunstancias graves. Lo cual es especialmente aplicable a
quienes hayan tenido, sobre todo en la adolescencia y preadolescencia, conductas
delictivas y hábitos que predeterminan que exista una posibilidad muy
importante de que incurran en comportamientos antisociales de efectos
irreversibles.

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Higiene de la personalidad.

El estudio — aún somero — de los trastornos de la personalidad, es de interés


en el nivel de la educación secundaria por un doble fundamento:

 Si bien la personalidad se conforma por factores propios de cada


individuo y por influencias que lo afectan desde la edad más
temprana, es en la preadolescencia y adolescencia que los rasgos
definitorios de su orientación tienen a definirse y consolidarse en
condiciones de manera permanente; por lo que resulta valioso en ese
período de la vida y de la formación educativa, disponer de un
conocimiento correcto y bien fundado de los factores que pueden estar
operando subjetivamente en cada situación individual — tanto respecto
de la vida interior como de la vida de relación — de modo que permita
reconocerlos, evaluarlos y, en su caso, procurar introducir una
modificación voluntaria, deliberada y racional a su respecto.
 Los trastornos de la personalidad, como estados psicopatológicos, se
instalan cuando los factores determinantes se convierten en
estructurales y permanentes. Pero tales rasgos de comportamiento son
componentes de la personalidad normal dentro de ciertos márgenes —
especialmente de justificación, intensidad y frecuencia — como
determinantes de variaciones ocasionales y de duración limitada, del
estado de ánimo y del comportamiento; así como también ocurre que
quienes padecen psicopatías de trastorno de la personalidad no
solamente tienen etapas de agudización de su manifestación, sino que
frecuentemente esos trastornos se relacionan con alguna temática
específica o con alguna circunstancia particular de la vida de relación.
De esta manera hay, en la vida corriente de relación, frecuente ocasión
de trato con quienes albergan rasgos de personalidad trastornada; pero
sin que ello pueda advertirse, al menos durante cierto tiempo. Y también
ocurre que no todos los trastornos de personalidad determinan que
quienes los padecen tengan importante inclinación a generar situaciones
peligrosas o inconvenientes en la convivencia social; ya que algunos
(tipicamente el narcisismo, el histrionismo o el de evitación), se
mantienen por lo general dentro de los límites de las conductas
excéntricas, aunque otros (como el borderline, bipolaridad, u obsesivo)
suelen conducir a comportamientos propios de las "personas difíciles"
que suscitan situaciones de relación eventualmente muy enojosas.

Tanto en el trastorno paranoide como el trastorno antisocial de la personalidad


— que son a la vez los más corrientes y los más trascendentes por sus efectos,
tanto a nivel individual como social — es frecuente que no resulten fácil ni
directamente ostensibles en el relacionamiento social corriente, e incluso
relativamente próximo como los que tienen lugar en ambientes educacionales,
laborales, o similares; y asimismo las personas que los padecen pueden tener
buenos niveles de comportamiento normal en tanto no se vea comprometido el
factor frente al cual reaccionan de manera paranoide o antisocial.

También ocurre que los rasgos que conducen a comportamientos reveladores


de la tendencia o la existencia de este tipo de psicopatías, suelen no despertar en
los grupos sociales una valoración negativa sino, al contrario, son valorados
como altamente positivos, en el sentido de que son tomados como evidencia de
un “compromiso” con “causas” que se presentan como valiosas, sobre todo
desde el punto de vista ético, político o social; lo que lleva a no evaluar como
patológicos los componentes de inclinación utópica, fundamentalista,
querulante o de inadaptación a los sistemas institucionales de jerarquía, de
ordenamiento social, o de análisis y decisión, especialmente en relación a un
difuso y subjetivo concepto de justicia que generalmente invocan.

Aprender a reconocer en las demás personas los rasgos de comportamiento


que denuncian tendencias al trastorno de la personalidad, es un medio
sumamente valioso para regular el relacionamiento y el propio comportamiento
social. También es importante mantenerse atento al desarrollo en la propia
personalidad de conductas irregulares, como un medio de procurarse por sí
mismo los correctivos que eviten las consecuencias del trastorno instalado, que
si son peligrosas para las otras personas, resultan mucho más graves para quien
lo padezca.

Lógica.

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Concepto general | Historia de la lógica | Principios lógicos
Lógica y verdad | Lógica y filosofía | Lógica, lenguaje, símbolos y variables
Las proposiciones predicativas : El objeto , Los términos , El predicado , El
atributo , Universales y particulares , La cantidad , La cópula predicativa
Las estructuras del pensamiento : El concepto , Las clases , El juicio , El razonamiento
Las proposiciones categóricas | Las inferencias inmediatas | El silogismo

Concepto general.

La denominación de la lógica, está directamente relacionada con la palabra


griega logos, cuyo significado en griego antiguo es equivalente a“pensamiento” o
“razón”, pero también “palabra” o “conocimiento”; y logikéera “lo relativo al
logos” En definitiva, se trata del estudio de la forma en que funciona la facultad
humana de pensar y razonar.

Puede definirse la lógica como el conjunto de conocimientos que tienen


por objeto la enunciación de las leyes que rigen los procesos del
pensamiento humano; así como de los métodos que han de aplicarse al
razonamiento y la reflexión para lograr un sistema de raciocinio que
conduzca a resultados que puedan considerarse como certeros o
verdaderos.

Debe distinguirse entre la lógica formal y la lógica material:

 La lógica formal también llamada lógica pura - que es la lógica


propiamente dicha - es precisamente la “ciencia” (en cuanto conocimiento)
que determina cuáles son las formas correctas y válidas de los raciocinios;
pero lo hace considerándolos en sí mismos y con prescindencia de los
contenidos concretos de los razonamientos, es decir, considerando esos
contenidos como entes lógicos abstractos, de tal manera que las leyes a
aplicar tengan validez para cualquier contenido concreto.

El raciocinio puede definirse como un proceso del pensamiento (por


tanto, exclusivamente humano) que a partir de ciertos conocimientos
establecidos (llamados premisas), conduce a adquirir un conocimiento
nuevo (contenido en la conclusión) sin que para ello haya que recurrir a
nuevas constataciones u observaciones sensibles distintas o adicionales a las
ya contenidas en las premisas.

Por lo tanto, la verdad a que conduce la lógica formal, es una verdad


formal; que será verdad en tanto sea verdad el contenido de las premisas, e
indicará solamente que existe una congruencia de ese raciocinio, consigo
mismo. Si en un razonamiento existe falsedad en las premisas y la
conclusión asimismo es falsa; de todos modos el razonamiento será correcto
o válido como razonamiento.

 La lógica material también llamada lógica aplicada, es aquella en que un


proceso de raciocinio o de pensamiento se analiza en consideración al
contenido real de sus premisas, y por lo tanto debe conducir a una verdad
material, una conclusión que sea concordante con la realidad.

Mientras que las premisas (o predicados) que toma en consideración la


lógica pura constituyen entidades abstractas y absolutamente precisas,
respecto de las cuales no es requerido que exista ningún objeto de la
realidad que los verifique; es difícil encontrar en la realidad conceptos de
origen empírico-sensible que presenten exactamente las características de
los objetos lógicos.

Aparte de ello, respecto de todo concepto de origen empírico, no solamente


es posible concebir sino que también se encuentran en la realidad
experimental, objetos respecto de los cuales no es posible afirmar de
manera absolutamente cierta que coinciden o que no coinciden con esos
conceptos.

Por lo tanto, respecto de proposiciones lógicas que utilicen esos conceptos,


las leyes de la lógica formal solamente serán aplicables con especial
precaución. De tal manera, las leyes de la lógica formal solamente
resultarán aplicables con alcance estricto en el campo de las ciencias
puramente exactas y abstractas, tales como las matemáticas, la propia
lógica, la mecánica, y aquellas disciplinas exclusivamente normativas y
abstractas tales como la interpretación jurķdica.

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Breve historia de la lógica.

Entre los muchos aportes que hizo Aristóteles al conocimiento abstracto, sin
duda la lógica formal - de la que fue indiscutiblemente creador - no solamente
puede considerarse el más trascendental, sino aquel en que logró mejores y
mayores aciertos.
La principal aportación de Aristóteles fue la silogística, el estudio del
procedimiento de raciocinio por medio del silogismo, en que de dos premisas se
deduce una conclusión; también llamada lógica de las proposiciones o
lógica “clásica”. Los filósofos ulteriores, sobre todo los pertenecientes a la escuela
estoica pre-cristiana y a la escolástica medieval desarrollaron a fondo la lógica de
las proposiciones; sistematizando y completando la silogística aristotélica así como
llegaron a desarrollar las llamadas “lógicas modales”.

Recién en el siglo XIX puede decirse que se desarrollaron nuevas aportaciones


de importancia en el campo de la lógica, con el desenvolvimiento de la “lógica
matemática” que, a partir del antecedente del pensamiento de Leibnitz, realizaron
Boole y Frege.

El filósofo y matemático alemán Gottfried Wilhelm Leibnitz (Leipzig, 1646 -


Hannover, 1716) - a quien cabe considerar el creador de la lógica matemática -
desarrolló la idea de un calculus ratiocinator, mediante el cual se aplicaría un
sistema de reglas a algunos conceptos generales precisamente definidos, lo que
habilitaría a operar en el campo de las cuestiones filosóficas con los mismos
procedimientos del razonamiento matemático. Esta idea tenía implícito el concepto
de crear un método equivalente al de las ciencias exactas para alcanzar la certeza
en cuanto a las cuestiones filosóficas; pero precisamente por su estrecha
vinculación con especulaciones filosóficas sobre numerosos temas como la
metafísica y la teodicea, el concepto quedó largo tiempo olvidado.

Fue así que la lógica matemática - también llamada lógica simbólica - se desarrolló
efectivamente en el siglo XIX, especialmente a partir de George Boole (Inglaterra,
1815 - 1864), autor de la obra “Investigación de las leyes del pensamiento en que se
fundan la teorías matemáticas de la lógica y la probabilidad”, en que se originara la
conocida como “álgebra booleana”; que conjuntamente con Frege consiguió
construir cálculos lógicos rigurosamente formalizados, que permitieron aplicar a
los problemas lógicos los procedimientos matemáticos. Con ello sentaron los
fundamentos operativos de la tecnología de la moderna computación, que fueran
ulteriormente desarrollados por las teorķas de Emil Post y el célebre matemático
inglés Allan Mathison Turing (Inglaterra, 1912-1954), creador de la Automatic
Digital Machine que por primera vez permitió realizar cálculos mecanizados
mediante el empleo de algoritmos.

La obra culminante de la lógica simbólica, la constituye “Principia


mathematica” de Sir Bertand Russell (Inglaterra, 1872-1970) y Alfred North
Whitehead (Inglaterra, 1861 - U.S.A., 1947), realizada en tres tomos, entre los años
1910 y 1913. En esta obra, se sustenta el concepto de que las matemáticas puras se
obtienen de premisas lógicas puras, de modo que los conceptos que las definen
también son conceptos lógicos puros.

Cabe señalar, ante lo precedente, la evidencia que emerge en cuanto a la


trascendental importancia que la lógica reviste en todos los órdenes de las
actividades y del conocimiento humano; siendo demostrativa del estrecho vínculo
que existe entre sus remotos orígenes filosóficos, su absoluta conexión con los
fundamentos del conocimiento de las matemáticas y, por esa vía, su clara
incidencia en los fundamentos teóricos y conceptuales de la computación. Ésta, a
su vez, alcanza una repercusión trascendental no solamente en la informática en sí
misma, sino en todas sus aplicaciones en la vida cotidiana; ya sea a nivel de la
industria, las comunicaciones, y aún en una enorme variedad de elementos de uso
y consumo cotidiano.

Teniendo clara conciencia de la forma en que, desde el fondo de los siglos, se


proyecta hacia nosotros el esfuerzo intelectual de Aristóteles para habilitarnos
a pensar correctamente; el empleo de las reglas de la lógica en otros campos, tales
como las decisiones en el orden de la vida personal, política, económica y jurídica -
en muchos de cuyos aspectos no suele ser frecuente aplicarla - debiera ser una
importante preocupación para todos.

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Los principios lógicos.

Como punto de partida del estudio de las leyes que rigen el proceso del
razonamiento, se han establecido ciertas leyes fundamentales, que se
consideran generales y anteriores a todos los que de ellos se deducen, que son
producto de la intuición (resultado de un conocimiento directo e inmediato), y
sobre los cuales se fundamentan todas las restantes normativas lógicas.

Estos principios se consideran verdades axiomáticas, evidentes por sķ mismas, que


no tienen que, ni necesitan, demostrarse.

Son cuatro principios, los tres primeros enunciados por Aristóteles y el cuarto
agregado por Leibnitz:

 El principio de identidad — Desde el punto de vista del ser, (ontológico)


se enuncia expresando que todo objeto (de conocimiento) es igual a sí
mismo. Sin embargo, desde el punto de vista lógico, su enunciado se
relaciona con la estructura de las proposiciones, expresando que el
principio de identidad se verifica cuando en una proposición verdadera el
concepto contenido en el predicado es total o parcialmente idéntico al
concepto contenido en el sujeto: “el triángulo tiene tres lados”.
 El principio de (no) contradicción — También tiene una formulación
ontológica conforme a la cual un objeto (de conocimiento) no puede ser y al
mismo tiempo no-ser. Desde el punto de vista lógico, este principio se
enuncia expresando que dos proposiciones contradictorias no pueden ser
ambas verdaderas; o que toda contradicción encierra una falsedad: Si es
verdad que “el triángulo tiene tres lados”, no puede ser verdad que “el
triángulo no tiene tres lados”.

En relación a la lógica aristotélica, o clásica, puede decirse que el principio


de no contradicción es el fundamental de todos; al punto de que existen
quienes lo consideran el único principio, del cual se extraen los otros.

 El principio de tercero excluído — Este principio está estrechamente


vinculado con el de no contradicción, al punto que a veces se lo distingue de
éste expresando que mientras el de no contradicción expresa que dos
proposiciones contradictorias no pueden ser ambas verdaderas, el de
tercero excluído expresa que dos proposiciones contradictorias no pueden
ambas ser falsas. Sin embargo, es más apropiado referir este principio al
concepto de valor de verdad de la lógica clásica, conforme al cual una
proposición solamente puede tener valor de verdadera o de falsa; y por lo
tanto, entre la verdad o la falsedad, no existe una tercera posibilidad. En
consecuencia, la relación con el principio de no contradicción queda mejor
expresada en cuanto al principio de tercero excluído, si se enuncia en el
sentido de que de dos proposiciones contradictorias, necesariamente una ha
ser verdadera y la otra ha de ser falsa.
 El principio de razón suficiente — Este principio fue enunciado por
Leibnitz en un sentido ontológico expresando que todo lo que existe tiene su
razón de ser. Algunos filósofos le han dado una enunciación en sentido
lógico, expresando que todo juicio es falso o verdadero, por alguna razón;
y por lo tanto ha de ser posible justificar su veracidad o su falsedad por
medio de la razón. De este principio, se considera derivado el:
o El principio de causalidad — Este principio, más propiamente
ontológico, implica que todo lo que existe tiene una causa; por lo cual
todo lo que es efecto de una causa puede convertirse a su vez en causa
de otro efecto.

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Lógica y verdad.

Como se ha expresado antes, la lógica formal o lógica pura, estudia


las formas en que procede el raciocinio, en forma abstracta; es decir,
prescindiendo de sus contenidos concretos. Por ese camino, procura encontrar las
leyes formales universales del pensamiento correcto; de tal manera que produzcan
ese resultado cualquiera sean los contenidos a que se apliquen.
De tal manera, la lógica formal se atiene no al contenido sino a la validez de los
razonamientos, no a su materia sino a su forma; por lo cual la forma de un
razonamiento correcto debe ser independiente:

 tanto de los objetos de que trate,


 como de las propiedades de esos objetos que puedan tomarse en
consideración.

Como también se ha señalado antes, en el estudio del proceso de un


razonamiento determinado, hecho a partir de ciertas premisas, no es permitido
acudir a elementos que no estén ya contenidos en esas premisas; de modo tal que
para la validez de la conclusión a que conduzca el razonamiento:

 si los datos del objeto de que tratan las premisas han sido previamente
constatados para él, deben darse por verificables en cualquier otro objeto
de la misma categoría.
 si en las premisas se considera determinadas propiedades, el razonamiento
válido para ella debe continuar siéndolo tanto en las premisas como en la
conclusión, si alguna de esas propiedades es sustituída por otra.
 si el razonamiento correcto tiene una determinada validez en un
determinado momento de cualquiera de ellos, debe mantener la misma
validez en cualquier otro momento; tanto respecto del objeto de la premisa
como de sus propiedades.

La lógica clásica de las proposiciones, no admite más que dos


posibilidades de validez del razonamiento, o valores de
verdad: verdadero o falso; por ello, se trata de una lógica binaria.

No resulta admisible la existencia de un valor de verdad intermedio entre lo falso y


lo verdadero, como podría ser lo “dudoso”; ni más débil que lo falso, como podría
ser lo “imposible”.

Por lo tanto:

o estos valores de verdad se excluyen recíprocamente en forma


absoluta,
o toda proposición encierra necesariamente uno de ellos.

En tales condiciones, la validez de un razonamiento no depende ni es consecuencia


del valor de su conclusión; un razonamiento puede ser no válido, aunque su
conclusión sea verdadera. Para que un razonamiento sea correcto, es necesario que
en todos los raciocinios de la misma forma, partiendo de premisas verdaderas, la
conclusión sea igualmente verdadera.
Un razonamiento puede ser válido si su conclusión es falsa, con tal que por lo
menos una de sus premisas sea también falsa.

En este caso, se estará frente a lo que se denomina refutación por el absurdo.


Cuando se razona en base a dos premisas, una de las cuales es dudosa, al efectuar
un razonamiento correcto que conduce a una conclusión que es conocida como
falsa, permitiría evidenciar la falsedad de la premisa de que se ha partido.

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Lógica y filosofía - Sistemas lógicos.

La lógica formal, por lo antes visto, acude a una noción de verdad, pero no se
ocupa ella misma de establecer la verdad material.

Para sus propios fines, la lógica utiliza una noción de verdad que aplica solamente
para establecer la idea de una proposición verdadera, para legitimar la validez de
un razonamiento como proceso lógico; pero esa noción de verdad no pertenece a
la lógica misma, sino que la toma de alguna concepción filosófica previa, o de
alguna estructura de pensamiento con que ya se está familiarizado.

Cuando la noción de verdad empleada en un razonamiento lógico proviene de una


posición filosófica previamente elaborada, es evidente que la validez del
razonamiento formal, a los fines de la verdad material, es solidaria aquella de la
filosofía en que se fundamenta.

En los casos en que la noción de verdad se fundamenta en axiomas: proposiciones


que en una determinada disciplina se dan por evidentes en sí mismas o por
irrefutablemente demostradas - la lógica deja a cargo de esas disciplinas la decisión
sobre el valor definitivo del razonamiento, en cuanto por más que en sí mismo sea
correcto, su validez como verdad material dependerá necesariamente del valor
propio de esos principios.

Esto es lo que determina que sea posible hablar de “sistemas lógicos”, sin que, en
cuanto a ellos, se vea afectada la validez del proceso del razonamiento a
consecuencia de la invalidez del valor de verdad inherente a cada sistema sustancial
o material de razonamiento al que las leyes de la lógica sean aplicadas. En tales
casos, la ausencia de verdad de las conclusiones no será imputable a la invalidez
del razonamiento, sino a la invalidez de la función de verdad previamente aplicada
a las premisas.

En este sentido, es posible considerar la lógica, en cuanto “ciencia” de los


razonamientos, tanto como un conocimiento filosófico cuanto como un
conocimiento no filosófico (o, más propiamente, a-filosófico).
La lógica filosófica - que era el punto de vista de los pensadores antiguos a partir
de Aristóteles y de hecho hasta el siglo XIX - pretende fundamentarse
sobre certezas de índole filosófica; particularmente respecto de cuestiones
concernientes a la naturaleza de los actos del intelecto humano respecto del
conocimiento contenido en las premisas y consiguientemente en las conclusiones.

En cambio, la lógica simbólica o matemática - o formalizada - de la época


contemporánea, pretende liberarse de toda concepción filosófica, y elaborar sus
teorías a partir de una noción propia de verdad postulada en algunas pocas
propiedades simples; a partir de las cuales trata de elaborar el concepto
de “raciocinio válido”.

De cualquier manera, lo que no puede perderse de vista es que, a la larga, esa lógica
aséptica de toda filosofía, con toda su indiscutible validez desde el punto de vista
de las ciencias abstractas como las matemáticas o la mecánica y sus útiles
aplicaciones; no resulta aplicable a numerosos campos de la actividad humana, en
los cuales es ineludible partir de premisas cuyo valor de verdad podrá parecer no
objetivamente demostrable, pero que necesariamente implican presupuestos
dotados de esa función de verdad en otros planos, particularmente aquellos éticos.

Tampoco puede perderse de vista que, en último análisis la lógica misma es un


fenómeno de la realidad en la medida en que lo es el pensamiento humano; y que
por lo tanto los principios lógicos aparecen como generalizaciones de
observaciones realizadas sobre lo real. Las operaciones lógicas son, en definitiva,
modos de ordenar las realidades efectivas o posibles, a los fines de alcanzar su
adecuado conocimiento. La realidad misma, en este enfoque, son modos de
comportamiento de lo que percibimos, respecto de lo que es nuestro conocimiento;
y que exhiben si él es falso o verdadero.

De tal manera, si bien el buen funcionamiento de los procesos lógicos depende de


su validez resultante de la verdad formal a que conduzcan, el objetivo instrumental
final de la lógica es habilitar el verdadero conocimiento de la realidad; y para ello
tanto es indispensable recoger esa realidad en las premisas como aplicar las leyes
lógicas correctamente al extraer las conclusiones. De tal manera, en lo que se
refiere a las actividades y conocimientos no abstractos (abstractos pueden serlo los
matemáticos o los sistemas normativos de creación humana, como la legislación), el
único sistema lógico admisible es el que parte del reconocimiento y la aceptación
de la realidad en sus premisas.

Especialmente en las cuestiones políticas, jurídicas y económicas , los


razonamientos lógicos siempre estarán doblemente condicionados, a los efectos de
su factor material de verdad:
o por una parte en cuanto a la validez resultante de la propia
corrección de la forma aplicada para el razonamiento;
o pero asimismo - y será seguramente lo más importante - al factor de
verdad que afecte su sistema lógico en función de los valores de
verdad que se asigne a sus premisas de partida, desde el punto de
vista tanto filosófico, como de su correcto ajustamiento a su propia
estructura normativa o, en su caso, a la realidad material.

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Lógica, lenguaje y símbolos.

En la práctica, no es posible razonar directamente mediante conocimientos en


un estado mental, sino por medio de representaciones simbólicas, que se expresan
en objetos materiales perceptibles por medio de los sentidos, tales como palabras,
signos, gráficos, fórmulas, etc.

El uso del lenguaje corriente lleva implícito un enfoque de sintaxis, que consiste en
las relaciones formales entre los términos empleados; y un enfoque semántico, que
consiste en el sentido de referencia que se atribuye a las palabras empleadas, su
relación con los objetos y los conceptos de la realidad a que con su empleo se trata
de aludir, y que es cierto modo es socialmente cambiante dentro de un mismo
idioma, considerando distintos tiempos y lugares.

El lenguaje de uso corriente - tanto el coloquial como el culto, literario o el de


ciertas disciplinas especializadas - resulta totalmente imperfecto en cuanto al rigor,
claridad, abstracción y precisión requerido para la expresión de los conceptos y
objetos en los estudios lógicos; especialmente considerando lo expuesto en cuanto
a la prescindencia de los componentes de contenidos materiales de los procesos del
razonamiento.

En función de ello, la lógica formal procura liberarse de la incidencia que, en


cuanto al examen de las cuestiones formales del razonamiento, pueda tener el uso
de términos de los lenguajes idiomáticos, creando para ser aplicado en el estudio y
exposición de las leyes lógicas, un lenguaje simbólico propio, un lenguaje formal.

Este lenguaje simbólico propio de la lógica, tiene por otra parte la ventaja de
su universalidad; en cuanto al prescindir del empleo de expresiones de un idioma
real, permite su comprensión directa independientemente del idioma concreto de
la persona que se aplique a su estudio.

Ese lenguaje simbólico es además lo que se denomina un metalenguaje, en el


sentido de que se lo concibe como una forma de expresión que está “más allá” del
uso mismo del lenguaje. En este sentido, se dice que el lenguaje-objeto es el que se
utiliza, en tanto que el metalenguaje es aquel con el que se habla del otro; como
cuando se aprende un idioma extranjero utilizando para ello el idioma propio.

Una expresión sencilla del lenguaje simbólico aplicable al análisis lógico puede ser
similar al aplicado en matemáticas para representar una variable. De esta forma,

un silogismo simple como: puede expresarse bajo la forma:

Todos los hombres son mortalesSi A es B


Sócrates es hombre, y C es A
entonces Sócrates es mortal entonces C es B

De esta manera, la sustitución de una proposición por un síimbolo permite


construir una teoría de las formas del razonamiento en las cuales intervengan
componentes similares; de modo que sea posible reconocer facilmente en un
proceso de razonamiento la presencia de una misma proposición, de un mismo
concepto, o de una misma propiedad o atributo.

El símbolo que se emplea para representar una proposición se designa


como variable proposicional; pero debe distinguirse muy cuidadosamente de lo
que constituye un símbolo de variables en otras disciplinas, como el álgebra o los
lenguajes informáticos de programación:

o Una variable algebraica de las que se emplean en las fórmulas


matemáticas, físicas o de otras ciencias, es un símbolo de valor
cuantitativo implícito; ya sea que se trate de despejarlo cuando
constituye una incógnita o que se trate de examinar diversas
situaciones en función de los distintos valores que puede asumir. De
la misma forma, en programación informática, es un símbolo
susceptible de tomar diversos valores (no necesariamente
aritméticos o cuantitativos) con lo cuales el programa opera; y que
pueden modificarse en el transcurso de su ejecución.
o Una variable proposicional, en cambio, representa una entidad
lógica que se puede elegir o asignar con cierta libertad, dentro de un
cierto ámbito conceptual - llamado “dominio de variación” de la
variable - que se caracteriza por poseer ciertas propiedades comunes
a todos sus miembros, pero sin que eso permita establecer qué otras
propiedades podrán distinguir esa entidad, de otras pertenecientes
al mismo dominio.

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Las proposiciones predicativas.

A pesar de lo que se ha expuesto antes en cuanto a los rasgos distintivos de la


lógica simbólica o propiamente matemática, lo cierto es que históricamente la
lógica nació como como lógica de los enunciados idiomáticos o proposiciones;
estudiando la forma en que se relacionan esos enunciados ubicados en la posición
de premisas o de conclusiones, para determinar si los procesos del razonamiento
que conducen de unas a las otras resultan ser válidos.

La lógica originaria de Aristóteles, y ulteriormente complementada por las


aportaciones de la escuela estoica y la escolástica se basa en el análisis
de proposiciones predicativas, de las que se distinguen las proposiciones que
cumplen función de premisas y de conclusión.

Posteriormente, debido a advertirse dificultades surgidas para explicar cierto tipo


de inferencias a nivel de proposiciones, surge la necesidad de analizar las
proposiciones según su composición interna, descomponiéndolas en sus términos,
lo que da lugar a la llamada lógica de términos o de clases.

Las proposiciones predicativas no son otra cosa que expresiones de una


estructura gramatical elemental, compuesta de sujeto, cópula y predicado:
“La puerta está abierta”.

Es oportuno precisar que, a pesar de la similitud, en la proposición lógica la cópula,


aún cuando se presenta gramaticalmente como una expresión verbal (que
normalmente estará configurada por “es” o “no es”), no tiene la funcionalidad del
verbo; sino que solamente determina la circunstancia de que el predicado se
cumple o no se cumple en el sujeto.

Ha de tenerse en cuenta que cierto tipo de oraciones gramaticalmente


consideradas, como las exclamativas, interrogativas, mandatos o expresivas de
deseos, no revisten interés ninguno desde el punto de vista lógico; no son
proposiciones enunciativas ni contienen conceptos o términos.

En una proposición predicativa se establece una relación entre un concepto que


reviste la calidad de sujeto y otro que reviste la condición de predicado . La
función de relacionamiento y de enunciar es cumplida por un verbo que opera
como cópula afirmativa o negativa: “es”.

El análisis de las proposiciones realizado por la lógica antigua de las


proposiciones predicativas, se detiene en la distinción del sujeto, el predicado, la
cópula y algunas pocas relaciones formales entre ellos en cuanto a la naturaleza
del sujeto, la extensión o comprensión del predicado.
El análisis de la proposición “La puerta está abierta” hace posible reconocer:

o Un sujeto, que piensa esa proposición.


o El acto de pensarla, que tiene lugar en la mente del sujeto pensante.
o El pensamiento mismo, independiente de que alguien lo piense, que
puede ser pensado por muchos sujetos en diversos momentos, y que
es siempre idéntico a sí mismo.
o Las percepciones o imágenes que eventualmente pueden acompañar
la existencia de ese pensamiento en un sujeto y en circunstancias
determinadas; como que esté actualmente viendo la puerta abierta,
que sea la de la casa o la de una habitación, etc., o que no la vea sino
que al leer esa frase en un libro recuerde alguna puerta que ha visto
abierta, etc., o que simplemente se imagine una situación como la
que enuncia la proposición.
o La expresión del pensamiento mediante las palabras que lo
enuncian con su sentido o significado conceptual.
o El objeto a que el pensamiento se refiere, como concepto general; y
que en este caso corresponde al concepto de lo que es una puerta y a
la propiedad de estar abierta.
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Desde el punto de vista de la lógica formal, se denomina objeto todo lo que


es capaz de admitir un predicado cualquiera; todo lo que puede ser sujeto de un
juicio.

En cuanto al objeto de las proposiciones lógicas, ellos pueden ser:

 Los objetos reales o sensibles - son los objetos que se presentan en la


experiencia sensible, en la percepción externa o en la interior.
o Los que son aprehendidos mediante la percepción externa,
son objetos físicos; que existen en el tiempo y en el espacio.
o Los objetos psíquicos, que existen en el tiempo pero no en el espacio,
que son hechos exclusivamente en la conciencia de quien los
experimenta, tales como un deseo, una decisión de la voluntad.
 Los objetos ideales - son entes que no existen en el tiempo ni en el espacio,
son totalmente ajenos a la espacialidad como a la temporalidad; que no
tienen la consistencia material ni efectiva o concreta de los objetos reales y
que no obran activamente.
 Los objetos metafísicos - que se conocen exclusivamente a través del
razonamiento según algunos filósofos; o mediante actos inmediatos de
conocimiento a través de la intuición sea intelectual o no racional. Entre
éstos, cabe destacar los valores, como cualidades de un orden especial, que
no atañen al ser mismo de los objetos sino a su apreciación ética.
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Una proposición enuncia una propiedad respecto de un objeto; pero en realidad


las proposiciones son formuladas por lo común en relación a objetos del
conocimiento que no constituyen la totalidad de lo real. De tal modo, es preciso que
la proposición precise a qué objetos reales trata de referirse, lo que se denomina el
supuesto de la proposición predicativa.

Sin embargo, resulta obvio que no es posible introducir en la proposición el objeto


mismo respecto del cual se enuncia un juicio, por lo cual ese objeto debe ser
expresado mediante un símbolo (al que se denomina sujeto de la proposición)
constituído por un término que representa el objeto.

El término es la expresión lógica de un concepto. Si bien varía según los idiomas,


el concepto que expresa es el mismo: silla, chair, cadeira, chaise, etc. Dentro de un
mismo idioma pueden existir distintos términos para expresar el mismo concepto,
como se da en el caso de los sinónimos.

Los términos se clasifican en:

 Unívocos — Cuando terminantemente son susceptibles de un único


significado: banco, planta, trapecio.
 Equívocos — Cuando son susceptibles de emplearse con significados
diferentes y requieren precisarse para concretarlos: ley (física, jurídica).
 Análogos — Cuando teniendo significados claramente diferentes, no
obstante esos significados son semejantes en cuanto a alguna
propiedad: banco, silla, sofá.
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El predicado es lo que expresa la propiedad que la proposición enuncia respecto


del sujeto. El predicado debe expresar una cierta idea respecto del sujeto, y un
cierto conocimiento que existe en la mente, un pensamiento que resulta inteligible
en cuanto es entendido.

Los filósofos antiguos percibían que ningún conocimiento de la mente puede hacer
comprensible a la misma vez la totalidad de las propiedades que pueden predicarse
de un objeto; por lo cual el predicado debe limitarse a expresar una propiedad por
vez, aún cuando pueda ser muy compleja.
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El predicado se distingue del sujeto, porque en lugar de referirse a un sujeto


real con todas sus propiedades, destaca una de las cualidades posibles de un objeto.

De un mismo objeto puede afirmarse en dos proposiciones por separado, que es


una mesa y que está sucia; pero también es posible afirmar en una proposición que
reúne las dos anteriores, que “la mesa está sucia”.

Pero las cosas cambian si se trata de aplicar una negación; porque entonces hay
que prestar atención a si lo que se va a negar es que sea una mesa, o se va a negar
que está sucia.

Allí es posible advertir que, en realidad en la primera proposición en que se afirmó


que el objeto era una mesa, la mesa no era sujeto sino predicado; y que en la
segunda proposición que afirmaba que el objeto estaba sucio, en realidad la
cualidad mesa era un atributo del objeto.

Un atributo es un anterior predicado del objeto, que se realiza en él efectivamente.


El atributo, como tal, no puede ser puesto en duda; a lo sumo podrá ponerse en
duda que se realice en el sujeto. Por lo tanto, aunque el sujeto sea concreto, el
atributo que lo determina es una abstracción; por lo que un atributo aislado no
constituye jamás un sujeto, sino una cualidad del objeto que constituye el sujeto.
Ir al principio

Cuando el sujeto se refiere, uno por uno, a todos los objetos que poseen
el atributo y que lo poseen cada uno por sí e independientemente de los
otros, se trata de un universal; y si no se refiere a cada uno de los objetos
que verifican el atributo, se trata de un sujeto particular. Pero los
términos universal y particular no se toman, en este tema, en un sentido
equivalente al que tienen en el lenguaje corriente.

El sujeto universal no queda referido a todos los objetos, sino solamente a


aquellos que poseen el atributo; ni tampoco se refiere a todos los objetos
que integran una colectividad o conjunto, sino a sus componentes
individuales considerados uno por uno. Cuando se afirma que “todos los
hombres son mortales”, no se hace referencia a todos los que son mortales,
ni a que el conjunto de hombres lo sea, sino a que lo son cada uno, uno por
uno.
El sujeto particular, no se refiere a un objeto considerado en sentido
individual, sino que expresa que no todos los objetos poseen el atributo.
No hace referencia a partes de objetos sino a objetos enteros.

En cierto casos, el objeto que es único está formado por la reunión de


varios objetos individuales; pero el sujeto no es cada uno de los individuos
sino su conjunto: “el Ejército” es un sujeto en este sentido, no la reunión
de los militares individuales. Pero a veces se menciona el conjunto para
aplicar el predicado a cada uno de sus integrantes: “El ejército es
voluntario” indica que cada uno de sus integrantes lo integra
voluntariamente; por lo que en realidad se trata de un sujeto general pero
no universal sino particular.

El mismo concepto puede ser aplicado no ya respecto de sujeto sino


del predicado. En ese sentido, en cuanto el predicado expresa una
propiedad enunciada respecto del sujeto, el atributo que sea poseído por
todos y cada uno de los componentes del sujeto, uno por uno, habrá de
ser universal: los seres humanos tienen cabellos.

Sin embargo, cuando el atributo sea una cualidad de un predicado


anterior, aunque éste sea universal en cuanto se encuentre uno por uno en
todos los objetos que componen el sujeto, puede que ya no sea universal
sino particular, porque aunque todos posean el predicado anterior,
(posean cabellos) no todos cumplan el nuevo atributo, como ocurrriría con
la condición de rubios de los cabellos.

Pero resulta visible que la universalidad o particularidad del predicado


está en gran medida dependiendo de aquella del sujeto; como ocurriría si
para los cabellos rubios el sujeto no fueran los seres humanos, sino
los escandinavos.
Retorno a inferencias

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De tal manera - según los antiguos - la distinción, entre sujetos universales y sujetos
particulares respondía a la cantidad del atributo del sujeto; que se comunica a la
proposición misma. El cambio de la cantidad del sujeto(y por lo tanto, de la
proposición) puede transformar una proposición universal en particular, aún
manteniéndose la forma de la cópula, el mismo atributo y el mismo predicado; o a
la inversa, transformar la particular en universal.
El tema se examina nuevamente al tratar de la extensión del concepto; y de las
proposiciones categóricas.
Ir al principio

En cuanto a la cópula predicativa que une el sujeto con el predicado, debe ser
necesariamente una expresión de afirmación o negación, en la medida en que el
predicado expresa una cualidad que el sujeto posee, o en todo caso no posee. Lo
cual es concordante con la admisión de dos únicos valores de verdad: verdadero y
falso. Por ello, los filósofos antiguos solamente admitían que la cópula predicativa
fuera es, o no es.

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Las estructuras del pensamiento.

En la lógica clásica aristotélica y sus desarrollos medievales, se


estudiaban las estructuras del pensamiento, distinguiendo tres
componentes:

o Los conceptos — que actualmente se denominan clases y se


expresan mediante los términos;
o Los juicios — que actualmente se denominan enunciados o
proposiciones, y que expresan relaciones entre los conceptos;
o Los razonamientos — que también se
denominan inferencias y que a su vez expresan relaciones
entre los enunciados.

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Los conceptos.

El concepto es una idea general y abstracta, o la representación mental,


intelectual de un objeto. Son conceptos las ideas expresadas con las
expresiones “árbol”, “automóvil”, “rojo”, “7”, etc. El concepto es la estructura
lógica primaria, la más simple. Es una abstracción, como decía Aristóteles, un
“universal”, una simple aprehensión.

En la percepción, el objeto está presente en los sentidos. La imagen, al igual que en


el concepto, es una representación mental, es una representación sensible,
individual (singular) y concreta de un objeto.
Desde el punto de vista lógico, es posible distinguir como propiedades del
concepto:

 La comprensión — que es el conjunto de características o notas


especiales (connotación) del objeto, que le son aplicables; como
respecto del concepto “triángulo”, se refiere a una figura geométrica
con tres lados y tres ángulos que suman 180º.
 La extensión — que es el conjunto de todos los objetos que abarca el
concepto (denotación), como respecto del concepto “triángulo” , se
refiere al triángulo percibido (extensión individual), a algunos
triángulos (extensión particular), o a todos los triángulos
(extensión universal).

Entre la comprensión y la extensión de los conceptos que guardan entre sí una


relación de género a especie, existe una relación inversa: cuando aumenta la
comprensión disminuye la extensión; de tal modo que si al concepto “hombre” se
aplica un predicado de que es susceptible, como “hombre blanco”, ocurre que
existe una mayor comprensión pero se reduce la extensión, en la medida en que
quedan excluídos todos los que tienen otra pigmentación de piel.

Secuencia de conceptos de comprensión creciente y extensión


decreciente

Máxima extensión
Ser –› Ser vivo –› Vegetal –› Árbol –› Sauce –› Sauce llorón
Máxima comprensión

Los conceptos se clasifican atendiendo a su comprensión o a su extensión, y


también por mutua oposición:

 Por su Comprensión
o Simples — son los que se refieren a una sola esencia: gato, número,
quiste.
o Complejos — son los que se refieren a una esencia predicada con un
referente, y por lo tanto tienen mayor comprensión (pero menor
extensión): gato montés, número primo, quiste hidático.
o Abstractos — En realidad, todo concepto es una abstracción por
cuanto no tiene existencia real sino ideal, en cuanto existe en la mente
bajo la forma de una idea. Pero en este sentido, se designan como
abstractos aquellos conceptos que pueden significar esencias, formas
o cualidades, separados de un sujeto: elegancia, blancura, inquietud,
inteligibilidad, sencillez, corrección, plenitud, etc.
Concretos — son los que significan cualidades o esencias abstractas
o
pero realizadas en un sujeto, o que presuponen la existencia de un
sujeto: elegante, blanco, inquieto, inteligible, sencillo, correcto,
pleno, etc.
 Por su Extensión
o Universales — Cuando el conjunto abarcado por el concepto
comprende la totalidad de las individualidades: perro .
o Particulares — Cuando ese mismo conjunto comprende un número
determinado de las individualidades: perro negro.
o Singulares o individuales — Cuando se refiere a un individuo
determinado: mi perro.
 Por Mutua oposición
o Contrarios — Cuando se trata de dos conceptos que, si bien son
opuestos entre sí, permiten situaciones intermedias: alto –
› mediano –› bajo.
o Contradictorios — Cuando se trata de una oposición en que el
segundo concepto es el primero negado; por lo cual no pueden existir
ambos a la vez; perro, no-perro.
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Las clases.

Se entiende por clase un conjunto que abarca a todos los individuos que
tienen en común un carácter cualquiera.

Respecto de las clases se consideran diversas relaciones:

 Relaciones de inclusión — Se trata del caso en que todos los miembros de


la clase B están incluídos en la clase A, pero no hay reciprocidad: “Todos
los hombres son mortales”.
 Relaciones de identidad — Se trata del caso en que cada miembro de una
clase está comprendidos en la otra clase, y recíprocamente: “Todos los
triágulos equiláteros, son equiángulos”.
 Relaciones de suma (lógica), siendo ella la reunión — Se trata del caso en
que todas las entidades de una clase están comprendidas en una u otra de
las clases que se suman, o en ambas: “pájaro azul”, es la suma de la clase
“pájaro” y la clase “azul”.
 Relaciones de producto — Se trata del caso en que todas las entidades de
una clase están comprendidas a la vez en las otras dos clases que se
consideran: “animales vivíparos”, es el producto de la clase “animales” y la
clase “vivíparos”.
 Relaciones de complementariedad — Se trata del caso en que los miembros
de una clase son todos los que no están comprendidos en la otra clase que
se considera: “sanos”, es el complemento de “enfermos”.
 Relaciones de exclusión — Se trata del caso en que ninguno de los miembros
de una clase pueden ser miembros de la otra clase que se considera:
“triángulos”, es el excluyente de “círculos”.
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Los juicios.

Un juicio es para los clásicos una expresión que, en forma enunciativa o


atributiva, relaciona dos o más conceptos. Actualmente se le define más
precisamente como cualquier afirmación susceptible de ser considerada verdadera
o falsa. Los juicios se expresan mediante proposiciones predicativas.

Los juicios se distinguen en:

o Analíticos — que son aquellos en los que el predicado analiza


o desarrolla un concepto que ya está implícito en el sujeto.
o Sintéticos — que son aquellos en los que el predicado
proporciona una información adicional, que no estaba
comprendida en el concepo del sujeto.

Existe asimismo una clasificación de los juicios, realizada por el filósofo Emmanuel
Kant, que distingue cuatro grupos:

 Juicios de cantidad — en que la clasificación se efectúa atendiendo a la


extensión con que está tomado el concepto sujeto (S) dentro de la
proposición, siguiendo la forma
o Universales: Todo S es P
o Particulares: Algunos S es P
o Singulares: Un S es P.
 Juicios de calidad — en que la clasificación se efectúa atendiendo a la
cópula o nexo, siguiendo la forma
o Afirmativos: S es P
o Negativos: S no es P
o Indefinidos: S es no P
Esta clasificación es susceptible de combinarse con la anterior, dando lugar
a universal afirmativo o negativo, particular afirmativo o negativo, singular
afirmativo o negativo.

 Juicios de relación — en que la clasificación se efectúa atendiendo al tipo


de vínculo que se establece entre el sujeto y el predicado, lo que origina
o Juicios Categóricos simples: S es P
o Juicios Hipotéticos que son compuestos: Si S es P, entonces Q es R
o Juicios Disyuntivos que también son compuestos:
 incluyentes: S es P o S es Q
 excluyentes: S es P o Q es R
 Juicios de modalidad — en que la clasificación se efectúa atendiendo al
modo o forma en que el predicado se atribuye al sujeto, lo que origina
o Juicios Problemáticos— que expresan posibilidad: S posiblemente
es P
o Juicios Asertóricos o asertivos — que expresan una verdad:
S efectivamente es P
o Juicios Apodícticos — que expresan una esencialidad o
necesariedad, algo que no puede ser de otra manera: El triángulo es
un trilátero.

Es posible hacer otra clasificación de los juicios, a partir de los objetos a que se
refieran:

 Juicios reales — en los que el objeto que opera como sujeto es un objeto
real, tanto físico como psíquico; y el predicado es producto de la
experiencia: “Las películas de cine son entretenidas”.
 Juicios ideales — en los que el objeto que opera como sujeto es un objeto
ideal o ab stracto, del tipo de los juicios lógicos o matemáticos: “Dos
cantidades iguales a una tercera, son iguales entre sí ”.
 Juicios metafísicos — en los que el objeto que opera como sujeto es un
objeto metafísico: “El alma es inmortal”.
 Juicios de valor — en los que el objeto que opera como sujeto es un concepto
de valor: “Pedrito es un buen amigo”.
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El razonamiento.
Para los filósofos clásicos, el hombre puede adquirir conocimiento por
medio de varios métodos:

o Mediante la intuición — que constituye una forma directa e


inmediata de alcanzar un conocimiento, a través de su
inteligencia: 2 + 2 = 4.
o Mediante la percepción sensible — o sea a través de lo que
percibe por medio de sus sentidos: el sol calienta la piedra -
conocimiento empírico y verificable.
o Mediante los procesos del razonamiento — a partir
de proposiciones basadas en el conocimiento anteriormente
adquirido por medio de los métodos anteriores o anteriores
razonamientos, que conducen a nuevos conocimientos que
surgen como conclusión de relacionar esas proposiciones, a
condición de ser correctamente realizados.

El raciocinio ha sido definido antes como un modo de adquirir conocimiento a


partir de conocimientos anteriores, que hace posible extraer nuevas conclusiones.

Desde el punto de vista lógico, el razonamiento es la forma de pensamiento más


compleja, en cuanto consiste en establecer una relación derivativa entre
proposiciones; de modo que de una o mįs proposiciones, premisas, se arribe a una
conclusión consecuente.

A ese proceso de derivación, los antiguos lo llamaron inferencia; expresión


derivada del latķn, que significa “llegar a alguna parte”. Por lo tanto, no hay
razonamiento sin inferencia; pero debe distinguirse entre la verdad material de las
proposiciones y la validez formal, o corrección, de la inferencia.

Se identifican tres formas de razonamiento:

 Razonamiento inductivo — en el cual el proceso racional parte de lo


particular y avanza hacia lo general o universal. El punto de partida
puede ser completo o incompleto, aunque lo más probable es que sea
incompleto. Es el caso general de las ciencias que proceden a partir
de la observación o la experimentación, en que se dispone de un
número limitado de casos, de los cuales se extrae una conclusión
general.
 Razonamiento deductivo — en el cual el proceso racional parte de lo
universal y lo refiere a lo particular; por lo cual se obtiene una
conclusión forzosa.
 Razonamiento analógico — en el cual el proceso racional parte de lo
particular y asimismo llega a lo particular en base a la extensión de
las cualidades de algunas propiedades comunes, hacia otras
similares.

La deducción es el tipo de razonamiento en que las premisas ya conducen a la


conclusión, de una manera tal que de las premisas se sigue la conclusión como
la consecuencia única y necesaria, con independencia del contenido o materia de
aquellas; de modo que la verdad formal de la conclusión depende de que ella sea
efectivamente necesaria, y la verdad material depende de que sean verdaderas las
premisas mismas.

Ello ocurre así, debido a la existencia de una relación entre los enunciados,
conforme a la cual las premisas, de por sí, implican la conclusión como su
consecuente, de tal manera que es imposible no aceptar la verdad de la conclusión
como esa consecuencia necesaria.

Significa eso que el concepto de necesidad lógica que se manifiesta en la deducción


deriva de la negación de la contradicción; el principio de no contradicción, que se
capta intuitivamente, conforme al cual no es posible afirmar y negar una cosa al
mismo tiempo y respecto de las mismas condiciones.

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Las proposiciones categóricas.

Se denominan proposiciones categóricas son las que afirman o niegan que


una clase esté incluída en otra, total o parcialmente.

Estas proposiciones son clasificadas en la lógica clásica conforme a su cantidad y


su cualidad. Por su cantidad:

 Una proposición es universal cuando el concepto o clase que constituye su


sujeto está considerado en toda su extensión; en cuyo caso se emplea el
cuantificador “todos” o “ninguno”.
 Una proposición es particular cuando el concepto o clase que constituye su
sujeto está considerado en parte de su extensión; en cuyo caso se emplea el
cuantificador “algunos”.

Por su cualidad se distinguen:

 Una proposición es afirmativa cuando el predicado afirma algo del sujeto;


en cuyo caso se emplea la cópula “es”
 Una proposición es negativa cuando el predicado niega algo del sujeto ; en
cuyo caso se emplea la cópula “no es”

Desde los tiempos de los antiguos lógicos, existe una convención por la
cual se emplea una notación simbólica de las proposiciones con sujetos
generales, (cuya calificante se extiende a la proposición misma) basada en
las primeras vocales de las palabras “AffIrmo” y “nEgO”:

 A — para las proposiciones universales afirmativas.


 E — para las proposiciones universales negativas.
 I — para las proposiciones particulares afirmativas.
 O — para las proposiciones particulares negativas.
Retorno a silogismo

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Inferencias inmediatas.

Los antiguos llamaban inferencias inmediatas a las conclusiones lógicas


que parten de una única proposición.

Para todas las inferencias inmediatas de la lógica clásica existe un presupuesto,


llamado presupuesto de existencia, que consiste en considerar que todos los
conceptos (atributos del sujeto, o predicados), que intervienen en las proposiciones
consideradas, se verifican en por lo menos un objeto.

Algunas obras critican esta asunción como un elemento ajeno a la lógica en sí, que
constituye una limitación a la validez de algunos de los métodos de inferencia de
los aristotélicos; pero tampoco es posible dejar de advertir que a pesar de ello,
especialmente a los fines del aprendizaje inicial de las reglas lógicas, el estudio de
esos métodos de inferencia tiene indiscutible utilidad práctica.

A los efectos de este estudio, se denomina:

 Proposición inicial — a la que comienza la inferencia (algunos la


denominan “la dada” por usar el formato “Dado que...”);
 Proposición transformada — a la que es resultante de los cambios
introducidos en la cópula, en el predicado o en el sujeto de la proposición
inicial.
Estas inferencias inmediatas pueden realizarse por diversos procedimientos
lógicos.

A — Métodos aplicables a proposiciones con un sujeto concreto.

 Por negación — método en el cual no se modifican ni el sujeto (S) ni el


predicado (P), sino solamente la forma de la cópula, introduciendo
un negador:
o S es P —› entonces es falso que S no es P
o Es falso que S es P —› entonces S no es P
o S no es P —› entonces es falso que S es P
o Es falso que S no es P —› entonces S es P
 Por obversión — o equivalencia, método en el cual no solamente se
modifican la forma de la cópula, sino también el predicado, introduciendo
su contradictor:
o S es P —› entonces S no es no-P; y viceversa.
o Es falso que S es P —› entonces es falso que S no es no-P; y viceversa.
o S es no-P —› entonces S no es P; y viceversa.
o Es falso que S es no-P —› entonces es falso que S no es P; y viceversa.

B — Métodos aplicables a proposiciones con sujeto abstracto.

 Por contradicción — método en el cual no solamente se modifican la forma


de la cópula, sino también la comprensión del sujeto. En este caso, dos
proposiciones contradictorias no pueden ser ni verdaderas a la vez,
ni falsas a la vez:
o Todo S es P —› entonces es falso que algún S no es P.
o Ningún S es P —› entonces es falso que algún S es P.
o Algún S es P —› entonces es falso que ningún S es P.
o Algún S no es P —› entonces es falso que todo S es P.
o Es falso que todo S es P —› entonces algún S no es P.
o Es falso que ningún S es P —› entonces algún S es P.
o Es falso que algún S es P —› entonces ningún S es P.
o Es falso que algún S no es P —› entonces todo S es P.

 Por obversión — que funciona del mismo modo que en las proposiciones
con un sujeto concreto; no solamente modificando la forma de la cópula,
sino también el predicado, en el cual se introduce su contradictor:
o Todo S es P —› entonces ningún S es no-P; y viceversa.
o Ningún S es P —› entonces todo S es no-P; y viceversa.
o Algún S es P —› entonces algún S no es no-P; y viceversa.
o Algún S no es P —› entonces algún S es no-P; y viceversa.
o Es falso que todo S es P —› entonces es falso que ningún S es no-P;
y viceversa.
o Es falso que ningún S es P —› entonces es falso que algún S no es no-
P; y viceversa.
o Es falso que algún S es P —› entonces es falso que algún S no es no-
P; y viceversa.
o Es falso que algún S no es P —› entonces es falso que algún S es no-
P; y viceversa.

C — Métodos aplicables a proposiciones con sujeto universal.

 Por contrariedad — método en el cual no se modifican ni el sujeto universal,


ni el predicado, sino solamente la forma de la cópula. En este caso, dos
proposiciones contrarias no pueden ser verdaderas a la vez, pero pueden
ser ambas falsas; de tal manera que es posible deducir la verdad de la
falsedad de la proposición transformada, pero de la verdad de ésta no es
posible deducir la falsedad de la inicial:
o Todo S es P —› entonces es falso que ningún S es P
o Ningún S es P —› entonces es falso que todo S es P

Debe notarse que esta inferencia supone que el atributo se verifica


por lo menos en un objeto existente en la realidad, y respecto del
mismo. Pero, de todos modos, la segunda inferencia igualmente sería
válida, si su afirmación inicial se fundara en que en la realidad no
existe el objeto a que se refiere.

 Por sub-alternación — método en el cual se transforma una proposición de


sujeto universal (que se llama subalternante), en una proposición con
el sujeto particular correspondiente; manteniendo en la transformada (que
se llama subalternada) la misma forma de la cópula, el mismo atributo y el
mismo predicado. En este caso, es posible deducir la verdad de la
subalternada, de la falsedad de la subalternante, pero no a la inversa(lo
impide el pasaje de universal a particular que se ha realizado):
o Todo S es P —› entonces algún S es P
o Ningún S es P —› entonces algún S es P
o Es falso que algún S es P —› entonces es falso que todo S es P
o Es falso que algún S no es P —› entonces es falso que ningún S es P

Debe notarse que esta inferencia solamente será válida a condición


de que el universal corresponda a por lo menos un objeto existente
en la realidad, y respecto del mismo.

D — Métodos aplicables a proposiciones con sujeto particular.

 Por sub-contrariedad — método en el cual no se modifican ni el


sujeto particular, ni el predicado, sino solamente la forma de la cópula. En
este caso, dos proposiciones contrarias pueden ser verdaderas a la vez,
pero no pueden ser falsas a la vez; de tal manera que de la falsedad de la
proposición inicial es posible deducir la verdad de la transformada:
o Es falso que algún S es P —› entonces algún S no es P
o El falso que algún S no es P —› entonces algún S es P

C — Métodos de inferencia por conversión..

Se designa como conversión la operación de inferencia que sin modificar la


cópula de la proposición, permuta el atributo con el predicado, pasando cada uno
a la ubicación del otro. La conversión puede ser:

 Perfecta — cuando el resultado es una transformada que tiene la misma


comprensión que la inicial; y que no cambia el valor de la proposición
inicial, de modo que de la verdad de la inicial permite concluir la verdad de
la transformada; y recíprocamente en cuanto a la falsedad. Esto requiere,
para que así sea, que la inicial universal sea negativa o una particular
afirmativa.
 Imperfecta — cuando la transformada no tiene la misma comprensión que
la inicial; que también es llamada accidental. La conversión imperfecta
conserva el valor de verdadero de la inicial, pero no necesariamente
conserva el valor de falso; y solamente es legítima para las
proposiciones universales, afirmativas o negativas.

Existen varias formas de conversión; pero la única forma de conversión que


puede realizarse con resultados legítimos, dando lugar a una inferencia válida,
dentro de la lógica de las preposiciones predicativas es la:

 Conversión por contraposición — Consiste en reemplazar el atributo (del


objeto-sujeto) y el predicado por sus respectivos contradictores y ejecutar
una conversión perfecta, (lo que presupone hacer previamente una
obversión y otra posteriormente a la conversión). No puede emplearse este
procedimiento para una proposición inicial particular afirmativa, ni para
una universal negativa; sino que es válida solamente para las universales
afirmativas o las particulares negativas:
o Todo A es B —› entonces algún no-B es no-A; y viceversa.
o Algún A no es B —› entonces algún no-B es no-A; y viceversa.
o Es falso que todo A es B —› entonces es falso que todo no-B es no-A;
y viceversa.
o Es falso que algún A no es B —› entonces es falso que algúno-
B es no-A; y viceversa.

Debe notarse que esta inferencia solamente será válida a condición


de que el contradictor del predicado de la inicial se verifique por lo
menos por un objeto.
Ir al principio

El silogismo.

Un silogismo es un razonamiento en el cual la conclusión es deducida a partir de


dos premisas. Por este motivo, en la lógica clásica se los denomina inferencias
mediatas.

El silogismo categórico es el que se compone de tres proposiciones


categóricas, que tienen tres términos dos de los cuales aparecen en las
proposiciones iniciales, y cuya conclusión es una proposición categórica
que contiene dos de los tres términos del silogismo, uno como sujeto y el otro
como predicado:

Todos los hombres son mortales


Sócrates es hombre
Sócrates es mortal

La conclusión se integra, en consecuencia, como uno de los términos que es


tomado de la primera premisa, y otro que es tomado de la segunda premisa, cada
uno de los cuales ocupa sea el lugar de sujeto sea el de predicado de la conclusión.

El término que ocupa en la conclusión la posición del predicado, es


denominado término mayor, el que ocupa el lugar del sujeto de la conclusión es
denominado término menor; y el que apareciendo en las premisas no lo hace en la
conclusión es denominado término medio.

La premisa de la cual es tomado el término mayor, se denomina premisa mayor; en


tanto que la premisa de la que es tomado el término menor, se denomina premisa
menor.

Un silogismo se representa simbolicamente con un formato gráfico similar al de


una suma aritmética:

Premisa mayor: A — B
Premisa menor: C — D
Conclusión: E—F

Se llama modo de un silogismo, la expresión del agrupamiento de sus premisas


y su conclusión, siguiendo la codificación literal de las proposiciones categóricas,
(A, E, I, O).
Pero como - según se demuestra - no es suficiente con el modo para describir
precisamente la estructura de un silogismo, se adiciona a ello lo que se denomina
la figura del silogismo, que se determina según el término medio, el cual puede
asumir cuatro figuras posibles:

M — PP — MM — PP — M
S — MS — MM — SM — S
S—P S—P S—P S—P

La combinación de 64 modos diferentes posibles para cada una de las cuatro


figuras, determina la posibilidad de 256 formas distintas para los silogismos
categóricos; aunque solamente algunas conducen a conclusiones válidas.

Para que un silogismo sea válido debe observar ciertas reglas, el incumplimiento
de cualquiera de las cuales determina que pierda validez.

Hay dos grupos de reglas:

 Reglas de los términos — Son cuatro reglas que determinan:


o — Todo silogismo categórico debe contener necesariamente tres
términos, uno de los cuales debe ser utilizado en el mismo sentido en
todo el razonamiento.
o — El término medio debe ser un concepto que por lo menos en una
de las premisas ha de poseer extensión universal; es decir, esté
empleado con el alcance de comprender a la totalidad de los objetos
integrantes de la clase a que se refiere.
o — En la conclusión no puede haber ningún término que contenga el
concepto con una extensión mayor que aquella con que se encuentre
empleado en las premisas.
o — El término medio debe aparecer en las dos premisas, pero no en
la conclusión.
 Reglas de las proposiciones — También son cuatro reglas que determinan:
o — De dos premisas negativas no es posible extraer ninguna
conclusión. Por lo tanto, por lo menos una de las premisas debe ser
afirmativa.
o — De dos premisas particulares no es posible extraer ninguna
conclusión. Por lo tanto, por lo menos una de las premisas debe ser
general.
o — De dos premisas afirmativas no es posible extraer una conclusión
negativa.
o — Si en un silogismo existe una premisa particular, o una premisa
negativa, la conclusión deberá ser, respectivamene, particular o
negativa.
Por lo tanto, frente a un silogismo determinado a los efectos de determinar
si posee validez como razonamiento, en primer término debe analizarse su
modo para establecer si cumple con las reglas de las proposiciones; y luego,
en caso afirmativo, examinar su cumple con las reglas de los términos.

El silogismo hipotético.

Al contrario del silogismo categórico que ambas premisas constituyen


proposiciones categóricas y por lo tanto también lo es la conclusión, el silogismo
hipotético es un razonamiento en el cual por lo menos una de sus premisas no es
una proposición categórica sino una proposición hipotética o condicional.

Se distinguen dos formas de silogismos hipotéticos:

 El silogismo hipotético constructivo — en el cual la primera premisa


formula una afirmación condicional, la segunda premisa afirma el
cumplimiento de la condición; por lo cual la conclusión da por producida
la consecuencia del cumplimiento de la condición. Se conoce como
silogismo modus ponens.
 El silogismo hipotético destructivo — es la forma n egativa del anterior, ya
que en la primera premisa se formula una afirmación condicional, pero
en la segunda premisa afirma el no cumplimiento de la condición; por lo
cual la conclusión da por producida la consecuencia del no cumplimiento
de la condición. Se conoce como silogismo modus tollens.

Estas formas de silogismo son de gran utilidad en la investigación científica,


al plantearse una hipótesis como explicación de un fenómeno; para luego
verificar si en los hechos las hipótesis resulta confirmada o no, siendo el
instrumento del razonamiento inductivo.

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