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1. Antecedentes, e Hipótesis
Si se declara que el ser persona es un don, es decir, algo dado y regalado con
anticipación incluso a la vivencia misma, y a la toma de conciencia de serlo, eso no quita
que una vez siéndolo se impone el desafío de hacerse persona. Y acaso se pueda avanzar
que tal desafío siempre se vive de una manera sistémica donde las componentes serían
inseparablemente tres: Individu@ - Existencia (corpóreo - afectiva) - Ego (Autoafirmación).
Todo ser humano llega a un mundo al que es “sujeto” e individualizado. Cuestión
que se oficializa inscribiéndolo en el Registro Civil correspondiente. Sin embargo, y al
mismo tiempo, ese mismo ser humano es una existencia con una fisiología y con
metabolismos determinados y con una capacidad de afectarse y de afectar al mundo que lo
recibe: al ser amamantado y al cagarse; el placer y el gozo, la incomodidad y la molestia, las
vive afectándose y afectando: “el que no llora no mama”. Y es en esos procesos vitales que,
al mismo tiempo, la pequeña persona va autoafirmando relacionalmente un cierto carácter,
su propio Ego.
Ahora bien, decir que se llega a un mundo (tribu, inter-mundo, sociedad) significa
que la persona, ya desde el vientre, está sujeta a creencias, saberes, conocimientos,
normativas, y regulaciones, que le son impuestas y ante las cuales, desde su corporeidad se
afectará y afectará a otras personas, autoafirmando su propia vida. El feto, estando en el
vientre será sujeto, por ejemplo, en nuestra sociedad, de auscultaciones, scanners, y estará
siendo alimentado de acuerdo creencias, conocimientos, normativas y regulaciones,
determinadas: tipo de alimentación de la madre con productos normados y regulados (o
no). Cierto scanner podrá revelar su sexo, y eso afectará de determinada manera a su
entorno y cuando nazca será nombrado e inscrito bajo la normativa y regulación vigente.
A partir de la niñez, y con mayor intensidad en la adolescencia (cuya denominación
normativa ya expresa la incertidumbre existencial particular de ese período: se “adolece”,
se “carece”) la persona irá experimentando y vivenciando cada vez más el desafío de
hacerse persona. Y en ese sentido se le hará compleja y confusa la vivencia sistémica de sí
misma: Individuo – Existencia (corpóreo-afectiva) – Ego (autoafirmación). Por tanto, la
supuesta “rebeldía” que se vive en la adolescencia (aunque hoy en la Psicología se dice que
a los tres años se da una primera “rebeldía”), no habría que abordarla en primer lugar ni
psicológica, ni menos sociológicamente, sino de manera existencial fundamental, pues se
trata en primerísimo lugar de un fenómeno sistémico de autoafirmación en sociedad.
La hipótesis que quiero avanzar en este artículo es que la tensión sexo (“naturaleza”)
- género (“sociedad”) - que siempre ha sido un desafío existencial a vivir y autoafirmar de
diversas maneras -, en la época moderno-tardía se ha explicitado y expresado como un
espacio y lugar existencial sistémico-complejo-dinámico en el sentido que la tríada
Individu@-Existencia-Ego, acaso tenga “ahí” su desafío existencial más importante e
incierto.
En efecto, si bien es la sociedad la que declara normativamente cuándo un ser
humano puede ser considerado persona; cuándo y cómo se le puede considerar un(a)
individuo(a); y cuáles son los caminos para autoafirmar su ego en sociedad; son las personas
que, en ese humus normativo cultural y social van siendo y asumiendo el desafío existencial
de vivir y habitar en una sociedad determinada, las que al hacerlo van comprendiendo,
explicitando, y conformando ciertas identidades de cambio.
De acuerdo a lo anterior se han dado dinamismos socio-culturales y políticos que
han ido transformando normativas existenciales. En la modernidad, sin duda hay que partir
por aquel que releva la importancia, explicitación, y expresión del Sujeto, con sus derechos
y deberes. En tales dinamismos el o la Sujeta en su explicitación y expresión va a reclamar
ser reconocido y considerado en sus diferencias identitarias. Eso común de todes les
individues modernos llevó, pienso, a dinamismos socioculturales, que, como cualquiera (el
tecnológico por ejemplo), tuvieron el carácter de superarnos como seres humanos y
arrastrarnos con ellos en la explicitación y expresión de nuestra propia existencia. Por
tanto, en el transitar y en la traducción personal de los y las Sujetas se fue dando una
diversidad marcada por sus diferencias identitarias, y por las mezclas entre ellas. De este
modo a partir de los años ’60 aproximadamente se empezó a hablar (y desarrollar) “el lado
femenino en los hombres”. Y así también se empezó a hablar (y desarrollar) una
“inteligencia emocional”. Y luego se comenzó a hablar de competencias y “habilidades
blandas y duras”. Sin embargo, es desde los inicios del siglo XX que comenzaron a
configurarse acciones, demandas y movimientos que buscaban reconocimiento y justicia
social respecto de las diferencias en la tensión sexo-género. Y a partir de los años 20 de ese
siglo en los países desarrollados se configuraron también, incipientemente, posibilidades
de aparición y reivindicaciones sociales para minorías raciales y sexuales.
Ahora, sabemos bien que los avances en esos ámbitos fueron lentos, trabajosos, y
sacrificados. El derecho a voto para las mujeres en elecciones presidenciales se acordó en
Chile en 1949, y su participación efectiva ocurrió en 1952; la ONU lo proclamó como
derecho universal en 1946; pero EE.UU se adelantó en casi dos décadas con la
Decimonovena Enmienda (1920); Y en San Juan, Argentina, si bien se logra en1927, es en
1947, haciéndose efectivo en 1951, que se acuerda para todo el país. Respecto de las
reivindicaciones raciales existen múltiples procesos. El más conocido es el Afroamericano
en EE.UU. que comienza en los años ’50 y se intensifica en los años ’60 dándose su triunfo
legislativo en 1964 con la ley de Derechos Civiles que prohíbe la discriminación racial y
también de sexo (porque en EE.UU. se unieron los movimientos afroamericano y el
feminista); y en 1965 se da el derecho a voto para los afroamericanos. No obstante,
sabemos bien, que la aceptación y cumplimiento cabal de la no discriminación racial ha
supuesto, y sigue suponiendo hasta el día de hoy, sendas luchas. Y así también ha sido, y
sigue siendo, para la no discriminación sexual. Ésta se podría decir, ha recorrido caminos
más complejos aún que, como tales, nos revelan que es indudable que la Modernidad, en
todo sentido, y en todas sus dimensiones, dinamismos, y aspectos, ha estado marcada por
lo Trans. Esto es, por el transitar existencial. Y más específicamente, por la permanente
traducción y reposicionamiento autoafirmativo.
Ahora, con todo, es un hecho y una constatación híper compleja que tiene que
(auto)comprenderse – como todo lo existencial, pero más aún – de maneras procesuales-
temporales para captar bien las diferencias y sus transformaciones. De hecho los
movimientos por la no discriminación sexual - si bien en Europa sus antecedentes se
remontan a fines del siglo XIX con las declaraciones principalmente de artistas (Oscar Wilde
es enjuiciado por homosexualidad en 1895), y con la aparición de revistas a comienzos del
siglo XX, y con ciertas expresiones en los años 20 en varios países de Europa y en EE.UU. -,
es a comienzos de los años ’70 que esos movimientos toman fuerza y consolidación pública.
Y en un principio se trata más claramente de la defensa de la homosexualidad, esto, si bien
la sigla LGBT (Lesbianas, Gays, Bisexuales, y Transexuales) dicen que tiene su origen en un
bar de Nueva York el 28 de junio de 1969, y, que en las manifestaciones podían en cierto
sentido hacer causa común, también hay que agregar que las diferencias comprensivas y
políticas se fueron demarcando y las posibilidades de alianzas también fueron apareciendo.
En la película The Danich Girl (Tom Hooper 2015) – que narra la historia real de la pintora
danesa Lili Elbe, quien a mediados de 1920 fue la primera mujer transgénero en someterse
a una intervención quirúrgica de reasignación de sexo -, el pasaje más revelador quizás es
cuando la protagonista confiesa al homosexual con el que se había relacionado en otros
pasajes, que se operará y se convertirá definitivamente en mujer. El homosexual
sorprendido y aterrado le responde: in a real woman? Cuestión que deja ver que para él,
de darse tal cambio, ya no sentiría atractivo y no podría relacionarse con ella, porque él
quiere aparecer, explicitarse, y expresarse sexualmente como homosexual y quiere tener
relaciones homosexuales. La película más adelante nos muestra que pasan a una relación
de amistad. Sin negar que pudo haber sido así, quiero avanzar que tal reconocimiento y
nueva relación no es gratis, ni surge espontáneamente, supone un trabajo comprensivo
psicológico-afectivo-sexual atravesado por la incertidumbre.
Acaso sea Judith Butler, intelectual estadounidense, la que haya trabajado más
profunda, rigurosa y (auto)críticamente tales dinamismos socioculturales, dando pie al
desarrollo de una filosofía que, justamente, avanza y defiende las posibilidades de
aparición, explicitación, y expresión, de los géneros en su diversidad y diferencias. Ella es
una declarada queer, que en su propio proceso personal transitó de lo masculino a lo
homosexual y hacia una personalidad femenina. Y como intelectual se sumó
(auto)críticamente a una rica y larga tradición que entre otras contempla a Simone de
Beauvoir, Julia Kristeva, Monique Wittig, Donna Haraway, Melanie Klein, Hannah Arendt,
Luce Irigaray, Adriana Cavarero, Chantal Mouffe, Susan Sontag.
De acuerdo a mi hipótesis (lo sexual-genérico como lugar privilegiado de lo sistémico-
complejo-dinámico de la modernidad tardía) Butler sería la intelectual que mejor da cuenta
de la posibilidad de levantarla como tesis. Y en ese sentido recomiendo leer primero el libro
que reúne ensayos que escribió entre 1993 y 2012, y que publicó el año 2015 bajo el título
Senses of the Subject, que el 2016 se tradujo como Los Sentidos del Sujeto. Pues, en él sienta
ciertas bases muy significativas para sus otros ensayos: “cuando hablamos de la formación
del sujeto, siempre asumimos un umbral de vulnerabilidad e impresionabilidad que parece
preceder a la formación de un «yo» consciente y deliberado. Eso solo significa que esta
criatura que yo soy está afectada por algo exterior a sí mismo, entendido como un a priori,
que activa y da forma al sujeto que soy”. (Butler, 2016, 7). Eso exterior, sin duda, es lo
normativo: “Las normas actúan sobre nosotros en todas direcciones, es decir, de un modo
múltiple y a veces contradictorio; actúan sobre una sensibilidad a la vez que la conforman;
nos empujan a sentir de una manera determinada, y esos sentimientos pueden penetrar
incluso en nuestro pensamiento, ya que es muy posible que acabemos pensando en ellos”
(Butler, 2016, 13).
Y es entre esa formación del Sujeto dentro de esa normativa que puede surgir lo
ético para Butler. Cuestión que en nuestro caso incluye la existencia y el ego, pero Butler
habla en otros términos, porque en ella lo sistémico-complejo-dinámico aquí sólo está
implícito:
No solo me veo afectada por este otro o este conjunto de otros, sino también
por un mundo en el que los humanos, las instituciones y los procesos orgánicos
e inorgánicos quedan impresos en este yo, que es susceptible desde el primer momento
de diversas maneras, todas ellas completamente involuntarias. La condición de
posibilidad de mi explotación presupone que soy un ser necesitado de soporte,
dependiente, arrojado a un mundo de infraestructuras para sobrevivir. […].
[…]. el conjunto de relaciones no se define tanto por una serie causal, sino por
una forma de transitividad; no siempre sabemos, o no siempre podemos decir, quién
tocó a quién, si uno fue tocado o tocó. (Butler 2016, 15).
3. Vulnerabilidad, Transitividad y Performance
5. Construcción de sí y Paradoja
6. Lo Político: la Interdependencia
Arendt si bien es crucial en los avances del pensamiento político del siglo XX al relevar
lo fundamental que es la aparición de las personas y sus discursos en el espacio público para
el desarrollo de lo humano, pasará por alto cuestiones que hoy, sobre todo desde un
pensamiento emergente, no se pueden dejar así. Cuestiones cruciales para una nueva
comprensión de lo público. (Butler, 2019, 51-53).
Butler no sólo reclama la validez de los movimientos de reivindicación socio-cultural,
siendo, eso sí, (auto)crítica y exigente respecto de los criterios pacifistas de los mismos, sino
que en este texto fundamentará mejor y más profundamente los posibles vínculos, para
una política fecunda, entre la pre-caridad , la performatividad y las alianzas de los cuerpos.
Se puede decir que en este texto Butler avanza más aún una ontología existencial
compartida, pues considera que todas las personas son vulnerables y candidatas a
experimentar la pre-caridad.
Desde mi punto de vista, el término “pre-caridad” designa una condición impuesta
políticamente merced a la cual ciertos grupos de la población sufren la quiebra de las redes
sociales y económicas de apoyo mucho más que otros y en consecuencia están más
expuestos a los daños, la violencia, y la muerte. Como ya he señalado en alguna otra
ocasión, la pre-caridad no es más que la distribución diferenciada de la precariedad. […].
La pre-caridad se caracteriza asimismo porque esa condición impuesta políticamente
maximiza la vulnerabilidad y la exposición de las poblaciones, de manera que quedan
expuestas a la violencia estatal, a la violencia callejera o doméstica, así como a otras
formas de violencia no aprobadas por los Estados pero frente a las cuales sus
instrumentos judiciales no ofrecen una suficiente protección o restitución. (Butler, 2019,
40).
En tal estado y situación el término moderno, que Hegel llevara a una clara expresión, a
saber: el reconocimiento, tiene una especial y crucial valía (Butler, 2019, 42; 45). Ahora, ella
da cuenta de lo complejo y dinámico que es este fenómeno, particularmente el de género.
Y es desde tal complejidad dinámica que ella comprende el valor del exceso en algunas
explicitaciones y expresiones de género y de transgénero. Y éticamente las comprende
desde la búsqueda de una vida que sea vivible para las personas así involucradas (Butler,
2019, 46).
Quiero insistir en el punto que dije más arriba: que Butler no sólo no toma partido, no
parcializa su pensamiento (lo cual no significa que sea imparcial o neutra), sino que busca,
realmente, ofrecer un pensamiento radical (una ontología) que dé cuenta del fenómeno
humano de manera compartida. En ese sentido ella distingue en la expresión vida humana,
que la primera es siempre mayor, es decir, que lo humano no da y no puede dar cuenta de
toda la vida. Y desde tal base ella recomienda buscar las formas de interdependencia que
puedan existir entre las diversas personas, sin restar, eso sí, las disrupciones que puedan, a
su vez, desestabilizar lo normativo para ampliarlo (ver Butler, 2019, 49).
Ahora bien, para la filósofa norteamericana la interdependencia es un desafío difícil
para vivir. Sobre todo, en las luchas territoriales en las que se desata la violencia de Estado.
Al estar involucrados en situaciones tales se da un vínculo quiásmico con las personas que
sufren atropellos y una especie de reversibilidad de la proximidad y la distancia, que frente
a cómo tratan los medios tales situaciones, puede llevarnos a actuar de maneras no
pacíficas y no interdependientes (ver Butler, 2019, 122-123). Sin embargo, tal
reconocimiento la lleva hacia lo que Sloterdijk denomina prácticas extraordinarias, es decir,
a reforzar las convicciones que nos puedan abrir una mejor vida para todes. Butler, en ese
sentido, es crítica respecto de cualquier postura absolutista, sobre todo en situaciones de
precariedad: “Tenemos que adoptar una política que evite el atrincheramiento del
paternalismo, desde luego que sí. Pero si esa resistencia a medidas paternalistas se
enfrenta a todas las instituciones económicas y estatales que pueden proporcionar
bienestar social, entonces la demanda de apoyo estructural se torna incomprensible en sus
propios términos, e incluso resulta contraproducente” (Butler, 2019, 143).
La interdependencia en la vulnerabilidad y precariedad es extremadamente desafiante,
compleja, y dinámica. El testimonio de Bernice Johnson Reagon lleva a Butler a reflexionar
y concebir la solidaridad y la resistencia de maneras nuevas (Butler, 2019, 154). En el
capítulo 5 va a insistir con la no violencia y lo va a hacer también como desafío difícil a vivir
– como disciplina, como ethos, y como táctica y práctica extraordinaria (Butler, 2019, 192).
Y en el último capítulo, el sexto, nos obliga, en cierto sentido, a releer todo lo leído, en
cuanto en él, Butler, trata directa y más profusamente la cuestión ética.
Lo hace trayendo al filósofo Teodoro Adorno y su conocida sentencia: “no se puede vivir
correctamente la vida equivocada” (en T.W. Adorno, Minima Moralia), que Butler
reformula así: “En realidad nos enfrenta a la cuestión de cómo se puede llevar una buena
vida en medio de una mala vida” (Butler, 2019, 195). Cuestión que, a su vez, para ella,
presenta dos problemas: ¿cómo vivir de la mejor manera la propia vida?; y ¿cómo
condiciona el momento actual ese desafío? Esta doble formulación es inseparable para
Butler: “Cuando Adorno se pregunta si es posible llevar una buena vida en medio de una
mala vida, se está planteando cuál es la relación entre la conducta moral y las condiciones
sociales, pero sobre todo, en un sentido más amplio, se pregunta cuál es la relación que
mantiene la moral con la teoría social” (Butler, 2019, 196).
Se puede decir, sin ningún temor a equivocarse, que las personas intelectuales que
hemos traído aquí, todas sin excepción son cuestionadoras-afirmadoras de la vida, que
Butler resume así: “Cuando hablo de biopolítica me refiero a esos poderes que organizan la
vida o que incluso disponen de las vidas exponiéndolas de manera diferenciada a la
precariedad” (Butler, 2019, 198). De ahí que critique a Arendt por priorizar y separar “la
vida del espíritu” de la “vida del cuerpo” (ver Butler, 2019, 205). Pues una biopolítica de
acuerdo a tal separación no sólo ha mostrado ser insuficiente, sino apertura para el status
quo o la perversión.
Volviendo sobre aquello que avanzamos respecto de lo paradójico, en este último
capítulo que trata sobre la cuestión ética, Butler habla de “paradoja hiriente”.
En otras palabras, ¿cómo voy a tratar de llevar una buena vida si no tengo una vida
de la que hablar, si la vida que pretendo llevar es considerada prescindible o está de hecho
abandonada? Cuando la vida que llevo es invivible se me plantea una paradoja hiriente,
porque la cuestión de cómo llevar una buena vida parte del
supuesto de que hay vidas que uno puede llevar, es decir, que existen vidas a las que se
reconoce como entes vivos y la mía está entre ellas. […]. Para que la cuestión abra un
camino que yo pueda seguir, el mundo debe estar estructurado de tal forma que mi
reflexión y mi acción no solo sean factibles sino además eficaces. Si voy a deliberar cuál
es la mejor manera de vivir, entonces tengo que asumir que la vida que quiero adoptar
puede ser afirmada como vida, que soy yo quien puede ratificarla como tal, aun cuando
no lo sea en términos más generales, o bajo condiciones en las que no siempre resulta
fácil discernir si mi propia vida queda afirmada en el ámbito social y económico. A fin de
cuentas, esta vida que es mía es el reflejo de un mundo que está dispuesto de tal forma
que distribuye el valor de la vida de manera diferenciada, un mundo en el que mi vida está
más o menos valorada que las de los demás. Dicho de otro modo, esta vida que es mía me
devuelve el reflejo de un problema de igualdad y de poder y, en un sentido más amplio,
de la justicia o injusticia de esa asignación de valor (Butler, 2019. 200).
Tal situación compleja para hacerse persona y ser valorada como tal supone redoblar y
cuadriplicar esfuerzos para intentar llevar una buena vida en una mala vida: “¿por qué
debería yo actuar moralmente, o plantearme siquiera la cuestión de cómo vivir en mejores
términos, si mi vida ya no está considerada como vida, si a mi vida se la dispensa el mismo
trato que a la muerte? […].” (Butler, 2019, 202).
La filósofa insiste hasta el final que es la vulnerabilidad compartida la que hay que
aceptar, asumir y enfrentar. Vulnerabilidad que Sloterdijk llama: “la desventaja (o
inconveniente) de ser un ser humano”. Ahora, para la norteamericana esta vulnerabilidad
está distribuida de manera desigual (Butler, 2019, 211). Y la manera de asumir y enfrentar
dicha desigualdad social respecto de la vulnerabilidad sólo puede ser más fecunda desde
alianzas corporales, pues ahí se juega nuestra vida afectiva, es decir, lo que nos moviliza y
apertura fundamentalmente como existencias que somos (Butler, 2019, 212-213).
Ahora, ¿cómo esto se cruza y es cruzado por lo normativo? ¿Cómo se transforma en
mí, en medio de la vida que llevo en la vida social correspondiente, en una cuestión moral
y cómo avanza hacia una reflexión ética? ¿Cómo abordo esto que es complejo en mí mismo
porque soy una existencia compleja que habita en sistemas complejo dinámicos? En la tesis
doctoral que desarrollé teniendo como compañía para la aventura a Deleuze, Sloterdijk,
Latour, Sterman, y Hutcheon, avancé que a la esquizofrenia política y al cinismo no tenemos
otra manera que enfrentarlas con procesos elaborados y golpes de honestidad. Algo así
termina diciendo Butler en este libro:
Si existe lo que podríamos llamar dos vidas —mi propia vida y la buena vida, entendida
como una forma social de la vida—, entonces la vida de uno está implicada en la otra. Y
esto significa que, cuando hablamos de las vidas sociales, nos estamos refiriendo a la
manera en que lo social atraviesa lo individual, o a cómo se establece la forma social de la
individualidad. Por otra parte, lo individual, aun cuando sea autorreferencial en un grado
elevado, está aludiendo siempre a sí mismo a través de una forma mediadora, a través de
los medios, y el propio lenguaje con el que se reconoce a sí mismo viene de otro lugar. Lo
social condiciona y media este reconocimiento de mí mismo que yo realizo. Como ya
sabemos por Hegel, el yo que llega a reconocerse a sí mismo, a reconocer su propia vida,
se reconoce siempre como vida de otro. Si el yo y el tú son aquí ambiguos, es porque están
ligados en otros sistemas de interdependencia, en lo que Hegel llama Sittlichkeit. Y esto
significa que, aun cuando yo realice ese acto de reconocimiento de mí mismo, hay unas
normas sociales que están operando en el curso de esta actuación, y cualquiera que estas
sean no se desarrollan conmigo, aunque no puedo pensarme a mí mismo sin ellas. (Butler,
2019, 215).
El término alemán: Sittlichkeit, se puede traducir como “moralidad” y también por
“honestidad”. El asunto es que la una y la otra, más que nunca hoy, sólo se pueden vivir en
procesos relacionales, en exposiciones de nuestras propias existencias con otras. Sólo
desde ahí podemos emitir juicios que hablen de la moralidad y honestidad de nuestras
existencias en sociedad. Ahora bien, como dije más arriba, y Sloterdijk dedica un tremendo
libro a ello (Has de cambiar tu vida), se requiere de mucho coraje y disciplina. Bluter lo
expresa así también, y lo hace citando a Adorno: «Esta resistencia a lo que el mundo ha
hecho de nosotros no implica en modo alguno una oposición al mundo exterior sobre la
base de lo que tenemos pleno derecho a resistirnos. […] Es más, tenemos que activar
nuestra capacidad de resistencia para no ceder a aquellas partes de nosotros mismos que
tienen la tentación de entrar en juego» (Adorno in Probleme der Moralphilosophie) (Butler,
2019, 216-217).
Sloterdijk en el libro citado trae lo disciplinar de una manera más afirmativa aún y más
acorde a lo sistémico complejo dinámico, de ahí que para referirse a lo disciplinar traiga el
concepto Antropotécnica, que reúne lo corporal-afectivo-intelectual-tecnológico. Es decir,
y para cerrar este artículo, nuestros golpes de honestidad tendrían que vincular en su
comprensión y explicitación las ciencias, las tecnologías, las artes, y las humanidades.
Preguntas
1. Diseña un ejemplo en el que exprese la estructura complejo-dinámica del hacerse
persona que se propone aquí: Individu@ (Sujet@) - Existencia (corpóreo - afectiva)
- Ego (Autoafirmación).
2. Se dice que los procesos de transformación cultural pueden tomar mucho tiempo.
¿Piensas que es así? Da ejemplos.
11. ¿Cuál es la distinción que el texto hace respecto de las paradojas y lo paradójico?
Da otros ejemplos.
13. ¿Por qué se requieren “prácticas extraordinarias” para una “buena vida dentro de
una mala vida”?