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BRINDEMOS CON VINO.

Alumna: Emilce Ornella Stufuno.


Curso: 5to 7ma.
Turno: Tarde.

¿Cómo pudo terminar así?, era la única pregunta que se hacía presente reiteradas veces en
la cabeza de adolescente de hebras oscuras. Nunca creería que terminaría solo, en una
sala de interrogatorio, dónde la luz tenue de la habitación iluminaba la mesa de madera con
barniz salpicado.

Con su mirada sin algún rumbo fijo, esperando el de hebras rubias a que de nuevo lo
hostigara con sus preguntas fastidiosas. Tan doloroso para el pobre adolescente de
cabellera castaña.

Era él en soledad, sin nadie a su lado. 

Eso le dolía demasiado.

Pasados unos segundos, pudo escuchar claramente como el chirrido de la puerta se hizo
presente en aquella habitación.

Viendo la silueta de quién se encargaba de interrogarlo, pero había algo más que no pudo
evitar mirarlo desconcertado y con un indiscreto disgusto.

Las preciadas cartas que le escribió el amor de su vida.

Ahora estaban en las manos de alguien más. Quién suspiró con total desesperación al ver
que su trabajo no estaba dando frutos, pero eso no significaba rendirse con el adolescente.

— ¿Ahora vas a hablar? —Preguntó irritado mientras lo miraba y fruncía el ceño,


abanicando las cartas que le había escrito su novio.

— Si ya dije todo.—reprochó el castaño, entrecerrando sus ojos con capricho.

El adulto no pudo evitar el rodar los ojos, agotado y con poca paciencia suspiró de nuevo.
Habían pasado unos largos minutos como para seguir insistiendo, estaba a poco de
rendirse.

No se rendiría, quería hacer todo lo posible para mínimamente sacarle algo de información
al castaño. Caminó donde se encontraba sentado el adolescente, quién lo miraba
disgustado. 

— ¿Y qué es esto Elías?..—Preguntó el rubio de orbes azuladas, apoyando las hojas


escritas sobre la mesa.
Sin embargo el nombrado no hizo ningún sonido, solo se quedó observando en la elegante
cursiva escrita, quizás releyendo la primera carta visible entre todas ellas.

Cosa que hizo sonreír al adulto, de alguna u otra forma.

— Se nota que él te amaba. —Dijo con ironía, leyendo muy por arriba unos de los primeros
párrafos de aquella carta de amor.

Realmente no quería leer esa mierda. Si ya era repulsivo el caso, aquellas cartas para su
moral, eran incluso peor.

Le generaba algo que, sin duda, era demasiado asco, revolviendo su estómago. 

— Bueno…—Pausó para esparcir las hojas por todo alrededor del mueble y finalmente
cruzarse de brazos en total silencio. Incomodado un poco al pelinegro, quién giró su rostro
para ver detenidamente al adulto.

— Señor, ya se lo dije. —Nuevamente contestó de forma caprichosa, negándose totalmente


a contestar lo más mínimo, volteando su mirada hacia la nada.

Causando irritación al rubio.

Quién apoyó con fuerza sus codos en la fría mesa, ahora su rostro en verdad mostraba
impaciencia.

— Mirá Elías… Lo que tu noviecito y vos están haciendo es ilegal. —Habló el rubio mayor
con un tono de voz frío y sin emoción alguna. Inclinándose con sus codos para así estar a la
misma altura que el adolescente.— Te recuerdo que sos un menor de edad.—Aquellas
palabras hicieron que el menor tragara en seco mientras evitaba a toda costa hacer
contacto visual con el que se encargaba de hacerle las preguntas.

— Era consentido.

Escuchar eso fue lo que culminó la paciencia del hombre de orbes azulados. Si no fue
suficiente haber estado investigando sobre la vida del azabache tiempo atrás, ahora tenía
un presunto obstáculo en su búsqueda que hizo que todo se pausara nuevamente.

Obstáculo, que estaba cegado en su enamoramiento, sordo a cualquier opción y solución.

Aún así se atrevía a decir que todo era meramente consentido.

»— Entiendo, "consentido".

El rubio sabía que no era así, pero había algo que todavía le faltaba de alguna forma
"descifrar" que yacía entre todo ese tormento de problemas y acciones ilegales.

¿Cómo había terminado así?, ¿Cómo un menor de edad había terminado de esa forma?.
Era algo preocupante. Sin embargo, aquella preocupación se había esfumado al escuchar
nuevamente la voz juvenil.

— Así es…—Afirmó con seguridad el joven. —Ahora por favor, deja de ser tan culo roto
como para meterte en MI vida. —Hizo énfasis en la palabra "MI" con arrogancia, lo que hizo
que el rubio se sorprendiera al presenciar tal actitud por más que fuera normal en un
adolescente.

¿Cómo era capaz de seguir defendiendo a fé ciega a ese sujeto? Quería gritar de la rabia,
gritar hasta quedarse sin voz. Su paciencia, por más que ya había sido culminada con
anterioridad, empeoraba más y más.

— ¿Disculpame? —Preguntó el rubio desconcertado, mientras acomodaba su postura para


luego cruzarse de brazos.

— Lo que escuchaste… —Respondió con el mismo tono a modo de burla.

Eso último, fue el desencadenante para que el ex-comandante se fuera de la sala de


interrogatorios, para que lo último en escuchar, sea el sonido de la puerta siendo azotada
con fuerza, dejando al pelinegro nuevamente en soledad.

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