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No me gustaba llorar en público, y cuando digo que no me gustaba, me refiero a que era
lo que más detestaba en la faz de la tierra. Llorar, en todas las letras de la palabra, se sentía casi
igual de detestable, pero ver esas miradas de intriga y lástima…como si ellos pudieran entender
algo, como si pudieran arreglarlo con sus palabras asquerosamente empalagosas, eso me hacía
sentir débil.
Así que ese día no lloré. Contuve las lágrimas cuando sentí mis ojos picar. Apreté los
puños hasta que sentí un líquido caliente resbalar de mis palmas. Me centré en el latido de mi
corazón para tratar de centrarme.
No recordaba la última vez que mis emociones me habían sobrepasado hasta aquel punto.
Fueron tantos años esculpiendo un muro de ira y enojo a mi alrededor, y sin embargo
sentía que había sido una de las más pequeñas pequeñeces la que me había derrumbado.
Era pequeño, o lo había sido al principio, como todas las cosas que duelen y toman
desprevenidas a las personas: un terremoto inicia con un temblor, una muerte con un nacimiento,
un huracán con un viento leve…el dolor con un error. En mi caso, hubo muchos errores.
Demasiados, demasiado grandes, demasiado caóticos.
Mi pecho dolía, mi garganta estaba seca, mis ojos ardían, mis palmas tenían manchas de
sangre al igual que mis uñas.
La gente estaba empezando a darse cuenta, así que con toda la voluntad que pude reunir
me levanté y huí de esa fiesta.
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Pasar tiempo con mi hermano siempre fue lo que más me gustaba en el mundo.
Esa sensación de paz en el pecho que solo lograba sentir estando con él se volvió en una
especie de recuerdo borroso el día en que me dijeron que había fallecido.
—¡Solo eres unos minutos mayor que yo, Nash! —Respondió claramente indignado de
que siempre usara eso en su contra.
—Esos minutos valen oro, Riggy-bu—dije con voz burlona, acentuando el estúpido
apodo que usaba una ex-novia suya.
—Parece que quien no ha superado a Claire eres tú, Nashy—arqueó una ceja sugerente
burlándose y tratando de voltear mi jugarreta.
Veintitrés minutos que, jugando, diría que fueron los mejores de mi vida al ser hija única.
Y pensar que diecisiete años después lo que más quería esa noche en el hospital era que
solo fueran veintitrés minutos los que estuviera sin él.
Pero eso claramente no fue así, y esos minutos se volvieron horas, las horas pasaron a ser
días, los días a semanas y las semanas a un año.
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Se sentía irreal.
El viento que se colaba por las ventanas moviendo mi cabello y vestido mientras mis pies
tomaban tercera posición.
Como un sueño del que no quiero despertar, pero lamentablemente terminó cuando el
pianista acabó de tocar la pieza que yo interpretaba, dándole fin a la obra.
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Me encontraba en la dura calle de concreto, con el rostro lleno de ceniza y observando
como el fuego terminaba de consumir el lugar donde había vivido durante los últimos 14 años de
mi normal y aburrida vida.
Había ocurrido demasiado rápido. Una fuga de gas en la estufa y BOOM, todo estaba
envuelto en densas llamas al rojo vivo.
Zephyr cerró la puerta del congelador girando para dejar el helado sobre la encimera de la
cocina y agarrar una cuchara. Definitivamente no esperaba ver a su padre justo atrás de la
encimera mirando fijamente a la rubia cuando regresaba su vista al helado con la cuchara en la
mano.
Eran solo los dos, mirándose fijamente a los ojos, azul contra azul.
—No fuiste a la escuela, ¿Por qué?—preguntó el mayor enarcando una ceja seriamente
pero arrastrando las palabras.
—Eso deberías saberlo desde hace… ¿cuánto? ¿seis años?, no importa, el punto es que es
tu culpa. —Soltó notablemente enfadado estrellando una botella vacía de cerveza contra la pared
que estaba detrás de Zephyr, causando que su hija se sobresaltara notablemente, provocando una
risa amarga de Emmett.
Zephyr no respondió, estaba congelada, aterrada. Había intentado no tener miedo durante
los últimos seis años, pero le era prácticamente imposible. Ella se odiaba a sí misma por ser débil
y una cobarde.
Su padre la miró y Zephyr estuvo a nada de llorar al ver la malvada sonrisa que Emmett
dibujó en su rostro, sus pupilas se dilataron aún más de lo que ya estaban y caminó hacia la rubia
tambaleándose. Estaba ebrio, malditamente ebrio.
—¿Quieres que vuelva a mostrarte lo que pasa cuando te quedas aquí todo el puto día sin
hacer nada y, además, no me respondes? —Ella trataba de emitir una palabra, solo dos malditas
letras. NO, la palabra se formulaba una y otra vez en su cabeza, pero simplemente no podía
decirla.
Ese mismo lunes alrededor de las ocho de la noche el mejor amigo de Zephyr se
encontraba leyendo en el pequeño sofá de su habitación, o eso intentaba; Alek se levantó por la
mañana con un mal presentimiento punzando su pecho, esto siguió durante el resto del día
cuando no vio a su rubia en la escuela y empeoró cuando no respondió ninguna de las dieciocho
veces que la había llamado.
—Alek…—La voz de Zephyr sonaba rota y débil. El de ojos verdes no necesitó nada más
para saber lo que pasaba.
Se supone que el primer día del último año de Instituto debería ser emocionante, ya
saben, la Universidad a la vuelta de la esquina, alejarte de tu familia durante años…
Simplemente la emoción y expectativa de ser un adulto independiente.
Sí, se supone, porque, al menos en mi caso, el primero de septiembre de 2022 fue una
auténtica mierda.
Bien, sí, estoy exagerando. Pero en verdad fue un día que empezó un poco mal para mí.
¿Por qué?
Mis piernas dolían por la fuerza y velocidad con la que corría por los pasillos del instituto
tratando de no llegar más tarde a clase de literatura que los veinte minutos que ya tenía en el
reloj. Mi cabello estaba echo un desastre, mi suéter tenía una mancha de leche que derramé en el
desayuno tratando de apurarme y mi ánimo se encontraba hasta el inframundo por haberme
desvelado la noche anterior leyendo un libro.
Sí, un desastre.
Cuando llegué a la puerta del aula sesenta y tres respiré hondo preparándome
mentalmente para tocarla, así como también perder la dignidad excusándome con la profesora
Harper por mi falta de responsabilidad y rogando que me dejara entrar para no ir a casa con un
reporte el primer día. Unos segundos después de haber tocado, la puerta se abrió revelando a una
mujer rubia, alta y delgada de edad avanzada que frunció el ceño inmediatamente al ver mi
aspecto tan desastroso. Ella había sido mi maestra desde que entré al instituto y nunca, NUNCA
había llegado tan tarde y desarreglada a la escuela, así que en realidad no me extrañó la sorpresa
y confusión en su mirada.
Le di una sonrisa tímida tratando de ocultar la vergüenza que me invadió al notar las
miradas burlonas de algunos alumnos chismosos que habían estirado sus cuellos para ver quién
había sido el tonto que había llegado tarde.
—Señorita White —pronunció mi apellido con cuidado esperando lograrlo esta vez, lo
cual no sería posible.
Traté de mantenerme firme y evitar que mi voz temblara tanto por la humillación que
estaba sufriendo al presentarme al instituto de tal manera, como por la mención de mi familia.
—Bien, Antares, espero que tenga una buena excusa para la hora en la está llegando a
clase— Su voz fue firme, casi intimidante, pero su mirada seguía mostrando lástima.
Sí fue un poco estúpido, tal vez tuve que haber mentido con alguna excusa menos
vergonzosa, pero ya no podía retirar mis palabras.
—Bien—, dibujó una pequeña sonrisa en su rostro—, por ser la primera vez, y espero
última que pase esto, dejaré que entre y no mandaré reporte con el director.
Sin decir nada entré al aula con la cabeza gacha, caminando entre las butacas y
esquivando miradas de algunos alumnos curiosos hasta llegar a la última que quedaba disponible
al fondo. Saqué mi cuaderno y una pluma, y sin perder un segundo más empecé a anotar lo que
estaba escrito con tiza blanca en la pizarra. Según lo que había anotado la profesora Harper,
tendríamos un proyecto que abarcaría los dos primeros semestres: Escribir un libro sobre lo que
fuera.
Desde siempre me ha gustado escribir historias, cortas, largas o poemas, así que en
realidad no me disgustó nada el proyecto, el único problema que vi fue el hecho de que sería un
trabajo en parejas. Nunca me ha gustado trabajar con alguien más en algo que sea para la
escuela, siempre había pensado que el dicho “Dos cabezas son mejor que una” era rotundamente
estúpido. Ya saben, dos opiniones diferentes, dos modos de trabajar completamente distintos…
Simplemente chocan y no funcionan.
Lo bueno es que por mis excelentes calificaciones los profesores siempre me dejaron
trabajar individualmente cuando lo pedía, así que solo era cosa de decirle a la profesora Harper y
todo estaría resuelto.
¿QUÉ?
—Pero profe-
—Lo siento, Antares. —Me interrumpió disculpándose, pero tomando en cuenta su tono
de voz y la pequeña sonrisa que mostró, no lo sentía para nada. ¿Podía quejarme o rogar que
hiciera una excepción dejándome trabajar sola? Por supuesto que sí, pero mi día ya iba para la
mierda y no tenía ganas de empezar una discusión con una de mis profesoras favoritas. —Yo
formaré las parejas—, se dirigió ahora a toda clase, recibiendo quejas de estudiantes que ya
habían elegido compañero.
—Brown con Williams...Addams y Jonhson…— fue armando las parejas y yo solo
rogaba porque me tocara alguien al menos un poco competente.
No dijo nada, no se presentó…Ese chico solo me vio, me dedicó una sonrisa y volvió su
mirada al frente.
¿Nos conocíamos y yo no lo recordaba? Tal vez quería algo, o tenía alguna mancha
aparte de la leche derramada en mi suéter y no me había dado cuenta… ¿Acaso yo había
divagado y dicho algún pensamiento estúpido en voz alta y él se había dado cuenta?
Las preguntas comenzaron a invadirme lentamente, creo que ese era mi más grande
defecto: sobre pensar absolutamente todo.
Bajé la mirada a mi suéter, no tenía otra mancha aparte que la de la leche, la cual casi no
se notaba. Mi butaca estaba al lado de la ventana, así que me miré en el reflejo, pero en mi cara
tampoco había más que notables ojeras debajo de mis ojos. Bien, entonces me quedaban dos
opciones: a) Yo había dicho algo rotundamente estúpido sin darme cuenta, b) Lo conocía de
antes y no lo recordaba.
Spinster…Seguramente alguien nuevo, no había escuchado ese apellido durante los años
anteriores.
Fuera quien fuera, rogué internamente que no fuera un desastre.