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ENFERMEDAD Y RELIGIÓN*

Henry E. Sigerist

¿Qué es la enfermedad? ¿Por qué una persona obra y reacciona repentinamente de manera
diferente que las demás, se dificultan sus funciones fisiológicas y sufre? Para nosotros, la enfermedad
es un proceso biológico que ocurre en el cuerpo humano y que puede localizarse en cierto órgano, pero
como todos los órganos se relacionan entre sí para formar un todo orgánico, siempre se afecta el
organismo por entero. La enfermedad se experimenta física y mentalmente puesto que el cuerpo y la
mente son las dos partes de un todo.
La tesis de que la enfermedad es un proceso biológico es bien reciente; la enfermedad puede
interpretarse y ha sido interpretada de muy distintas maneras. El hombre primitivo vivía en un mundo
de magia, rodeado por la naturaleza hostil cuyas manifestaciones todas estaban investidas de fuerzas
misteriosas. Para vivir sano tenía que permanecer siempre vigilante, debía observar un complicado
sistema de reglas y ritos que le protegían de las fuerzas del mal que emanaban de la naturaleza y de sus
prójimos. La magia le daba poder sobre el medio que le rodeaba, y todo aquél que quisiera vivir en
armonía con el mundo, debía adquirir algunos conocimientos de hechicería, para convertirlos en una
parte bien integrada de su medio físico y social.
Cuando alguna persona enfermaba, siempre había una razón para ello: por alguna causa, la
vigilancia había fallado y un poder más fuerte dominaba a la persona enferma. Alguien la había
hechizado o algún espíritu se había posesionado de su cuerpo. El concepto primitivo de la enfermedad
era mágico. Es cierto que entraban en juego elementos religiosos, pero en esa fase de la civilización no
es posible señalar la línea divisoria entre religión y hechicería. La medicina primitiva conocía muchos
procedimientos que consideramos racionales, como masajes, baños de sudor y sangrías; la farmacopea
estaba bastante extendida entre algunas tribus. Pero estos tratamientos en apariencia racionales: una
droga no obraba como tal droga, sino por el rito con que se aplicaba, el conjuro bajo el cual obraba la
confería poder para curar la enfermedad y aliviar el sufrimiento.
Así, los elementos mágicos, religiosos y empíricos se mezclan de manera complicada en la
medicina primitiva bajo el denominador común de hechicería; está le da una personalidad propia muy
diferente, por cierto, de los sistemas médicos de las sociedades civilizadas. De la misma manera, también
resulta imposible comparar al hechicero con el médico moderno. Aquél era diferente y desempeñaba
muchas más funciones: curaba enfermedades, pero también producía las lluvias; con frecuencia era el
poeta de la tribu y algunas veces su jefe; era quien tenía mayores conocimientos porque conocía las
tradiciones y dominaba la hechicería y usaba sus conocimientos para proteger a la tribu y proporcionarle
prosperidad.
Con el desarrollo de la civilización, los elementos de la medicina primitiva empezaron a
evolucionar siguiendo lineamientos propios. En la medina babilónica aún se encontraban confundidos,
pero la religión ocupó el lugar de la magia, de donde resultó un complicado sistema de medicina
religiosa.1 Toda enfermedad venía de los dioses, y el deber del médico-sacerdote era averiguar e
interpretar las intenciones de éstos para poder aplacarlos. La medicina babilónica se componía de
muchos elementos empíricos y mágicos, pero fundamentalmente era un sistema de medicina religiosa.
En el antiguo Egipto se encuentran aún uno al lado del otro los tres elementos de la medicina
primitiva, pero la diferenciación entre ellos es más tajante. Encontramos textos de medicina puramente
racionales y puramente mágicos. El papiro de Edwin Smith,2 una copia hecha en el siglo XVI a. c. De
un texto mucho más antiguo, es enteramente racional. Los encantamientos que aparecen al final son, sin
duda, añadidos. Su carácter racional tal vez deba, hasta cierto punto, a que sólo trata de enfermedades
quirúrgicas. El papiro de Ebers,3 escrito en el siglo XV a. c., es un libro puramente médico que trata de
las enfermedades internas. Empieza con una oración a Isis, como los libros árabes de medicina que

*
“Civilización y Enfermedad”, SIGERIST, Henry E., Fondo de Cultura Económica S. A. de C. V., México, Primera Edición en
Biblioteca de la salud, 1987.
1
Henry E. Sigerist, Medicine and Human Welfare, New Haven 1941, pp. 2 ss.
2
James Henry Breasted, The Edwin Smith Surgical Papyrus, 2 vols., Chicago, 1930.
3
The Papyrus Ebers, The Greatest Egyptian medical Document, trad. B. Ebbell, Copenhague, 1937.
empiezan: “En el nombre de Dios, el Misericordioso, el Clemente.” Los encantamientos, aunque existen,
son raros y en conjunto este papiro describe un sistema de medicina racional. Su contenido principal es
una lista de enfermedades y síntomas con las prescripciones para su tratamiento farmacológico. En un
pasaje interesante el pairo cita tres tipos de curanderos: el médico, el sacerdote Sachmet, y el exorcista.4
El exorcismo lo encontramos en algunos papiros más recientes, tales como el Brugsch Menor,5 que es
puramente mágico; se ocupa de las enfermedades de mujeres y niños y da complicadísimas recetas de
magia. Sabemos por otras fuentes literarias y arqueológicas que la magia desempeñó un papel
importante en la vida egipcia.
La separación de los elementos de la medicina primitiva se terminó a partir del período griego. El
siglo VI a. c. Señala un viraje en la historia del pensamiento occidental, y también en la historia de la
medicina. Surgieron algunos sistemas de medicina racional que consistía no sólo en colecciones de datos
empíricos (listas de síntomas y prescripciones) sino que pugnaban por comprender la naturaleza de la
salud y de la enfermedad. Se basaban en la observación y la experiencia, excluían la mitología y lo
trascendental e interpretaban, primero filosófica y más tarde científicamente, los problemas de la
medicina. Es aún un misterio la forma en que los pueblos se libraron de la religión y la magia al abordar
los problemas de la salud y la enfermedad. El haberlo logrado confiere al genio de los griegos su posición
sin paralelo. La tarea fue mucho más fácil para las civilizaciones más jóvenes porque pudieron imitar el
modelo que heredaron de los griegos.
La medicina mágica y religiosa no ha desaparecido a pesar del desarrollo de la medicina racional.
Todos los elementos de la medicina primitiva han sobrevivido, a través de siglos y milenios, hasta
nuestros días. En todos los tiempos pueden encontrarse los tres sistemas trabajando juntos, unas veces
en pacífica competencia y otras en abierta pugna. Cuando la filosofía dominante era racional, la ciencia
se desarrollaba y la medicina religiosa permanecía en un plano inferior para satisfacer los místicos
deseos de una minoría y servir de último refugio de enfermos a quienes la ciencia no había podido
ayudar. La hechicería quedaba relegada en esas épocas a las personas sin cultura, a los elementos
incultos de la población, que vivían en medio de la superstición campesina y que tenían costumbres y
hábitos cuyo significado original ya habían olvidado. En muchos países todavía la gente conserva
amuletos de buena suerte y mala suerte, sin saber que la interpretación de presagios fue en cierto tiempo
una ciencia muy desarrollada.
Cuando prevalece una filosofía mística, como en los tiempos de grandes catástrofes físicas o
sociales, la religión y la hechicería saltan a la palestra. El temor ciega la razón. El pueblo vuelve al
primitivismo y lucha por evitar por los medios mágicos a los malos espíritus que le amenazan.
Mientras los médicos y filósofos griegos estudiaban la naturaleza de la enfermedad, había mucha
gente que interpretaba los padecimientos por medio de la religión y buscaba su curación en los templos.
Los dioses enviaban males y también enfermedades. Los dardos de Apolo acarreaban la peste. Las
Furias, con sus cabellos de serpiente, castigaban el crimen e inducían a la locura. Quienes miraban a
Medusa quedaban paralizados, y su efigie se usaba como amuleto para proteger del mal de ojo.
Todos los dioses de la Antigüedad tenían la facultad de curar. A Júpiter (o Zeus) se le veneraba
como Júpiter Soter, y en Rodas, como Júpiter Paian. Hera aparece bajo el nombre de Hera Sotira o
Telexina, y en Roma se la conoce como Juno Caprotina. En Lemmos, a la tierra donde cayó Vulcano
(Hephaistos), se le llama terra Lemnia sigillata y se utilizaba para la picadura de serpiente y la manía.
Palas Atenea era invocada en Atenas como Atenea Higeia y en Kyzilos como Atenea Iasonia. En
Esparta, la gente que sufría de enfermedades de los ojos adoraba a Atenea Oftalmitis. A Apolo se le
consideraba como al inventor de la medicina; sus funciones curativas eran variadísimas, tenía atributos
tales como akesios, alexikakos, epikourios, iatros, iatromantis, paion, soter.
Quien sufriera de una enfermedad podía dirigirse casi a cualquier templo, llevar ofrendas y orar
por el restablecimiento de su salud. Pero la medicina religiosa cristalizó de modo gradual en el culto de
Esculapio. Durante siglos fue el principal culto curativo; se extendió desde Epidauro por todo el mundo
griego y llegó a Roma en el año 291 a. c. Al principio, Esculapio sólo era considerado como patrono de
los médicos, pero después fue exaltado y deificado. Surgieron leyendas que lo hacían hijo de Apolo,

4
Pap. Ebers, 99, 2-3.
5
Adolf Erman, Zaubersprüche für Mutter und Kind aus dem Papyrus 3027 des Berliner Museums, Berlín, 1901.
discípulo del centauro Quirón y sus templos se convirtieron en lugar de peregrinación de afligidos
enfermos.
Aun en ruinas, el Epidauro es todavía un espectáculo imponente. Al pasear entre sus ruinas con
Pausanias como guía, podemos reconstruir el sitio tal y como estaba cuando generaciones enteras,
griegas y romanas, lo visitaban. El centro del sagrado lugar era el templo donde estaba la estatua de oro
y marfil de Esculapio. Su cara barbada tenía una expresión reposada y amable, apoyado en el báculo,
ayuda a los afligidos. Era el único dios griego cuya vida había sido pura y santa, el único de quien no se
relataban anécdotas escandalosas. Algún día se convertiría en el principal competidor de Cristo.
Todavía pueden verse las ruinas de una gran hostería en la que se hospedaban los peregrinos y
que estaba construida alrededor de cuatro patios. El teatro, una estructura gigantesca, es uno de los mejor
conservados de Grecia. Había una sala de conciertos, un estadio y baños para el esparcimiento de los
visitantes. La capilla sagrada estaba cercada, pues sólo las personas limpias y puras podían entrar en
ella. Un senador romano, Antonio, había donado una casa especial fuera del precinto para los impuros,
las mujeres en la época de la menstruación, las recién paridas y los moribundos.
El acto de curar era llamado incubatio y se llevaba a cabo en unas galerías colocadas cerca del
templo, llamadas abaton. Allí iban a dormir los enfermos una vez que habían cumplido ciertos requisitos
rituales. El dios se les aparecía en sueños y cuando despertaban ya estaban curados, por lo menos
algunos, de los que tenemos datos, pues por lo general los fracasos nunca se consignan. Se conservan
algunos escritos del Epidauro del siglo IV a. c. en los cuales se habla de curas milagrosas. Relatan el
caso de una mujer ateniense llamada Ambrosia que estaba ciega de un ojo. No podía creer que los ciegos
y los lisiados se curaban sólo con soñar. Le llegó su turno y se le apareció el dios, quien prometió curarla,
pero a condición de que hiciera un donativo al templo, una ofrenda que consistiera en un puerco de plata
en memoria de su estupidez. Entonces el dios incidió el ojo enfermo, le frotó con bálsamo y al día
siguiente la enferma había curado. También leemos el caso de Agestrato, quien curó de unas jaquecas
tan fuertes que no le dejaban dormir. Otro enfermo, Gorguias, tenía una herida supurada en el pecho,
causada por una punta de flecha; despertó sano de la piel y con la punta de flecha en la mano.
En la actualidad conocemos el mecanismo psicológico de la sugestión y lo usamos de modo
consciente. No hay duda que la sugestión y la autosugestión pueden hacer desaparecer algunos síntomas
de las enfermedades. La fe y el fervor religioso dan lugar a un estado mental muy favorable a la
terapéutica. Siempre ha habido un tipo especial de enfermos que buscan alivio en los cultos: por regla
general los afligidos por enfermedades crónicas, muchos de ellos neuróticos. Los síntomas de la histeria
responden con facilidad a este tratamiento, aunque la cura no es permanente ya que la condición básica
de la enfermedad no se afecta. Es muy probable que Ambrosia viera con los dos ojos cuando salió del
templo, pero es posible que unos meses o unos años más tarde se quedase sorda o coja o mostrase algún
otro síntoma de histeria. Agestrato curó sus jaquecas en el templo, pero es posible que haya tenido
dolores de estómago en lugar de aquéllas.
Empero, no debe negarse que por miedo de la sugestión también pueden curarse las enfermedades
orgánicas, pues dentro del todo cada célula está bajo la influencia del sistema nervioso. Recuerdo el caso
de un prominente dermatólogo que padecía un eczema que casi le volvió loco. Consultó a las autoridades
más renombradas en la especialidad, ensayó todos los tratamientos imaginables y no obtuvo ningún
resultado. Desesperado, fue a ver a Émile Coué, un lego de Nancy cuyo tratamiento por autosugestión
estaba entonces muy de moda, y le curó. Como hombre de ciencia buscó una explicación racional de su
propio caso y encontró que la sugestión no había curado el eczema, pero sí había aliviado la comezón,
de tal suerte que el eczema, sin la irritación de las rascaduras curó espontáneamente.
Es sabido que las verrugas, enfermedad contagiosa, reacciona con facilidad ante la sugestión, por
lo que son numerosas las personas afectadas por ellas que concurren a toda clase de cultos donde se
practican curas. En el consultorio privado de uno de mis compañeros ocurrió un caso típico. Se trataba
de un pediatra que a la sazón trataba a una niña que, entre otras cosas, tenía unas verrugas horribles en
los dedos. Se decidió que debían cauterizarse con ácido nítrico. Madre e hija acudieron a la en la fecha
señalada y mientras aguardaban en la sala de espera, una señora que se encontraba en la misma sala, al
ver que la niña estaba nerviosa, preguntó lo que acontecía. Cuando le dijeron de las verrugas y del
tratamiento que la niña estaba a punto de sufrir, aconsejó a la madre que no permitiera tal cosa porque
el ácido nítrico era doloroso y dejaba cicatrices permanentes. Ella conocía un tratamiento mejor y las
instrucciones eran: “cómprese un listón de seda nuevo, hagan con él tantos nudos como verrugas tenga
la niña, tire el listón en las cercanías de una escuela por donde transiten muchos niños. Alguno recogerá
el listón y con él las verrugas de su hija.” No era un consejo muy humanitario, pero sí efectivo, pues la
niña curó de las verrugas.
El caso es un buen ejemplo de la supervivencia de procedimientos primitivos en la medicina
popular del siglo XX. El listón debía ser nuevo y de seda. En otras palabras, debía costar dinero, lo cual
es un sacrificio. La enfermedad se ata al listón por medio de los nudos mágicos, y por último, se lleva a
efecto una trasplantación de un individuo a otro.
La experiencia moderna ha demostrado que no sólo las enfermedades nerviosas, sino también
algunas orgánicas pueden aliviar mucho, ya que no curarse, por medio de la sugestión y otros métodos
de psicoterapia, lo que debemos tener en cuenta al estudiar las “curas milagrosas” que tuvieron lugar en
el Epidauro y en otros cultos curativos. Sin estos resultados, la medicina religiosa hubiera muerto. Así
como las experiencias agradables se recuerdan por mucho tiempo y las desagradables tratan de olvidarse,
las curaciones felices se archivan cuidadosamente y los fracasos se olvidan pronto.
En el siglo V a. c. mientras florecía la medicina hipocrática, se estableció en Atenas el culto de
Esculapio, y poco tiempo después en otras comunidades griegas. No había conflicto entre las dos formas
de medicina, que trabajaban juntas. En las centurias de la Roma imperial el culto estaba muy extendido
y era muy popular. Una oleada de misticismo azotó todo el viejo mundo y, además de Esculapio, hacían
curas milagrosas Cibeles, Dionisos, Osiris, Serapis y Miltra, a cuyos templos los enfermos acudían por
millares. Sin embargo, el principal competidor era una nueva secta siria que venía con la promesa de
curar redimir: el cristianismo.
En los tiempos de Cristo, la cura de enfermos desempeñaba un papel tan importante en todos los
cultos que la nueva religión no hubiera podido competir con ellos a menos que pudiera sostener la
promesa de las curaciones milagrosas. Los Evangelios relatan un gran número de curaciones; eran los
milagros que hacía Cristo con más frecuencia. Curaba a los poseídos del demonio, a los ciegos, a los
leprosos, a los paralíticos y a personas que sufrían de otros varios padecimientos crónicos o
enfermedades y hasta resucitaba a los muertos. Curaba por medio del poder divino que poseía. El
episodio relatado en Marcos, V, 25-34 es ilustrativo: “Una mujer que estaba con flujo de sangre doce
años hacía” y había sido tratada sin éxito por muchos médicos, tocó las ropas de Cristo: Y Él le dijo:
“Hija, tu fe te ha hecho salva: sé en paz, y queda salva de tu azote”. “Y luego la fuente de su sangre se
secó”. Al mismo tiempo Jesús, conociendo la virtud que había salido de su cuerpo, vuelto a los
circunstantes decía: “¿Quién ha tocado mis vestidos?” La misma idea se expresa en Lucas, VI, 19: “Y
toda la gente procuraba tocarle; porque salía de él virtud, y sanaba a todos.” Arrojaba a los demonios
“por Espíritu de Dios”.6
Algunas veces los enfermos tenían que hacer profesión de fe. Los dos ciegos que deseaban ser
curados por el hijo de David fueron interrogados: “¿Creéis que puedo hacer esto?” y contestaron: “Sí,
Señor”, entonces les tocó los ojos diciendo: “Conforme a vuestra fe, os sea hecho.” “Y los ojos de ellos
fueron abiertos.”7 Curó a otros ciego diciendo: “Ve, tu fe te ha hecho salvo.”8
Cristo algunas veces curaba a las personas tocándolas con las manos, que era el ademán clásico
de las curas milagrosas. Tocaba los ojos de los ciegos,9 o los escupía y después colocaba sus manos en
el enfermo.10 En otro caso escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y ungió los ojos del ciego con
él.11 En muchos otros casos la cura se lograba sólo por la magia de la palabra. Cristo dijo a los leprosos:
“Sé limpio.”12 Al paralítico: “Levántate, toma tu lecho y anda.”13 Al hombre cuya mano estaba atrofiada:
“Extiende tu mano.”14

6
Mateo, 12, 28.
7
Mateo, 9, 28-30.
8
Lucas, 18, 42.
9
Mateo, 20, 34.
10
Marcos, 8, 22-26.
11
Juan, 9, 6.
12
Mateo, 8, 3.
13
Juan, 5, 8.
14
Mateo, 12, 13.
Como todos los milagros, las curaciones atribuidas a Jesús asombraban a la gente. Hacían patentes
los trabajos de Dios15 y probaban que Jesús era el Mesías, el Cristo. El Evangelio fijó una norma que
determinó las formas de medicina religiosa del mundo cristiano durante muchos siglos. No sólo Cristo
tenía la facultad de efectuar semejantes curas, sino también sus apóstoles. “Y juntando a sus doce
discípulos, les dio virtud y potestad sobre todos los demonios, y que sanasen enfermedades. Y los envió
a que predicasen el reino de Dios y que sanasen a los enfermos.”16 Pedro curó a un paralítico diciéndole:
“En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.”17 Pablo y otros apóstoles efectuaron curas
semejantes; se consideraban como la más patente prueba del poder de Dios y desempeñaron un
importante papel en la conversión de los paganos. Todo el mundo antiguo creía en los milagros.
Esculapio y los otros dioses los efectuaban, y se decía que los filósofos Plotino y Apolonio de Tiana
hicieron algunos milagros.18 Poco antes del asesinato de Julio César todas las puertas y ventanas de su
casa se abrieron solas, se escucharon ruidos extraños y se vieron fantasmas, resplandecientes como
metales al rojo, peleando entre sí.19 Estas consejas circularon entre la gente y muchos creían: ¿por qué
no iban a creer también en los milagros cristianos? Todos los santos los hacían. La Legenda Aurea está
llena de descripciones de curas milagrosas que se repiten con interminable monotonía.
En los principios del cristianismo, la medicina, era curación por la fe. Cuando alguien enfermaba,
los sacerdotes de la iglesia oraban por él, “ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración
de la fe salvará al enfermo, y al Señor lo levantará; y si estuviese en pecados le serán perdonados.”20 La
medicina griega era un arte pagano que no tenía cabida en la iglesia antigua. En el siglo II d. c. los
estudiantes cristianos de Galeno fueron excomulgados. Sin embargo, poco a poco vino la reconciliación.
Cuando el cristianismo fue admitido oficialmente como religión del estado romano, por necesidad tuvo
que transar y adoptó la herencia cultural del pasado. Los cristianos ejercieron la medicina y trataron a
sus pacientes aplicando las doctrinas de los médicos paganos. En los monasterios benedictinos se
copiaron libros de medicina; se levantaron hospitales para el forastero, el pobre y el enfermo.
Los sistemas racionales de medicina de la Antigüedad se salvaron. Sobrevivieron a los siglos,
asimilándose e integrándose en la teología cristiana. Galeno se convirtió en la autoridad máxima, pero
durante algunos siglos el progreso fue insignificante. En un mundo en que la iglesia desempeñaba un
papel preponderante y en el que la religión intervenía en todos los aspectos de la vida, la medicina
religiosa estaba al alcance del pueblo y no tenía más remedio que ocupar el primer plano. Tomó formas
definidas en que se reflejaban muchos elementos paganos.
Cuando alguien enfermaba hacía ofrendas y oraba por su salud, no dirigiéndose directamente a
Dios sino a la Virgen María y a los santos para que abogaran en su favor. En las pinturas votivas con
frecuencia se representaba a la Virgen arrodillada ante Dios y mostrándose los senos para recordarle que
ella parió a Su hijo. Se le adora en muchas formas: como medicus infirmorum, medica humanarum
infirmitatum, aegrorum curatio, medicina aegrotantibus, vulnerum nostrorum medicina, auxilium
festinum in morbis, dolorum omnium finis, remedium nostrum, medicina nostra.21 Sólo en Francia, se le
dedicaron por su facultad para curar cerca de cuarenta iglesias: Notre-Dame des Malades, Notre-Dame
des Infirmes, Notre-Dame des Langueurs, Notre-Dame du Remède, Notre-Dame de Guérison, Notre-
Dame de Convalescence, Notre-Dame de Santé, etc.22 En la actualidad la más famosa es Notre-Dame
de Lourdes, en donde la Virgen María se le apareció a Bernadette Soubirous el 11 de febrero de 1858 y
cuatro días después brotó un manantial milagroso. Cientos de miles de peregrinos acuden allí todos los
años y se envía agua del manantial sagrado a todo el mundo. Lourdes es para los católicos lo que el
Epidauro fue para los antiguos.
Entre los santos se llevó a cabo una interesante especialización. Como ya dijimos antes, todos
hacían milagros, y los primeros santos que convirtieron a los paganos y fueron mártires de su fe también
habían hecho milagros. Todos tenían poder para pedir y abogar ante Dios por un enfermo.

15
Juan, 9, 3.
16
Lucas, 9, 1-2.
17
Actos, 3, 6.
18
R. Reitzenstein, Hellenistiche Wundererzählungen, Leipzig, 1906.
19
Plutarco, César.
20
Santiago, 5, 14-15.
21
Ver Alphonse-Marie Fournier, Notices sur les Saints Médecins, Solesmes, 1893, p. 17.
22
Ibid., p. 18.
Más gradualmente, los santos se convirtieron en especialistas cuyo poder se invocaba en caso de
una enfermedad determinada. Por ejemplo, del siglo VII en adelante, San Sebastián fue el santo patrón
que protegía al hombre de la peste. En el siglo VI, la Plaga de Justiniano había causado tanta miseria y
sufrimientos que se hizo necesaria la intervención de alguien o algo que los remediara. Sebastián se
convirtió, como resultado dela leyenda, en el santo de la peste. Se decía que Diocleciano lo hizo matar
por sus arqueros y le dispararon tantas flechas que parecía un erizo, no obstante, lo cual sobrevivía. Los
dardos, sin embargo, simbolizaron siempre la muerte repentina provocada por la peste; Apolo enviaba
la peste disparando sus flechas a la gente.
Como Sebastián era más fuerte que la muerte causada por los dardos, entonces se convirtió en el
redentor de la peste. Este culto se inició en Pavía, en el año de 68º, durante un ataque de peste, cuando
sus reliquias se trasladaron desde Roma y se le erigió un altar en la iglesia de San Pietro in Vincoli. 23
En el siglo XIV se desató de nuevo la peste y, a pesar de San Sebastián, exterminó a millones de
personas. Esto hizo comprender la necesidad de un nuevo santo patrono de la peste, que apareció en la
persona de San Roque, un ciudadano de Montpellier que había dedicado su vida a cuidar a los enfermos
de peste. Desde entonces, en los casos de peste, se invocaba a los dos santos.
De la misma manera, San Lázaro era el santo patrón de los leprosos, San Vito el de los que sufrían
de epilepsia u otras enfermedades espásticas, San Antonio curaba a los que padecían ergotismo, San
Blas a los que sufrían enfermedades de la garganta. Podría hacerse una lista interminable de santos a
quienes se les atribuyen facultades curativas. Su intervención era más efectiva en el sitio donde estaban
sepultados. Todas sus reliquias y hasta sus imágenes tenían poderes milagrosos. La gente usaba medallas
con su efigie como amuletos, y cuando algún paciente sanaba con la ayuda de algún santo, llevaba a la
iglesia una ofrenda votiva que consistía en la reproducción del órgano del cual padecía, tal y como se
acostumbraba en la antigüedad pagana.
Durante la Edad Media y por mucho tiempo después, la gente achacaba las epidemias a la ira de
Dios y pugnaba por aplacarlo. A los enfermos mentales se les consideraba poseídos del demonio y se
les exorcizaba. Se conjuraba al útero para que no vagara por el cuerpo y produjera histeria. En todas
partes se aplicaban los antiguos ritos mágicos en forma cristianizada.
La Reforma eliminó los elementos paganos que habían invadido la iglesia cristiana. Señaló una
vuelta a la vida simple de la comunidad cristiana primitiva y al Evangelio. El culto de la Virgen María
y de los santos, la veneración de reliquias e imágenes y las peregrinaciones a templos sagrados fue
abandonado, así fue como se desecharon los complicados ritos de la medicina religiosa, pero el
protestantismo necesitaba algún equivalente. Este se descubrió en la forma sencilla de oración tal y
como la señala la Epístola de Santiago. Cuando una persona enfermaba, rogaba directamente a Dios que
le sanara. O algunos vecinos de la comunidad venían y rezaban con él. Si tenía fe, había esperanza. La
curación era por la fe.
La medicina religiosa estaba sistematizada de varias maneras en el protestantismo, surgiendo
algunas iglesias que subrayan el aspecto curativo de la religión. La más extendida entre éstas era la
llamada Ciencia Cristiana, que fue fundada por Mary Baker Hedí (1821-1910). Su historia es bien
conocida. Nació en New Hampshire y sufrió de varias enfermedades hasta que encontró a su salvador
en la persona de Phineas Parkhurst Quimby, a quien debe considerarse como el padre espiritual del
movimiento. Era un relojero de Maine, quien observó cómo un francés realizaba curas magnéticas. La
teoría del magnetismo animal, desarrollada por Franz Mesmer (1734-1815) pretendía ser científica, pero
era en realidad una especulación sin base alguna. Mesmer diferenciaba el magnetismo animal del
magnetismo mineral, suponiendo que una sustancia infinitamente sutil empapaba todo el cosmos
causando la influencia que ejercen unos cuerpos sobre otros, fenómenos que él llamaba magnetismo
animal. La enfermedad era el resultado de las perturbaciones del magnetismo y podía curarse por medios
magnéticos. En la terapéutica ritual que Mesmer inventó, el hipnotismo y la sugestión eran los elementos
más importantes y la teoría estuvo muy en boga a principios del siglo XIX.
Quimby llevó a cabo curas magnéticas, pero pronto descubrió que los procedimientos usados eran
innecesarios, pues la fe era suficiente por sí sola. Curó a Mary Baker, quien se convirtió en su discípula;
después de la muerte de Quimby acaecida en 1866 ella continuó su trabajo creando con él su propia

23
Ver Henry E. Sigerist, “Sebastián-Apollo”, Archiv für Geschichte der Medizin, 1927, vol. XIX, pp. 301-317
doctrina. En 1875 publicó su libro Science and Health with Key to the Scriptures. Se trasladó a Boston
en donde fundó la Madre Iglesia. La secta creció y actualmente cuenta con más de mil iglesias en Estados
Unidos y con cerca de un millón de prosélitos.
La Ciencia Cristiana no es un sistema terapéutico sino una religión. Mas su mayor atractivo para
la gente tal vez provenga de la promesa de curar no sólo la enfermedad sino también cualquier clase de
mal. Porque el mal no existe; no hay materia, sino sólo espíritu; el espíritu es dios. Dios es bueno y
omnipotente. La enfermedad, el pecado y la muerte no existen; son errores de la humanidad. Cuando
una persona enferma, está en un error. Si se le saca de él, tendrá que sentirse bien de nuevo.
La Ciencia Cristiana se hizo popular en el tiempo en que la medicina americana se estaba
mecanizando y abandonaba los factores psicológicos. Este era un punto débil del cual se aprovechó la
nueva religión. Pero la situación ha cambiado y ahora la medicina psicológica y la psiquiatría han
evolucionado y están representando un papel cada vez de mayor importancia en la medicina científica.
Debido a esto, el movimiento de la Ciencia Cristiana se halla estacionado. Persistirá, porque satisface
las necesidades místicas de una minoría que siempre se encuentra en una sociedad como la nuestra, hasta
que otro movimiento lo desplace.
Cristo envió a sus apóstoles para “que predicasen el reino de Dios y sanasen a los enfermos”. La
iglesia protestante sigue predicando el reino de Dios, pero ha dejado que los médicos curen a los
enfermos. A veces se ha pensado que la iglesia abandonaba uno de sus postulados al dejar la curación
de los enfermos enteramente en manos de los médicos. La Ciencia Cristiana alejó, de manera deliberada
a los enfermos de los médicos.
La Iglesia Emanuel desarrolló, a principios de nuestro siglo un movimiento completamente
diferente. Su fundador fue Elwood Worcester, un ministro de la iglesia que había estudiado psicología
en Leipzig con Wundt. Era amigo de S. Weir Mitchell, neurólogo de Filadelfia, y se interesó mucho en
el estudio de las enfermedades mentales. Siendo párroco de la Iglesia Emanuel en Boston, empezó en
1905 a impartir una clase de tuberculosis en colaboración con el Dr. Joseph H. Pratt, y se dirigía a los
enfermos que habitaban los barrios bajos y para quienes no había sitio en los sanatorios. “El tratamiento
se componía de los modernos métodos para combatir la tuberculosis, más disciplina, amistad, aliento y
esperanza, en pocas palabras, en una combinación de elementos físicos y morales”. El ejemplo fue
imitado en muchos lugares y el siguiente paso consistió en el establecimiento de la clase de salud
Emanuel para trabajar con “enfermos atacados nerviosa y moralmente”.
El movimiento no era antagónico a la medicina científica, por el contrario, cooperaba con los
médicos más prominentes y no admitía enfermos que no hubiesen sido examinados antes por un médico.
Era, en otras palabras, psicoterapia, sugestión en su mayor parte, aplicada por un ministro en lugar del
médico, y mediante el uso de elementos religiosos. No hay duda que muchos pacientes que sufrían de
neurosis fueron curados o al menos aliviados por estos métodos. No debemos olvidar que en ese tiempo
los médicos americanos tenían poca experiencia en psiquiatría y los especialistas es esta rama no eran
muy numerosos.
En la actualidad el médico americano es doctor del cuerpo y el alma a la vez. En su plan de
estudios se incluyen la psicología y la psiquiatría, y abundan los especialistas. Los médicos agradecen
la cooperación de los ministros de la iglesia, cuando se trata de un paciente religioso, pues sin duda la
fe es un factor terapéutico importante, bien sea fe en la ciencia, en la religión o en ambas. No obstante,
es mejor que las clínicas para enfermos mentales estén al cuidado de la medicina y no de la iglesia.24
La medicina científica ha progresado mucho desde el tiempo de Esculapio, pero tiene aún grandes
limitaciones. Todavía hay muchas enfermedades que la ciencia no puede explicar y muchas otras que
no puede evitar ni curar. La mayoría de la gente muere aún por enfermedades, más que por el proceso
degenerativo de la senilidad. Mientras la medicina no alance la meta de vencer a la enfermedad habrá
siempre enfermos que, en busca de un milagro, recurran a la religión o aun a la magia. Si el médico no
estima en lo que valen los factores sociales y psicológicos en la génesis de la enfermedad y en su
tratamiento, encontrará siempre a un competidor en el sacerdote, quien sí les da la importancia que
tienen.

24
Cf. Charles Reynolds Brown, Faith and Health, Nueva York, 1924.

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