Está en la página 1de 51

Pin on CINE E HISTORIA DEL ARTE III. (pinterest.

com)
Cuentos con
pasión y crimen

Gabriel Murguía Ruíz


Cuentos con pasión y crimen
Gabriel Murguía Ruíz

Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de auto publicación de
EDITORIAL RESILIENCIA. Para su distribución y puesta a disposición del público bajo la
marca editorial de Editorial Resiliencia por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los
contenidos incluidos en la misma. No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni
su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier
medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el
permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser
constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

Primera edición: 2023

ISBN:

ISBN eBook:

© del texto:
Gabriel Murguía Ruíz
Número de registro de autor: 03-2018-082112451200-01

© de esta edición:
, 2023

https://gabrielmurguia.com

Impreso en México – Printed in México

Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos
legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier
otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del
copyright. Diríjase a: https://gabrielmurguia.com si necesita fotocopiar o escanear algún
fragmento de esta obra.
Para las personas que en el insomnio de la vida,
se confabulan para amar hasta morir
El secreto de la mansión

L a casa al final de la calle siempre parecía tenebrosa, desolada durante el


día, por las noches siempre a oscuras, ni un alma se veía. Su construcción
de siglos pasados se percibía más antigua que las otras con las que colindaba
porque jamás nadie le dio mantenimiento, y se dejaba que la hierba creciera
por todos sus alrededores. De niño era la ideal para pedir dulces en octubre,
pero nadie se atrevía, ni siquiera nuestros padres cuando nos acompañaban
haciéndonos creer que se encontraba abandonada para no tener que entrar
esquivando la maleza hasta llegar a tocar la gigantesca y deteriorada puerta, a
pesar de que sabíamos que de alguna manera se encontraba habitada.
Todo ese recuerdo de la casa embrujada me llegó a la memoria cuando
justo pasaba frente a ella después de haberme ausentado por varios años de casa de
mis padres. Mis pensamientos me envolvían, desanimado por el insatisfecho
largo recorrido de lo que había sido mi vida. Me sentía fracasado por no haber
logrado lo que yo esperaba. Por tal razón, prolongando el miedo a la vergüenza
de llegar a refugiarme como niño indigente a casa de mis padres, algo en la temible
fachada abandonada me llamaba. Como cuando niño temblaba de miedo al pasar
por la mansión.
Me di valor pensando que fuera lo que me encontrara, no podía ser peor
que el desapruebo de aceptarme de regreso de mis padres. Superando la
espesura de los matorrales llegué al pórtico, las hojas secas esparcidas cubrían
el costoso piso de mármol de donde salían los cimientos de las elaboradas
columnas. Esta vez ni las temibles gárgolas me hicieron desistir de tocar a la
puerta. Cuando mi brazo se dirigió al impenetrable roble principal, mi mano
empuñada no la pudo tocar porque ligeramente antes, se abrió sola, esperando
el rechinido de unas bisagras oxidadas que no escuché. Entré sin saber si sería
bienvenido para quedar totalmente sorprendido al ver que por dentro todo
estaba pulcro y bello, con objetos de reliquia como si me encontrara en el
recibidor de una galería de museo.
Una fina mujer madura vestida de gala, caminó con elegancia y aplomo
dejando notar su esbelta figura, su fino cabello largo seguían sus caderas con
hermosa soltura hasta donde paralizado me encontraba, era muy guapa, sus
delicadas manos portaban alhajas, sus pies de princesa sobre sandalias altas
imponían mi vista ligeramente hacia arriba, mirando su bello rostro que
brindaba una linda sonrisa de bienvenida a lo que parecía un palacio encantado,
que dejaba muy lejos el recuerdo del pasado de aquel recinto de espantos.
—Hola Gaziel, qué gusto que viniste, ven pasa te estaba esperando,
bueno no te asustes, no es que precisamente hoy te esperaba, pero sabía que
algún día vendrías. De niño siempre te detuviste a mirar mi casa, hasta hubo
ocasiones que la rondaste husmeando por aquí, supongo para averiguar quién
la habitaba, pero nunca te animaste a entrar.
Sin poder corresponder a su atento saludo por estar atrapado pensando
en la tenebrosa idea de que supo quién era. Me quedé mudo mientras me
tomaba de la mano para que la siguiera. Caminé muy despacio pensando en sí
en realidad la leyenda de la casa con la fachada espeluznante era cierta. De ser
así, por lo menos no me cabía la menor duda de que en su interior se encontraba
la bruja más hermosa que nunca antes vi. Me llevó hasta una estancia Luis XV,
y como si en realidad me estuviera esperando, enseguida se encontraba una
mesita lista para tomar el té. Sirviendo dos tazas indicó que me sentara en un
sillón, y luego con voz tierna dijo:
—¿Si te dijera que las casualidades no existen y que es por una razón
que te encuentras aquí, me creerías?
—Le diría que tiene algo de lógica lo que usted dice, pues no tengo, ni
idea cómo es que he podido llegar hoy, hasta aquí.
—Bueno te lo diré, pero no me hables de usted dime Luzbeth, que no me
veo, ni me siento ninguna vieja.
Preferí no objetar con respecto a su persona, pues desde que la vi, sentí
un aura envolvente de deseo que su edad era lo que menos importaba. Se sentó
a mi lado y comenzó a mirar mis manos, mis palmas, luego me veía fijamente
a los ojos y de vuelta indagaba mis manos.
—Ya veo por lo que has pasado, también puedo saber un poco lo que
sigue. Me gustaría que me dijeras lo que sientes.
El sólo hecho de estar junto a ella, viéndola, escuchándola, me tenía bajo
su hechizo o sobre su encanto. No lo pude precisar, apenado le dije:
—Tan mal me encuentro.
—No cariño, nada de eso, quizá te encuentras algo triste, y llegaste tan
sólo un momento por aquí para tomarte un tiempo para ti, a veces nadie se
acuerda ni de uno mismo cuando aparentemente se siente feliz.
Una especie de magia me dio la confianza para platicar cómo es que me
sentía a pesar de que nunca antes a nadie pude decírselo.
—La verdad no sé qué hago en tu casa Luzbeth, no solo es tristeza la que
siento, también soledad, hasta un tanto desubicado me encuentro, y no me lo
explico, pues siempre le he puesto todo mi empeño a todo lo que realizo, pero
tal parece que aun así nada me sale bien.
—Qué te parece si ahora me platicas desde cuando crees tú, que ya no
te sientes feliz.
—Con certeza no lo sé, esperaba tanto de lo que la vida me daría, que
al no recibir lo que quería, simplemente me desilusioné. Y te suplico por favor
no me digas que la felicidad siempre ha estado dentro de mí como dicen los
filósofos y que he obtenido lo que yo mismo sembré, porque eso creo que sí lo
sé.
—No cariño nada de eso diré, mejor dime: ¡quién quisieras ser!, ¿qué te
gustaría tener?
—Me gustaría amar a alguien y quisiera ser amado, que ese amor
perdurara entre nosotros, vivir en un entorno de felicidad sin envidias, pero
en éste mundo parece no ser posible, todo se trata de dinero, ya nadie te puede
querer sin él.
—Quédate conmigo, libera tu mente de culpas, y te prometo que serás
quién tú quieras y encontrarás lo que buscas.
No fui difícil de convencer al lado de la bella Luzbeth, mientras admirado
me mostraba la residencia de las mil y una noches con inmejorables secciones
y habitaciones. Subimos unas escaleras para luego recorrer un pasillo con
varias puertas cerradas hasta llegar a una alcoba iluminada por amplios
ventanales, se transpiraba un olor a creación de vida, sumamente confortable
con paredes y superficies forradas y acolchadas con desniveles alfombrados
repletos de almohadones, donde posaban de manera sensual cubiertos con
velos colgados, diversos tipos de camas, sofás, sillas y taburetes diseñados
ergonómicamente para tener relaciones de imaginables maneras. Sujetándome
del brazo en sintonía con la pieza que incitaba por ser habitada, con sensualidad
comentó:
—Éste es el comienzo del deseo, de la vida, la pasión. Si además existe
un amor puro y recíproco bien vale la pena vivirlo en esta habitación.
Mi mente aun no terminaba de alucinar con todos los movimientos que
se pudieran realizar en aquel aposento, cuando comenzamos a bajar por una
escalera de servicio hasta lo que parecía un calabozo frio y oscuro. Se respiraba
podredumbre y tormento ante todo tipo de mobiliario y aparatos con diversos
instrumentos para quitar la vida, desde la forma más tortuosa posible hasta la
manera más simple e instantánea. Empecé a sentir mi cuerpo hirviendo, mi
frente, y mis manos comenzaron a sudar, mis piernas de manera imperceptible
quisieron temblar, pero logré contenerlas gracias a que sin hacer comentarios
de manera rápida salimos de ahí. No sin antes meditar con sumo recelo cual
endemoniada habitación tenía pensado utilizar conmigo Luzbeth.
Después de conocer el cuarto de tortura, ya no estuve tan seguro de
aquella tierna hospitalidad que me ofrecía, bien podían estar alojadas otras
personas en la residencia con siniestras intenciones que pudieran someterme
para hacer conmigo lo que quisieran. Obligado por el temor que me invadía en
el momento que cruzábamos por la estancia no dudé en preguntarle, si nos
encontrábamos solos. Pero me tuve que conformar con la metafórica respuesta:
—Nacemos solos y nos morimos solos, cariño.
Enseguida caminamos sobre una duela de color miel que alojaba a una
extensa biblioteca que hacia juego con la estantería de madera repleta de todo
tipo de libros. En el centro había un telescopio que apuntaba hacia el techo
donde una cúpula de cristal dejaba observar el cielo a plenitud. El silencio se
esfumó para escuchar con ligero eco, a la impredecible dama que rodeaba los
libreros volteando hacia arriba observando a través de la cúpula.
—En los libros queda plasmado el misterio de la vida, siempre es el
mismo cielo que nos cubre, su infinita galaxia observa lo insignificante que
somos, en la tierra son tan egocéntricos que creen que la vida se crea desde
sus ojos.
Entramos a un comedor largo, antiguo, elegante, donde todo estaba recién
humeante servido, sobre vajilla de plata. A pesar de que a mi mente llegaron
imágenes de la última cena, al ver los suculentos platillos sentí la necesidad de
probarlos. Para la media noche en copas de cristal cortado, brindamos vino con
inagotable plática como si desde siempre nos hubiéramos conocido. Después
sujetando su cintura, mi buena fortuna nos guio hasta la recámara insaciable.
Estaba tan concentrado en la sensualidad de su belleza que durante todo el día
me había cautivado, que comencé a besarla sin ponerme a descubrir el mejor
método de fusión para acomodarnos.
Abrazado de caricias desesperadamente lento, desvestí su cuerpo, traspiraba
un perfume delicioso, su fina piel de porcelana tibia me sedujo, sus manos se
detuvieron en mi rostro posesionando mi sien. Entre gemidos de halagos, algo
extraño comenzó a murmurar, lo que decía me envolvía en un adormecimiento
encantado cuando dijo:
—Cierra tus ojos te voy hacer un regalo, piensa en tu primer amor, en
quienes has amado.
Estando con Luzbeth, era en lo que menos pensaba, seguía sin comprender
lo que decía, pero al pedírmelo, mi memoria irremediablemente las trajo. En
una fantasía de rostro y cuerpo de Luzbeth que se fue trasformando con apenas
imaginarlo, cuando al abrir mis ojos un estremecimiento involuntario se apoderó
de mí, quise apartarme por lo sorpresivo del encuentro, pero me sujetó con
fuerza diciendo:
—No te asustes, vive la pasión.
Me contuvo soltando la tensión poco a poco hasta asimilarlo, su rostro
apareció tal como lo recordaba, su cabello negro se tiñó de su color, era su cuerpo,
sus pechos, su olor, sus gestos, sus gemidos, sus ojos, su mirada, todo, toda ella,
realmente estaba con ella, con la primera, era mi novia, mi primer amor. Sin
poder detener la sensación de la primera vez, con ternura la tomé entre mis
brazos hasta rendirnos. Al abrir de nuevo mis ojos, estaba a mi lado el amor
que nunca hubiera querido que me abandonara, su rostro incitante me veía con
su mirada fulminante, al mismo tiempo que aquel cabello rojizo desaparecía y
unos rizos dorados aparecían en su escultural cuerpo de movimientos seguros
de inteligencia suprema cubierta de su encantador semblante, su altanera sonrisa
siempre dispuesta, igual que antes hizo lo que quiso conmigo, y lo siguió haciendo,
no pude resistirme, era inmune a mi auto estima y aunque la disfruté a su máximo
nivel como la última vez que me dejó, nuevamente terminé con su vacío. Después
no supe si pensé en ella, o como siempre llegó sola, es tan linda, jamás me
cuestiona, de ningún modo exige algo, tan sólo me ama, es bella por donde la
vea, sigo sin saber por qué nunca pude estar siempre a su lado.
No sé cuántos días, cuantos minutos, pasé recorriendo cada aposento de
placer con cada mujer que imaginaba hasta saciarme, incluso regresiónava el
instante de sucumbir en el tiempo para vivir la emoción con cada una de ellas.
La ambición de mí, se vino sin límites hasta ser el poseedor de retenerlas en el
orgasmo en su mismo instante a todas. Me estaba quedando sin alma, sin cuerpo,
no podía detenerme en un viaje sin retorno, cuando me di cuenta y supe que
todas ellas ya habían pasado, que a pesar de regresarlas al presente nunca nos
amamos para siempre, y sentí que sólo deseaba estar con ella. Con Luzbeth.
Mi visión real despertó de algo de lo más maravillosamente extraordinario
que mi entendimiento pudo ser capaz de realizar. Fijando la vista desde la banqueta,
observando sin visiones la misteriosa residencia embrujada. Caminé por la acera
rumbo a casa de mis padres, percibiendo la frescura de la vida en los demás
jardines, ya no sentía la frustración del abandono de mi esposa que me dejó por
un millonario, tampoco la desesperación de haberme quedado sin empleo,
ciertamente ya no necesitaba el falso apoyo de mis familiares y amigos, pues
sabía que muy pronto me llevaría Luzbeth…
El Relato de Juana

L a Juana, como la conocemos los de la colonia, es mi vecina, ese apodo


despectivo propiciado por su propio esposo y sus hijos, lo escuchaba
continuamente a través de mi ventana seguido por lo general de algún mandato.
Juana, cuando era joven, tomaba clases de actuación, el arte dramático
era su pasión, con frecuencia representaba algún papel protagónico en el teatro
de la ciudad. Cuando la Juana se casó, no quedaba nada de aquella ilustre actriz.
La habían despojado de toda ilusión. Para su marido solo fue su sirvienta.
Cuando este se emborrachaba tenía la costumbre de golpearla, sus tres hijos
varones, continuaron los mismos ejemplos de su padre. Teresa, su única hija,
tenía que tolerar los mismos tratos, por esa razón, a la primera oportunidad que
tuvo, se casó y se marchó, dejando a su madre con todo el trabajo, aun estando
consciente del terrible mal trato que recibía.
A la Juana no se le permitía salir más que a misa una hora diariamente
por las mañanas, y a una plática de una hora semanal, los jueves por la tarde, a
los “Alcohólicos Anónimos” para poder comprender a su esposo. Después de
hacer el desayuno para los hombres de su casa se iba a la Iglesia. Cuando salía
de misa, con el fin de distraer su mente de aquel tormento diario, se sentaba en
la banca de un parque. Llevaba tantos años haciendo su rutina que había
conocido a un hombre que, al escuchar su desdicha, primero se hicieron amigos
y con el tiempo se fueron enamorando.
La Juana dejó de ir a misa y a su plática de los jueves por la tarde, para
reunirse esas horas en el parque a platicar con su enamorado. Un día, como
siempre, escuché gritos por mi ventana, eso ya no era novedad para mí, pero
cuando sonaron las sirenas de los policías y los gritos de Teresa, supe que algo
grave había pasado. Como amigo de la familia me permitieron entrar, Teresa,
al verme, me abrazó y dijo:
—Mi madre se ha ahorcado, por favor descuélgala, tú trabajas en un
hospital, tendrás que hacer un acta de defunción, para que se la puedan llevar,
pero, por favor bájala de allí, mi padre y mis hermanos se sienten tan culpables
de esto, que no se han atrevido ni a acercarse.
Mi experiencia de enfermero me ayudó a tener los nervios de acero para
lograr semejante petición. Me subí a una mesa y la descolgué. Los hombres de
medicina legal acostumbrados a mover cuerpos me quisieron ayudar, pero al
ver que ya la tenía entre mis brazos, solo me acercaron la camilla para acostarla.
Teresa quiso acompañarnos, pero su remordimiento de haber dejado a su madre
se lo impedía. Así que me ofrecí a llevar el cuerpo a la funeraria para cumplir
la última voluntad de la Juana de ser incinerada.
Al llegar a la funeraria, el chofer y su acompañante me ayudaron a meter
el cuerpo hasta el cuarto de cremación, el encargado de recibir los cuerpos y
hacer los preparativos era mi tío, así que él me ayudó en lo que le solicitaba.
El esposo y los hijos de la Juana se quedaron en la funeraria, esperaban las
cenizas de su difunta madre, yo me despedí dándoles un inmerecido pésame.
Mientras salía de la funeraria, lejos de entristecerme reía de felicidad, estaba
contentísimo, todo había salido de acuerdo con lo planeado.
Juana había logrado un maquillaje perfecto en su última actuación. Tuve
que pasar varios años planeando y buscando conseguir el arnés que sujetaría
su cuerpo, mientras que el delgado alambre por el centro de la cuerda pasar
igualmente desapercibido, con una dosis de anestesia la dormí. Habiendo estudiado
minuciosamente el libreto de la Juana. Los protagonistas actuaron sin saberlo
a la perfección, mientras que, a la vuelta de la esquina, le abría la puerta de mi
carro a Juanita, diciéndole:
—Ya no tendremos que vernos solo en el parque mi amor, mientras me
besaba sin poder contener la emoción.
Alérgico a ti

E ra uno de esos días en que me sentía con ganas de no salir de casa, tan
solo, deseaba quedarme encerrado en mi cuarto con esa amarga soledad
de la que no se puede huir, de esa que se empeñaba en acompañarte aunque no
la desees. Hoy por la noche será el baile de graduación, y no cuento con ninguna
chica para que me acompañe. Esta situación, sí que me frustra, pues tuve mucho
tiempo durante la carrera para invitar a alguien, incluso me debí haber puesto
de novio, pero mi ser introvertido no lo permitió, o no sé, tal vez mucho tuvo
que ver, que la chica que a mí me gustaba, ni en su mundo me hacía a pesar de
que llevábamos un par de clases juntos.
Mis escasos cuatro pasos de ida y regreso entre la pared y la puerta de mi
cuarto se estaban convirtiendo en kilómetros, mientras mis pensamientos taladraban
mi cabeza pensando en el grandísimo perdedor que me he convertido. Pero como
sabía que tenía que por lo menos debía presentarme, me decidí por ir al baile
solo y justo antes de llegar al gimnasio en donde se llevaba a cabo la fiesta y a
pesar de que la música incitaba para festejar, mi subconsciente se acobardó
siguiendo de frente por el pasillo refugiándome detrás de la primera puerta que
encontré. Permanecía inmóvil en completa soledad, sintiéndome olvidado al
igual que los miles de libros que se encontraban apilados en sus estantes por
toda la biblioteca. Comencé a sentirme indignado como podrían sentirse los
escritores de esos libros cuando son juzgados por sus portadas aunque tengan
algo bueno que compartir, pero aun así nadie se detiene para hojearlos.
En eso sucedió algo totalmente inesperado, cuando la chica que siempre
me ha gustado, entró corriendo por la puerta que minutos antes yo había cruzado,
cubría su rostro con sus manos, traía un vestido largo que la hacía lucir bellísima y
sin poder contenerse comenzó a llorar. Traté de no moverme para no importunarla,
pero sintió mi presencia y retiró sus palmas de su rostro para decir:
—Miguel, que haces aquí.
Extrañado de que Marianne supiera mi nombre con voz entre cortada y
nerviosa le dije:
—La verdad es que me escondo, pues a último momento me dio vergüenza
llegar al baile solo, pero tú no pareces estar del todo bien.
De tuvo su llanto suspirando y con voz apenas perceptible, dijo:
—Eres un tonto, por qué no invitaste a alguien, estoy segura que algunas te
abrían acompañado gustosas, incluso yo, si no hubiera andado de novia.
Sin dar crédito a lo que me decía le pregunté:
—Enserio, a ti te hubiera gustado venir al baile conmigo.
— Pues claro tontuelo, de hecho, confieso que hasta me gustas.
Con un estado de valentía que ni yo mismo comprendía me acerqué para
abrazarla. Desde el momento en que la tuve entre mis brazos, me surgió un deseo
indescriptible que me acercó hacia su boca, pero apartó su rostro sin recibir mi
beso, al mismo tiempo que comenzó diciendo:
—Es algo muy complicado e increíble lo que me sucede y tú sin saber nada
de mí, intentas besarme cuando sin sospecharlo puedes morir.
Sin entender lo que me había dicho, le pedí que me contara la razón de
sus lágrimas y después de advertirme sobre una historia increíble comenzó con
voz pausada diciendo:
—Cuando tenía diez años por primera vez le robé un beso a un niño, no
recuerdo si fue un impulso por saber que se sentía, o si en verdad mi vecinito me
atraía, pero lo que si recuerdo es que enfermó casi al momento, al principio sonrojó,
pensé qué solo se había asustado por que se puso muy nervioso, tanto que hasta se
mareo y se le revolvió el estómago.
» Tiempo después, ya de adolecente jugando a la botella me tocó besar a otro
chico; y pasó algo parecido, solo que ésta vez hasta se desmayó, entonces me di
cuenta que algo raro estaba pasando, así que sin decirle a nadie, ocasionalmente
cuando tenía alguna oportunidad o salía con alguien no perdía el momento para
comprobar si en realidad había algo mal en mí, incluso en ocasiones besé también
a chicas y siempre pasaba lo mismo… las personas se enfermaban a través de mi
saliva, y entre más largo fuera el beso que les daba con mayor intensidad su
padecimiento empeoraba, como si al besarme sustrajeran cantidades de veneno
hasta morir.
»Para mí fortuna y después de años de llevar mi padecimiento en secreto con
más responsabilidad que desdicha, descubrí que hay personas inmunes con las que
puedo llevar una vida normal como era el caso de mi exnovio que sin sospechar la
irremediable situación que existe en mí, sencillamente me ha cambiado por otra y
ha venido con ella al baile.
Mientras que con sumo escepticismo la escuchaba, un centenar de ideas
fantasiosas y locuras que también podía contarme comenzaron a cuestionar la
veracidad de Marianne, la chica que mataba con sus besos, pero terminé pensando
que todo esto había sido demasiado bello para que fuera real y lo ingenuo que
era al creer que la jovencita que me había gustado durante toda la carrera había
terminado con su novio precisamente el día de hoy para de manera increíble entrar
a la biblioteca a venir a enamorarse de mí. Lo cierto era que aunque fuera una
casualidad o que tal vez estuviera loca, en éste momento tenía entre mis brazos
a la mujer que siempre había querido y no deseaba, ni podía apartarla de mí. Sin
embargo dejé esas conjeturas, haciendo a un lado la increíble historia que en
ningún momento creí, por el contrario una terrible curiosidad por degustar sus
labios me apoderó, pero no para tan solo desmentirla, sino por las inmensas
ganas que me dieron de besarla.
Enseguida Marianne se mostró algo tensa cuando comencé por acariciar
con mi boca su cuello, parecía estar segura de lo que sucedería, al besar su mejilla
aumentó su respiración y al tocar sus labios con los míos, su corazón latió tan
apresuradamente fuerte que pude escucharlo, al mismo tiempo sentí sus manos
sobre mi pecho como preparándose para impulsarse hacia atrás cuando me pasara
su efecto. Aun así, estuve bordeando su boca con la mía antes de pegar
completamente mis labios con los de ella, se encontraban tibios, poco a poco
se fueron avivando conforme tiernamente los besaba. Se percibía que algo no
la dejaba liberarse, pero tampoco se quitaba, y confiado de mi incredulidad
comencé a besarla sin que ella me correspondiera, hasta que sintió mi lengua
y abrió su boca, para sin fin comenzar a besarnos.
Su beso me contagió por completo como si bebiera de un cáliz sagrado
que lejos de enfermarme me revivió hacia un destino insuperable, y entonces,
al ver que no me pasaba nada, como si fuera el último ser inmune sobre la tierra
se me abalanzó con toda su pasión. Pero de repente, cuando yo estaba seguro
de haber encontrado por primera vez el amor de mi vida, distantemente se detuvo
y con voz entre cortada alcanzó a decir:
—Lo que te dije es verdad, y también que podía existir la remota posibilidad
de que alguien fuera alérgico a mí.
Marianne, se desvaneció en mis brazos y murió.
Avenida al cielo

L a leyenda cuenta que dos colegas se pelearon a muerte por el amor de una
mujer, y desde entonces, hace más de medio siglo que llevan enemistados
dos bandos rivales. Los Centauros y los Callejeros.
Los Centauros, en su mayoría veteranos, viejos lobos de carreteras, de
aspecto rebelde, descuidado, en su mayoría con barba y de panza pronunciada.
Acostumbrados a irrumpir con sus motocicletas ruidosas en todos los antros,
restaurantes, bares y cantinas. Llevaban consigo además de sed de justicia, un
chaleco de piel negro con insignias bordadas que los representaban, y en ocasiones
utilizaban un ridículo casquito que apenas les cubría el cráneo o simplemente
un típico paliacate. Aunque solían espantar por su aspecto rudo de múltiples
tatuajes a los transeúntes, comensales o a quienes se cruzaban por su camino,
lo único que por lo general hacían era nada más que embriagarse.
Los Callejeros, aunque la mayoría se mantenían en buena forma física,
no necesitaban andar alcoholizados para suicidarse, se les veía sin ningún control
responsable, surcando las avenidas a muy altas velocidades en sus motocicletas
aerodinámicas. Portaban armaduras en forma de overoles con cascos que escondían
hasta sus cabezas.
Aquel día, alrededor de la media noche, se observaron a vuelta de rueda
a los escandalosos Chopper Centauros sobre rugientes motores cromados, que
llegaron al gigantesco Drive-Inn donde ambos rivales solían reunirse para comenzar
a beber. Al pasar por donde los callejeros se encontraban estacionados como
de costumbre ambos bandos se miraron de manera retadora.
La algarabía efervescente en el drive-inn, se percibía en todo el amiente
de la gigantesca explanada donde se encontraba todo tipo de bebida o vicio que
se quisiera consumir entre diversas hermandades de automovilistas como los
rápidos y furiosos, los veteranos con sus clásicos, los de todo terreno y diversos
otros carros comunes, chuecos y corrientes, que se encontraban estacionados y
mal estacionados al ritmo de variados tonos musicales.
En ese lugar era muy común que las chicas se aproximaran a pedir que
los motociclistas las pasearan, razón de más por lo que siempre se peleaban.
Esa noche a Rafael, el líder de los callejeros, ninguna mujer se le acercó,
ni ninguno de sus amigos le endosó a ninguna de las amigas que llegaron, se
tuvo que conformar al igual que muchos otros con salir a recorrer las avenidas
de la ciudad solo. Circular por las calles a gran velocidad, era una emoción de
adrenalina indescriptible, el sonido que producen los escapes se escuchaba a
kilómetros de distancia como un enjambre de abejas aniquiladoras volando
sobre el pavimento esquivando los autos y todo lo que se les atravesaba. Pilotos
de todas partes se les unían, eran tantos que la policía jamás los controlaba, mucho
menos se molestaban en perseguirlos. Las acrobacias de levantar las motos con
las muchachas arriba por varias cuadras era todo un espectáculo.
En instantes alcanzaron a los Centauros que habían salido del drive-inn
un poco antes que los Callejeros. Una larga cabellera que sobresalía volando
desde el asiento posterior de una moto rival llamaba toda la atención, Rafael
instintivamente se puso a su lado para observar a la bella joven, la inercia de la
velocidad con que viajaba por milésimas de segundos se detuvo mientras ella le
sonreía a unos metros antes de llegar a un semáforo que se acababa de poner
en rojo. Lo que hace suponer que los dioses de las motos y de los encuentros
inesperados propiciaran el hecho ineludible en el tiempo, cuando Rafael invadiendo
el espacio de la caravana Centauro se metió por entre medio de ellos hasta detenerse
justamente enseguida de ella, y decirle:
—Hola guapa, ¿quieres seguir conmigo?
En el momento en que todos los Callejeros detenidos rodeaban a los
Centauros, ambos bandos motorizados esperaban el cambio del semáforo entre
el olor incitante a gasolina quemándose, los faros encandilando, estruendos rugidos
de motores contrarios rezongando y rugiendo de acelerones en el instante que
la joven sin decir nada, se desmontó de la Chopper para trepar con el líder de
los callejeros.
La banda callejera exaltada comenzó por aplaudir protagonizando un
enorme escándalo y no era para menos, pues la atrevida chica dejó ver una figura
privilegiada luciendo un jeans ajustado y altas botas negras, en el ágil movimiento
de brincar a su moto. Como banderazo de salida se dio el cambio del semáforo
y todos salieron en una estampida de la bifurcación.
Rafael, platicando con su ego por lo que había detonado, confundiéndose
entre las motos a toda velocidad, los Centauros los persiguieron, pero como sí
la fechoría hubiera estado planeada, todos se comenzaron a dividir por entre
las calles hasta disolverse sin darles la oportunidad de que siguieran su rastro.
Llegaron a un restaurante donde servían la mejor comida italiana bajo las
velas. Hasta ese momento de la madrugada estaba claro que la chica atrevida
se había decidido al azar, pues incuso con el casco puesto ni el rostro de Rafael
pudo observar, por lo que estaba obligado a pensar que lo único que buscaba era
lograr una pelea entre los dos bandos, o simplemente quería darle una lección
de celos a sus secuaces patrocinada por sus costillas.
Pero mientras platicaban algunas cosas se fueron aclarando y como para
los dioses de las carreteras las reglas continuamente marchaban más allá de lo
establecido, muy pronto la pareja se fue confabulando con las leyes de la atracción,
y la conversación con la nueva amiga Choppera empezó sincera y abierta a
toda una explicación compatible entre sus vidas.
El restaurante continuó abierto cuando se fueron a dar el último recorrido
rumbo a casa del líder, no sin antes advertir que la pareja era demasiado suicida
al recorrer las avenidas sin intersecciones bastante deprisa. Tal vez ella solo accedió
sin pensar, o simplemente al igual que él, juntos se encontraban decididos a
vivir el momento sin importar las consecuencia.
En esa velada libre de toda premonición logró llevarla hasta más allá de
los límites de la razón, se supone que por eso, y por algunos prejuicios más que
revoloteaban sus memorias, al tratar de besar sus labios, mientras estaban
abrazados al pie de la escalera giró su cara bonita sin saber si realmente lo
deseaba, al buscar su boca, ella dio media vuelta quedando de espalda, pero se
dejó besar su cuello con aquel olor exquisito de su perfume difuminado ante el
olor adrenalino impregnado en su ropa por el humo que despiden los vehículos
por las calles. La sujetó con sus manos y suavemente comenzó a recorrerla.
Por segundos se dejaba tocar entre sus muslos, la firmeza de su pecho le dieron
la razón a sus caricias, en momentos sin querer se contenían, como si sus
cuerpos ni a ella ni a él les pertenecían, la pasión se desbordaba conforme su
respiración se aceleraba, intentó quitarse cuando su mano giró su cara pero la
recibió su boca y por fin sus labios se besaron con ternura, sus lenguas aceleraron
la emoción de sus alientos que la obligaron a volverse frente a él para abrazarse
sin dejar de besarse, desabrochó el seguro de su escote, al momento que su zíper lo
bajaba, el embriagante acercamiento de la piel, irremediablemente los sedujo.
La pasión los llevó a tratar de subir las escaleras que de manera ergonómica la
recibieron, recargó sus brazos sobre el borde para proteger su espalda y con fuerza
permitió que de su impulso jamás se fuera. El desinhibido encuentro del deseo los
llevó hasta la alcoba donde una inexorable nube apacible le dio permiso de besarlo,
de quererlo, de acariciarlo, de mimarlo hasta fervientemente enamorarlo.
Desde la ventana, Rafael abrió un espacio en la cortina cuando una robusta
mujer Centaura frente a su casa, en una Harley-Davidson la esperaba, pero como
sí los dioses de la madrugada lo delataran, ella levantó su vista mientras la
motocicleta se alejaba y al fijar sus miradas, un nostálgico Quijote que habitó
dentro de él, pudo ser testigo del camino que se tiene que recorrer durante toda
una vida en una sola noche, cuando un callejero en su caballo de hierro se robó
a una dulcinea de Chopperrel.
El poseedor de reliquias

Quizás el tener un oficio, siempre sea la excusa que transforma los pensamientos
evadiendo la realidad; o por lo menos eso pensaba el vigilante, cuando por
las tardes de camino lento y despreocupado se dirigía a su trabajo, con un sinfín
de sueños y anhelos remolineando en su presente. Al llegar hasta donde me
encontraba, que de día me mantenía colmado de personas, y por las noches
abandonado. Tan sólo imperaba una luz tenue bajo el silencio de la soledad. A
veces el vigilante, tomaba asiento en la confortable sala inglesa, su mirada se
perdía en el recuerdo de las sombras de aquellas contadas ocasiones en las que
conoció el amor. Ya ha pasado algún tiempo de esas maravillosas oportunidades
que él tuvo.
Ocurrió por primera vez cuando el vigilante recién llegó a éste lugar.
Aquel día varias personas se quedaron hasta muy tarde; con ellos venía una
virtuosa dama, quien por un momento se apartó del grupo y él no dudó en ir a
conocer, platicaron brevemente, lo suficiente para seguirse viendo. Las noches
pasaron. Siempre tan bella, resplandeciente, lo dejaba tomarla entre sus brazos
y besarla, le confesaba sus pasiones e irremediablemente se enamoró de ella.
Hasta un día muy triste que su corazón nunca comprendió cuando simplemente,
calladita, tranquilita, así como era ella se marchó.
Después, llegó una mujer atrevida a su encuentro, era muy sensual, su
cuerpo perfecto esculpido de diosa, lo sedujo más por el deseo de poseerla que
el sentimiento de amor que jamás encontraron, y a partir de ese momento, comenzó
a desear una expectativa desde diferente intuición a su vista. Y así como portaban
armaduras frías de acero los caballeros medievales posados en los umbrales,
de la misma manera resguardó su cuerpo y su alma para proteger a su corazón ante
las batallas de su desilusión. Con el tiempo, se dio cuenta que esas creaciones
divinas que llegaban eran fascinantes y diferentes, que tal vez, solo se encontraban
de paso en sus días, como un poseedor de amores que nunca serían plenamente
suyas, porque aunque estuviera con ellas en alguna etapa de sus vidas sabía
que siempre encontrarían un dueño al final.
Mientras se cuidaba de no caer bajo un hechizo, aprendió a no motivarse
de las que se creían inalcanzables, las apreciaba desde lejos dándoles espacio
para que no se sintieran asediadas y cuando percibía alguna afinidad, lentamente
se acercaba esperando la fortuna de poder conocerlas.
Contadas fueron las veces que tuvo suerte, cuando se las llevaba de la
mano, por encima de aposentos mágicos que detenían el paso del tiempo con
relajante ilusión, para descender recostados sobre finos tapetes persa de filosófante
excitación. Pero de tanto desconsuelo de haber quedado como siempre desolado,
entre el desasosiego y la razón, pasaron décadas de impredecible amor y desamor,
cuando una noche de asombro, las luces se encendieron como nunca, iluminando
fantasías, sacudiendo los letargos de recuerdos pasados, al ver la hermosura de
su encanto, y yendo sin miramiento, sobre todo arrebato de su consentimiento
para besarla. Hasta esa vez, sintió que alguien en verdad lo correspondía, y un
duelo de alquimia se apoderó de todo lo que había sido su vida.
Desde el encierro interior del castillo, inquilinos afamados de historias
arraigadas conspiraban contra lo que veían prohibido, desconcertados ante la
felicidad que se avivaba por la penumbra de la riqueza de sus obras que frente
al sentimiento que vivían ya no valían para nada. Artistas, creadores y voyeurs,
los envidiaban. Sin recelo, el amor de la supervivencia había renovado su exilio,
para confabular un delirio escondido de su propio destino. Por los vitrales
celestiales entraban los rayos de sol por las noches, iluminando los pasillos que
la musa esplendorosa recorría para verlo, llevando un canasto de avíos y buen
vino, cuando juntos se adentraban mirando desnudos los murales de un paraíso
del que jamás serían despojados, regocijándolo con su existencia, escuchando
el eco del silencio que su amor exhalaba.
La grandiosa excitación del vigilante lo había llevado encarnado hacia
una cúspide de la felicidad, perdiendo el sentido del tiempo hasta lo más alto
de un mundo ideal, viviendo el amor de un presente enclaustrado, del que no
se atrevió a cuestionar si su musa tendría un futuro a su lado. Hasta que una
noche frígida se le manifestó la idea de trasladar la exposición de su musa hacia
otra galería, dejándole como único remedio el de tomarla entré sus brazos para
intentar sacarla por la puerta de servicio antes de que se la llevaran; pero mientras
huían, ella se aferraba revelando que no era un vigilante lo que en realidad ella
ambicionaba. Tuvo que soltarla cuando su corazón con todo y su armadura la
puerta al cerrarse lo partió, dejándola por dentro cuando ésta por siempre lo
abandonó. La musa, caminó encerrada, observando la última exposición de sus
obras en aquel refugio que fue su umbral, sintiendo aquel frio de soledad del
que tanto le habló, entendiendo los desvaríos en sus paranoias de irrealidad
engendradas por tantos años que debió haber sufrido durante aquel nostálgico
aislamiento, teniéndose que conformar con alucinaciones que dieron vida a
pinturas y esculturas que lo atormentaban cuando éstas sin consuelo lo dejaban.
Arrepentida por lo que en verdad sentía, corrió a la salida, y al ver que ya no
estaba, se desvaneció de tristeza, pues ni siquiera sabía en dónde vivía.
Pasó algún tiempo para que se descubriera que aquel vigilante que se
había difuminado, en realidad era un artista, que durante años había replicado
muchas de las obras teniendo su retiro asegurado, si así lo hubiera considerado,
cuando eran sus creaciones las que todos admiraban, mientras que las originales
se encontraban allí mismo en la bodega, almacenadas. Por siempre seré el museo,
testigo de lo que fueron sus vidas, custodiaré obras y tesoros, mostrando por
igual a ilustres o tiranos que no dejarán de ser vestigios de comportamientos
olvidados. Las puertas del museo continúan abiertas para las personas que
visitan a la naturaleza muerta, donde toda esperanza para la humanidad termina
exhibida como un jardín de delicias; de no ser por el día en que la atracción del
amor en vida, entró por separado sin haberlo planeado, después de andar errantes,
la musa y el vigilante se encontraron, dejando para siempre extrañados los besos
que a ellos les sabían a vino.
El príncipe heredero

E n una galaxia lejana, el rey del país de las ilusiones perdidas, anunciaba a
los cuatro vientos, que una vez que su hijo el príncipe Iluso, contrajera
matrimonio como era la tradición, le cedería con orgullo su trono. El joven
príncipe Iluso, no solo era el soltero, más guapo y codiciado de todos los reinos,
además era el hijo del Rey más poderoso de todas las galaxias. Por orden del
rey, el príncipe, partió de su castillo en compañía de su fiel criado Resignado,
en la búsqueda de su futura princesa.
El apuesto príncipe Iluso y su fiel criado Resignado, recorrieron juntos
su larga travesía. En cada país que el príncipe visitaba, se le recibía con una gran
fiesta, en la que las damas solteras de la localidad, eran las únicas invitadas,
por las noches se ofrecía un gran baile, en el cual pasaban desfilando, una por
una, ante el soñado hijo del rey. El príncipe Iluso, asombrado ante todas las
bellezas de diferentes arquetipos que conocía, le comentaba ilusionado a su fiel
criado Resignado, lo maravillado que se encontraba.
Así, viajaron varios años, por muchos países de diferentes reinos, pero el
apuesto príncipe Iluso, entre más conocía a las mujeres, más se entretenía y
menos se decidía. Pasaron juntos por cientos de lugares disfrutando de las fiestas,
bailes y banquetes. Que todos los reinos a su paso les ofrecían, pero el fiel criado
Resignado, no le quedaba más remedio que otorgar palabras de consuelo a las
inocentes damas que el príncipe a su paso rechazaba.
Un día el fiel criado resignado, habló con el príncipe Iluso, le dijo que no
era posible que después de conocer a princesas, damas y doncellas, ninguna de
ellas, había logrado tocar su corazón. A lo que el príncipe tan solo le dijo, que
cada vez que conocía a una de ellas, siempre existía otra diferente a la anterior,
que la verdad era que se había enamorado de muchas y era por eso, que nunca
se decidía por alguna de ellas.
A la mañana siguiente, el no tan fiel criado Resignado, había desaparecido.
Por tal motivo el ya no tan joven Príncipe Iluso, tuvo que continuar solo con su
travesía, pero con los años, al no tener con quien compartir aquellas formidables
experiencias y ni a quien poderle contar sus sentimientos, regresó al reino para
buscar a su criado Resignado. El príncipe al encontrarse de nuevo con su criado, le
reclamó su abandono. A lo que el criado le dijo:
—Siento pena por usted mi príncipe, al principio yo también estaba
encantado conociendo diferentes damas, pero cuando logré descubrir el verdadero
amor, preferí abandonarlo, suplico me perdone.
—Pero dime quien ha sido esa dama misteriosa, de la cual te has
enamorado, de seguro es una doncella o tal vez alguna de las miles de princesas
que gracias a mí, haz conocido
—Se equivoca mí príncipe —respondió el criado:
—Es tan solo una sirvienta de muchas otras que se encuentran en el castillo
al servicio de su padre, la cual conocía antes de partir, pero a diferencia de usted,
entre más convivía con otras damas, más me convencía del amor que siempre le
tuve.
El príncipe Iluso, perdonó el abandono de su fiel criado Resignado, para
continuar con su travesía sólo, en la búsqueda de su amada princesa. Pero como
nunca se decidió por ninguna de ellas, el heredero del reino de las ilusiones
perdidas, nunca jamás regresó por su trono, en cambio el fiel criado Resignado
enamorado, vivió con su sirvienta feliz por siempre.
La isla maldita

S e dice que de esa isla nadie regresa con vida, pero también se rumora, que
sí se logra salir de allí, una maldición en las almas los persigue por siempre.
Es tan poderosa que se anida dentro de los corazones para que jamás puedan
volver a enamorarse de nadie.
Tenía un semblante rígido, con cabello grisáceo y barba descuidada, con
voz aguardentosa de sabiduría salada, por las incontables travesías de donde
había salido airoso, no se dejaba espacio para refutar lo que el experimentado
capitán decía. El miedo, sin querer, envolvía navegando desde su timón donde
se albergaban enormes peligros y aventuras, cuando el capitán, arriesgando su
buque, guiado por el sonar de su experiencia, comenzó a bordear la isla rozando la
costa hacia un posible naufragio para que su único tripulante divisara la orilla.
Él tripulante sin medir el peligro del arrecife abandonó su puesto y caminó
por la cubierta hasta la proa, para observar aquellas maravillas que jamás en su
vida, se pudiera ni haber imaginado. Sin creer lo que veía, incontables musas
posadas sobre los riscos recibían la brisa del oleaje sobre su pecho, su dorso
desnudo y mojado, mostraba largas cabelleras hasta donde comenzaban sus
escamas. Hipnotizado, no podía dejar de verlas, salvo el color de sus cabellos,
dorado, pelirrojo, café, negro, albino o entre combinado y jaspeado; todas eran
de tamaño y forma igualmente bellas.
Adivinando el desafío del tripulante, el capitán bajó las velas para no
acercarse demasiado. El sonido que producía el silencio del viento con el mar
dejaba persistir con claridad la narración del capitán desde donde se encontraba:
—A diferencia de las orcas asesinas, esperan sobre la orilla a que deseosos
e inocentes se acerquen sus presas hasta ellas. Cuando están secas sus colas se
transforman en piernas y lucen tan bellas asoleándose, que nadie que no las
conozca puede ser capaz de resistirse. Pero una vez que te encuentras muy cerca de
ellas, utilizan sus cantos y encantos, para retenerte hasta que oscurece, que es
cuando la luna ejerce la misma trasformación carnívora de sus verdaderos
amantes, los cuales llegan por las noches para que junto con ellas les sea más
placentero el devorarte.
Tal vez la narración del capitán, no fue lo suficiente convincente como
para amedrentar a al tripulante, o quizá fue más el deseo por experimentar realmente
lo que sucedía que se desvistió de prisa y se aventó de clavado por la borda sin
seguir escuchándolo. Nadando lo más aprisa que pudo, se pensó que el no hacer
caso, tal vez se debió a una especié de hipnosis que simplemente lo atraía, pero
antes de llegar a la orilla vio que algunas de ellas se zambulleron a su encuentro
y comenzaron a morderlo, a sujetarlo para ahogarlo, fue hasta entonces que se
dio cuenta de que no eran tan dóciles como se veían, y que el capitán tenía razón
de lo que decía. Como pudo, se soltó, comenzó a patearlas, pero eran demasiadas,
venían de todas partes, se movían con agilidad para atacarlo. En el último minuto
que se quedaba sin respiración, desenfundó un cuchillo logrando herir a una
que al brotar su sangre instintivamente lo soltaron. Estaba a unas cuantas brazadas
de la isla, pero con su último aliento logró llegar hasta la playa desde donde
presenció con infamia cómo se comían a la que había dejado herida. Cauteloso
caminó sobre la arena descubriendo que sin sus colas ya no eran tan hostiles. Le
permitieron acariciarlas, y se sedujo a sus placeres hasta perder la noción del
día, pero esta vez no habría desobediencia a la cordura, y antes de quedarse
para averiguar sí era cierto lo que pasaba por las noches, emprendió la más
difícil y nostálgica retirada de su vida, teniendo que dejarlas cuando más cariñosas
y tranquilas se portaban.
Al estar cerca del bote, el tripulante dio gracias al cielo, y mientras él capitán
lo ayudaba para que abordara, impaciente comenzó a preguntarle situaciones
de ellas, detalles que al parecer, ni siquiera el tripulante se había percatado; que
si había alguna que fuera diferente de todas, que si alguna de ellas portaba algo
discrepante, que sí logró enamorarse de alguna, incluso si pudo entenderse con
alguna de ellas. Extrañado por la insistencia, solo le dijo que ninguna de ellas
hablaba y que un extraño morbo enamorado había hecho imposible decidir de
entre todas, cuál de ellas era la más bella.
De repente el capitán guardó un desconsolado silencio, luego como hablando
para sí mismo pronunció:
—¿De manera que estuviste con varias?
Después ya no volvió a preguntar más nada quedándose, pensativo,
triste, como ido.
A la mañana siguiente en cuanto el tripulante despertó, lo único que pudo
pensar fue en ir a verlas. Dejando el camarote, sigiloso subió a cubierta, pero
esta vez no había ninguna sirena sobre los riscos. El capitán frente al timón
permanecía inmóvil viendo hacia la isla.
—Vamos acompáñeme, venga conmigo capitán, lleve el barco hasta la orilla
que ya no enfrentaremos ningún peligro. Ya estando en la playa todo será placer.
Insistía diciendo el tripulante. Pero el capitán sabía que un esfuerzo como
ese, su corazón jamás lo resistiría, sin comentar nada, le arrojó el catalejo, dándole
la espalda. Aún no habían regresado sus palabras desde anoche, y mientras que
angustiado el tripulante comenzó a mirar por el orificio, tratando de volver a verlas,
el capitán las retomó hacia el viento diciendo:
—Sus dueños, sus amantes, sus poseedores, ellos las han aniquilado.
Sin entender lo que decía, él tripulante continuó buscando por el catalejo,
y cuando se aclaró la imagen, con horror comprendió al ver la arena cubierta
de sangre con escamas, cabellos de colores esparcidos y esqueletos descarnados,
en donde el encuentro se había realizado.
—Los tritones furiosos, se devoraron a todas las que copularon contigo,
temiendo que algunas de ellas pudieran quedar preñadas.
Debió ser un sentimiento profundo como el océano, él que el tripulante
sintió, tanto que lo apoderó una culpa abismal que nuca se perdonaría. Trató
de entender a la naturaleza, pero la pasión del ayer, la frustración del presente,
hicieron de él un ser poseído por un rencor que fue más fuerte que de sí mismo.
El capitán trató de detenerlo, pero nuevamente el tripulante no escuchó. Tomó
un arpón, enfundó su cuchillo y se lanzó al mar sin razonar que los tritones lo
esperaban.
Desde que el capitán había zarpado, le era difícil precisar si lograría llegar
hasta la isla sin la ayuda de alguien. Por eso por primera vez no navegaba sólo,
pero cuando estuvo allí, se dio cuenta de que de ninguna otra manera lo hubiera
conseguido.
Permaneció anclado, inerte, durante días, frente a la isla maldita esperando
a que apareciera como muchas otras veces saliendo del agua asomando su bello
rostro, ese anhelado momento era la alegría de su existencia, brincaba por la borda
a un mundo creado por ellos desde el fondo del mar hasta la superficie del cielo.
Hasta una noche apacible de luna llena que no se contuvo y comenzó a gritarle
al océano con todas sus fuerzas, le carcomieron las entrañas por haber revelado
la ubicación de las aguamalas al desalmado tripulante hasta caer de rodillas con un
inmenso dolor en el pecho, en su corazón, tratando de reprochar cada año de
toda su vida que había regresado para estar un solo día con su amada sirena.
Era verdad que su corazón se había quedado envenenado, ella no podía vivir
sin agua, y él no podía respirar sin ella.
Planeta matriarcado

D espués de una guerra interestelar en una constelación muy lejana, surgió


en la lozanía, un planeta donde las féminas dominaron el mundo tras la
evolución de poder concebir a sus descendientes sin la necesidad de la fertilidad
del hombre. El imperio matriarcado es un lugar donde todos los seres vivos habitan
en armonía, sus grandes extensiones de bosques, jardines y flores se pierden más
allá de las montañas de donde descienden caudales de ríos rodeando una ciudad
construida en cavidades subterráneas con techos de césped y fachadas de roca
en un entorno diseñado por la misma naturaleza.
Los barones al nacer son castrados y adiestrados para servir a las mujeres,
su control total sobre todas las decisiones ha logrado que la comunidad viva en
apacible tranquilidad.
De repente, un objeto que viaja por el inmenso espacio es alcanzado por
un asteroide, obligándolo a salir de su curso. Se trataba de una nave capaz de
viajar por el tiempo que investigaba la vida en diversos mundos. En llamas y
sin ningún control, entró en la atmosfera y comenzó su vertiginoso descenso
hasta estrellarse en el país de las féminas. Con el impacto, la nave que se encontraba
programada, quedó tan destrozada que su conteo de autodestrucción comenzó, pero
antes de que todo volara en mil pedazos, un hombre que portaba una armadura
camaleónica con algunas pertenencias, abandonó la nave de inmediato antes de
la inminente explosión. Desde donde se encontraba resguardado el intruso forastero,
observó cauteloso el momento en que un pequeño ejército de hombres comandados
por mujeres llegaron a inspeccionar el lugar, los hombres vestían mantos, no eran
musculosos, se veían frágiles y delicados, y se tranquilizó al ver que no portaban
ninguna clase de armas, las damas montadas en tiranosaurios, lucían algo más
que desafiantes, no le extrañó que los hombres impotentes estuvieran a las órdenes
de semejantes bellezas de sin igual apariencia. Al cabo de algunas horas todos
se marcharon al constatar que la nave que se había estrellado quedó pulverizada
sin ningún sobreviviente, por lo que el intruso a su entera conveniencia, prefirió
mantenerse inadvertido. Pero no fue solo su experiencia como investigador lo que
lo alentaba a quedarse, tampoco fue que por el momento no podía marcharse,
pues sabía bien que si activaba su localizador pronto vendrían a rescatarlo, más
bien, fue tanta su fascinación por las mujeres de ese planeta que decidió por lo
pronto no reportar su ubicación. Se adentró en el bosque y con herramientas
sofisticadas construyó una guarida sobre los gigantescos árboles que a simple
vista pasaba inadvertida.
Todos los días después de buscar alimento, el intruso, aprovechando su
armadura invisible, hacía lo que estaba acostumbrado hacer, era tan hábil durante
sus investigaciones que cada vez se fue acercando más a la ciudad hasta conocer
el desempeño de sus habitantes sin que nadie se percatara de su presencia. Se
dio cuenta que desde esa apacible y tranquila ciudad de escasos habitantes se
comandaba a todo un planeta bajo un recelo despiadado de odio y despecho
hacia los hombres. En su más recóndita memoria el sistema matriarcado guardaba
con indignación los secretos de antiguas civilizaciones que realizaron hechos
incestuosos de hermafroditas, de madres copulando con sus hijos, o de aberrantes
relaciones entre hermanos.
La matriarca y jefa del imperio, era una mujer de edad avanzada que
nunca tuvo la fortuna de enamorarse, menos aun de que alguien se fijara en ella,
pues era incapaz de sentir amor hacia ningún hombre, nunca expresó muestras
de cariño o debilidad ante ellos, ya que para ella y su filosofía, los hombres no
servían para nada, y defendía con todo su ser los derechos de las mujeres sobre
los hombres, y luchaba todos los días de su vida para que de ninguna remota
circunstancia se volvieran a someter bajo el yugo de los hombres por nunca
jamás. Ante tales enseñanzas trasferidas por generaciones, las féminas creían
haber encontrado la respuesta a la vida sin la necesidad de tener a un hombre
como pareja y se enfocaron en una era libre de modernidad tecnológica en
donde no existía la idea de la trasformación de metales para la creación de cosas
materiales y se dedicaron a una vida espiritual en armonía con la naturaleza. Pero
a pesar de la estricta filosofía inducida por generaciones, las féminas seguían
pasando por períodos incomprensible hasta para ellas mismas, donde se les veía
insatisfechas, incluso lloraban sin ninguna explicación, suceso que después de la
continua observación, él intruso forastero llegó a la conclusión de que no eran tan
felices como ellas lo suponían.
Después de varios meses de recabar información, él intruso investigador,
pensó que ya era tiempo de activar el localizador para poder regresar, pero la
idea perturbadora que le prohibía exhibirse en aquella ciudad y pese a que se
había enamorado de la primogénita de la matriarca le carcomía por dentro hasta
su corazón. Resignado apunto de aplastar el botón, y rebasando toda casualidad
posible, en ese momento la bella hija de la matriarca caminaba sola por una
vereda en el bosque, y al no resistir tan extraordinaria ocasión, se despojó de
su armadura para caminar cauteloso propiciando un encuentro. El hombre era
alto y musculoso, lo que provocó en ella un suspiro involuntario al verlo, su
tez era blanca, y el color de sus ojos claros tenían una mirada que inspiraba
confianza, al mismo tiempo la tranquilizó para que no se fuera corriendo, cuando
estuvo frente a él experimentó una atracción indescriptible, al comenzar a besarla
naturalmente se dejó llevar, el encuentro duró más de lo que se pudieron imaginar.
Y en secreto se comenzaba a dar vida a una nueva generación.

Aquí se da por terminado el cuento de las féminas para continuar


con el final del forastero.
Con los días, el intruso forastero, se dio cuenta que a pesar de que su amada
fémina lo tenía solo para ella, en ocasiones también se comportaba igual que todas
las demás, insatisfecha, de manera incomprensible, lo que lo llevó a pensar que no
solo la suegra representaría una adversidad mundial insuperable, sino que además
nunca lograría satisfacer sus necesidades por completo, por lo que apretó el
botón para su localización y de inmediato se marchó.
Un psiquíatra paciente

E l café es bueno, y el lugar es de mi total agrado, no solo porque puedo ir


cuando me dé la gana y el dueño sea mi amigo, es más bien por su extensa
biblioteca, esa que se encuentra sobre elegantes libreros de cedro cuidadosamente
acomodados donde todo está exageradamente pulcro y perfecto, tanto, que he
llegado a pensar que Raziel, como todo buen médico, es más obsesivo que yo.
Al parecer el día de hoy, no había llegado, quizá porque no le avisé que
vendría y es que lo prefiero así, ya que Johana su asistente, difícilmente accedería
en su presencia a concederme una cita. Pero desde que entré a recepción, no se
ha desprendido de su celular, así que seguí de paso para buscar un libro por
mientras se desocupa, o bien mi amigo llega. Del estante de novelas resientes,
tomé la de cincuenta sombras de Grey, no porque me guste, ni por que sea una
buena novela, de hecho no pienso volver a leerla, pero en días pasados vi que
Johana se encontraba ensimismada leyéndola. Como lo esperaba, cuando Johana
entro y me vio con el libro, de inmediato logramos un acercamiento, empezamos
a platicar sobre; amor, masoquismo y pasión. Después una cosa llevó a la otra
hasta hacer explícito un rapidísimo encuentro, que duró hasta que escuchamos
que había llegado alguien, Johana, apenas tuvo tiempo de bajar su falda
mientras apresurada corría hacia la recepción, y yo en cuanto apenas me
incorporé en el instante que Raziel llegó. Y con su acostumbrado semblante
sonriente me dijo:
—Hola Sariel, ¡otra vez sin una cita eh!, pero me da gusto, que tal te va,
cuéntame cómo has estado.
—Fíjate que muy bien, por cierto ya regresé los libros que me llevé la semana
pasada y los acomodé precisamente donde estaban.
—Ya sabes, puedes tomar el que gustes.
Luego, algo sarcástico agregó:
—Pero bueno, ponte cómodo, vamos comenzando la sesión.
—Está bien —contesté.
—Pero que te parece, sí esta vez, tú me platicas cómo te sientes.
Raziel, soltó una sonora carcajada, pero después de acostarse, sin ningún
pudor, incluso desesperado comenzó diciendo:
—Quisiera dejar a mi mujer, el problema es que no tengo ninguna razón
lógica para hacerlo, ni nada en contra de ella, pues es tan guapa, tan buena, tan
bondadosa, buen amante, excelente cocinera, y me ama tanto que jamás me
traicionaría. Pero estoy tan estúpidamente enajenado con mi asistente que hasta
quiero casarme con ella; y es que es tan joven, tan bella, y con ese cuerpazo que me
hace el sexo de una forma tan increíble que hasta la siento tan enamorada de mí,
que estoy seguro de que tampoco me traicionaría.
Sariel, se quedó pensando en aquella ocasión que llegó al consultorio y
al encontrarlo cerrado tocó en la casa de Raziel, la cual se encuentra dentro de
la misma finca, y su esposa muy amable lo invitó a pasar, le ofreció un café, le
contó sus penas y una cosa llevó a la otra y terminó consolándola por completo.
Pero sus pensamientos se esfumaron de inmediato cuando de manera insistente
Raziel desde el sillón, suplicó diciendo:
—¿Pero dime Sariel, que se supone que debo hacer?
Pasión de un crimen

S entada en el confortable sillón de la estancia, sin poder pronunciar palabra,


Bárbara llora inconsolable viendo a su novio Jofiel, deambular como un
ser enjaulado, que apenas unos segundos atrás le daba la peor noticia que
hubiera querido reconocer. Jofiel, no era el típico junior, aunque aprovechó el
abolengo de sus padres para recibir con su esfuerzo algunos títulos académicos
en las mejores universidades por méritos propios, y un sinfín de premios en
destacadas participaciones deportivas, además las amistades y oportunidades
lo acogían con fervor, pues no solo era un tipo guapo, también era bien intencionado
y buen amigo.
—Desde cuando lo sabes.
Le refirió Bárbara más preocupada que molesta.
—Vamos amor, tranquilízate, no es el fin del mundo, ya hace tiempo de eso y
por lo mismo no quería decírtelo, lo menos que deseo es verte en este estado como
niña llorona, así que tratemos de salir adelante de esto juntos, ¿sí?
Ella, no estuvo de acuerdo a pesar del fuerte abrazo de consuelo acompañado
por un beso largo en su mejilla, pero aun así sonrió sin sentir aquella satisfacción
de antes, diciendo:
—Está bien te perdono, sólo porque sé que te costó decírmelo.
Bárbara abandonó el departamento con el pretexto de ir a comprar algunos víveres
para la cena, pero más bien quería irse de allí y durante el trayecto, poder llorar
sin ninguna limitación, mientras que Jofiel aprovechó la ausencia para de inmediato
marcar desde su celular:
—Uriel, ocupo un favor, ya todo está legalmente listo, así que pon atención a
lo que voy a pedirte porque no aceptaré por ningún motivo el que no puedas cumplir
mi petición.
Uriel, al terminar la llamada, quedó atónito, no podía creer lo que le pedía
que hiciera, le causó tanta crueldad que sin darse cuenta imaginó la terrible
encomienda olvidándose por un instante de la lujuriosa faena que le acontecía
en ese momento al lado de su reciente novia, sin duda la más bella y de mejor
cuerpo que jamás había tenido, la despampanante Olivia, que desde su alcoba
lo incitaba desnuda haciendo movimientos eróticos para que le hiciera el amor.
Pasaron los días y la simple idea de llevar acabo lo planeado estaba volviendo
loco a Uriel, su frustración fue tal que cometió el primer error advertido por su
amigo de no comentarlo con nadie, pero no aguantó más y le platicó la desquiciada
petición a Olivia, que nunca dejó de cuestionarlo desde aquel día que desde
entonces lo notaba ausente.
El día pactado llegó, al igual que la tradicional velada de sábado por la
noche que se llevaba a cabo desde hacía varios años atrás en el departamento
de Jofiel, que comenzaba bebiendo vino frente a un tablero de ajedrez con las
piezas como habían quedado la semana anterior y terminaban como a veces
sucedía con la filosófica plática que se abordara bajo la irrenunciable densa nube
de mariguana. La partida inconclusa no significaba que no fuera lo suficientemente
importante para no terminarla, más bien aunque existía una rivalidad intrínseca
y oculta, se fingía no importar quien ganara, pero se memorizaban la última jugada
para cada quien estudiar con cautela durante toda la semana todos los posibles
movimientos restantes y así el vencedor poder restregar con grandes burlas la
anhelada victoria.
Sabiendo que no se negaría esa noche, Jofiel le sugirió a Bárbara que no
asistiera a su reunión de café, que mejor se quedara a beber con ellos, y así
poder cumplir estando junto a ella su inevitable propósito. Uriel, ya bastante
intranquilo y sumamente nervioso metía a cada rato la mano a la bolsa de su
saco donde apretaba con fuerza su mano, como si quisiera romper el frasquito
con veneno que había preparado para impedir la fechoría. Pero en un momento
que la pareja de novios se puso melosa, Uriel salió al balcón, tomó su celular
y le marcó a Olivia:
—No puedo hacerlo, es mi amigo de toda la vida, y a pesar de que él me lo
pidió, aun así no puedo, y siempre supe que no lo haría, por eso ni siquiera he traído
el veneno.
Olivia sin tener ningún apego guiada por la ambición de lo que su reciente
novio obtendría, pensó que debía encargarse del asunto ella misma, así que sin
conocer al anfitrión, ni mucho menos estar invitada se dirigió de inmediato a
casa de Jofiel.
Un poco más tarde, mientras que predominaba una charla entre Bárbara
y Uriel sobre un desacuerdo marital de una pareja de amigos en común, sonó
el timbre, por lo que instintivamente Jofiel fue hacia la entrada, al abrir, quedó
maravillado ante un vestido escotado de estrecha cintura con cadera avispál
manipulado por el bello rostro de Olivia. Ella, quedó hipnotizada viendo sus
hermosos ojos, le iba decir; Hola soy la novia de Uriel, pero ni quiso decir más
nunca eso, ni pudo hacerlo por la emoción, y pensándolo mejor mientras le
mostraba una botella de vino compensando la inesperada visita pronunció:
—Vine porque Uriel se encuentra aquí.
Cuando ninguno pudo explicarlo una atracción increíble los acercó tanto
que sin importar perjuicio alguno comenzaron a besarse, la química de ambos
fue mágicamente explosiva, imposible detenerla, la condujo hasta la puerta de
emergencia, al cerrarse la cargó con desesperación para amarla. Los pocos menos
de diez minutos más espontáneos y placenteros de sus vidas los trascurrieron
eternamente en instantes y sin pronunciar palabra se incorporaron ayudándose
a verse de nuevo alineados.
En el momento que Olivia llegó a la estancia fingiendo sorpresa, su novio
se levantó como resorte para saludarla apasionadamente, Bárbara la miró con
recelo, pero no le extrañó que Uriel tuviera un nuevo amorío. Mientras que
distorsionados sentimientos se abalanzaron acaparando los pensamientos de
Jofiel, en el fondo sabía que Uriel jamás se animaría a llevar a cabo su plan, tal
vez por eso ni siquiera se tomó la molestia en preguntar la forma en que lo
haría, así que no sería problema decirle que por lo pronto lo postergara. Uriel
que siempre supo lo que debía hacer, al ver las miradas entre ambos descubrió
que tarde o temprano al igual que todas las demás mujeres que por él había
conocido, ésta no sería la excepción y terminaría quitándosela y enamorada de
él, pero a pesar de estar acostumbrado a que no era tanto el hecho de que siempre
se las quitara, sino más bien que lo dejaban para irse con él, y aunque pasó por
su mente tomar el bate de béisbol que tenía colgado en la pared como adorno
de su ultimo home run, para darle con todo hasta matarlo, se tranquilizó pensando
que si seguía con el plan sería la última vez que se la hiciera, por lo que una
sonrisa malévola lo consoló haciendo más fácil la acción de añadir el veneno,
ya no solo en una de las copas, si no, a dos.
Como si fueran amigos brindaron, Jofiel bebió sin sospechar que sería
esa la manera en que pidió a Uriel adelantar su dolorosa enfermedad terminal,
la ambiciosa la llevó hasta su boca con la idea de que ni siquiera se había animado
a traer el veneno y ansiosa por servir la segunda ronda para cometer más de un
homicidio, brindó.
Enseguida, hicieron el amor a un lado de los muertos hasta el cansancio,
por primera vez Uriel, le había robado la novia a Jofiel, Bárbara, totalmente
satisfecha de cobrar todas las infidelidades de su novio junto con la mitad de
su herencia, abrió otra botella de vino, la misma que previamente adulteró Olivia.
Índice
Mensaje de agradecimiento del autor…...............................5

Cuento I: El secreto de la mansión…….…….......................7

Cuento II: El relato de la juana…...……………………….14

Cuento III: Alérgico a ti…...……………..………………..17

Cuento IV: Avenida al cielo………………………………22

Cuento V: El poseedor de reliquias….……………………27

Cuento VI: El príncipe heredero…..………………………31

Cuento VII: La isla maldita…………....………………......34

Cuento VIII: Planeta matriarcado………………………….39

Cuento IX: Un psiquíatra paciente...……………….………43

Cuento X: Pasión de un crimen…………………………….46

También podría gustarte