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DE LA RETÓRICA
1. LA RETÓRICA CLÁSICA
1.1 LA RETÓRICA ANTIGUA. LOS ORÍGENES.
La retórica aparece en los primeros decenios del siglo V AC en Siracusa. Estando gobernada por
los tiranos Gelón y Gerón I, se suceden una serie de expropiaciones de terreno para
entregarlas a los mercenarios. Una vez fueron derrocados los tiranos, el pueblo comienza una
serie de procesos para reclamar las tierras expropiadas. Aunque los litigantes sabían atacar y
defenderse en un juicio, faltaba proveerlos de un método y una técnica, de lo que se
encargarían Córax y Tisias. Su preceptiva se apoya en el siguiente principio: lo que parece
verdad cuenta mucho más que lo que es verdad; de ahí la búsqueda sistemática de las pruebas
u el estudio de las técnicas adecuadas para demostrar la verosimilitud de una tesis. En sus
inicios, la retórica está marcada como una serie de técnicas que permiten la elocuencia como
virtud espontánea.
La consolidación de la retórica en el mundo griego como arte y técnica del discurso persuasivo
está unida al desarrollo de las polis y a la institución de la democracia (para conquistar el favor
de la asamblea, se relaciona con la libertad de expresión). La retórica, como expresión de la
libertad de la palabra, se opone al ejercicio autoritario del poder.
Gorgias de Lenti es el otro gran rétor de la época y primer autor del que poseemos un
tratamiento explícito de temas retóricos. En el Encomio de Elena, uno de los dos discursos de
Gorgias que han llegado hasta nosotros, se exalta el poder psicagógico de la persuasión
(peitho). La persuasión actúa a través del engaño, fascinación o poder que ejerce la palabra.
Gorgias distinguió, en primer lugar, varios tipos de discurso: los lógoi de los filósofos de la
naturaleza, la oratoria judicial y la dialéctica filosófica. Es también de Gorgias la primera
identificación de 'figuras': recursos formales como el isocolon (correspondencia del número y
disposición de las palabras entre los miembros de un periodo) y el homotéleuton (igual
terminación de palabras en las distintas partes del isocolon), ingredientes de la prosa poética,
de la «composición a la manera de Gorgias» (gorgiázein), y, sobre todo, la antitesis, base de la
dialéctica.
Cinco siglos más tarde, Plutarco escribiría la definición más compleja de la retórica gorgiana,
atribuyéndole la virtud de haber anticipado sus desarrollos futuros: «La retórica es el arte de
hablar; su fuerza reside en ser el artífice de la persuasión en los discursos políticos sobre
cualquier materia; crea convicción y no enseñanza; sus argumentos propios son, sobre todo, lo
justo y lo injusto, el bien y el mal, lo bello y lo feo»
En la filosofía de Platón, la epsiteme (ciencia) prevalece sobre la doxa (opinión), lo que invierte
lo valores sofístas. En su díalogo “Eutidemo” niega incluso la naturaleza de ars que los sofistas
le atribuían, y en su diálogo “Gorgias” define la retórica como una habilidad empírica: «ya que
carece de toda comprensión racional de la naturaleza de las cosas a las que se refiere [...]: y
por ello no sabe indicar la causa de cosa alguna».
En resumen, según Platón la retórica no es un arte veraz, sino un conjunto de artificios (de
falacias, de formas hueras), y, por ende, un engaño, lo opuesto a la espontaneidad y a la
sinceridad; la persuasión, que es una manipulación del consenso por parte del que es más
astuto y sabe cómo embaucar a los ingenuos, se ejecuta en materia de dudosa consistencia,
sobre las que el acuerdo no es general, y usa a menudo los trucos del prestidigitador; la
multitud es su destinatario natural, mientras que la búsqueda de la verdad y del conocimiento
requiere un intercambio dialéctico entre los interlocutores; por ello, la retórica es una
actividad estéril desde el punto de vista cognoscitivo.
Según Isocrates, un buen oradordebía tener una excelente reputación y una vasta cultura, y
sus enseñanzas reforzaban el bagaje instrumental necesario para la teoría y la práctica del
discurso. Según una opinión bastante difundida, la competencia de esta escuela de recursos
estilísticos fue la que indujo al mayor teórico de la disciplina, Aristóteles, a dedicar una parte
de sus reflexiones (el tercer libro de la Retórica) a la léxis, esto es, al 'modo de expresarse”.
Su función «no es persuadir, sino encontrar los medios de persuasión para cualquier
argumento». La tarea del teórico es ocuparse de los argumentos probantes o probatorios
(pisteis): no de los artificiales (átechnoi), utilizados como datos de partida y que son los
testimonios, las confesiones logradas mediante tortura, los documentos escritos, etc, sino de
los técnicos (éntechnoi), que han de hallarse mediante la aplicación de un método. Una pístis
es una demostración, de la que hay dos tipos: el ejemplo y el entimema. Dialéctica y retórica se
sitúan así en paralelo: esto es, lo que en la primera es la inducción, en la segunda es el
ejemplo:
Un entimema es, cuando dadas ciertas premisas, resulta de ellas una cosa diversa y ulterior
por el hecho de que son así universalmente o en la mayor parte de los casos. La expresión
«concisa y sintética» es el rasgo estilístico que Aristóteles asigna al entimema; es también uno
de los rasgos que caracterizan las técnicas modernas de persuasión, y, en primer lugar, las
publicitarias, en las que abundan los argumentos basados en premisas implícitas. Por ejemplo:
“Dionisio es un ladrón porque es malvado” muestra la ausencia de silogismo, porque «no todo
hombre malvado es un ladrón, si bien todo ladrón es un hombre malvado»
La diferencia reside en que el silogismo lógico o ejemplo proporciona una verdad irrefutable;
mientras que el entimema llega a conclusiones probables y refutables.
Los ejemplos pueden ser históricos o inventados. De entre estos últimos, Aristoteles destaca
las parábolas y los discursos socráticos y las fábulas (como las esópicas), que aun
componiéndose como las parábolas, evidencian las analogias.
La tripartición de los géneros retóricos había sido propuesta, pero fue Aristóteles el que la
sistematizó y el que estableció una tipología correspondiente que constituiría el modelo de la
preceptiva posterior.
La enseñanza retórica de los siglos siguientes se centró muy pronto en el género judicial: quien
supiera dominar una situación procesal sería capaz, sin duda alguna, de actuar con destreza en
cualquier otra circunstancia. El género deliberativo, como también le sucedió al judicial, pasó a
participar del carácter ficticio propio del género epideíctico cuando, al convertirse en ejercicio
escolar, fue perdiendo con el tiempo su carácter propedéutico a la política activa y
reduciéndose al único fin de la mera exhibición oratoria.
La retórica escolar englobaba bajo el género epideíctico todos los discursos posibles.Con el
paso de los años la literatura asimila el género epidíctico a la literatura. El resultado final fue la
llamada literaturización de la retórica, de una retórica ya disgregada, en la que el género
deliberativo estaba unido a la reflexión filosófica y el judicial englobado en la dialéctica.
El segundo libro de la Retórica de Aristóteles sienta los conceptos destinados a alimentar la
didáctica y la praxis de la disciplina en los siglos posteriores:
Éthos: el carácter, los modos de comportarse del orador, tanto en su profesión como
en la vida, y, por tanto, su moralidad.
Páthos: el conjunto de pasiones que han de suscitarse, la vida emocional que se
convierte en el objeto de análisis y el motivo de la argumentación.
Este desarrollo de la retórica se basa en las cualidades que confieren credibilidad y, por tanto,
poder persuasivo al orador. El aspecto psicagógico que había caracterizado muchas de las
manifestaciones del arte del decir desde sus orígenes encuentra así un lugar en el sistema
aristotélico.
En el tercer libro de la Retórica, Aristóteles establece las fases de la elaboración del discurso
oratorio:
En la tratadística posterior, las partes del discurso oratorio se convirtieron en cinco con la
adición de la memoria, importante para el éxito del hablar en público.
La metáfora es, según Aristóteles, nada menos que la facultad de conferir claridad a la
elocución, además de complacencia y elegancia, puesto que su función principal reside en
percibir relaciones de semejanza (las analogías) entre cosas lejanas. La destreza metafórica es
común al rétor y al poeta: es el lugar de encuentro de la poética y la retórica, como lo es
también la consideración del metro (en la poesía) y del ritmo (en la prosa).
La mayor parte de las frases ingeniosas se derivan de la metáfora y de la sorpresa que produce
el engaño. Para «sorprender con el engaño» y producir un efecto cómico, la léxis dispone de
mecanismos formales: además de la acuñación ingeniosa de palabras compuestas, la
homonimia y la homofonía, que producen efectos paronomásticos. Aristóteles no alude
apenas a las connotaciones de la comicidad, pero, aun así, determinó su tratamiento, que
llegaría a ser inexcusable, en los tratados posteriores de arte oratoria.
En la misma línea de la tradición estoica, pero con elementos extraídos de otras doctrinas
contemporáneas y, particularmente, del eclecticismo de la Academia, se impuso a mediados
del siglo II a. C., el sistema retórico de Hermagoras de Temnos, que tuvo un gran eco posterior,
especialmente en sus aspectos jurídicos.
Otra innovación de Hermagoras fue una clasificación de los discursos que tuvo especial
importancia en el ámbito judicial, ya que se basaba en la noción de stasis (en latín status
causae, determinación de la cuestión sobre la que trata una causa).
La primera división separaba el género racional (que depende del sentido común) del género
legal (que depende de la legislación en la materia), que, a su vez, se subdividen de la manera
siguiente:
Desde comienzos del siglo I a. C., las dos alternativas formales del discurso, la amplitud y la
brevedad, a las que se unió muy pronto la amplitud moderada, evolucionaron en direcciones
distintas que tomaron el nombre de sus respectivas escuelas. El estilo asiático, exuberante y
grandilocuente, se afirmó desde el siglo III a. C. como un producto típico y vivaz de la
helenización de Oriente. El estilo rodio (o rodense), más temperado, caracterizó la célebre
escuela de elocuencia que inició Esquines, adversario de Demóstenes. El estilo ático, conciso,
lineal y elusivo, nació como reacción al asianismo, como su contrapartida purista y
conservadora, hacia el final del periodo helenístico, en el siglo I a. C. Los aspectos estilísticos de
la retórica aumentan progresivamente en la preceptiva y en la práctica oratoria, cuyas
relaciones con la gramática son cada vez más patentes.
Dos maestros de retórica griega, Cecilio de Cálate (Sicilia) y Dionisio de Halicarnaso (Asia
Menor), cuya actividad se desarrolló en Roma en los tiempos de Augusto, dedicaron su
esfuerzo a exponer detalladamente las normas gramaticales y estilísticas: de este tipo son los
estudios de Dionisio (famoso también como historiógrafo) sobre el estilo de Demóstenes y de
Tucídides. El mismo Dionisio nos dejó una obra de extraordinario interés acerca del orden de
las palabras en el discurso.
La retórica del silencio es la que alimentará los grandes momentos de la creación artística: la
poesía de lo inefable y la fuerza evocadora del callar que expresa muchas más cosas que la
palabra.
La aptitud para concebir pensamientos grandes es la primera y más importante de las fuentes
de lo sublime. Es una cualidad innata, al igual que lo es la segunda, el pathos inspirado y
arrebatado. Las tres restantes se adquieren, en cambio, por medio del arte. Son: la especial
composición de las figuras (de pensamiento y de dicción), la potencia expresiva en la elección
de las palabras y de los tropos y, por último, «la quinta causa de la grandeza es el compendio
de todas las que la preceden», el decoro y la elevación de la composición (de la synthesis, esto
es, de los procedimientos rítmicos eufónicos y de la sintaxis poética, la adecuación y
oportunidad de cada elemento del estilo).
El páthos es lo que une poesía y oratoria, pero mientras la poesía tiene como fin el
extrañamiento, la prosa busca la claridad y la evidencia. El análisis de las figuras retóricas y, en
general, de los procedimientos de estilo manifiesta una atención consciente a la diferencia
entre el artificio y el arte que parece desmentir, en principio, los furores antirretóricos de
épocas
En la larga reseña que hace Cicerón de sus predecesores (casi todos los políticos principales de
la Roma republicana fueron buenos oradores), sobresalen Escipión Emiliano, Gayo Lelio, Servio
Sulpicio Galba, Cecilio Metelo Macedonio, Tiberio y Cayo Graco, más tarde, Marco Antonio y
Licinio Craso -que serán los interlocutores principales del De Oratore ciceroniano-Cayo Aurelio
Cota, y el gran Hortensio. Una oratoria granada que conocemos sólo de manera indirecta.
Los oradores romanos conocieron la téchne rhetoriké de los griegos asistiendo a sus escuelas
más célebres, especialmente la asiática y la rodia; hay que llegar, sin embargo, al segundo
decenio del siglo i (entre el 82 y el 85 a. C.), y no antes, para encontrar una obra retórica
escrita en latín: la Rhetorica ad Herennium, atribuida hoy, con sólidos argumentos, a un rétor
llamado Cornificio, y no a Cicerón, como había hecho erróneamente una tradición tardía. Es un
manual amplio, en cuatro libros, que añadió la clasificación de Hermagoras a la tipología
aristotélica de los discursos y a la división de éstos en partes y cuya descripción de las figuras
denuncia la influencia de las doctrinas asio-helenísticas. El tratamiento técnico está
subordinado a la definición previa de los «oficios del orador» y del compromiso moral y civil de
su actividad.
La Rhetorica ad Herennium realizó una tarea importante: la de instituir la nomenclatura
retórica latina mediante traducciones o calcos del griego; son mínimas las variantes que
introdujo la tradición posterior. Es también notable la adición de la memoria a las cuatro
partes organizativas de los discursos (inventio o hallazgo de los argumentos; dispositio o
disposición de los mismos; elocutio o expresión; pronunciatio o declamación y presentación).
La memoria es la capacidad de recordar, que se obtiene y se refuerza con procedimientos
técnicos específicos, de los que el autor del tratado ofrece una relación minuciosa,
predecesora de las artes mnemonicas medievales y renacentistas.
En la polémica, que reavivaron los estoicos, sobre las fronteras entre la retórica y la filosofía,
algunos devaluaron la primera por ser nociva para la administración del estado e inútil para la
oratoria misma. La auténtica elocuencia, argumentaban, no necesita secos preceptos y
artificios, ni éstos capacitan para el conocimiento y la práctica jurídica. Ya se la considere como
una práctica o como una técnica, la retórica queda confinada a un ámbito especializado y
restringido, ya que no puede pretender ocuparse de cuestiones teóricas reservadas a la
indagación filosófica. En contra de estas afirmaciones, Cicerón realizó una vigorosa defensa de
la retórica como «arte» (ars) históricamente determinada, esto es, variable en el tiempo y en
el espacio, y complementaria de la filosofía, más concretamente, de la lógica y de la dialéctica.
El interés por las declamaciones caracteriza el periodo comprendido entre la primera mitad del
siglo I y el siglo v d. C., que se conoce con el nombre de Segunda Sofística. La declamatio,
ejercicio escolar de composición y recitación, era de dos tipos: la suasoria, propia del género
deliberativo, se consideraba la más simple, y, por ello, era anterior en el currículum; la
controversia, que requería un mayor esfuerzo, era un ejercicio de oratoria forense en el
género judicial. Lucio Anneo Séneca el Viejo publicó diez libros de controversias y uno de
suasorias en el primer cuarto del siglo I d. C ofreciendo así un rico ejemplario de argumentos y
de métodos para tratarlos.
El abandono del compromiso político, sus orígenes y sus consecuencias, son los temas de una
obra el Dialogus de oratoribus, atribuida a Tácito (que la habría escrito cuando contaba unos
treinta años de edad). En ella se discuten las cuestiones siguientes: si es mejor dedicarse a la
oratoria o a la poesía; si es superior la oratoria antigua o la moderna; y, una vez resuelta la
disputa a favor de la primera, cuáles son las causas de la decadencia de la segunda. Los tres
interlocutores del diálogo son portavoces de tesis distintas. La defensa de la modernidad se
sustenta en una ampliación cronológica de sus límites (realmente, el modelo ejemplar de los
antiguos, Cicerón, podría haber sido escuchado por personas que aún vivían en el momento de
la disputa), en el elogio de la sobriedad del estilo ático (opuesta a la ampulosidad espectacular
del estilo ciceroniano), en los beneficios del otium literario, que es la consecuencia del
abandono del ejercicio activo del poder político (ventajas del estudio tranquilo frente a las
turbulencias de la lucha política, y de la vida en la quietud del campo, en soledad meditativa,
frente al trastorno de la confusión ruidosa y competitiva de la ciudad). La superioridad de los
antiguos sobre los modernos (defendida por el portavoz del autor), que se sustenta en valores
éticos, ideológicos y estilísticos, invita a considerar que los responsables de la actual
decadencia son las deficiencias del sistema educativo y la vaciedad de las declamaciones
escolares, cuya causa es, en última instancia, la desaparición de la libertad política.
Quintiliano expone detalladamente todo aquello que apoya, desde la infancia, a la formación
del orador: la elección de las personas que se han de ocupar de él en los primeros años, desde
el aya al preceptor (examinando pros y contras de la instrucción doméstica de carácter privado
y de la escuela pública), la atención a las condiciones naturales del niño, los métodos para
inculcarle los rudimentos gramaticales, las nociones de cultura general, la pronunciación y el
modo de gesticular. Se pasa entonces a la instrucción retórica propiamente dicha (lectura y
comentario de oradores e historiadores, composición y corrección, memorización y
declamación). Como el conocimiento de los preceptos del arte resulta indispensable, los
últimos capítulos del libro II emprenden su descripción sistemática, comenzando por la
delimitación del campo y por su división. En el libro III, tras una detallada relación histórica del
nacimiento de la disciplina y de sus cultivadores, se tratan los géneros, los «estados» de la
causa y sus partes, la cuestión, la razón y el núcleo de la causa: son los elementos de
procedimiento civil y penal, cuya exposición prosigue en los cuatro libros siguientes. Los libros
IV, V y VI tratan la inventio, que se describe según las partes del discurso persuasivo (exordio,
narración, argumentación, etc.; cfr. 2.2-7) en las que se distribuye la materia, con especial
atención a las especies, al uso de las pruebas y a los tipos de razonamiento, en el libro VII,
junto a las que hoy el código civil llama «disposiciones generales de la ley», se examina la
dispositio. Los libros VIII y IX se dedican a la elocutio: los tropos, las figuras y la compositio. El
libro X (quizá el más conocido, junto al I y el XII) contiene una relación de poetas y prosistas
griegos y latinos, cuya lectura recomienda Quintiliano al futuro orador. Sobre cada uno de ellos
se ofrecen juicios sintéticos que, además de su importancia objetiva, son un fiel testimonio de
la mentalidad y la formación. cultural del que los realiza: nos muestran en qué consiste el
«punto de vista retórico» en la valoración de autores y textos literarios. Sigue la descripción de
los ejercicios, basados en la imitación de modelos: se trata, sin embargo, de una imitación
activa, que, en competencia con antecesores ilustres, aspira a superarlos mediante la
emulación; sólo así podrá tomar cuerpo la figura del perfecto orador (del vir bonus dicendi
peritus, de catoniana y ciceroniana memoria) que Quintiliano esboza en el último libro, tras
haber tratado, en el XI, las dos partes restantes de la oratoria: la memorización de los discursos
y su recitación.
En la obra de doctrina San Agustín se pregunta cómo puede aplicarse la retórica escolar en la
predicación. Siguiendo las enseñanzas de Cicerón, recomienda el estilo humilde, desnudo,
pero no inculto, para la exégesis de los textos bíblicos y, en general, para la explicación de la
doctrina cristiana el estilo medio, adornado con figuras, para el discurso epideíctico; el estilo
elevado, para inducir a la acción con o sin el apoyo de figuras, pero siempre con gran tensión
emotiva. Los tres niveles deben utilizarse en una misma predicación, pero el tono elevado no
debe prevalecer sobre los otros, bien ha de ser el sermo humilis el que debe determinar tanto
la andadura didáctica como la vivacidad dramática que imita el uso cotidiano de la lengua.
Una visión esquemática de la retórica de este periodo debe reflejar la separación, ya crónica,
entre el arte oratoria como conjunto de medios destinados a inducir a la acción y la preceptiva
de la expresión. Esta última no deja lugar a las poéticas autónomas: incluye a la poética como
arte de componer en prosa y en verso, y, a la vez, invade el campo de la gramática o se deja
absorber parcialmente por ella, según las circunstancias pedagógicas y el prestigio de sus
cultivadores.
En el siglo IV, el Ars Grammatica del príncipe de esta disciplina, Elio Donato, destina una
sección a las figuras retóricas: esto equivale a afirmar que la normativa para escribir
correctamente incluye también los preceptos para escribir ornadamente. Hay otras secciones
dedicadas, por ejemplo, a profundizar en las partes del discurso.
En los primeros decenios del siglo v, el tratado alegórico De nuptiis Philologiae et Mercurii de
Marciano Capella, señala la introducción de las siete artes liberales en la Edad Media. La obra,
un prontuario enciclopédico de las nociones fundamentales de las siete artes liberales, tuvo
gran difusión y gran fama en la Edad Media, si bien el compendio de retórica (derivado de
Cicerón en la parte judicial y de Aquila Romano 16 en la teoría del ornatus) carece de
originalidad y de peso doctrinal.
El culmen del sincretismo nocional llega con la obra de Boecio, que en cuatro libros comenta
los Topica de Cicerón. Fueron de gran importancia en la época y tuvieron una gran difusión. El
cuarto libro afronta las diferencias entre la dialéctica, que se ocupa de las thesis, y la retórica,
que se dedica a la hypothesis. La thesis procede de las pregutnas y respuestas, se sirve de
silogismos perfectos, y su fin es abatir al interlocutor mediante el razonamiento, mientras que
la hypothesis produce discursos extendidos y continuos, le basta el uso de entimemas, esto es,
de silogismos abreviados, y su finalidad es la de conmover a uno o más jueces. El tratamiento
boeciano del ars rhetorica comprende principalmente la doctrina de los status causae y
menciones someras de los géneros y partes del discurso; no trata ni la elocutio, ni la memoria,
ni la pronunciatio.
Otros personajes de la época importantes para la retórica son Casiodoro y Prisciano. Casiodoro
redacta una obra importante Institutiones divinarum et secularium litterarum, dedicada a la
educación de monjes, de gran influencia posterior, y Prisciano escribió Institutio de arte
grammatica.
Más tarde Isidoro de Sevilla compuso el último compendio de la época: Los Origines, conocidos
como Etimologiae por el meticuloso trabajo que los caracteriza. La obra presenta el curriculum
de los estudios universitarios medievales colocando como asignaturas propedéuticas al estudio
profundo de las materias profanas y religiosas a las siete artes liberales.
2. NEORRETÓRICA
Tras la decadencia de la retórica, en la que queda relegada a mero arte verbal, dado que es la
lógica la que se dedica a la búsqueda de argumentos, la retórica se considera falaz. Se estudia,
por tanto, más por apego a la tradición histórica que por su utilidad.
No obstante, a mediados del siglo XX, se revitalizan los estudios principales en dos corrientes:
la nueva retórica y la neorretórica. Este resurgimiento se debe a la profundización en estudios
lingüísticos, a la teoría literaria formalista y al nacimiento de la pragmática, incluso de la
semiótica (estudio de los signos lingüísticos), debido a que, al estudiar los signos, se tienen en
cuenta la función comunicativa. Esto ya estaba en la retórica, sobre todo en su vertiente más
elocutiva.
Los mayores estudiosos de la retórica son Barthes, Todorov, Umberto Eco. Surge el grupo µ,
que se dedica exclusivamente a la Retórica y que escriben obras como Tratado de semiótica
general, o Tratado del signo usual. No obstante, su obra más importante es Tratado de Nueva
Retórica; donde se hace una reactualización sistemática y seria de los principios aristotélicos
aplicados al siglo XX, sobre todo centrados en la parte de la argumentación.