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1. Lectura
Leamos con atención Mt 28, 19-20
¿A quiénes les pide Jesús que hagan discípulos? ¿Qué deberán hacer los enviados para
hacer discípulos a todas las gentes? ¿Qué deberán enseñar a guardar los enviados a
todas las gentes? ¿Qué les asegura el Señor Resucitado a los enviados?
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“Hacer discípulos” (en griego matheteuo) significa convencer a otros de que sean
seguidores de Jesús (como el caso de José de Arimatea; 27, 57; también 13, 52). La
referencia principal de esta acción es Jesucristo; si ser discípulo es seguir a Jesús,
“hacer discípulos” es adherir a otros a Jesús, animarlos para que se encuentren con Él.
Llama la atención que Mateo diga que algunos de los once dudaron; no dice que todos
dudaron (28, 17). Si todos hubieran dudado ninguno hubiera podido compartir la
Buena Nueva; en cambio, como sólo algunos dudaban todos podían compartir, desde
su propio proceso, su experiencia de encuentro con el Señor. Y es que, de acuerdo a
Mateo (véase también 14, 32), la duda hace que el discípulo se ubique en lo que es,
para que en ningún momento pretenda ser u ocupar el lugar del Maestro. Esto refuerza
la convicción de que la tarea del discípulo es hacer que otros sean, no sus seguidores,
sino seguidores de Jesucristo.
Este encargo es para todos los pueblos. El Evangelio procura que nadie quede fuera de
la posibilidad de hacerse discípulo de Jesús; esto le proporciona a la misión un carácter
permanente, pues siempre habrá personas a las que se pueda y se deba invitar a que
se hagan discípulos del Señor. Además, el hecho de que sea “para todos” exige en la
misión una apertura básica, pues en el constante encuentro con “los demás”, el
enviado se dará cuenta que existen maneras de pensar y de actuar diferentes a la suya
que no necesariamente están equivocadas. Podríamos decir que el término todos es
mucho más que la totalidad; si la misión es para todos, entonces debe ser
permanente, al mismo tiempo que un verdadero aprendizaje para nunca absolutizar lo
propio. Pero el Evangelio también deja claro que es para “todos los pueblos”. El
término que se traduce por “pueblos” o “gentes” en Mateo a veces significa paganos, al
mismo tiempo que naciones (4, 15; 6, 32; 10, 5; 12, 18. 21; 20, 19. 25; 21, 43 entre
otros). De este modo, la misión no parte de una concepción negativa de los otros. A
quienes se lleva el mensaje son, con certeza, personas y pueblos que no creen en lo
mismo que nosotros, ni de la misma manera; sin embargo, no necesariamente son
gente errada totalmente, mucho menos mala o despreciable.
“… Bautizándolas … y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado” (vv.
19-20).
La apertura a todas las gentes sólo se puede dar a través del bautismo y en la vivencia
de los principios del Señor.
El verbo “bautizar” por su trasfondo judío y por la raíz de la que proviene significa:
“introducirse en algo”, “sumergirse”, “compenetrarse”, “llenarse”. En este sentido,
aunque el verbo bautizar estuviera haciendo referencia al sacramento del bautismo,
tiene en sí mismo una idea fundamental: la consagración. Por esto, el encargo de
bautizar (es decir, consagrar, introducir) sólo se entiende en relación con la Trinidad,
con la participación de la vida de Dios. Alguien se hace discípulo introduciéndose,
compenetrándose de la vida. Y esta es la principal tarea del enviado: ayudar a que las
personas se encuentren con el Dios de Jesús.
Pero el encuentro con el Dios de Jesús pide guardar lo que Jesús ha mandado. El verbo
“enseñar” significa “instruir” pero sobre todo acompañar. Jesús aparece en muchas
ocasiones enseñando (4, 23; 5, 2; 9, 35; 11, 1; 13, 34; 21, 23; 26, 55); lo hacía con
autoridad y no como los escribas y fariseos (7, 29). Desde esta perspectiva el encargo
de enseñar que da el Señor a los enviados se refiere más a compartir una experiencia
que a instruir en una doctrina. Pero si enseñar tiene también la connotación de
acompañar, los discípulos no deberían decir cualquier cosa que se les ocurriera sino lo
que el mismo Señor Jesús había percibido como fundamental para la vida de cada
persona, su relación con Dios y con sus hermanos. El núcleo de esta enseñanza, de
acuerdo a Mateo, está en el sermón del Monte (5, 1—8, 1) y se refiere más a la
observancia de unos principios de raíz que al sólo cumplimiento de unos
mandamientos.
Ahora bien, no sólo cuenta el contenido de lo que se enseña sino también la manera en
que se haga. Se puede decir que el mandato supone un modo de enseñar, o mejor
aún, de acompañar al estilo de Jesús. De este modo, la enseñanza de Jesús no está
desligada de la proclamación de la Buena Nueva del Reino y de la solidaridad con las
personas más desprotegidas (4, 23ss; 9, 35; 11, 1). Este modo de enseñar de Jesús
que deberían asumir los discípulos supone, más que un elenco de información, una
sabiduría profunda (13, 54) que se contrapone a doctrinas hechizas, de hombres mal
intencionados (15, 8-9).
“Y estén seguros que yo estaré con ustedes todos los días…” (28, 20).
Desde el comienzo del Evangelio se había dejado claro que el Mesías que nacería iba a
ser llamado Emmanuel, es decir, “Dios con nosotros” (1, 23). Esta presencia efectiva y
eficaz del Señor Jesús se convierte en una garantía que se hace más esperanzadora
todavía porque es permanente. La expresión “todos los días hasta el fin del mundo”
encierra un doble principio. Por una parte, el Señor garantiza su presencia día tras día,
siempre. No habrá un momento en que el discípulo enviado se sienta sin la presencia
del Señor; incluidos los momentos de fracaso y de infidelidad al Señor (cf. 26, 69-73).
La presencia permanente ayuda a que el discípulo la perciba como algo real. Pero, por
otra parte, el Evangelio insiste en que esta presencia es “hasta el fin del mundo”. Esta
expresión no debe entenderse necesariamente “hasta que todo acabe” sino “hasta que
todo llegue a su plenitud”. Es decir, los discípulos contarán con la presencia del Señor
hasta que se cumpla plenamente el plan de Dios en la humanidad. Así, la presencia del
Señor va mucho más allá de los enviados; su presencia no sólo es para apoyarlos sino
para que el proyecto de la Buena Nueva del Reino se haga realidad y alcance a todos
los seres humanos.
2. Meditación
“Hagan discípulos a todas las gentes”. No olvidemos como puntos fundamentales de
nuestra reflexión que:
“Hacer discípulos” supone animar a otras personas para que se encuentren con
Jesucristo.
El discípulo enviado que ayuda a otros a que se hagan discípulos de Jesús debe
reconocer su limitación, que él mismo está en un proceso de encuentro
permanente con el Señor.
“Hacer discípulos” significa ayudar a que otras personas se hagan seguidoras de
Jesucristo no nuestras seguidoras.
Nadie debe quedar fuera de la posibilidad de hacerse discípulo de Jesús; hay
que ir a todos.
“Ir a todos” exige apertura para el encuentro, para el crecimiento y el
aprendizaje, incluso para abrirnos a ser edificados por el testimonio de las
personas a las que les llevamos el mensaje.
¿En qué nos hace reflexionar este encargo de “hacer discípulos a todas las gentes”?
3. Oración
Tengamos presente en lo que nos ha hecho reflexionar este pasaje del Evangelio y
hagamos una oración de alabanza, de acción de gracias o de perdón.
4. Contemplación — acción
¿Qué actitudes debemos modificar de raíz para ser mejores enviados que hagan
discípulos a todas las gentes, bautizando y enseñando?
¿En qué nos anima la presencia permanente del Señor? ¿A qué nos compromete?
1 Es una muchedumbre que está “cansada”; la palabra que se utiliza aquí viene del verbo (en griego skullo)
“despellejar”, “hostigar”, “perseguir sin descanso”. No es pues un cansancio cualquiera; es un desgano
provocado. Además, son una muchedumbre “abatida”; el término que se traduce por “abatido” (del verbo
griego rupto) tiene el matiz de “arrojar”, “tirar al suelo”. De este modo, podemos constatar que la
muchedumbre de la que se compadece Jesús está desganada, maltratada, ninguneada...
4.-Ser sacerdote hoy. Identidad sacerdotal
La identidad sacerdotal está en la línea de sentirse amado y capacitado para amar. Esta identidad
se reencuentra cuando se quiere vivir el sacerdocio en todas sus perspectivas o dimensiones:
-Consagración o dimensión sagrada: el sacerdote en su ser, en su obrar y en su vivencia,
pertenece totalmente a Cristo y participa en su unción y misión.
-Misión o dimensión apostólica: el sacerdote ejerce una misión recibida de Cristo para servir
incondicionalemente a los hermanos.
-Comunión o dimensión eclesial: el sacerdote ha sido enviado a servir a la comunidad eclesial
contruyéndola según el amor.
-Espiritualidad o dimensión ascetíco-mística: el sacerdote está llamado a vivir en sintonía con los
amores de Cristo y a ser signo personal suyo como Buen Pastor.
El sacerdote está llamado, hoy más que nunca, a ser:
-Signo del Buen pastor en la Iglesia y en el mundo, participando de su ser sacerdotal (PO 1-3).
-Prolongación del actuar del Buen Pastor, obrando en su nombre en el anuncio del evangelio, en
la celebración de los signos salvíficos (especialmente la Eucaristía) y en los servicios de caridad
(PO 4-6).
-Transparencia de las actitudes y virtudes del Buen Pastor, presente en la Iglesia comunión y
misión (PO 7-22).
5.-Espiritualidad cristiana y espiritualidad sacerdotal
La espiritualidad cristiana es una vida según el Espíritu. «Caminamos según el Espíritu» (Rom
8,4); «vivís según el Espíritu» (Rom 8,9). Propiamente es el camino o proceso de santidad que
consiste en el amor o caridad: «caminar en el amor» (Ef 5,2).
Cada cristiano se santifica en su propio estado de vida y circunstancia por un proceso de sintonía
con Cristo, en el Espíritu Santo, según los designios o voluntad del Padre (+Ef 2,18). Este proceso
es de cambio o conversión (en criterios, escala de valores y actitudes) para bautizarse
(esponjarse) en Cristo (pensar, sentir, amar como él). Es, pues:
-Participación y configuración (Gál 3,27: Rom 6,3ss),
-Unión, intimidad, relación (Jn 6,56-57; 15,9ss),
-Semejanza, imitación (Mt 11,29),
-Servicio, cumplimiento de la voluntad de Dios (Mc 3,35; 10,44-45; Jn 14,16),
-Caridad, vida nueva (Jn 13,34-35; Rom 6,4; 13,10).
Los matices de esta espiritualidad cristiana, común a todos, son muy variados. De suerte que se
puede hablar de espiritualidades y escuelas diferentes.
La espiritualidad sacerdotal es sintonía con las actitudes y vivencias de Cristo Sacerdote, Buen
Pastor. Por el sacramento del orden, se participa del ser sacerdotal de Cristo. Esta participación
ontológica capacita para prolongar la acción sacerdotal del Buen Pastor. La sintonía con la caridad
pastoral de Cristo es una consecuencia de la participación de su ser y en su función. La gracia
recibida en el sacramento del orden hace posible cumplir con esta exigencia.
Se trata, pues, de una santidad o espiritualidad «según la imagen del sumo y eterno Sacerdote»,
para ser «un testimonio vivo de Dios» (LG 41). El sacerdote es un «Jesús viviente» (San Juan
Eudes), es decir, «instrumento vivo de Cristo Sacerdote» (PO 12), puesto que:
-Se hace signo viviente de Cristo en el ejercicio del ministerio (PO 12-13),
-Se hace signo transparente de Cristo viviendo en sintonía o unidad de vida con él (PO 14),
-Se hace signo del Buen Pastor imitando su caridad pastoral y todas las demás virtudes que
derivan de ella (PO 15-17), sin olvidar los medios comunes a toda la espiritualidad cristiana y a los
medios específicos de la espiritualidad sacerdotal (PO 18).
Viviendo la espiritualidad sacerdotal, el sacerdote ministro se hace signo creíble del Buen Pastor
en un mundo que pide autenticidad (n.1), en una Iglesia sacramento o transparencia e instrumento
de Cristo (n.2) y en una nueva etapa de evangelización (n.3), que necesitan sacerdotes fieles a las
nuevas gracias del Espíritu Santo (n.4). La identidad sacerdotal enraíza en esta espiritualidad
cristológica, pneumatológica, eclesial y antropológica.
Precisamente las acciones del sacerdote para evangelizar, santificar y guiar al pueblo
cristiano reciben el nombre de trabajo “pastoral” porque encuentra su mejor figura y
modelo en las acciones descritas del Buen Pastor. Así, los sacerdotes dedican como
Jesú s un gran porcentaje de su tiempo a atender a los enfermos, a los pobres, a los má s
necesitados. Cuidan y defienden a sus fieles de las asechanzas contra la fe, levantan y
sanan a los caídos en el sacramento de la penitencia, animan en las crisis de fe a los
pusilá nimes, acogen a todos con un corazó n misericordioso como el de Jesú s.
Comparten las alegrías y los triunfos y también los problemas, dolores, tristezas y
derrotas de todos. Promueven las Obras de Misericordia.
Por medio de la catequesis y la predicació n guían a los fieles por los senderos de la
virtud y la santidad. Reparten el mejor de los alimentos que es la Eucaristía y los
sacramentos, para que “tengan vida abundante” (Jn 10,10). Oran por los vivos y
difuntos. En resumen: con fe y misericordia, alegría y generosidad realizan una
entrega total de sí mismos. No se pertenecen, sino que son de y para la Iglesia, de la
comunidad a la que sirven para su construcció n. Lo expresa muy bien el himno de
alabanza del prefacio de la misa Crismal: “Los sacerdotes renuevan en nombre de
Cristo el sacrificio de la redenció n, preparan a tus hijos el banquete pascual, presiden
a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con tus
sacramentos”.
La grandeza y belleza del ministerio pide a los sacerdotes la santificació n personal
tratando de modelar su existencia en la de Cristo, conformá ndose a su imagen. Por eso
cultivan un equilibrio entre unió n con Dios y apostolado, entre la oració n y la acció n,
entre el ser y el hacer. Esto requiere constancia, fidelidad y renovació n permanente de
la gracia recibida en la ordenació n sacerdotal.
LA GRAN COMISION
“Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo: Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en
la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que
les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del
mundo.” Mateo 28:18-20
Aquí leemos la última directiva personal del Salvador a los discípulos poco antes de
ascender al cielo. Este mandamiento tiene un gran significado para todos los
seguidores de Jesucristo, ya que llama a cada cristiano a propagar las Buenas Nuevas.
Una vez que una persona se arrepiente de su pecado, acepta a Jesucristo como su
Salvador y toma la decisión de seguirlo, ellos deben ser bautizados en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. A continuación, vamos a seguir alimentando al
niño en Cristo, enseñándoles que guarden todas las cosas que Jesús nos mandó hacer.
El Espíritu Santo que mora en cada creyente nos dará el poder para hacer este
trabajo. Hechos 1:8 nos dice: “Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes,
recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y
hasta los confines de la tierra.”
Los creyentes que obedecen esta orden cambian su vida espiritual para siempre, y
Jesús bendice sus esfuerzos porque están buscando a obedecerle. Un discípulo de
Cristo es un creyente que vive una vida de identificación consciente y constante con
Cristo en su vida, muerte y resurrección, es decir, en su comportamiento, actitud,
motivo y propósito. Realizando completamente la absoluta propiedad de Cristo de su
vida y deleitándose en el señorío de Cristo. Un discípulo vive por los recursos de
Cristo que mora en nosotros de acuerdo a sus propósitos para el fin principal de
glorificar a su Señor y Salvador.
La Gran Comisión es sólo posible gracias al trabajo triunfal del Hijo de Dios, Jesús el
Señor. En otras palabras, se debe a su obra como Dios el Hijo encarnado que actúa
como nuestro representante y sustituto, y provee para nosotros salvación. Sin este
trabajo completo para nosotros, no habría salvación y por lo tanto no habría la Gran
Comisión. Es este último énfasis la que Mateo 8:18-20 destaca. En virtud de Su
resurrección, el Señor anuncia que “toda autoridad ha sido dada a Él” para que El
victorioso y triunfante Señor envíe su pueblo a todo el mundo. Está bajo las órdenes
de marcha del Rey Jesús, que, como sus embajadores, llevamos el evangelio a las
naciones. Una vez más, esto nos recuerda que no hay mayor llamado imaginable que
el de servir como sus embajadores de anunciar Su obra triunfal y reino a las naciones.
Por favor, recuerde que una vida de testimonio es, y debe ser, una vida de adoración.
Se trata de conducir a otros a la presencia de Dios a través de la orientación y el poder
del Espíritu Santo, con el resultado final siendo la gloria final de Dios.
Señor, ayúdame a amar con palabras y hechos, extender la mano a los pecadores y
ayudarlos en sus necesidades. Señor llena de amor y misericordia mi corazón para
aquellos perdidos en el pecado, con Tu piedad y amor que fluye desde mi interior.
Buscamos comprender mejor cuál es la misión de la Iglesia y cuál nuestra propia
misión en la Iglesia. Comprender cómo realizarla en y desde la Iglesia. Como referencias,
tomaremos lo que Jesús mismo nos ha dicho sobre la Iglesia y sobre nuestra misión; lo que
la Iglesia misma ha dicho sobre su misión en el mundo; y lo que nosotros mismos sentimos
respecto de nuestra propia misión ( cf. misión y respuesta del apóstol: Mt 28, 19).
1. LA IGLESIA DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPIRITU SANTO (RM 31)
2. LA IGLESIA DE JESUCRISTO
Jesucristo es: enviado - mediador; revelador - guía; Dios hecho hombre - salvador ·
El vive en la Iglesia, es su esposo, la hace crecer por el Espíritu Santo y a través de
ella cumple su misión. ·
La Iglesia responde a la misión de Jesucristo mediante la "comunión y
participación" en su plan de salvación. (RM 9b, 5c, 6a) ·
La Iglesia ha sido convocada y congregada por Jesucristo, en el Espíritu, para el
Padre (LG. 1- 3; RM 46c; 47b y d)
La Iglesia es:
Cuerpo de Cristo ·
pueblo de Dios ·
familia de Dios ·
templo de Dios ·
sacramento universal de salvación · Iglesia (RM 9a, 9b y 11c)
Comunión:
ella vive la comunión con su Salvador y congrega a la humanidad para que entre en
comunión con el Dios Salvador; ·
ante todo, con la vida y el testimonio, anuncia la vida nueva que se recibe en la
comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; ·
ella congrega en torno a Jesucristo para que se viva en "comunidades", con un solo
corazón y una sola alma; ·
La Iglesia da impulso a la evangelización se da a través de la vivencia concreta de
"comunidades eclesiales vivas, dinámicas y misioneras" (RM 26; Santo Domingo
54).
la Iglesia Particular ·
la parroquia ·
las comunidades eclesiales locales: la familia, la comunidad eclesial de base, otras
comunidades eclesiales.
5.3. Dentro de la misión única y universal de la Iglesia (RM 39a), todos y cada uno tenemos
nuestra propia misión:
Dentro del cuerpo somos partes; dentro del pueblo de Dios somos miembros; dentro
del Templo de Dios somos piedras vivas; dentro de la Familia Eclesial somos hijos;
dentro de la Iglesia tenemos el derecho-deber de evangelizar a todas las gentes.
Somos signo de la presencia y de la acción del Salvador.
Vivimos en comunidades eclesiales vivas, dinámicas y misioneras.
Somos instrumentos, misioneros, de Jesucristo para comunicar su verdad, amor y
vida nueva.
Dentro de los diversos ministerios y servicios eclesiales, somos evangelizadores y
animadores misioneros.
Estamos llamados a dar un especial impulso a la misión Ad gentes y a la nueva
evangelización
Hemos de vivir y promover intensamente la comunión y participación en
comunidades eclesiales vivas, dinámicas y misioneras. Nos comprometernos en la
evangelización universal dando prioridad a la evangelización de los no cristianos,
tanto de nuestro ambiente como del mundo entero.
6. MARÍA
Madre de Dios
nuestra madre en la Iglesia
nuestra modelo, pedagoga y compañera en nuestra misión.
CONCLUSION