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El Santo Padre Benedicto XVI en su mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones

2011 ha enfatizado que la misión universal implica a todos, todo y siempre. El


Evangelio de Mateo en su relato del envío de los discípulos por parte del Señor
Resucitado puede ser releído en estas tres claves: “vayan y hagan discípulos a todas
las gentes… enseñándoles a guardar todo… yo estaré con ustedes siempre…”.

Acerquémonos a la Palabra de Dios convencidos de que “no podemos guardar para


nosotros las palabras de vida eterna que hemos recibido en el encuentro con
Jesucristo: son para todos, para cada hombre. Toda persona de nuestro tiempo, lo
sepa o no, necesita este anuncio” (VD 91).

1. Lectura
Leamos con atención Mt 28, 19-20

¿A quiénes les pide Jesús que hagan discípulos? ¿Qué deberán hacer los enviados para
hacer discípulos a todas las gentes? ¿Qué deberán enseñar a guardar los enviados a
todas las gentes? ¿Qué les asegura el Señor Resucitado a los enviados?

________

Tomemos en cuenta que el envío en Mt 28, 19-20 tiene como antecedente el de 9, 35


—11, 1. En aquel primer envío se había enfatizado que la gente a la que son enviados
los doce apóstoles son personas vejadas y abatidas como “ovejas que no tienen
pastor” (9, 36). Esto ayudará a comprender mejor que la misión a todas las gentes
(28, 19) no significa en modo alguno un universalismo impreciso y sin opciones1. La
tarea de los discípulos enviados no será hablar de Dios sin más, sino procurar que se
experimente el Reino de los Cielos y, de este modo, la presencia del Dios de Jesús (10,
7). En la misión, el único dueño de la mies y, por tanto, de las personas, es Dios (9,
37); esto significa que la presencia permanente del Señor, como se aclarará
posteriormente (28, 20), no está sólo en función de los enviados sino también en
beneficio de los nuevos discípulos.

“Hagan discípulos a todas las gentes” (v. 19).

“Hacer discípulos” (en griego matheteuo) significa convencer a otros de que sean
seguidores de Jesús (como el caso de José de Arimatea; 27, 57; también 13, 52). La
referencia principal de esta acción es Jesucristo; si ser discípulo es seguir a Jesús,
“hacer discípulos” es adherir a otros a Jesús, animarlos para que se encuentren con Él.
Llama la atención que Mateo diga que algunos de los once dudaron; no dice que todos
dudaron (28, 17). Si todos hubieran dudado ninguno hubiera podido compartir la
Buena Nueva; en cambio, como sólo algunos dudaban todos podían compartir, desde
su propio proceso, su experiencia de encuentro con el Señor. Y es que, de acuerdo a
Mateo (véase también 14, 32), la duda hace que el discípulo se ubique en lo que es,
para que en ningún momento pretenda ser u ocupar el lugar del Maestro. Esto refuerza
la convicción de que la tarea del discípulo es hacer que otros sean, no sus seguidores,
sino seguidores de Jesucristo.
Este encargo es para todos los pueblos. El Evangelio procura que nadie quede fuera de
la posibilidad de hacerse discípulo de Jesús; esto le proporciona a la misión un carácter
permanente, pues siempre habrá personas a las que se pueda y se deba invitar a que
se hagan discípulos del Señor. Además, el hecho de que sea “para todos” exige en la
misión una apertura básica, pues en el constante encuentro con “los demás”, el
enviado se dará cuenta que existen maneras de pensar y de actuar diferentes a la suya
que no necesariamente están equivocadas. Podríamos decir que el término todos es
mucho más que la totalidad; si la misión es para todos, entonces debe ser
permanente, al mismo tiempo que un verdadero aprendizaje para nunca absolutizar lo
propio. Pero el Evangelio también deja claro que es para “todos los pueblos”. El
término que se traduce por “pueblos” o “gentes” en Mateo a veces significa paganos, al
mismo tiempo que naciones (4, 15; 6, 32; 10, 5; 12, 18. 21; 20, 19. 25; 21, 43 entre
otros). De este modo, la misión no parte de una concepción negativa de los otros. A
quienes se lleva el mensaje son, con certeza, personas y pueblos que no creen en lo
mismo que nosotros, ni de la misma manera; sin embargo, no necesariamente son
gente errada totalmente, mucho menos mala o despreciable.
           
“… Bautizándolas … y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado” (vv.
19-20).

La apertura a todas las gentes sólo se puede dar a través del bautismo y en la vivencia
de los principios del Señor.

El verbo “bautizar” por su trasfondo judío y por la raíz de la que proviene significa:
“introducirse en algo”, “sumergirse”, “compenetrarse”, “llenarse”. En este sentido,
aunque el verbo bautizar estuviera haciendo referencia al sacramento del bautismo,
tiene en sí mismo una idea fundamental: la consagración. Por esto, el encargo de
bautizar (es decir, consagrar, introducir) sólo se entiende en relación con la Trinidad,
con la participación de la vida de Dios. Alguien se hace discípulo introduciéndose,
compenetrándose de la vida. Y esta es la principal tarea del enviado: ayudar a que las
personas se encuentren con el Dios de Jesús.

Pero el encuentro con el Dios de Jesús pide guardar lo que Jesús ha mandado. El verbo
“enseñar” significa “instruir” pero sobre todo acompañar. Jesús aparece en muchas
ocasiones enseñando (4, 23; 5, 2; 9, 35; 11, 1; 13, 34; 21, 23; 26, 55); lo hacía con
autoridad y no como los escribas y fariseos (7, 29). Desde esta perspectiva el encargo
de enseñar que da el Señor a los enviados se refiere más a compartir una experiencia
que a instruir en una doctrina. Pero si enseñar tiene también la connotación de
acompañar, los discípulos no deberían decir cualquier cosa que se les ocurriera sino lo
que el mismo Señor Jesús había percibido como fundamental para la vida de cada
persona, su relación con Dios y con sus hermanos. El núcleo de esta enseñanza, de
acuerdo a Mateo, está en el sermón del Monte (5, 1—8, 1) y se refiere más a la
observancia de unos principios de raíz que al sólo cumplimiento de unos
mandamientos.

Ahora bien, no sólo cuenta el contenido de lo que se enseña sino también la manera en
que se haga. Se puede decir que el mandato supone un modo de enseñar, o mejor
aún, de acompañar al estilo de Jesús. De este modo, la enseñanza de Jesús no está
desligada de la proclamación de la Buena Nueva del Reino y de la solidaridad con las
personas más desprotegidas (4, 23ss; 9, 35; 11, 1). Este modo de enseñar de Jesús
que deberían asumir los discípulos supone, más que un elenco de información, una
sabiduría profunda (13, 54) que se contrapone a doctrinas hechizas, de hombres mal
intencionados (15, 8-9).

“Y estén seguros que yo estaré con ustedes todos los días…” (28, 20).

Desde el comienzo del Evangelio se había dejado claro que el Mesías que nacería iba a
ser llamado Emmanuel, es decir, “Dios con nosotros” (1, 23). Esta presencia efectiva y
eficaz del Señor Jesús se convierte en una garantía que se hace más esperanzadora
todavía porque es permanente. La expresión “todos los días hasta el fin del mundo”
encierra un doble principio. Por una parte, el Señor garantiza su presencia día tras día,
siempre. No habrá un momento en que el discípulo enviado se sienta sin la presencia
del Señor; incluidos los momentos de fracaso y de infidelidad al Señor (cf. 26, 69-73).
La presencia permanente ayuda a que el discípulo la perciba como algo real. Pero, por
otra parte, el Evangelio insiste en que esta presencia es “hasta el fin del mundo”. Esta
expresión no debe entenderse necesariamente “hasta que todo acabe” sino “hasta que
todo llegue a su plenitud”. Es decir, los discípulos contarán con la presencia del Señor
hasta que se cumpla plenamente el plan de Dios en la humanidad. Así, la presencia del
Señor va mucho más allá de los enviados; su presencia no sólo es para apoyarlos sino
para que el proyecto de la Buena Nueva del Reino se haga realidad y alcance a todos
los seres humanos.

2. Meditación
“Hagan discípulos a todas las gentes”. No olvidemos como puntos fundamentales de
nuestra reflexión que:

 “Hacer discípulos” supone animar a otras personas para que se encuentren con
Jesucristo.
 El discípulo enviado que ayuda a otros a que se hagan discípulos de Jesús debe
reconocer su limitación, que él mismo está en un proceso de encuentro
permanente con el Señor.
 “Hacer discípulos” significa ayudar a que otras personas se hagan seguidoras de
Jesucristo no nuestras seguidoras.
 Nadie debe quedar fuera de la posibilidad de hacerse discípulo de Jesús; hay
que ir a todos.
 “Ir a todos” exige apertura para el encuentro, para el crecimiento y el
aprendizaje, incluso para abrirnos a ser edificados por el testimonio de las
personas a las que les llevamos el mensaje.

¿En qué nos hace reflexionar este encargo de “hacer discípulos a todas las gentes”?

“…Bautizándolas…y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado”.


Tengamos en cuenta:

 No se trata de multiplicar la celebración de los sacramentos sino de favorecer y


ayudar para que toda persona y cada comunidad se introduzca en la vida de
Dios y se compenetre de su amor.
 Ante el peligro de adoctrinar, el Evangelio invita a los enviados a que
compartan su experiencia, es decir, que sean testigos más que instructores.
 La finalidad principal de la enseñanza no es que las personas sepan y cumplan
mandamientos, sino que asuman principios y orienten su vida desde las
convicciones del Señor Jesús.
 Y no vale cualquier modo de enseñar; éste debe ser al estilo de Jesús.

¿En qué nos hace reflexionar el encargo de bautizar y enseñar?

“Y estén seguros que yo estaré con ustedes todos los días …”

 El enviado cuenta con la presencia del Señor en todo momento y en cualquier


circunstancia.
 Esta presencia del Señor tiene como finalidad principal que el plan de Dios
llegue a su cumplimiento.

¿En qué nos hace reflexionar esta promesa?

Leamos otra vez el Evangelio.

3. Oración
Tengamos presente en lo que nos ha hecho reflexionar este pasaje del Evangelio y
hagamos una oración de alabanza, de acción de gracias o de perdón.

4. Contemplación — acción
¿Qué actitudes debemos modificar de raíz para ser mejores enviados que hagan
discípulos a todas las gentes, bautizando y enseñando?

¿Qué maneras de pensar, de organizarnos y trabajar debemos cambiar para cumplir


adecuadamente este encargo del Señor?

¿En qué nos anima la presencia permanente del Señor? ¿A qué nos compromete?

Pbro. Toribio Tapia Baena


Diócesis de Ciudad Lázaro Cárdenas

1 Es una muchedumbre que está “cansada”; la palabra que se utiliza aquí viene del verbo (en griego skullo)
“despellejar”, “hostigar”, “perseguir sin descanso”. No es pues un cansancio cualquiera; es un desgano
provocado. Además, son una muchedumbre “abatida”; el término que se traduce por “abatido” (del verbo
griego rupto) tiene el matiz de “arrojar”, “tirar al suelo”. De este modo, podemos constatar que la
muchedumbre de la que se compadece Jesús está desganada, maltratada, ninguneada...
4.-Ser sacerdote hoy. Identidad sacerdotal
La identidad sacerdotal está en la línea de sentirse amado y capacitado para amar. Esta identidad
se reencuentra cuando se quiere vivir el sacerdocio en todas sus perspectivas o dimensiones:
-Consagración o dimensión sagrada: el sacerdote en su ser, en su obrar y en su vivencia,
pertenece totalmente a Cristo y participa en su unción y misión.
-Misión o dimensión apostólica: el sacerdote ejerce una misión recibida de Cristo para servir
incondicionalemente a los hermanos.
-Comunión o dimensión eclesial: el sacerdote ha sido enviado a servir a la comunidad eclesial
contruyéndola según el amor.
-Espiritualidad o dimensión ascetíco-mística: el sacerdote está llamado a vivir en sintonía con los
amores de Cristo y a ser signo personal suyo como Buen Pastor.
El sacerdote está llamado, hoy más que nunca, a ser:
-Signo del Buen pastor en la Iglesia y en el mundo, participando de su ser sacerdotal (PO 1-3).
-Prolongación del actuar del Buen Pastor, obrando en su nombre en el anuncio del evangelio, en
la celebración de los signos salvíficos (especialmente la Eucaristía) y en los servicios de caridad
(PO 4-6).
-Transparencia de las actitudes y virtudes del Buen Pastor, presente en la Iglesia comunión y
misión (PO 7-22).
 
5.-Espiritualidad cristiana y espiritualidad sacerdotal
La espiritualidad cristiana es una vida según el Espíritu. «Caminamos según el Espíritu» (Rom
8,4); «vivís según el Espíritu» (Rom 8,9). Propiamente es el camino o proceso de santidad que
consiste en el amor o caridad: «caminar en el amor» (Ef 5,2).
Cada cristiano se santifica en su propio estado de vida y circunstancia por un proceso de sintonía
con Cristo, en el Espíritu Santo, según los designios o voluntad del Padre (+Ef 2,18). Este proceso
es de cambio o conversión (en criterios, escala de valores y actitudes) para bautizarse
(esponjarse) en Cristo (pensar, sentir, amar como él). Es, pues:
-Participación y configuración (Gál 3,27: Rom 6,3ss),
-Unión, intimidad, relación (Jn 6,56-57; 15,9ss),
-Semejanza, imitación (Mt 11,29),
-Servicio, cumplimiento de la voluntad de Dios (Mc 3,35; 10,44-45; Jn 14,16),
-Caridad, vida nueva (Jn 13,34-35; Rom 6,4; 13,10).
Los matices de esta espiritualidad cristiana, común a todos, son muy variados. De suerte que se
puede hablar de espiritualidades y escuelas diferentes.
La espiritualidad sacerdotal es sintonía con las actitudes y vivencias de Cristo Sacerdote, Buen
Pastor. Por el sacramento del orden, se participa del ser sacerdotal de Cristo. Esta participación
ontológica capacita para prolongar la acción sacerdotal del Buen Pastor. La sintonía con la caridad
pastoral de Cristo es una consecuencia de la participación de su ser y en su función. La gracia
recibida en el sacramento del orden hace posible cumplir con esta exigencia.
Se trata, pues, de una santidad o espiritualidad «según la imagen del sumo y eterno Sacerdote»,
para ser «un testimonio vivo de Dios» (LG 41). El sacerdote es un «Jesús viviente» (San Juan
Eudes), es decir, «instrumento vivo de Cristo Sacerdote» (PO 12), puesto que:
-Se hace signo viviente de Cristo en el ejercicio del ministerio (PO 12-13),
-Se hace signo transparente de Cristo viviendo en sintonía o unidad de vida con él (PO 14),
-Se hace signo del Buen Pastor imitando su caridad pastoral y todas las demás virtudes que
derivan de ella (PO 15-17), sin olvidar los medios comunes a toda la espiritualidad cristiana y a los
medios específicos de la espiritualidad sacerdotal (PO 18).
Viviendo la espiritualidad sacerdotal, el sacerdote ministro se hace signo creíble del Buen Pastor
en un mundo que pide autenticidad (n.1), en una Iglesia sacramento o transparencia e instrumento
de Cristo (n.2) y en una nueva etapa de evangelización (n.3), que necesitan sacerdotes fieles a las
nuevas gracias del Espíritu Santo (n.4). La identidad sacerdotal enraíza en esta espiritualidad
cristológica, pneumatológica, eclesial y antropológica.

Misión de los sacerdotes


El Evangelista San Juan expresa en la imagen amable de Jesucristo Buen Pastor la
misió n del sacerdote. En varios pasajes del evangelio el mismo Jesú s la perfila. Nos
gusta esa imagen hermosa y sugerente del Buen Pastor que va delante de las ovejas o
que lleva una herida sobre sus hombros o que tiene un zurró n colgado al cuello con
alimentos y un cayado defensor en la mano. Todos esos signos son muy bellos y
elocuentes. Nos hablan de có mo Jesú s nos conoce, guía, camina, cuida, defiende, salva,
busca y reú ne. También se presenta como el siervo doliente con la cabeza cosida por
una corona de espinas, sus manos y pies taladrados por los clavos, su costado
atravesado por la lanza, todo su cuerpo lacerado por los azotes. Esta imagen no es
nada idílica, pero es la má s genuina y real. Ese es el Buen Pastor que “da la vida por las
ovejas” muriendo en la cruz. Lo había dicho muchas veces: “Nadie tiene amor má s
grande que el que da la vida por los amigos” (Jn 15,13).

Precisamente las acciones del sacerdote para evangelizar, santificar y guiar al pueblo
cristiano reciben el nombre de trabajo “pastoral” porque encuentra su mejor figura y
modelo en las acciones descritas del Buen Pastor. Así, los sacerdotes dedican como
Jesú s un gran porcentaje de su tiempo a atender a los enfermos, a los pobres, a los má s
necesitados. Cuidan y defienden a sus fieles de las asechanzas contra la fe, levantan y
sanan a los caídos en el sacramento de la penitencia, animan en las crisis de fe a los
pusilá nimes, acogen a todos con un corazó n misericordioso como el de Jesú s.
Comparten las alegrías y los triunfos y también los problemas, dolores, tristezas y
derrotas de todos. Promueven las Obras de Misericordia.

Por medio de la catequesis y la predicació n guían a los fieles por los senderos de la
virtud y la santidad. Reparten el mejor de los alimentos que es la Eucaristía y los
sacramentos, para que “tengan vida abundante” (Jn 10,10). Oran por los vivos y
difuntos. En resumen: con fe y misericordia, alegría y generosidad realizan una
entrega total de sí mismos. No se pertenecen, sino que son de y para la Iglesia, de la
comunidad a la que sirven para su construcció n. Lo expresa muy bien el himno de
alabanza del prefacio de la misa Crismal: “Los sacerdotes renuevan en nombre de
Cristo el sacrificio de la redenció n, preparan a tus hijos el banquete pascual, presiden
a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con tus
sacramentos”.
La grandeza y belleza del ministerio pide a los sacerdotes la santificació n personal
tratando de modelar su existencia en la de Cristo, conformá ndose a su imagen. Por eso
cultivan un equilibrio entre unió n con Dios y apostolado, entre la oració n y la acció n,
entre el ser y el hacer. Esto requiere constancia, fidelidad y renovació n permanente de
la gracia recibida en la ordenació n sacerdotal.

El pueblo cristiano, conociendo la complejidad del ministerio sacerdotal, aprecia,


venera y ayuda a sus sacerdotes a cumplir bien su misió n. Son sus buenos amigos,
aliento y alegría en los trabajos por el evangelio y las dificultades. Una costumbre
excelente de las parroquias es la celebració n de los “jueves sacerdotales” en los que
las comunidades rezan por sus sacerdotes. También, todos añ os, el cuarto domingo de
Pascua está dedicado a Jesucristo Buen Pastor. Es el día de gratitud y reconocimiento
de quienes, como Jesú s, son pastores de los fieles. Dice San Francisco de Asís: “El
hombre debería temblar, el mundo debería vibrar, el cielo entero debería conmoverse
profundamente, cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del
sacerdote”.

La misió n del sacerdote se dirige a que toda la humanidad se convierta en Eucaristía,


acció n de gracias y alabanza, culto a Dios y caridad hacia el pró jimo. El Papa actual ha
aludido, en este contexto, a san Juan Crisó stomo cuando relaciona el sacramento del
altar con el «sacramento del hermano» necesitado o del pobre, como dos aspectos del
mismo misterio. El sacerdocio es como un don inmenso que pide humildad, caridad
universal y servicio infatigable y generoso. No obstante, para hablar del sacerdote hay
que hablar primero de Cristo, y luego -como ha señ alado el Cardenal Walter Kasper-
ante todo del sacerdocio comú n de los bautizados. El servicio de los sacerdotes a los
cristianos y a todos los hombres, radica, segú n Benedicto XVI, en su pertenencia a
Cristo: «Precisamente porque pertenece a Cristo, el sacerdote está radicalmente al
servicio de los hombres: es ministro de su salvació n, de su felicidad, de su auténtica
liberació n…». El sacerdote -escribía el entonces Cardenal Karol Wojtyla en un
importante texto sobre la santidad sacerdotal- se encuentra, por así decirlo, en el
centro mismo del misterio de Cristo, que abraza constantemente a toda la humanidad
y al mundo, má s aú n a toda la creació n visible e invisible.

LA GRAN COMISION
“Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo: Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en
la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que
les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del
mundo.” Mateo 28:18-20

Aquí leemos la última directiva personal del Salvador a los discípulos poco antes de
ascender al cielo. Este mandamiento tiene un gran significado para todos los
seguidores de Jesucristo, ya que llama a cada cristiano a propagar las Buenas Nuevas.

Una vez que una persona se arrepiente de su pecado, acepta a Jesucristo como su
Salvador y toma la decisión de seguirlo, ellos deben ser bautizados en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. A continuación, vamos a seguir alimentando al
niño en Cristo, enseñándoles que guarden todas las cosas que Jesús nos mandó hacer.
El Espíritu Santo que mora en cada creyente nos dará el poder para hacer este
trabajo. Hechos 1:8 nos dice: “Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes,
recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y
hasta los confines de la tierra.”

Los creyentes que obedecen esta orden cambian su vida espiritual para siempre, y
Jesús bendice sus esfuerzos porque están buscando a obedecerle. Un discípulo de
Cristo es un  creyente que vive una vida de identificación consciente y constante con
Cristo en su vida, muerte y resurrección, es decir, en su comportamiento, actitud,
motivo y propósito. Realizando completamente la absoluta propiedad de Cristo de su
vida y deleitándose en el señorío de Cristo. Un discípulo vive por los recursos de
Cristo que mora en nosotros de acuerdo a sus propósitos para el fin principal de
glorificar a su Señor y Salvador.

Como discípulos de Jesucristo, el Hijo encarnado de Dios, se puede difundir la buena


nueva a un vecino, un compañero de trabajo o alguien en la escuela. Podemos estar
compartiendo con los niños menos afortunados por la calle o en una ciudad de muchos
kilómetros de distancia. Dondequiera que vayamos, todos los discípulos fieles de
Cristo estamos obligados a la obediencia de compartir el Evangelio. Como creyentes
en Cristo Jesús, estamos llamados a ir a donde sea  para compartir su amor y su
regalo de salvación con todos los que entramos en contacto, sabiendo que Cristo esta
de  nuestra parte, “para hacer discípulos de todas las naciones.”

La Gran Comisión es sólo posible gracias al trabajo triunfal del Hijo de Dios, Jesús el
Señor. En otras palabras, se debe a su obra como Dios el Hijo encarnado que actúa
como nuestro representante y sustituto, y provee para nosotros salvación. Sin este
trabajo completo para nosotros, no habría salvación y por lo tanto no habría la Gran
Comisión. Es este último énfasis la que Mateo 8:18-20 destaca. En virtud de Su
resurrección, el Señor anuncia que “toda autoridad ha sido dada a Él” para que El
victorioso y triunfante Señor  envíe su pueblo a todo el mundo. Está bajo las órdenes
de marcha del Rey Jesús, que, como sus embajadores, llevamos el evangelio a las
naciones. Una vez más, esto nos recuerda que no hay mayor llamado imaginable que
el de servir como sus embajadores de anunciar Su obra triunfal y reino a las naciones.
Por favor, recuerde que una vida de testimonio es, y debe ser, una vida de adoración.
Se trata de conducir a otros a la presencia de Dios a través de la orientación y el poder
del Espíritu Santo, con el resultado final siendo la gloria final de Dios.

Señor, ayúdame a amar con palabras y hechos, extender la mano a los pecadores y
ayudarlos en sus necesidades. Señor llena de amor y misericordia mi corazón para
aquellos perdidos en el pecado, con Tu piedad y amor que fluye desde mi interior.

¿QUÉ ES LA MISIÓN DE LA IGLESIA?


Lectura Biblica: Mateo 28:18-20
Está bien que nos preguntemos qué es la misión de la iglesia. Cada uno de
nosotros debemos hacernos esta pregunta, en las diferentes etapas de
nuestra vida, ante las circunstancias cambiantes de la iglesia, de la
sociedad y del mundo en general. Gracias a Dios la respuesta fundamental
ya está dada; viene de los labios del Señor Jesús; nos llega por medio de la
palabra y del ejemplo de sus discípulos en las páginas del Nuevo
Testamento. Cualquier controversia que haya entre vosotros respecto al
significado de la misión de la Iglesia, debemos definirla a la luz de la
revelación escrita. Por ejemplo, en Mateo 28:18-20 tenemos la así llamada
“Gran Comisión” que el Maestro nos ha asignado y en la cual podemos
subrayar el concepto de totalidad.
I. La autoridad para la misión:
“Dios me ha dado autoridad en el cielo y en la tierra...” (Mateo 28:18). Es
el Verbo eterno, la segunda persona de la trinidad, y como tal ha tenido
siempre toda autoridad sobre todas las cosas. Por lo tanto, sus palabras en
este texto debemos leerlas, teniendo en cuenta la humillación y exaltación
del Cristo humanado (Hechos 2:29-36; Romanos 1:4; Filipenses 2:5-11).
II. Los destinatarios de la misión:
“Todos los pueblos” (Mateo 28:19). El concepto de “pueblos” o “gentes”
trasciende el énfasis geopolítico que ha prevalecido en la definición que
tradicionalmente le hemos dado a la misión de la iglesia. Dentro de un
mismo estado o nación (unidad geopolítica) puede haber diferentes grupos
o pueblos que tienen su propia identidad étnica y cultural. Los
destinatarios de la misión son todos los pueblos, según el mandato del
Maestro. Todos ellos deben ser alcanzados con el evangelio. Aquí se
derriban barreras raciales, geográficas, culturales y sociales.
III. El propósito de la misión:
“Por tanto id, y haced discípulos... bautizándolos... enseñándoles que
guarden todas las cosas que os he mandado...” (Mateo 28:20). Centenares
de veces he oído decir en la comunidad evangélica que la misión de la
iglesia no es simplemente lograr “decisiones de fe” sino hacer
“discípulos”. Hay consenso evangélico en este punto. Parece que no
estaríamos dispuestos a limitar nuestra definición de la misión a la tarea de
presentar el “plan de salvación” con el propósito de que la persona
“evangelizada” diga que sí recibe a Cristo como su Salvador. Por
supuesto, la conversión personal a Jesucristo, el hecho de volverse a él en
arrepentimiento y fe, es indispensable y fundamental para el discipulado
cristiano. Pero admitimos que la misión de hacer “discípulos” incluye más,
mucho más que nuestros esfuerzos “evangelísticos”. Así lo da a entender
el Señor Jesús en el texto que venimos considerando (Mateo 28:18-20), y
que podemos traducir, con base en el idioma original, de la siguiente
manera: “yendo, haced discípulos... bautizándolos... enseñándoles que
guarden todas las cosas que os he mandado”. No se menciona
específicamente la actividad “evangelistica”. Sin embargo se presupone,
porque no serían bautizados aquellos que no hubieran llegado al punto de
arrepentirse de sus pecados y confiar solamente en Jesucristo para recibir
el perdón y la vida eterna. El Señor espera conversiones auténticas. No es
tanto un asunto de estadísticas misioneras. Se trata de ir y buscar que las
gentes emprendan y prosigan el camino del “discipulado” cristiano. Por
muchos años me ha inquietado en sumo grado lo de enseñar “todas las
cosas” que el Maestro le había mandado a sus discípulos. En este caso el
concepto de totalidad tiene que ver con el contenido de la enseñanza en la
tarea de hacer discípulos. Como iglesia tenemos el sagrado e ineludible
deber de enseñarle a los discípulos no solamente que conozcan y
memoricen todas las cosas que el Señor nos ha mandado, sino también que
la obedezcan, que la practiquen. ¿Cuántas fueron las “cosas” que Jesús les
enseñó a sus discípulos durante el tiempo que estuvo con ellos? No he
hecho el cómputo de las mismas. Pero podemos suponer que el total no
sería pequeño, especialmente si tenemos en cuenta que el Maestro enseñó
por palabra y ejemplo. Una lectura somera del Sermón de la Montaña
basta para darnos cuenta de un buen número de imperativos éticos que
vienen del Señor. En las epístolas del Nuevo Testamento hay ecos
inconfundibles del Sermón de la Montaña. Por ejemplo: Jesús dijo, “amad
a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que
os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).
Estos mandamientos repercuten en la enseñanza del apóstol Pedro, quien
habla de hacer el bien a la comunidad civil (1 Pedro 2:15; 1 Pedro 3:8-17).
Sin duda, el apóstol estaba pensando también en hacerle el bien a los
enemigos de los cristianos. Lo mismo sugiere Pablo, aunque él le da
énfasis a la necesidad física en que pueden encontrarse los enemigos del
Evangelio: “procurad lo bueno delante de todos los hombres... si tu
enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber”
(Romanos 12:17-20). Se ha citado hasta el cansancio el texto de Gálatas
6:10, donde él “mayormente a los de la familia de la fe” no borra lo de
hacer el bien “a todos”. El tema de las “buenas obras” aparece no
solamente en la carta de Santiago. Lo vemos también en otros textos,
como en Efesios 2:8-10 y en la carta a Tito. El Señor Jesús enseñó no
solamente el existencialismo (ayuda a los pobres), cuidado de los
enfermos, alfabetización, desarrollo manual, otros). También dijo que es
función del discipulado contrarrestar las obras de las tinieblas. El cristiano
tiene que ser “sal de la tierra y luz del mundo”. ¿Cómo? ¿Limitándose a
ser buen creyente en el hogar y en la iglesia local? No. “Así alumbre
vuestra luz delante los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y
glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:13-16). El
apóstol Pablo parece recoger fundamentalmente este concepto de
contrarrestar el mal cuando dice en Efesios 5:11: “y no participéis en las
obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas; porque
vergonzoso es aun hablar de lo que ellos hacen en secreto”. La N.B.E.
dice: “denúncielas”. En realidad el verbo griego traducido por “reprender”
o “denunciar”, es el mismo que se usa en Juan 16:7-11. Con relación al
ministerio del Espíritu Santo: “convencerá al mundo de pecado, de justicia
y de juicio”. El significado de este verbo es fuerte. El Espíritu trae bajo
convicción al pecador, y lo hace también por apartarse de las tinieblas y
denunciarlas, “ponerlas en evidencia”, por el poder de la Palabra y del
Espíritu. Ya hemos afirmado que las enseñanzas de Jesús eran de palabra y
obra. Su didáctica incluía la acción. Por medio de su conducta le enseñó a
sus discípulos, entre otra cosas, a orar, a proclamar el evangelio del reino,
a no hacer acepción de personas, a identificarse con los pobres sin
marginar a los ricos, a no alejarse de personas y publicanos, a no guardar
un silencio culpable ante los poderosos de su tiempo, a hacerle frente con
la Palabra de Dios a los enemigos del reino y a Satanás mismo, a
entregarse por entero en el cumplimiento de la voluntad salvífica de su
Padre celestial. Pensar que debemos imitar su ejemplo (Juan 13:15; 1
Corintios 11:1), andando como él anduvo (1 Juan 1:6), siguiendo sus
pisadas (1 Pedro 2:21). Jesús no enseñó el uso de la violencia para el
cambio de las estructuras sociales. Sufrió la violencia sin ser violento en
una lucha sangrienta contra sus enemigos. Tampoco enseñó la búsqueda
del poder político de parte de las Iglesias. Sin embargo, la persona, el
carácter y las enseñanzas y acciones éticas de Jesús resultaron antagónicos
para los poderes establecidos, tanto en lo religioso como en lo político. De
otra manera no lo hubieran crucificado. Nos guste o no, hay en el
evangelio auténticamente predicado y vivido simientes de transformación
social. Esto lo reconocían, a su manera, mis venerables maestros en el
Instituto Bíblico Centroamericano hace más de cuarenta años. Nos decían
que si cambiaban los individuos por el poder del evangelio, se
transformaría la sociedad. El maestro de historia eclesiástica se
emocionaba hablándonos de los cambios que el cristianismo efectuó en la
sociedad grecorromana, y citaba aquello de que “Jerusalén había triunfado
sobre Atenas”. Pero se nos advertía también contra los peligros que
acarreaba el evangelio social de los liberales. Ahora vivimos bajo el miedo
al socialismo del movimiento ecuménico protestante, y al sociologismo de
la Iglesia Católica de vanguardia, representada por la teología radical de la
liberación. Ese miedo puede limitar nuestro concepto de misión, si en la
tarea de hacer discípulos dejamos a un lado alguno de las “cosas” que el
Maestro nos ha ordenado. La misión descrita en Mateo 28:18-20 no es
fácil. Jesús mismo, el Maestro por excelencia, se esforzó instruyendo por
palabra y ejemplo a un grupo de doce hombres quizá durante tres años.
Aquellos discípulos no solamente asistían a unas cuantas clases semanales.
Vivían con el Maestro, le seguían por todas partes, y tuvieron la
oportunidad de aprender de su persona, de su carácter, de sus palabras y de
sus hechos maravillosos. Con todo, al final de aquellos años todavía les
quedaba mucho por aprender. El Espíritu Santo les fue enviado para
recordarles lo que ya habían oído (Juan 14:26) y enseñarles “todas las
cosas” (Juan 14:27), incluso las que estaban por venir (Juan 16:13). El
“discípulo” en la vida de los apóstoles continuó después de la resurrección
y ascensión del Señor. Ser discípulo hacedor de discípulos es tarea de toda
una vida. Por así decirlo, no habrá fiesta de graduación antes de “aquel
día”, cuando todos estemos con el Señor en gloria. Los pastores que en
verdad desean el crecimiento cualitativo de su iglesia local, saben muy
bien que no es fácil hacer discípulos y no les satisface una explicación
reduccionista, simplista, del mandato misionero de Cristo (Mateo 28:18-
20).
IV. La promesa para el cumplimiento de la misión:
“Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”
(Mateo 28:.20). ¡Gracias al Señor por estas alentadoras palabras! La tarea
de hacer discípulos es harto difícil; pero no estamos solos para cumplirla.
Él que tiene toda autoridad sobre cielo y tierra estará con nosotros todos
los días para que vayamos a hacer discípulos a todas las gentes,
bautizándolos y enseñándoles todas las cosas que él nos ha mandado.
AMEN y AMEN.
LA MISION DE LA IGLESIA 
Y NUESTRA MISION
FUNDAMENTO ECLESIOLOGICO DE LA MISION

         Buscamos comprender mejor cuál es la misión de la Iglesia y cuál nuestra propia
misión en la Iglesia. Comprender cómo realizarla en y desde la Iglesia. Como referencias,
tomaremos lo que Jesús mismo nos ha dicho sobre la Iglesia y sobre nuestra misión; lo que
la Iglesia misma ha dicho sobre su misión en el mundo; y lo que nosotros mismos sentimos
respecto de nuestra propia misión ( cf. misión y respuesta del apóstol: Mt 28, 19).

1. LA IGLESIA DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPIRITU SANTO (RM 31)

 La comunión trinitaria es la fuente, el motor, el fin de la vida y de la misión de la


Iglesia. ·
 Ella vive y obra en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; nos conduce
al Padre por el Hijo en el Espíritu; da gloria al Padre por Cristo en el Espíritu. ·
 Todo su ser y misión depende del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

2. LA IGLESIA DE JESUCRISTO

 Jesucristo es: enviado - mediador; revelador - guía; Dios hecho hombre - salvador ·
 El vive en la Iglesia, es su esposo, la hace crecer por el Espíritu Santo y a través de
ella cumple su misión. ·
 La Iglesia responde a la misión de Jesucristo mediante la "comunión y
participación" en su plan de salvación. (RM 9b, 5c, 6a) ·
 La Iglesia ha sido convocada y congregada por Jesucristo, en el Espíritu, para el
Padre (LG. 1- 3; RM 46c; 47b y d)

La Iglesia es:

 Cuerpo de Cristo ·
 pueblo de Dios ·
 familia de Dios ·
 templo de Dios ·
 sacramento universal de salvación · Iglesia (RM 9a, 9b y 11c)

La misión de la Iglesia: comunión y participación

Comunión:

 llevar hacia el Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo; ·


 unir a los hombres con Dios, para vivir su vida, su amor y su verdad; ·
 transformarse y transformar en El (ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí...)
Participación:

 recibir la vida nueva y los demás dones de Dios;


 unirse a su acción salvadora: dar lo recibido y ser signo e instrumento suyo.

3. SACRAMENTO UNIVERSAL DE SALVACIÓN

3.1. Iglesia - misterio: Signo e instrumento de Jesucristo. Signo de su presencia y de su


acción salvadora:

 El vive en ella, ella es la primera que ha participado en la salvación y la que muestra


la presencia y la obra del Salvador; ·
 Instrumento de Jesucristo mediante el cual El sigue realizando su misión salvadora;
  Jesucristo realiza la voluntad del Padre, por el Espíritu Santo, mediante la Iglesia
para el mundo entero.

3.2. Iglesia - comunión:

 ella vive la comunión con su Salvador y congrega a la humanidad para que entre en
comunión con el Dios Salvador; ·
 ante todo, con la vida y el testimonio, anuncia la vida nueva que se recibe en la
comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; ·
 ella congrega en torno a Jesucristo para que se viva en "comunidades", con un solo
corazón y una sola alma; ·
 La Iglesia da impulso a la evangelización se da a través de la vivencia concreta de
"comunidades eclesiales vivas, dinámicas y misioneras" (RM 26; Santo Domingo
54).

3.3. Iglesia - misión: Iglesia "misionera":

 ella ha recibido la misión de ir a evangelizar y, así, está puesta para colaborar a


Jesucristo en este servicio salvador al mundo entero; ·
 en el envío a los Apóstoles, fuimos enviados todos a evangelizar; ·
 la misión de la Iglesia es universal: hacia todas las gentes, en todos los tiempos,
hasta las raíces, para todos y con todo el poder de Dios.

4. LAS TAREAS QUE COMPRENDE ESTA MISION SON (RM 18c):

1. el anuncio de Jesucristo y su Evangelio (RM 12a y 20a);


2. la formación y maduración de comunidades eclesiales (RM 26b y 20c).
3. la promoción humana y la encarnación de los valores evangélicos (RM 43 b y 20d

5. NUESTRA MISION EN LA IGLESIA


5.1. Para la Iglesia y para cada uno es un derecho-deber de la Iglesia evangelizar (RM 86)
5.2. Todos y cada uno estamos enviados a evangelizar, a todas las gentes y siempre.
Estamos llamados a vivir la comunión y participación en diversos niveles eclesiales (RM
48 y ss):

 la Iglesia Particular ·
  la parroquia ·
 las comunidades eclesiales locales: la familia, la comunidad eclesial de base, otras
comunidades eclesiales.

5.3. Dentro de la misión única y universal de la Iglesia (RM 39a), todos y cada uno tenemos
nuestra propia misión:

 Dentro del cuerpo somos partes; dentro del pueblo de Dios somos miembros; dentro
del Templo de Dios somos piedras vivas; dentro de la Familia Eclesial somos hijos;
dentro de la Iglesia tenemos el derecho-deber de evangelizar a todas las gentes.
 Somos signo de la presencia y de la acción del Salvador.
 Vivimos en comunidades eclesiales vivas, dinámicas y misioneras.
 Somos instrumentos, misioneros, de Jesucristo para comunicar su verdad, amor y
vida nueva.
 Dentro de los diversos ministerios y servicios eclesiales, somos evangelizadores y
animadores misioneros.
 Estamos llamados a dar un especial impulso a la misión Ad gentes y a la nueva
evangelización
 Hemos de vivir y promover intensamente la comunión y participación en
comunidades eclesiales vivas, dinámicas y misioneras. Nos comprometernos en la
evangelización universal dando prioridad a la evangelización de los no cristianos,
tanto de nuestro ambiente como del mundo entero.

6. MARÍA

 Madre de Dios 
 nuestra madre en la Iglesia 
 nuestra modelo, pedagoga y compañera en nuestra misión.

CONCLUSION

 La misión de la Iglesia y nuestra propia misión se fundamentan en la comunión y


participación de la Verdad, el Amor y la Vida de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
·
  Recibimos nuestra misión en la Iglesia, la cumplimos en comunión y participación
de Iglesia y desde ella vamos como enviados a evangelizar a todas las gentes en el
mundo entero. ·
 La misión es la que renueva nuestra identidad cristiana, nos devuelve nuestro
entusiasmo, nos ayuda a superar las dificultades en nuestra comunidad y nos hace
participar en la salvación de Jesucristo (RM 2).
         Nuestra principal perspectiva de vida y servicio es realizar la propia misió n en y desde
comunidades eclesiales vivas, diná micas y misioneras.

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