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JESÚS, modelo de maestro

https://samuelmarcano.wordpress.com/2011/09/28/jesus-modelo-de-maestro-2/

Samuel Marcano

¡Ese maestro si es un verdadero educador!, dijo alguien después de recibir la primera clase con su nuevo
instructor. Evidentemente aquel alumno había sido impresionado gratamente por su maestro y no pudo
ocultarlo. La imagen que las personas se forman de aquellos que los instruyen es expresada a través de
diferentes términos: docente, mentor, tutor, etc. Cuando Jesús desarrolló su ministerio docente entre
su pueblo también fue percibido con distintos matices que describían con propiedad su labor didáctica.
Al estudiar estos términos nos acercamos en cierta forma al modelo que Jesús nos dejó como maestro
de maestros. Es nuestra responsabilidad no sólo estudiar ese modelo sino ajustar nuestras vidas a él.

Términos asociados al papel docente de Jesús

Hay varios términos que se usan en el Nuevo Testamento para describir el papel docente de Jesús. Estos
términos provienen del idioma griego porque era el idioma oficial que se hablaba en aquel entonces.[1]

1. Uno de estos términos, y por cierto el más abundante, es didáskalos. Aparece cuarenta y una vez
para referirse a Cristo como un reconocimiento de su tarea docente (Coenen, Beyreuther y Bientenhard,
1980). Entre los textos donde se usa esta palabra están: Mateo: 8:19; 12:38; 19:16. La palabra describe
a alguien que hace el papel de preceptor o instructor de otros (Coenen y otros) Tanto en la cultura
griega como en la judía abundaban muchos didáskalos que se encargaban de guiar a sus alumnos hacia
un determinado saber. Un término equivalente era rabbi, que significaba mi maestro en lengua hebrea
(en arameo se utilizaba raboni). Esta palabra indicaba un trato honorífico de parte del discípulo hacia su
maestro (Hagg, 1981).

El enfoque del término didáskalos recae en la habilidad del alguien para transmitir en forma clara y
precisa un determinado conocimiento o destreza a un grupo de discípulos. El didáskalos se esforzaba
por ofrecer a sus discípulos orientaciones precisas, respuestas claras, entrenamiento específico y
consejos oportunos a fin de que ellos lograran el total dominio de la disciplina que estaban aprendiendo.
La palabra didáskalos nos hace pensar en Jesús moviéndose en diferentes escenarios: sentado frente a
sus discípulos y hablándoles de las normas del reino de los cielos (Mateo 5,6 y 7); respondiendo las
constantes consultas que le eran presentadas (Mateo 19: 16; 22: 16, 24, 36) o dando instrucciones a sus
discípulos acerca de cómo iban a llevar a cabo su misión evangelizadora entre los judíos (Mateo 10:
1.15). Directrices, orientaciones, consejos e instrucciones, todo se conjugaba en la persona de Jesús y
por eso le llamaban didaskalos, lo cual indicaba que la gente reconocía su enseñanza con mucho
respeto.

Jesús advirtió a sus discípulos, sin embargo, que no permitieran que los títulos honoríficos se le subieran
a la cabeza haciéndoles perder el sentido de humildad que debe caracterizar a un verdadero discípulo.
Criticó la soberbia de los fariseos que se ufanaban de que los llamaran Rabí (Mateo 23:7) y advirtió a los
suyos acerca de tal pretensión (v.8), aunque él mismo no rechazó este tratamiento ya que sólo a él
correspondía (Marcos 9:5; Juan 1:38; 3:2).

2. Otro término utilizado para describir a Jesús como maestro es epístateis, el cual enfatiza la autoridad
del que enseña (Reinecker y Roger, 1980).[2] Los discípulos podían distinguir en Jesús no solo la
capacidad para instruir sino también la autoridad con la cual estaba revestido su ministerio. Cuando
Pedro, después de haber pasado toda la noche pescando, fue animado por Jesús a echar las redes de
nuevo al mar, dijo con humildad:

Maestro (epistateis) toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra
echaré la red (Lucas 5: 5)

¿Qué podía un carpintero saber de pesca que no supiera un experimentado pescador como Pedro, que
además había estado pescando toda la noche? Sin duda que Pedro reconoció en Jesús más que un
carpintero y más que un maestro-instructor. Las palabras de Jesús no tenían que ver con instrucciones
acerca de cómo pescar sino de cuan dispuesto estaba Pedro en obedecer a Dios y reconocer la autoridad
de Jesús como hijo de Dios. Por eso, después de la contundente demostración del poder de Jesús (v.6),
Pedro se reconoce pecador y, de rodillas ante el maestro, reconoce en forma implícita la deidad de
Aquel que estaba frente a él al confesar:

Apártate de mi Señor, porque soy hombre pecador (v.8)


3. Finalmente, hay otro término empleado en los evangelios para referirse a Jesús como maestro: el
término kateigeiteis, que sólo aparece en Mateo 23:10. Indica un guía, alguien que conduce a otros por
un determinado camino (Tamez, 1978).[3] El énfasis del vocablo recae sobre la responsabilidad que
tiene el maestro de orientar o guiar a sus discípulos. Los discípulos reconocieron que sólo Jesús podía
guiarles cuando admitieron: ¿A quién iremos? Tu tienes palabras de vida eterna (Juan 6: 68). Para los
judíos del tiempo de Jesús no era difícil encontrar un maestro a quienes ellos podían seguir. Pero para
los discípulos de Jesús, solo el maestro de Nazaret podía guiarles a la vida eterna.

El siguiente cuadro resume los enfoques que encontramos en los términos empleados para describir la
labor docente de Jesús:

Término

Enfoque

Implicación

Didáskalos El maestro como instructor. El maestro tiene la responsabilidad de ofrecer a sus


discípulos explicaciones claras y precisas acerca de lo que se espera que ellos hagan.

Epístateis El maestro como alguien que tiene autoridad. En este tiempo cuando todo es relativo,
cuando lo absoluto es cuestionado y cuando la verdad parece una pieza anticuada de museo, es
necesario que el maestro enfatice la autoridad y normatividad de la Biblia. La autoridad de un maestro
cristiano descansa en su apego a la eterna e infalible Palabra de Dios.

Kateigeiteis El maestro como guía de sus discípulos El camino correcto siempre debe estar claro
ante los ojos de aquellos que guiamos. El maestro debe hacer siempre un gran esfuerzo por mostrar a
los alumnos la voluntad expresa de Dios.

PARA REFLEXIONAR

Al revisar los distintos enfoques de los términos utilizados para describir la tarea docente de Jesús
no podemos evitar pensar en nosotros mismos como maestros o conductores de otros creyentes.
Algunas preguntas nos ayudarían a hacer este autoanálisis.
¿Me esfuerzo en instruir claramente a mis hermanos en cuanto a lo que Dios espera que ellos hagan?
Muchas veces la ayuda que damos a otros se limita a decirles que obedezcan a Dios, que busquen la
voluntad de Dios en oración, que no se desanimen pues Dios responde tarde o temprano. Todo eso es
verdad pero debemos ser mucho más claros y específicos si esperamos orientar a aquellos que están a
nuestro cuidado.

Jesús le dijo a un hombre rico: Vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme. ¿Puede haber una
instrucción más clara que esta? A sus discípulos cuando los mando a evangelizar entre los judíos les dio
indicaciones muy precisas de lo que debían y lo que no debían hacer (Mateo 10: 5-15). Posteriormente
vemos en el apóstol Pablo el mismo ejemplo cuando instruyó puntualmente a Timoteo sobre lo que
debía hacer en la iglesia de Efeso (1Timoteo 3:14-15).

A riesgo de no meternos en las decisiones que tomen los demás, nos hemos conformado con ofrecer
una enseñanza imprecisa, confusa, que no responde específicamente a las necesidades de aquellos que
ministramos.

¿Fundamento todas mis enseñanzas en la autoritativa e infalible Palabra de Dios con toda convicción?
La generación de este tiempo ha sido formada en un ambiente que rechaza los absolutos. La verdad es
una utopía y lo normativo suena a militarismo: nadie quiere eso. Por esta razón nos hemos vuelto
negociadores de la verdad divina. Debemos admitirlo, queremos ganarnos el favor de aquellos que
enseñamos aceptando sus argumentos (aun cuando estos no fueran verdad) o rebajando las exigencias
de la Palabra de Dios (aun a sabiendas de que pecado es pecado no importa como quieran llamarlo los
demás).

¡Cuán difícil es para el maestro de adolescentes tratar temas como la masturbación, la pornografía, las
relaciones prematrimoniales, los noviazgos mixtos. Para el maestro de adultos hablar de la honestidad
en el trato con el sexo opuesto, el pago de las deudas o el compromiso de compartir el evangelio con los
vecinos. Nuestro temor es perder popularidad entre los alumnos y ser etiquetados como
fundamentalistas o coloniales.
La primera actitud que un maestro cristiano debe tener es reconocer que la Palabra de Dios es
absolutamente verdad y absolutamente normativa. La segunda actitud es persuadir a los demás de esta
verdad. No importa el precio que deba pagar.

¿Me preocupo por ofrecer orientación oportuna a mis alumnos? La labor del maestro es una tarea
pastoral. El tiene que orientar, dirigir y conducir a sus alumnos; estos son como ovejas que necesitan
orientación para marchar en la dirección correcta. Ellos están tomando decisiones casi todo el tiempo y
necesitan saber si lo están haciendo bien o mal. A veces buscaran consejos pero otras veces no. El
maestro siempre debe estar dispuesto a orientar al alumno que lo solicite pero también debe tener la
sensibilidad suficiente para darse cuenta de aquel que aunque no pida ayuda la necesita.

El evangelista Luis Palau cuenta como recibió a Jesucristo como Señor y salvador durante un
campamento de verano en Argentina (Palau, 1986). Un consejero llamado Chandler lo sacó
prácticamente de su carpa la última noche del campamento y le llevó afuera para preguntarle si era
cristiano y si quería aceptar a Cristo como Salvador. Palau no había pedido ayuda, no había señalado su
necesidad de ser cristiano (de hecho rehuyó esta confrontación) pero la sensibilidad de un maestro que
vio en él un muchacho necesitado de Cristo, fue el instrumento que Dios usó para llevarle a los pies de
Jesús. Palau es muy conocido hoy en día pero necesitamos maestros como el hermano Chandler que
supo hablar al corazón de un adolescente necesitado de Dios.

[1] Este idioma era una variedad del griego conocido como griego Koiné (común) que se convirtió en la
lengua oficial del imperio desde las conquistas de Alejandro Magno (Carrez, 1984).

[2] Este término aparece solamente seis veces en el Nuevo Testamento y todas ocurren en el evangelio
de Lucas (véase Lucas 5:5; 8:24, 45; 9:33, 49; 17: 13).

[3] Este sustantivo viene del verbo kateigeomai, que traduce conducir o ir delante.

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