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Carmen Luciano –Lección inaugural Curso 2010‐2011 Universidad Almería 1

Condición humana y felicidad: hechos y palabras


Carmen Luciano Soriano
Catedrática de Psicología
Lección inaugural Curso 2010‐11
Universidad de Almería

Con la Venia
Excelentísimo Señor Rector Magnífico, Excelentísimo Señor Consejero, Excelentísimo
Señor Presidente del Consejo Social, Señora Secretaria, Profesores, Estudiantes, Señoras y
Señores. Agradezco haber sido invitada a dictar esta lección inaugural del curso 2010‐11.

Este lección versará sobre una temática inicial en Psicopatología y se ubica en la necesidad
de entender la naturaleza del ser humano para poder entender y remediar su sufrimiento.

Comencemos.
Bien sabemos que, a lo largo de la vida del ser humano, se presentan multitud de
problemas a los que tratamos de buscar soluciones. Muchos se resuelven pero, en otros
casos, las soluciones que aplicamos terminan produciendo un mayor enredo. Con el
tiempo, surgen nuevas dificultades y se buscan nuevas soluciones. Y así sucesivamente. La
condición del ser humano implica vivir, pero la vida de un ser humano supone algo
especial y diferencial del resto de seres vivos. Somos verbales y, para bien o para mal, esto
tiene las dos caras de una moneda. A veces, nuestra posibilidad de comparar es muy útil y
otras provoca pensamientos que no quisiéramos. Al explicar, unas veces, nos sentimos bien
y otras no. Al recordar, unas veces, surgen recuerdos placenteros y otras veces, recuerdos
que quisiéramos olvidar. Al pensar en el futuro, a veces, lo que vemos es agradable, y otras
no. Al hacer algo planeado, a veces, logramos lo que queremos y nos sentimos bien, y otras
veces no y nos sentimos mal, y podemos quedarnos preguntándonos por qué sí y por qué
no. Podemos enredarnos en el lenguaje, en las palabras, en el mundo de ilusión o malestar
que rodea al lenguaje y dejar pasar oportunidades, olvidarnos de los hechos presentes, de
la vida.
A lo largo del siglo pasado la humanidad ha avanzado considerablemente en el
conocimiento de asuntos complejos gracias a su comunidad científica. Vamos conociendo
el universo, estamos desentrañando la esencia de la vida, y se anhela alcanzar la
reparación y llegar al fondo del misterio de la vida. Sin embargo, no hemos avanzado en
la misma proporción en el conocimiento del propio ser humano. Esto es, de las causas
que determinan su pensar, su sentir y su hacer.
Siempre hemos contado y seguimos contando con variadísimas explicaciones, algunas de
gran sofisticación, pero de validez relativa y escasamente útiles cuando se trata de influir o
alterar la conducta y la cognición del ser humano de un modo replicable.

En esta lección no osaremos tocar la condición humana desde ningún aspecto que
sobrepase la consideración del individuo como otra cosa que entidad psicológica por
excelencia.
Preguntarse por la naturaleza psicológica del ser humano es intentar responder a
interrogantes del tipo:
¿Por qué evaluamos y razonamos? ¿Por qué, al hacerlo, ya no vemos las cosas igual?
¿Por qué derivamos pensamientos y sensaciones en presencia de cosas y personas
desconocidas?
¿Por qué hacemos planes y nos sentimos animados? ¿Por qué al recordar algo pasado, nos
sentimos tristes?
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¿Cómo se relaciona lo que pensamos y sentimos con lo que hacemos? ¿Cómo se produce ese
nexo de importancia capital?
¿Por qué nos duele algo que realmente está pasando a otros, o nos alegramos cuando pierde
el enemigo?
¿Por qué un momento de alegría se torna en lo contrario y el dolor es, a veces, bienvenido?
Es el sino de la naturaleza humana: pensar, sentir, hacer, más pensar, más sentir y más
hacer, y más pensar, comparar, razonar, planificar, y más hacer y más sentir y así... hasta el
final de nuestros días. Pero viviremos según hayamos permitido, o no, que nos atrape el
sistema verbal, ese sistema que ha permitido que lleguemos como civilización hasta donde
hemos llegado, pero que puede ser destructivo en otras facetas.
Resulta tan familiar la naturaleza humana, tan aparentemente simple, que cualquiera
puede terminar dogmatizando sobre ella sin demasiado esfuerzo. La Historia está repleta
de ejemplos, y la actualidad sobrecargada de vendedores de soluciones para todos los
males humanos. Sin embargo, la realidad de nuestro objeto de estudio es muy otra, y
resulta tan complicada que llevamos siglos esperando construir una ciencia que atrape la
esencia de este objeto de estudio tan escurridizo y burlón como resulta ser la conducta
humana.
En realidad, la mayor dificultad en este camino es la variabilidad, una de las
características especiales de los seres vivos y del ser humano en particular.
Encontramos que aunque dos personas piensen lo mismo, una pueda hacer una cosa y otra
la contraria. Pero también que dos personas pueden hacer lo mismo por razones bien
distintas, que nuestra visión de algo puede cambiar sin razones aparentes.
Encontramos ejemplos de recorridos, llenos de vida y de acciones en dirección a algo como
un soporte de valor, que se persigue y se mantiene aún con dolor, malestar o
incomprensión. Pero también encontramos personas que en su afán por vivir felices, ni son
felices ni viven, y sus vidas terminan por convertirse en un martirio, en un vivir sin vivir,
con posibilidades de terminar haciéndose un hueco en el ámbito de la enfermedad mental,
calificados como enfermos y con la recomendación de seguir un tratamiento. Pero ni son
enfermos, ni su enfermedad es mental.
Llevamos décadas desbordados por esta deriva. Treinta años de docencia universitaria en
asignaturas dedicadas al análisis y tratamiento de los problemas psicológicos, me han
permitido asistir a la proliferación de las denominadas “enfermedades del siglo XX”, que
también lo están siendo del XXI, como la depresión, los trastornos de la ansiedad, las
adicciones y los trastornos de la personalidad, por citar sólo algunos de los más
conocidos... En realidad, son sólo una parte de un contexto mucho más amplio y básico en
el que habitan los miedos, la intolerancia al malestar, el rechazo a la incomodidad, la
insatisfacción por la propia vida; la infelicidad, en una palabra.
¿Por qué un segundo la alegría se convierte en tristeza? ¿Por qué las personas “se
acomodan” y transigen, aunque no sean felices? ¿Por qué esos miedos que atenazan ante lo
que aún no ha ocurrido? ¿Por qué se teme el fracaso y el rechazo? ¿Por qué, a pesar de
sentir miedo, molestias o dolor, unos se mantienen fieles a sus objetivos y valores,
mientras otros se enredan en la tristeza y el malestar, se diluyen en sus miedos y se dejan
llevar cegados, sin ver más allá de la miseria verbal en la que están envueltos?
Desde el punto de vista de la ciencia psicológica, responder a todas estas preguntas es
responder al contexto que sostiene el quehacer humano.
La condición humana, como condición psicológica, está enmarcada en su condición
biológica por abajo y en su cultura por arriba. El contexto que sostiene al ser humano es su
biología como constante interacción con la naturaleza, y la cultura que le toca vivir, con sus
crecientes características de aldea global, de permanente interacción, de adelgazamiento
de la esfera privada, de permanente exposición a los demás.
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La cultura, más allá de definiciones al uso, está presente en prácticamente todo, en los
objetos, los mensajes, los gestos, las acciones y las palabras…
Inevitablemente, andamos, pensamos, sentimos, acorde a nuestra cultura.
Pero su impacto ni es literal ni automático. El significado de las cosas que la cultura
organiza no es directo porque requiere de un medio de transmisión, que no es otro que
el de las contingencias y el lenguaje. Es esto último el tipo de selección que marcará la
enorme variabilidad que caracteriza al comportamiento humano, y que servirá como
agente de cambio de la propia cultura generación tras generación. En esencia, lo
importante son las contingencias y el lenguaje, lo específicamente psicológico y el foco
de interés para entender al ser humano.
Vaya por delante que contingencias y lenguaje operan a nivel del individuo y van
generando la historia personal que nos hace únicos y, necesariamente, diferentes.
Simplemente, porque las leyes que regulan lo que somos lo hacen en interacciones
individuales.
Estamos virtualmente rodeados de mensajes en torno a la vida, a cómo ser feliz.
Mensajes que equiparan la felicidad a ausencia de dolor, de malestar y de
preocupaciones. De modo que, en lugar de simplemente vivir como objetivo y esperar lo
demás por añadidura, evitar el malestar se alza como objetivo prioritario sobre el
cual gira todo lo que se hace.
Y la cuestión es que al hacerlo, ponemos las palabras, en forma de razones, sensaciones
valoradas, como “me siento deprimido, los demás son mejores, no estoy motivado, no
puedo hacerlo”…, decíamos, ponemos las palabras antes que los hechos y podemos
terminar dedicándonos a ellas en vez de a vivir cada momento de acuerdo a lo
relevante para uno, a lo que entendemos como nuestros valores.
La idea de ser feliz que se expande, es una idea fácil de generar y fácil de transmitir,
porque la tecnología permite su distribución masiva a cualquier lugar del globo.
Hoy se proyecta una vida con numerosos mensajes y recetas que dicen...
“No al dolor”
“No a la frustración”
“No al malestar”
“Lo quiero YA”
“Tengo derecho a sentirme bien”
Y se programan contingencias con actividades que no supongan esfuerzo, metas cortas,
donde prima la influencia de otros en las acciones de uno, donde se organiza el sistema
para no contactar con el malestar ineludible como seres verbales.
El mensaje de referencia, normalizado, que se eleva por encima de todos es: Algo que,
probablemente, todos firmaríamos. Un mensaje de aparente salud normalizada, pero
que termina resultando destructivo porque no estamos hechos para ello.
El niño, el adolescente, el joven, el adulto y el anciano, se encuentran con demasiada
información diciéndole cómo debe ser su vida, cómo ha de vivirla, cómo ha de afrontar
los problemas, cómo puede motivarse, y qué necesita pensar y sentir, para ser feliz
en todos sus detalles (para encontrar pareja, para que sus hijos le quieran, para ser un
buen ciudadano, para tener salud, para ser simpático, para ser espontáneo, para tener
amigos...). Parece que hubiera un exceso de presión sobre cómo hemos de ser y vivir…
La mayoría de las informaciones y las contingencias van en la misma dirección: un sentido
de la vida que tiene una gran probabilidad de atrapar al individuo por exceso de
derivaciones sobre uno mismo y los demás, por enseñarle a centrarse en eso, por situar
las causas del vivir donde no están.
La cuestión es que mensajes y contingencias pueden terminar generando una historia
personal en la que algunas personas deriven, de un modo u otro, que son débiles, que
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necesitan ayuda, que no saben, que son infelices, que fracasan..., Siéntete bien y elude el
malestar que no logran conseguir lo que parece tan fácil y necesario conseguir para
vivir. Poco importa si ése no era el propósito ya que las leyes de la naturaleza humana no
entienden de objetivos o propósitos. Importa que se dan las condiciones para que la
persona derive muchos más pensamientos y sensaciones problemáticas. Con todo, sin
duda alguna, lo más importante es que esos pensamientos y sensaciones terminen
convertidos en causas mecánicas de la acción y rijan literalmente la vida personal.
El mundo actual ha terminado por dar a entender que la vida feliz es una vida sin dolor.
Que si hay malestar, hay un problema. Que el problema ha de ser eliminado y que si
el malestar no se elimina se convierte en un trastorno.
Que como trastorno debe tener un fondo biológico y, consecuentemente, requiere de una
solución ajena a uno mismo, tal vez farmacológica… ¡Tómese tal y estará motivado, tómese
cual y se sentirá bien… Y si vuelve a sentirse mal, tómese una más, distráigase, haga algo para
olvidar, para no sentir el dolor, para no sentir los pensamientos taladrantes…! Todo encaja...
Pero, así, la vida quedará cada vez más mermada, sin apenas notar que se dejan las
riendas en manos del malestar, en manos del “no puedo porque me siento mal”.
¿Qué regula el quehacer del ser humano? ¿Qué regula su comportamiento?
Enfrentarse a esta empresa ha sido y es el objetivo de numerosas disciplinas, muchas de
ellas previas a la psicología, que pugnan por explicar sus numerosos enigmas.
Las explicaciones tradicionales sobre el quehacer humano son, por tanto, numerosas, pero
todas apuntan en la misma dirección: son de carácter dualista y están tan arraigadas en
nuestro lenguaje, en nuestro modo de explicar el comportamiento de los demás y el propio,
que resulta verdaderamente difícil apreciar la trampa verbal.
Son explicaciones que trocean al individuo como si se tratase de una máquina donde unas
partes son más importantes que otras, como si hubiera un “un algo dentro” que
determinase su devenir, y fuere responsable de lo que valora, piensa, siente y hace. Es una
metáfora útil para predecir, pero una metáfora con trampa. Por un lado, resulta
coherente para todos porque así hemos aprendido a hablar de nosotros mismos, es parte
de nuestro lenguaje. Pero, por otro lado, actuar apoyados en tales explicaciones, produce
resultados no esperados y genera más problemas que soluciones en numerosas
circunstancias.
Por el contrario, una visión funcional donde el organismo no se trocea para dar
explicación de lo que valora, piensa, siente y hace, donde el comportamiento tiene
entidad por sí mismo, ha guiado la investigación desde el inicio de la Psicología científica
buscando explicaciones que sirvan para controlar o influir en los fenómenos psicológicos,
vía prevención y vía tratamiento. De modo general podemos decir que:
• Más de 80 años de estudio científico han mostrado el impacto de las consecuencias sobre
el comportamiento humano. La importancia de lo que vulgarmente llamamos motivación
permite que las consecuencias obren.
De ahí las leyes centradas en las contingencias que han hecho posible desarrollar
numerosos procedimientos para generar repertorios múltiples y para cambiar el ritmo
conductual.
• Sin embargo, faltaba una comprensión central de la génesis del lenguaje que permitiera
responder a la derivación de pensamientos, de sensaciones, de relaciones múltiples en
milésimas de segundo; a la capacidad de “transportarnos” al pasado y al futuro, a la
capacidad de cambiar lo que se siente o valora sólo por una palabra. En suma, a derivar
relaciones y transformar las funciones en cada momento hasta el punto de trascender,
entre otras cosas, al mismísimo malestar.
• A lo largo de los últimos 20 años, hemos entrado a fondo en ese análisis y las puertas del
conocimiento que permanecían entornadas, que permitían ver “algo”, pero más sombras
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que luces, se han abierto de par en par. Y el panorama resulta espectacular para quienes
amamos la exploración científica del ser humano.
Empezamos a encontrar las respuesta a muchas preguntas generando análogos
experimentales en los que provocamos y alteramos estos productos, tanto en laboratorio,
como en el mundo real.
Toda esta investigación ha sido sintetizada en la denominada Teoría de los Marcos
Relacionales, una Teoría Funcional del Lenguaje y la Cognición que se desarrolla a partir
del análisis experimental de contingencias.

¿Cuáles son los hechos experimentales?


Siquiera sea brevemente, nuestro nivel de conocimientos actual nos decir que:
1. Aprender lenguaje es aprender a enmarcar relacionalmente y es generado por la
comunidad verbal a través de múltiples ejemplos y contingencias....
• Sabemos ya las condiciones para aprender las claves relacionales más relevantes en el
lenguaje humano actual (coordinación, comparación, oposición, jerarquía, distinción, de
perspectiva‐deíctica, temporales y espaciales).
• Sabemos que esto permitirá derivar relaciones y proporcionar funciones a estímulos
nuevos y alterar funciones previamente establecidas.
• Sabemos que este aprendizaje permitirá la formación del potente reforzador conocido
como “tener razón”, “estar en lo correcto…” que mantendrán la coherencia verbal de cada
uno.
• Sabemos que la fluidez y flexibilidad en enmarcar relacionalmente y con múltiples
transformaciones es la base de la inteligencia.
• Y sabemos de las derivaciones y transformaciones necesarias para la formación del YO Y
las aplicaciones de todo lo anterior son extraordinarias en el ámbito de problemas como el
autismo y el retraso en el desarrollo, o para la toma de perspectiva, la reducción de la
impulsividad y la mejora de la inteligencia, por citar sólo algunos ejemplos.
Más hallazgos que cabría destacar:
• Se ha generado un procedimiento denominado IRAP como método para aislar la
Cognición Implícita, desde los sesgos y los valores personales, hasta los pensamientos y
actitudes escondidas.
• Se ha aislado el contexto contingencial que hace que unas conductas influyan en otras, en
cuanto relaciones arbitrarias (por sociales) entre pensar‐sentir y actuar; responsables de
fomentar una coherencia causal que no lo es, pero que lo parece.
Y las aplicaciones son múltiples, por cuanto permiten entender y generar protocolos para
la formación de los valores personales. Permiten generar regulaciones eficaces ‐por
elegidas‐ apoyadas en la transformación de los contenidos derivados sobre uno mismo.
Permiten alterar el comportamiento fundido a las derivaciones, a las funciones verbales.
Permiten explicar y alterar el patrón de regulación denominado Evitación Experiencial
Destructiva, como tronco común de la mayoría de los Trastornos Psicológicos o Mentales.
Etcétera.
Toda la evidencia experimental disponible señala que dar la espalda al dolor, al miedo,
al malestar, limita o reduce considerablemente la vida personal. Es como moverse en
arenas movedizas para intentar salir y, sin embargo, hundirse más. Comportarse fundido
a las palabras, a mantener la literalidad del comportamiento relacional, es limitar la
trayectoria personal. Es ir sin dirección, cegados por las palabras como “no puedo”, “estoy
triste”, “me ahogo”, "me saldrá mal”, y es una dirección de corto recorrido. Es engañarse
por la ilusión verbal, es ver los árboles sin ver el bosque.
De nuevo, palabras y hechos enfrentados y como resultado, la insatisfacción y la
limitación en la vida personal.
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La evidencia experimental nos permite explicar que el sufrimiento humano es,


precisamente, no estar dispuesto a incluir el malestar como parte de la vida, no
estar dispuesto a aceptar las leyes que regulan nuestro comportamiento como seres
biológicos y verbales.
Sin embargo, no estamos condenados al control sin freno de la derivación de funciones
verbales. No, según indica la investigación en comportamiento relacional, puesto que
hemos probado que niveles de transformación adicionales, deícticas y jerárquicas, nos
convierten en los “dueños de la dirección de la vida propia” de acuerdo a las leyes que
regulan lo que somos. Nos referimos a transformaciones funcionales que permiten
diferenciarnos verbalmente de nuestros pensamientos, sensaciones y recuerdos.
Como consecuencia de los avances anteriores, es la primera ocasión en la que asistimos a
la génesis de un tipo de terapia psicológica apoyada en la evidencia experimental en
lenguaje: la Terapia de Aceptación y Compromiso (conocida como ACT, por sus siglas en
inglés –Acceptance and Commitment Therapy). La terapia con más expansión en los últimos
diez años, dirigida a romper el patrón destructivo de actuación fusionada a las palabras
mediante métodos de transformación de funciones, y aplicada con eficacia a un amplísimo
abanico de problemas psicológicos desde los más graves y limitantes a los menos graves
por cotidianos y relativamente limitantes.
En síntesis, la investigación en la Derivación del Comportamiento relacional muestra una
vez más la eficacia del principio científico de la parsimonia: no deja de ser una alegría
comenzar a encontrar algo de orden ante el gran desorden que muestra el estudio del
comportamiento humano.
Los resultados obtenidos en estas líneas de investigación ratifican, una vez más, la premisa
básica y añaden otra de gran valor:
Sabíamos que la historia de interacciones personales explica las funciones del
comportamiento presente en cada circunstancia,
Sólo que, ahora
a los hallazgos previos sobre las leyes contingenciales, se añade que hemos aislado los
principios que regulan la transformación de las funciones y,
por tanto
es posible producir funciones sin contingencias y alterar la función puntual de los
productos de la historia personal.

Somos organismos únicos que respondemos al presente con la carga de nuestra historia.
Esta historia siempre ocurre en la cultura en la que nos toca vivir y transmitimos los
valores predominantes de modo muy variable. Ahora, conocemos los procedimientos para
alterar verbalmente las funciones que la historia personal conlleva, para bien o para mal.
Esa es la gran baza. No tenemos que pelear con el malestar que, a veces, sobreviene. No
tenemos que deshacernos de los pensamientos crónicos ni de las sensaciones
hirientes. Podemos aprender a actuar a pesar de todo ello. Podemos tener paz entre los
hechos y las palabras si aprendemos a clarificar las direcciones de valor personal y nos
hacemos cargo, por inclusión, de lo que lleva consigo elegir actuar de acuerdo a ello. A la
corta y a la larga, la sensación de hacer lo que uno quiere produce una gran satisfacción
aunque el camino haya tenido y continúe teniendo recovecos en los que uno sienta
perderse y zonas oscuras, por las que uno pasó en vez de darse la vuelta.
Necesitábamos la investigación compleja en comportamiento relacional para conocer
cómo se genera ese nivel de transformación verbal que nos permite todo ello. Hemos
necesitado miles de sujetos experimentales y diferentes grupos de investigación a lo largo
y ancho del mundo entregados a la búsqueda de conocimiento para que el insight surgiera,
pasara al plano experimental, y permitiera replicar y establecer leyes útiles. Lo hemos
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conseguido y seguimos avanzando y, al hacerlo, tendremos a la vista nuevos horizontes


para ser abordados experimentalmente.
Lo que se sabía de la condición humana era un conocimiento cotidiano, apoyado en el
sentido común y en el mero razonamiento. Equivalente a lo que hace 20 años se podía
saber sobre la célula y el sistema solar. Ahora, sabemos mucho más de las leyes que
regulan la naturaleza humana y de cómo alterar sus productos cuando se interponen para
ajustarse a los hechos de cada uno.
Podemos seguir comportándonos como si estos descubrimientos no existieran,
adjudicando causas supersticiosas al quehacer humano. Sería negar la evidencia
experimental y permitir que el lenguaje, transmitiendo el sentido de felicidad ciego
potenciado por la cultura, siga envolviendo a las personas con el resultado ya conocido.
Sin embargo, también podemos ajustarnos a los hechos y tomar las palabras por lo que son
poniéndolas al servicio de las acciones que valoremos a nivel personal. Podemos decir,
como dijeron José Ortega y Gasset, Santiago Ramón y Cajal, Bertrand Russell, o Ayn Rand, y
algunos otros de su nivel, que el ser humano está obligado a elegir, que no es posible
eludirlo, que está condenado a ser libre. Lo relevante es que la ciencia psicológica está,
ahora, en disposición de explicar los procesos contingenciales y verbales que
conforman repertorios que harán individuos libres, responsables de su vida, pero que
también pueden generar individuos insatisfechos, apresados por las palabras preñadas de
mensajes de felicidad infructuosos.
La investigación ha mostrado que la vida humana está ligada, inexcusablemente, al
lenguaje. Sin lenguaje, no sería posible el sufrimiento humano, pero tampoco lo que nos ha
hecho llegar a donde hemos llegado como especie, para bien o para mal.
El paquete de leyes, que definen la condición humana, operarán a lo largo de la historia de
cada uno. Por tanto, parafraseando a Ortega, la historia será necesariamente personal,
única, no podrá transferirse a otros, y es aditiva: lo andado, andado queda, y sólo queda, en
cada momento, preguntarse en qué dirección continuar caminando. Lo que en cada
momento sentimos, pensamos o recordamos es producto de la historia personal; es un
hecho que responde a las leyes que han ido generando un tejido personal del cual no es
posible des‐hacerse.
Sólo es posible construir sobre ello. Ahora, comenzamos a saber mucho más de ese arte
que es saber vivir al hacerlo en conjunción con las leyes aisladas experimentalmente.
Es tiempo de terminar y para cerrar, desearía resaltar que la tarea y responsabilidad de
un científico es mostrar las evidencias y ponerlas al servicio de su comunidad. Es nuestra
tarea hacer avanzar el conocimiento. Otros serán los responsables de utilizarlo. Podrán dar
la espalda a este conocimiento y dejar el proceso en manos de las contingencias
imperantes. Podrán utilizarlo en provecho propio. Podrán usarlo para generar personas
débiles que necesiten ser cuidadas.
Podrán emplearlo para generar personas libres que sepan andar por la vida conscientes y
responsables de sí mismos.
Nuestra misión como científicos en un contexto universitario es seguir investigando para
perfeccionar lo que sabemos y ahondar en lo que desconocemos.
No es una tarea fácil ni grata. Es frustrante e incomprendida muchas veces, pero si se ama
el conocimiento se convierte en un gran valor, y permite mantenerse formando parte de la
ciencia, de ese pequeño sector de humanos cada vez más parecido a una orden mendicante
de puerta en puerta suplicando los fondos que nos permitan mantener viva la esperanza en
el conocimiento.
Hemos dicho sí al trabajo complicado que permite resolver muchas de las miserias
humanas, poniendo al descubierto las condiciones para que se conviertan en humanos
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inteligentes, libres y responsables de su condición. Sólo le queda a la sociedad


aprovecharlo.
Permítanme terminar diciendo que ha sido un placer poder decir lo que he dicho ante una
audiencia tan distinguida.
Permítanme señalar, con el orgullo que la ocasión merece, que desde esta Universidad, a
pesar de todas las dificultades, hemos podido desarrollar una próspera línea de
investigación puntera, internacionalmente reconocida y respetada.
Permítanme, también, traer aquí el recuerdo y la gratitud a mis colegas compañeros de
objetivos investigadores en Irlanda, en Estados Unidos, en Gran Bretaña y en Suecia.
Permítanme, por último, finalizar dando las gracias a todos y cada uno de los integrantes
de mi grupo de investigación a lo largo de todos estos años. Muchos de ellos colegas ya en
otras universidades españolas. Y, especialmente, a los becarios, alumnos y profesores que
forman el grupo actual, con la esperanza de que podamos seguir trabajando, si las
condiciones nos lo permiten y la fortaleza nos acompaña, por el bien de esta
institución y, sobre todo, por el valioso deber de buscar el conocimiento allá donde
se hallare, para que pueda ser usado por quién lo necesite.

Muchas gracias.

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