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Resumen:
Los federalistas, por su parte, no compartían esta visión, ya que su proyecto estaba
más concentrado en el litoral atlántico, pensaban que el nuevo país debía enfocarse
en multiplicar sus conexiones con los países más adelantados de Europa. Los
republicanos proponían requisitos muy flexibles para conceder la nacionalidad: un
corto tiempo de residencia y desempeño de actividades lícitas. Los federalistas
pretendían imponer más exigencias, porque sabían que la inmensa mayoría de
inmigrantes, una vez lograda la nacionalidad, votarían por los republicanos.
Como el Congreso estaba dominado por los republicanos, la decisión fue aceptar la
propuesta y comprar la Luisiana, para lo que el estado federal tuvo que recurrir a un
amplio endeudamiento. Aquí se produjo una situación paradojal, ya que el gobierno
republicano de Jefferson se había mostrado muy dispuesto a disminuir al máximo los
gastos del gobierno federal, a fin de aliviar la carga impositiva.
El Secretario del Tesoro era un inmigrante suizo, Gallatin, famoso por su obsesivo
control del gasto federal. Sin embargo, la compra de Luisiana, si bien en el largo plazo
resultó excesivamente barata, en esos momentos, como Napoleón exigía oro, era
necesario pagar la cantidad total. Cabe señalar otra paradoja, ya que el crédito
internacional e interno de los Estados Unidos se había consolidado por las medidas
que oportunamente tomara Hamilton, medidas que habían sido repudiadas por la
oposición anti federalista, que luego tomó el nombre de republicana.
La compra de un territorio muy amplio y prácticamente desconocido, impulsó la
decisión del gobierno de organizar una expedición para que recorriera la región y
realizara un informe lo más completo posible, sobre las características y posibilidades
que ofrecía. Esta expedición estuvo a cargo de Lewis y Clarke. Estos hombres,
especialmente Lewis, eran exponentes de la Ilustración, describieron flora, fauna,
clima, sistemas hídricos, y también las diversas etnias de las áreas que exploraron.
Los datos acumulados fueron utilizados por sucesivas administraciones para decidir
donde promover asentamientos de una población en permanente aumento.
Gran Bretaña solo disponía de su poder naval, tal como probó en Trafalgar, por lo que
incrementó la detención de barcos mercantes que cruzaban el Atlántico, sin aceptar el
reclamo de neutralidad, afectando muy seriamente los intereses comerciales
estadounidenses. Tal como había sucedido anteriormente, los capitanes británicos
aplicaban el “derecho de registro”, confiscando toda mercadería con destino a Francia
o a alguno de sus aliados.
Esta situación desató en los Estados Unidos una gran reacción que presionaba para
que su gobierno declarara la guerra a Gran Bretaña. Sin embargo, el presidente
decidió que iba a preservar la paz, aunque propuso medidas que el Congreso convirtió
en leyes, tendientes a ejercer presión en materia económica: se embargaron los
bienes ingleses en el país, se prohibieron las relaciones comerciales, (aunque hubo un
activo contrabando a través de Canadá).
Jefferson mantenía su liderazgo sobre el partido republicano, por lo que pudo influir
para proponer a James Madison como su sucesor, éste había iniciado su carrera
política junto con Hamilton y Jay, favoreciendo el dictado de la constitución que
estableció el gobierno federal. Sin embargo, tiempo después, Madison llegó a la
conclusión que había peligros en un exceso de atribuciones de dicho gobierno y por
eso se volcó a los anti-federalistas, luego llamados republicanos, quienes enfatizaban
la necesidad de que el poder federal no avasallara los poderes de los estados.
La presión de los sectores belicistas provocó la guerra de 1812, publicitada como “la
segunda guerra de independencia”. Este conflicto debe ser explicado como un capítulo
de las guerras napoleónicas, pero en realidad, los republicanos más agresivos,
pretendían avanzar sobre Canadá, para dominar esa colonia británica y asimismo,
como para ese momento, los españoles tenían acuerdos con Gran Bretaña contra
Napoleón, planearon avanzar sobre Florida, dominándola, con la excusa del conflicto.
Esta resistencia de milicias británicas se combinó con la actitud de los franceses que
habían permanecido en Canadá, quienes habían sido favorecidos por medidas muy
generosas en cuanto a la supervivencia de su cultura, en términos de lengua y de
religión. Por su parte, los indígenas también los rechazaban, porque sabían que los
estadounidenses avanzaban sobre tierras imprescindibles para su esquema de
supervivencia. La invasión de Florida mostró similares debilidades.
El ejército federal estaba muy pobremente equipado, debido a las políticas adoptadas
por las dos administraciones del presidente Jefferson, quien, de acuerdo a la tradición
de su partido, había desalentado la inversión en ese rubro, ya que prefería las milicias
estaduales, por lo que la organización militar fue improvisada y dependiente de los
aportes que enviaran los estados. Las legislaturas de los estados del noreste
decidieron, en la Convención de Hartford, negarse a enviar los fondos solicitados por
el gobierno federal. Una vez más, violando el sistema constitucional.
El pobre desempeño militar se vio aún más deslucido por la invasión de la ciudad de
Washington, que estaba en construcción, por fuerzas británicas que incendiaron
edificios gubernamentales. Los únicos resultados positivos se dieron en un ámbito al
que no se le había dado suficiente importancia: el gobierno federal y varios gobiernos
estaduales, ofrecieron patentes de corso, con las que muchos corsarios atacaron y
saquearon mercantes británicos no protegidos por la marina real. Este imprevisto
éxito, llevó a la dirigencia estadounidense a organizar su poder naval.
La guerra de 1812 puede considerarse un episodio dentro del marco general de las
guerras napoleónicas, y por el dinamismo de la situación europea, en el mismo año, la
decisión de Napoleón de invadir Rusia marcó el inicio del fin de su sueño imperial, lo
que, por supuesto, los halcones republicanos no podían prever. En 1814 la situación
había cambiado radicalmente, y las operaciones militares cesaron, dando lugar a una
negociación diplomática que puso fin a la contienda, declarando en el tratado de paz el
retorno a la situación anterior al conflicto: “Status quo ante bellum”.