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SER O NO SER MAESTRO, ESA ES LA

CUESTIÓN

RESUMEN
El presente documento trata de la primera experiencia docente de un estudiante de la
Licenciatura en Electrónica de la Universidad Pedagógica Nacional. Está elaborado de dos
formas: Primero, a manera de ensayo breve presenta un prefacio sobre la práctica docente,
la didáctica, la aplicación de la tríada didáctica y la preferencia del aprender sobre el
enseñar. En la segunda parte, por medio de una narración literaria se cuentan los
pormenores de la primera práctica docente de dicho estudiante desde la preparación de la
misma, continuando con la ejecución y al finalizando con una reflexión de lo vivido en ese
proceso. Se hace mención a textos, autores y conceptos vistos a lo largo del Seminario de
Pedagogía y Didáctica y cómo estos contenidos orientaron al estudiante en el momento de
quererlos aplicar en su práctica docente.
Palabras clave: Práctica educativa, tríada didáctica, enseñanza-aprendizaje, planeación
didáctica argumentada.
Tabla de contenido
PREFACIO: Formación docente: Apropiación de la tríada didáctica como estrategia para
conducir el aprendizaje 2
CAPÍTULO I: LA ISLA DEL TESORO: ENTRE MAREAS MISTERIOSAS 7
CAPÍTULO II: LA GRAN NOTICIA 25
La planeación 26
Mi Agencia Central de Inteligencia 27
El gran día llegó 28
CAPÍTULO III: DESPUÉS DE LA TEMPESTAD VIENE LA CALMA 33
EPÍLOGO: Tirando botellas al mar 40
PREFACIO:
Formación docente: Apropiación de la tríada didáctica como estrategia para
conducir el aprendizaje

Lerner (1996) define el ejercicio de enseñar como el «promover la discusión sobre los
problemas planteados». Es decir, brindar la oportunidad de observar diferentes puntos de
vista sobre algún tema y orientar al educando hacia la resolución en conjunto de las
situaciones problemáticas. En ese sentido el mismo autor expone, además, que «enseñar
es alentar la formulación de conceptualizaciones necesarias para el progreso en el dominio
del objeto del conocimiento». Por lo tanto, es posible plantear que el enseñar también
puede ser abordado como el promover que los discentes formulen nuevos problemas fuera
de la escuela.
Trayendo estas ideas al contexto de la formación docente, es posible plantear que,
desde un inicio, el maestro en formación tiene oportunidades de potenciar su ejercicio si
comprende la relación que existe entre lo que enseña, el para qué lo enseña y entre el
contexto y las necesidades del estudiante, pues se pretende que este último sea un ser
cuestionador de situaciones o problemas de su entorno y de sus propios intereses y que
constantemente se haga preguntas que le lleven a desatar un sentido de indagación y de
investigación, siempre reconociendo de antemano que todo se encuentra en un proceso de
cambio, como afirma Rogers (1991, citado por Camilloni, 2007, p. 130):

[…] el hombre moderno vive en un ambiente de cambio continuo. Liberar la curiosidad,


permitir que las personas solucionen según sus propios intereses, desatar el sentido de
indagación. Abrir todo a la pregunta y la exploración, reconocer que todo está en un
proceso de cambio, aunque nunca lo logre de manera total, constituye una experiencia
grupal inolvidable (pp. 143-144).

En relación con lo anterior, Camilloni (2007) expone que «la enseñanza involucra
siempre tres elementos: alguien que tiene un conocimiento, alguien que carece de él y un
saber contenido de la transmisión». Por tanto, se alcanza a vislumbrar que en el ejercicio
de la transmisión de saberes se da una tensión entre el docente y el discente que de alguna
forma debe ser atendida. Es ahí donde entra en juego el concepto que es denominado por
López (2005) como tríada didáctica. Esta se refiere a la relación entre el maestro (primer
elemento), el estudiante (segundo) y el contenido que se enseña (tercero). Cómo el docente
plantea y replantea los métodos para buscar que haya un aprendizaje efectivo, cómo deja
de ser aquel actor central en la educación para dar así cabida a la cooperación entre
educador-educando en forma tal que se lleve a este último a ser un actor más participativo,
capaz de abordar desde múltiples perspectivas el contenido de estudio con la mediación
del maestro.
Ahora, bajo esa mirada, es importante revisar la intencionalidad de la enseñanza.
Esta se define como una acción voluntaria y consciente por parte de quien enseña para que
alguien aprenda algo que no puede aprender solo, de modo espontáneo o por sus propios
medios (Camilloni, 2007; Davini, 2008). De esta manera, el docente marca o planea una
ruta, es decir, primero traza unos objetivos, decidiendo así hasta dónde quiere llegar y hacer
llegar a su estudiante, para después formular y gestionar los medios para llegar allí y,
finalmente, verificar el cumplimiento de los objetivos planteados desde un comienzo
(Mager, 1971). Es por esto que, si bien cualquier persona puede enseñar a otro, es en la
profesión docente en donde enseñar deja de ser una tarea de amateurs, ya que la docencia
supone una racionalización y una especialización de un determinado saber y de sus
prácticas, pues el docente dispone de un saber particular y de métodos específicos para el
desarrollo de su labor (Davini, 2008) con los que busca sistemáticamente los medios más
adecuados que permitan conducir al estudiante hacia el aprendizaje efectivo de los temas
abordados en el ejercicio educativo. Ahora, en ese sentido, otro aspecto a destacar es el
cómo evaluar que la enseñanza, en efecto, lleve esos aprendizajes a todos y no solo a unos
pocos y con los mejores resultados.
Es en este punto cuando, en la búsqueda de las respuestas a estas inquietudes, el
docente en formación empieza a asimilar el sentido de la didáctica, ya que esta, tal y como
afirma Camilloni (2007), está ligada a las prácticas sociales, así como al estudio de los
problemas relacionados al aprendizaje, con el fin de apoyar y orientar el mismo en los
estudiantes para obtener los mejores resultados. Por lo anterior, la didáctica se construye
desde la base de cómo afrontar los retos que propone la educación, desde revisar el simple
ejercicio de entrar al aula, saludar al grupo e iniciar la clase; de la situación en la que el
maestro se enfrenta al educando con un tema a explicar, hasta la manera como da por
finalizada la clase y sale del aula. Así pues, la didáctica procura atender tales situaciones
mediante la aplicación de distintos ejercicios, como son las estrategias de enseñanza, los
desarrollos curriculares, la configuración y el diseño de ambientes de aprendizaje, la
elaboración de materiales de enseñanza o el uso de medios y recursos, pero siempre
teniendo en cuenta la intencionalidad, la implementación y la evaluación de cada uno de
ellos.
Por tanto, la tríada didáctica requiere que el docente conozca y domine diversas
estrategias y técnicas para lograr un desarrollo más amplio y profundo del conocimiento en
los discentes. Implica también un grado de experticia en el uso eficiente de los recursos de
información, así como del conocimiento de los diferentes recursos o materiales que puede
utilizar para el trabajo con sus estudiantes. Además, para el educador es importante
conocer y saber aplicar los criterios para seleccionar la estrategia o técnica más adecuada
para su curso, e incluso tener la posibilidad de adaptar o crear y documentar sus propias
estrategias y técnicas, esto con el fin de ayudar al desarrollo de las habilidades y actitudes
del educando (Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, ITESM, 1999).
Entonces, hay que poner en consideración tres términos muy ligados a la didáctica,
relacionados a la vez entre sí: la estrategia, la técnica y las actividades. El primero de ellos,
tal como lo expone el ITESM (1999), se refiere al «conjunto de procedimientos, apoyados
en técnicas de enseñanza, que tienen por objeto llevar a buen término la acción didáctica,
es decir, alcanzar los objetivos de aprendizaje». De modo que, no se puede hablar de la
utilización de estrategias cuando no se persigue una meta o un objetivo. En ese punto se
pone en ejercicio la técnica, considerada como secuencias o procedimientos precisos que
favorecen la aprehensión de una parte del aprendizaje que se persigue con la estrategia, es
decir que la técnica determina la manera de llevar a cabo un proceso, dado que esta
requiere de una serie de pasos o comportamientos ordenados de manera secuencial.
Dichos pasos ayudan a definir cómo ha de ser guiado el curso, teniendo en cuenta las
acciones para conseguir los objetivos que se proponen con los estudiantes. Por lo tanto,
cuando se habla de acciones para alcanzar objetivos, intrínsecamente se está refiriendo a
las actividades, que es el tercer término a desarrollar. Las actividades se encuentran dentro
del proceso de una técnica y tienen que ver con las necesidades de aprendizaje del grupo,
quiere decir que las actividades, así como las estrategias, son flexibles y permiten ajustarse
dependiendo de las características del grupo a trabajar. ITESM (1999).
En consecuencia, de aquí se desprende otro concepto importante que es el objetivo
de la práctica educativa: el aprendizaje. Lo que somos y hacemos a lo largo de la vida
depende de él, razón por la cual las personas necesitan aprender desde su niñez, pasando
por la adultez, incluso llegando hasta su vejez, ya que el ser humano necesita satisfacer sus
necesidades y adquirir herramientas de interacción, de conocimiento y de comunicación
que lo lleven a adaptarse a las circunstancias individuales y sociales del mundo que lo rodea.
Es por ello que al relacionar los elementos de la tríada con el aprendizaje se está
haciendo referencia a que se aprehendan los conceptos, que el maestro no sea aquella
persona que cumpla con enseñar, sino que de alguna manera se involucre en el proceso y
verifique que se alcance el aprendizaje por parte del discente, que éste logre «una
adaptación activa al medio, desarrollando capacidades para extraer de él las máximas
posibilidades y para expresar necesidades y potencialidades personales» (Davini, 2008). Si
bien es cierto que muchos aprendizajes se desarrollan de modo espontáneo, en otras
palabras, sin la mediación intencional y consciente de otra persona que enseñe, esto no
implica que el estudiante aprenda aislado del medio social o independiente de los otros,
por el contrario, el ser humano requiere de la interacción, comunicación y relación con los
demás. Así, es posible concluir que en el ejercicio docente se hace necesario centrar la
mirada más en el aprendizaje que en la enseñanza, ya que el aprendizaje de los contenidos
en el estudiante es el objetivo o el fin de todo lo que se enseña.
Por consiguiente, al preferir el concepto de aprendizaje sobre el de enseñanza,
también se habla de educar, ya que como lo plantea Sciacca (1963), «educar es ante todo
un acto de interioridad, es inclinar al hombre a que se lea dentro de sí». En este sentido, la
escuela no es solamente el aula; la misma vida es escuela, es decir, el proceso educativo es
interestructurante; el sujeto humano se estructura, interactúa y aprehende las estructuras
de los entes con que aprende (sociales, culturales, lógicos, físicos, etc.) y de aquello que las
escuelas presentan formalizado como disciplinas, esto es, como lo aprendible. De este
modo, la educación implica el autodesarrollo, orientado por los educadores, lo que supone
poseer (además de los saberes científicos) una cierta filosofía acerca de lo que es el hombre,
de sus valores, y lo que puede llegar a ser (Daros, s.f.).
Para concluir, como en cualquier profesión, el ejercicio de esa no puede basarse sólo
en la labor como tal. Cualquier profesión, ya sean médicos, abogados, ingenieros, artistas,
cualquiera, se apoya en unos conocimientos, algunos criterios y reglas de acción práctica,
es decir, que se apoyan en un cúmulo de saberes y en normas de acción. A su vez, estos
conocimientos y criterios de acción serán examinados en función de casos, sujetos y
ámbitos concretos y reelaborados, ajustándolos a las actuaciones particulares, quiere decir,
dependiendo del contexto. Pero esto no elimina el valor de las normas y criterios generales,
por el contrario, tales conocimientos, criterios o reglas son bases para las decisiones
particulares. Aunque cada caso constituye una situación y una experiencia particular, en
todas las situaciones los profesionales se basan en principios y reglas generales para
intervenir. Estas normas o criterios generales varían a lo largo del tiempo, enriquecidos por
nuevos conocimientos y experiencias prácticas, como lo plantea Davini, (2008). El mismo
autor añade lo siguiente:

La docencia no es una excepción. Esta labor requiere de principios y criterios básicos de


intervención, es decir, aquellos que le posibiliten la consecución metódica de sus fines con
los medios más adecuados. Además de conocer los contenidos que enseña, el docente
necesita contar con normas básicas generales para la acción práctica de enseñar, a partir de
las cuales pueda construir su propia experiencia. Esta es la contribución que debe brindar la
didáctica, es decir, el campo de conocimientos que le permita formular distintos criterios,
métodos en la enseñanza para alcanzar, en forma concreta y práctica, distintas intenciones
educativas. Este es el espacio de conocimientos que establece los puentes entre los fines
educativos y el desarrollo de estructuras metodológicas apropiadas, cuya lógica teórica,
pedagógica y práctica pueda analizarse en sí misma, sirviendo de bases para la acción
educativa en los contextos distintos y con los sujetos particulares. (2008, P. 55)

En esta perspectiva, es posible plantear que el docente está llamado a estar en


constante búsqueda de diversos métodos de enseñar, creando estrategias o caminos que
le permitan, por medio de la experiencia práctica, actuar en algún contexto en particular,
con diversos tipos de personas que están inmersos y perciben la realidad de diversas
maneras, siempre teniendo en cuenta que el eje central de la educación es aquel quien hace
que el docente sea docente, es decir, el estudiante.
Ahora bien, a continuación y como una forma de ilustrar lo expuesto anteriormente,
se presenta una narración literaria-alegórica sobre la primera experiencia como educador
de un estudiante-docente en formación de la Universidad Pedagógica Nacional, quien
confronta en este escenario las consideraciones teóricas vistas en sus clases.
LA ISLA DEL TESORO: ENTRE MAREAS MISTERIOSAS

CIERTA NOCHE, MIENTRAS MI FAMILIA DORMÍA PLÁCIDAMENTE, yo, por el contrario, me encontraba
sentado en mi escritorio, frente a mi computador, con un revuelto de hojas llenas de
anotaciones, con una taza de café caliente para evitar quedarme dormido, con mis esferos
de colores, fotocopias que parecieran reproducirse a medida que anochece, y de fondo
musical, algo sabroso de Héctor Lavoe, los Ismael Miranda y Rivera, Rubén Blades, Niche y
demás. En la pantalla de mi laptop, observo el conjunto de libros en PDF que comprenden
la bibliografía del curso de Pedagogía y Didáctica, a cargo de la maestra Claudia. Esos libros,
pienso, me ayudarán en mi futura labor docente y, como pasa con todos los libros, algunos
me marcarán más y me guiarán en la búsqueda del maestro que quiero ser para mis
estudiantes.
Entre el revuelto de hojas están, bosquejados a lápiz, unos mapas mentales que he
hecho de cada texto, así como los borradores en los que trabajo. Esos esquemas me ayudan
a entender mejor el contenido de los libros y me hacen ver de forma no tan engorrosa los
temas de pedagogía y didáctica.
Eran las 11:42 de la noche del 14 de marzo cuando me dispuse a retomar el trabajo
de los mapas. Me puse la escafandra y me convertí en un buzo ávido de explorar las
profundidades de aquellos textos. Me sumergí nuevamente en ellos, pero esta vez a un
poco más de profundidad. Navegué en ese mar de páginas y me apropié de todos los tesoros
que iba encontrando hundidos en ese extenso océano que hablaba de la didáctica y que
anteriormente había visto pasándolos por alto, pero sin darme cuenta de lo importante que
sería para mi nuevo viaje. En cierta manera todo esto era inédito para mí. Al hacer un
análisis más a profundidad de esos escritos no tenía la menor idea de con qué me
encontraría, pero de algún modo sabía que lo debía hacer, no por la nota del seminario,
sino por mí.
Así que comencé sumergiéndome en aquella obra de Comenio, Didáctica Magna,
un texto cuya premisa era «enseñar todo a todos». Entonces me pregunté: ¿Qué enseñar?
¿Cómo enseñar? Creí que al transcurrir el semestre o quizá con otros textos podría
responder a esas preguntas.
Al terminar de escarbar el escrito de Comenio realicé mis primeros borradores de
mapas mentales con los lapiceros de colores; los mapas que iba realizando me planteaban
más preguntas que respuestas sobre los planteamientos a los que hacía alusión aquel texto,
pero a su vez me permitirían tener bases teóricas para poder explorar los demás libros. De
esta manera puse rumbo hacia el texto de Alicia Camilloni, El Saber Didáctico, lectura que
sospechaba me daría quizás un panorama diferente al de Comenio y con la que podría
resolver las dudas que hasta ese momento surgían. Pero podía pasar como me sucedió al
empezar a hacer los mapas: plantearme más preguntas que las que tenía anteriormente.
Aquellas eran aguas más claras y tranquilas que las de Comenio, aunque habían
algunas similitudes. Presentaba una visión actualizada de la didáctica, partiendo de su
definición, el porqué de la didáctica, la relación entre el docente y ella, sus problemas. Pero
lo que más llamó mi atención de lo que hallé, fue el concepto de enseñanza, sus alcances y
sus problemas a lo largo del tiempo.
Este hallazgo me condujo a encontrar cosas nuevas y noté que podía estar o no de
acuerdo con sus postulados. Tal vez llegaría a responderme las preguntas iniciales y por otro
lado generarme unas nuevas. El adentrarme en esta lectura me llevó a realizar mapas
mentales un poquito más claros, más estructurados, de tal manera que fueran de fácil
entendimiento para mí y así mismo para mi querido lector. El primer mapa realizado
después de leer a Camilloni fue el siguiente:

Aunque a usted, estimado leyente, el anterior mapa le parezca a lo mejor una Comentado [JCB1]: Aprobado por la RAE. Un poco raro,
chanda, aquel esquema me permitió marcar una ruta para descubrir nuevos términos, ya pero correcto el uso del término.
que al referirnos a este caso en concreto, la enseñanza deja entrever que involucra tres
elementos: alguien que tiene el conocimiento, alguien que carece de él y, por último, el
contenido de transmisión, que al relacionarlos entre sí da como resultado el concepto de
triada didáctica. Sin embargo, también como se observa en mi garabato me surgieron varias
preguntas, por ejemplo ¿La enseñanza se basa solamente en la trasmisión? Y si es así ¿Qué
se puede transmitir a través de la enseñanza? ¿El conocimiento? ¿La información? ¿Los
contenidos? ¿Todos ellos? O ¿Quizás ninguno? Comentado [JCB2]: No sé cómo mencionar varias
preguntas, entonces que lo dejé así
La lectura de a poco me desenrolló un jurgo de nudos que se fueron formando en
mi mente desde un principio, mientras de la misma manera me dejaba aún con otras dudas
que iban revoloteando dentro de mí, no obstante, entre mis preguntas y respuestas logré
construir mi embarcación intelectual para poder navegar con más facilidad y con un poco
más de autoridad en aquellos mares de la didáctica y la práctica docente. Es por esto, que
al ir leyendo aún más aquella obra de Camilloni, al mismo tiempo el diagrama sufría
transmutaciones, le añadía y le borraba cosas, modificaba palabras, es decir, lo estructuraba
y lo cartografiaba mejor para poder entender hacia donde debía enfilar mi rumbo y a su
vez, si era necesario, no dejarlo tan denso y no concluirlo, para así dejar abierta la
posibilidad de compararlo con los demás textos, o relacionarlo con más conceptos. Por
consiguiente hice otro mapa, esta vez, creo, un tantico más estructurado que el anterior:

Después de esto seguí con el repaso mis lecturas, analizándolas detenidamente,


razón por la que tomé el texto de Camilloni para contrastarlo con otros documentos, con la
información que había en mi mapa y tal vez poder añadirle aún más elementos, así que me
embarqué hacia la obra de María Davini, Métodos de enseñanza. Éste me ayudó a aclarar y
reforzar lo leído con Camilloni, pero noté que se comenzaba a profundizar aún más en el
concepto de aprendizaje, su relación con el estudiante y a su vez de forma más estrecha
con la enseñanza. Entonces, teniendo en cuenta lo planteado por Davini y Camilloni, noté
entre aquellas aguas un nuevo concepto a partir de los métodos de enseñanza que llevan a
mejorar el desarrollo del aprendizaje, es decir, la didáctica.

Como resultado de este esquema comencé a avizorar más conceptos... tríada


didáctica, intencionalidad, contenidos, saberes, conocimiento… más sin embargo, al ir yo
de arrancada en mi barco mientras observaba los esbozos diseñados, me surgió una
pregunta dado que hasta ahora tenía la definición de dichos conceptos pero no veía una
clara relación que me orientara para aplicarlo en mi ejercicio docente, de tal forma que me
pregunté ¿Cómo podía aplicar toda esa teorización a mi futuro rol como educador? Me
tomó más tiempo abordar esta pregunta y sabía que con los esquemas que había hecho no
me bastaba. Entonces sentí que mi navío comenzó a tomar un rumbo desconocido. A lo
largo de mi carrera fui acumulando algunos conceptos muy generales de lo que implicaba
la labor docente, pero todavía no estaba claro ni me era posible definir muchos de esos
conceptos que se suponía ya debía dominar: ¿Didáctica? ¿Pedagogía? ¿Currículo?
¿Estrategia? Todo eso, si bien lo había escuchado mil veces, creaba en mí terribles borrascas
cuando se me preguntaba que lo definiera. Yo seguía poniendo a proa mi buque y luchaba
por mantenerlo a flote en medio de la dura tempestad. Volvía a los libros una y otra vez,
buscaba las definiciones en otros textos, enciclopedias y en la web; deseaba encontrar tierra
firme, orientarme, pero nada, a lo lejos no vislumbraba balizas que me guiaran y mi brújula
tampoco me daba un norte, no me hallaba. Y así pasé varios días. A la deriva.
Avanzaron las semanas y nada. Los recursos que tenía se agotaban y yo aún me
mantenía en mar abierto flotando con unos mapas que me ayudaron al inicio de mi viaje,
pero que se vieron insuficientes con el correr de los días surcando los mares. No obstante,
recuerdo muy bien que una mañana agotado, sin fuerzas y hasta achilado me levanté de mi
camastro, tomé de la mesa que había al costado izquierdo mi pluma para tachar como a
menudo lo hacía en mi almanaque los días que pasaban, esta vez era el turno del 12 de
abril. Me dirigí somnoliento, lagañoso, hasta con cierta torpeza a la cubierta en busca de un
balde con agua, allí mis manos se sumergieron juntas mientras aquel gélido fluido cubría de
a poco mis palmas hasta llegar a mis pulgares y, de manera repentina por medio de una
acción violenta llevaba en dirección a mi rostro. Realicé lo mismo en repetidas ocasiones.
Pretendía despertar congelándome la jeta al tiempo que las insensibles gotas pasaban como
Pedro por su casa a través de mi cuello y mi torso al punto de entumecerme por completo,
pero no me importaba nada, ni siquiera el frío tan bestial. Solamente quise un instante para
no pensar en el poco avance que estaba logrando con mi búsqueda.
Así transcurrió gran parte de la mañana, deambulaba de proa a popa y viceversa
pretendiendo despejar mi mente al mantenerla ocupada en otras cosas; limpié la cubierta
de mi barco, aproveché para seguir con la lectura de mi libro favorito que había dejado
semanas atrás a la mitad de la trama, hasta me di el tiempo de escribirle una carta a mi
amada, a quien tenía en su momento a 1206 millas de distancia. Pensándolo bien todo esto
sirvió, porque los momentos pasaron, los minutos también, y luego hasta los segundos.
Luego, de segundo en segundo agarré un segundo aire, levanté la mirada y como especie
de serendipia observé a lo lejos lo que parecía «una pequeña isla en medio de la nada»; me
despabilé, corrí rápidamente a buscar mi catalejo para ver qué era. En efecto lo pude
confirmar, no lo creía, me froté las vistas para comprobar lo que estaba observando y
nuevamente miré a través de mi instrumento, en efecto al parecer había encontrado terra
firma.
Rápidamente dirigí mi rumbo hacia allí, en mis entrañas se generaba expectación
por saber con qué me encontraría; cogí el duro y aún sucio timón de mi barco y lo giré para
dar dirección hacia aquel sitio, y antes de llegar, di una ojeada para hacer el reconocimiento
parcial del texto y cuando creí estar listo atraqué en la costa; mis pulmones se llenaron aún
más de aire, me preparé y al llegar por fin supe que se trataba de él, el texto de Edith Litwin
El oficio de enseñar. Antes de explorarlo a profundidad preparé mis bolígrafos retractiles de
colores y un papel para cartografiar lo que fuera necesario de aquel libro. A medida que iba
leyendo diseñaba mi mapa mental. Los conceptos mencionados en los anteriores esquemas
a este texto los aplicaba y a su vez los relacionaba entre sí mediante dos palabras que el
autor dejaba muy en claro a lo largo del escrito, práctica docente.
Por lo cual, mientras pasaba páginas y páginas del Oficio de enseñar tomaba la
noción de hacia donde debía reorientar mi recorrido. La lectura me hizo despejar algunas
dudas y así pude de a poco reconstruir mis velas, que terminaron muy desgarradas después
de aquella tormenta. Pasé días en aquella isla reconstruyendo lo averiado, tomando nuevas
herramientas que me permitieran zarpar de nuevo y añadiéndolo a mi primer mapa
realizado en aquel cayo, de modo que el resultado de mi nueva ruta con la que tenía
decidido volver a la mar fue la siguiente:

Quizá, después de haber visto el anterior esquema habrá alguno que quedó igual
que este autor cuando recién terminó su mapa, corchado y con cara de confundido. De
manera que usted no se despreocupe, ya que tal y como dijo un famoso personaje, «por un
lado es mucho, pero por otro es poco». Así que sin más dilación y para explicar un tricitico
mis garabatos, de la forma más atenta posible me permito mencionar que el término
principal del mapa (Práctica Educativa) se analizó fragmentando los dos vocablos que lo Comentado [JCB3]: Se infiere el término principal con la
conforman; el primero de ellos, la práctica, vincula el conocimiento práctico y no teórico explicación de más adelante, pero si es conveniente
mencionarlo se deja...
con las experiencias vividas por el educador, por lo tanto, a partir de ahí se puede hablar de
un saber práctico, que es la conceptualización de los contenidos teóricos y su relación con
la experiencia adquirida a través del ejercicio docente. Esa experiencia, ligada con entender
el uso de las nuevas tecnologías permite aún más la comunicación con los estudiantes,
presentación de contenidos, preparación de materiales, el adquirir información y el uso de
nuevas herramientas tecnológicas en la clase. Ahora bien, la educación, que es la segunda
palabra principal a considerar, tiene varios fines que dependen de la persona, la sociedad y
la cultura, de manera que el pueblo y la época determinan los métodos y estrategias con
las cuales se puede enseñar de diferentes maneras. A esto se le conoce como Didáctica.
Cabe señalar además, que por medio de la didáctica se pretende una educación para todos,
claro está, reconociendo también que el aprendizaje no es el mismo para todos, ya que la
educación para el aprendizaje de los estudiantes cuenta con ciertas reglamentaciones en el
ámbito nacional, regional, jurisdiccional e institucional.
En consecuencia, la anterior verborrea fue una pequeña muestra de lo que me topé
en aquella ínsula, de los nuevos instrumentos y datos que adquirí e inmediato utilicé para
remendar lo cascado de mi nave. A decir verdad, tardé un poco más de lo previsto porque
quería tener todo preparado antes de partir, puesto que no deseaba que me ocurriese lo
mismo cuando quedé desorientado y a merced en los dominios de Poseidón. Así pues, ya
con mi embarcación reconstruida, rediseñado mi mapa y una vez recolectados suficientes
alimentos alisté mis velas remendadas, hasta que al fin icé anclas. Puse otra vez rumbo hacia
el océano, a seguir con la exploración de nuevas aguas y territorios que cartografiaría a
medida que fuera navegando.
Con el correr de las horas en mi buque repasaba y organizaba algunos datos aún
incompletos que obtuve al haber visitado aquella isla, datos que no me permitían realizar
un nuevo mapa mental aparte del que tenía, así que los dejé por un momento quietos y me
dediqué a descansar en mi navío de los días ajetreados que tuve. Al paso de un centenar de
horas, a eso de las tres y pico después de mi motoso vespertino volví a dejar el camarote,
tomé la almojábana que guardaba para «las onces» y salí a cubierta a comer y tomar un
poco de aire, sin embargo, antes de dar el primer bocado, de repente vi a la lejanía una
embarcación más grande, mucho más vistosa y mejor equipada que la mía; me causó
curiosidad, di vuelta al timón y decidí seguirla con cierta cautela para ver hasta donde
llegaría, mientras en mi cabeza se planteaban ciertas preguntas acerca del capitán de aquel
navío. De la misma manera me pregunté hacia dónde se dirigía y qué o a quién buscaba.
Dudas que me llenaban de intriga y me incitaba a seguir a dicha nave manteniendo una
distancia considerable, al fin y al cabo no sabía quién o quiénes estaban allí.
Pasados tres días y dos noches de seguir aquel barco, vi por fin que este se
aproximaba hacia tierra firme. Era una isla muy grande donde a lo lejos se podía ver varios
barcos abarloados en su puerto, un puerto nuevo, embarcaciones de diferentes tamaños,
formas y colores; la intriga me corroía las entrañas, tenía igualmente curiosidad por ver qué
había allí. Esperé que el navío que yo seguía echara anclas primero, me mantuve un poco
alejado de aquella isla observando por varios minutos a través de mi catalejo las
embarcaciones y más concretamente los marinos que se encontraban en la costa, los veía
departiendo y conversando unos con otros, así que me llené de valor y despacio decidí
acercar mi barco al muelle. Fondeé mi navío, antes de desembarcar tomé mis hojas de bloc,
mis esferos de colores y mis mapas mentales, inhalé y con determinación pero lentamente
hice el descenso de la nave. Di mis primeros pasos, muchos marinos me miraban de arriba
a abajo pero no me dejé azarar, seguía mi camino como si nada con la intención de explorar
la isla y en algún caso, si se daba, hablar con otro marino.
Inicié el reconocimiento del territorio dando pasos lentamente y observando su
paisaje, aun sin hablar con nadie, pero mientras recorría el lugar, sin darme cuenta tropecé
con otro navegante, su apariencia era un tanto «gañanezca». Eso me sorprendió un poco.
Al disculparme con él y antes de seguir con mi marcha me saludó —¡Que se dice mi perrito!
¿Todo bien? Mi nombre es Andrés — Yo giré mi cabeza, lo miré a la cara, lo saludé e hice
mi presentación de manera distendida —¡Q’hubo parce! Todo bien. Mucho gusto, mi
nombre es Jheisson, pero mis amigos me dicen Jhey— Posteriormente me devolví hacia
donde se encontraba y le pregunté sobre aquel lugar tan extraño y las personas que se
encontraban allí.

—Esta isla es un lugar de encuentro de muchos marinos como usted y yo —


respondió él—. Estamos aquí para conversar sobre nuestras travesías, muchos buscamos
llegar hacia aquel lugar llamado práctica docente, pero he hablado con otros navegantes y
me dicen que llegar allí es muy berraco, sus aguas son muy agitadas y no admite la
navegación de cualquiera que no esté preparado.

Lo que me dijo el marino Andrés me llenó de expectativa, teniendo en cuenta que


mis mapas iban orientados hacia aquel lugar, por lo que seguí conversando con él para ver
qué otra información tenía acerca de aquel sitio. Pasados seis minutos de charla, el
gañanezco y jocoso individuo me invitó a acompañarlo a una taberna para presentarme con
los demás navegantes que estaban de paso por aquella isla; ellos, según comentaba aquel
marino, eran un grupo de 18 corsarios en formación y se hacían llamar «Los Tullidos». Este
grupo se encontraba para debatir sobre sus historias y para escuchar a La Capitana CR, una
experimentada loba de mar que, por lo que percibí de palabras de Andrés, tenía el suficiente
conocimiento y experiencia para dominar aquellos mares y era la persona indicada para
guiarlos u orientarlos hacia aquella travesía llamada práctica docente. Aunque noté que,
aparentemente, tenía fama de una gran severidad e incluso ser cruel con los primíparos o
cualquiera que «diera papaya».

Enseguida, Andrés decidió presentarme a los demás tullidos con los que él debatía
mientras esperábamos a la Capitana CR; se presentó él primero, se notaba a simple vista
que era un marino muy observador, no hacía uso de mapas ni escritos, era muy bueno
contando sus travesías, las cuales narraba con el más mínimo detalle, a veces con una
singular exageración, pero ante todo con un tinte divertido debido a sus infaltables
expresiones características como «tin», «tan» y «pun». El segundo de ellos era Jaimito, un
excelente explorador que por lo general programaba sus viajes de manera meticulosa y
siempre al zarpar hacía uso de aparatos sofisticados de navegación. Otro del grupo, el
marino Nelson, se decía que era un navegante que no necesitaba de mapas, pero era un
gran cronista, era un personaje muy preciso escribiendo y detallando cada aspecto de los
lugares o mares que visitaba. También me presentó a Gabo, uno de los marinos más
longevos del parche, quien por lo general diseñaba mapas al momento de embarcarse pero
que solo podían ser descifrados por él, ya que para los demás aquellos trazos eran
irreconocibles.
En ese grupo contaban igual con la presencia de dos corsarios que tenían la
particularidad de encontrar todo lo maquiavélico en cada uno de sus viajes, a simple vista
se veían como cualquier otro marino, pero al entablar conversación con ellos se podía
observar el nivel de oscurantismo que tenían al relatar sus travesías; eran Johan y Juanito.
De la misma manera, Andrés siguió presentándome y describiéndome muy por encima a
cada uno de ellos, por ejemplo Brandon, un navegante camellador, con una singular manera
de relatar sus historias en medio de enredos y conocido dentro de aquella banda por su
facilidad al momento de «hacer males». Luego siguió con Rubén y Byron, quienes tenían la
particularidad y facilidad de conversar con las mozas de abordo de cada puerto y se valían
de ellas para obtener información sobre lugares y tesoros escondidos para así ellos poder
zarpar. El clan lo complementaban Mauro, Pacho, Rafa, Quinche, Lucho, Oscar, Gato y por
último Juancho, quien era otro de los más experimentados del colectivo y el encargado de
poner cordura cada vez que el grupo de «hermanos» como él decía se encontraba en aquel
lugar a debatir.

Así que, entre polas y guaros, Los Tullidos y yo seguimos conversando acerca de los
viajes y aspectos que se veían a lo largo de las travesías. Encima de la mesa cada uno dejaba
ver los tesoros, artefactos, mapas y escritos de aquellos recorridos, claro está, sin olvidar
los relatos de las vivencias de aquellas expediciones. Cuando llegó mi turno de narrar y
exponer mis experiencias, desenrollé los pergaminos que había trazado, así como los datos
inconclusos que aún tenía y seguía sin resolver. Gracias a nuestro coloquio le encontré un
nuevo sentido a los apuntes y conceptos que estaban inconclusos. Estos navegantes en
formación me orientaron un poco y a medida que comparábamos las historias de cada uno,
iba en mi cabeza haciendo un bosquejo de mis renovados mapas mentales. Sin embargo,
entre las risas y discusiones del momento, a las afueras de la taberna se comenzaron a oír
algunos estruendos, gritos y arengas que nos hizo percatarnos que algo extraño estaba
pasando, por lo cual, al final del día no pudo darse el esperado encuentro con la capitana
porque tuvimos que desalojar el lugar. Ocasionalmente habían enfrentamientos entre la
fuerza oficial y los piratas de la isla.

Al llegar el anochecer, luego del zafarrancho que se formó allí fui a mi navío para
seguir con la elaboración de otros mapas mentales, teniendo en cuenta los datos
incompletos que obtuve antes de llegar aquí, contando además con la información que
había recolectado al hablar con aquellos colegas, de manera que la mayor parte de la noche
estuve concentrado en dicha tarea. El resultado fue este:
Y este otro:
La mañana siguiente, invitado de nuevo a sentarme en la taberna con mis nuevos
parceros desperté más temprano de lo normal. Bajé rápidamente de mi camarote, me puse
la indumentaria, mis manos tomaron mis infaltables bolígrafos de colores y dentro de los
bolsillos del pantalón ya estaban los mapas hechos la noche anterior y los que me
acompañaban desde hace tiempo; como pude agarré un Chocoramo que lo vi haciéndome Comentado [JCB4]: Después de un sondeo
ojitos encima de mi escritorio y de esta manera abandoné el barco por un rato. Quería medianamente serio se logró establecer que las personas
prefieren el chocoramo.
seguir recorriendo aquel lugar por mi cuenta, así que me dispuse a caminar más hacia
adentro de la isla para ver qué otras cosas podría encontrar. A medida que deambulaba, el
paisaje que veía lo registraba en mi cabeza como un daguerrotipo. Sentía igualmente que
este lugar tenía algo particular, se respiraba libertad, autonomía, conocimiento,
aprendizaje, experiencia; era algo mágico. Este territorio quedaría marcado para mí, sabía
que debía volver, era un lugar que no olvidaría jamás.
Al cabo de un millón de milisegundos, cuando terminé mi exploración decidí volver
a mi barco, pero en medio del camino me encontré a Los Tullidos, quienes me advirtieron
que ya estaba por llegar la capitana de la que ellos tanto hablaron. Rápidamente nos
dirigimos cerca al puerto donde ella atracaría; todos los demás corsarios en formación
estaban en la costa expectantes, mirando fijamente el enorme y vistoso barco que se
acercaba. Recuerdo ese instante como si hubiese sido ayer. Sin darme cuenta entendí lo
que planteaba Einstein en su teoría de la relatividad: Cada observador desde su perspectiva
experimenta el tiempo de manera diferente. Me sentía fuera de este mundo; cada minuto
me parecía eterno. Evoco ese momento y aún veo el paisaje detrás de esa embarcación;
algunos truenos, rayos y centellas que se colaban con furia de aquel cielo, tan oscuro que
parecía que el sol se hubiese apagado por completo. El agua se veía con recelo en sus
marejadas golpeando el barco con vehemencia; quería absorberlo, pero ahí estaba,
indemne como si nada estuviese ocurriendo.
Mientras el navío iba aproximándose al muelle, de algunos compañeros navegantes
que estaban junto a mí les logré percibir algunos murmullos, lo que más se repetía era el
sonido de —¡Juuummm! — Y otros lo complementaban con un contundente —¡Ya paila! —
Ahí recuerdo que en medio de la tensión fue donde logré sonreír un poco, aunque esa
sonrisa se desvaneció cuando giré mi cabeza y me detuve a observar la reacción de mis
demás colegas. En la mayoría de ellos contemplé sus rostros de desesperación, viendo como
sus dedos rodeaban sus cabezas y sus bocas dibujaban una expresión de terror, angustia y
perturbación. Era como estar frente a frente con el grito de Edvard Munch.
No sé con exactitud los segundos, los minutos o las horas que pasaron entre la
advertencia y hasta que La Capitana abocó en la isla, no obstante, a partir de ahí el tiempo
cambió un poco, algunos rayos de luz comenzaron tímidamente a traspasar las nubes y el
mar amainó. El navío por fin echó ancla. Pocas veces había visto una embarcación de tal
magnitud. Ahora, lo que reinaba en ese momento era un silencio lúgubre que nadie quería
romper, ni siquiera las olas, que al parecer quedaron mudas y vigilantes al igual que
nosotros esperando el desembarco de su tripulante. Una vez ella apoyó su primer pie en la
desgastada y mojada madera del muelle se escuchó hasta la lontananza el rechinar de las
tablas, y en cuanto daba cada paso por el puerto de manera inexplicable la madera
reproducía tal cual escena apocalíptica las mismas notas de la obra musical «O Fortuna», la
cual con cada pisada se volvía más y más sollozante para los que estábamos en la orilla.
Por fin había llegado. Estaba delante nuestro aquella mujer de estatura baja, de
cabello grisáceo, con sus inconfundibles y características pecas en su rostro y sus antiparras
que la hacían ver más ruda de lo normal. Su mirada era fija, firme, atemorizante y nadie se
daba el lujo de mantenerle la vista arriba. Todos seguíamos sin inmutar palabra alguna,
mientras yo miraba a mi alrededor a los demás y en sus gestos seguían las caras de espanto,
como si hubiesen visto al mismísimo «Barbanegra».
Rápidamente en su caminar sobre la arena pudo abrirse espacio entre la multitud
hasta su taberna predilecta, buscando un buen lugar donde poder sentarse, y cuando lo
hizo descargó a su lado las cosas que traía consigo, después, dio una mirada panorámica
hacia todos los que estábamos frente a ella y dijo con voz de generala:
—¡Hola salvajes! ¿Cómo están?
A partir de ahí tomó la palabra. Dio inicio con la narración de las aventuras y
travesías que había hecho en su último viaje, relatando igualmente lo encontrado en las
diferentes aguas mientras surcaba los mares. Los demás escuchábamos atentamente e
interveníamos para realizarle preguntas más al detalle de aquellos océanos y territorios en
los que ella había navegado. Yo, mientras tanto, aprovechaba las historias de La Capitana
CR y la participación de los demás marinos para realizar nuevos mapas mentales de los
temas sobre los que allí se hablaban. De todo lo que se discutía salían a relucir temas que
yo no había escuchado nunca y que me pareció interesante relacionar con la información
que tenía, por ejemplo, se contaban historias acerca del saber didáctico y su relación con
los docentes, así como de la planeación didáctica argumentada, sus características y la
importancia dentro de la ejecución de clase. Me pareció pertinente cartografiar estos temas
porque pensaba que me podrían ayudar a complementar los anteriores mapas que tenía,
de modo que decidí dibujar con mis lapiceros de colores los dos nuevos esquemas.
Con el paso de las horas, luego de prestar atención a tan magnos relatos el grupo
que escuchaba a la capitana se iba reduciendo. Al terminar solamente quedaban Los
Tullidos, uno que otro marino desconocido y yo. Antes de retirarnos de aquel sitio de
reunión quise acercarme a CR; pretendía que ella me orientara un poco sobre cómo afrontar
tan bruscas mareas de la práctica educativa, sin embargo dentro de mí había cierto susto al
momento de presentarle mis pergaminos, no quería que tal vez al revisarlos me fuera a
despellejar mis ideas y mi ruta, además de que me ganara un «madrazo», pero en cuestión
de microsegundos me llené de valor y decidido me despuse a mostrarle los mapas que tenía,
además de comentarle cuál era mi objetivo de tan largas travesías. Ella tomó aquellos
esbozos entre sus pequeñas manos, se quitó sus gafas, se puso su monóculo y comenzó a
observar uno por uno muy atentamente; se tomó su tiempo, después me dijo:
—¡Están interesantes! Le falta completarlos con una ruta más, pero va bien —
además añadió—: Es necesario que pase por los mares del ETA, aquí están las coordenadas
para que llegue —y finalizó diciendo—. Sumérjase en esos mares, explórelos bien antes de
enfilar su rumbo hacia las aguas de la práctica educativa.
Luego de aquellas palabras tan consoladoras para este pobre corsario agobiado y
doliente, di las gracias y me retiré lentamente a mi barco. Toda la tarde estuve preparando
mi navío para poder zarpar en la alborada; revisé la cubierta, los mástiles, reforcé las velas,
el casco, alisté provisiones y mis mapas mentales. Al llegar el ocaso me reuní de nuevo con
Los Tullidos, les comenté lo que me había dicho CR y a su vez la ruta que yo seguiría para
afrontar las mareas de la práctica educativa, les prometí volver para en otra ocasión
reunirnos todos y poder hablar de aquel viaje. Algunos de ellos también estaban poniendo
a punto sus barcos para salir hacia aquellas aguas, pero a diferencia de mí, muchos se
tomarían unos días más para prepararse y lo harían mediante el uso de otras rutas.
Llegó el día, eran las 5:42 de la mañana. Abrí los ojos y rápidamente abandoné mi
camarote, comí casi que embutiéndome lo que preparé para ese día y sin más largas decidí
izar anclas. Entre más me alejaba de la isla, directamente proporcional era mi nivel de intriga
y emoción, porque en seguida de explorar los mares del ETA afrontaría ahora sí las fuertes
aguas del ejercicio docente. Al cabo de un rato de zarpar, concentrado como casi nunca
recordé nuevamente lo que me dijo la capitana, aunque en ese instante caí en cuenta que
me hizo falta consultarle a ella sobre un pequeño detallito, cual «chino» de colegio que
espera llegar a su casa, y después de ver sus apuntes se dio cuenta que olvidó preguntar lo
más importante del tema visto en clase, sin embargo y sin el afán de querer excusarme,
creo que cuando le dirigí la palabra por primera vez se me pasó plantearle la inquietud
debido al temor que tuve, aun así, una voz dentro de la tusta con más y más fuerza me
sembraba la duda:
— ¿Qué significa el termino ETA?
Por más que le echaba cabeza no lograba hallarle lógica a ese vocablo o a esas siglas.
Sabía por que por cultura general o como dice un amigo «folclore del pueblo», la palabra
ETA era la séptima letra del alfabeto griego, o era el nombre de una cadena montañosa de
Grecia Central, hasta no sé de dónde aprendí que era la abreviatura del Ácido
eicosatetraenoico, pero aun así esas referencias no tenían nada que ver con mi viaje o mi
ruta, de modo que irremediablemente tuve que devolverme a los mapas, buscando
conceptos que se relacionaran y tal vez me pudieran dar una luz. De allí lo que pude
asemejar fueron términos tales como enseñanza, educación, estrategia, teoría, técnica,
aprendizaje o análisis. Pasé π (pi) horas jugando con esas palabras, las escribía en vertical y
horizontal como si estuviese llenando el crucigrama del periódico local; las combinaba unas
con otras con el fin de formar las siglas y a su vez hallarles un vínculo más cercano entre
ellas, mientras de reojo, con ayuda de la carta náutica, las reglas paralelas y el sextante me
percaté estar muy cerca del punto de referencia.
Sin ningún contratiempo y hacia el mediodía arribé a aquel mar. Este se encontraba
en calma y los rayos del sol caían apaciblemente sobre él. Por fin saldría de mi duda sobre
cuál era su verdadero nombre de sus aguas, el cual sin querer queriendo «casi le atino»,
porque sin más espera y para que no los carcoma más la intriga, para todos, damas,
caballeros, niños y niñas, presento a ustedes los mares de la estrategia, técnica y actividad,
o más formalmente conocida como estrategias y técnicas didácticas.
Circundé sus aguas un rato para ojearlo, y al cabo de 1492 segundos decidí hacer
uso nuevamente de mi equipo de buceo; me puse mis aletas, me coloqué las gafas, me até
el oxígeno en la parte de atrás de mi cuerpo y me lancé de espaldas al mar. Inicié con el
submarinismo; al ir más al fondo encontraba algunos términos muy familiares para mí, pero Comentado [JCB5]: Según la RAE, es el conjunto de las
otros no tanto: estrategia, técnica, actividad, evaluación, diseño y procedimiento fueron actividades que se realizan bajo la superficie del mar, con
fines científicos, deportivos, militares, etc...
algunos componentes que sustraje. Notaba igualmente que todos ellos se encaminaban
hacia una palabra que era el foco de atención al momento de abordar la práctica educativa:
aprendizaje. De esta manera todo lo que yo encontraba que me pareciera interesante lo iba
recolectando, independientemente si lo veía de mi agrado o no, esto con fin de analizarlo y
relacionarlo con todos aquellos elementos que yo había encontrado en mis diferentes
viajes, para decidir a posteriori si me serviría o no para lo que yo necesitaba. Estuve dos
horas y tres octavos zambullido, atesorando las riquezas que me ofrecía el texto hasta que
volví de nuevo a mi barco.
Me senté, encima de mi escritorio dejé los elementos que había encontrado en
aquellos mares de las estrategias y técnicas didácticas (ETA) y a mi lado los mapas mentales.
Tomé cada porción del tesoro y lo analicé, los observaba una y otra vez mientras de soslayo
con mis esquemas trababa de buscar una relación con aquellos términos. No tuve la menor
idea de los segundos ni los minutos exactos que pasé realizando esa labor, pero lo que sí sé
es que después de esto me tardé 2022 segundos cartografiando los siguientes diagramas:
Esa misma noche me recosté en mi cama, mirando al techo de la nave pensaba el
día en el que por fin tuviese la oportunidad de enfrentarme a la práctica educativa, de
hecho, a pesar de haber realizado todos aquellos recorridos, de haber cartografiado todos
aquellos lugares, no tenía la certeza sobre el día y la hora en la que llegaría a aquellas aguas,
pero solamente me convencía de una cosa, que enfrentándome a aquellos mares me daría
cuenta si yo contaba verdaderamente con las suficientes capacidades, habilidades y
aptitudes para ser un buen marinero.
La mañana siguiente me di el lujo de levantarme más tarde de lo habitual, sabía que
ya tenía casi todo listo para seguir con mi objetivo, así que me dediqué a descansar algunos
días con el fin de recobrar energías para cuando llegara el momento definitivo. Las semanas
transcurrían con normalidad, sin mayores sobresaltos, pero notaba que al pasar cada día
los rayos del sol se ocultaban con mayor facilidad entre las nubes, además, veía que las
aguas iban perdiendo su tranquilidad y cada vez más crecía de a poco su oleaje, así que
estuve alerta. Cada periquete observaba mis mapas para verificar la ruta trazada, veía a
través de mi catalejo a mi alrededor, pero no se encontraba rastro de ninguna isla ni
tampoco de algún navío cercano. No obstante, como si a la vida le molestara verme
sosegado y en lugar de eso le divirtiera perturbarme, de la nada y muy a lo lejos vi una
embarcación que se aproximaba, aunque la neblina no me dejaba visualizar con exactitud
la nave ni a sus tripulantes. Una vez la pude ver, me di cuenta que se trataba de un navío
destrozado. No me cabía en la cabeza cómo se mantenía a flote aún de lo maltrecho que
estaba, y por su parte, el capitán de aquella nave lo notaba asustado y atortolado, sin saber
qué hacer. A partir ahí estuve más prevenido al ir pasando los días, no tenía idea cuándo
pudiera encontrarme ya en aquellas aguas.
Cada que amanecía, mi ansiedad se comportaba como una exponencial creciente,
sentía un «tencionadito bacano» al imaginarme frente a frente con la práctica educativa,
más sin embargo, en medio de los temporales nublados este día fue atípico, se lograba ver
sin inconveniente al horizonte. Me encontraba contemplando el paisaje desde la aleta de
estribor, pero, al avanzar cada vez más en el océano podía ver pedazos rotos de
embarcaciones y así mismo ver cuerpos de capitanes flotando en el mar; esto me impactó,
así que me pregunte qué había ocurrido y quién lo habría hecho. A medida que iba
avanzando de a poco encontraba cada vez más trozos de diferentes embarcaciones,
entonces, al pasar dos tercios de hora de estar observando aquella escena que parecía
interminable decidí ir hasta la proa de mi nave, tomé mi catalejo y lo que vi me impresionó.
A lo lejos en el cielo se veían las nubes más negras que jamás haya visto en mi vida y en el
agua se observaban mareas indescifrables, olas gigantísimas, remolinos de magnitudes
colosales. Los barcos que se encontraban allí salían deshechos y volando por los aires como
un papel en medio de un ventarrón. En ese momento y como acto reflejo entré a la
habitación de mi nave, puse encima del escritorio todos los mapas que había hecho, y
después de estudiar las rutas comprendí dónde me encontraba. Estaba en los mares de la
Práctica Educativa.
Sabía que faltaba poco tiempo antes de que entrara con vigor entre aquellas
mareas, así que muy cuidadosamente di una última observada a los esquemas, uno por
uno los fui detallando, no quería dejar nada inconcluso, todo debía estar firme y en su
punto; los mapas, mi navío y yo. Realicé un último análisis cual técnico de fútbol
preparando uno de los partidos más importantes, como si lo que estuviese en juego fuese
la final de la copa del mundo. Esto me tomó 90 minutos más 30 suplementarios, y así
tracé el último mapa mental, cuyo resultado fue este:

Ahora, como resultado de toda esta expedición, en este punto habrá alguno de
ustedes que se preguntará si este joven de tan tierna edad y de acento tan chirriado será
capaz de conducir la nave a buen puerto. Pues este joven, que entre paréntesis es quien les
relata esta historia les contestará:

—A pesar de ser tan pollo, tengo más plumas que un gallo y sobre todo, tengo ganas
de adentrarme en esa lucha con la marea y conmigo mismo, para poder sortear aquellas
aguas y determinar finalmente si soy o no un buen marino—.
LA GRAN NOTICIA

EN ALGÚN SALÓN DE LA UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA NACIONAL, DE CUYA UBICACIÓN NO QUIERO ACORDARME,


transcurría con normalidad otro espeluznante, desgastante pero satisfactorio semestre del
programa de la Licenciatura en Electrónica, en esta oportunidad en el seminario de Comentado [6]: Describir mas
Pedagogía y Didáctica con la maestra Claudia Rodríguez. Muchos compañeros de aquella
clase especulaban con el trabajo final que ella nos asignaría; se estudiaba la posibilidad que
quizá podría ser un ensayo recopilando todos los temas durante las clases, otros decían que
solamente era una evaluación escrita o tal vez una presentación oral de lo trabajado a lo
largo del semestre.
Al comienzo todo fueron rumores y se bromeaba con el tema. Hacíamos chistes
sobre aquel asunto y la verdad no se nos pasaba por la cabeza lo que ella elegiría finalmente
como actividad de cierre para el seminario. Pero yo creo que ella ya tenía predispuesta la
decisión desde hace mucho tiempo.
Estábamos a pocas semanas de llegar a la mitad del semestre y nuestras clases se
basaban en formar discusiones sobre temas como didáctica, currículo, metodología,
enseñanza, estrategias, actividades, entre otros temas. Entonces sucedió. Al final de una
sesión cualquiera, antes de terminar, la maestra se dirigió a nosotros para decirnos de qué
se trataría el trabajo decisivo del seminario. En ese instante un silencio sepulcral se apoderó
del salón. Todos tomamos asiento y escuchamos con atención cuál era, por fin, después de
tantas especulaciones por parte nuestra, lo que ella había decidido para nosotros, eso que
nos tocaba hacer como trabajo final que demostrara si realmente teníamos claros los
conceptos que una y otra vez se discutían dentro del aula. TENÍAMOS QUE IR A UNA INSTITUCIÓN
EDUCATIVA A DAR UNA CLASE, y al mismo tiempo hacer un informe a manera de reflexión en la
cual uno pudiera sacar conclusiones de la actividad realizada.
Sin anestesia soltó la noticia, y al momento hizo explosión en el recinto igual que
una papa bomba. Ella seguía como si nada dando más detalles sobre aquel ejercicio,
mientras los demás tratábamos de volver en sí cuando los tímpanos dejaron de sonar
después del aturdimiento. Los compañeros nos mirábamos unos a otros, algunos con cara
de susto, otros estábamos con cara de estupefacción, sin embargo debo reconocer que a
pesar de estar asombrado con la noticia, también tenía cierto nivel de intriga y emoción por
el reto que había propuesto la maestra, porque a partir de ese momento, una reminiscencia
que tuve gracias a una frase de Miguel de Cervantes que no recuerdo con exactitud dónde
leí me dejó algo muy claro… «El hombre que se prepara, tiene media batalla ganada».

LA PLANEACIÓN
La maestra planteó las reglas del juego el mismo día que nos dijo el proyecto.
Teníamos que ir una institución de nuestro libre albedrío a pedir el espacio y a su vez para
que nos asignaran el grupo con el cual se iba a trabajar. Teníamos que hacer, además, una
planeación didáctica argumentada. Esta planeación, dicho sea de paso, se iba modificando
en el transcurso de las clases cada vez que los compañeros exponían sus propuestas. Otra
de las pautas fue hacer responder, al profesor titular de la institución donde se iba a hacer
la práctica, un decálogo con una serie de preguntas que previamente se habían discutido y
formulado durante el semestre, así como presentarle la planeación didáctica argumentada,
la cual, si el titular lo veía pertinente, podía ser modificada hasta que él la aprobara. Por
último, había que entregar una evidencia en video en el que pudiera detallarse el desarrollo
de aquella clase. Dicho video debía captar a los personajes principales (practicante y
estudiantes), la escenografía y las situaciones o momentos experimentados a lo largo de la
sesión.
Me puse manos a la obra. Desde el día que la profe Claudia señaló cual era el trabajo
final supe que lo mejor y más sencillo era hacer la práctica en el colegio del cual soy
egresado, porque sabía que en medio de todo el tiempo que había transcurrido desde el
día en que me gradué hasta hoy, todavía permanecían profesores y directivos que me
conocían y tendrían recuerdos de mí, claro está, no por ser el mejor de sus estudiantes, sin
embargo consideré que me haría más sencillo el ingreso al plantel y por consiguiente la
obtención del aval por parte del colegio para hacer la clase. Así que en primera medida me
contacté con la cúpula de la institución, es decir con la rectora y los coordinadores que para
sorpresa mía todavía eran los que yo conocía y aún continuaban allí. Así que me citaron y
fui a reunirme con la directora en rectoría. Al ingresar recordé las veces que yo, como
estudiante, tenía que ir a esa misma oficina, y no precisamente a recibir de parte de ella
palabras de felicitación, al contrario, a mi mente llegaban todos aquellos sermones al estilo
de sacerdote de pueblo que me hacían dormir. Total, el día de la reunión le expuse a la
rectora lo que yo pretendía hacer y cuál era el objetivo de mi visita, para que ella a su vez
me diera el permiso de ingresar al colegio y realizar la actividad prevista, pero dicho permiso
vino acompañado con una sola objeción: no podía grabar ni tomar fotos dentro del salón
de clase. Gran problema, porque a pesar de la insistencia, yo escuchaba cada vez un rotundo
no. En seguida tuve que hablar con mis antiguos docentes, para que alguno, fuese quien
fuese, me otorgara el tiempo para llevar a cabo mi práctica. Eso, fue lo más sencillo. El
espacio me fue permitido por el profesor del área de Tecnología, quien era egresado, según
pude saber, de la Universidad Pedagógica Nacional. Él me dio el tiempo de 6:30 a 8:20 de la
mañana para trabajar con el curso 803, e incluso me permitió llevar a mi camarógrafo de
cabecera para poder hacer la grabación que la rectora me había negado.
Yo tenía muchas expectativas con el profesor titular del colegio, puesto que, desde
el comienzo de mi gestión para ir a hacer la práctica él se vio interesado en ayudarme en
todo lo que yo necesitara, y yo por supuesto veía en él un docente que, por ser egresado de
mi misma universidad, me daba garantías para presentarle mi plan de trabajo, mi decálogo
y, por qué no, tal vez hasta me pudiera dar algunas orientaciones para poder llevar a buen
término la cátedra.
Al recibir la autorización en aquel espacio del profe de tecnología inicié con la
preparación de mi clase. Lo que hice entonces fue preguntarle a él qué temas se podían
trabajar con los muchachos, y después de tener varios minutos de charla, concluimos que
yo podría dar una clase de electrónica básica, para que ellos en cursos más adelante lo
retomaran con este docente.
Después de ello comenzó la labor de planear mi clase teniendo en cuenta los temas
acordados con el profesor titular, para ello fui realizando mi documento de planeación, así
como los demás materiales que creía yo necesitaba para ese día. Todos aquellos avances
tenía que presentarlos en el seminario de pedagogía y didáctica para que fueran debatidos
allí entre todos, con el objetivo de poder tener mi planeación didáctica bien estructurada.
A partir de aquí, siempre tuve claro que la clase debía ser sencilla, sin muchos conceptos,
debían ser temas que ellos pudieran relacionar, además siempre aterrizando los términos a
la vida cotidiana para que pudieran asociarlo mejor y no se quedasen netamente en el
mundo conceptual y abstracto, sino por el contrario, quería hacerles ver que en cada
concepto, como la electricidad, la corriente, resistencias, podían interactuar de manera
tangible y, además, lo que ellos ven en otras áreas del conocimiento, como la física o la
matemática, lo podrían relacionar y darle un uso demostrativo por medio de la electrónica.
Por eso me propuse dividir la clase en tres momentos: la introducción teórica, la experiencia
práctica, y por último la síntesis de lo que se había trabajado anteriormente.
Las competencias y desempeños que planteé dentro de la planeación significaron
las metas o propósitos que yo buscaba alcanzar al momento de desarrollar la sesión, razón
por la que cada estrategia o actividades que preparaba para mis estudiantes iban orientadas
a alcanzar esos ideales que me había propuesto y lo que realmente quería que ellos
aprendieran. Fue por eso que a pesar de tomarme bastante tiempo detallando
minuciosamente cada momento de la clase, siento que al final fue justo y necesario, ya que
eso me permitió elegir qué materiales o herramientas podrían ser más pertinentes y así
mismo cuánto tiempo en promedio duraría cada actividad. Así que, luego de haber
plasmado en el documento mi hoja de ruta para mi práctica y después de varias
correcciones la presenté de manera oficial tanto a la maestra Claudia Rodríguez como al
docente titular.

Mi Agencia Central de Inteligencia


Una vez me dieron el visto bueno y tuve claro el grupo con el cual yo camellaría, a mi mente
llego una idea: ir a la institución a hacerles un operativo previo de inteligencia, acercarme
como un espía, observar, oler, oír, sentir, estar atento a su lenguaje verbal y corporal, del
mismo modo estar atento del lugar donde interactuaban. Así que faltando nueve días para
mi debut, acordé con otro docente titular el realizar mi observación a aquel curso que yo
tendría a cargo, por lo que ese día ingresé al colegio para hacer mi operativo de
reconocimiento. Llegué al salón antes que ellos porque quería tener claro ciertos aspectos:
en primer lugar, cómo era el aula, qué dimensiones tenía el espacio en el que iba a trabajar,
la distribución de los pupitres, el sitio donde estaba el escritorio del docente, la ubicación y
tamaño del tablero; en segundo lugar, debía estar pendiente al momento de entrada de los
estudiantes a clase, debía fijarme cómo eran sus actitudes, el rol que cada uno manejaba
dentro del aula, necesitaba tener presente cuáles eran los jóvenes del salón que se
imponían sobre los demás y asimismo tener en cuenta el número aproximado de
estudiantes con los que trabajaría ese día. Tenía en la mente todos los lineamientos de los
autores leídos en clase sobre la disposición del salón, la forma de dirigirse al grupo, el uso
del tablero… debía evidenciar cómo era la relación de la profesora a cargo de la clase con
los discentes y cómo la docente dirigía el grupo, además, qué estrategias y actividades
utilizaba la educadora en los momentos que la atención al tema se perdía, así como otros
detalles que para mí eran muy importantes y que yo debía saber sobre ellos, para tenerlos
en cuenta aquel día que tuviera que pararme frente al estudiantado y así estar un paso
delante de ellos, de tal manera que no tuvieran chance de hacerme poner ni verme inseguro
frente al grupo, ya que al sentir el más mínimo síntoma de duda serían como ese tiburón
que huele la sangre de su víctima y me despedazarían dentro del salón.
Así pues, ingresé al aula a hacer mi observación. Me mantuve sentado en la parte
de atrás analizando los detalles y echándole ojo a todos los talantes que me pudieran o no
servir frente a ellos. Pretendí en ese momento pasar desapercibido para los «chinos», sin
embargo fue inevitable, buscaban cualquier descuido de la profe de inglés para girar su
cabeza y sin disimulo escanearme puntillosamente con sus pupilas pero sin dirigirme la
palabra, mientras yo en ciertos casos me hacía el loco o mediante algún gesto escueto los
saludaba para ver sus reacciones. En esa comunicación no verbal percibí en unos cierta
pena, en otros apatía, amabilidad, y en algunas, detalle que para ser sincero me sorprendió,
vi sonrisas pícaras acompañadas hasta de guiñadas de ojo que me hicieron carcajear, claro
está, sin desconcentrarme de mi objetivo principal del ejercicio; mi labor de inteligencia.
Una vez el timbre dio por terminada la clase esperé que todos salieran, leí sus movimientos,
la forma con la que ellos abandonaban el salón y ya una vez éste quedó vacío, salí para
terminar los detalles que me faltaban para planear mi clase.

EL GRAN DÍA LLEGÓ


La noche anterior dejé todo preparado para tan esperada ocasión, mis carteleras, mis libros,
mis útiles. Cuando finalmente me acosté, no podía conciliar el sueño, daba vueltas y vueltas,
pensaba una y otra vez en la clase. Fue una de las noches más largas de mi vida.
Al día siguiente me levanté más temprano de lo normal, me dirigí a alistarme y me
puse la «hebra», seleccionada minuciosamente para la circunstancia. Bajé a desayunar lo
que mi madre me preparaba todas las mañanas, pero a diferencia de los días anteriores,
tuve más tiempo de degustar su desayuno, me supo diferente, más delicioso de lo normal
a pesar de la quemada tan berraca en la lengua con el chocolate. Al terminar, miré el reloj,
5:45. Deseaba que fuese más tarde, tenía ansiedad, la misma zozobra y las ganas de irme al
colegio me hacían recordar cuando teníamos salidas, o aquella vez cuando le dije a la niña
del salón que me gustaba, que si quería ser mi novia y me dijo «déjame pensarlo, mañana
te digo». ¡Uf, qué desespero! Quería irme al colegio ya.
Mientras llegaba la hora de salir, revisé nuevamente mi maleta y me cercioré que
todo estuviera en orden, que no se me fuera a quedar nada. Caminaba lentamente por toda
la casa, subía y bajaba escaleras una y otra vez, parecía un león enjaulado; como un joven
jugador de fútbol que está a punto de salir al estadio a echar su primer cotejo. No aguanté
más, a las 6:10 salí. Veía pocos estudiantes a esa hora, cerré la puerta de mi casa
lentamente, crucé la avenida, solamente me separaban cuadra y media de la escuela, pero
me gocé ese trayecto caminando hasta allá, me encontraba cada vez con más colegiales.
Entonces me llegó un déjà vu. Regresé a mi época de estudiante de colegio, me sentía uno
más de ellos con el saco gris, la camisa blanca con cuello de tortuga, el pantalón de lino azul
oscuro recién planchado y mis zapatos negros acabados de lustrar… hasta que llegué a la
puerta del plantel. Esperé un poco a las afueras de la institución a que llegara «Sancho
Panza», mi fiel escudero, mi amigo inseparable desde la infancia. Él era quien me iba a
ayudar con la grabación del video, así que mientras llegaba tomé aire, respiré profundo,
amarré las agujetas de mis zapatos y finalmente, cuando llegó entramos.
Me quedé un momento en el patio observando y a la vez recordando el colegio, los
profesores, los discentes. Estos últimos me miraban extraño, me veían de arriba abajo, pero
me tenía que ir haciendo a la idea de sus constantes miradas sin sentir nervios, todo lo
contrario, cada minuto que pasaba debía mostrar cada vez más seguridad. Subí al salón
donde se suponía teníamos clase, pero después de esperar siete minutos el titular de
tecnología me informó que no era ahí, que me habían cambiado el aula; me sorprendí, así
que rápidamente me dirigí al otro recinto donde tenía la clase, cuando llegué, me llevé
muchas sorpresas, pues el tablero era mucho más pequeño, en proporción su tamaño era
la cuarta parte comparado al del otro salón. Entonces recordé al profe Guillo en sus clases
de circuitos cuando se desesperaba por encontrar un lugar libre que tuviera un tablero más
grande, pero era inevitable, no podía cambiarme de aula; los pupitres no eran los mismos a
los del otro salón, eran totalmente diferentes, esta vez los estudiantes estaban distribuidos
en grupos de seis a ocho personas, sentados en mesas redondas, con lo cual algunos de
ellos quedaban con mucha dificultad para mirar el tablero, ya que le daban la espalda y así
yo sabía que era un poco más fácil que perdieran la atención a lo que se iba a hablar en
clase. Por tal motivo tuve que cambiar un poco la manera de explicar y debía hacerlo
utilizando en lo más mínimo el tablero.
El aula era mucho más pequeña que la que visité antes, lo que me dificultaba el
acceso por todo el salón. Esta parecía una estación de Transmilenio en hora pico, tenía que
hacer maromas para poder llegar al otro extremo, pero bueno, la ventaja era que no tenía
que gritar para hacerme escuchar y no esforzaría tanto mi voz, así que comencé.
Yo venía en medio de todo un poco confiado en mantener el orden del salón ya que
la rectora me dijo que era necesaria la presencia en todo momento del profesor titular, para
que él pudiera intervenir en momentos de tensión con el grupo, entonces llegué al nuevo
recinto, me saludé con el profe y enseguida él me presentó con el curso y les dijo que por
ese día yo estaría a cargo de la clase. Esas fueron las últimas palabras en las que escuché al
docente, porque después de ahí salió «a toda miércoles», no sé adónde, no sé a qué. Por
algún tiempo durante la clase pensé que iba a comprarse un tinto, e incluso en mi inocencia
creí que me traería uno, pero qué va, después de veinte minutos me convencí que él
pretendía tener tiempo libre.
Sin embargo, como dicen los artistas, LA FUNCIÓN DEBE CONTINUAR, así que le dije a José,
mi amigo que grabaría el video, que se ubicara en la parte del fondo del salón, que enfocara
como un camarógrafo profesional y realizara tomas desde los mejores ángulos posibles,
mejor dicho, que se metiera en el papel de estar compitiendo por ganarse un Premio Oscar
a mejor largometraje con la calidad de la grabación, mientras yo como el actor principal me
concentraba con mi labor, la clase.
Comencé presentándome, una presentación corta pero sustancial. Y
posteriormente de comentarles el objetivo que tenía la clase terminé mi presentación
diciendo en tono broma:
—Bueno muchachos, les tengo una pregunta ¿Para ustedes qué es electrónica? Se
los pregunto porque yo aún no sé qué es eso— En ese instante se escucharon las primeras
carcajadas por parte de los estudiantes acompañados de comentarios que contribuían al
inicio formal de la clase. Por lo tanto, a partir de lo que ellos aportaban inicié entonces con
el primer momento que tenía previsto con el estudiantado, explicando los conceptos
básicos de la electrónica: electricidad, voltaje, corriente, resistencia. A su vez, todo lo iba
asociando con ejemplos y preguntas sencillas para que ellos me pudieran entender mejor.
Recorría el salón de un lado a otro haciendo preguntas simples sobre el tema para hacer
más participativa y activa la clase. Claro está, había dentro de ella pequeños matices, por
ejemplo unos cuantos estudiantes que no prestaban mucha atención, de pronto por el
interés al tema, la temática de la clase, pensarían en la novia o el novio, en el descanso, en
comida, bueno, qué sé yo. Pero es normal, el docente que afirme que en todo transcurso
de la clase tuvo a todos los discentes concentrados y a gusto me hace pensar en dos
opciones: o es un Dios en lo que hace, o es un mentiroso.
Para la parte teórica, que no quería que se viera tan monótona, con eso del profesor
llenando tablero, y también por cuestión de tiempo, me ayudé de unas carteleras que había
hecho días anteriores en las que escribí lo más relevante para tener en cuenta. Sabía que
volvería a ellas con frecuencia y a la vez me servirían para hacer la parte práctica de la
sesión. Cuando finalicé la parte teórica, empecé el segundo momento que tenía para la
clase, la parte práctica. Para ello llevé una gran cantidad de resistencias y unos cuantos
multímetros, que son lo más básico en la electrónica. Sabía que me podrían ayudar de gran
manera e iban a retroalimentar lo que habíamos visto en el primer momento. Entonces le
pedí a cada estudiante que tomara tres resistencias de los colores que quisiera, les puse en
cada mesa un multímetro y les dije que calcularan de forma teórica el valor de las
resistencias para después medirlas con el multímetro, que vieran lo que ocurría y después
compararan el resultado teórico con el práctico.
A partir de ahí pude notar que la interacción con los educandos no era tan rígida,
llegaron así preguntas que no se formularon en el primer momento, además pude notar
que en su mayoría el curso comenzó a mostrar interés por la parte práctica, al conformar
de manera repentina y sin proponerlo en las mesas de trabajo algunos pequeños grupos de
discusión sobre los contenidos vistos previamente, evidenciando en otros de manera
particular como despertaban por sí solos esa curiosidad de conectar las resistencias entre
ellas, formando sin saberlo circuitos en serie, paralelo y mixto, que los llevaron a
interrogarme sobre un tema un poco más avanzado y que en la primera parte no vieron,
aunque de igual manera sin estar dentro de la planeación de clase me dispuse a explicar de
una forma muy rápida con el fin de no dejarlos con la duda. Lo anterior fueron aspectos que
me tomaron gratamente por sorpresa, me llamaron la atención y por consiguiente me
motivó para continuar con la metodología de la clase. No obstante, sentí que ese lapso
durante la sesión fue el más desgastante para mí, ya que de un momento a otro, como un
Ferrari que llega de cero a cien kilómetros por hora en cuestión de segundos, los decibelios
y el ímpetu del curso comenzaron a incrementar sustancialmente, lo que me obligaba a
subir un poco más la voz e intervenir en algunos casos, al mismo tiempo de estar atento a
todo lo que pasaba en varios lugares dentro del aula para así no perder el control del grupo.
En ciertos instantes me alcanzaba a sentir como ese Rockstar, o ese famoso futbolista al
cual lo acorralan un montón de fans enloquecidos gritando tu nombre con su papel y
lapicero poniéndotelo al frente para que les regales tu firma, pero claro, la diferencia es que
en ese lapso a pesar de estar rodeado por los colegiales no voceaban mi nombre sino que
me llamaban profe, y en lugar de acercarme el papel y el lápiz cerca de mi rostro para que
les diera mi firma me pedían que les revisara si el ejercicio que habían hecho estaba bien
resuelto. A pesar de eso, debo reconocer que me llenó de regocijo esa situación de verme
como político en campaña en medio de la multitud porque no esperaba lograr captar la
atención de esa manera por parte de la mayoría, pero también me sentí un tanto extraño y
a la vez complacido de escuchar a un estudiante por primera vez dirigirse a mí como
profesor, porque ahí pude entender de verdad que desde mi entrada al salón estaba
tomando mi papel muy en serio.
Al faltar trece minutos para terminar la sesión pasé al último momento que tenía
previsto, les pedí a los estudiantes que guardaran las resistencias y que solo dejaran media
hoja y un lápiz o esfero encima de la mesa. Les expliqué la temática del último fragmento
de la clase, la cual era escribir una síntesis de lo que habían aprendido conmigo en el aula,
así que mientras ellos escribían, yo me daba la última ronda por el salón ojeando y revisando
qué podrían estar escribiendo sin intervenir. Por supuesto, veía niños expresándose con
grandes párrafos, otros que con una o dos frases ya era suficiente, pero por el contrario
podía ver chicos mirando hacia el techo para ver, imagino yo, qué se inventaban o qué
escribían de rapidez para salir del paso.
Trascurrido un sexto de hora de ese ejercicio, recogí las hojas con la síntesis de cada
uno, me despedí de los jóvenes sin ningún problema y me dispuse a salir del salón cuando
me encontré en la puerta con el profesor titular de la clase. Este me preguntó si había tenido
algún problema con ellos, cómo se habían comportado, etc. Pero lo que me llamó la
atención fue que nunca me preguntó sobre el contenido de la práctica como tal, es decir, si
les había llamado la atención los temas vistos, si consideraba que habían aprendido algo,
no, de eso, nada. Para terminar, le hice firmar la planeación que previamente me había
avalado y me fui con mi amigo José.
DESPUÉS DE LA TEMPESTAD, VIENE LA CALMA

Al salir del aula de clase sentí la satisfacción de haber realizado un trabajo, en medio de
todo, bien hecho. Además, por mi cuerpo corrían las ganas de repetir la experiencia. Pero
bueno. Me calmé un poco y me dirigí a casa a seguir con mis demás labores, ahora como
estudiante. Decidí dejar pasar un par de días antes de revisar con detenimiento el video que
José había hecho y para revisar qué me habían escrito los estudiantes en cada una de las
síntesis.
Cuando pasaron 16 pares de horas después de aquel momento me senté frente a
mi escritorio, encendí mi computador y, mientras cargaba el sistema operativo, fui a la
alacena a buscar algo de comer y de beber para finalmente ponerme a camellar. Una vez el
computador estuvo listo, sin prisa busqué el video. Di vueltas y vueltas por entre las
carpetas hasta que lo encontré, pero no di clic sobre la opción de reproducir
inmediatamente. Tener el fichero frente a mí me causó alguito de zozobra. Yo no era una
persona muy dada a salir en fotos y videos. Imaginaba que me vería muy raro, pensaba
cómo se escucharía mi voz, en lo extraño y a la vez gracioso de ver mis gestos frente a cada
momento de la clase, o quizás dando vueltas por todo el salón. Una parte de mí se resistía
a ver el video, me decía que no, que no estaba listo para asimilar cómo me veía frente a los
demás, aunque la otra parte de mí sí quería ver esa grabación.
Luego de resistirme por un rato y filtrar las dos opciones por mi cabeza, me atreví a
dar doble clic sobre el archivo… Pero dejé mudo mi computador para concentrarme
solamente en la imagen. Una vez comenzó a reproducir el video, mi rostro cambió
totalmente; abrí mis ojos como platos, mis cejas se subieron tanto que pensé que ya me
habían llegado a la coronilla y, finalmente no pude evitar quedarme boquiabierto ante tal
vejamen personal, para posteriormente aclamar con un fuerte, sonoro y entonado
«uuuusssshhhh» de incomodidad por estar viéndome en la pantalla. Después de haber
pasado 17 segundos de tan particular reconocimiento conmigo mismo agaché la mirada
porque sabía que ahora debía escuchar al protagonista del documental, así que me llené de
valor y tenuemente fui subiendo el volumen de mi computadora. Llegado un nivel en el que
ya me podía escuchar, me comenzó una pequeña risa y exclamé:
— ¡No puede ser que yo hable así!
Pero qué más da; debía dejar a un lado la pena para seguir escuchando en el video
aquella voz de tarro. Recordaba en ese momento cuando de niño me obligaban a comerme
la sopa que más odiaba y lo hacía de mala gana, pero en el fondo, muy en el fondo sabía
que era por mi bien; así sucedió. Seguí adelante mirando fijamente la pantalla de mi laptop,
aunque esta vez ignoré mi voz dentro del video y me concentré un rato en analizar mis
gestos. Me era curioso que moviera tanto mi cuerpo, sin embargo lo que más me sorprendió
fue el tic que tuve en mi mano izquierda y que me acompañó en gran parte de la sesión;
algo que nunca había notado. En cada ademán veía reflejado a alguien de mi familia o
alguien a quien yo conocía. Jamás me había visto de esa manera, ni tan siquiera en un
espejo.

Detenía, reproducía y atrasaba el video una y otra vez y me daba cuenta de ciertos
detalles que me parecían interesantes, como por ejemplo el manejo de la voz en cuanto a
la vocalización y entonación; notaba que a medida que transcurría la clase, en muchos
momentos jugaba a modular mi voz con fonemas agudos y graves que me hacía captar en
múltiples ocasiones la atención de los estudiantes, aunque de la misma manera, comencé
a percibir que algunas frases, por no decir la mayoría, las conectaba por medio de esa
chinchada maña de usar las muletillas, que en mi caso fueron palabras como «entonces» o
«bien». Así seguí por algunas horas más, sentado frente a la pantalla de mi PC, buscando en
cada momento acomodo en ese suave pero a la vez jarto asiento para alivianar un poco ese
dolor en las nalgas, y ahí, como por retrospección me dediqué a observar minuciosamente
mi apariencia física, es decir, de qué manera yo me veía en el aula frente a los estudiantes
y cómo esa presencia de un educador desmirriado, culichupado, bigotón y barbudo, que
para esa ocasión dejó ver ante todos su cabello largo hasta la cintura y, vestido un tanto
descalzurriado, con gorro de lana tejido por su abuela, camisa de leñador, jean negro
descolorido y zapatillas podía llegar a adoptar ese rol como docente dentro del salón, sin
embargo, lo más interesante era percatarme cómo esa apariencia provocaba ciertas
reacciones en los púber, poniendo en algunos caras de asombro, en varios una cierta
indiferencia o apatía y en unos cuantos rostros de terror, pero en sí logrando despertar en
la mayoría esa curiosidad, que por medio de preguntas realizadas a partir de esa primera
impresión permitió que se rompiera un poco la timidez de ambas partes.
Lo anterior me ayudó a denotar también un poco mi manera de caminar, aunque
siempre pensaba que mi andar era la de un tipo un tanto ramplón, cansino, encorvado y
que por momentos tendía a ser más como Quasimodo, cuando me vi recorrer el aula de un
lado al otro sentí que me movía de una manera erguida pero natural a pesar de que el salón
fuese un tanto apretujado, sin prisa y sin mantener mis manos en los bolsillos, lo que me
hacía percibir en mí y a la vez mostrar en ese momento del ejercicio de mi labor cierta
seguridad y determinación.
De igual manera, pasé a percatarme en otros detalles más puntuales, como por
ejemplo mi manera de utilizar el tablero, si el tamaño de mi letra y los trazos que realizaba
eran lo suficientemente adecuados en cuanto al color, tamaño y distribución dentro de la
pizarra, ya que esta herramienta fue en cierto momento de la clase importante para mí,
teniendo en cuenta que mi objetivo era que el estudiante captara y asimilara ya sea toda o
una parte de la información, pero no solo eso, me di cuenta además que los materiales que
llevé me ayudaron cada uno de manera diferente para el desarrollo de la clase, dado que
cada elemento lo tenía predispuesto desde la planeación para cumplir con una tarea
específica; mis carteleras las había realizado con el fin de plasmar la información que yo
consideraba más importante y en la cual me tendría que remitir constantemente a lo largo
de la sesión, además de lograr con ellas no gastar mucho tiempo escribiendo en el tablero
y así ahorrar algunos minutos que me permitieran ser útiles en las demás actividades; mis
memorias RAM lograron despertar la curiosidad de mis chinos, mediante preguntas que
ellos realizaban a medida que iban observando las tarjetas electrónicas y que me llevaría
por un buen camino para colarme e introducir el tema principal. Por último, al presentarles
mis resistencias y los multímetros se obtuvo el punto álgido de la clase, puesto que eran
piezas nunca antes vistas por ellos y que tenían la opción de manipular y observar más al
detalle, además porque al trascurrir el primer momento de la sesión veía y era consciente
en algunos ese rostro de incredulidad, pero que al encontrarse con aquellos componentes
lograron de una manera diferente apropiarse de los contenidos vistos y por ende construir
cada uno su propio conocimiento hacia el tema.
Así pues, mientras continuaba realizando el análisis de mi praxis, como acto reflejo
vi sobre la mesa de noche la libreta de apuntes azul donde a diario le escribía mensajes a
esa majestuosa doncella llamada Michelle, por lo cual en ese momento decidí pasar por el
apuro de arrancarle unas cuantas hojas, tomar el lápiz de punta fina que transformaba mis
trazos en poemas y notas románticas para ella y usarlo esta vez en plasmar todos aquellos
detalles que había detectado en el video, desde el minuto uno en el que entré a clase, me
dirigí a los jóvenes por primera vez y me presenté, hasta el minuto 117, en el que el timbre
del colegio me indicó con su usual sonido cual árbitro de fútbol que aquel partido había
terminado, en el preciso instante que le dije a José que ya podía cortar y una vez ya los
«pela’os se habían pisado». Aun así, a pesar de lo mucho que me molestaba verme como
protagonista de un reality de tercera, con todos aquellos aspectos buenos y malos que logré
identificar me quedó la buena sensación de que reconocerme de esa manera me permitiría
darme cuenta qué fenotipo de educador podría ser, desde el simple hecho de ingresar con
mi particular pinta al salón, la manera en la cual dirigirme o comunicarme con mi
característica voz y ocurrencias a ese montón de individuos, el interactuar con ellos y con el
espacio sea cual sea, utilizando todos los materiales por sencillos que sean a mi favor, con
el fin de sacarles un máximo provecho para que cada estudiante por sí mismo construya
como si fuese un puzzle su propio conocimiento, pero siempre teniendo en cuenta que por
encima de cualquier cosa debería primar el respeto, el buen trato y sobre todo la seriedad
y la responsabilidad que requiere esta desdichada y desagradecida labor.
Por tanto, viéndome en el video reconocí la puesta en ejercicio de muchos de los
temas que estudiamos a lo largo no solo de las sesiones de pedagogía y didáctica, sino en
toda la carrera pero que aún no asimilaba muy bien. Como muestra de ello vale mencionar
la relación docente-estudiante, ya que a medida que la sesión transcurría notaba cómo la
recepción que aquellos chiquillos tenían sobre mí convolucionaba, y con el correr de los Comentado [JCB7]: Es un operador matemático que
minutos, desde una participación activa y dinámica por parte de ellos la clase iba abriendo transforma dos funciones f y g en una tercera función.

paso a ese divino concepto de triada didáctica. No obstante, debo reconocer que no fue
sencillo, porque desde el instante que ingresé al aula en los ojos y el actuar de mis
estudiantes pude ver algunas impresiones que contrastaban entre sí, como la timidez y
sumisión en unos, dejándose llevar por la corriente en cuanto a todas las instrucciones que
yo daba, desde el simple hecho de tomar asiento, guardar silencio y sacando papel y lápiz
listos para tomar apuntes, pero en otros, reconocía esa miradilla rayada y retadora,
acompañada de algunas reacciones muy comunes para oponer resistencia, como el
rastrillar el pupitre en el suelo, deambular por el salón o simplemente haciendo chasquidos,
crujidos o chillidos que incomodaban, aunque a medida que la clase avanzaba, estas
expresiones cambiaban.
También, de manera simultánea al observar el desarrollo de la clase con
detenimiento me propuse a detallar el texto de planeación; tuve la curiosidad de notar si
aquellos momentos, técnicas didácticas y tiempo que programé lo pude llevar a cabo. Para
ello volví a ver de nuevo toda la grabación sin parar, mientras que en mi mano izquierda
sostenía un esfero listo para tomar apuntes, tachar o subrayar en mi escrito de planeación
los ítems logrados y a su vez lo que consideraba eran una desigualdad; quería identificar las
diferencias que hubo entre lo que proyecté para la cátedra y cómo esta resultó al final. En
ese momento parecía estar haciendo la lista del mercado, aunque gracias a este ejercicio
pude determinar varias cosas; como primera medida reconocí la importancia que tiene el
hecho de planear una clase, lo valioso que es para un docente, y sobre todo, para uno que
hasta ahora está comenzando en esta labor el tener una guía que sirva de apoyo, la cual le
permita marcar una ruta y a su vez los objetivos que se buscan con el desarrollo de cada
clase, sin olvidar que la meta es el aprendizaje en el estudiantado. A continuación y como
segundo aspecto que logré evidenciar, es importante tener claros los desempeños y
competencias que se quieren con la sesión, ya que esto permite proyectar las habilidades,
destrezas o aptitudes necesarias en los discentes para que logren construir su propio
conocimiento, además posibilita al maestro a idear o planear con base a ello los diferentes
momentos de la clase, teniendo presente las estrategias, actividades, materiales y tiempo
de ejecución más idóneas según su criterio para lograr ese fin.
Como tercer aspecto importante, pude identificar que a pesar de haber cumplido
con los tres momentos previstos para la clase, en la puesta en escena el tiempo que calculé
para cada uno varió sustancialmente en ciertos casos, necesitando para mi sorpresa menos
tiempo del imaginado dentro de la parte teórica, pero también sintiendo que me hizo falta
más minutos en el momento de implementar los contenidos vistos en la primera parte de
la sesión, no obstante y tal vez por la dinámica que se presentó con el estudiantado logré
darme cuenta que hubo en algunos intervalos una mezcla entre los dos momentos
principales dentro del aula, puesto que mientras una fracción del grupo concentraba su
energía en el parte práctica, había otros discentes con los cuales debía retomar nuevamente
la teoría para que tuviesen claros los temas y así lograran continuar con el ejercicio
propuesto. Gracias a lo anterior, pude concluir que haber planeado algunas estrategias y
actividades, conjugándolas con los recursos o materiales didácticos que disponía en ese
momento, como resistencias, multímetros, entre otros componentes electrónicos, me
ayudaron a atravesar ese campo de fuerza opuestas a mí, y así, convertir aquellos rostros
de incredulidad, desidia y timidez en caras de sorpresa y gusto, sirviéndome además para
apoyar la explicación de los contenidos, buscando o mostrando diferentes caminos en el
proceso de aprendizaje de cada discente, todo esto con el objetivo de que no fuese una
clase tosca, simple y aburrida tanto para ellos como para este servidor.
Ahora bien, llegada la fría y sombría noche dejé de lado el video y demás
documentos hechos por mí y me concentré esta vez en leer cada una de las 27 síntesis
escritas por los estudiantes. Me tomé mi tiempo en cada una de ellas, las analizaba muy
bien y tomaba evidencia en mis hojas de lo más importante que podía extraer de todos los
manuscritos. Al pasar 61 minutos de risa y llanto causados por todo lo que escribieron para
mí, y después de descansar mis ojos de tan escalofriante ortografía y apocalíptica redacción,
me quedé con solo tres pequeños epítomes que a mi parecer reflejaron el objetivo que Comentado [JCB8]: Resumen de un discurso extenso en
quise tener desde un principio para la clase y los estudiantes; dichos compendios fueron los unas pocas palabras finales.

siguientes:

De la clase de hoy aprendi que la paloma cuando se para en los cables de la luz no se
electrocuta porque ella pisa el mismo cable con las dos patas y por eso es que no hay
diferencia de potensial. Aprendi tambien que resistencias se oponen al paso de los
electrones y su valor tiene que ver con el codigo de colores.

Laura Guzmán – 803

Vimos que la Ley de Ohm relaciona de forma numerica el voltaje la corriente y la


recistencia. Tambien calculamos y medimos el valor de las resistencias conectadas en
un circuito serie y paralelo.

Camilo Cortés – 803

En la clase vimos por dentro las cosas con las que estan hechas varias cosas electronicas
como memorias, MP3, computadores y como la corriente el voltaje y la resistencias
estan dentro de ellos. Aprendimos que las resistencias tienen diferentes balores
dependiendo de la franja de colores y que se miden en Ohmios con un mutimetro.

Tatiana López – 803

Estos pequeños escritos me dejaron asombrado, ya que con respecto a los demás
estos tres estudiantes demostraron haber cumplido de una manera más clara las
competencias y desempeños planteados para la práctica, al lograr reconocer y analizar con
mayor claridad cómo interactúa la electrónica en diferentes campos y especialmente en el
entorno que los rodea. Interpretaron a su vez mediante la ley de Ohm de qué manera se
relaciona el voltaje, la corriente y la resistencia, y por último, lograron vincular y sintetizar
los contenidos entre el trabajo teórico y práctico que les permitió adquirir nuevos saberes.
Lo anterior me llenó también de satisfacción, aunque para ser sincero, antes de leer los
apuntes de los discentes tuve cierto temor de solamente encontrar ideas vacías o frases sin
sentido que me hicieran cuestionarme sobre los temas dados y la manera en la cual llevé a
cabo la clase, pero luego de ver de los resultados sentí que el empeño y esfuerzo que
deposité en la planeación y la ejecución de la práctica fue gratificante tanto para algunos
de ellos como para mí.
Luego de ese ejercicio quise tomar un pequeño receso, por lo que decidí levantarme
definitivamente de mi asiento, tomar un esfero para dibujarme de nuevo la raya de la cola
porque presentí que ya se me había borrado de tanto tiempo que pasé en la silla. Me
espabilé, sacudí todo mi cuerpo como perro acabo de bañar para ver si de esa manera me
despertaba, porque a decir verdad creo que en algunas ocasiones alcancé a escuchar mis
nalgas roncar. Me dediqué a mirar un rato por la ventana, viendo pasar lentamente el
anochecer, como un ermitaño, dentro de mi rinconcito, esa república independiente de la
casa donde yo era el rey, en ese recinto oscuro, solitario pero acogedor y regocijante el cual
yo llamaba habitación; mi cuchitril. Aun así me era inevitable, mientras mi cuerpo quería
descansar de la vorágine de información recolectada mi mente por el contrario me pedía
más; ahí estuvo el detalle, que al final de cuentas no hice ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo
contario. Con locha y como pude me aplasté en mi cama mirando hacia el techo, dando pie
a mi cerebro para que se dejara llevar y desbordara todo el torrente de ideas y reflexiones
necesarias como un último proceso de introspección.
En ese instante y luego de meditarlo pude darme cuenta que todos aquellos
conceptos que escuchaba regularmente y hasta creía manejar antes de realizar la práctica
no los reconocía fácilmente, es más, desconocía en verdad el alcance que tenían dentro de
la labor docente cada uno de ellos. Aun así, algo que sí pude notar y me llamó
poderosamente la atención, es que a pesar de haber leído a aquellos autores que me
ayudaron a conceptualizar y a relacionar los diferentes términos asociados a la praxis, al
hacer la ejecución de mi clase y al desarrollar cada momento pude observar que tenía un
estilo muy propio como maestro, ligando modelos y métodos de enseñar pero añadiéndole
asimismo mis aptitudes y actitudes que me permiten no encasillarme con una corriente,
modelo o método de enseñanza-aprendizaje dentro del aula.
Igualmente, la experiencia me dejó muchas cosas claras, pero creo que la más
importante de ellas y que in situ pude comprobar es que la docencia tal como dijo Davini
deja de ser una cuestión de amateurs, de simplemente pararse en frente de un montón de
individuos a «echar chachara» o decir lo primero que se me venga a la cabeza. Al contrario,
esta labor necesita tanto de un saber didáctico como de un saber particular para un buen
desarrollo, que permitan conducir al estudiante a un aprendizaje efectivo de los contenidos
abordados, por lo cual para esto se hacer también primordial una buena preparación de la
clase, es decir, dejar de lado la improvisación; planear acorde a un diagnóstico o una
observación realizada previamente al estudiantado y que permita evidenciar los saberes
previos que tienen, con el fin de poder trazar objetivos tanto a corto, mediano y largo plazo
en cuanto a desempeños y competencias que lo lleve a cada uno a la construcción de su
propio conocimiento.
Es por todo lo anterior y gracias al reto planteado por la maestra Claudia Rodríguez
que este golpe de realidad, el haber vivido esa experiencia me llevó aquella noche a
reflexionar seriamente sobre mi formación como futuro educador. Hizo cuestionarme
realmente si esta vocación era lo que quería para mi vida, pero sobre todo para aclarar una
de las preguntas más importantes que tuve desde que ingresé a la Universidad Pedagógica
Nacional...

Ser o no ser maestro, esa es la cuestión.


EPÍLOGO:
Arrojando botellas al mar

Abrí mis ojos en el crepúsculo de la mañana. Aletargado y al son del rechinante suelo
de madera arrastraba los pies para abandonar lentamente mi recamara, sin embargo, con
cada paso presentía que algo alrededor mío era diferente pero a la vez familiar, como si me
hubiese teletransportado a otra dimensión u otro mundo. En efecto, me hallaba otra vez
justo en aquel lugar donde inició esta historia; en mi embarcación navegando de nuevo.
Con estupor y apresuradamente me desplacé por toda la cubierta en busca de
averías que pudiese tener mi barco. De a poco fui encontrando unas cuantas fisuras aunque
ninguna de ellas considerable que me impidiera seguir con mi marcha. Sin prisa y al llegar
el ocaso como pude las reparé, pero el trabajo aún no terminaba; plasmar en un escrito
toda la experiencia vivida a lo largo del recorrido de la práctica educativa era necesario y
fue lo acordado desde un principio con Claudia Rodríguez, por lo cual me puse manos a la
obra. Dentro de mi camarote volví otra vez a ese revoltijo de hojas que conformaban mis
notas de apuntes y mis mapas; mis dedos se apoderaron de mi pluma favorita de tinta negra
y múltiples pergaminos en blanco listos para iniciar con el relato de mi crónica.
En medio de la noche, mi única compañía a partir de allí fueron la luz de la luna y el
retrato de la mujer más bella de los siete mares, quienes observaban mis ideas encarnar en
la tinta que suavemente corría a través del papel, al tiempo que yo, al estar tan cerca al
ígneo de las velas podía sentir mis pestañas a punto de quemarse, mis ojos listos para salir
disparados como canicas y mi brazo y muñeca izquierda crujiendo al moverse de un lado al
otro como si tuviesen vida propia. Aun así, una vez logré terminar mis pergaminos con las
últimas energías que tuve di un par de zancadas hacia mi litera para caer tirado sobre ella a
descansar; debía recobrar fuerzas para lo que se vendría unas horas más tarde.
Llegada la mañana, como raro el rey de la impuntualidad estaba retrasado para
llegar al lugar de encuentro donde estaríamos los corsarios en formación en compañía de
la capitana CR. Allí narraríamos nuestras monumentales hazañas y terribles fiascos en esos
revoltosos mares de la práctica docente, así que deprisa decidí izar velas, elevé anclas y
rápidamente puse mi rueda de cabillas en vía para enfilar el rumbo hasta aquel lugar. A
medida que iba acercándome a la isla «educadora de educadores» veía a la lejanía navíos
de diferentes proporciones acercándose, unas embarcaciones majestuosas, que imponían
en el mar una presencia extraordinaria, pero también se podían divisar en la lontananza
pequeñas embarcaciones maltrechas, desmembradas y que a duras penas podían
mantenerse a flote, no obstante seguían zarpando con la convicción de llegar a su destino.
Al atracar en la costa afanado tomé mis manuscritos, corrí hasta la taberna donde
siempre nos reuníamos pero nadie estaba allí. En la puerta de aquella cantina una nota nos
indicaba que el sitio de reunión había cambiado nuevamente por destrozos que hubo en los
alrededores entre la fuerza oficial y los infaltables piratas del lugar. El nuevo punto de
encuentro para mi sorpresa era una mazmorra pestilente que se encontraba en lo más
recóndito de la isla, aunque como pude llegué. Lo que ocurrió a partir de que el reloj
marcara las 09:16 AM me iba a quedar grabado para siempre. Sin hacer ruido y tratando de
pasar desapercibido en un rincón me senté, sin embargo como si me estuviese esperando
de inmediato la capitana tomó la palabra:
—Bueno salvajes, quiero escucharlos a ustedes —y al final preguntó— ¿Quién
quiere iniciar narrando su travesía?
A partir de ahí nadie inmutó palabra alguna. Solamente cruzábamos miradas unos
con otros para ver quien era el primero que tendría el coraje de lanzarse al ruedo y exponer
frente a todos su experiencia. Los Tullidos y yo nos mirábamos desconcertados, con miedo
de lo que podría pasar. Por un instante bajé mi cabeza al suelo y en un ejercicio de
introspección me pregunté si realmente había hecho tan grandes expediciones para
quedarme al final sin decir nada, para simplemente atemorizarme y dejarme vencer, así que
lleno de valor me levanté, miré fijamente a la cara a CR y con autoridad decidí iniciar con el
relato de mis viajes.
Sobre la mesa puse mis mapas, entre mis manos tomé el pergamino que escribí la
noche anterior y di rienda suelta a mi relato. De manera pausada expuse todo lo vivido entre
aquellos mares de la práctica docente, de lo bueno y lo malo, valiéndome si veía oportuno
de mis mapas y mis apuntes para que me ayudaran a complementar mi historia. Una vez
terminé regresó el silencio. La imagen de ver el recinto absolutamente callado para mí era
incómodo; quería que alguien rompiera ese momento, que hubiese por lo menos un
susurro, pero todos los demás corsarios y la capitana quedaron enmudecidos. La tensión
crecía cada vez más, mientras yo esperaba cual condenado frente al pelotón de fusilamiento
para ser ejecutado. La incertidumbre la quebrantó CR al tomar nuevamente la voz de mando
dentro de la mazmorra; me miró fijamente y dijo:
—Ya que nadie quiere decir nada yo sí tengo algo que decirle —y exclamó— A usted
no lo quiero volver a ver por aquí. Puede retirarse.
Todos quedamos estupefactos, inmóviles cual estatuas, mientras por mi parte la
mirada en ese momento se perdió. Pensaba en qué me habría podido equivocar, si me hizo
falta alguna ruta adicional o si por el contario había navegado de manera errónea por
aquellos mares. No daba crédito a lo que estaba escuchando, pero debía continuar, ahora
necesitaba escuchar el por qué de aquella frase, por lo cual ella continuó:
—La travesía que nos acaba de relatar me muestra que tiene las ideas claras. Puedo
notar que navega muy bien y sortea aquellos mares con autoridad —además terminó
diciendo— Felicitaciones señor capitán, puede irse a descansar.
A decir verdad nadie lo podía creer. Los Tullidos, los demás corsarios y sobre todo
este humilde servidor quedamos descrestados luego de esas palabras, porque no era muy
común por parte de ella recibir de tal manera un reconocimiento a una labor realizada. Ahí
mi expresión cambió a la velocidad de la luz de manera radical; de la tristeza y desilusión
pasé a una felicidad que no me la quitaba en ese instante nadie, mientras en mi mente me
repetía una y otra vez al tiempo de ir abandonando el lugar «Lo logré».
Dando tumbos y cuanto antes para no arriesgarme a que ella se arrepintiera como
pude me «abrí» del lugar, no sin antes dar las gracias a la capitana y deseando suerte a mis
demás compañeros. Sentí en ese instante haber dejado atrás un peso enorme. Sosegado y
sin prisa fui de camino hacia mi barco, pero al llegar al muelle lo que encontré me impactó.
Frente a mí ya no estaba esa pequeña embarcación en la cual estaba acostumbrado a
navegar, al contrario, ahora mis ojos veían un navío de una gran magnitud, mejor equipado,
con mejores y nuevas herramientas. Al subir a cubierta daba vueltas de proa a popa y
viceversa, observaba mi barco con gran orgullo surcar de nuevo los mares, esta vez con más
confianza y conocimientos. Volví a mi nuevo y lujoso camarote, sobre mi escritorio preparé
todo para mis siguientes expediciones, aunque primero tuve la necesidad de hacer algo
más.
Como resultado de todas estas aventuras, rodeado de las apacibles olas he decidido
enrollar mis pergaminos y así lanzar unas cuantas botellas al océano, para que algún
corsario, capitán o cualquier persona que se encuentre con ellas pueda conocer mi historia,
mis mapas y mi manuscrito, pero más que nada esto que hago es para que algún naufrago
en mar abierto o en alguna isla desierta si necesita pueda tener una luz, unas coordenadas
o guías que le permitan zarpar de nuevo hacía su objetivo. Solamente es entregar una
mirada de alguien que empecinado en querer lograrlo cumplió ese objetivo de sortear los
mares de la práctica educativa y salió vivo en su intento…

Fin
REFERENCIAS

Lerner, D. (1996). La enseñanza y el aprendizaje escolar. Alegato contra una falsa oposición, en
Castorina, A.; Ferrerio, E.; Lerner, D. & Kohl de Oliveira, M., Piaget-Vigotsky, contribuciones para
replantear el debate. Buenos Aires: Paidós.

López, J. (2005). Planificar la formación con calidad. Madrid: Wolters Kluwer Educación.

Mager, R. (1971). Formulación operativa de objetivos didácticos. Madrid: Marova.

Camilloni, A. (2007). El saber didáctico. Buenos Aires: Paidós.

Davini, M. (2008). Métodos de enseñanza: didáctica general para maestros y profesores. Buenos
Aries: Santillana.

Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. (1999). Capacitación en estrategias y


técnicas didácticas. Las estrategias y técnicas que apoyan el modelo educativo en el Tecnológico
de Monterrey. Recuperado de www.sitios.itesm.mx/va/dide/documentos/documentos.htm

Litwin, Edith. (2008). El oficio de enseñar. Buenos Aires: Paidós.

Sciacca, M. (1963). El problema de la educación en la historia de la filosofía y de la pedagogía.


Barcelona: Miracle.

Daros, W. (s.f.). La filosofía posmoderna de la educación. Recuperado de


www.williamdaros.files.wordpress.com/2009/08/w-r-daros-critica-a-la-filosofia-posmoderna-de-
la-educacion.pdf

PERFIL DEL AUTOR

Jheisson Camargo Bernal: Bachiller académico del colegio Bernardo Jaramillo, 2008. Graduado
como Licenciado en Electrónica de la Universidad Pedagógica Nacional en el año 2020.
Desempeñó su labor como docente durante cuatro años en grados de primaria, básica secundaria
y media. Como resultado de la experiencia de práctica educativa y la participación como monitor
dentro del Semillero de Investigación Desarrollo de Productos Tecnológicos Para la Enseñanza de
las Ciencias Básicas Basados en Nuevas Tecnologías de la Licenciatura en Electrónica, logró el
desarrollo de aplicaciones mediante uso de la Realidad Virtual y la Realidad Aumentada como
herramientas para la enseñanza de contenidos en diferentes áreas del conocimiento, que permitió
la participación en congresos internacionales en España e igualmente la publicación de un artículo
científico.

Correo: jheissoncb@gmail.com dte_jacamargob019@pedagogica.edu.co

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