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© 2016, SILVIA SCHUJBR

© De esta edición:
2016, EDICIONES SANTII.LANA S.A.
Av. Lenndto N. Alcm 720 (CIOOlAAP)
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argl>ntina
La moneda marauillosa
ISBN: 978-950•'16•4775·1
Hecho el depósito que marca l a le)' 11.723
Silvia Schujer
Impreso en Argentina. Princed in Argentina, Ilustraciones de Javier Joaquín

Primera edición: febrero de 2016

Direcdón editorial: MARiA F1mNANDA MAQUlliJRA


Edición: MARiA CRISTll'M PRUZZO
Ilustrnc:ionc:s: JAVJER JOAQUÍN

Dire,ción de Arte: JOSIÍ CRJ!SPO Y ROSA MARfN


Proyecto grtifit:ú: MARJSOT, DP.L BllltGO, RUBéN CHURRIJ,LAS V JULIA ORTliGA

Sc:huj-er, Silvia
La moneda maravillosa/ Silvia Schujer; ilustrado por
Javier Joaqufn. • 1 n ed. • Ciudad Autónoma de Buenos Aires:
Santillana, 201$.
112 J>·: il.; 20 x 14 cm. · (Morada)
ISBN 978·950•46•4775•1
l. Narrati\'a Histórica Argentina. 2. 1,iterntura Infantil.
(. Javier Joaquin. llus, [l. Título.
CDD/\863

Todos los derechos teservados.


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cm,lqoier otro, sin el penniso previo por escrito de la editorial. loQ.ueleo
6SfA PRIMBRA EOIC{◊� ()P. &.ooof!Jl!Ml'l.i\RRS SBTBRMll-<Ó l)ll lMÍ'Í(IMCR 8N Sl Mli.S
08 fli6R8R0 t'JR 201G J!N AR1'1iSGRÁP1CAS CotOK E11 í-:, PASO 19l,
/WP.I.LANBDA, Bol!NOS AtRP.S, RnPÚBl,ICA AllGP.NTlt-JA,

-El de la vieja, dele, cuéntenos ese. 7
-Muy bien: Érase una viejecita/ sin nadita
que comer/ solo charque, humita, dulces...
-No, ese no, madre. Benigno dice el de
la vieja y el arroz.
-Sí, el de la vieja, el arroz ¡y el cuchillo!
-Pero ese cuento es muy largo y estoy
muy cansada.
-Vamos, madre, cuéntenos ese y después
nos dormimos rapidísimo. ¿No es cierto,
Sereno?
(Silencio)
-¿No ES CIERTO, SERENO? -insistió
Benigno mientras que, p or deb ajo del
1
cu b r ecama, pateaba a su hermano para que barría el patio, se encontró una moneda. "Qué
no lo contradijera. buena suerte': pensó. Y enseguida entró en
-¡Ay, madre! ¡Benigno me está golpeando! su casa a guardarla en el mismo frasco donde
-¡Basta, muchachos! ¡Por hoy está bien! guardaba el arroz.
Se los voy a contar, pero apenas termino se Ese mediodía, la mujer abrió el frasco, sacó el
me dejan de embromar. ¿Está claro? arroz que necesitaba para cocinar su almuerzo y
8 vio que apenas le quedaba un puñadito para la 9
Eso fue lo último que les dijo Dominga a cena. ''.Ay de mí", suspiró. Claro que la preocu­
los mellizos antes de empezar a hacer una de pación no le duró demasiado, ya que, cuando se
las cosas que más le gustaba en la vida: con­ hizo de noche, el envase estaba otra vez medio
tar cuentos. Historias que a ella misma se le lleno de arroz. Entonces preparó la comida con
ocurrían mientras las iba hilvanando. O cuen­ un poco, dejó lo necesario para el almuerzo si­
tos que alguna vez había escuchado en la calle, guiente y, al otro día, se encontró con el frasco
en la casa de sus patrones, o visto en los libros ¡otra vez por la mitad!
que tenía el maestro y que -aunque no sabía Como se imaginarán, hijos míos, la mujer de­
leer- ella adivinaba por los grabados. El caso es cidió dejar la moneda mágica ahí donde la ha­
que esa noche, con el rancho a oscuras porque bía puesto -en el frasco- y desde entonces no le
ya los tres se habían acostado, Dominga empezó: faltó de comer.
-Esta es la historia de una viejita muy -Esa sí era una vieja sortu da.
pobre que vivía sola y que una vez, mientras -Suertuda, se dice, cabeza de mula.
-Más mula serás vos.
-¡Basta, carancho! Se dejan de pelear o
los dejo sin cuento.
-No embromes, Benigno, que ahora vie-
ne lo del tigre.
-Muy bien -continuó Dominga-:
10 Cuando el tigre de la montaña se enteró de la no­
ticia, se presentó a la vieja y le pidió la moneda.
Como es natural, la señora le dijo que no se la iba a
dar. Entonces el tigre lanzó un rugido y habló:
-Esta noche -Dominga rugió como un
tigre- me tendrás de vuelta. Y cuando me haya
hartado de comer tus huesos -esta parte les
encantaba a sus dos hijos-, ¡me apoderaré del
tesoro!
Aterrorizada, la viejita se puso a llorar y, solo
después de calmarse, empezó a afilar un cuchillo
para poder defenderse esa noche.
-Abuela, ¿por qué afilas un cuchillo? -le
preguntaron unos garbanzos.
-Mis queridos -dijo ella-, el tigre quiere -Abuela, ¿por qué afilas un cuchillo?
comerme y afilo el cuchillo para defenderme. -Mi querido -respondió-, el tigre quiere
-No te preocupes, abuela, nosotros te va­ comerme. Yo afilo el cuchillo para...
mos a ayudar. -¡Defenderme! -gritaron a coro los
-Pero ¿cómo? mellizos. Y Dominga siguió-:
-Lo vamos a esperar en el umbral. -No te preocupes, abuela, que yo te voy a
12 De un solo impulso los garbanzos salta- ayudar. 13
ron a tierra y se acomodaron ante la puerta. -Pero cómo, pequeño cangrejito.
Mientras lo hacían, la viejita siguió con su -Escondido en la jarra de agua, allí lo voy a
tarea. esperar.
-Abuela -preguntó de pronto un hue­ Y mientras el cangrejo se zambullía en el
vo-, ¿por qué afilas un cuchillo? cuenco, la abuela siguió afila que te afila.
-Mi querido -dijo ella-, el tigre quiere -Amiga -le preguntó sorprendido un garro­
comerme. Yo afilo el cuchillo para defenderme. te-, ¿por qué afilas un cuchillo?
-Pues yo te voy a ayudar. -Mi querido -dijo ella-, el tigre quiere co­
-Pero ¿cómo? merme. Y yo afilo el cuchillo para defenderme.
-Sentándome en el hogar. -No te preocupes, abuela, que yo te puedo
Y mientras el huevo se acomodaba entre ayudar.
unos leños, la viejita siguió con su tarea. Hasta -¿Pero cómo, dónde?
que apareció un cangrejo y le preguntó: -En el borde de tu cama. Allí me voy a acostar.
Y mientras el garrote ocupaba su puesto, se puso a soplar y soplar las brasas para atizar
un buen martillo se acomodó en el marco de la el fuego. Entonces el huevo estalló y le llenó de
puerta y también se dispuso a esperar. cenizas los ojos.
Lo cierto es que, cuando se hizo de noche, el El tigre buscó agua para lavarse la cara. A
cuchillo estaba tan afi.lado que cortaba como duras penas encontró una jarra sobre la mesa y
una espada. Entonces -más tranquila-, la vie- cuando metió una pata para salpicarse, las pin-
14 jita fue a su cama y se acostó a dormir. zas del cangrejo le dieron un pellizcón. 15
Al poco rato apareció el tigre. Se acercó al ran­ El tigre sacó la pata herida y, rugiendo de do-
chito de la vieja y de un cabezazo abrió la puerta. lor (y de furia), dio media vuelta y saltó hacia
Claro que, apenas la atravesó, los garbanzos em­ donde estaba la viejita.
pezaron a moverse para todas partes y el tigre, -;Vieja malvada! -gruñó-. ¡De mí no te
al pisarlos, se cayó de cola y quedó panza arriba. vas a salvar!
-¡Buu! ¡Un tigre! ¡Benigno está callado Pero no terminó aquel rugido cuando el garrote
porque tiene miedo! se puso en guardia y empezó a golpearle la ca­
-Mentira. ¡Madre, Sereno es un tar...! beza. Le dio tantos garrotazos que el tigre vio
-¡Basta! -los cortó Dominga y retomó las estrellas y se desmayó.
la historia-. Una vez que se repuso del resba­ Cuando parecfa más muerto que vivo, la vieji­
lón y volvió a pararse sobre sus cuatro patas, ta bajó de su cama empuñando el cuchillo. El rui­
el tigre fue tanteando el terreno hasta llegar do metálico llenó al tigre de espanto, por lo que
al fogón por un poco de luz. Arrimó el hocico y en un rápido movimiento trató de escaparse.
Fue en ese preciso instante que los garbanzos de
la entrada volvieron a moverle el piso. Enton­
ces el tigre perdió el equilibrio, golpeó contra el

marco de la puerta y le cayó el martillo encima.
La viejita comprendió que su enemigo esta­
ba muerto y, con la ayuda de unos vecinos que
16 habían escuchado los ruidos, lo enterraron en el Cuando estuvo segura de que los chicos dor­ 17
bosque. mían, Dominga se levantó del catre y fue
Desde entonces la mujer vive tranquila y, derecho a buscar su tesoro, unas cuantas
cada vez que cocina su arroz, recuerda la histo­ monedas que venía juntando desde hacía
ria de su moneda y del viejo tigre feroz. un tiempo y que tenía guardadas en una ca­
jita cerrada con llave.
El rancho estaba oscuro pero ella conocía
el camino de memoria.
No bien tuvo el cofre entre las manos, lo
abrió con cuidado y salió de su casa a contar
sus monedas a la luz de la luna. Las sacó una
por una y las acomodó en un pañuelo al que
dio forma de bolsa y ató con un nudo. A la
mañana siguiente, cuando Benigno y Sereno
estuvieran con el maestro, les entregaría esa "En fin", pensó Dominga con nostalgia.
plata a los vendedores y ellos le darían lo que pre­ ¡Si al menos se hubiera enterado de que en
cisaba para cocinar. Más de una vez había entre­ aquella vuelta perdieron los realistas! "Y
gado algún tejido hecho por ella a cambio de las bueh ...", suspiró con pena. Pero enseguida
mercaderías que le hadan falta, pero ahora con­ apagó esa tristeza y, fuerte y alegre como
taba con el dinero y podría pagar sin problema. había sido siempre, volvió a entrar en el
Así era Dominga. Enérgica. Decidida. Y rancho y se acostó a dormir. 19
además le gustaban las sorpresas. En dos
días sus hijos cumplirían diez años y quería
sorprenderlos. Pensaba invitar a unos pa­
rientes y convidarlos con unas buenas em­
panadas amasadas por sus propias manos.
-¡Mis muchachos! -suspiró Dominga
con un amor que la desbordaba-. ¡Mis mu­
chachos! -Y después de reflexionar sobre
lo rápido que pasaba el tiempo, sus recuer­
dos tropezaron con su esposo. Hacía ya cua­
tro años Antonio se había unido a las tropas
de Belgrano y había muerto en la batalla del
Tucumán.

Sereno y Benigno habían nacido el 7 de julio de 21
1806 y desde entonces eran famosos por varias
razones: la primera, porque eran mellizos. La
segunda, porque parecían calcados hasta en
el modo de cerrar los ojos, y la tercera, por-
que se hacían notar. Nadie que viviera en la
misma barriada que esos chicos podría olvi-
dar la mañana en que llenaron de sapos un
balde de leche recién ordeñada. O la tarde
en que -estrenando seis años y por seguir
al padre- se metieron en un entrenamiento
militar, encontraron el depósito de armas,
dispararon un fusil que por suerte no apun-
taba a nadie, del susto dispararon ellos y
terminaron perdiéndose en el monte. Dos
días los estuvieron buscando hasta que apa­
recieron en el caserío montados sobre una

de las mulas que venían en yunta desde el
Potosí.
Para algunos, eran la mismísima piel de
22 Judas, el biablo dividido en dos. Cuando a la mañana siguiente Dominga 23
Para otros, unos pobres descarriados abrió los ojos, Sereno y Benigno ya habían
que, tras perder a su padre, habían queda­ encendido el fuego.
do a cargo de una madre demasiado joven y -Albricias -los saludó la mujer-. ¿Qué
rara como para educarlos mejor. han de estar por pedirme, que me despier­
Para el maestro, un par de criaturas tan así?
brillantes. -Vamos, Dominga, apure el tranco que
Para Antonio, el que había sido su padre, nos tenemos que ir -le dijeron.
un orgullo. La prueba de que su amor por Los chicos querían desayunar bien tempra­
Dominga era tan fuerte que había engen­ no ese día porque saldrían de excursión con el
drado dos personas a la vez. maestro al centro de San Miguel. Desde hacía
Para Dominga eran la vida misma: la unos meses a Tucumán estaba llegando gente
alegría y las preocupaciones multiplicadas desde distintas provincias y, según se comenta­
por cien. ba, traían la orden de declarar la independencia.
Martiniano Mora.les, que era el maestro Beni gno y Sereno habían escuchado
a quien el propio Belgrano había confiado esos comentarios y estaban ansiosos por
la instrucción de los huérfanos (los que ha­ corrob orarlos.
bían perdido a sus padres en las batallas),
quería interiorizarse mejor de lo que esta­
ba pasando en la ciudad, así que había or­
ganizado una expedición con los alumnos 25
24
a los que, de paso, aprovecharía para ex­
plicar ciertos temas. ¿O acaso no debían
aprender desde mocosos lo que era tener
una patria?
En cuanto a los mellizos, no es que les im-
portara demasiado lo que hicieran o dejaran de
hacer esos hombres que llegaban a Tucumán,
sino más bien lo que habían oído sobre ellos:
que necesitaban lugare s donde alojarse, que
daban buenas propinas a q uienes los ayuda­
ban con el equipaje, que h aáan regalos a los
que les brindaban la mejor in formación sobre
calles, comidas, pulperías ...

Aprovechando la ausencia de los chicos (esta- 27
rían con el maestro hasta bien entrada la tar-
de), Dominga corrió a pedir permiso a doña
Encarna -su patrona- para que le diera el día
libre. Con tal de conseguirlo, prometió a la
mujer que, al reincorporarse, no solo limpia-
ría tres y hasta cuatro veces la misma cosa (si
era necesario) sino que, además, le confiaría
los mejores chimentos que los mellizos traje-
ran de la ciudad y le contaría unos maravillo-
sos cuentos de la China antigua que se había
aprendido especialmente para ella.
Doña María Encarnación de Laúña e
Insúa (viuda desde hacía mucho tiempo)
conocía muy bien los talentos de Domin­ Cebollitas de verdeo,
ga. Tanto para contar historias como para más una cebolla normal.
convencerla de cualquier asunto por más Pimentón, comino y huevo,
absurdo que le pareciera. Valoraba en extre­ ajíy un poco de sal.
mo el buen ánimo de esa joven madre y, aun
cuando no quería darle más paga que al res- De vuelta en su casa, "grasa de pella y ma­
28 to de sus criadas, le otorgaba permisos que tambre", Dominga apoyó la mercadería so- 29
a los otros no, bre la mesa, "harina para amasar", alimentó
En cuanto a Dominga, lo primero que el fuego del brasero, "cebollitas de verdeo", de­
hizo en su día libre fue salir a comprar los rritió la grasa y se puso a trabajar. Ensegui-
ingredientes que le hacían falta para coci­ d a y mientras la masa reposaba, atiborró de
nar. Para no olvidarse de ninguno, repitió troncos y ramas el horno de barro que An-
siete veces los versos que ella misma se ha­ tonio le había construido afuera del rancho
bía inventado para cada receta. "Siete veces, y recordó unas coplas que siempre entonaba
aseguraba, debo repetir los versos para que para él.
todo me salga bien". También eso se lo había
inventado. Y entonces compró: El fu.ego quemó los leños.
Los leños se hicieron brasas.
Grasa de pella y matambre. Di, muchacho de ojos tiernos,
Harina para amasar. ¿por qué tu amor no me abraza?
Dominga preparó el relleno, estiró la que, justo en esos días, pernoctaban en
masa y para cada empanada hizo un repul­ San Miguel.
gue tan prolijo que hubiera podido confun­
dirse con un dobladillo de encaje.
Una vez listas (horneadas y tibias), aco­
modó la's empanadas en una canasta, tapó
30 la canasta con un mantelito y la escondió en
un rincón, sobre el aparador.
-¿Y ahora? -se preguntó. Había ter­
minado las empanadas mucho antes de
lo planeado y no sabía qué hacer. O me­
jor dicho, por dónde seguir. Entonces, apro­
vechó la grasa que le había sobrado, horneó
un pan de chicharrones y fue al rancho don­
de vivía su madre a tomar unos mates y a
invitarla para que al día siguiente festeja­
ra el cumpleaños de sus nietos. La mujer era
una buena tejedora y vivía con sus dos hi­
jos n1enores (los hermanos de Dominga),
que solían trabajar arriando mulas y

Benigno y Sereno estaban acostumbrados a 33
quedarse solos en el rancho porque Dominga
salía a trabajar a la mañana y a veces no volvía
hasta el anochecer. Cada tanto ellos iban con la
madre a lo de "la uña encamadá' (como llama-
ban a doña Encarnación de Laúña) y ayudaban
con lo que podían. No siempre colaboraban, en
honor a la verdad. Apenas vislumbraban la oca-
sión, se escondían en alguno de los patios y se
hacían invisibles. Nada les gustaba más que ver
cómo los buscaban y cómo no los encontraban
a pesar de pasarles tan cerca.
La cuestión es que esa tarde, casi noche,
cuando llegaron al rancho, no se sorprendieron
de que Dominga no estuviera allí. Lo que sí los habían imaginado o algún indicio que les
sorprendió fue que el horno estuviera caliente. revelara quién había usado el horno mien­
-¡Ey, Benigno! -llamó Sereno a su her­ tras la casa estaba vacía.
mano-. Aquí hay gato encerrado. -Qué raro -dijo Sereno.
-¿Dónde? -Muy raro -repitió Benigno.
-En el horno. -Es un misterio -comentó Sereno.
34 -¿En el horno? -Un gran misterio -lo siguió Benigno. 35
-Te lo juro. -Para mí que hay un fantasma -opinó
-¿Y vive? Sereno.
-¿Quién? -Seguro aquí hay un fantasma -repitió
-El gato, Sereno. El que está encerrado Benigno. Pero al decirlo se puso atrás de su
en el horno. hermano -sigilosamente- y lo agarró por el
-Pero no, Benigno. Es un modo de decir. cuello.
-¿De decir qué? Fue entonces cuando Sereno pegó un grito
-Que aquí huele a chicharrón -dijo de espanto, se volvió hacia su hermano y em­
Sereno por fin. pezó a correrlo por todo el rancho.
Y enseguida, como si se hubieran puesto -¡Fantasmas! ¡Fantasmas! -gritaban mien­
de acuerdo, mientras uno encendía el brasero tras corrían y chocaban contra todo lo que ha­
para calentar un poco de agua, el otro busca­ bía en la casa. Y fue en uno de esos choques
ba algún rastro: o el pan con chicharrones que cuando -milagrosamente parada- cayó desde
el aparador al suelo la canasta con las empa­ Los chicos, todavía agitados, tardaban en
nadas. contestar.
-¡Uaul ¿Qué es esto? -¡Eh! ¿Qué les pasa? ¿No quieren saber?
Los mellizos se quedaron sin palabras -Sí, sí -balbuceó Sereno con un resto
cuando vieron el tesoro. de aliento.
-¡Madre nos hizo empanadas! -Queremos -agregó exangüe Benigno.
36 -¿Y por qué las habría escondido? -¿Acaso no tienen hambre? 37
-Quién sabe. -No mucha -comentó Sereno. Pero
Y aunque algo les decía que tal vez no de­ después de recibir una patada en el tobillo,
bían tocarlas, primero probaron una y des­ agregó-: Sí, sí, mucha hambre.
pués otra. A punto de embucharse la tercera, -A ver, a ver -empezó Dominga inten­
oyeron ruido de pasos y la voz inconfundible tando averiguar qué pasaba-. Aquí huele a
de Dominga, que se acercaba cantando. Ahí gato encerrado.
nomás, con movimientos precisos, Benigno Eso dijo. Y como sus palabras causaron
se subió a un banco, Sereno le alzó la canas­ tanta gracia a los mellizos, decidió entrar
ta, la dejaron como la habían encontrado y a la casa y ofrecerles de una vez por todas
salieron del rancho con el corazón en la boca. la mazamorra ¡con leche! que su comadre
-¡Mis amores! -dijo Dominga y abrazó Segundina les mandaba de regalo.
a sus hijos, que habían salido a recibirla-. Sorprendida de que sus hijos no se lanza­
¿A qué no saben lo que les traje? ran a comer como fieras, Dominga miró con
disimulo la canasta de empanadas. Ahí es­
taba. Donde la había dejado y con el mante­
lito encima. Solo entonces respiró aliviada.

De la excursión de aquel día, Sereno y Benigno 39
contaron lo que habían aprendido y, sobre
todo, lo que habían visto.
-Que a San Miguel han llegado delega­
dos de muchas provincias.
-De las provincias unidas -corrigió
Sereno.
-Que tienen que decidir si.. ,
-Decidir no -c orrigió Sereno-: de-
cla-rar.
-Ah, bueno. Si el señorito sabe todo,
¿por qué no lo cuenta?
-Que tienen que declarar la... ¡ay! ¿Qué
tienen que declarar...?
-La independencia, sabihondo. Decirles
a los españoles que ...
-Y a los otros también, no solo a los es­
pañoles -interrumpió Sereno.
-Bueno, decirles a todos que los de acá
nos queremos mandar solos o algo así.
40 Mientras se terminaba los restos de
1nazamorra que habían dejado sus hijos,
Dominga se unía a la conversación:
-Parece que se juntan en la casona de
los Bazán.
-Así es.
-¿Ahí caben todos?
-A la casa la arreglaron, madre.
-Así podrá ser, sí.
-La verdad es que son muchos.
-¿Cuántos?
-Muchos. Y han viajado días y noches
para llegar.
-Vienen de lejos.
-Y algunos todavía andan buscando Pero algo no era como lo de siempre para
dónde dormir. los hermanos. Porque ese día de excursión
-Ah, si yo tuviera lugar... con el maestro, en la plaza mayor de la ciu­
-Y preguntan por buenas casas de comi- dad, sobre el carro donde el turco ofrecía su
da, dónde comprar faroles... mercadería, Benigno y Sereno habían des­
-...tabaco. cubierto el catalejo. El primero que veían en
42 -Y en la plaza hay cantidad de puestos... sus vidas. Tan a mano, tan real: "Totalmen- 43
-...como siempre. te de bronce y desplegable al infinito". Un
-Hay más, madre, hay más... catalejo verdadero que el mercachifle ven­
-...y el turco Abdul ¡anda ofreciendo día por un dinero con el que ellos no con­
unas cosas... ! taban ni en sueños pero que, aprovechando
-¿Qué cosas? -preguntó Dominga. la llegada de tantos forasteros a la ciudad,
-¿Qué cosas qué? -se apuró a disimu- secretamente se proponían conseguir.
lar Benigno mientras por lo bajo pateaba
otra vez a su hennano para que se callara la
boca.
-Que qué cosas anda ofreciendo el tur­
co -insistió Dominga.
-Lo de siempre nomás.
-Lo de siempre...

Esa noche, cuando ya estaban acostados, 45
Dominga les habló a sus hijos en la oscuridad.
-Queridos -les dijo-, mañana voy
a salir muy temprano al trabajo. Ustedes
se me levantan solitos y, en vez de ir con el
maestro, ponen el rancho como una pintura.
¿Está claro?
Si los chicos llegaron a escucharla (o no),
Dominga nunca lo supo. Porque el cansancio
también la había vencido a ella y se quedó
dormida no bien pronunció la última frase.
Lo cierto es que a la mañana siguiente,
cuando Benigno y Sereno se despertaron,
no solo no se acordaban de las palabras de
su madre sino tampoco de que cumplían
años. Contentísimos de estar solos, delinea­
ron un plan para comprar el catalejo y lo pu­

sieron en marcha. Primero encendieron el
horno de barro lo más rápido que pudieron.
Después hicieron tiempo tomando unos ma-
46 tes. Por último, recalentaron las empanadas Apenas llegaron al centro, los mellizos se cer- 47
que estaban sobre el aparador, las volvieron a doraron de que Abdul Mogul anduviera con
acomodar en la canasta y la cargaron juntos el carro y de que en el carro se conservara el
hasta la plaza mayor. catalejo. Una vez que lo vieron, tan serio y
apetecible como lo recordaban (al catalejo, no
al turco, que siempre era el mismo), se mez­
claron con el resto de los vendedores y empe­
zaron a ofrecer su mercadería mostrando la
canasta y acercándose a cada persona.

Empanada, señora.
Empanada, señor.
Usté come una
pero paga dos.
Con perdón: Tenía un hijo enorme como ella y tres hi­
usted compra una jas de tamaño más moderado que prepara­
y damos dos. ban las empanadas durante todo el día, de
modo que la producción era continua y so­
En el centro de San Miguel, a esa hora bre todo -hay que decirlo- muy buena. Tan
del mediodía, eran muchos los puesteros famosas eran las empanadas de Dorilda y
48 y vendedores ambulantes que recorrían tan brutal su carácter que, hasta la llegada 49
la zona. Casi siempre eran los mismos, de de los mellizos, jamás había tenido compe­
manera que se saludaban y se recomen­ tencia. Nadie que la conociera se hubiera
daban unos a otros. El vendedor de humi­ atrevido a importunar a "La Montaña Hu­
ta recomendaba los pasteles de dulce que mana", como también solían decirle.
ofrecía Palmira. Pal mira se alegraba cuando Tal vez por eso, la presencia de Sereno y
Ramón, su compadre, vendía el lote completo Benigno no fue muy bien recibida por los
de velas. comerciantes: apenas descubrieron qué
La vendedora de empanadas era un capí­ ofrecían y con qué herramienta los chicos se
tulo aparte. Se llamaba Dorílda. ganaban los clientes, imaginaron -y con ra­
Dorilda era una mujer alta y abultada zón- la trifulca que se armaría.
que, además de tener un horrible carácter Y es que, tal como lo habían aprendido de
("Cara de Araña", la llamaban algunos), era su madre y ensayado en el camino, los chicos
grande como una montaña. ofreóan sus empanadas con rimas que iban
inventando al paso para cada persona. Así, por ese par de chicos. Y si muchos empezaron a
ejemplo, se arrimaban a una señora y decían: arrimarse a ellos, no solo fue para comprar­
les lo que vendían, sino sobre todo para que les
Por una empanada dedicaran una copla. A tal punto ese día los
me da poco y nada. mellizos se transformaron en la atracción
Si está sabrosita, de la plaza que, cuando se quisieron acor-
50 una monedita. dar, su canasta de empanadas estaba tan 51
Si le sabe mal, vacía como llenos de monedas los bolsillos de
ni un grano de sal. sus pantalones.

Y si había un hombre joven con cara de


buscar novia, le recitaban así:

Acérquese, caballero,
a esa joven buena moza.
Dele una flor de empanada,
que vale más que una rosa. ilo 0ou
u
La gente que pasaba por la plaza esa ma­ •
e;)
• ao
ñana quedaba encantada con los versos de

Eran casi las dos de la tarde cuando Benigno 53
y Sereno se sentaron bajo un árbol a contar
las ganancias. Cada moneda que sumaban
era como mirarse a través del catalejo, acer-
car la distancia entre ellos y el deseo de te­
nerlo. ¿Qué se imaginaban que podrían ver?
¿Barcos acercándose a los puertos? ¿A qué
puertos, si Tucumán no tenía? ¿Enemigos
escondiéndose en el monte? ¿Ejércitos rea­
listas al acecho? Subirían a las ramas más
altas de los árboles y desde allí vigilarían
la ciudad. O estudiarían las estrellas. ¿Qué
habría más allá del tiempo y de ese espacio
que los contenía?
J

Entretenidos como estaban avistando


proezas, no se dieron cuenta de en qué mo­
mento una montaña h umana se les p uso
enfrente y les tapó todo el sol.
-¿Se puede saber qué hacen acá, par de alcor­
noques?-les preguntó prepotente "La Montaña''.
54 -Yo soy Benigno -dijo Benigno- y él
es mi hermano Sereno.
-A ver si nos entendemos, coplerito de
mala muerte. A n1í no me importa una alca­
chofa quiénes son ni de dónde han venido.
-¿Entonces? -preguntó Sereno.
-Entonces nada. Que se me callan la
boca y se van de esta plaza ya mismo.
-¿Por qué? Si no robamos nada a nadie.
-Solamente vendimos empanadas.
-¡Por eso mismo, mocosos calcados! -rugió
"La Montaña Humana", que no era otra que
Dorilda-. Aquí la única que vende empa­
nadas soy yo, yo y yo. ¿Se entendió?
r
-Eso se llama monopolio -gritó Sereno
recordando lo que el maestro les había ex­
plicado exactamente el día anterior.

-Sí, monopolio, como quisieron hacer
los españoles con nosotros.
-Aquí los únicos monos que se hacen los
56 pollos son ustedes y se me fletan ya mismo. Durante el camino de vuelta, los mellizos se 57
Que sí, que no, que la gente se fue juntando pusieron de acuerdo para no contarle nada a
alrededor de donde estaba armándose la gres­ Dominga de lo que había ocurrido. Para eso
ca hasta que el turco Abdul Mogul logró sol­ -pensaron- tendrían que volver a llenar la
tar las orejas de los chicos de los dedos que las canasta. Para llenar la canasta -siguieron
retorcían, los llevó a un costado y en su raro pensando- tendrían que conseguir empana-
castellano les sugirió que volvieran a la casa. das y para conseguir empanadas tendrían
-¿Y el catalejo? que prepararlas.
-¿ Qué catalejo? -les preguntó el turco. Pero cómo, se preguntaban. Y afilando la
-El que nos mostró y queremos com- memoria se acordaron de los versos.
prarle.
-Lo siento, muchachos. Catalejo vale Grasa de pella y matambre.
más de lo que pueden pagar. Harina para amasar.
Cebollitas de verdeo,

j
más una cebolla normal. mellizos reanudaron la marcha sin dejar de
Pimentón, comino y huevo, pensar un solo segundo en cómo continuarían
ají y un poco de sal. el plan. Más tarde o más temprano, le repetía
uno al otro, el catalejo estaría con ellos.
Les llevó algo más de media hora conse­ Una vez en el rancho, prendieron el horno,
guir los ingredientes, pero, cuando lo logra- hicieron la masa, la estiraron y troquelaron
58 ron (no les fue tan difícil después de todo los discos como Dominga les había enseñado. 59
porque tenían dinero), apuraron el paso
para llegar a la casa y así ponerse a cocinar
cuanto antes.
-Ey, Sereno.
-¿Qué?
-Que a mí me sobran monedas -co-
mentó Benigno.
Y metiéndose la mano en el bolsillo, Sereno
agregó:
-A mí también.
Felizmente sorprendidos con lo que aca­
baban de descubrir (que aún habiendo com­
prado todo les seguía sobrando dinero), los
Cocinaron el relleno con las cantidades que
-imaginaron- debían poner de cada ingre­
diente más un poco de tierra seca que se les

coló sin querer, cuando el mejunje se les cayó
al suelo y lo tuvieron que juntar con una pala.
Al final, rellenaron los discos, los cerra-
60 ron, los aseguraron con un repulgue medio Cuando Dominga llegó a la casa con una 61
chueco y metieron todo en el horno. torta que le había preparado a escondidas
la cocinera de doña Encarnación, Benigno y
Sereno acababan de sacar las empanadas del
horno y las estaban acomodando en la ca­
nasta. Algunas habían conservado la forma
de empanadas, otras no tanto (parecían bu­
ñuelos), pero a esas las pusieron en el fondo.
Más que una pinturita, el estado del ran­
cho era calamitoso, pero al ver a sus hijos
tan concentrados, Dominga fue hacia ellos,
los abrazó, les deseó feliz cumpleaños con
diez besos a cada uno y les anunció que esa
noche tendrían visitas.
-Aunque veo que se dieron cuenta en silencio. Y no solo los chicos se hacían esa
-bromeó-. ¿O pensaban comerse solitos pregunta, sino la propia Dominga, a quien
todas estas empanadas que les hice ayer? nunca una comida le "había salido tan mal".
Los mellizos fingieron no saber de qué ha­
blaba Dominga y enseguida, con el mayor di­
simulo, despejaron la mesa, apoyaron la ca-
62 nasta repleta y la taparon con el mantelito.
Ni de que cumplían años se habían acor­
dado ese día.
Una hora más tarde y con los cinco invi­
tados presentes (abuela, dos tíos, madrina
y maestro), empezó en el rancho una ronda
de mates y se destapó la canasta. Uno a uno
se fueron sirviendo una empanada y, para
asombro y desencanto de Dominga, uno a
uno fueron haciendo un gesto algo extraño
después de morderla. Los mismos melli­
zos tuvieron que esforzarse para masticar
lo que habían hecho sin poner cara de asco.
¿En qué habían fallado?, se preguntaban
El hecho es que -tal vez por cortesía- los -Es decir -aclaraba Martiniano-, li­
invitados tragaron sus empanadas como brarnos del dominio español y comerciar
pudieron y, pasada una hora sin que ningu­ con cualquier país del mundo.
no probara otra, la dueña de casa, afligida, -Pero, claro, hombre. Tenemos escudo.
convidó a todos con torta. -Un ejército donde pelean los nuestros.
Durante la velada no faltaron comenta- Ya es hora.
64 ríos sobre el veloz crecimiento de los melli­
-¡Hay que terminar con los monopolios! 65
zos, sobre lo mucho que se lo extrañaba a -arengó Benigno y los demás lo miraron
Antonio y, por supuesto, sobre lo que estaba sorprendidos.
pasando en Tucumán por esas horas. -¡Eso mismo! -lo apoyó Sereno y si­
-Manuelíto ha de andar como loco -co­ guió-: ¿Por qué solo ''La Montaña Humana"
mentaba el maestro refiriéndose a su amigo puede vender empanadas?
Belgrano, que estaba al mando del Ejército -¿De qué hablan? -preguntó Dominga.
del Norte. -¿De qué están hablando? -el maestro
Porque lo que se decía y repetía en las insistió.
calles de San Miguel a cada paso era que el Pero como los mellizos -que sin darse
congreso reunido en la casa de Francisca cuenta habían metido la pata- querían man­
Bazán tenía la orden de declarar la inde­ tener a salvo su secreto, rápidamente simu­
pendencia de las provincias unidas cuanto laron una pelea, empezaron a perseguirse
antes.
como si estuvieran jugando y nadie volvió a
pensar en ellos por un rato. •
66 El cumpleaños terminó de lo más animado 67
aquella noche y a la mañana siguiente, des-
pués de que Dominga saliera a trabajar, los
mellizos cargaron la canasta de empana-
das enclenques y se fueron a lo del maestro.
Pensaban aprovechar una parte de la clase para
hacerle unas preguntas y después ir directo
a la casa de Francisca Bazán, donde se reu-
nían los congresales. A la puerta, aunque
más no fuera. Porque, aun cuando estaban
casi seguros de que nos los dejarían entrar,
al menos no se cruzarían con Dorilda, que
-suponían- vendía solo en la plaza, a una
cuadra de allí.
Lo que Benigno y Sereno necesitaban
averiguar era el nombre de esos señores
(congresales, los corregía Martiniano) y a
qué provincias representaban. Se les había
ocurrido una idea y no la querían desperdi­
ciar. Un catalejo como el que vendía el turco
68 Abdul Mogul valía el esfuerzo.
El maestro Martiniano no sabía todo,
pero algo les podría responder. Así dijo a
esos dos alumnos suyos a los que conside­
raba brillantes. Creía que estaban intere­
sadísimos en los destinos de la patria, de
manera que se esmeró para darles toda la
información con la que contaba y que, por
cierto, no era poca.
Benigno y Sereno anotaron los datos
(muchos los retuvieron en sus cabezas) y ya
con rumbo hacia el centro redondearon el
plan. Primero se acomodaron a un costado
del camino donde encontraron un tronco
con forma de mesa. Sobre "la mesa" exten­ ese mediodía, sobre una parrilla improvisa­
dieron una hoja de papel en blanco y cor­ da, les permitió a los mellizos que entibia­
taron veinte etiquetas. Escribieron en ellas ran su mercadería, a cambio de un par de
los versos que se les habían ido ocurriendo a empanadas para ella.
partir de los datos recopilados y, finalmen­ En ese intercambio estaban, cuando un
te, atravesaron cada etiqueta con una rama hombre con cara de congrio salió de la casa
70 bien fina hasta lograr que cada una pareciera y se acercó a hablar con la mujer. 71
una bandera. -Buen día, Mariuca, ¿no vio a doña Dorilda
Cuando terminaron con las banderitas, fue­ por aquí? -preguntó frotándose las manos
ron derecho al centro de San Miguel, a la casa y dándose golpecitos en la panza.
donde sesionaba el congreso, y se apostaron a -Si es por el almuerzo -contestó la vie­
un costado de la entrada. Haáa frío, las empa­ ja-, aquí tenemos comidita para todos.
nadas estaban heladas. Y los mellizos también. -Empanadas con los nombres/ de nuestros
-¿Y ahora qué hacemos? -preguntó más grandes hombres -improvisaron los
Benigno. mellizos.
-No sé -respondió Sereno temblando. -¿Y estos? -indagó desconcertado
Y mientras pensaban por dónde seguir, quien se presentó como el secretario de
le pidieron prestado un poco de fuego a una Francisco Narciso de Laprida.
vieja mendiga que desde hacía años se ins­ Entonces, Sereno buscó entre sus bande­
talaba allí con un brasero encendido y que, ritas, encontró la indicada, la clavó en una
empanada tibia y se la extendió al nuevo se aplicaron a pinchar cada una de las em­
cliente. panadas con una banderita.
-Pero fíjese un poco -comentó el se­ -A don Esteban Gascón / pa que pegue el
cretario conmovido, tras leer en voz alta-: tarascón -leyó Sereno.
A don Francisco Narciso Laprida / le damos los -A Castro Barros, ¡riojano!, / este manjar
tucumanos la bienvenida. hecho a mano -recitó Benigno.
72 -¡Qué me cuenta! -dijo Mariuca tam­ -Cayetano Rodríguez, don Fray,/ pida em- 73
bién sorprendida. Y como si hubiera sido panada que aquí hay.
bruja en una vida anterior, soltó una carca­ Celebrados por Mariuca, los mellizos
jada quebradiza que dejó a la vista los hue­ organizaban su mercadería recitando a
cos de los cuatro dientes que le faltaban. viva voz, cuando en eso y, como salida de
-Se la voy llevar a don Francisco, ya un espejo del Infierno, divisaron a Dorilda,
mismo -dijo el secretario no sin antes que se encaminaba directamente hacia
pagar la empanada con dos monedas y ellos.
volverse para preguntar-. Por si acaso, Traía en una mano su canasta de empa­
muchachos, ¿tendrán dedicatorias para nadas humeantes y, en la otra, un palo de
los demás? amasar en alto. La escoltaban un perro y un
-¡Cómo no! -se apuró a contestar Sereno. hombre casi tan enorme como ella.
Y mientras el primer cliente de ese día se -¡Viene con el hijo! -llegó a decir
perdía en el interior de la casa, los mellizos Mariuca-. ¡Ese "bueno para nada"! ¡Para
nada más que hacerse el malo! -aclaró. -¡Ahora verán, pinchaúvas! -gruñía
Pero nadie la escuchaba ya, porque, apenas el grandote, especialmente a Benigno, que,
vieron a Dorilda, Benigno y Sereno dispa­ desde arriba del algarrobo, le disparaba
raron como proyectiles. La velocidad de sus unas chauchas resecas de unos veinte centí­
pisadas levantó tal polvareda que por un metros cada una.
instante se perdieron de vista.
74 Los chicos corrieron sin parar hasta la
mitad del camino entre la barriada donde
vivían y el centro de Tucumán y recién en­
tonces se animaron a frenar. Fue solo un
segundo, porque, al mirar hacia atrás, des­
cubrieron que el grandote y el perro corrían
tras ellos, de modo que, casi sin aliento, em­
pezaron a treparse al primer árbol que les •
ofreció sus ramas. ' 1
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Benigno fue el primero en abrazarse al I

tronco y subir. Tras él arrancó Sereno, que, ' 1'

no bien dio el primer envión hacia las altu­


ras, sintió cómo una mano del tamaño de una
grúa lo atrapaba de la ropa y lo hacía caer. , 1 / '/

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Entre tanto, Sereno se agarraba sollo­ con bastante trabajo cargaba en su hom­
zando la pierna que se había lastimado en bro algo del peso de su hermano herido,
la caída y el perro, medio desconcertado, le le pidió encarecidamente que se callara la
lamía la herida por las dudas. boca.
Tras media hora de insultos y apedreas, Y allá iban los mellizos, seguidos a cier­
Benigno bajó por fin de su guarida para ta distancia por el grandote (que a su vez
76 auxiliar a Sereno. Ahí nomás el hijo de "La era seguido por el perro). Pensaban des- 77
Montaña Humana" se aproximó a los chicos víar el rumbo hacía lo de "Uña Encarnada"
dispuesto a revolearlos, pero debió contener cuando se cruzaron con Martiniano, quien,
sus impulsos porque el perro, para sorpresa al verlos en ese estado, les hizo toda clase
de todos -incluso de quien narra esta histo­ de preguntas y los dejó en el rancho, no sin
ria-, lo amenazó desenfundando los dientes antes improvisar un vendaje en la rodilla
con notable ferocidad. de Sereno.
-¡Andando, pelagatos! ¡Caminen! -el -Ahora la vieja sabe dónde vivimos
ogro insistió de todos modos, aunque con me­ -le comentó Benigno a su hermano cuan-
nos valor que un osito de felpa-. Quiero ver do se quedaron solos.
bien dónde viven para que sepan lo que puede -No tenemos escapatoria, no tenemos
pasarles si molestan a 'ña, Dorilda. ¿Ta claro? escapatoria -repetía Sereno sin darse cuen­
-¿' Ña de doña o de montaña? -pre­ ta de que en ese momento entraba Dominga
guntó Sereno por lo bajo. Y Benigno, que y escuchaba ese tramo de la conversación.
-¿Escapatoria? -les preguntó-. ¿De
quién se están escapando ustedes dos, si se
puede saber?

Sereno y Benigno no tuvieron más re­
medio que contarle a Dominga lo que les
había pasado. Estaban lo suficientemente
78 sucios y cansados como para disimular los Entre tanto y ya desde antes, desde que los 79
sucesos y entonces hablaron. Hablaron de chicos salieran corriendo para ponerse a
las empanadas, de los versos que habían salvo, frente a la casa donde se reunían los
escrito, de las monedas que habían junta­ congresales la historia había continuado de
do para comprarse el catalejo y, sobre todo, este modo.
hablaron del catalejo. De ese cilindro que se -Entrégueme esa canasta -le había gri­
desplegaba y que a través de unas lentes per­ tado Dorilda a Mariuca durante más de media
mitía ver de cerca lo que estaba muy lejos. hora-. ¡Entrégueme esa canasta! -la había
-Y no solo en el espacio -les había dicho amenazado con su palo de amasar en alto.
el turco-, sino también en el tiempo. -De ninguna manera -respondía una
y otra vez Mariuca al mismo tiempo que
desclavaba las banderitas escritas por los
mellizos y se comía las empanadas lanzan­
do carcajadas con la boca llena.
Y así hubieran seguido las cosas en­ -Es que le habían comentado a mi secre­
tre las dos mujeres (convocando cada vez tario que tenían dedicatorias para todos los
más curiosos en torno), de no haber congresales... Verá, muy sabrosa no era la
sido porque sorpresivamente se les pre­ mercadería, pero a mí me escribieron una ...
sentó Laprida y preguntó por los jóvenes -¡No se haga problema, señor congresal!
po etas. ¡Yo misma las tengo!
80 -¡¿Poetas?! -¿Las dedicatorias?
-¡Los niños, los dos niñitos po... ! -Y empanadas también, vea usted. Pero
-Ah, sí, sí, se retiraron -se apuró a de las buenas.
contestar Dorilda mientras Mariuca, atra­ -Entonces que no se hable más. Prepá­
gantada, trataba de decir algo y no podía. reme todas, que ya las mando a buscar.
Y en un rápido movimiento, un movi­ -¡Y a pagar! -
miento casi imperceptible por su velocidad,
"La Montaña Humaná' le arrancó a la men­ Desde Jujuy, al instante,
diga las banderitas que había desclavado Don Sánchez de Bustamante.
para comerse las empanadas y se las guardó
en el bolsillo de su delantal. Tomás Manuel de Anchorena,
-¡Pero qué pena! -comentó Laprida-. empanada rica y buena.
¿Y no sabe hacia dónde fueron?
-Lo ignoro, señor doctor, pero ¿qué ne­ A don Boedo, de Salta,
cesita de ellos? nuestra empanada hace falta.
1
Pedro Francisco de Uriarte: su cuerpo, se transformó en una brisa. Una
pruebe nuestra obra de arte. delicada ferocidad del aire que apagó por
completo el brasero, salvo por un chispazo
Sin perder un minuto, Dorilda pinchó rebelde que fue a dar al vestido de Dorilda y
una bandera en cada una de sus empana­ empezó a quemarlo impiadoso.
das y así las vendió aquella vez. De más Antes de acabar chamuscada, "La Mujer
82 está decir que cobró el triple por cada una Montaña" empezó a sacarse la ropa -a medi- 83
y que solo "compartió" sus jugosas ganan­ da que el fuego se la carcomía- hasta quedar
cias con Mariuca, arrojándole una 1nísera
moneda. Una que era más liviana que las
otras, por lo que -supuso Dorilda- carecía
de valor.
Mariuca aceptó de buena gana la mone­
da, pero cuando quiso atraparla en el aire se
le resbaló de la mano y se cayó en el brasero.
-¡Noooo! -la mendiga se lamentó deses­
perada. Pero algo pasó en ese momento que
la dejó casi muda. Del lugar donde había caí­
do la moneda surgió una llama enloquecida
que, después de instalar un calor delicioso en
prácticamente desnuda. Así y a los gritos, se la
vio correr desde la casa de Francisca Bazán, pa­
sando por la iglesia y por la plaza mayor, hacia

su propia casa, de donde -por vergüenza- no
volvió a salir nunca más.

No bien Dominga estuvo al tanto de lo que 85


venían padeciendo sus hijos, sintió que el pe-
cho se le hinchaba de furia. En silencio (por-
que las palabras se le habían atascado en la
garganta) les dio algo para que comieran y
los mandó a dormir. Solo entonces se puso a
buscar aquello que pudiera servirle para en­
frentar a los agresores: una pala, una bolsa
con piedras, una honda, un trabuco descar-
gado que había usado su marido en la última
batalla... Por fin, se acostó ella también.
-Ya va a ver esa horrible "Montaña" con
quién se metió -se repetía una y otra vez,
exacerbando su ira.
A la mañana siguíente cargó lo que había -Empanadas con los nombres/ de nuestros
preparado en un hatillo y se encamínó con los más grandes hombres.
chicos al centro de San Miguel. Hizo un alto -¿Por ejemplo?
en la ruta para hablar con su patrona, pero, -Don José Antonio Cabrera/ una empana-
sorpresiva y milagrosamente para Dominga, da lo espera.
esa madrugada doña Encarnacíón había sali- -Muy bien, mis muchachos, muy bien.
86 do de viaje para atender una emergencia. Y. .. ¿dónde quedó mi canasta? 87
Durante el camino, Sereno y Benigno le -La habrá guardado Mariuca -contes-
fueron señalando a su madre el lugar don­ tó Sereno.
de se habían detenido a fabricar las bande­ -O se la habrá llevado "La Montafia"
ritas, el algarrobo que solo Benigno había lo­ -comentó Benigno.
grado trepar y las calles por las que habían La cuestión es que entonces fueron prime­
corrido como desaforados para salvarse del ro hacia la casa donde sesionaba el congreso y
grandote y del perro que, a fin de cuentas, se acercaron a Mariuca. Ella ya estaba ahí, es­
los había ayudado. También le volvieron a perando como siempre una limosna. Pero esta
hablar del catalejo que vendía el turco Abdul vez con el brasero apagado: desde el día ante­
y de todo lo que imaginaban que podrían rior en que la extraña moneda había caído en­
ver a la distancia. tre sus brasas, el calor emanaba sin fuego.
-¿Y qué decían las banderitas? -pre­ -¡Volvieron los poetas! -saludó la men­
guntó Dominga. diga-. ¿Qué trajeron para hoy? -preguntó
abriendo su boca de pocos dientes y mucho que esa monedita había hecho: la llamarada,
hambre. la brisa, la chispa en el vestido de Dorilda,
-Buenos días -la saludó Dominga-. el susto y cómo "La Montaña" se había sacado
Soy la madre de... la ropa dando alaridos, hasta quedar en paños
-¡No siga, doñita! -la interrumpió menores y correr así -en carne cruda- por las
Mariuca entregándole la canasta vacía-. calles de San Miguel.
88 Las empanadas me las comí yo. -Eso dijo La narración de Mariuca les causó tanta gra- 89
y empezó a contar lo que había pasado el da a los mellizos que, por un momento, se olvi­
día anterior después de la huida de los chi­ daron de para qué habían ido hasta el centro.
cos. Que Dorilda se había robado las ban­ Lo mismo pasó con Dominga, que, además,
deras. Que las había pinchado en sus em­ después de observar el cargamento de piedras
panadas y las había vendido a gran precio. y hasta el trabuco que había transportado, no
Que a ella solo le había arrojado una moneda paró de reírse de sí misma un buen rato.
y que entonces... Por fin, saludó a la mendiga y, con la canasta
Cuando Mariuca llegó a esa parte de la his­ vacía y los chicos, se fue hacia la plaza donde,
toria, empezó a reírse de tal modo que las pa­ entre otros vendedores ambulantes y pueste­
labras se le desbarrancaron. Finalmente, en­ ros, Abdul Mogul deambulaba con su carro.
tre carcajada y carcajada, logró mostrarles a -¡Oiga! -lo llamó. Y el turco que ven­
Dominga y a los chicos la moneda que había día "de todo un poco" acudió de inmedia­
rescatado intacta del brasero y contarles lo to-. ¿Por cuánto dinero me da el catalejo?

Cuando Dominga escuchó lo que Abdul Mo- 91
gul pretendía por el catalejo, sintió que el
alma se le iba a los pies. O más abajo toda-
vía: al último subsuelo de la Tierra. Pero eso
fue solo un instante, porque, al siguiente, se
paró en medio de la plaza, les pidió a los me-
llizos que juntaran la mayor cantidad de gen-
te posible y, con la canasta vacía a un costado,
empezó a vociferar:

Damas y caballeros,
público en general,
acérquense que comienza
una historia sin igual.
Vengan niños, mozas, dones, -Esta es la historia de una viejita muy pobre que
negros, flacos y petísos, vivía en la China y que una vez, mientras harria el
mulatos, gordos, gigantes, patio, se encontró una moneda. "Qué buena suer-
ricos, pobres y mestizos. te'; pensó, Y enseguida entró a su casa a guardarla
en el mismo frasco donde guardaba el arroz.
Relataré a los presentes En la plaza se hizo un silencio poco fre-
92 una fábula asombrosa cuente a esas horas y, en el centro, las pa- 93
de una vieja, un cuchillito labras de Dominga se fueron desenrollando
y una moneda virtuosa. como un tapiz de seda antigua.
-Ese mediodía, la mujer abrió el frasco, sacó
Escuchen lo que les cuento, el arroz que necesitaba para cocinar su almuerzo
enfoquen sus catalejos, y vio que apenas le quedaba un puñadito para la
que mis palabras encierran cena. Claro que, cuando se hizo de noche, el en-
cosas que vienen de lejos. vase estaba otra vez medio lleno de arroz. En-
tonces preparó la comida con un poco, dejó lo
La gente -en especial, los curiosos- se que necesitaba para el almuerzo siguiente y al
fue acomodando alrededor de Dominga a otro día, se encontró con el frasco ¡otra vez por
medida que ella recitaba hasta que Sereno y la mitad!
Benigno le hicieron una seña y la joven ma­ Estaba por entrar el tigre al relato cuando
dre empezó a narrar. Dominga levantó la vista y vio a Mariuca,
que a paso muy lento se acercaba a la ca­
nasta.
-Esta noche -Dominga rugió como un
tigre- me tendrás de vuelta. Y cuando me
haya hartado de comer tus huesos, ¡me apode­
raré del tesoro!
94 Aterrorizada, la viejita se puso llorar y, solo
después de calmarse, empezó a afilar un cuchillo
para poder defenderse.
Mientras Dominga rugía, la gente se deja­
ba envolver por el suspenso y lanzaba tímidas
exclamaci ones: de miedo algunas, de furia
contra el tigre otras, y unas cuantas de simple
emoción.
-¡Vieja malvada! -gruñó el tigre-. ¡De
mí no te vas a salvar!
Pero no terminó aquel gruñido cuando el garro­
te se puso en guardia y empezó a golpearle la
cabeza. Le dio tantos garrotazos que el tigre vio
las estrellas y se desmayó.

El hecho es que el relato fue llegando a su fin 97
y que, tras las últimas palabras de Dominga: y
desde entonces, cada vez que la viejita cocina su
arroz, recuerda la historia de su moneda y del
temible tigre feroz, Mariuca se paró frente a
ella, echó a la canasta la única moneda que
tenía (esa que Dorilda le había arrojado de
tan mala gana) y se fue -caminando des­
pacio- a guarecerse al calor de su brasero.
Mientras caminaba hablaba sola y se reía
mostrando su boca sin dientes.
El resto del público que con tanta aten­
ción había escuchado a Dominga empezó
a aplaudirla y a pedirle que contara otro
cuento. Mientras la vitoreaban con entu­
siasmo genuino, ninguno percibió cómo, ni
en qué momento, la canasta de la narradora

-en la que solo había una moneda- se fue
llenando de empanadas humeantes.
Fueron Benigno y Sereno los primeros
98 en darse cuenta del prodigio y, como si des­ Eran cerca de las cuatro de la tarde cuando 99
de siempre hubieran sabido los pasos a se­ Dominga contaba una última historia. Las
guir, cargaron entre ambos la mercadería y cuatro en punto cuando los mellizos ven-
empezaron a ofrecerla. dían la última empanada del lote mágico
y comprobaban con alivio que lo único que
Empanada, señora. quedaba en la canasta de Dominga era la
Empanada, señor. moneda maravillosa. No así sus bolsillos
Usted compra una (los bolsillos de sus propios pantalones),
y le damos dos... que explotaban de dinero.
Eran las cuatro y cinco minutos de la tarde
cuando Sereno, Benigno y Dominga se reu­
nían frente al carro del turco Abdul Mogul y
le pagaban con una montaña de cambio el
catalejo soñado.
-Y ¿qué es lo primero que piensan mirar? lo intentaban con tal de averiguar si era cier­
-les preguntó Dominga a sus hijos. Y mien- to lo que se decía. Y entonces se empujaban. Y
tras los chicos se ponían de acuerdo sobre la estiraban sus cuellos como periscopios ponién­
respuesta, los tres observaron de pronto que dose en puntas de pie, ajustando la mira, incre­
en la plaza se armaba una especie de tumulto pando al centinela que custodiaba la entrada.
y que la gente, como siguiendo el rumbo de Hasta que llegaron Sereno y Benigno jun­
1 100 un chisme jugoso, enfilaba hacia la puerta de to a su madre, que, sin consultarlos, desplegó 101

la casona donde sesionaba el congreso. los tubos corredizos del catalejo y enfocó la
-¡Qué pasa, ey! ¿Qué está pasando? -se • lente hacia el interior de la casa. Su visión au­
preguntaban unos a otros. mentada atravesó los patios y se internó en
-Se oyen voces que vienen de adentro. el recinto donde, después de aclamar algo a
-¿Deciden? coro, unos hombres levantaban la mano. Uno
-Discuten. a uno. Tan nítida y cercana le llegaba aquella
-¿Por qué gritan? imagen que hasta pudo leer en los labios la
-No salieron en todo el día. palabra que esos hombres pronunciaban.
-No se asomaron ni para comer. -¡Independencia! -traducía Dominga a
Así hablaba la gente que se había congre­ la gente que le preguntaba.
gado frente a la casa de la familia Bazán. Las Después, mientras todos celebraban en la
puertas estaban abiertas. También las venta­ calle (también los congresales que habían sa­
nas. Y aunque no dejaban pasar a nadie, todos lido a reunirse con los vecinos en un cuarto
intermedio), Sereno y Benigno recuperaron Silvia Schujer
el catalejo, tomaron cierta distancia del tu­ Autora

multo y en un rincón de silencio enfocaron


el cielo del atardecer.
Desde entonces, y en su afán por mirar
siempre más lejos, los mellizos aprendieron
102 a ajustar la lente de su pequeño telescopio Nació en Olivos, provincia de Buenos Aires. 103

cada vez con mayor precisión. Cursó el Profesorado de Literatura, Latín y


Hasta lograron acercar el tiempo. Castellano y asistió a numerosos cursos de
Más aún: puede que ahora nos estén perfeccionamiento en el área de las letras.
espiando. Fue directora del suplemento infantil del
diario La Voz y realizó colaboraciones en dis-
tintos medios gráficos. Ha desarrollado una
importante labor orientada a los niños en la
Secretaría de Derechos Humanos del gremio
de prensa y ha sido coordinadora general de
Promoción de Libros para Chicos y Jóvenes
para Editorial Sudamericana.
En reconocimiento a su labor literaria ha
recibido numerosos premios y distinciones.
Entre otros, el Premio Casa de las Américas Indice
1986 por su obra Cuentos y chinventos y el Ter­
cer Prenlio Nacional de Literatura por Las vi­
sitas, otorgado por la Secretaría de Cultura
de la Nación, Buenos Aires, 1995. Las visitas,
además, integró la Lista de Honor de IBBY, en
104 1994. En 2004 y 2014 recibió el Premio Konex Capítulo 1 7
a la trayectoria y en 2006 obtuvo el Premio Capítulo 2 17
Fundalectura por su obra Rugo tiene hambre. Capítulo 3 21
Entre sus más de setenta obras publica­ Capítulo 4 23
das se encuentran: Oliverio Juntapreguntas, Capítulo 5 27
Puro huesos, La abuela electrónica, Pasen y Capítulo 6 33
Vean -canciones del circo-, El tren más largo Capítulo 7 39
del mundo, El astronauta del barrio, Mucho Capítulo 8 45
perro, Las visitas, La cámara oculta, Un cuento Capítulo 9 47
de amor en mayo, El tesoro escondido, El tra­ Capítulo 10 53
je del Emperador, Historia de un primer ñn de Capítulo 11 57
semana, La mesa, el burro y el bastón, El pesca­ Capítulo 12 61
dor de sirenas y A la rumba luna. Muchas de sus Capítulo 13 67
obras han sido traducidas a otros idiomas. Capítulo 14 79
Capítulo 15 85
Capítulo 16 91
Capítulo 17 97
Capítulo 18 99
Biografía de la autora 103
Otros títulos de la serie

Adela Basch ¡Nada de tucanes! Laura Devetach Luis Pescetti


Cotón agarra uioje a toda Puro ojos Cuentos en tren El pulpo está cru
costa Cuentos que no son cuento Mamá, ¿por qué nadte es
Tinke-Tinke
Las empanadas criollas son como nosotros?
Un elefante ocupa mucho
una;oya Griselda Gambaro
espacio Gustavo Roldán
¡Que sea la Odisea! Gran Nariz y el rey de tos
seiscientos nombres Cada cual se dluierte como
María Brandán Aráoz puede
Roy Berocay El Hada Mau en el edificio La bolita azul
Babú embrujado El monte era una fiesta
Et casamiento de Ruperto
Mempo Giardinelli El vuelo del sapo
El Hada Mau en el Pais de las
Pesadillas Luli. Una gatita de ciudad
Las aventuras del sapo La leyenda del bicho cotorado
Ruperto El Hada Mau en uacaciones de Gabriel a Keselman Los sueños del yacaré
Ruperto al rescate infierno Hasta len coronilla Picardías en et monte
Ruperto Detective El Hada Mau y las Perfectas
Malvadas Ricardo Mariño Sapo en Buenos Aires
Ruperto de terror Botella al mor Todos los Juegos et Juego
Ruperto y et señor Siniestro Liliana Cinetto
Cuentos rid(cutos
¡Cuidado con el perro! Guillermo Saavedra
Ruperto y ta comadreja robot El hilo del superhéroe
Diminuto contra los fantasrnas Cenicienta no escarmtento
Ruperto y las uacaciones El moT preferido de los piratas
siniestras Diminuto y el gol de oro Mi animal imposlble
El sapo mós lindo Pancitas 0Tgentlnas
Ruperto y los extraterrestres Diminuto y el monstruo
subterró.neo
Ana María Machado Juan Sabia
Eisa Bornemann
Oche Califa De corto en cnrta El anotador
A la luna en punto
Cuentos mós o menos contados
Cuentos a salto de canguro Paulina Martínez Silvia Schuje�
Disparatorio Sandra Comino Cuentos: y leyendas de A la rumba luna
Argentina y Américo
El espejo distraído La enamorada del muro El traje del emperador
Et último mago o Mario Méndez La mesa, el burro, el bastón
Roald Dahl
Bilembambudín El vuelo del dragón
Agu Trot La moneda marautllosa
Lisa de los Paraguas Orff, una auentura en la
tl Superzorro Un cuento de amor en mayo
montaño.
Los grendellnes
La Jirafa, el Petrcano y el Mono
Pedro y los lobos Ema Wolf
Mlnl•Antotoglo de cuentos
Los Mimpins Perros complicados
tradicionales
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■.!
m--....1


La moneda marauillosa .-!
BICENTENARIO
Silvia_ Schujer
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(J
""'t..__
Novela infantil
O! Corre el año 1816. Mientras los congresales van
·O

V,
llegando a la ciudad de Tucumán, Dominga, una
I mujer emprendedora y excelente narradora de
..,
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w cuentos, y sus mellizos, Sereno y Benigno, serán los
> testigos de un hecho único en la Historia argentina,
o
z pero también los protagonistas de una increíble
aventura donde magia y realidad pueden resultar
una misma cosa.

Un relato que, como un catalejo


que permite mirar a traués
. del tiempo, nos acerca a los
acontecimientos de nuestra
Independencia

.,
www.loqu.eleo.santillo.na.com

....
loq_ueleo @ir
SANTILLANA

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