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El Estado consolidado: dominación y

colonialismo
El mito fundacional de México es la Revolución Mexicana que comenzó con el
levantamiento de Francisco I. Madero en 1910 y culminó con la victoria del Ejército
Constitucionalista sobre las fuerzas del viejo régimen y con la proclamación y firma
de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (CPEUM de ahora en
adelante) en 1917. Al concluir la Revolución, el período de construcción de las
instituciones políticas, económicas y sociales comenzó a florecer junto con las
ambiciones de algunos sectores de transitar y detonar el desarrollo social y
económico interrumpido durante el período revolucionario.

Si bien la Revolución modificó por completo el régimen y el Estado mexicano, las


cuestiones sistémicas del mismo tardaron en acoplarse al nuevo entramado
institucional. En la Constitución se expresan las corrientes que dieron cauce a la
Revolución Mexicana, se reconoce el surgimiento de nuevos actores sociales y
comienza una etapa de cambio de régimen y elaboración de políticas sociales.

La Constitución tiene su génesis en el movimiento revolucionario y dota de


facultades especiales al presidente, nuevo actor de suma importancia en el
sistema político mexicano. En México, el poder ejecutivo es predominante, es el
centro del sistema político, características fundamentales de un sistema político
basado en caudillos y de fuerte corte presidencialista.

Las ideas revolucionarias y la instauración de la nueva nación mexicana contaron


con la Constitución de 1917 como entramado político-legal que le otorgó
legitimidad. El clima político de la época en el cual se promulgó la Carta Magna
puede ser visto como “otra etapa de caudillos al frente de los destinos nacionales”
(Medina Peña, 1994) en la cual la transmisión pacífica del poder aparece como
uno de los principales problemas.

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En este sentido, el año de 1917 mostraba la presencia de múltiples generales con
sus ejércitos ya que “como en toda revolución triunfante, se había conformado un
ejército que se convertía en el principal problema político de la Revolución”
(Medina Peña, 1994).

Los Generales Obregón y Calles, líderes victoriosos de la Revolución, se vieron en


la necesidad de ocuparse de las milicias locales ya que la violencia era el medio
más eficaz para dirimir los asuntos políticos. Ambos generales buscaron el orden y
otorgarle legitimidad al movimiento revolucionario y sus participantes. Lo cual
implicó reconocer a obreros y campesinos como los nuevos actores sociales de la
revolución triunfante. Estos actores pasarían a ser, en los siguientes años, una
parte del público objetivo de las políticas sociales del gobierno mexicano.

Ahora bien, establecidas las premisas fundamentales y primarias del proceso de


consolidación del Estado mexicano, sirve preguntarnos si la categoría de
colonialismo interno nos permite entender las complejidades inherentes a la
conformación de un aparato hegemónico de dominación. González Casanova
(q.e.p.d.) en su texto de 2003 presenta algunas nociones y características sobre
este fenómeno:

1. La existencia de territorios sin gobierno propio, característica que


generalmente se impone a los pueblos indígenas. Los Estados, en su afán
de ser entidades hegemónicas, no sólo han expulsado de su territorio a los
pueblos indígenas sino que también se oponen a modelos de legislación
diferenciados a los del poder central.
2. La creencia, falsa y clasiracista, de considerar a los pueblos indígenas
como sujetos que el Estado tiene que cuidar y preservar. Se les considera
ciudadanos diferentes de los cuáles el Estado tiene capacidad tutelar,
quitándoles el derecho de participar en asuntos de índole público y a los
derechos que con ello se generan.

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3. Derechos diferenciados entre los miembros de un misma sociedad, donde
son los pueblos indígenas quiénes cuentan con un estatuto diferente de
derechos y obligaciones, generalmente desfavorables con otros grupos
sociales.

Con ello en mente, la estabilidad política se conquistó con la creación de un


partido hegemónico, pragmático, que buscó incorporar a todas las fuerzas
políticas y promover fuertes lazos con los grupos organizados de la sociedad.
Asimismo, se legitimó con elecciones periódicas y un alto grado de sometimiento
de actores sociales al poder del partido, del Estado y del presidente.

El régimen posrevolucionario se dio a la tarea de reactivar los ciclos económicos,


devastados tras la lucha revolucionaria. La principal pregunta durante este periodo
giró en torno al rol que tenía que asumir el Estado en relación con la economía:
tenía que ser el motor, rector y promotor de los ciclos económicos, o consolidarse
como defensor y garante de la reproducción del capital.

El Estado mexicano eligió la primera opción, misma que aparecía dentro de los
principios en la Constitución de 1917. Con esta base legal inició un periodo de
crecimiento económico relativo; se apoyó y fomentó la inversión nacional e
internacional especialmente de los Estados Unidos, iniciaron los primeros repartos
de tierras a los campesinos y el país se incorporó al mercado capitalista
internacional.

Al final, podemos observar como el Estado asumió el rol tutelar no sólo de los
pueblos indígenas, sino del modelo total de la sociedad. En ese sentido, podemos
concluir que existen y persisten todavía fuertes inclinaciones por continuar con
modelos de dominación coloniales, aún dentro de los países. La batalla no está
perdida, movimientos sociales que buscan el reconocimiento de los grupos
oprimidos por los Estados y el poder cada vez cuentan con más adherentes,
mayor organización y mucha más visibilidad. Sería interesante, entonces,

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plantearnos si otro modelo es posible y si ese modelo puede darnos un mundo
donde quepan todos los mundos, donde la dignidad se haga costumbre y seguir
adelante.

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