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Universidad Nacional de Entre Ríos

Facultad de Ciencias de la Educación

Carrera: Lic. en Ciencias de la Educación

Cátedra: Introducción al Trabajo Intelectual

Estudiante: Milocco, Josefina C.

Equipo docente: Cavaille, Susana y Colignon, Lorena

“Pensando en la condición del estudio en los tiempos que acontecen”

Fecha de entrega: Jueves 20 de abril, 2023

1
Pensando en la condición del estudio en los tiempos que acontecen

"Esta clase de hombres disfrutan del tiempo libre, y sus discursos los componen
en paz y en un tiempo definido por el ocio: no les preocupa la extensión de sus
razonamientos, sino solamente alcanzar la verdad. Los otros, en cambio, son esclavos
de un tiempo medido: no pueden hablar de lo que desean porque están bajo presión"
(Bárcena, 2020, pp. 40).

Es, a veces, el reconocimiento del lobo en la sala, peor que el lobo mismo. Parece que
cuando advertimos de aquello que nos ha estado preocupando, preferimos culparnos por
haberlo visto. O al menos eso es lo que me pasó a mí cuando me vi aprisionada entre un
deseo muy profundo por disfrutar del estudio, de las lecturas y de las escrituras universitarias
y el sangrante reloj que se burla de mí con su rapidez y ligereza, e impotente a ello pareciera
que sólo me queda soñar con ponerle peso a las agujas para estirar el tiempo que marcan.

Esta preocupación, que aún me aqueja mientras escribo esto, es la que me convoca a
hablar sobre la figura del estudioso. Ese que reconfigura sus subjetividades en el deseo de
imponer la búsqueda de la verdad cómo su estilo de vida, de aquél que prepara el espíritu y se
detiene a contemplar, él que olvida el tiempo y se acoge en el silencio de su estudio. Ese
estudioso definido con las cualidades de la “paciencia, cierta modestia, atención, repetición,
ejercitación, insistencia” (Bárcena, 2020, pp. 33), de él quiero hacer hoy un tema de
conversación. Invito a detenernos en los privilegios requeridos por este sujeto, y la aparente
incompatibilidad de ellos con los tiempos que acontecen, mirando principalmente las
universidades. Haciendo de esto una excusa para pensar sí ese estudioso puede existir sin
estar recluido en su “torre de marfil” (Bárcena, 2020, pp. 36).

Bárcena, en su texto, “Meditación sobre la vida estudiosa” en Elogio del estudio1, se


detiene a explicar muchos aspectos que acontecen en la vida de la figura del estudioso.
Quiero traerlos hoy aquí, para desentrañarlos, y así pensar en la posibilidad de una vida
estudiosa que tome en cuenta los limitantes de la vida universitaria, con sus tiempos de
entrega, lecturas obligatorias, horarios de cursado, dinámicas comunitarias, etc., —el término

1
Bárcena, F. (2020). Meditación sobre la vida estudiosa. En Bárcena, F., Larrosa, J. y Valerio López,
M., Elogio del estudio (pp. 23-68). Miño y Dávila Editores.

2
vida universitaria tiene la intención poética de generar una tensión directa con la concepción
de vida estudiosa—. Las cuáles parecieran enemistarse, con su desacuerdo principal situado
en el tiempo libre —no medido— requerido por el estudio. Porque si hay una actitud que no
me voy a permitir tomar es la renuncia. No quiero pensar que la conmoción sufrida por el
espíritu dentro de la vida estudiosa, puede ser detenida irremediablemente por el ritmo
exigido en la academia moderna. Esa negación hoy me convoca a poner en valor el estudio
cómo momento posible dentro del trayecto universitario. Quiero defender la vida estudiosa
no tanto como una secuencia de condiciones y privilegios dados, sino como una filosofía de
vida conscientemente elegida, que uno puede ejercer aún con los obstáculos impuestos por
nuestras condiciones económicas, políticas, culturales e institucionales —principalmente—.

Antes, quiero traer un texto, escrito por otro de los autores del libro al cual pertenece el
capítulo que hoy nos compete, Maximiliano Valerio López. Él cuál tiene una publicación2 en
la que introduce los conceptos de ocio y trabajo, estudio y aprendizaje, que me serán de
mucha utilidad para comenzar a entender el rol de la universidad en la vida del estudioso.

“De un lado, la escuela como lugar de ocio, de otro, la escuela como lugar de
aprendizaje” (López, 2019, pp. 69).

Primero es importante entender la escuela en su rol regulador. La cual encuentra sus


inicios en la palabra griega skholé, que se podría traducir exactamente cómo ocio. En este
sentido, la skholé era la encargada de dividir el uso del tiempo, entre aquellos que se
encontraban exentos del trabajo y de responsabilidades políticas, y, por lo tanto, podían
dedicar su vida a la contemplación; mientras que, por otro lado, se encontraban quiénes no
disponían de tiempo libre, a razón de encontrarse obligados a trabajar (López, 2019, pp. 73).
Entonces, el autor agrega que la escuela hace referencia, no a un sentido del ocio como
simple disponibilidad del tiempo, sino a un ocio-estudioso, una vida dedicada a la
investigación, la contemplación y el diálogo. Una manera estudiosa de habitar el ocio
(López, 2019, pp. 74), originalmente alejada de la vida del mercado, pero, según López, con
la llegada de la escuela neoliberal, el aprendizaje escolar se transformaría en producción y
adquisición.

2
Valerio López, M. (2019). Sobre el estudio: ocio, melancolía y cuidado (pp. 69-86). Publicado en
Ediciones Universidad de Salamanca.

3
De ese modo, podemos encontrar contrariados al estudio y al aprendizaje. Estudium
(estudio) “tiene el significado de, cuidado, atención, celo, dedicación o empeño, poseyendo
además el sentido de afecto” (López, 2019, pp. 75), mientras que, Apprehendere (aprender)
“significa, literalmente, capturar. (...) En la palabra aprender resuenan palabras como
prensión, aprehensión, presa o prisión” (López, 2019, pp. 75). El estudio demuestra una cierta
actitud de cuidado, captura un momento de observación y un ejercicio de comprensión,
denota un trabajo de conmoción del espíritu. El aprendizaje, por su parte, se sitúa en un lugar
metódico de hacerse con técnicas meramente útiles, tiñéndose en carácter de trabajo. Con este
panorama, no estaría de más preguntarse: en la universidad, ¿aprendemos o estudiamos?.

Cómo vimos la escuela ha sido capaz de transformar el ocio en estudio, pero las
reformas de los últimos cuarenta años apuntan a transformar el estudio en aprendizaje y, el
propio aprendizaje, en trabajo y consumo (López, 2019, pp. 75). En momentos donde todo es
consumo, reencontrarnos con el estudio se vuelve vital. El ejercicio de una vida humana se
encuentra estrechamente vinculado con nuestra capacidad de relacionarnos con el mundo, no
con el soporte (Freire, 1997, pp. 50-51)3, no con el ambiente. El mundo es aquél creado como
resultado de las transformaciones humanas, de lenguajes y signos, de culturas y comunidades.
Algunas formas de entablar diálogo con el mundo son a través del conocimiento, de la
transmisión de la cultura (Antelo, 2011, pp. 24)4, y de técnicas materiales y simbólicas. Si
pensamos la educación como una herramienta para encontrarnos con estos modos de producir
un mundo común (López, 2019, pp. 80), y, por su lado, el estudio como el ejercicio de tratar
de comprender el mundo (Bárcena, 2020, pp.52), encontramos en ellos una relación
particular, que nos da acceso al rol fundamental de ambas prácticas en la existencia
propiamente humana. En primer lugar, la educación en su transmisión y, en segundo lugar, el
estudio en su contemplación e investigación. Del mismo modo, se presenta en esta relación
una distinción algo peculiar. A simple vista, uno los pensaría complementarios, pero, con la
idea de una educación que interviene activamente en el mundo y un estudio que, por el
contrario, se sabe imposibilitado de cambiarlo y prefiere estudiarlo, ya no se sienten

3
Freire, P. (1997). 2. Enseñar no es transferir conocimiento. En Freire, P., Pedagogía de la autonomía
(pp. 47-87). Siglo Veintiuno Editores.
4
Antelo, E. (2011). Capítulo 1 - ¿A qué llamamos enseñar?. En Alliaud, A. y Antelo, E., Los gajes del
oficio - Enseñanza, pedagogía y formación (pp. 19-37). Aique Grupo Editor.

4
caminando tan de la mano. Es, entonces —ya conscientes de la razón vital en educación y
estudio—, que aquí nos interesa detenernos a pensar, más específicamente, en el rol que tiene
la educación universitaria para con el estudio universitario.

“Para estudiar (...) se necesitan ciertas condiciones materiales: un lugar para


estudiar, unos libros que leer, ciertos cuadernos donde escribir; pero también
condiciones temporales: disponer de un tiempo liberado de las exigencias del trabajo
y la labor para poder emplear la vida en el estudio. Se precisan, en fin, ciertas
condiciones internas: querer hacerlo, tener deseo de estudiar. Por eso lo que resulta
en verdad irritante es que las casas del estudio de hoy (y estoy pensando en las
universidades) sean las que más obstaculizan la actividad del estudio y la
disponibilidad de un tiempo para fomentar el afán por esta actividad” (Bárcena,
2020, pp. 48-49).

Ahora, sin dudas, dentro de la universidad se llevan a cabo las prácticas del estudio:
leer, escribir, pensar y escuchar (Bárcena, 2020, pp. 46). Pero, no podríamos decir que
únicamente el ejercicio de esas prácticas constituye la vida del estudioso. “El estudioso, en su
afán, hace de su actividad (el estudio) un estilo de vida que configura su entera subjetividad
como estudioso” (Bárcena, 2020, pp. 27).

Por hoy permítanme dividir la vida del estudioso en dos aspectos: en un primer lugar,
como filosofía que da forma a su vida, que permite y alienta el ejercicio del espíritu, en los
rincones más íntimos de los libros, en los cuadernos de notas y en el diálogo con los otros; y,
en segundo lugar, el estudioso recluido, dispuesto de tiempo libre y desmedido, que apartado
del mundo detiene su actividad política. Lo que vengo hoy a pensar es la posibilidad de una
vida estudiosa que, en cierta medida, ponga en duda la segunda parte. Pensar en el ser
universitario como multifacético, me hará encontrarme con las transformaciones que este
permite que sufra su espíritu en el encuentro con las lecturas y escrituras, pero que sé sabe
político, en su vocación ontológica de intervenir en el mundo (Freire, 1997, pp. 53).

(Pienso en algunos aspectos de él que estudia) “La figura del estudioso emerge de una
tradición que práctica la conversación, el diálogo, la escritura y la lectura” (Bárcena, 2020,
pp. 38). El estudio tiene un aspecto profundamente íntimo, el cual permite el ejercicio del
espíritu. “Lo íntimo consiste en una experiencia que nos retrae de los otros y nos coloca en

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estrecha relación con nosotros mismos (...) intimar con alguien, o con algo, sería abrir un
espacio más profundo dentro de uno que permite la entrada de ese alguien o de ese algo”
(Bárcena, 2020, pp. 29). Sin intimidad no hay diálogo transformador, no hay experiencia que
trascienda. De ese modo, lo íntimo no es un aspecto propio del estudio, pero sí fundamental
en él. “La intimidad sólo es necesaria para disfrutar la vida” (Bárcena, 2020, pp. 29).

También, una vida estudiosa ayuda a construir el diálogo intergeneracional. Estudiar


nos permite dejar de pensar en nosotros mismos, y someternos a la amable y cortés
conversación con los otros (Bárcena, 2020, pp. 57). En la universidad se aprende en dos
sentidos: estudiando y estudiando con otros. A pesar de que he escuchado mucho que hoy el
diálogo se ha vuelto imposible (Bárcena, 2020, pp. 57), aún encuentro indicios de un estudio
comunitario en ciertas universidades, Sandra Carli presenta algo al respecto en El estudiante
universitario5, “La conformación de un grupo fue uno de los aspectos de la experiencia
universitaria que los estudiantes más valoraron: fue el sostén principal para la vida
institucional” (Carli, 2012, pp. 174). El carácter comunitario que tiene la formación de
nuestro mundo antagoniza con las nuevas ideas del individuo “libre” que tanto quieren
instaurar ciertas corrientes. El conocimiento siempre se construyó en conjunto, no hay estudio
si no es con otros y, creo, que esa idea aún se encuentra vigente en los pasillos, en las aulas,
en las salas de lectura y en los grupos de estudio, —al menos así lo creo en la FCEDU6—. Lo
veo en las universidades públicas más que nada, pero, también, en la invitación a seguir
leyendo los clásicos, a encontrarnos en los trabajos grupales, o en las propuestas
interdisciplinares que tanto resuenan en el último tiempo. Además, veo que la biblioteca de la
facultad, las ferias de apuntes o los compas que prestan sus fotocopias, son modos
comunitarios de asegurar uno de los requisitos materiales del estudio: los libros. Entre otros
ejemplos de diálogo y construcción colectiva. Pero no debemos dejar de repetirnos lo
importante de estudiar “con cierta atención y cuidado, con amor y dedicación, con modestia y
grandes dosis de humildad” (Bárcena, 2020, pp. 56).

5
Carli, S. (2012). 6. Sociabilidad estudiantil, figuras de la amistad e identificaciones políticas. En
Carli, S., El estudiante universitario: Hacia una historia del presente de la educación pública (pp.
167-198). Siglo Veintiuno Editores.
6
Universidad Nacional de Entre Ríos. Facultad de Ciencias de la Educación. Con sede en Paraná,
Entre Ríos. Argentina.

6
Seguir escribiendo, seguir leyendo y seguir conversando, constituyen una peculiaridad,
ahora sí, propia del estudio. El estudioso pareciera que siempre está comenzando, hace y
deshace constantemente, no encuentra fin en su pensar (Bárcena, 2020, pp. 30). Ahora, sin
dudas, el reloj universitario es un obstáculo en el deseo de aquél que, fascinado por el mundo
que encuentra contemplando, podría pasar horas y horas charlando a solas con los libros en su
estudio. Ese que quisiera poder escribir siempre sin rumbo, impulsado por una pasión. Pero
los planes de la educación universitaria parecieran ser otros; a veces, invita al estudioso a
retirarse de su soledad para cumplir un horario de cursado; otras tantas, apresuran y lastiman
su lectura. Quiero volver a la primera cita que nos trajo aquí en primer lugar, aquella de los
hombres esclavos de un tiempo medido, porque a continuación de ella dice así: "Deben
alcanzar determinados resultados, y por eso a menudo buscan atajos" (Bárcena, 2020, pp. 40).
Es una realidad, aquellos a quiénes nos apresura un reloj buscamos atajos, es un modo de
proteger nuestro tiempo. Los atajos nos permiten hacernos con el tiempo libre que requiere
nuestra condición de estudiosos. En este sentido, extraigo del texto de Bárcena un cita de
Bacon:

“Algunos libros merecen ser saboreados, otros ser devorados, y unos pocos
masticados y digeridos; es decir, algunos libros son para leer por partes, otros para
leer sin concentración excesiva, y unos pocos para leer por completo, y con
diligencia y atención” (Bárcena, 2020, pp. 45).

La universidad significa un condicionamiento de tiempo y ritmo. Siento que, en


ocasiones, se imposibilita activamente al estudiante encontrar el estado de lectura meditativo,
la escritura guiada únicamente por las pasiones y el diálogo afable entre pares. Pensar la
estructura, en favor del aprendizaje y en deserción del estudio, que ha tomado la academia en
los tiempos que acontecen como una condición nos permite, también, superarla. Aquí quiero
retomar a Freire en dos sentidos: por un lado el condicionamiento del ser, que consciente de
su inacabamiento puede superarlo, y, por otro, la vocación ontológica de intervenir en el
mundo, a la cual no debe renunciar (Freire, 1997, pp. 52-53).

“Me gusta ser persona porque, aun sabiendo que las condiciones materiales,
económicas, sociales y políticas, culturales e ideológicas en que nos encontramos
generan casi siempre barreras de difícil superación para la realización de nuestra

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tarea histórica de cambiar el mundo, también sé que los obstáculos no se eternizan”
(Freire, 1997, pp. 53).

En este sentido, pelearse con el mundo pareciera formar parte de la lista de


responsabilidades de él que estudia. Sobre esto, Bárcena tiene un apartado, dentro del texto
que propongo, titulado “El exilio estudioso. Meditación del cuaderno de notas” (pp. 50-56),
en la que trae ideas muy interesantes en relación a esto:

“El estudioso necesita apartarse de los ritmos habituales del mundo. (...) La
frase de Goethe —donde comienza la vida intelectual, se detiene la política—
proclama bien el principio de esta independencia. (...) «El estudio es libertad y
soledad». (...) Cómo también dice Barthes, «para tener tiempo de escribir, es
necesario luchar a muerte contra los enemigos que amenazan ese tiempo, (...)»"
(Bárcena, 2020, pp. 50-51).

Cómo hemos visto el rol del estudioso es contemplativo y, encuentra en eso, una lucha
constante por asegurarse el silencio. Por otro lado, pienso, un tanto, en lo que le compete al
estudiante universitario, entre sus responsabilidades políticas y las sesiones grupales de
estudio que ocurren en las aulas, ¿son acaso antagónicos el estudioso y el estudiante?.

“Es facilísimo que el estudioso quede tan ensimismado en su quehacer que,


pretendiendo comprender el mundo a través de su materia de estudio, termine por alejarse
enteramente de él” (Bárcena, 2020, pp. 42). El estudioso, retraído en soledad y desfasado en
un tiempo propio, se encuentra, en lo más íntimo de sus pensamientos y en el más profundo
de los diálogos con sus clásicos (Calvino, 1993, pp. 5), con lo que le ha dado origen a sus
saberes. Entonces, ¿sería inadecuado afirmar que el estudioso deviene?, se aparta del mundo
para estudiarlo, pero en sus conclusiones siempre vuelve y se entiende como resultado del
tiempo que acontece y, es ahí cuando responde a su vocación ontológica de intervenir en el
mundo (Freire, 1997, 53), compartiendo aquello que en su trayecto le ha fascinado. Puede
comenzar escribiendo ansiosamente en su libreta o, tal vez, le envíe un mensaje de texto
conmocionado a un amigo. Si se le permite, luego compartirá en clase aquello que tanto le ha
resonado. Con esto quiero decir, aunque las condiciones en las que se dan el estudioso y el
estudiante son distintas, forman parte de un mismo ciclo. El estudioso, como forma de vida,
no puede entenderse en un tiempo totalitario de soledad o reclusión, se debe en el encuentro

8
con otros y, es allí, donde debe responder a su ser político, en tanto ético. Además, reconocer
el estudio no sólo como un modo de existir, sino también como una técnica, un camino o una
manera de revelar mundos posibles, es la llave que nos ayuda a encontrar en este "la
posibilidad de producir una forma de vida plenamente humana" (López, 2019, pp. 80). Es
decir, el estudio entendido como un ejercicio del espíritu y la técnica vista como un ejercicio
de lo estudiado nos permiten intervenir en el mundo común (López, 2019, pp. 79).

Cómo hemos visto antes, la universidad ayuda a que ciertas condiciones necesarias para
el estudio se den. Hablando, hoy, desde el lugar de la FCEDU, la casa de estudios no solo me
ha facilitado los libros y los cuadernos de notas, el diálogo con otros y grupos que han hecho
posible esta experiencia, sino que, también, me proveyó de un lugar donde estudiar. —Me
remitiré a mi experiencia personal—, mientras, en otros lugares no encontré un espacio
propicio para ejercer las tareas del estudio, en la universidad tengo la oportunidad de acceder
a una sala de lectura, en la que diariamente me pasó horas y horas subrayando textos o
escribiendo las citas que me emocionan, —escribo esto desde ese lugar—. Sobre el final
pienso que, la universidad más que un condicionante, de esos que imposibilitan la vida
estudiosa, meditativa y contemplativa, es un regulador de ella. Me refiero a que frente al
deseo del estudioso de zambullirse por completo en su labor espiritual con los textos, la
escuela hace de una suerte de orientador, pidiéndole al estudioso abandonar su soledad para
volver frente al mundo y compartir aquello que ha estudiado. El estudioso cree que no tiene
posibilidad de cambiar el mundo, pero la universidad le recuerda que si es posible.

Sobre esta idea cíclica, me ocurrió una cosa muy particular, en una de mis tantas idas al
Museo Provincial de Bellas Artes "Dr. Pedro E. Martínez", con la exposición "Abstracción
fatal", encontré una escultura de Héctor Zucco, llamada Transformación7, que me ayudó a
pensar gráficamente esta relación entre las idas y venidas, de las exigencias académicas y los
deseos azarosos de aquél que estudia. Esta escultura, —hecha con la técnica de talla directa y
1° Premio Adquisición XLVIII Salón Anual de Artistas Plásticos de Entre Ríos, 2011—, tenía
una forma muy particular, era un trozo largo de madera sin cortes, doblado sobre sí en ciertos
sitios estratégicos. Que iba adquiriendo diferentes tratados en su forma, empieza cortado por
ángulos rectos (como rectángulos), pero de a poco y, de forma progresiva, termina con sus
lados tallados perfectamente, como cilindros, para luego conectar ambas partes, contrarias,

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Aquí algunas fotografías. Revisar también en catálogo: Abstracción Fatal.

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por sus puntas en un mismo sitio. Entendiendo que ambas, rectángulos y cilindros, constatan
un mismo proceso, pienso que eso es lo que está última idea me remite y quería compartirlo
de este modo más visual, que encontré por pura casualidad.

Para ir cerrando, me gustaría recordar aquello que este recorrido me permitió pensar: la
escuela, el ocio y el trabajo; el aprendizaje y el estudio; la relación entre educación y estudio;
por un lado, el rol del estudioso y, por otro, el rol del estudiante. Las idas y vueltas, entre la
vida estudiosa, como forma de pasear por el mundo, y la vida universitaria, como agente
condicionante. Además, de las responsabilidades que a cada sujeto (estudioso y estudiante) le
competen.

Siento que, en fin, podemos concluir con la idea de que el estudio se encuentra por
momentos posibilitado y facilitado por la academia y, por otros, dificultado, pero en razón de
impulsar en el estudioso su condición política y su capacidad de transformar el mundo. En
este sentido la universidad regula, pero, me animo a decir, con la intención de ejercer la
responsabilidad transformadora de la educación. Sí, me quedo reflexionando sobre las
características de los diálogos actuales, o las dinámicas de autoridad dentro de la universidad,
y, sin dudas, sobre la tarea futura que me acontece en relación a todo lo expuesto como
ejercicio de las ciencias de la educación. Bueno, quién dice, tal vez nos sirvan de excusa para
reencontrarnos en otro momento. Ahora, cierro con la idea de que la vida universitaria invita
constantemente a la recluida vida estudiosa a un baile de salón, que finaliza con el ejercicio
de la condición plenamente humana.

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Referencias

Antelo, E. (2011). Capítulo 1 - ¿A qué llamamos enseñar?. En Alliaud, A. y Antelo, E., Los
gajes del oficio - Enseñanza, pedagogía y formación (pp. 19-37). Aique Grupo Editor.

Bárcena, F. (2020). Meditación sobre la vida estudiosa. En Bárcena, F., Larrosa, J. y Valerio
López, M., Elogio del estudio (pp. 23-68). Miño y Dávila Editores.

Calvino, I. (1993). Por qué leer los clásicos. Barcelona, Tusquets (Marginales, 122).

Carli, S. (2012). 6. Sociabilidad estudiantil, figuras de la amistad e identificaciones políticas.


En Carli, S., El estudiante universitario: Hacia una historia del presente de la
educación pública (pp. 167-198). Siglo Veintiuno Editores.

Freire, P. (1997). 2. Enseñar no es transferir conocimiento. En Freire, P., Pedagogía de la


autonomía (pp. 47-87). Siglo Veintiuno Editores.

Valerio López, M. (2019). Sobre el estudio: ocio, melancolía y cuidado (pp. 69-86).
Publicado en Ediciones Universidad de Salamanca.

Sánchez, C. (27 de enero de 2020). Citar Libro – Referencia Bibliográfica. Normas APA
(7ma edición). https://normas-apa.org/referencias/citar-libro/.

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