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Los efectos que la inseguridad y el miedo al crimen generan en las

personas

Se puede generar aislamiento entre las personas, dejar actividades cotidianas,


e incluso presentar casos de ansiedad y depresión. Acá algunas medidas para
enfrentar el tema.
Niveles altos de miedo al crimen pueden alterar las rutinas cotidianas, como
dejar de transitar por ciertas calles, no hacer uso de parques porque se asocian
con presencia de delincuentes.

Desde la década de 1960 se viene analizando el temor o la percepción de


riesgo que el crimen genera en la ciudadanía o en grupos sociales específicos,
como las mujeres o la población adulto mayor. En realidad, es un campo
amplio, que por lo mismo presenta varias perspectivas de abordaje, entre ellas
el estudio de los efectos que el miedo al crimen puede tener individual y
colectivamente, o, por otro lado, el papel de los medios de comunicación en las
emociones e informaciones que transmiten sobre la criminalidad.

Así las cosas, niveles altos de miedo al crimen pueden alterar las rutinas
cotidianas, como dejar de transitar por ciertas calles, no hacer uso de parques
u otros equipamientos humanos porque en los imaginarios o realidades se
asocian con presencia de delincuentes, o no salir de noche, todo ello para
evitar ser asaltado. Sin embargo, en ocasiones el miedo al delito se da hacia el
hogar, porque también ese espacio, el cual debería ser seguro, puede ser
escenario de delitos, como lo son las varias formas de violencia doméstica. Así,
en un estudio del Laboratorio de Psicología Jurídica se encontró que las
personas de estratos más bajos tienen más miedo a ser víctimas de algún
delito dentro del hogar, mientras que las de estratos más altos tenían más
temor a delitos en el espacio público.

El temor al delito también puede llevar a las personas y comunidades a adoptar


medidas de autoprotección, en especial cuando en la ciudadanía prevalece una
imagen negativa del sistema judicial, particularmente de la policía, ya que esta
es la institución con la cual las personas tienen un contacto más cotidiano y
directo. Así, las más recientes olas de encuestas del Latinobarómetro muestran
que en muchos países de América Latina se asocia la policía con prácticas
corruptas.

Otros estudios indican que la ciudadanía percibe una baja eficacia de la policía,
entendida la eficacia como la captura de delincuentes y la rapidez de reacción
ante los llamados de auxilio. Aquí conviene entender que aunque muchos
operativos de la policía llevan meses de preparación, de recolección de
pruebas judiciales y de seguimientos para llegar a las capturas, la ciudadanía
se guía en sus imágenes y representaciones sociales por su contacto directo y
cotidiano con la policía: así, tanto los rumores acerca de policías de tránsito
que reciben sobornos para no poner el comparendo como el ver que policías
miran a otro lado para no confrontar a quienes se cuelan en el transporte
público, pueden contribuir sin duda a que las personas se sientan
desprotegidas frente al crimen.

Ello, a su vez, puede llevar a tratar de mejorar la seguridad de la vivienda


instalando alarmas o cerraduras más seguras, o adquiriendo mascotas para
cuidar el hogar. Quienes pueden, se trasladan a vivir a barrios percibidos como
más seguros, o a conjuntos de viviendas que funcionan casi como
miniciudades en sí mismas, con circuito cerrado de televisión, canchas
deportivas, salón de coworking, etc., de forma que se reduce la necesidad de
salir tanto a la calle. Un efecto colateral del miedo al crimen puede ser,
precisamente, el generar aislamiento entre las personas, los vecinos y las
vecinas, por no saber en quién se puede confiar.

Fijémonos cómo, en los medios urbanos especialmente, a menudo se conoce


poco o nada de los vecinos, debido a la desconfianza mutua. Frente a ello, las
administraciones de edificios, las JAC o las JAL o las iglesias locales, pueden
tener un importante papel en favorecer dinámicas de encuentro vecinal
mediante actividades lúdicas que pueden aumentar la cohesión social y
recuperar el uso prosocial del espacio público. Por otro lado, la sensación de
desprotección frente al crimen puede llevar, en casos extremos, a un
descrédito del sistema democrático y a apoyar orientaciones políticas
autoritarias pero que “prometen” seguridad.
Miedo al crimen, salud mental e intervención

Varios estudios, y en países diferentes, encuentran una relación leve entre


mayores niveles de miedo al crimen, o de crimen percibido, con síntomas de
ansiedad, depresión, estrés, o con una autopercepción de peores condiciones
de salud. Con ello no queremos indicar que el miedo al crimen puede causar lo
que en psiquiatría o psicología se denomina como un tipo de trastorno de
ansiedad por sí solo, pero una sensación de peligro sí que puede llevar a las
personas a refugiarse en casa antes de que sea muy tarde, o incluso, en el
mismo hogar, estar en alerta casi permanentemente a posibles asaltos o robos,
en particular en viviendas que presentan vulnerabilidades al acceso de
intrusos.

También vale la pena señalar que en ocasiones el nivel de miedo al crimen que
las personas señalan en las diferentes encuestas puede reflejar las
preocupaciones o temores en otros órdenes de la vida. Así, las malas
condiciones de la vivienda, la inseguridad alimentaria y la precariedad del
empleo también generan temor al futuro y una percepción de poco control
sobre la vida propia, todo lo cual se puede llegar a expresar, sin darnos cuenta,
en nuestros miedos y preocupaciones frente al delito. Es por ello que desde
ciertos paradigmas críticos se emplea más el término “percepción de
inseguridad”, ya que la inseguridad se puede experimentar no solo frente al
delito, sino también en esos otros ámbitos de los derechos humanos, como son
la alimentación, la educación y la salud, entre otros.

En cuanto a las formas de intervención sobre el miedo al delito, existen varios


niveles. En el de la política criminal, muchos Estados consideran el miedo al
crimen como un problema específico, diferente de la criminalidad objetiva, que
requiere intervenciones específicas. De hecho, en ocasiones los contextos de
hábitat presentan índices de criminalidad relativamente bajos y en cambio los
niveles de miedo al crimen son altos. Aquí puede ser necesaria la colaboración
de diversos sectores: por ejemplo, la policía puede informar de capturas, para
mostrar eficacia en la lucha contra el delito, y debe guardar un trato irrestricto
en el respeto a los derechos humanos de la ciudadanía, pues los contactos o
experiencias negativas generan un impacto más fuerte –en este caso negativo–
en la ciudadanía que el impacto que generan los contactos positivos.

En cuanto a la ciudadanía, se pueden implementar varias estrategias. Por


ejemplo, se puede ser proactivo en verificar la autenticidad de las noticias que
circulan por redes sociales sobre asaltos u otro tipo de agresiones a personas –
adultos o niños desaparecidos–, pues en muchos casos, al replicarlos, generan
una alarma social innecesaria porque no han ocurrido en nuestro país o
corresponden a otras épocas. También se puede tener el teléfono de la
Estación de Policía para actuar en el preciso momento en que se presentan
ruidos o presencias extrañas en casa o en la de un vecino. Por otro lado, es
importante y positivo mantener las actividades o rutinas cotidianas, de alguna
manera, sin descuidar las conductas de seguridad. Es decir, si se considera
que la vivienda queda desprotegida mientras sale al parque a practicar algún
deporte o ejercicio, se puede adaptar esas rutinas al interior del hogar, para
seguir contribuyendo a mantenernos en una mejor forma física.

Junto a ello, también se puede mantener contacto vía teléfono, WhatsApp, etc.
con compañeros de estas actividades físicas, para no perder los contactos
sociales, los cuales siempre contribuyen positivamente a la salud mental. En
suma, se trata de mantener las actividades, en lo posible aprendiendo y
enseñando diferentes estrategias a otras personas. También se puede reducir
la exposición a los noticieros y a los contenidos violentos de las pantallas.

Ello no significa resignarse a vivir desinformados, sino evitar la exposición


repetida a las mismas noticias negativas. Aquí, de nuevo, una reflexión de los
mismos medios de comunicación sobre la forma en que se cuentan las noticias
de los delitos. Sin maquillar u ocultar la realidad, quizá cabrían formas menos
alarmistas, o incluso morbosas e inmediatistas, de informar sobre la
delincuencia.

Por último, insistimos en el papel que entidades como las asociaciones de


vecinos pueden tener en la vertebración del tejido social vecinal y llevar a cabo
acciones para recuperar el uso prosocial del espacio público, pero también en
favor de colectivos del sector con alguna necesidad especial: niños, ancianos,
personas con alguna discapacidad. Cuando la comunidad se involucra en
problemáticas comunes, empezando quizá por acciones sencillas y concretas –
lograr una mejora de la iluminación del sector, organizar un bingo para
recaudar dinero para compra de útiles escolares, etc.– se materializan
pequeños y grandes logros que cohesionan a la comunidad y fomentan el
sentido de pertenencia al barrio y la sensación de contar con apoyo social.

El papel de los medios de comunicación


El rol que juega el consumo de noticias de crímenes es una de las líneas
“clásicas” en el estudio del miedo al crimen. A finales de los años 80, el
sociólogo George Gerbner propuso la teoría del cultivo, según la cual las
personas vamos acomodando nuestra visión del mundo real a los contenidos
que transmiten los mass media ( La finalidad de estos medios de comunicación
en la actualidad podría ser, según la fórmula acuñada específicamente para la
televisión, adoctrinar, influenciar y entretener al público que tiene acceso a
ellos). En el tema que nos ocupa, las personas que ven más noticias sobre
delincuencia tenderían a calcular que hay más delitos de los que realmente se
producen, y además sobreestimarían la probabilidad de ser víctimas de un
delito. Hoy día, a casi 30 años de los primeros trabajos de aquel autor, el
panorama es más complejo. En primer lugar, porque el efecto de la televisión
tiene que ver en parte con la credibilidad que la ciudadanía les dé a las
noticias. En segundo lugar, como lo indicaba la psicóloga Linda Heath en 1996,
además de los noticiarios, hay programas de TV dedicados a la investigación
criminal, películas con contenido de violencia criminal, e incluso programas
dedicados a capturas en tiempo real. A ello hay que sumar, hoy día, la
información sobre delitos que puede circular en redes sociales en forma de
videos compartidos de robos, de accidentes viales, etc., que pueden generar
alarma social. Por otro lado, conviene no desestimar la experiencia personal o
la de nuestros seres queridos o compañeros de estudios o del trabajo en
relación al delito, pues tales experiencias contribuyen, junto a la influencia de
los medios tradicionales y las redes sociales, a los imaginarios y el miedo que
podemos desarrollar frente al delito.

En general, y aunque el proceso no es lineal ni simple, los estudios confirman


que las noticias sobre crímenes pueden influir en el nivel de miedo al crimen,
especialmente cuando son reforzadas por otras fuentes de información –como
redes sociales o experiencias personales–, o cuando no hay otras fuentes. Así
mismo, cuando la noticia presenta a la víctima de forma general –una persona,
una mujer, un hombre…–, el impacto puede ser más amplio en la medida en
que más personas podrían identificarse con dicha víctima. Por otro lado,
cuando la noticia deja la sensación de que las autoridades se ven desbordadas
por el crimen –no se conocen los autores, o es difícil capturarlos– se puede
generar un mayor impacto vía la sensación de falta de control del Estado sobre
el crimen. De forma análoga, las fugas exitosas de casos emblemáticos y las
falsas imputaciones, entre otros aspectos, pueden contribuir a deteriorar la
imagen del sistema judicial y a un mayor temor al crimen.

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