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Música sugerida: LA OCTAVA DE BEETHOVEN Y LA CARTA A LA AMADA INMORTAL

(Todas las cartas de amor son ridículas)

Fernando Pessoa

Nos situamos en Tëplitz, 1812, Ludwig Van Beethoven escribe la carta de amor más famosa de la
historia de la música, la carta a la “Amada Inmortal”. ¿Y qué música compone en medio de tanta
belleza y melancolía? : su sinfonía más feliz o, si se quiere, la menos sombría de sus obras, la
Octava.

Causa perplejidad que compusiese esta obra en uno de los nudos vitales más tormentosos de su
vida: es el verano de 1812, Beethoven tiene 41 años. Vitalista, torrencial, combativo, inteligente.
Dentro de su orgullo, se trata de un alma tierna, lleno de los ideales románticos de la época, que
se ponen de moda, en parte, gracias a su trabajo musical, a su impulso y a su fama.

Es un momento de reconocimiento, el público le adora. A pesar de ello, le persigue una tragedia


personal: se trata de un hombre apasionado, ardiente, siempre enamorado de alguna dama, pero
no logra encontrar a su compañera debido, en parte, a su sordera y, a consecuencia de ello, a que
suele comportarse como un salvaje en sociedad o ,al menos, eso han señalado sus
contemporáneos. Podemos pensar que Ludwig exagera esta desdicha, pero lo cierto es que él lo
vive como una realidad trágica insuperable. Pero, he aquí que por esos días, parece haber
encontrado alguien y lo sabemos porque el lunes 6 de julio escribe a lápiz una carta que empieza,
“mi ángel, mi todo, mi yo”, o sea, estamos en presencia de, como él la denominara en la portada,
la carta a “La amada Inmortal”

Se trata de un amor imposible, como lo leemos en el texto, que contiene frases como “hasta que
pueda volar hasta tus brazos” o “preguntando al destino si nos concederá” y “sólo por una
contemplación dilatada de nuestra existencia, podremos alcanzar nuestro objetivo”. Es decir, no
es una carta que anime a La Amada a dejarlo y unirse a él. Es un amor resignado, inmenso,
intenso, pero imposible. Así, la primera cosa que asociamos a la Octava Sinfonía es ésta, la historia
de La Amada Inmortal.

La Octava Sinfonía tiene estructura de forma sonata, esto es, tema A, tema B y tema conclusivo. Se
trata de una composición alegre, pero en el que en las transiciones parece colarse el ser sombrío y
torturado que convivía junto a la vitalidad en Beethoven.

Esta composición llegó a mis manos el año 1979 en forma de un cassette cuando tenía nueve años
y era estudiante en la Escuela de Desarrollo Artística de Antofagasta y de música en el
Conservatorio de Antofagasta, ubicado en la esquina de Díaz Gana y Carrera, que albergaba a
chicos de varias edades y condiciones sociales. En aquel edificio antiguo, lleno de luz, cada tarde
aprendíamos teoría y solfeo, canto, apreciación musical y un instrumento musical. Éramos parte
de una orquesta sinfónica infantil y nuestras preocupaciones eran las partituras y las claves de Sol
o de Fa. Percusión, bemoles y sostenidos, notas de piano. En aquel lugar, me enamoré del
atormentado Ludwig, supe de su amor por Josephine y fuimos parte de ese mundo luminoso e
imperfecto. Un mundo de diapasones, donde habitó nuestra inocencia, correrías, besos, secretos y
cartas encendidas. Un universo determinado por la creación artística de los grandes clásicos que
hoy nos gustaría replicar. Una vida cuya banda sonora fueron los sones compuestos por Ludwig
aquella tarde de julio del otro lado del charco, cuando escribía y componía sin oír, para su Amada
Inmortal.

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