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PROBLEMAS MUNDIALES CONTEMPORÁNEOS

PRIMER PARCIAL PMC – 2023


Gabriela Verónica Bazán

21466449 Comisión: E. Sánchez

Conteste las siguientes preguntas:

1. Analice el proceso de racionalización que Siegfried Kracauer describe a partir de sus estudios
sobre los empleados y sintetice los aspectos políticos involucrados en sus análisis en el contexto
histórico de los últimos años de la República de Weimar.

Proceso de racionalización y aspectos políticos


Los últimos años de Weimar están caracterizados por un clima de extremas tensiones
políticas con tremendas repercusiones sociales. El presidente P. von Hindenburg (1847-1934)
electo en 1925, representante de una derecha autoritaria, ha ido lentamente desatando, con tibias
(y no tanto) resistencias una a una las conquistas (libertad de expresión, religión y prensa,
subsidios sociales, libre asociación) y aspiraciones democráticas de una República sin tradición
republicana. En las calles se ha instalado el violento avance de los grupos nacionalistas más
radicalizados que definen a Weimar como inepta y promueven la eliminación del enemigo traidor
a la nación, sea judío, comunista o socialdemócrata.
Siegfried Kracauer (8 de febrero 1889 - 26 de noviembre 1966) que abandona la
arquitectura en 1918 para dedicarse a la crítica literaria y a la labor periodística, publica Los
Empleados en el suplemento cultural del Frankfurter Zeitung (1856-1943), uno de los de mayor
tirada en la Alemania de Weimar, en 1929, en formato de crónica de investigación y
“diagnóstico” como el mismo lo aclarará, para su posterior edición literaria.
La economía alemana iniciada tardíamente hacia mediados del siglo XVIII con la
mecanización de sus talleres textiles y fábricas metalúrgicas seguida del impulso del ferrocarril,
las minas de carbón, la extracción de hierro y la industrialización de estos recursos naturales,
hallará su momento de completa modernización y consolidación durante la unificación política en
el Imperio Alemán en 1871 y, gracias a las intervenciones del estado que favorecieron las
exportaciones, apoyaron la innovación tecnológica a través de una educación técnica y científica
y a la creación de las grandes corporaciones financiadas por una banca con gran participación
capitalista, se colocará como potencia hegemónica europea a inicios del siglo XX.
Este crecimiento económico (interrumpido por la Gran Guerra en 1914) creó rotundas y
profundas transformaciones sociales, culturales, políticas, ideológicas pero sobre todo transmutó
drásticamente la organización y división del trabajo, la producción y las relaciones laborales.
Dichos cambios impactaron verticalmente en las estructuras de las sociedades y tuvieron imagen
clara en la configuración y conformación de las grandes ciudades a las que una masa novedosa
de trabajadores arribaba expectante e ilusionada.
Es en Berlín, la moderna Babilonia de los dorados años ´20, donde Kracauer, integrante de un
circulo intelectual que en general ha tomado distancia de “lo cotidiano” quizás por considerarlo
banal y poco sustancial, se lanza a un viaje de construcción cercano a lo etnográfico utilizando
métodos heterodoxos para los escritos de la época intercalando recursos narrativos, analíticos y
dialogales para dar entidad pública a un fenómeno reciente camuflado en el aquelarre urbano: el
ejército de cuellos blancos, modelado en los cuarteles de la nueva economía de grandes escalas.

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Empleados administrativos, de comercio, de grandes empresas como bancos y compañías de
transporte integran el sujeto a develar por el autor como destacado actor involucrado en estas
nuevas relaciones productivas implicadas en lo que en el texto se define como proceso de
racionalización, el cual es inherente “…desde que existe el capitalismo, continuamente…”
(Kracauer, p.114) y cuya ecuación es definida por la necesidad de aprovechar intensivamente al
ser humano, pero que sugiere aspectos y características más complejos en su conformación
social, política, ideológica, cultural.
El concepto de racionalización es delineado en un texto del escritor y político Walther
Rathenau (1867-1922) publicado en 1919, “La Triple Revolución” donde lo explica como la
“transformación” de una economía “anárquica y caótica” en una “economía orgánica”
altamente productiva, con bajos costos y jornadas laborales acortadas (1). De las entrevistas
recaudadas por Kracauer y sus propias reflexiones se lo describe como la puesta en marcha de
una cadena de montaje compuesta por varios dispositivos a modo de brazos en una gran
estructura que organiza (el desmantelamiento del sujeto)(2) desde la selección de los candidatos
(recursos), el desempeño laboral en ámbitos determinados, las relaciones jerárquicas, los
espacios de descanso e incluso los momentos de ocio y esparcimiento, sin obviar las creencias
(moral) e ideologías que los postulantes profesen (o lleguen a profesar), y exige capacidades y
disponibilidades que articulan valores y principios con funcionalidad, a manera de ensamble por
partes de un producto final: “…el fin último no es guiar a los hombres, sino administrarlos”,
construyendo un imaginario de pertenencia diferencial a otros sectores (¿menos favorecidos?) e
inoculando en los empleados la ilusión de una “nueva clase social” con aspiraciones burguesas
como estímulo para su inserción en el proceso mismo.(3)
Hombres y mujeres, muchos de ellos de clase media acomodada, son arrojados a la
búsqueda de “un trabajo fácil y respetable”( el ideal profesional de la modernidad, según G.
Simmel)(4), hambrientos de diplomas que garanticen su inclusión en las oficinas de alguna
prestigiosa compañía (el status no es consecuencia de los ingresos), aun abriendo o cerrando
sobres o en todo caso tecleando ocho horas un piano devenido en una Torpedo (5), apilando
exámenes de aptitud en las agencias de colocación (cazadoras de talentos) que deben encontrar
nada más y nada menos que “el hombre adecuado para el puesto adecuado”, examinados en su
constitución física y psíquica siendo el color, la edad (el culto a la juventud es propio de la
época), la apariencia externa y conducción social de peso definitorio en el transcurso de la
contratación, ingredientes todos indispensables para una competencia que suele ser asimétrica
para los muchos y ventajosa para unos pocos en una situación de crisis financiera (el Crack del
´29 y la Gran Depresión en EE.UU repercute en nefastas ondas expansivas), desilusión política,
precariedad e incertidumbre laboral, hiperinflación y violencia de nuevos y viejos movimientos
extremistas ya desde una izquierda revolucionaria desgastada sin respuestas concretas ya desde
una derecha ultranacionalista sostenida en la propaganda reaccionaria, pasando por un
contrarrevolucionario totalitarismo prusiano militarizado y las ligas armadas ejecutando
venganzas. En su mayoría, las agrupaciones sindicales que nuclean a este grupo de trabajadores
tienen inclinaciones socialdemócratas (Afa), democráticas liberales (G.de.A) a las que se suman
el ala nacional-cristiana (Gedag) más burguesa y antisemita, pero en rasgos generales todas ellas
asumen posiciones similares al momento de negociar beneficios y se preocupan por encarrilarlos
en “el goce de trabajar”, declarando batalla a la alienación que sus labores mecánicas generan. El
despliegue entonces de las centrales sindicales de los empleados corporativos (en línea directa con
las empresas) se enfoca tanto en destacar la “importancia” de la función racionalizadora como

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en la contención de éstos fuera de las horas de trabajo, estimulando las actividades recreativas,
deportivas, culturales, los picnics corporativos, los maratones de baile, los bares y cafés como
obligados puntos de encuentros fraternales luego de la jornada laboral, el consumismo de la nueva
masa de dependientes.
Este programa de acción orgánica de previsión y cálculo hace participe tanto a las
compañías como a las agencias, sindicatos, asociaciones de empleados y a su vez genera actores
secundarios tales como instituciones culturales, educativas y deportivas, las tendencias marcadas
por la moda, la industria del entretenimiento, entre otras, resueltos a formar un individuo con
identidad en la masa y en la labor productiva moderna sin obviar el papel del Estado como
regulador y controlador legitimador del proceso. Este diagnóstico es el que pretende hacer llegar
el autor a sus lectores, al publico medianamente formado que es destinatario de sus crónicas, a
los intelectuales preocupados por los desastrosos efectos de una guerra que no debió ser en una
sociedad corroída y atravesada por coyunturas propias del momento histórico y a los propios
protagonistas del texto, que tal vez sin saberlo, les corresponde un lugar significativo e
inesperado en el desarrollo de Weimar: la formación de una “colectividad”, que no surge
como resultado de valores, principios, convicciones e intereses comunes compartidos, sino que
es producto del “deterioro de las fuerzas espirituales” expresado en el menoscabo del
conocimiento no aplicado a la materialidad del sistema productivo en doctrinas que anulan el
ser en tanto sujeto activo de la historia, requiere una cuidadosa mirada analítica que
contemple los peligros de su captación en un contexto de pesimismo social y frustraciones
personales, un llamado para prestar atención a los modelos de liderazgo y conducción que
esta nueva masa se sentirá inclinada a apoyar o impulsar.

2. Analice y compare los argumentos de apoyo a la República de Weimar desarrollados en los


textos de Thomas Mann y Walther Rathenau trabajados en clase.

Walther Rathenau nace en 1867, en el momento de la consolidación económica, industrial


y política de la Alemania Imperial. De familia judía acomodada, inicia estudios de física y
filosofía (universidades de Estrasburgo-Múnich-Berlín) a la vez que desarrolla una profunda
atracción por el arte y la literatura. Publica sus primeros ensayos (“Escucha, Israel” y
“Fisiología de los negocios”) a fines del siglo XIX en la revista Die Zukunft dirigida por su
amigo Max Harden (1861-1927) a la vez que toma la conducción de la AEG, compañía eléctrica
fundada por su padre Emil en 1883. Hábil organizador, visionario y exitoso en los negocios, es
visto en los círculos culturales, académicos, profesionales y políticos de Berlín como un barón
industrial, representación distinguida de un hombre comprometido con su tiempo y perspicaz a la
hora de diagnosticar las falencias y necesidades de la tradicional y conservadora sociedad
alemana.
Convencido de que los tiempos modernos requieren una correcta organización económica
donde coincidiesen la propiedad privada, la libre empresa, la negociación corporativa y el justo
acuerdo social para el pleno desarrollo de las naciones, no dudó, sin embargo, al inicio de la
Primera Guerra en ofrecer sus servicios de liderazgo gerencial para que Alemania no sucumbiese
a los bloqueos comerciales (en oposición a sus certezas de que las armas ya no eran los métodos
de resolución de conflictos entre países capitalistas). La humillación de una derrota escenificada
como una puñalada por la espalda, construcción nacida y alimentada desde el Alto Estado Mayor
para lavar responsabilidades y guardar el honor de las cúpulas de las fuerzas armadas (E.

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Lüdendorff -1865-1937- fue señalado como el verdadero instigador del asesinato ejecutado por la
Organización Cónsul el 24 de junio de 1922), la firma de un armisticio vergonzoso y un posterior
tratado que ponía de rodillas a los alemanes ante sus enemigos, la revolución destinada al fracaso
por surgir del desánimo y el agotamiento de un ejército famélico en noviembre de 1918 y la
instauración de una República aglutinada en los partidos Zentrum (centro católico) , SPD
(socialdemocracia) y DDP (partido democrático alemán) vista como una democracia burguesa y
sentida como ajena ensombrecieron los cielos alemanes y todos se volvieron tras sus hombros
buscando señalar a los culpables.
Para Rathenau se trata de asumir la derrota y tomar la oportunidad que Weimar significa
para insertarse en la nueva era, madurar como nación y despojarse de las ropas viejas y
desgastadas de un imperialismo obsoleto, es el momento de la participación activa y
comprometida en un programa orgánico (en 1919 publica el texto analizado “ La triple
Revolución” donde conceptos como racionalización-dirección-voluntad-espíritu-sentimientos-
ideas son recurrentes como vehículos de su impronta ideológica) que implique ordenar un nuevo
estado, una nueva economía, una nueva sociedad, un nuevo hombre y donde el estado se asuma
como un nuevo sistema constitucional propio del pueblo alemán, sin tener en cuenta los modelos
externos. Rathenau va a defender la República porque cree que es hora de que el pueblo alemán
se quite la investidura de la sumisión a la autoridad y sea partícipe directo de los acontecimientos
de la vida pública y política de la Nación: “…al pueblo alemán corresponde encarnar en la
práctica el espíritu alemán… y encarnarlo especialmente en la estructura del Estado.”
El Rathenau nacionalista que acepta el nombramiento en enero de 1922 como Ministro de
Relaciones Exteriores, descripto por Harry Kessler (6) como “un moralista, hombre de mundo,
filosofo, estadista, cuyo esprit, delicadeza e imaginación penetra los misterios del corazón
humano y de las relaciones sociales para expresarlos con fase brillante y acerada como un
relámpago” y que se asume como judío y ciudadano de segunda clase, vislumbra un abismo
hacia el que Alemania y toda Europa se dirigen…
“Aquel día me hallaba ya en Westerland, donde cientos y cientos de veraneantes se bañaban
alegremente en la playa. También tocaba una banda de música, como el día en que
anunciaron el asesinato de Francisco Fernando, ante gente de vacaciones, despreocupada,
cuando los vendedores de periódicos entraron corriendo en el paseo como albatros blancos
y gritando: « ¡Walther Rathenau, asesinado!». Estalló el pánico y todo el imperio se
estremeció. El marco cayó en picada y no se detuvo en su caída hasta que alcanzó la
fantástica y terrorífica cifra de billones. Fue entonces cuando empezó el auténtico aquelarre
de la inflación (…)” (7)
Ese mismo abismo fue presentido, paradójicamente, por Thomas Mann (1875-1955)…
En 1918, el ya consumado escritor Thomas Mann (Los Buddenbrook, Muerte en Venecia),
acomodado en su vida burguesa y protestante, padre de familia ejemplar, monárquico y defensor
de todo nacionalismo alemán, ese fundado incluso antes de 1871 en los rasgos comunes
encontrados en la lengua (a falta de un determinismo geográfico) y lo que de ella se produjera,
como la literatura, el arte, la música, que enaltecía lo propio en rechazo a lo distinto y se oponía
luteranamente a la universalidad católica y a los valores revolucionarios y liberales asociados con
la zivilisation francesa, publica Consideraciones de un apolítico. Anhelante de ser la voz nacional
de una kultur alemana que considera la realidad política como cosa de hombres incultos y
mundanos, Mann, que se ha distanciado de su hermano, también escritor, afamado, pacifista y
crítico de la euforia beligerante, aunque algunos analistas pudieran considerar otras tensiones
entre los hermanos, como la competencia o las inclinaciones homoeróticas de Thomas de las

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cuales Heinrich estaba enterado(8), embriagado como la gran mayoría de los intelectuales y el
resto de la población del país de un fervor belicista bregado desde los ámbitos más versátiles y
respetados y expandido por una prensa triunfalistas y demagógica, compone este alegato en
defensa de la guerra, una guerra a la que corona románticamente como la épica de una epopeya
ineludible a la que todos los alemanes son llamados a defender la amenazada idiosincrasia
germana de los enemigos que promueven revoluciones y democracias.
Al término de la contienda, Mann padecerá una crisis personal y comenzará a reflexionar
más objetivamente su adhesión a la lucha, se cuestionará los motivos que la causaron y sobre todo
será testigo de las consecuencias para la sociedad alemana. Hacia 1921 declarará ser partidario de
una revolución conservadora (tomada luego como base ideológica legitimadora de los principios
del nacionalsocialismo), una construcción en si contradictoria pero que él define como un
movimiento que pretende “conservar” y no “destruir”, que no contiene programa político o ideas
raciales, aunque cierto antisemitismo sutil puede desprenderse de algunos de sus adeptos, pero
que se caracteriza sobre todo por su condición elitista de un grupo encumbrado de académicos
pertenecientes a la burguesía culta que defienden la idea de humanidad.
Ya en 1923, Mann va a producir Ensayo sobre la República (tal vez a causa de la
consternación causada por el asesinato de Rathenau) apoyando abiertamente la idea de un
republicanismo democrático y alemán cuya perspectiva de dirección era la pluralidad, el consenso
y la asimilación de conceptos y teorías implicados en el desarrollo de una Alemania moderna. El
texto Orden del Día proclamará el fracaso de una guerra nacida de la mentira y exaltará en un
tono lirico y romántico algo confuso los valores espirituales del pueblo alemán personificados en
la figura de Gerhart Hauptmann(9) como ejemplo para la juventud a la que está dirigiendo el
discurso y a la que espera convencer de abrazar los ideales de Weimar, y alejarlos del disparate
violento “mezcolanza de histeria y romanticismo mohoso, un germanismo de megáfono que
caricaturiza y vulgariza lo alemán” que para él simbolizan el nazismo y los camisas pardas.(10)
Lo que Rathenau valora en la república desde lo económico e institucional, como
industrial, empresario y político, Mann lo hace desde lo social y cultural. Ambos coinciden en que
Weimar es la mejor opción para los alemanes de reformular su historia a su manera en el
contexto de un nuevo orden internacional donde las luchas no deben ser libradas en campos de
batalla y donde el conocimiento, los valores humanitarios, el trabajo organizado, la salvaguarda
de las instituciones como medios, la voluntad, el compromiso con la realidad, la ética y la
responsabilidad concretarán la síntesis pragmática para resolver las crisis y promover el
crecimiento de las naciones. Y ambos supieron ver el peligro que detrás de las propagandas, las
intrigas, los uniformes, las persecuciones racistas, los discursos grandilocuentes expropiados del
pasado y reversionados al odio presente, se escondía un movimiento insolvente por ausencia de
verdaderos principios ideológicos y políticos, vacío de propuestas y lleno de promesas,
sumamente hábil y capacitado para convencer una multitud de alemanes huérfanos y sin
partidarismo que buscan identificarse con alguien “como ellos”.
Rathenau, Mann, Kracauer y otros intelectuales de la época profetizaron el asociacionismo
de las masas con una fuerza capaz de captar y cristalizar sus anhelos, sirviéndose de sus
malestares para señalar culpables, movilizándolas a través de una retórica de comprensión y
rituales comunicativos donde los problemas surgen de un otro que no encaja, que no habla nuestra
lengua ni profesa nuestras costumbres y no tiene nuestra sangre, diferente: el enemigo común que
lo malo que contiene es no ser nosotros.

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Notas

1- W. Rathenau, La Triple Revolución, 1919. p 37


2- Harry T. Craver, Desmantelamiento del tema: Conceptos del individuo en los escritos de
Weimar de Siegfried Kracauer y Gottfried Benn. Nueva crítica alemana, núm. 127
(febrero de 2016), págs. 1 a 35, Duke University Press.
https://www.jstor.org/stable/43910691
3- Ídem. p 58: “La socialización presta al cooperante la certidumbre de que trabaja por la
comunidad inmediatamente y no dando un rodeo por sobre el interés del patrono”.
4- G. SIMMEL, «Die Konflikt der modernen Kultur», 1918, Duncker y Humblot, Berlín,
traducción realizada a partir del mismo texto incluido en Das individuele Gesetz,
Frankfurt, Suhrkamp, 1987, 174-231.
5- TORPEDO: Torpedo Büromaschinen Werke AG (Fábrica de Máquinas de Oficina
Torpedo)
Firma fundada por Peter y Heinrich Weill para fabricar dos modelos de bicicletas: la Weil-
Räder y la Torpedo-Räder. La producción comenzó con nueve empleados en un edificio
en Frankfurt Am Main, Alemania. En 1907 los hermanos Weil decidieron empezar a
fabricar máquinas de escribir y para ello se hicieron con el negocio de Hermann Wasem,
que llevaba tres años fabricando la máquina de escribir Hassia. Las primeras máquinas de
escribir Torpedo (de tamaño estándar) se exportaban bajo la marca Regent.
6- E. Espinoza, Babel revista de arte y Crítica. Nº 39, mayo-junio 1947. Pp 128-147. Harry
Kessler (1868-1937) describe la obra de Walther Rathenau desde la perspectiva de un
contemporáneo. Se había encontrado a menudo con Walther Rathenau y lo conocía bien.
Escribió la biografía unos años después de la muerte de Rathenau.
7- Stefen Zweig, (1881-1942) El mundo de ayer. Ed. Hamish-Hamilton London y Bermann-
Fischer Verlag AB, 1942. Habiendo sido testigo de los horrores de la guerra, escribió el
drama Jeremías, donde expresaba una posición marcadamente crítica con la contienda. La
obra fue celebrada por su amigo el escritor Thomas Mann.
8- https://youtu.be/ko3V12OTqpQ
9- Gerhart Hauptmann (Obersalzbrunn, 1862 - Agnetendorf, 1946) Dramaturgo y novelista
alemán que obtuvo el premio Nobel en 1912.
10- T. Mann : Lo que debemos demandar, en Berliner Tageblatt, 1932

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