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La revolución del 52
Pero está claro que sin ese paso que cambió definitivamente el eje de las relaciones de
poder, y que permitió el tránsito hacia la práctica democrática, lo ocurrido en1982 era
simplemente impensable.
Los hechos terminaron por demostrar que la confrontación de las ideas a lo largo de
varias décadas había prescindido de un ingrediente central: intentar comprender la
realidad del otro, pero no sólo en tanto ese otro tenía necesidades y carencias, no sólo en
tanto el otro debía ser también un ciudadano, sino en tanto ese otro no funcionaba en la
lógica de un modelo de pensamiento, de un conjunto de valores y de una visión
determinada del tiempo y del espacio. La compulsa de poder en Bolivia estuvo siempre
bajo el paraguas de un paradigma claramente occidental: el paradigma del progreso. La
idea del progreso determina una visión del tiempo y de la historia y, por supuesto, de la
construcción del futuro; tiene que ver con los valores básicos de la vida cómo la
concebimos. Este dislocamiento aún no resuelto puso en el tapete el ingrediente de la
visión de la cultura y forzó a la sociedad boliviana a intentar una respuesta que fuera
capaz de combinar ambas visiones sobre la base de una Constitución única rabiosamente
liberal en sus principios (1967), aunque claramente teñida de las ideas de la
responsabilidad social a partir de 1938 y los hechos consecuentes de 1952.
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