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El niño deprivado y como compensarlo por la pérdida de una vida

familiar.
Donald Winnicott.

(Conferencia pronunciada en la Asociación Guardería infantiI, julio de 1950)

Como introducción al tema que trata del cuidado que debe dispensarse al niño que se ha visto
deprivado de una vida familiar, es importante no perder de vista que la comunidad debe ocuparse,
básicamente, de sus miembros sanos. Debe dárseles prioridad a los hogares buenos, por el simple
motivo de que los niños criados en su propia familia serán miembros útiles de la comunidad: el
cuidado de estos niños es, por lo tanto, provechoso para la sociedad.
Si aceptamos esto, deducimos dos consecuencias. Primero, debemos preocupamos ante todo de
que el hogar corriente cuente con los medios indispensables en cuanto a vivienda, alimentos, ropa,
educación y recreación, así como también con los medios adecuados para desarrollar su cultura.
Segundo, no debemos inmiscuimos en la vida privada de una familia, que es una empresa en
marcha, ni siquiera en su propio beneficio. Los médicos tienen particular tendencia a interponerse
entre las madres y sus bebés, o entre padres e hijos, siempre con la mejor de las intenciones, y con
el fin de prevenir la enfermedad y promover la salud; y los médicos no son los únicos en cometer
ese error. Por ejemplo:
Una madre divorciada me pidió consejo en la siguiente situación. Tenía una hija de seis años, y una
organización religiosa, con la que el padre de la niña estaba vinculado, deseaba separar la niña de
la madre y ubicarla como pupila en una escuela, incluso durante el período de vacaciones, porque
dicha organización no aprobaba el divorcio. De modo que era preciso pasar por alto el hecho de
que la niña se sintiera bien y segura junto a su madre y a su nuevo padrastro, y sumirla en un estado
de deprivación nada más que para obedecer un principio que sostenía que una criatura no debe
vivir con una madre divorciada.
Numerosos niños deprivados son en la práctica, manejados de una u otra manera, y la solución
radica en evitar el mal manejo.
No obstante, debo aceptar que yo mismo, como tantos otros, soy un decidido destructor de hogares.
Son múltiples las ocasiones en que apartamos a los niños de sus familias. Por ejemplo, en mi clínica
tenemos todas las semanas casos en los que es preciso sacar urgentemente al niño de su hogar,
si bien es cierto que rara vez se dan estos casos en niños menores de cuatro años. Todos los que
trabajamos en este campo conocemos el tipo de caso en que, por un motivo o por otro, se ha creado

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una situación tal que, a menos que el niño se aleje durante unos días o semanas de la casa, la
familia se desintegrará o el niño terminará compareciendo ante un tribunal de menores. A menudo
es posible pronosticar que el niño se beneficiará lejos de la casa y que lo mismo ocurrirá con la
familia. Hay muchos casos angustiosos que se resuelven por sí mismos si podemos tomar estas
medidas con suficiente rapidez, y sería lamentable que todo lo que estamos realizando por evitar la
destrucción innecesaria de buenos hogares significara, de alguna manera, menoscabar los
esfuerzos de las autoridades que son responsables de proporcionar alojamiento, a corto o a largo
plazo, para el tipo de niños que considero aquí.
Cuando digo que tenemos casos como éstos todas las semanas en mi clínica, me refiero a que en
la gran mayoría de los casos logramos ayudar al niño dentro del marco ya existente.
Esta es, desde luego, nuestra meta, no sólo porque resulta económica, sino también porque
cuando el hogar es suficientemente bueno, constituye el lugar más adecuado para asegurar el
crecimiento del niño. La gran mayoría de los niños que requieren ayuda psicológica padecen
trastornos relacionados con factores intemos, trastornos en el desarrollo emocional, que en gran
medida se deben al simple hecho de que la vida es difícil. Tales trastornos pueden tratarse sin
separar al niño de su familia.

EVALUACIÓN DE LA DEPRIVACIÓN

A fin de descubrir cuál es la mejor manera de ayudar a un niño deprivado, debemos comenzar por
determinar qué grado de desarrollo emocional normal tuvo inicialmente gracias a la existencia de
un medio suficientemente bueno: i) relación madre-hijo, ii) relación triangular padre-madre-hijo; y
luego, a la luz de lo que se ha logrado establecer, debemos tratar de evaluar el daño ocasionado
por la deprivación, en el momento en que comenzó y durante el período en que se mantuvo. Por lo
tanto, aquí la historia del caso es de gran importancia.
Las seis categorías que enumero a continuación pueden resultar útiles como métodos para clasificar
los casos y hogares deshechos:
a) Un hogar bueno corriente, desintegrado por un accidente sufrido por uno de los progenitores
o por ambos.
b) Un hogar deshecho por la separación de los padres, que son buenos como tales.
c) Un hogar deshecho por la separación de los padres, que no son buenos como tales.
d) Hogar incompleto, por ausencia del padre (hijo ilegítimo). La madre es buena; los abuelos
pueden asumir un rol parental o contribuir en alguna medida.

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e) Hogar incompleto, por ausencia del padre (hijo ilegítimo). La madre no es buena.
f) Nunca hubo hogar alguno. Además suelen hacerse clasificaciones mixtas:
a) Según la edad del niño, y también la edad que tenía cuando ese medio suficientemente
bueno dejó de existir.
b) Según el temperamento y la inteligencia del niño.
c) Según el diagnóstico psiquiátrico del niño.
Tratamos de evitar toda evaluación del problema basada en los síntomas del niño, o en el grado en
que el niño se convierte en una molestia, o en los sentimientos que su situación despierta en
nosotros, pues tales consideraciones suelen inducir a error. A menudo la historia es incompleta o
deficiente en sus aspectos esenciales. Además, y con suma frecuencia, la única manera de
determinar la existencia de un medio temprano suficientemente bueno consiste en proporcionar un
medio bueno y ver de qué manera lo utiliza el niño.
Aquí conviene hacer un comentario especial sobre el significado de las palabras "de qué manera
utiliza el niño un medio bueno". Un niño deprivado es un niño enfermo, y el problema nunca es tan
simple como para que la mera readaptación ambiental baste para que el niño recupere la salud. En
el mejor de los casos, el niño que puede beneficiarse con un simple cambio ambiental comienza a
mejorar, y a medida que ello ocurre se vuelve cada vez más capaz de experimentar rabia por la
deprivación pasada El odio contra el mundo está allí, oculto en el interior del niño, y la salud no se
alcanza hasta haber experimentado ese odio. En no pocos casos, se llega efectivamente a
experimentar odio, e incluso esta pequeña complicación puede provocar problemas. Sin embargo,
este resultado favorable sólo sobreviene si todo es relativamente accesible para el self consciente
del niño, cosa que rara vez sucede, puesto que, sea en pequeña o en gran medida, los sentimientos
correspondientes a la falla ambiental no son accesibles a la conciencia. Cuando la deprivación tiene
lugar luego de una temprana experiencia satisfactoria puede sobrevenir ese resultado favorable y
es factible llegar a sentir el odio correspondiente a la deprivación, como se ilustra en el siguiente
ejemplo:
Se trata de una niña de siete años, cuyo padre murió cuando ella tenía tres, a pesar de lo cual
superó exitosamente esa dificultad. La madre la cuidaba muy bien y volvió a casarse. Fue un
matrimonio feliz y el padrastro quería mucho a la niña. Todo anduvo bien hasta que la madre quedó
embarazada, momento en que el padre modificó su actitud con respecto a la hijastra. Se dedicó por
completo a su propio hijo futuro y retiró a la niña todo el afecto que había depositado en ella. Las
cosas empeoraron después del nacimiento del bebé, y la madre se encontró en una difícil situación
de lealtades conflictivas. La niña no podía prosperar en esa atmósfera pero, como pupila en una

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escuela, posiblemente pueda progresar e incluso comprender las dificultades surgidas en su hogar.
En cambio, el siguiente caso muestra los efectos de una experiencia insatisfactoria temprana:
Una madre me trae a su hijo de dos años y medio. El niño tiene un buen hogar y sólo se siente feliz
cuando cuenta con la atención personal del padre o de la madre. No puede separarse de ésta y, por
lo tanto, no puede jugar por su cuenta, y siente terror frente a los desconocidos. ¿Qué sucedió en
este caso, considerando que los padres son personas normales y corrientes? El hecho es que el
niño fue adoptado cuando tenía cinco semanas de vida y ya por ese entonces estaba enfermo.
Existen algunas pruebas de que la encargada de la institución en que nació le dedicaba particular
atención, ya que intentaba ocultarlo de las parejas que acudían en busca de un niño para adoptar.
El traspaso a las cinco semanas de vida provocó un severo trastorno en el desarrollo emocional del
niño, y sólo ahora los padres adoptivos están comenzando a superar gradualmente las dificultades,
que sin duda no esperaban, teniendo en cuenta que el niño que adoptaron era casi un recién nacido.
(De hecho, trataron por todos los medios de conseguir un bebé que tuviera aun menos tiempo de
vida, digamos de una o dos semanas, porque sabían que podían surgir complicaciones.)
Debemos saber qué cosas ocurren en el niño cuando un buen marco se desbarata y también cuando
ese marco adecuado jamás existió, y ello implica estudiar todo el tema del desarrollo emocional del
individuo. Algunos de los fenómenos son bien conocidos: el odio se reprime o bien se pierde la
capacidad de amar. Otras organizaciones defensivas se establecen en la personalidad infantil.
Puede haber una regresión a algunas fases tempranas del desarrollo emocional que fueron más
satisfactorias que otras, o bien un estado de introversión patológica. Con mucha mayor frecuencia
de lo que generalmente se cree, se produce una disociación de la personalidad. En su forma más
simple, ello hace que el niño presente una fachada exterior, sobre la base del sometimiento,
mientras la principal parte del self que contiene toda la espontaneidad se oculta y está
permanentemente enfrascada en relaciones misteriosas con objetos idealizados de la fantasía.
Aunque resulta difícil hacer una formulación simple y clara de estos fenómenos, es menester
comprenderlos a fin de poder distinguir cuáles son los signos favorables en los casos de niños
deprivados. Si no entendemos qué sucede cuando el niño es muy enfermo, no percibimos, por
ejemplo, que una depresión en un niño deprivado puede constituir un signo favorable, sobre todo
cuando no está acompañada de intensas ideas persecutorias. En todo caso, una simple depresión
indica que el niño ha conservado la unidad de su personalidad y tiene un sentimiento de
preocupación, y que sin duda está asumiendo la responsabilidad de todo lo que le ha salido mal.
Asimismo, los actos antisociales, como mojarse en la cama y robar, indican que, al menos por el
momento, existe todavía alguna esperanza de redescubrir una madre suficientemente buena, un

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hogar suficientemente bueno, una relación entre los padres suficientemente buena. Incluso la rabia
puede indicar que hay esperanzas y que, por el momento, el niño es una unidad capaz de sentir el
choque entre lo que tal vez imagine y lo que concretamente encontrará en eso que denominamos
realidad compartida.
Consideremos el significado del acto antisocial, por ejemplo robar. Cuando un niño roba, lo que
busca (me refiero al niño en su totalidad, incluyendo al inconsciente) no es el objeto robado, sino a
la persona, la madre, a quien el niño puede robarle con todo derecho, precisamente porque es su
madre. En realidad, cada criatura puede inicialmente afirmar de buena fe su derecho de robarle a
su madre porque fue él quien la inventó, la ideó, la creó a partir de una capacidad innata de amar.
Por el solo hecho de estar allí, la madre le fue entregando a su hijo, poco a poco y en forma gradual,
su mismísima persona como material para que el niño creara, le diera forma, de modo que al final,
la madre subjetiva creada por él se parece bastante a la que todos podemos ver objetivamente. De
la misma manera, lo que busca el niño que se moja en la cama es la falda de la madre, que está
allí para que él la moje en las primeras etapas de su existencia.
Los síntomas antisociales son tanteos en busca de una recuperación ambiental, y lo que indican es
esperanza. Fracasan, no porque estén erróneamente dirigidos, sino porque el niño no tiene
conciencia de lo que sucede. El niño antisocial, por lo tanto, necesita un medio especializado que
posea una meta terapéutica, capaz de ofrecer una respuesta real a la esperanza que se expresa a
través de los síntomas. Con todo, para que esto produzca un resultado terapéutico eficaz, es
necesario que se lo desarrolle durante un período prolongado, puesto que, como ya dije, gran parte
de los sentimientos y los recuerdos del niño permanecen en un nivel inconsciente. Además, el niño
debe también adquirir un considerable grado de confianza en el nuevo medio, en su estabilidad y
su capacidad para mostrarse objetivo, antes de decidirse a renunciar a sus defensas contra la
intolerable angustia que cada nueva deprivación puede volver a desencadenar.
Sabemos, entonces, que el niño deprivado es una persona enferma, con una historia de
experiencias traumáticas y una manera personal de hacer frente a las consiguientes angustias y
también una persona con una capacidad de recuperación mayor o menor conforme al grado en que
ha perdido toda conciencia del odio pertinente y de su capacidad primaria para amar. ¿Qué medidas
prácticas pueden adoptarse para ayudar al niño deprivado?

LA AYUDA- AL NIÑO DEPRIVADO

Evidentemente alguien tiene que ocuparse del niño. La comunidad ya no niega su responsabilidad
con respecto a los niños deprivados, sino que actualmente rige la tendencia contraria. La opinión

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pública exige que se haga todo lo posible por el niño que carece de una vida familiar propia. Muchos
de nuestros problemas actuales obedecen a las dificultades de orden práctico relacionadas con la
aplicación de los principios que nacen de esta nueva actitud.
Nunca llegaremos a darle a un niño lo que éste requiere promulgando una ley ni poniendo en marcha
la maquinaria administrativa. Todo esto es necesario, pero no es más que una etapa inicial y
precaria. En todos los casos, el manejo adecuado de un niño incluye a seres humanos, y es preciso
elegirlos cuidadosamente; asimismo, a todas luces contamos con un número limitado de personas
capaces de cumplir esa tarea. Dicha cantidad aumenta si la maquinaria administrativa proporciona
también intermediarios, individuos que pueden por un lado hacer frente a las autoridades y, por el
otro, mantenerse en contacto con quienes efectúan realmente la tarea, apreciar sus cualidades,
reconocer el éxito cuando éste se logra, permitir que el proceso educativo fermente y haga
interesante el trabajo, examinar los fracasos y sus motivos, y estar dispuestos a ofrecer su ayuda
cuando es preciso apartar en corto plazo a un niño de un hogar adoptivo o un albergue. El cuidado
de un niño es un proceso que absorbe todo el tiempo de una persona y que la deja sin la suficiente
reserva emocional para enfrentar los procedimientos administrativos o los problemas sociales que
en algunos casos plantea la policía. En cambio, quien está capacitado para controlar y manejar los
aspectos administrativos o policiales no suele ser el más indicado para encargarse del cuidado de
un niño.
Al entrar a considerar ahora cuestiones más específicas, resulta esencial recordar el diagnóstico
psiquiátrico de cada niño al que nos proponemos ayudar. Como ya señalé, este diagnóstico sólo
puede hacerse después de haber tomado una cuidadosa historia personal o quizás al cabo de un
período de observación. Lo importante es que un niño deprivado de su marco familiar tal vez haya
tenido un buen comienzo en su infancia e incluso haya disfrutado de los albores de una vida familiar.
En ese caso, las bases de la salud mental del niño quizás estén ya bien establecidas, de modo que
la enfermedad provocada por la deprivación se produjo en un período de salud. En cambio otro
niño, que tal vez no parezca ser más enfermo, carece de toda experiencia sana que pueda
redescubrir y reactivar en un nuevo ambiente y, además, puede haber existido un manejo tan
complejo o deficiente de la temprana infancia, que las bases para la salud mental en términos de
estructura de la personalidad y sentido de realidad sean muy escasas. En estos casos extremos,
es necesario crear por primera vez un buen medio, o quizás este medio adecuado no resulte
tampoco eficaz porque el niño es básicamente enfermo, e incluso exista por añadidura una
tendencia hereditaria a la demencia o a la inestabilidad. En los casos extremos, el niño es demente,
aunque esta palabra nunca se use para referirse a una criatura.

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Es importante tener en cuenta este aspecto del problema, pues de lo contrario quienes evalúan los
resultados pueden sentir cierta extrañeza al comprobar que se dan fracasos incluso con el mejor de
los manejos, y que siempre existen niños que al crecer se convierten a la postre en adultos
dementes, o en el mejor de los casos, antisociales.
Una vez establecido el diagnóstico, en términos de la presencia o ausencia de rasgos positivos en
el ambiente temprano y en la relación del niño con él, el próximo aspecto a considerar es el
procedimiento. Quisiera señalar aquí (y lo hago en mi condición de psicoanalista de niños) que el
principio básico para el manejo de niños deprivados no es el tratamiento psicoterapéutico. La
psicoterapia es algo que eventualmente, según esperamos, podrá agregarse en algunos casos a
todas las otras medidas adoptadas. En términos generales, la psicoterapia personal no constituye
en este momento una medida práctica. El procedimiento esencial consiste en proporcionar al niño
una familia. Podemos clasificar lo que le ofrecemos de la siguiente manera:
i) Padres adoptivos, que quieren dar al niño una vida familiar como la que le hubieran ofrecido
sus verdaderos padres. En general se acepta que ésta es la solución ideal, pero debemos
apresuramos a agregar que es esencial que los niños puedan en estos casos responder a todo lo
bueno que se les ofrece. Esto significa, en la práctica, que en algún momento de su pasado hayan
tenido una vida familiar suficientemente buena y hayan podido responder a ella. En su hogar
adoptivo encuentran la oportunidad de redescubrir algo que tuvieron y perdieron.
ii) En la segunda categoría figuran pequeñas instituciones a cargo, de ser ello posible (pero no
necesariamente), de matrimonios, cada una de las cuales alberga niños de diversas edades. Estas
instituciones pueden agruparse, lo cual resulta ventajoso tanto desde el punto de vista administrativo
como desde el punto de vista de los niños, que adquieren así primos, por así decirlo, además de
hermanos. También aquí se intenta alcanzar el resultado óptimo, por lo cual resulta esencial
descartar a los niños que no pueden aprovechar algo tan bueno. Un niño inadecuado para ese
medio puede destruir la labor de todo un grupo. Debe recordarse que una buena labor resulta
emocionalmente más difícil que otra no tan buena, y si se fracasa, los que han tomado a su cargo
esa tarea tienden automáticamente a adoptar tipos de manejo más fáciles y menos valiosos.
iii) En la tercera categoría los grupos son más numerosos; el albergue tal vez pueda hospedar
hasta dieciocho niños. Los encargados o custodios pueden mantener contacto personal con todos
ellos, pero cuentan con ayudantes y el manejo de estos últimos constituye una parte importante de
su labor. Las lealtades están divididas, y los niños tienen oportunidad para enemistar a los adultos
entre sí y explotar los celos latentes. Aquí el nivel de manejo ya no es tan bueno. Pero, en cambio,
nos ofrece el tipo de manejo indicado para lidiar con el tipo menos satisfactorio de niño deprivado.

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La forma en que se manejan las cosas es menos personal, más dictatorial, y las exigencias con
respecto a cada niño también son menores. Una criatura que vive en una institución de este tipo
tiene menos necesidad de contar con una experiencia favorable previa que le sea posible revivir;
en ella hay menos necesidad que en las instituciones pequeñas de que el niño adquiera la
capacidad de identificarse con la institución, al tiempo que conserva su impulsividad y
espontaneidad personal. El nivel intermedio de eficacia es suficiente para estas instituciones más
amplias, es decir, una fusión de la identidad con los otros niños del grupo, lo cual implica pérdida
de la identidad personal y pérdida de la identificación con el marco hogareño total.
iv) En nuestra clasificación se ubica luego el albergue de mayor tamaño, donde los encargados
se dedican sobre todo al manejo del personal y sólo indirectamente al manejo minucioso de los
niños. Aquí existen ventajas, en tanto es posible hospedar a un número mayor de criaturas. El hecho
de que el personal sea más numeroso significa que hay más oportunidades de que sus miembros
intercambien ideas, y también de que los niños formen equipos y desarrollen así una saludable
competencia. Pienso que este tipo de albergue apunta a una forma de manejo capaz de lidiar con
los chicos más enfermos, es decir, aquellos que tuvieron muy pocas experiencias buenas en el
comienzo de su vida. El director, una figura bastante impersonal, puede mantenerse en un segundo
plano como representante de la autoridad que estos niños necesitan, porque son incapaces de
conservar a un mismo tiempo la espontaneidad y el control sin ayuda exterior. (O bien se identifican
con la autoridad y se convierten en pequeños colaboracionistas, o bien actúan en forma impulsiva,
dejando completamente el control en manos de la autoridad extema.)
v) Tenemos, por último, la institución aun más amplia, que hace lo que puede por los chicos en
condiciones realmente intolerables. Durante algún tiempo seguirá siendo necesario contar con este
tipo de instituciones. Es preciso dirigirlas con métodos dictatoriales, y lo que es provechoso para el
niño individual ocupa aquí un papel secundario, debido a las limitaciones impuestas por lo que la
sociedad puede proporcionarle en forma inmediata. Constituyen una excelente forma de
sublimación para los dictadores en potencia; y hasta podríamos encontrar otras ventajas en esta
indeseable situación pues, al poner el acento en los métodos dictatoriales, es posible impedir,
durante períodos bastante prolongados, que los niños muy difíciles se vean envueltos en dificultades
con la sociedad. Los niños verdaderamente enfermos pueden ser más felices aquí que en
instituciones mejores, y pueden llegar a jugar y aprender, tanto que el observador no informado se
sentirá indudablemente impresionado. En tales instituciones resulta difícil reconocer a los niños que
ya están en condiciones de pasar a un tipo de manejo más personal, que fomente su creciente
capacidad de identificarse con la sociedad sin perder su propia individualidad.

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Terapéutica y mango

Quisiera ahora comparar los dos extremos del manejo, el hogar adoptivo y la institución de grandes
dimensiones. En el primero, como ya dije, la meta es verdaderamente terapéutica, pues se confía
en que el niño, con el correr del tiempo, se recuperará de la deprivación que, sin ese manejo, no
sólo le dejaría una cicatriz sino también una verdadera invalidez psíquica. Para que ello ocurra, se
necesita mucho más que la respuesta del niño frente a su nuevo ambiente.
Es probable que al comienzo el niño responda sin demora y que quienes se ocupan de él lleguen a
pensar que ya no habrá más problemas. Pero cuando el niño adquiere mayor confianza, evidencia
una creciente capacidad para experimentar rabia con respecto a la falla ambiental previa. Desde
luego, no es demasiado probable que las cosas tomen exactamente este cariz, sobre todo porque
el niño no tiene conciencia de los cambios revolucionarios que tienen lugar en ese momento. Los
padres adoptivos comprobarán que periódicamente se convierten en el blanco del odio del niño, y
tendrán que hacerse cargo de la rabia que poco a poco el niño está comenzando a poder sentir y
que corresponde a la falla de su verdadero hogar. Es importante que los padres adoptivos
comprendan esta situación a fin de que no se sientan descorazonados, y los inspectores
encargados de supervisar las condiciones de vida del niño también deben estar advertidos con
respecto a tal situación, pues de lo contrario censurarán a los padres adoptivos y creerán las
historias de los chicos acerca de que allí se los castiga y se los mata de hambre. Si los padres
adoptivos reciben la visita de un inspector dispuesto a encontrar todo tipo de defectos, tal vez se
sientan excesivamente ansiosos y traten de seducir al niño para que se muestre alegre y cordial,
con lo cual lo privarán de una parte muy importante de su recuperación.
A veces un niño se las ingenia para lograr que lo castiguen o lo traten con crueldad, en un intento
de introducir en la realidad presente una maldad que le permita enfrentarla por medio del odio;
entonces el progenitor adoptivo que se muestra cruel es en realidad amado debido al alivio que el
niño experimenta al poder transformar el "odio versus odio" encerrado en su interior en un odio que
sale al encuentro del odio extemo. Por desgracia, es probable que el grupo social al que pertenecen
los padres adoptivos juzgue erróneamente esta situación.
Pero hay maneras de encontrar una salida. Por ejemplo, algunos padres adoptivos trabajan sobre
el principio del rescate. Para ellos, los verdaderos padres del niño fueron realmente malos y lo
repiten una y otra vez para que el niño lo oiga, con lo cual logran desviar el odio que aquél siente
contra ellos. Este método puede resultar bastante eficaz pero pasa por alto la situación de la realidad
y, de cualquier manera, perturba algo que es característico de todo niño deprivado, esto es, la
tendencia a idealizar su propio hogar. Sin duda, es más conveniente que los padres adoptivos

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puedan soportar las oleadas periódicas de hostilidad y sobrevivir a ellas, e ir estableciendo una
nueva relación con el niño, cada vez más segura, porque es menos idealizada.
En cambio, el niño ubicado en una gran institución no es objeto de un manejo que tiene como meta
curarlo de su enfermedad. Los objetivos son, en primer lugar, proporcionar techo, comida y ropa a
los niños abandonados; segundo, establecer un tipo de manejo a través del cual los niños vivan en
una situación de orden y no de caos; y tercero, evitar que el mayor número posible de niños entren
en conflicto con la sociedad hasta el momento en que sea necesario devolverlos al mundo, es decir
cuando tengan aproximadamente dieciséis años. De nada sirve falsear las cosas y tratar de crear
la impresión de que en este extremo de la escala se hace algún intento por formar seres humanos
normales. En tales casos, lo que se impone es un manejo estricto, y si a esto se le puede añadir
cierta dosis de humanidad, tanto mejor.
Debe recordarse que incluso en las comunidades muy estrictas, en tanto haya congruencia y justicia
en el manejo, los niños pueden descubrir rasgos humanos entre ellos y hasta llegar a valorar la
actitud estricta porque implica estabilidad. Las personas comprensivas que trabajan con este tipo
de sistema pueden encontrar diversas maneras de introducir momentos de mayor humanidad. Por
ejemplo, una de ellas consistiría en seleccionar algunos niños apropiados y permitirles que
periódicamente se pusieran en contacto con el mundo exterior, a través de visitas a tíos sustitutos
en los que se pueda confiar. Siempre se encontrarán personas dispuestas a escribir al niño en el
día de su cumpleaños e invitarlo a sus casas para tomar el té tres o cuatro veces por año. Estos
son sólo algunos ejemplos, pero nos dan una idea del tipo de cosas que pueden hacerse, y que de
hecho se hacen sin perturbar el marco estricto en que viven los niños. Debe recordarse que si la
base del sistema es la severidad, les creará confusión a los niños que ese marco tan riguroso
presente excepciones y fisuras. Si es inevitable que el marco sea estricto, entonces también debe
ser congruente, confiable y justo, a fin de poder encerrar valores positivos. Además, siempre hay
niños que abusan de los privilegios, de modo que a veces no existe otro remedio que suprimirlos,
sacrificando con ello a los niños que sabrían aprovecharlos bien.
En este tipo de institución en gran escala, y para asegurar la paz y la concordia, se acentúa la
importancia del personal directivo, como representante de la sociedad. Dentro de este marco, es
inevitable que, en mayor o menor grado, los niños pierdan su propia individualidad. (No paso por
alto el hecho de que en las instituciones de tipo intermedio se puede permitir el crecimiento gradual
de los niños que son bastante sanos como para crecer, a fin de que les sea posible identificarse
cada vez más con la sociedad, sin perder la identidad.)
Habrá también algunos niños que, precisamente por ser lo que yo llamaría dementes (aunque se

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supone que no deberíamos emplear esa palabra), constituyen siempre fracasos, por más que se
les ordene lo que tienen que hacer. Para esos niños debería existir algún equivalente del hospital
psiquiátrico para adultos, y creo que aún no hemos logrado determinar qué medidas debe adoptar
la sociedad para ayudar a esos casos extremos. Son niños tan enfermos que el solo hecho de
comenzar a mostrarse antisociales indica en su caso un principio de mejoría.
Quiero concluir esta sección refiriéndome a dos cuestiones de gran importancia en lo relativo a las
necesidades del niño deprivado.

Importancia de Ia historia temprana del niño

La primera de estas cuestiones se refiere en particular al asistente social especializado en el


cuidado infantil, sobre todo en tanto una de sus funciones consiste en vigilar de cerca la nueva
situación. Si yo me ocupara de dicha tarea, ni bien destinaran un niño a mi cuidado, desearía reunir
inmediatamente toda la información posible acerca de la vida de ese niño hasta el momento
presente, por insignificante que fuera. Esto siempre resulta perentorio porque, a medida que
transcurre el tiempo, cada vez es más difícil obtener el material indispensable. Recuerdo lo
desesperante que era, durante la Segunda Guerra Mundial, al tratar de subsanar las fallas del plan
de evacuación, comprobar que había niños acerca de los cuales jamás podríamos obtener ningún
tipo de información.
Sabemos que los niños normales preguntan a veces en el momento de acostarse: "¿Qué hice hoy?",
y entonces las madres les responden: "Te despertaste a las seis y media y jugaste con tu osito hasta
que tu padre y yo nos despertamos, y después te levantaste y saliste al jardín, y luego desayunaste,
y luego...", y así sucesivamente, hasta que el niño logra integrar todo el programa del día desde
afuera. El niño posee en realidad toda la información, pero prefiere que lo ayuden a tomar conciencia
de ello; eso lo hace sentir bien y real, y lo ayuda a distinguir la realidad del sueño y del juego
imaginativo. Esto mismo, pero en gran escala, estaría representado por la forma en que un
progenitor corriente rememora todo el pasado del niño, tanto las partes que éste apenas recuerda
como las que ignora por completo.
Carecer de esto, que parece tan poco importante, constituye una seria pérdida para el niño
deprivado. Sea como fuere, siempre debería haber alguien que esté en posesión de todos los datos
pertinentes. En los casos más favorables, quien está oficialmente a cargo del niño podrá mantener
una larga entrevista con la verdadera madre, permitiéndole que gradualmente vaya revelándole toda
la historia de su hijo a partir del nacimiento de éste, y quizás detalles importantes acerca de sus
propias experiencias durante el embarazo y también las que desembocaron en la concepción, las

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cuales pueden haber determinado o no gran parte de su actitud para con el niño. A menudo, sin
embargo, el encargado del niño se verá obligado a recurrir a múltiples y variadas fuentes para
obtener información; y hasta el nombre de un amigo que el niño tuvo en la institución de que
proviene puede ser valioso. Luego debe encarar la tarea de establecer contacto con el niño, una
vez que se ha granjeado la confianza de éste. Habrá que encontrar la manera de hacer saber al
niño que allí, o en un archivo en la oficina de ese funcionario, está la historia de la vida que ha
llevado hasta ese momento. Quizás el niño no quiera enterarse de nada por el momento, pero puede
ocurrir que esos detalles hagan falta más tarde. En particular, el niño que es hijo ilegítimo y el que
pertenece a un hogar deshecho son los que eventualmente necesitan enterarse de los hechos,
como requisito indispensable para lograr la salud —y doy por sentado que tal es la meta en el caso
del hijo adoptivo—. El niño ubicado en el otro extremo, manejado mediante métodos dictatoriales
en un grupo numeroso, cuenta con menos posibilidades de alcanzar un grado de mejoría que le
permita asimilar la verdad con respecto a su pasado.
Debido a todo esto, y a que existe una gran escasez de trabajadores sociales de este tipo, la tarea
debe iniciarse en el extremo más normal. Aun así, es probable que tales personas consideren que,
a pesar de sus buenos deseos, no pueden afrontarla por estar recargados de trabajo. Lo que quiero
decir es que estos expertos deben negarse terminantemente a tomar más casos de los que pueden
manejar. No hay medias tintas en lo que se refiere al cuidado de los niños; es cuestión de dedicarse
de lleno a unos cuantos chicos y enviar a los demás a la institución con métodos dictatoriales, hasta
tanto la sociedad encuentre alguna otra salida mejor. Para que el trabajo sea eficaz debe ser
personal, pues de lo contrario resulta cruel, tanto para el niño como para el experto que lo toma a
su cargo. La tarea será provechosa sólo si es personal y si qui enes I a cumpl en no están
sobrecargados de trabaj o.
Debe recordarse que si los trabajadores sociales especializados en el cuidado infantil aceptan
demasiado trabajo es forzoso que se produzcan fracasos, y a la larga aparecerán los expertos en
estadística y se apresurarán a demostrar que todo está mal enfocado y que los métodos dictatoriales
son más eficaces para proveer de obreros a las fábricas y de servicio doméstico a las familias
acomodadas.

Fenómenos transícionales

La otra cuestión a la que quiero referirme puede examinarse considerando primero al niño normal.
¿A qué se debe que los niños corrientes puedan tolerar verse privados de sus hogares y de todo lo
que les es familiar sin enfermar? Diariamente ingresan niños a los hospitales, niños que luego salen,

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no sólo físicamente curados, sino sin haber padecido ningún trastorno e incluso enriquecidos por la
nueva experiencia. Los niños se alejan repetidas veces de su hogar para pasar una temporada con
tíos y tías, y de todos modos acompañan a sus padres cuando éstos abandonan el círculo de su
comunidad para trasladarse a un ambiente desconocido.
Se trata de un problema muy complejo, que podemos encarar de la siguiente manera: imaginemos
a algún chico que conozcamos bien, y preguntémonos qué se lleva ese niño a la cama para que lo
ayude en el tránsito de la vigilia al mundo de los sueños: un muñeco, o quizá varios; un osito; un
libro; un trozo de aquel antiguo vestido de la madre; un pedazo de frazada vieja; o tal vez un pañuelo
que reemplazó al babero en una determinada etapa del desarrollo infantil. En algunos casos, es
posible que no haya existido un objeto de este tipo, y el niño simplemente succionó lo que tenía
más cerca; el puño, y luego el pulgar o dos dedos; o tal vez realizara alguna actividad de tipo genital
que muy bien podría considerarse como masturbación; o al estar boca abajo sobre la cama, quizás
efectuara movimientos rítmicos, demostrando la naturaleza orgiástica de la experiencia a través de
la transpiración en la cabeza. En algunos casos, a partir de los primeros meses de vida, el niño
exige la presencia personal de un ser humano, probablemente la madre. Existe una amplia gama
de posibilidades que es dable observar con frecuencia. Entre los diversos muñecos y ositos que
pertenecen a un niño, puede haber uno en particular, posiblemente blando, que recibió cuando tenía
diez, once o doce meses, al que trata de una manera brutal y al mismo tiempo afectuosa y sin el
cual no puede siquiera concebir la idea de irse a la cama; sin duda, si fuera preciso alejar al niño,
habría que asegurarse de que se llevara consigo ese objeto; y si llegara a perderse, sería
catastrófico para él y, por lo tanto, para quienes lo cuidan. Es improbable que alguna vez llegue a
regalar ese objeto a otro niño y, de cualquier manera, ningún otro niño tendría interés en poseerlo,
ya que, con el correr del tiempo, se convierte en un objeto roñoso y maloliente, a pesar de lo cual
nadie se atrevería a lavarlo.
Este objeto es lo que yo denomino un objeto transicional, lo cual me permite ilustrar una dificultad
que todo niño experimenta y que consiste en relacionar la realidad subjetiva con la realidad
compartida que es posible percibir objetivamente. Cuando pasa de la vigilia al sueño, el niño salta
de un mundo percibido a un mundo creado por él mismo. En la zona intermedia experimenta la
necesidad de todo tipo de fenómenos transicionales, esto es, de un territorio neutral. Yo describiría
este objeto tan preciado diciendo que existe un acuerdo tácito en el sentido de que nadie pretenderá
afirmar que ese objeto real forma parte del mundo, ni tampoco que ha sido creado por el niño. Se
acepta que ambas cosas son ciertas: el niño lo creó y el mundo se lo proporcionó. Esta es la
continuación progresiva de la tarea inicial que la madre común y corriente permite que su niño

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emprenda cuando, mediante una muy delicada adaptación activa, se ofrece ella misma, o quizás su
pecho, mil y una veces, en el momento en que el bebé está en condiciones de crear algo similar al
pecho que ella le da.
La mayoría de los niños que corresponden a la categoría de inadaptados no han tenido un objeto
de este tipo, o bien lo han perdido. Pero estos objetos deben representar algo, lo cual significa que
no es posible curar a estos niños mediante el simple recurso de proporcionarles un nuevo objeto.
Con todo, un niño puede llegar a depositar tanta confianza en la persona que se ocupa de él, que
los objetos que son profundamente simbólicos de esa persona aparecerán espontáneamente, y eso
se experimentará como una buena señal, como por ejemplo poder recordar un sueño o soñar con
un acontecimiento real.
Todos estos objetos y fenómenos transicionales permiten al niño soportar frustraciones,
deprivaciones y la aparición de situaciones nuevas. ¿Estamos del todo seguros de que, en nuestro
manejo de los niños deprivados, respetamos los fenómenos transicionales que ya existen? Creo
que si examinamos en esta forma el uso de los juguetes, las actividades autoeróticas, los cuentos
y canciones a la hora de dormir, comprobaremos que, mediante estos recursos, los niños han
adquirido cierto grado de capacidad para soportar que se los deprive de todo aquello que les es
familiar, y aun de aquello que les es necesario. Un niño que ha sido trasladado de un hogar a otro
o de una institución a otra podrá tal vez superar la situación, si se le permite llevar consigo un objeto
blando o un trozo de tela, o se le entonan canciones conocidas a la hora de dormir, que le permitan
vincular el pasado con el presente, o si sus actividades autoeróticas son respetadas, toleradas e
incluso valoradas como un aporto positivo. Sin duda, en el caso de niños que viven en un medio
perturbado, estos fenómenos asumen una importancia especial y su estudio debería ayudamos a
aumentar nuestra capacidad para ayudar a estos seres humanos zarandeados de un lado a otro,
antes de que hayan podido aceptar lo que nosotros aceptamos sólo con enorme dificultad, esto es,
que el mundo nunca es como nosotros quisiéramos crearlo y que lo mejor que puede ocurrimos es
que haya una coincidencia suficiente entre la realidad extema y lo que podemos crear. Nosotros sí
hemos podido aceptar que la idea de una identidad entre ambos es tan sólo una ilusión.
Quizás a la gente que ha tenido experiencias ambientales afortunadas le resulte difícil comprender
todas estas cosas; no obstante, el niño trasladado de un lugar a otro debe enfrentar este tremendo
problema. Si deprivamos a un niño de los objetos transicionales y perturbamos los fenómenos
transicionales establecidos, le queda sólo una salida, una división de su personalidad, en la que una
mitad se relaciona con un mundo subjetivo y la otra reacciona sobre la base del sometimiento frente
al mundo. Cuando se establece esta división y se destruyen los puentes entre lo subjetivo y lo

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objetivo, o bien cuando éstos nunca fueron muy estables, el niño es incapaz de funcionar como un
ser humano total.1
En cierta medida, esta situación existe siempre en los niños que son puestos bajo nuestro cuidado
porque carecen de una vida familiar. Aun en los casos que confiamos en poder enviar a padres
adoptivos o a pequeñas instituciones siempre se encontrará cierto grado de disociación. El mundo
subjetivo tiene para el niño la desventaja de que, si bien puede ser ideal, también puede ser cruel
y persecutorio. Al principio, el niño traducirá en estos términos.

1
Para un examen más detenido de este tema, véase "Transitional Objects and Transitional Phenomena", en D. W.
Winnicott, Collected Papers, Londres, Tavistock Publications, 1958, cap. XVIII, y Hogarth Press, 1975.

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