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a) Tradicionalismo o fideísmo (primacía exagerada de la fe)

En primer lugar, podemos enumerar los distintos tradicionalismos o fideísmos, que han creído
tener necesidad de aplastar, o por lo menos minimizar la razón, a fin de poder salvar o valorar
la fe. Por lo general en estas concepciones se tiende a oponer razón y fe y a sacrificar la razón
a la fe. Posiciones irritantes de este tipo suelen sobrevenir, como reacción desmedida contra
una exaltación excesiva de la razón, o como tabla de salvación ante el fracaso de los
racionalismos en sus intentos por estructurar todo el saber y la conducta humana.
Una postura de este tipo, puede ser ilustrada, con el nombre de un pensador que, ignorado en
su época, ha alcanzado en estos últimos tiempos una audiencia universal. Se trata de Sören
Aabve Kierkegaard, mensajero extraordinario, o poeta de la religión, como le gustaba llamarse.
Esta mente poderosa levantó como espejo de su alma atormentada, una imagen sombría y
dolorosa de la realidad, y en especial, de la realidad humana cristiana. De su padre recibió un
cristianismo terrorífico, una imaginación exaltada, una melancolía sin límites y un gusto
acentuado por la discusión dialéctica. Del paisaje, la landa solitaria y desierta, un sentimiento
inmenso y punzante de soledad y abandono, más el reclamo constante de la presencia de
Dios. El pecado de su padre sentido en lo más íntimo del alma, el compromiso y su posterior
enigmática ruptura con Regina Olsen, la polémica con el Corsario y por último la lucha con la
Iglesia danesa por el asunto Mynster, y, además, su endeble constitución, constituyen los
principales sucesos que llenaron su vida. Con razón ha dicho J. Wahl que "todas sus obras
están dedicadas a un anciano perdido en sus recuerdos y a una joven inocente"
En lo que respecta al problema que ahora nos ocupa, Kierkegaard proclamó la impotencia de la
razón frente a Dios, la irracionalidad radical de la creencia y el absurdo de la fe, más aún, la
ineficacia fundamental de toda la filosofía. En su libro Temor y temblor escribió páginas
admirables y apasionadas sobre Abraham, el héroe de la fe, cuya fidelidad al mandato de Dios
fue más allá de toda esperanza y posibilidad humanas. Para este pensador, el cristianismo no
consiste en la aceptación de una doctrina, sino en la imitación de una vida; imitación
necesariamente dolorosa y atormentada, desde el momento que el sufrimiento es el signo del
cristiano. Estableció la necesidad de las obras, frente a la clásica postura luterana de la "fe
sola”, distinguiendo Kierkegaard el momento del modelo “y el momento del don" y afirmando la
necesidad de ambos. Contra Lutero, admitió la carta del apóstol Santiago y acusó al fundador
del protestantismo de haberse dejado dominar por la política, de no haber sido un "mártir" en el
sentido de testigo de la verdad, de modo que su lucha por la "interiorización" fracasó y de
hecho produjo una "exteriorización" peor. Por lo tanto, Lutero vale sólo como un correctivo
histórico, pero de ninguna manera puede ser tomado como una norma

Con todo, en lo que respecta a las relaciones entre la fe y la razón, se convirtió en el defensor
de una absoluta oposición entre ambas. Pero es preciso calibrar y matizar la virulencia de sus
ataques contra la filosofía, por la identificación que Kierkegaard establece entre filosofía y la
filosofía hegeliana que trataba de racionalizar el misterio cristiano. También se explica esta
virulencia por la vigencia en su patria de un cristianismo fácil y aburguesado, lleno de
optimismo mundano, y, sobre todo, por la contaminación hegeliana de muchos teólogos de su
época.
Otra actitud de conflicto irreductible entre razón y fe, se puede encontrar también en la llamada
"teología dialéctica" profesada por K.Barth, E. Brunner, que, en última instancia, afirma la
absoluta y fundamental incapacidad de la razón en todo lo que se refiere a Dios y al orden
revelado, y, por tanto, proclama la irracionalidad de lo revelado y la oposición en forma de
conflicto entre la fe y la razón

b) Racionalismo (primacía de la razón)


Una posición diametralmente opuesta, es la que sostiene el racionalismo. El inmanentismo
pasa del hecho evidente de la "interioridad" de la verdad (imposible la verdad sin un
pensamiento que la aloje), a la afirmación ilegítima de la inmanencia absoluta de toda verdad
en el pensamiento humano. Si no se admite la trascendencia de la verdad en el orden del
conocimiento natural, cuánto más se rechazará la trascendencia implicada por la verdad de fe.
Niega positivamente el carácter cognoscitivo del acto de fe. Desde el momento que toda verdad
es reducida a la pura conciencia de sí mismo, imposible admitir un dato revelado que el hombre
deba recibir al margen del proceso dialéctico inmanente del espíritu. Para el arocinalismo, la
razón creada se convierte en la norma absoluta y última de "toda" verdad; lo que no entra en la
órbita de su competencia, no tiene razón de ser; por lo tanto, el misterio revelado, cuya
intrínseca evidencia escapa por naturaleza a la comprensión humana, es descartado como
imposible. Fue contra esta filosofía racionalizadora del cristianismo, que es levantó Kierkegaard
en favor de los derechos y el valor de la fe. El averroismo dio también su respuesta a este
problema, pero
contradictoria, a pesar de su originalidad, con su conocida doctrina de la "doble verdad".
Debido a los conflictos surgidos en la interpretación del texto coránico, el filósofo árabe Averoes
intentó dar una solución al asunto. Distinguía tres clases de espíritus: )1 Los hombres de la
demostración, que quieren pruebas racionales y convincentes de todas las afirmaciones. 2) Los
hombres dialécticos, que se contentan con lo probable. 3) Los hombres de la exhortación, a
quienes bastan los argumentos oratorios y las imágenes. Así se tiene, correspondiente a cada
uno de estos tipos, la siguiente jerarquía: la filosofía o ciencia, la teología y en tercer lugar la fe.

Cada uno debe moverse en su propia esfera y contentarse, en la interpretación del texto
coránico, con la verdad captada en la determinada dimensión o nivel en que se mueve su
espíritu. Empero, en caso de conflicto, afirma Averoes que se impone siempre la interpretación
racional del texto. Con todo, su concepción de los distintos niveles de verdades, y afirmaciones
como la siguiente: "Por medio de la razón llego a la conclusión necesaria que el entendimiento
es numéricamente uno, con todo firmemente pienso lo contrario debido a la fe", motivaron que
se le atribuyera la doctrina de la doble verdad, conforme a la cual, dos afirmaciones
contradictorias entre sí, pueden ser simultáneamente verdaderas, una para la razón y la otra
para la fe.
Esta doctrina encontró eco en Siger de Brabante; pero, en el representante del averroísmo
latino, en caso de conflicto se impone la verdad revelada, pues para él, la filosofía, más que la
búsqueda de la verdad, consiste en la averiguación de lo que pensaron los distintos filósofos,
particularmente Aristóteles.
Merece también ser citada la posición fundamental de R. Guénon en este problema. Existe en
su concepción una subestimación de la fe en favor de un conocimiento superior intelectual (no
en el sentido racionalista), merced al cual, el contenido doctrinario que el dogma cristiano hace
accesible por medio de la fe, está constituido en el tondo, por verdades intelectuales
plenamente accesibles a la inteligencia de los "iniciados". De esta manera, el autor de la Crisis
del indo moderno, se convierte en el defensor de la superioridad del conocimiento sobre la fe,
de la superioridad, la salvación y de la metafísica sobre la religión. Se trata de una reedición
contemporánea del gnosticismo.

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