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La épica y la tragedia en las formas griegas de apropiación del suelo (parte 3)

Alexander Martínez Rivillas-Profesor asociado de la Universidad del Tolima

Los griegos cuidaron de que no existieran diferencias notables en cuanto a los tamaños
de la propiedad. En el siglo V a.C., gracias a las reformas de distintos legisladores, las
tres cuartas partes de los ciudadanos atenienses eran propietarias, y en el siglo IV a.C.
a.C., la propiedad mayor del Ática medía solo 26 hectáreas. Demóstenes no reunía con
todas sus propiedades más de 300 hectáreas (Alba, 1973, p. 42).

Cuando en distintas colonias griegas se presentaba la concentración de las tierras


productivas en pocas manos, los campesinos desposeídos se levantaban contra sus
gobernantes, declaraban la abolición de sus deudas y confiscaban los bienes de la
nobleza y de los campesinos ricos. En Megara, alrededor del 410 a.C., en Samos, dos
años después y en Siracusa, las insurrecciones de los campesinos pobres condujeron a la
redistribución de las tierras y de las riquezas. En la isla de Lípari, ubicada al noreste de
Sicilia y colonizada por los griegos hacia el 580 a.C., refiere Diodoro Sículo, que los
colonos redistribuían las tierras cada 20 años y que sus islas vecinas se cultivaban de
manera colectiva (Wernher y Páramo, 1995, p. 94).

Por el contrario, la política de redistribución de tierras fue rechazada por Solón y


Demóstenes, pues se había convertido en “demagogia de tiranos” (Ibíd., p. 95). Fue
tema de reflexión de Aristóteles el problema de la redistribución de la tierra, cuyos ecos
nos plantean las dificultades fundamentales de toda reforma agraria: distribución de la
propiedad de la tierra, colectivización de la tierra, educación, asimetría ciudad-campo en
la distribución de “bienes y servicios”, e imposición de gravámenes a la tierra.

“Hemos de considerar ahora el problema de la propiedad, y de qué modo hay


que organizarla entre los ciudadanos que han de ser regidos por la mejor forma
de gobierno. ¿Debe ser la propiedad común o no común? (...) Es posible, por
ejemplo, que la tierra sea de propiedad particular, pero que los frutos se aporten
a la comunidad para su consumo (como lo hacen algunos pueblos). De manera
contraria, puede ser la tierra común y el cultivo hacerse en común, pero
distribuirse los frutos para el consumo individual (ciertas naciones bárbaras,
según se dice, practican esta forma de comunismo). Por último, pueden ser la
tierra y los frutos comunes. Cuando los que cultivan la tierra forman una clase
distinta (los esclavos), el caso es diferente y más fácil de resolver; pero si son los
mismos ciudadanos los que trabajan para sí mismos, estos problemas de
propiedad ocasionarán numerosas rencillas. Si, en efecto, no se observa entre
ellos la igualdad en el provecho y en el trabajo, necesariamente los que trabajan
más y perciben menos habrán de quejarse contra los que, trabajando poco,
perciben o consumen mucho.
Difícil es en general convivir y compartir todas las cosas humanas, pero
especialmente en materia de propiedad (...) Sócrates no ha dicho, ni es fácil
decir, cuál haya de ser la posición de los ciudadanos en la organización total de
la república. La gran mayoría de la ciudad, en efecto, está formada por el
conjunto de los demás ciudadanos distintos de los guardianes; ahora bien, sobre
ellos nada se determina, como si por ejemplo la propiedad ha de ser común
también entre los labradores, o si cada uno ha de tener la suya (...). En
consecuencia, los litigios, procesos y otros males que, a dicho de Sócrates, hay
en las ciudades actuales, se darán todos asimismo entre ellos, ya que, aunque él
diga que la educación hará innecesarios muchos reglamentos legales, como de
policía municipal, mercados y otros semejantes, el hecho es que solo provee a la
educación en beneficio de los guardianes. Además, hace a los labradores señores
de la tierra con la obligación de pagar un censo; pero en este caso es probable
que se hagan más intratables y levantiscos que lo son en algunas ciudades los
hilotas (esclavos de Esparta), los penestes (siervos de Tesalia, al norte de Grecia)
y los esclavos” (Aristóteles, 1989, p. 42, 44-46).

La propiedad de la tierra se hizo objeto de regulación concreta de los legisladores y


objeto de reflexión de los filósofos. Regulación que pasaba primero por la educación de
los ciudadanos. ¿En nombre de qué legalidad se le regulaba? Una legalidad esencial a la
mundanidad del hombre que, tal como permite reprobar un acto épico en Aquiles y
desafiar una ley escrita por no ser de “siempre” en Antígona, exige el derecho de
antecedentes cosmogónicos de acceder a la tierra en igualdad de condiciones. Pues, en
la distribución del universo entre Zeus, Poseidón y Hades, la tierra, además del Olimpo,
son posesiones comunes que tienen la forma de un reparto entre iguales, entre hermanos
(Wernher y Páramo, 1995, p. 204).

Esta nueva legalidad configura la manifestación más nítida del “derecho natural”,
esencial a la dimensión humana y deslindada de la “ley positiva”. Deslinde que no obra
por efectos de una simple contraposición al derecho patriarcal, sino que se halla
continuamente mediado por las prácticas cotidianas de la virtud griega, con sus
respectivos antecedentes micénicos y sus ideas rectoras de justicia y felicidad. En los
griegos, invocar el derecho natural para acceder a la propiedad de la tierra se afinca en
una tradición “de siempre”: la tierra es una posesión común. Solo por las
especificidades de la tradición griega, los sofistas podían dimensionar el derecho natural
como “anterior y superior al de las leyes”. Y Diógenes era un “testimonio de dignidad”
ante Alejandro Magno, cuando replicaba: “el sol sale para todos y tú me lo estás
quitando”.

Del libro del mismo autor: “Catastro y propiedad de la tierra en el mundo antiguo:
conceptos introductorios y estudios de caso”
(https://www.researchgate.net/publication/335505427_Catastro_y_propiedad_de_la_tier
ra_en_el_mundo_antiguo_Conceptos_introductorios_y_estudios_de_caso)

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