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Teoría Psicoanalítica – Cursada 2021

Tercera Clase Teórica - primera parte (de Casas – Volta)

3) Primera clínica freudiana: la psicoterapia de la histeria.


a) La experiencia de la resistencia, la teoría de la defensa, la represión como un supuesto. La formación
de la cadena asociativa, el núcleo patógeno. El recuerdo último que no aparece.
b) Modos de ordenamiento del material. Triple estratificación. El “salto de caballo”. Puentes lingüísticos
(asociaciones sin sentido). Enlace falso (anudamiento equivocado, falsche Verknüpfung).
c) La tramitación por rectificación asociativa: la cura por añadidura. La transferencia como anudamiento
equivocado, como síntoma nuevo.
Bibliografía obligatoria:

✔ “Sobre la psicoterapia de la histeria” (1895), en Estudios sobre la histeria, AE, II, 263-309.
✔ “Frau Cäcilie” (1895), en Estudios sobre la histeria, (fragmentos), AE, II, 90-1 n25, 95-6 n31, 188-93.

Bibliografía ampliatoria:

✔ “Elisabeth von R”. (1895), en Estudios sobre la histeria, AE, II, 151-94.
✔ “Katharina...” (1895), en Estudios sobre la histeria, AE, II, 141-50.

Antes de comenzar con los lineamientos para el trabajo de lectura de los textos de la Unidad 3 del
Programa General de la materia, debemos detenernos un instante en el título de la misma:
“Primera clínica freudiana”. ¿Qué entendemos por “clínica”? Según los diccionarios etimológicos,
se trata de una palabra importada del francés clinique en el S. XVII y del latín clinicus. A su vez,
en latín es préstamo del griego klinikós “que visita al que guarda cama”, derivado de klinê “cama”.
El verbo klinein supone inclinarse, algo que está en juego en el acto médico cuando va a visitar el
lecho del enfermo. En “clínica” está entonces involucrada la atención particular que se le presta
en la práctica médica al estudio exhaustivo, lo más completo posible, de un caso. El “clínico” es
en sí un método, un camino que nos conduce para llegar a saber algo más de un caso. Sabemos
que luego ha pasado a ser el complemento para diversos campos que exploran cosas en
profundidad: ej. médico “clínico”, laboratorio de análisis “clínicos”, o incluso más cerca de nuestro
ámbito también hablamos de psicología “clínica” (en oposición por ej. a una psicología
“experimental”). En Psicoanálisis la dimensión clínica está evidentemente también en un primer
plano. Esto sucede en dos niveles. En primer lugar en tanto “experiencia”, que tiene su base en lo
que allí se dice. Pero hay un segundo modo de entender clínica, que implica que eso que sucede
allí, en esa conversación que no soporta terceros, resulte luego comunicable. Para esto son
fundamentales los conceptos y su articulación interna en una teoría. Fíjense cómo está enunciado
el inicio de la unidad: la “experiencia” de la resistencia, la “teoría” de la defensa. Pasamos de un
dato inmediato a su elaboración teórica. Estamos entonces, en el ámbito de lo que implica la
elaboración, a partir de una experiencia, de un saber transmisible, un saber expuesto. Esta es
también una de las acepciones del término “clínica”. Nos referimos a una manera particular de
ordenar y elaborar los resultados de un caso, de lo que ha sucedido a lo largo de un tratamiento,
de un tramo de una cura, o incluso de una única entrevista, a partir de lo que ha sido el
procedimiento de intervención, y esto a los fines de su transmisión. Se trata de un ordenamiento
de saber, de una “formalización” decimos a veces de modo un tanto abusivo, que busca y/o exige
que sus resultados sean comunicables. No siempre se llega a formalizar plenamente los datos de
esa experiencia, pero al menos se apunta a lograr establecer la lógica interna que los rige para
pensar cómo están articulados, incluso en sus inconsistencias y paradojas.
Esta “primera clínica freudiana” está ligada entonces tanto al registro de los fenómenos surgidos
en el curso de las primeras exploraciones freudianas, a los cambios y modificaciones que Freud
fue generando en su método de intervención, como también al modo en que fue
conceptualizando, teorizando y comunicando sus hallazgos. Respecto de esto último, debemos
prestar atención a la manera que Freud inventó para transmitir lo que se fue encontrando.
Hablamos de sus “historiales clínicos”. Estos textos tienen un lugar privilegiado dentro del
psicoanálisis, ya que apuntan a la transmisión de esa experiencia en singular, en el caso por
caso, sin someterse a priori a la exigencia de generalización o de universalización que la
transmisión de un determinado saber requiere. Estos primeros historiales tienen un lugar especial,
ya que, en tanto gesto inicial, en el momento de relatar un caso, no sólo está transmitiendo por
primera vez lo que sucede en un análisis, sino que Freud está inventando el formato en el que
este relato se va hacer. Está creando el lugar mismo en que esa transmisión puede alojarse. Si
seguimos en el tiempo y revisamos los distintos historiales freudianos, vamos a poder constatar
que varían los modos de construcción de casos. Esto sucede en función de las transformaciones
de sus concepciones sobre la génesis de la neurosis en su obra. Aquí estamos en una “primera”
clínica freudiana.
En sus “Estudios sobre la histeria” (1895) nos encontramos en los inicios de la práctica de Freud,
con un estilo de transmisión impregnado inicialmente por el formato médico. Ej. El caso de “Emmy
von N.” está construido en dos partes. En la primera, hay un relato detallado, entrevista por
entrevista, (casi al estilo de la evolución de la historia clínica de un paciente internado), del estado
de la paciente, de sus dichos, un registro de las intervenciones realizadas (método catártico y
sugestión post-hipnótica) y de los efectos sobre ella. (“Por la mañana …. Por la tarde del mismo
día…”). A tal punto hay detalle de estos aspectos, que los comentadores de la obra de Freud han
logrado situar con bastante precisión el momento en que Freud, gracias a la insistencia en hablar
de esta paciente, va a finalmente abandonar en poco tiempo el método inicial para dar lugar a la
invención de la técnica de la asociación libre. En la segunda parte, Freud realiza una “epicrisis”,
en la que articula su teoría sobre el mecanismo psíquico de los síntomas histéricos con el modo
en que se formaron los síntomas, aún los más “alocados”, en la paciente. Abramos un paréntesis
para hacer un comentario sobre el término “Epicrisis”. Es también un término de origen médico
que se sigue usando actualmente. Se refiere al resumen de la enfermedad que es entregado al
paciente cuando este se va de alta o es derivado a otro profesional, a otro centro asistencial.
Normalmente es un documento remitido, informes entre médicos, o informe médico de alta. Suele
incluir: diagnóstico, tratamiento, medicación, recomendaciones y eventualmente el pronóstico.
En otro caso, (Ej. Miss Lucy), Freud vuelve a separar en dos partes: el material clínico y la
epicrisis. Esta vez no hace un relato tan detallado como con Emmy, pero sigue la evolución
cronológica como “historial del tratamiento”. La exposición del mismo, centrada en el análisis de
una alucinación olfativa, está realizada sobre el telón de fondo de las leyes de la sensibilidad
olfativa basadas en la anatomía patológica. “La joven dama, que vivía en los alrededores de
Viena como gobernanta en casa de un director de fábrica, me visitó de tiempo en tiempo en mi
consultorio. Era inglesa, de constitución delicada, pigmentación escasa, sana hasta la afección de
la nariz. Sus primeras comunicaciones corroboraron las indicaciones del médico. Sufría de
desazón y fatiga, la perseguían sensaciones olfatorias subjetivas; en materia de síntomas
histéricos, mostraba una analgesia general bastante nítida a pesar de conservar intacta la
sensibilidad táctil; el campo visual (a un examen grueso, realizado con la mano) no evidenciaba
limitación, La parte interior de la nariz era enteramente análgica y carente de reflejos. Sentía ahí
los contactos, pero la percepción de este órgano sensorial estaba por completo cancelada para
estímulos específicos así como para otros (amoníaco, ácido acético). El catarro nasal purulento
se encontraba justamente en una fase de mejoría.” (AE, II, p. 124).
Algo similar van a trabajar en los trabajos prácticos con Elizabeth von R., y su astasia abasia. El
modo en que discierne la naturaleza de su dificultad para caminar y sus dolores, buscando
establecer el diagnóstico diferencial con algún cuadro neurológico o reumatológico. Allí, ni bien
comienza el historial, Freud también hace un ejercicio semiológico muy interesante a nivel del
modo en que se presenta el dolor, de su envoltura formal (AE, II, pp. 151-154). Este historial es el
más extenso y quizás el más rico de esta publicación. Recurriremos a él en el desarrollo de la
unidad.
Es de subrayar que en todos los casos el relato está organizado en función de un narrador, Freud
mismo, que si bien busca incluir al lector para que lo siga, no pretende borrar las marcas de la
primera persona del singular. Freud nunca escribe al estilo de los papers científicos que buscan
borrar las marcas de la enunciación de su autor y generar un texto impersonal al estilo: “este
trabajo se propone … para ello utiliza el método tal y cual…. del recorrido realizado se puede
concluir que…”. Estos últimos son artículos que parecen escribirse por sí mismos.
En el inicio de la Epicrisis del Elisabeth von R., Freud introduce un señalamiento que resultará
decisivo para su posterior manera de transmitir la clínica. Hay como un vuelco, por así decir, de
la medicina a la literatura. Nos dice: “No he sido psicoterapeuta siempre, sino que me he
educado, como otros neuropatólogos, en diagnósticos locales y electroprognosis, y por eso a mí
mismo me resulta singular que los historiales clínicos por mí escritos se lean como unas novelas
breves, y de ellos esté ausente, por así decir, el sello de seriedad que lleva estampado lo
científico. Por eso me tengo que consolar diciendo que la responsable de ese resultado es la
naturaleza misma del asunto, más que alguna predilección mía; es que el diagnóstico local y las
reacciones eléctricas no cumplen mayor papel en el estudio de la histeria, mientras que una
exposición en profundidad de los procesos anímicos como la que estamos habituados a recibir
del poeta me permite, mediando la aplicación de unas pocas fórmulas psicológicas, obtener una
suerte de intelección sobre la marcha de una histeria. Tales historiales clínicos pretenden que se
los aprecie como psiquiátricos, pero en una cosa aventajan a estos: el íntimo vínculo entre
historia de padecimiento y síntomas patológicos, que en vano buscaríamos en las biografías de
otras psicosis” (AE - II, p.174). Afirma así, casi a su pesar por los ideales científicos del paradigma
positivista en el que está inscripto, lo fecundo de las relaciones entre la literatura y el estilo
narrativo más apto para la construcción del caso en Psicoanálisis. Lo exige lo que él llama “la
naturaleza misma del asunto”.
Dicho esto respecto del título de la unidad, pasemos ahora sus contenidos. La unidad 3 del
Programa General de la asignatura tiene casi una exacta correspondencia con lo que van a leer
para el TP N° 3 de la cursada. El texto central aquí es “Sobre la psicoterapia de la histeria”. Lo
encontramos en el apartado IV de la publicación que hemos mencionado, “Estudios sobre la
histeria (1893-1895), que Freud escribe con Breuer, o mejor dicho, que Freud impulsa a Breuer a
publicar. Se encuentra en el tomo II de las Obras Completas de Amorrortu Editores. Los “Estudios
sobre la histeria” tienen al inicio la “Comunicación preliminar” escrita conjuntamente por Breuer y
Freud (1893) y luego un apartado clínico donde cada uno brinda casos de sus pacientes (Breuer
el famoso caso de Anna O. que mencionamos la clase pasada y Freud presenta cuatro, entre
ellos el de Elizabeth von R que revisarán en los TP. El apartado III es teórico, a cargo de Breuer.
Allí figura la teoría de los estados hipnoides entre otras cosas. Y el IV, el que nos ocupa ahora, es
escrito por Freud. Esto no es un detalle menor, nos da un indicio de la preocupación de Freud
centrado más en cómo proceder con los padecimientos histéricos, la “psicoterapia” y le deja a
Breuer el capítulo connotado como teórico. Aunque como señalamos al comienzo, al mismo
tiempo que Freud va pensando la “técnica” va formalizando y comunicando sus avances, es decir
elabora su teoría sobre los padecimientos histéricos centrada en la noción de “defensa” frente a lo
que desde la sexualidad se presenta como inconciliable.
Este texto resulta sumamente valioso, un texto en movimiento donde podemos leer a Freud
intentando comunicar cómo se abordan los síntomas histéricos, y al tiempo que hace esto va
delineando cómo se diferencia de la catarsis y asoma quizá lo esencial del psicoanálisis. ¿De qué
manera? Como es común en Freud, va mostrando los obstáculos que se fue encontrando y esto
hace que complejice su método y su teoría.
La experiencia de la resistencia, la teoría de la defensa
Desde el comienzo retoma lo que conocemos ya, el método catártico y su eficacia terapéutica con
respecto al síntoma. Nos cuenta cómo abandona la hipnosis, herramienta que permitía “arrancar
los recuerdos” y la sustituye por el “rebusque”, la artimaña de la presión en la frente, que produce
una especie de distracción. Mientras el yo se concentra en esa pavada, esta distracción permite
que se le cuele un recuerdo. Fred presiona para que el recuerdo aparezca, pero se encuentra con
una resistencia que impide el recuerdo. ¿Se entiende? La resistencia es el fenómeno, el
obstáculo con el que Freud se topa. Algunos comentadores han llegado a decir incluso que en
cierta medida Freud “la genera” o la induce al intentar presionar la emergencia del recuerdo.
Otros discuten además sobre el estatuto de este “tocar el cuerpo” del paciente en la maniobra de
la frente. Recuerden lo que habíamos dicho en la primera clase acerca de que en psicoanálisis
sólo se habla, es por intermedio de las palabras que se intenta “tocar” el cuerpo. Lo que es
seguro es que la paciente no está bajo hipnosis y entonces no resulta fácil recordar. ¿Cómo lo
explica? Nosotros ya leímos la clase pasada en “Neuropsicosis de defensa” que la razón por lo
que esto sucede es la teoría de la Defensa. Si hubo una fuerza de defensa que debilitó los
recuerdos insoportables, separando la representación de la suma de excitación, es lógico que se
resistan a volver. Es decir, el movimiento que hace Freud tiene este sentido: primero encuentra
una resistencia al recordar. Y luego supone la defensa que desalojó ese recuerdo de la
conciencia. La “represión” es un supuesto teórico que le sirve para explicar tanto el olvido como la
resistencia del recuerdo patógeno en volver a la conciencia.

Fenómenos: Olvido y Resistencia a recordar

Explicación: Defensa

“Tales experiencias me dejaron la impresión de que un mero esforzar [Drängen] podía hacer salir
a la luz las series de representaciones patógenas cuya presencia era indudable, y como ese
esforzar costaba empeños y me sugería la interpretación de tener que superar yo una resistencia,
traspuse sin más ese estado de cosas a la teoría según la cual mediante mi trabajo psíquico yo
tenía que superar en el paciente una fuerza que contrariaba el devenir-conciente (recordar) de las
representaciones patógenas. Una inteligencia nueva pareció abrírseme cuando se me ocurrió que
esa podría ser la misma fuerza psíquica que cooperó en la génesis del síntoma histérico y en
aquel momento impidió el devenir-conciente de la representación patógena” (…) “Ante el yo del
enfermo se había propuesto una representación que demostró ser inconciliable [unverträglich],
que convocó una fuerza de repulsión [Abstossung] del lado del yo cuyo fin era la defensa frente a
esa representación inconciliable. Esta defensa prevaleció de hecho, la representación
correspondiente fue esforzada afuera de la conciencia y del recuerdo, y en apariencia era ya
imposible pesquisar su huella psíquica. Empero, esa huella tenía que estar presente. Cuando yo
me empeñaba en dirigir la atención hacia ella, sentía como resistencia a la misma fuerza que en
la génesis del síntoma se había mostrado como repulsión” (AE, II, p. 275-276).
Ahora bien, no es que no se le aparece nada, no se queda en blanco sino que no recuerda un
trauma, algo penoso. Pero la paciente habla de otra cosa, o por ejemplo dice, anoche soñé con
tal cosa. Freud ¿qué hace con esto? No calla o censura a la paciente que “no le hace caso y no
recuerda lo que él está buscando”. Todo lo contrario a eso, comienza a pensar que si bien no es
el recuerdo buscado, puede ser algo que conduce hacia él, es un eslabón que nos conduce a otro
eslabón, y a otro... Y los recuerdos, o los recuerdos de eso soñado se empiezan a encadenar.
Surgen más eslabones que también se entretejen entre ellos conformando cadenas ramificadas
que, piensa Freud, convergen en el recuerdo patógeno o al menos eso es lo esperado,
comenzando conceptualizar lo que denomina la cadena asociativa. Así, en lugar del recuerdo
patógeno emergen otros recuerdos. “No siempre es un recuerdo «olvidado» el que aflora bajo la
presión de la mano; es rarísimo que los recuerdos genuinamente patógenos se hallen tan en la
superficie. Con mucho mayor frecuencia emerge una representación que dentro de la cadena
asociativa es un eslabón entre la representación de partida y la buscada, patógena, o una
representación que constituye el punto de partida de una nueva serie de pensamientos y
recuerdos, a cuyo término se sitúa la representación patógena. Entonces, la presión no ha puesto
en descubierto la representación patógena – la cual, por lo demás, separada del contexto, sin
preparación, sería ininteligible-, pero ha señalado el camino hacia ella, la dirección en que debe
avanzar la búsqueda” (AE, II, p. 278).
Fíjense que esto tiene algo en común con lo que habíamos dicho respecto del síntoma. Él
también era un sustituto, que aparecía en lugar del recuerdo penoso del trauma. Siguiendo esta
argumentación podemos decir que el síntoma también es un eslabón más. En realidad es el punto
de partida de esa cadena asociativa, y constituye un sustituto del recuerdo patógeno por efecto
de la defensa. Al mismo tiempo, también podemos decir que las asociaciones que se van
produciendo son “sintomáticas” en sentido amplio.

Síntoma - - Cadena asociativa - - Recuerdo patógeno

Hay veces que las asociaciones, las cadenas que se van enlazando a medida en que el paciente
habla son comprensibles (por ejemplo, piensa en una tarde soleada y aparece la idea de las
vacaciones pasadas en la playa) pero hay otras disparatadas, como por ejemplo piensa en una
mesa y aparece la idea de un resorte. Si le pregunta por qué relaciona la mesa con un resorte, el
paciente responderá: - “y no sé, me apareció así”, le aparece sin voluntad, más allá de su propio
yo, de lo que piensa, cree, sabe. Freud es muy dócil y da lugar a esas emergencias, nos las
desecha ni las evita.
“Por eso la representación primero despertada por aquel artificio puede ser un recuerdo
consabido, nunca reprimido. Toda vez que en el camino hacia la representación patógena vuelva
a cortarse la ilación, es preciso repetir el procedimiento, la presión, a fin de procurar una
orientación y un anudamiento nuevos” (…) “En todo análisis complicado uno trabaja repetidas
veces —en verdad de continuo— con ayuda de este procedimiento (la presión sobre la frente),
que ora enseña, desde el punto en que cesaron las reconducciones del enfermo en la vigilia, el
ulterior camino, pasando por unos recuerdos que han permanecido notorios; ora llama la atención
sobre nexos que cayeron en el olvido, luego convoca y enfila recuerdos que desde muchos años
atrás estaban sustraídos de la asociación, a pesar de lo cual todavía se los puede discernir como
recuerdos, y, como operación suprema de la reproducción, hace aflorar pensamientos que el
enfermo nunca quiere reconocer como los suyos, que él no recuerda, si bien admite que el
contexto los exige imprescindiblemente, y, en ese trascurso, se convence de que esas
representaciones, y no otras, producen el cierre del análisis y la cesación de los síntomas” (AE, II,
278-279).
Respecto de los recuerdos patógenos, estos “pensamientos que no son suyos”, Freud señala que
se distinguen porque cuando emergen los enfermos lo consideran inesenciales, y que los
enuncian con resistencia. Incluso hay casos en que procuran desmentirlo en su retorno: «Ahora
se me ha ocurrido algo, pero es evidente que usted me lo ha insinuado», o «Yo sé lo que usted
espera de esa pregunta. Sin duda cree que he pensado en esto y estotro» (…) «Es cierto que
ahora se me ha ocurrido algo, pero se me antoja que tal vez yo lo he agregado arbitrariamente;
no me parece que sea un pensamiento reproducido»(AE, II, p. 286). En los casos en que el
retorno se produce en imágenes (AE, II, p. 286), Freud señala que el enfermo lo desmonta al
trasponerlo en palabras y que cuando el trabajo de rememoración está consumado el campo
visual se muestra otra vez libre. Pueden leer por ejemplo el historial de Katharina, que es muy
ilustrativo al respecto. Del rostro horripilante que ella veía en plena crisis de angustia y que le
daba tanto miedo se llega a saber que no era finalmente otro que el de su tío/padre abusador. “El
rostro que yo ahora veo siempre es su rostro cuando estaba furioso” (AE, II, p. 147). Algo similar
vamos a ver más adelante en la Unidad 5 cuando estudiemos el ejemplo de Signorelli para el
olvido de nombre propios, cómo se la aparecía la imagen del pintor en los frescos mientras sólo
emergían nombres sustitutos desfigurados.
Freud más adelante abandonará el método catártico y la presión sobre la frente, pero se quedará
con aquello que aparece, con lo que surge más allá de lo que el paciente piensa y cree. Esto será
el puntapié inicial para la formulación de la ley fundamental del análisis, la regla de asociación
libre. “diga cualquier cosa, lo que se le vaya ocurriendo, sin omitir ni censurar nada” que más allá
de lo que diga, la cadena asociativa aparecerá de repente, más allá del yo, de lo que pretenda
que aparezca, aunque sea en un traspié en el decir, un lapsus. Esto supone por parte de Freud
una fuerte confianza en el determinismo de lo psíquico, su subordinación a leyes. La asociación
no es en realidad tan “libre”, sino que está comandada por el recuerdo patógeno inconsciente que
funciona como una especie de representación-meta que ordena secretamente las ocurrencias
incluso cuando aparentemente son disparatadas.

Modos de ordenamiento del material


La segunda cuestión que trata de establecer es cómo se ordenan estos recuerdos, cómo se
organizan, ya que no surgen de cualquier manera. Y esto lo hace en función de ir postulando un
modo diferente de pensar sobre cómo parece presentarse la resistencia a recordar, la resistencia
de asociación. “Vale decir: una fuerza psíquica, la desinclinación del yo, había originariamente
esforzado afuera de la asociación la representación patógena, y ahora contrariaba su retorno en
el recuerdo. Por tanto, el no saber de los histéricos era en verdad un … no querer saber, más o
menos consciente, y la tarea del terapeuta consistía en superar esa resistencia de asociación
mediante un trabajo psíquico” (AE, II, p. 276).
Para intentar esclarecer el modo en que se accede al núcleo patógeno, propone pensar al
material psíquico como un objeto “multidimensional” (AE, II, p. 293). Postula entonces que existe
“por lo menos” una triple estratificación, con niveles en los que los recuerdos están ordenados.
Debemos decir aquí, al menos para que estén advertidos, que estos términos escogidos por
Freud son un tanto problemáticos y que han dado lugar a algunas discusiones teóricas
interesantes dentro de desarrollos psicoanalíticos posteriores. Hablar de “multidimensionalidad”, y
de “estratificación” induce a pensar con una noción de espacio que no siempre resulta la más
conveniente para dar cuenta de lo que sucede en la experiencia analítica, como por ejemplo, que
se trata de sacar desde “adentro”, lo que está en lo “profundo”. ¿Cómo podemos orientarnos
entonces? No perdamos de vista que Freud parte y se mantiene en la superficie asociativa, a
nivel de los dichos del paciente.
Para pensar esto puede ser útil tener como referencia al historial de Elizabeth von R. Con ella
Freud se había planteado como meta: “la remoción del material patógeno estrato por estrato, que
de buen grado solíamos comparar con la técnica de exhumación de una ciudad enterrada” (AE, II,
p. 155). Y es interesante ver cómo organiza el relato mismo del historial (“el primer análisis
completo de una histeria”) en tres tramos o períodos, conforme va avanzando en dichos estratos,
hasta dar con la dimensión patógena, con lo que implicó para esta muchacha encontrarse “como
un rayo refulgente en medio de la oscuridad” (AE, II, p. 171) con el “deseo de poseer un hombre”
(AE, II, p. 170). Se trataba de un deseo conflictivo, actualizado en la figura de su cuñado, pero
que ya la había perturbado tempranamente. En su temprana juventud se había visto tentada por
la presencia interesada de un muchacho (AE, II, pp. 160-161), en la época en que aún cuidaba a
su padre enfermo. Un deseo que la implicaba a nivel de tomar posición como mujer frente al sexo.
Esto le resultaba inconciliable y se defendía. Sus síntomas actuales, el dolor en la pierna que le
impedía caminar, escenificaban un “no avanzar un paso”, que la dejaban en la soledad y
desvalimiento. En los TP van a trabajar más en detalle toda la arquitectura del caso, y en los
caminos en que Freud va siguiendo para acceder al material reprimido.
Volvamos aquí entonces a los modos de ordenamiento del material, a la cuestión de la “triple
estratificación”.
Lo primero que plantea es que los recuerdos se ordenan temporalmente, un ordenamiento lineal
cronológico pero en sentido inverso, (por ejemplo, parto del dolor de estómago o de cabeza de
hoy y voy llegando hasta el momento en que me tomé toda la cerveza de la cervecería o del
boliche) y temáticamente. Esto es lo “más común” y que hubiera esperado que ocurriese con la
representación traumática (como un expediente donde los folios están ordenados y uno lee desde
lo último hacia lo primero, que lo originó). Pero resulta que no siempre sucedía eso. En ocasiones
hay inversiones y alteraciones en esa secuencia lineal esperada y paramnesias. Todo esto es
consecuencia, un efecto de la represión:
“Ahora bien, si se escruta con ojo crítico la exposición que se ha recibido del enfermo sin gran
trabajo ni resistencia, se descubrirán en ella, infaliblemente, lagunas y fallas. Aquí es visible que
el nexo se ha roto y el enfermo lo completa como puede, con un giro, con un expediente
insatisfactorio; allá, se tropieza con un motivo que en un hombre normal se designaría pueril. El
enfermo no quiere reconocer estas lagunas cuando se le llama la atención sobre ellas. Pero el
médico hará bien en buscar por detrás de esos puntos débiles el acceso al material de los
estratos más hondos, si justamente aquí espera hallar los hilos de la trama que pesquisa” (AE, II,
p. 298)
Otro modo de ordenamiento, el segundo, que a Freud se le ocurre pensar en relación a la
resistencia lo podríamos graficar como las capas de una cebolla o como un el dibujo de una diana
(donde se tira con arco y flecha), como capas concéntricas, círculos que delimitan sectores. A
medida que uno se aproxime en la cadena asociativa a ese núcleo patógeno - que en este dibujito
lo ubicamos en el centro - , más fuerte aparece la resistencia. Los temas estarían estratificados
de manera concéntrica en torno del núcleo patógeno. En líneas curvas sería algo así:

Entonces lo que sucede es que desde el recuerdo que tengo a disposición no es fácil avanzar
pero sí puedo avanzar a través de otros hechos, temas, relacionados que están en el mismo
nivel, o sea, comienza a pensar en niveles de resistencia, donde todos los que están a la misma
distancia del núcleo pueden ser asociados.
Pero no puedo pasar al siguiente nivel porque habría que vencer una resistencia. Si logró
vencerla un poco y logró un recuerdo de otro nivel más cercano al núcleo, automáticamente
quedan habilitados todos los recuerdos de ese nivel para ser asociados. Es decir está pensando
en una “resistencia radial” (de radio en el sentido geométrico), avanzan en sentido radial, las
asociaciones de recuerdos se encuentran más facilitadas dentro de los sectores, como si
camináramos alrededor del radio:
“Si quisiera yo esquematizar el modo de trabajar, podría decir, tal vez, que uno toma a su cargo la
apertura de estratos más internos, el avance en el sentido radial, mientras que el enfermo se
encarga del ensanchamiento periférico” (AE, II, p. 297)
Estos dos primeros modos del ordenamiento, Freud nos dice que son “morfológicos” y que
eventualmente se podrían figurar con líneas uniformes (curvas o rectas).
¿Pero cómo avanzamos? Acá va a introducir un punto de vista “dinámico”, un tercero para dar
cuenta de cómo se avanza en el trayecto de una cura analítica. Sucede una cosa curiosa, cuando
se intenta avanzar de modo radial, en lugar de ir de A a B, se va a C (otro tema) por la resistencia
(avancé pero me desvié del recuerdo patógeno, aunque está a la misma distancia que B. Es un
avance en zig-zag, como el movimiento del caballo en el ajedrez. Es una comparación que Freud
mismo hace. Para quienes no sepan jugar a este juego de mesa, pueden ver este breve video
explicativo
https://www.youtube.com/watch?v=ueLbh3g47cY
Acá tenemos además una cuestión para aclarar con la traducción que usamos en la cursada.
Freud escribe “Rösselsprungaufgabe”, que Echeverry tradujo “gambito de caballo” y López
Ballesteros como “saltos de caballo”.
“uno tendría que seguir la marcha del encadenamiento lógico con una línea quebrada que por los
más enredados caminos fuera de los estratos superficiales a los profundos, y regresara a los
primeros, si bien avanzando en general desde la periferia hasta el núcleo central, viéndose así
obligada a tocar todas las estaciones; semejante, pues, a la línea zigzagueante que describe la
solución de un gambito de caballo en el tablero de ajedrez” (AE, II, p. 295).
A estos saltos los denomina “hilos lógicos” (la asociación salta de un hilo lógico a otro, por
ejemplo, de A a C y no a B), debiendo descubrir en qué sentido, cómo es que A se relaciona con
C.

En el Manuscrito M de 1897 Freud intenta figurarlo así, con líneas quebradas:


Otra manera de pensar esto, o de graficarlo es pensar “el salto del caballo”, dijimos, como una
cuestión dinámica: de dos fuerzas contrapuestas sale otra diferente. C es la resultante de dos
fuerzas que se contraponen, queremos avanzar de A a B pero la resistencia lo impide. Sería algo
así:

Lo mencionado hasta acá puede formularse como una formación de compromiso: de transacción
entre la defensa y la representación traumática escindida de la consciencia. Esto es lo que ocurre
cuando pase de A a C en vez de B. Es un medio triunfo de la resistencia y un medio triunfo del
avance hacia el nódulo patógeno. Tengan en cuenta que este juego dinámico se da para cada
fenómeno psíquico donde intervengan dos fuerzas opuestas. A veces lo trata en términos de
investidura y contra-investidura.
De todas maneras Freud retiene estas comparaciones sólo momentáneamente. Aclara que el
nexo lógico no se corresponde exactamente con una línea quebrada en zig-zag, sino más bien
con un sistema de líneas ramificadas (¿tipo tela de araña?), y en particular convergentes.
Compara con un tejido en el que hay cuerdas de hilo y nudos. Es muy interesante leerlo hoy en
día, cuando los desarrollos del Psicoanálisis contemporáneo insisten tanto en la topología de los
nudos!! Freud plantea que hay “puntos nodales” en los que coinciden dos o más hilos y desde ahí
vuelven a devanarse unidos, y que en el núcleo desembocan varios hilos de trayectorias
separadas o que muestran durante algunos tramos conexiones adyacentes:
“El nexo lógico no se corresponde con una línea quebrada en zigzag, sino más bien con un
sistema de líneas ramificadas, y muy en particular convergentes. Tiene puntos nodales en los que
coinciden dos o más hilos, que desde ahí vuelven a devanarse unidos; y en el núcleo
desembocan por regla general varios hilos de trayectorias separadas o que muestran a trechos
conexiones laterales. Para decirlo con otras palabras: es muy notable cuan a menudo un síntoma
es de determinismo múltiple, de comando múltiple {mehrfach delerminiert, überbestimmt)” (AE. II,
p. 295).
Su idea es la de un determinismo múltiple del síntoma, punto en que se anudan diversos hilos de
la cadena asociativa. A esto también lo denomina “sobredeterminación”. Además está la
complicación de que puede haber más de un núcleo en juego, conectados por una temporalidad
particular.

Luego tomará los tipos de asociación de ideas (Asociacionismo) y lo aplicará para pensar cómo
se asocian estos recuerdos no recordados a los que empieza a acceder con su método, y lo
curioso es que no responden a las leyes de asociación de la conciencia, sino que se asocian por
ejemplo por homofonía o símil cadencia (según cómo suenan). Se asocian por su modo de
pronunciación y no por su significado. Lo retomaremos en la segunda parte de la clase cuando
revisemos la cuestión de los “puentes lingüísticos” revisando el ejemplo de Frau Cäcilie. En
Katherina, van a ver también que todo el tiempo Freud destaca la presencia de la partícula
kommen en sus asociaciones (herauskommen, hinaufkommen, etc).
Les sugerimos leer el ejemplo sencillo que Freud presenta al final de la página 281 y se extiende
hasta el principio de la 283 donde cuenta con humildad cómo se va anoticiando de estos
encadenamientos de ideas (“Casero – Camisón – Cama – Ciudad- Carromato”) y cómo procede
con ellas a partir del “supuesto” del inconsciente.
De todo esto Freud concluye algo importante: Es totalmente infructuoso avanzar en forma directa
hasta el núcleo de la organización patógena. Y aunque uno fuera capaz de colegirla, el enfermo
no sabría qué hacer con el esclarecimiento que se le obsequia, ni sería alterado psíquicamente
por este último” (AE, II, p. 297). Más bien parece tratarse de que el analista debe tomar a su
cargo la apertura progresiva de estratos más profundos en sentido radial, mientras que el
paciente acompaña ensanchando periféricamente.
El recuerdo último que no aparece
Hay algo que aclarar aquí, y es que si bien Freud está animado en su búsqueda por el interés de
encontrar y hacer consciente el recuerdo patógeno, algo así como lograr que aparezca una
“verdad última”, resulta que esto no se presenta finalmente tan así.
Hemos visto que nos plantea una serie de distinciones en relación a las modalidades en que van
emergiendo los recuerdos, las ilaciones de pensamiento, y los nexos dinámicos entre ellos. El
tratamiento, la “psicoterapia” supone que el Yo vaya progresivamente incorporando todo eso que
va surgiendo a la conciencia, en la medida de sus posibilidades, allí donde antes lo había
rechazado. Se va produciendo una rectificación, un restablecimiento de la continuidad asociativa.
Dichas emergencias están ligadas a los progresos que se producen a lo largo de la cura, tanto a
nivel de la ganancia de saber como a nivel de los efectos terapéuticos o de alivio sobre los
síntomas. A todo este proceso Freud lo denomina “reelaboración” {Durcharbeitung} (AE, II, p.
296). La toma de posición del yo frente a las adquisiciones nuevas depende en gran medida del
estrato del análisis del cual provengan. Los recuerdos originados en los estratos más externos se
suelen reconocer e incorporar sin dificultad. La dificultad aumenta frente al nexo con los más
profundos, aquellos directamente ligados a “lo inconciliable”. En ocasiones el dominio de esos
recuerdos tropieza con dificultades propias de la resistencia y sólo ingresan fragmentos o jirones.
Aquí Freud considera que “Es tarea del psicoterapeuta recomponer desde ahí la organización
conjeturada. Quien siga gustando de las comparaciones, puede acordarse aquí de un juego de
rompecabezas (AE, II, pp. 296).
Además de estas dificultades Freud señala que a medida que el tratamiento avanza hacia su
término, una vez que se ha hecho el “trabajo por estratos” (AE, II, p. 299) y que la aproximación al
núcleo de la organización patológica es mayor, sucede algo particular. Se suponía que todo
llevaba a converger en el recuerdo, pero el último recuerdo, ese famoso recuerdo patógeno, como
tal no aparecía. Esas representaciones, esos recuerdos patógenos que se buscaron con tanto
esfuerzo, no son reconocidas en tanto “recuerdo” por parte del paciente. ¿Cómo es esto?
Pongamos un ejemplo sencillo, una persona le dice a otra “¿te acordás de la cancha donde
perdimos con Estudiantes 7 a 0?” Resp: No, pero recuerdo todos los detalles como quienes
jugaban, con quien fuimos, que a la salida comimos choripan, etc.”, pero no se acordaba de la
cancha, a pesar de que todo conducía a ella.
Es interesante la discusión que tiene con él mismo, acerca del estatuto de esos recuerdos que
constituyen el núcleo de la organización patógena y que no son recordados como tal. ¿Se trata de
pensamientos nunca producidos? ¿Existían antes de que Freud los conjeture? ¿Había
inconsciente antes del análisis? Lo importante de la “iluminación psíquica” que produce la
emergencia de lo inconsciente es la trabazón lógica en la que se inserta. Freud parece sustituir al
recuerdo consciente por una convicción que se genera en el paciente, fruto de la lógica que
conduce a su conjetura. Todo esto traerá enormes discusiones acerca del valor de verdad a nivel
del inconsciente, o incluso de su estatuto ontológico.
“Las representaciones que vienen de la profundidad máxima, las que constituyen el núcleo de la
organización patógena, son las que con mayor dificultad reconoce el enfermo como recuerdos.
Aun cuando todo ya ha pasado, cuando el enfermo, dominado por la compulsión lógica y
convencido por el efecto curativo que acompaña justamente al afloramiento de esta
representación; cuando el enfermo, digo, acepta él mismo que tuvo que haber pensado esto y
aquello, suele agregar: «Pero no puedo recordar que lo haya pensado ». En tal caso es fácil
entenderse con él: eran pensamientos inconcientes. Ahora bien, ¿cómo debe uno registrar ese
estado de cosas en sus intuiciones psicológicas? ¿Hay que pasar por alto ese discernimiento
rehusado del enfermo, que no tiene motivo alguno puesto que el trabajo ya acabó?
¿Se debe suponer que se trata realmente de pensamientos nunca producidos, y para los cuales
existía una mera posibilidad de existencia, de suerte que la terapia consistiría en la consumación
de un acto psíquico interceptado entonces? Es evidentemente imposible enunciar algo sobre
esto, o sea, sobre el estado del material patógeno antes del análisis, hasta que uno no se haya
aclarado a fondo sus visiones psicológicas básicas, ante todo acerca de la esencia de la
conciencia. Lo que sí hay es un hecho digno de reflexión, a saber: que en tales análisis una
ilación de pensamiento es perseguida desde lo conciente hasta lo inconciente (vale decir, no es
discernida como un recuerdo); desde ahí uno la vuelve a llevar un trecho a través de lo conciente,
y otra vez puede verla terminar en lo inconciente, sin que esa alternancia de la «iluminación
psíquica» importe cambio alguno en la ilación misma, en su consecuencia lógica, en la trabazón
de sus partes singulares. Una vez que yo tengo íntegra frente a mí esa ilación de pensamiento,
no podría colegir cuál fragmento era discernido por el enfermo como un recuerdo, y cuál no. Sólo
veo, por así decir, los picos de la ilación de pensamiento zambulléndose en lo inconciente, a la
inversa de lo que se ha aseverado respecto de nuestros procesos psíquicos normales”. (AE, II, p.
304-305). Se trata para Freud de capturar en una temporalidad del instante “picos de la ilación de
pensamiento zambulléndose en lo inconciente”
Todo esto, hará finalmente que Freud cuestione la analogía que usaba inicialmente sobre pensar
a ese recuerdo patógeno como un “cuerpo extraño” que debía ser abreaccionado, aliviado. Como
cuando nos clavamos una espina y se inflama la piel, se enrojece y duele, al extraerla la lesión se
alivia. El tema es que no le sirve más esta figura y empieza a usar otra (también del campo de la
medicina) ahora habla de “infiltración” (AE, II, pp. 295-296). No es lo mismo para un cirujano
operar y extirpar por ej. una bala alojada en el interior del cuerpo de alguien que sufrió un disparo,
que operar y extirpar un tumor que está vascularizado y recibe sangre del propio cuerpo. En este
último caso, ya no se trata sólo de arrancar algo, porque esto está “infiltrado”. En el caso del
núcleo patógeno, está “infiltrado” en la historia de vida del paciente. Eso que aparece como lo
más ajeno, como algo supuestamente a extirpar, resulta ser al mismo tiempo lo más propio. El
psicoanálisis contemporáneo usa en este punto la categoría de lo “éxtimo”. Algo que es
simultáneamente íntimo y exterior, propio y ajeno. El procedimiento esencial del Psicoanálisis se
comenzará a concebir cuando abandone la esperanza de que reavivando el recuerdo patógeno
junto con el afecto se produzca la cura por abreacción. Encontramos en este texto lo incipiente de
ello, ya que el análisis transcurrirá pasando por estas cadenas, por estos hilos lógicos, a los que
Freud llamará en esta oportunidad “representaciones intermedias”.
(Continúa 2da parte)

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