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Teoría Psicoanalítica – Cursada 2021

Novena Clase Teórica – Segunda parte (de Casas – Volta)

En la segunda parte de esta clase vamos a continuar revisando el rol organizador de la


sexualidad del par Edipo-Castración. Ya lo hicimos del lado masculino junto a la tesis del primado
del falo. Ahora lo encararemos desde el punto de vista de la llamada sexualidad femenina. Para
esto nos vamos a servir de varios artículos de Freud: Retomaremos algunos párrafos que nos
quedaron sin comentar de “El sepultamiento del complejo de Edipo” (1924) junto a “Algunas
consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos” (1925). También
revisaremos dos artículos posteriores “Sobre la sexualidad femenina” (1931) y la 33°
Conferencia: “La feminidad” (1932). Si bien este último artículo ya se pisa con la próxima
Unidad del programa tomaremos algunas referencias desde ahora. Como ven, son todos artículos
posteriores a 1920, y los dos últimos bastantes más tardíos si los comparamos con que los que
usamos en la primera parte de la clase. ¿Por qué esto? Se podrían pensar varias razones. Pero
entre ellas hay que señalar que a Freud le llevó mucho más tiempo, poder situar y conceptualizar
las consecuencias del descubrimiento de la fase fálica desde el punto de vista de la sexualidad
femenina. Muchos de sus planteos que van a leer de estos años no son sin titubeos, son menos
asertivos y con más restricciones a la generalización. Fíjense cómo nos dice, por ejemplo: “Cada
vez que creo ver algo nuevo, dudo si me es posible esperar su corroboración. Por otra parte, ya
se agotó lo que se agita en la superficie; el resto debe recogerse de lo profundo con laborioso
empeño” (AE, XIX, p. 268). No estamos entonces aquí, en un nivel fácil de captar, de atrapar
clínicamente al escuchar a las pacientes y producir desde allí una elaboración teórica. “Nuestro
material se vuelve aquí —incomprensiblemente— mucho más oscuro y lagunoso” (AE, XIX, p.
185). Las tesis freudianas sobre la sexualidad femenina son disimétricas respecto de las
elucidaciones aportadas para el lado masculino. “En conjunto es preciso confesar que nuestras
intelecciones de estos procesos de desarrollo que se cumplen en la niña son insatisfactorias,
lagunosas y vagas” (AE, XIX, p. 186). Como si hubiese algo allí que no se deja captar
completamente, que no permite establecer tesis universales.
Además, en el diálogo con sus discípulos (Abraham, Jones, Fenichel), pero en particular con
analistas mujeres (Karen Horney, Helene Deutsch, Jeanne Lampl-de Groot, Melanie Klein), Freud
se encontró con objeciones interesantes, que lo condujeron a debatir incluso por fuera del terreno
propiamente clínico, con las perspectivas feministas de aquella época. El contexto de producción
teórica de esos años es el período entre la primera y la segunda guerra mundial. Recordamos
todo esto, ya que nos parece importante situar estos artículos en función de muchas críticas
contemporáneas que de modo un tanto sesgado, sólo ven en ellos prejuicios machistas y
misoginia por parte de Freud. No es que no se los pueda encontrar, y nos encargaremos de
señalarlos oportunamente. Pero nos interesa destacar esencialmente que Freud se enfrenta aquí
a un problema de difícil solución y que terminará bautizando: el «enigma femenino» (AE, XXII, p.
121) o «continente negro»: “Acerca de la vida sexual de la niña pequeña sabemos menos que
sobre la del varoncito. Que no nos avergüence esa diferencia; en efecto, incluso la vida sexual de
la mujer adulta sigue siendo un dark continent {continente negro} para la psicología”. (AE, XX, p.
199).
De hecho Freud no duda en terminar su 33°conferencia: La feminidad, sugiriendo a los lectores
que si quieren saber más acerca de ésta deben dirigirse a sus propias experiencias de vida o a
los poetas. Quizás sea interesante entonces, abordar la lectura de estos artículos como la
verificación de cierta imposibilidad a la hora de encontrar y establecer un universal claro que
permita dar cuenta acabadamente de la sexualidad femenina en psicoanálisis. Debemos además
anunciar desde ahora que muchos desarrollos posteriores del psicoanálisis introdujeron
revisiones y rectificaciones respecto de los límites y alcances que la dimensión fálica tiene en la
sexualidad femenina. Comenzaremos nosotros ubicando aquí las bases freudianas de estos
planteos e interrogantes que siguen abiertos hasta la actualidad.
En cualquier debate, elegir un punto de partida no es sin consecuencias. ¿Desde dónde podemos
arrancar? ¿Dónde es más conveniente situarnos para poder avanzar en este terreno resbaladizo
que es el de la diferencia entre los sexos para poder afirmar algo acerca de la sexualidad
femenina? Hacer pie en la diferencia anatómica para partir desde allí es lo menos indicado.
“partes del aparato sexual masculino se encuentran también en el cuerpo de la mujer, si bien en
un estado de atrofia, y lo mismo es válido para el otro sexo (…) aquello que constituye la
masculinidad o la feminidad es un carácter desconocido que la anatomía no puede aprehender”
(AE, XXII, pp. 105-106). En efecto, cuando Freud hace jugar la diferencia anatómica lo hace sólo
para señalar sus “consecuencias psíquicas”. Ya vimos, cuando presentamos el concepto de falo,
que lo esencial de su planteo no estaba fundado en el órgano sino en relación a lo que llamaba su
“significatividad”, su “valor” (Bedeutung).
Tampoco parece lo más conveniente pararnos exclusivamente en el polo social y cultural del
asunto, como si la polaridad sexual derivara exclusivamente de las construcciones discursivas de
la época. Por supuesto que Freud lo tiene en cuenta cuando nos dice: “No obstante, debemos
cuidarnos de pasar por alto la influencia de las normas sociales, que de igual modo esfuerzan a la
mujer hacia situaciones pasivas” (AE, XXII, p. 107). O incluso “Las condiciones de la elección de
objeto de la mujer se vuelven hartas veces irreconocibles por obra de las circunstancias sociales”
(AE, XXII, p.123). Sin embargo las normas, los discursos, las prescripciones y semblantes
femeninos y masculinos no son fijos. Han estado y son sometidos a una revisión constante.
Respecto de ellos hay bastante consenso de que nos encontramos viviendo una época en la que
se ha acentuado una gran transformación: “nuevas virilidades”, “nuevas femineidades”,
“diversidades sexuales” que cuestionan los moldes rígidos del binarismo. ¿Quién podría decir hoy
que algo (ej, jugar al fútbol o a las muñecas, pintarse las uñas, usar maquillaje, no depilarse, etc.)
es femenino o masculino sin ser inmediatamente cuestionado? No hay consistencia ni punto de
apoyo firme en ese lugar.
El punto de partida de Freud no es ninguno de ellos. Ni la diferencia anatómica, ni la normativa
cultural. Nos dice: “Pues bien; el psicoanálisis, por su particular naturaleza, no pretende describir
qué es la mujer -una tarea de solución casi imposible para él-, sino indagar cómo deviene, cómo
se desarrolla la mujer a partir del niño de disposición bisexual” (AE, XXII, p. 108). El punto de
partida es entonces la disposición pulsional, y su carácter no binario. Recordemos que en “Tres
ensayos” (1905) insistía en que “la activación autoerótica de las zonas erógenas es la misma en
ambos sexos, y esta similitud suprime en la niñez la posibilidad de una diferencia entre los sexos”
(AE, VII, p. 200).
Aquí lo recuerda en estos términos: “Hemos llamado «libido» a la fuerza pulsional de la vida
sexual. La vida sexual está gobernada por la polaridad masculino-femenino; esto nos sugiere
considerar la relación de la libido con esa oposición. No sorprendería si a cada sexualidad se
subordinara su libido particular, de suerte que una clase de libido persiguiera las metas de la vida
sexual masculina y otra las de la femenina. Pero no hay nada semejante. Existe sólo una libido,
que entra al servicio de la función sexual tanto masculina como femenina. No podemos atribuirle
sexo alguno; si de acuerdo con la equiparación convencional entre actividad y masculinidad
queremos llamarla masculina, no debemos olvidar que subroga también aspiraciones de metas
pasivas. Comoquiera que sea, la expresión «libido femenina» carece de todo justificativo” (AE,
XXII, pp. 121-122). Es decir que Freud parte de un punto negativo, de un agujero, de un “no hay”
referido a la polaridad sexual. La libido no es ni masculina, ni femenina como tal. No entra en
juego la diferencia sexual allí. Decir que la libido es “masculina” es sólo una convención, una
manera de designar la actividad, el empuje o esfuerzo característico de la pulsión. Pero desde el
punto de vista de la pulsión la oposición femenino-masculino está desdibujada. La pulsión no es
binaria. Por eso muchas veces Freud recurre directamente al lenguaje de la bisexualidad.
Fíjense cómo lo dice también en otros artículos “La sexualidad es un hecho biológico que, aunque
de extraordinaria significación para la vida anímica, es difícil de asir psicológicamente. Solemos
decir: cada ser humano muestra mociones pulsionales, necesidades, propiedades, tanto
masculinas cuanto femeninas, pero es la anatomía, y no la psicología, la que puede registrar el
carácter de lo masculino y lo femenino. Para la psicología, la oposición sexual se atempera,
convirtiéndose en la que media entre actividad y pasividad; y demasiado apresuradamente
hacemos coincidir la actividad con lo masculino y la pasividad con lo femenino, cosa que en modo
alguno se corrobora sin excepciones en el mundo animal. La doctrina de la bisexualidad sigue
siendo todavía muy oscura, y no podemos menos que considerar un serio contratiempo que en el
psicoanálisis todavía no haya hallado enlace alguno con la doctrina de las pulsiones” (AE, XXI, p.
103). O incluso: “El hecho de la dualidad de los sexos se levanta ante nosotros a modo de un
gran enigma, una ultimidad para nuestro conocimiento, que desafía ser reconducida a algo otro.
El psicoanálisis no ha aportado nada para aclarar este problema, que, manifiestamente,
pertenece por entero a la biología. En la vida anímica sólo hallamos reflejos de aquella gran
oposición, interpretar la cual se vuelve difícil por el hecho, vislumbrado de antiguo, de que ningún
individuo se limita a los modos de reacción de un solo sexo, sino que de continuo deja cierto sitio
a los del contrapuesto, tal como su cuerpo conlleva, junto a los órganos desarrollados de uno de
los sexos, también los mutilados rudimentos del otro, a menudo devenidos inútiles. Para distinguir
lo masculino de lo femenino en la vida anímica nos sirve una ecuación convencional y empírica, a
todas luces insuficiente. Llamamos «masculino» a todo cuanto es fuerte y activo, y «femenino» a
lo débil y pasivo. Este hecho de la bisexualidad, también psicológica, entorpece todas nuestras
averiguaciones y dificulta su descripción” (AE, XXIII, p. 188).
El punto de partida para abordar este tema es entonces el concepto de pulsión, en su diferencia
con el instinto sexual. La tarea que se da allí Freud es entender cómo partiendo de una misma
disposición pulsional, el niño “deviene” una mujer. Fíjense que no lo plantea como algo fijo,
cerrado o una esencia, sino como un devenir. Todo lo que va a plantear en torno al complejo de
castración y al Edipo femenino es un modo de pensar y de relatar el pasaje por una estructura no
natural que intenta organizar algo que sin embargo permanece como un gran misterio.
Aquí, para no perdernos en el “cuentito de mamá y papá”, y menos aún en la cuestión del
“órgano” es fundamental no perder de vista que Freud construye toda estas hipótesis a partir de
seguir escuchando a sus pacientes mujeres adultas, aquellas mismas en función de las cuales
había comenzado teorizando la hipótesis del inconsciente, la acción de la defensa y el rol de la
etiología sexual de la neurosis, con todas las modificaciones que venimos estudiando en torno al
concepto de pulsión y sus relaciones con las fantasías. A veces, indirectamente puede traer
alguna observación de niñas para acompañar sus teorizaciones.
¿Cuáles son las referencias clínicas entonces? ¿Qué es lo que escucha Freud de particular en
los dichos, en las quejas, en los síntomas de algunas de sus pacientes mujeres? ¿Qué es lo que
lo lleva a pensar los complejos de Edipo y de Castración del lado femenino? Es difícil generalizar
en este punto, ya que las mujeres hablan de muchas cosas. No todas estas referencias clínicas
que ahora vamos a mencionar se presentan simultáneamente, ni en todos los casos. Algunas
veces sí, se asocian y/o se repiten en diversas dosis. Intentemos armar un listado con algunos
puntos fenoménicos que nos ayuden a pensar qué es lo que está en juego como problemática a
nivel de la satisfacción pulsional y la forma de presentación clínica que suele tomar en la
sexualidad femenina. Desde ahí luego reconstruiremos, con Freud, el modo en que intervienen el
par Edipo y Castración.

Referencias clínicas:

- Problemas de pareja en situaciones de ambivalencia (amor y odio) en los que ella siempre
está reclamando, demandando o quejándose de algo que le deben. En general expresan
mucho sufrimiento y padecer en torno a esto: “Si de verdad me quisiera….” “No me da
bola…”; “Yo le di todo y él nunca nada…. Siempre le tengo que pedir”; a veces en
situaciones de rivalidad y competencia: “Yo compito con él”. Estas demandas y reclamos
repetidamente se ponen en juego además en la escena transferencial.
- Freud destaca una dosis mayor de participación de los “celos femeninos” en la vida de
pareja (“Es verdad que los celos no son exclusivos de uno solo de los sexos, y se asientan
en una base más amplia; pero yo creo, no obstante, que desempeñan un papel mucho
mayor en la vida anímica de la mujer” (AE, XIX, p. 272). También sobresale la exposición a
una angustia que parece sin límites frente a la pérdida del amor por parte del objeto.
Abandonos que culminan a veces en una sensación de devastación irremontable.
- La tesis del “segundo matrimonio”. Freud menciona una serie de casos en los que para
una mujer el primer matrimonio resulta un infierno. Un campo de batallas en el que la
hostilidad, el reclamo y la rivalidad acaparan el vínculo con su pareja. Cuando esto se
agota, un segundo matrimonio puede finalmente resultar más dichoso.
- Solterías prolongadas en el tiempo, “la espera eterna del príncipe azul”, o “este me da bola
pero le falta, no tiene lo que yo espero ….”, o “ninguno está a la altura de mi padre”. Con
esos dichos sostienen la creencia en un hombre de excepción que garantizaría el acceso a
una plenitud de satisfacción. En ocasiones esto es más extremo, y conduce a una
“inhibición sexual” (AE, XXII, p. 117) más marcada, hasta el extrañamiento completo de la
sexualidad.
- En algunas oportunidades se constata cierto rechazo de los semblantes femeninos de la
época, junto a la emergencia de recuerdos infantiles (querer hacer pis parada, pedir que no
le pusieran vestidos ni polleras, preferencia por juegos “de nenes”). “Cuando estoy con mis
amigos varones soy uno más de los pibes”; “Siempre me costó que me vean como mujer”;
“No le dedico tiempo a producirme”; “No necesito andar pintada, prefiero al natural”.
Posición poco pudorosa que parece no necesitar ningún camuflaje o velo. No se filtra
ninguna falta o defecto que haya que camuflar.
- El tratamiento del caso de la “joven homosexual” (“Sobre la psicogénesis de un caso de
homosexualidad femenina” - 1920), le mostró a Freud que algunas formas de
homosexualidad femenina surgen por una “desilusión” en relación al padre. En otros casos
es más bien un “ella me da lo que ningún hombre nunca me dio”. Este ensayo sobre la
homosexualidad femenina resulta interesante para ver cómo articula Freud la elección de
objeto homosexual con la respuesta ante la castración, la historia libidinal del sujeto y el
influjo de los otros con significaciones de peso en su historia.
- Relaciones estragantes con la madre, llenas de rivalidad, demandas de amor, celos,
hostilidad, culpa y reclamos de todo tipo. “Se cree que no me doy cuenta”, “me vive
boludeando”, “a mi viejo lo maneja, pero a mí esa ya no me engaña”, “No me deja hacer mi
vida”, “Me saca la energía mi vieja”, “por ella no puedo hacer nada”. Un caso de paranoia
femenina le sirvió en esos años también para situar algunas particularidades extremas del
vínculo invasivo, persecutorio y angustioso de la niña con la madre. («Un caso de paranoia
que contradice la teoría psicoanalítica» - 1915)
- Una participación marcada de la maternidad como eje en la vida (más allá de todo
mandato social), que rivaliza con cualquier otro interés deseante. A veces excede la
cuestión de “tener hijos” directamente para constituirse en un “ser madre”: “nunca me sentí
más feliz y más completa”. No poder pasarlos de cuarto cuando son pequeños, no poder
“soltarlos” a medida que crecen, o fuerte angustia ante la partida de alguno de ellos del
hogar. Freud destaca además, algunos cambios que sobrevienen después de la llegada
del primer hijo. Puede suceder que con el recién nacido se establezca el vínculo más
perfecto y que con su pareja, que hasta allí estaba bien, comiencen las desavenencias.
- Ciertas posiciones reivindicativas, con un elevado sentido de la justicia igualitaria.
Reclamos marcados por una justicia distributiva a nivel de la satisfacción. Freud señala un
“plus” (AE XXII, p. 116) del lado de las mujeres. La satisfacción nunca es plena para ella:
“a mí siempre me cagan….”, o “yo doy todo y a mí nunca me dan nada” Sensación de que
le deben algo, o de que el otro en diversas situaciones “hace diferencias…”, o “es injusto”,
viéndose perjudicada ella o sus hijos. Como si la satisfacción plena existiera, solo que a
ella siempre les es arrebatada por un acto injusto y eso la convirtiera en acreedora de por
vida.
- A veces, por el contrario, se escucha en las pacientes una dificultad para tolerar que un
poco de satisfacción caiga de su lado, aun cuando esto sí resulta posible. En ocasiones se
presentan cuadros marcados por el síntoma de la frigidez o anestesia sexual. A veces, es
algo más sutil, por ej., cuando otra persona es la que está pasando por alguna dificultad
siempre surge algún comentario del tipo “Ah, pero yo peor….”. Como si no fuera admisible
estar pasándola bien o mejor que otros. Sus dichos transmiten la sensación de estar
afectada por un “no tener” fundamental, una insatisfacción que impide por ejemplo poder
soportar un halago. “- Qué lindo te queda ese pantalón! – Ah, pero es viejo….”. Hasta la
caricatura de estar parada frente a un guardarropa repleto de vestidos y accesorios y sin
embargo sentir “No tengo qué ponerme”. Dificultades con la imagen (siempre hay un
defecto, un rollito, algo que no va) que conduce a sobreinvestir elementos que permitan
armar la mascarada femenina (maquillaje, peluquería, medicina estética, etc.). “Si no me
maquillo no puedo salir ni al almacén de la esquina”.
¿Cómo intenta dar cuenta Freud de estas particularidades acerca de los diversos modos en que
pueden presentarse clínicamente los arreglos y desarreglos en torno a la satisfacción en la
sexualidad femenina?
En “El Sepultamiento del complejo de Edipo” (1924), Freud nos dice que también el sexo
femenino desarrolla un complejo de Edipo, y posteriormente ingresa al período de latencia. Pero
plantea la pregunta. ¿Puede atribuírsele también una organización fálica y un complejo de
castración? Contesta que “La respuesta es afirmativa, pero las cosas no pueden suceder de igual
manera que en el varón” (AE, XIX, p. 185). Hará jugar aquí las consecuencias psíquicas de la
diferencia anatómica.

La prehistoria edípica y el complejo de castración


Para la niña, al igual que para el varón, también el primer objeto es la madre. “También la madre
fue, por cierto, su primer objeto”. (AE, XXI, p. 227) Freud lo deriva directamente del amamantar.
Una elección de objeto llevada a cabo por apuntalamiento en la satisfacción de las grandes
necesidades vitales. Si se escucha la historia de mujeres adultas, el idilio con el papá está
presente, la niña puede permanecer mucho tiempo en una relación cercana, tierna con el padre y
no como el niño que sale huyendo de la madre. ¿Por qué esto se da con el padre y no con la
madre que fue su primer objeto de amor? Freud nos plantea a la relación de la niña con la madre
en términos de una prehistoria: “Todo analista ha tomado conocimiento de mujeres que
perseveran con particular intensidad y tenacidad en su ligazón- padre y en el deseo de tener un
hijo de él, en que esta culmina.(…) Pero precisamente un análisis de estos casos, llevado más a
fondo, muestra algo diverso: que el complejo de Edipo tiene en ellos una larga prehistoria y es,
por así decir, una formación secundaria” (AE, XIX, p. 270). El descubrimiento de esta prehistoria
edípica, tuvo para Freud “el efecto de una sorpresa” (AE, XXI, p. 228).
Tal como había lo planteado para el niño, desde el punto de vista del desarrollo libidinal, la fase
fálica es un punto importantísimo para la sexualidad de la niña. En esa organización, el clítoris se
comporta inicialmente como el pene. Es una zona erógena que brinda satisfacciones
autoeróticas. La premisa universal del pene es sostenida también allí. “Parece que en ella todos
los actos onanistas tuvieran por teatro este equivalente del pene, y que la vagina, genuinamente
femenina, fuera todavía algo no descubierto para ambos sexos” (AE, XXII, p. 109). “en la fase
fálica de la niña el clitoris es la zona erógena rectora” (AE, XXII, p. 110).
Sin embargo, Freud plantea que hay “comparaciones”. Ella ha visto que el hermanito o
compañero de juegos lo tiene y a ella le falta. Es “demasiado corto”, y siente este hecho como un
perjuicio, como algo que la ubica en desventaja. Durante un tiempo puede consolarse incluso con
la expectativa de que al crecer finalmente “tendrá”. Lo que Freud destaca aquí es que “la niña no
comprende su falta actual como un carácter sexual, sino que lo explica mediante el supuesto de
que una vez poseyó un miembro igualmente grande, y después lo perdió por castración. No
parece extender esta inferencia de sí misma a otras mujeres, adultas, sino que atribuye a estas,
exactamente en el sentido de la fase fálica, un genital grande y completo, vale decir, masculino.
Así se produce esta diferencia esencial: la niñita acepta la castración como un hecho consumado,
mientras que el varoncito tiene miedo a la posibilidad de su consumación” (AE, XIX, p. 186). Dos
cosas entonces para destacar. En primer lugar, la castración como hecho consumado, y no como
amenaza. En segundo lugar, el hecho de significar la “diferencia” como un “arrebato”, como una
“injusticia”. “Me arruinaron la satisfacción”. Podría tenerlo, el otro podría dármelo, pero no me lo
da o me lo quita. Es sólo un capricho, una arbitrariedad, un “no me lo quiere dar”. Este no querer
del otro es fundamental, es un “no me quiere” que en ocasiones funda un reclamo y una demanda
de amor ilimitada.
“Ella nota el pene de un hermano o un compañerito de juegos, pene bien visible y de notable
tamaño, y al punto lo discierne como el correspondiente, superior, de su propio órgano, pequeño
y escondido; a partir de ahí cae víctima de la envidia del pene (Penisneid)” (AE, XIX, p. 270).
Esta expresión “envidia del pene” es muy controversial y ha sido objeto de debates dentro y fuera
de la comunidad analítica. Más adelante Melanie Klein hizo de la envidia un concepto muy
importante en sus teorizaciones, un punto de muy difícil resolución para el trabajo analítico. Sin
embargo, en el mismo artículo, Freud también designa lo que allí está en juego para la niña como
como “deseo del pene” (Wunsch nach dem Penis) (AE, XIX, p. 274). Es interesante esta segunda
forma de nombrar lo que sucede. Ya que no es lo mismo envidiar lo que uno cree que el otro
tiene y me pone en desventaja, que estar motorizado por un deseo sostenido en el
funcionamiento de una falta.
En todo caso, Freud señala el contraste entre las diversas posiciones posibles que adopta el niño
frente a la constatación de la castración femenina (lo vimos en la primera parte de la clase cuando
señalábamos el rol de la castración materna articulada a la amenaza) y lo que sucede en la niña:
“Nada de eso ocurre a la niña pequeña. En el acto se forma su juicio y su decisión”. Esta
disimetría, le da un carácter mucho más resolutivo que al varón. “Ha visto eso, sabe que no lo
tiene, y quiere tenerlo” (Sie hat es gesehen, weiß, daß sie es nicht hat, und will es haben) (AE,
XIX, p. 271). “Al punto nota la diferencia y —es preciso admitirlo— su significación (seine
Bedeutung). Se siente gravemente perjudicada” (AE, XXII, p. 116). Se funda allí una posición,
algo así como un “va por eso que desea”. Hay entonces un reconocimiento de la castración, pero
también una revuelta contra ella.
¿Esto significa acaso que una mujer no tiene nada que perder, que nada la detiene? Freud
destaca en este punto que “excluida la angustia de castración (…) el amedrentamiento externo
amenaza con la pérdida de ser-amado” (AE. XIX, p. 186) “La angustia de castración (…) ya no
tiene sitio alguno en las mujeres, que por cierto poseen un complejo de castración, pero no
pueden tener angustia ninguna de castración. En su remplazo aparece en las de su sexo la
angustia a la pérdida de amor, que puede dilucidarse como una continuación de la angustia del
lactante cuando echa de menos a la madre. (…) Si la madre está ausente o ha sustraído su amor
al hijo, la satisfacción de las necesidades de este ya no es segura, y posiblemente queda
expuesto a los más penosos sentimientos de tensión” (AE, XXII, pp. 80-81). Freud ubica entonces
a la angustia a la pérdida del amor por parte del objeto como un equivalente de la angustia de
castración. De ahí que la demanda de amor y el reclamo dirigido a la madre o a un partenaire
pueda cobrar un refuerzo particular, no sin renovar y acrecentar el conflicto permanente en esa
ligazón. En la próxima clase podremos realizar en este punto algunas articulaciones una vez que
hayamos introducido el concepto de narcisismo. En su análisis de la vida amorosa Freud va a
destacar desde otro ángulo la importancia de ser amada en las mujeres (la meta pasiva).
Veremos que la va a hacer depender de una especial forma de elección de objeto llamada
elección narcisista. En todo caso, Freud apela tanto al falo como al narcisismo, dos organizadores
centrales, para dar cuenta de la importancia del saberse amada, y de la angustia correspondiente
a la amenaza de esta pérdida. La articulación entre falo y narcisismo es central en este punto.

Consecuencias de la envidia del pene


Freud ubica diversas consecuencias posibles de la envidia del pene para la niña. Señala que
aquella “deja huellas imborrables en su desarrollo y en la formación de su carácter” (AE, XXII, p.
116). Según el artículo que leamos, notaremos algunas variaciones en los señalamientos sobre
sus efectos y sobre caminos posibles que allí se abren para la niña. No son soluciones
excluyentes necesariamente, y pueden coexistir en una misma mujer, o sucederse en el tiempo.
La más radical conduce al “universal extrañamiento respecto de la sexualidad. La mujercita,
aterrorizada por la comparación con el varón, queda descontenta con su clítoris, renuncia a su
quehacer fálico y, con él, a la sexualidad en general, así como a buena parte de su virilidad en
otros campos” (AE, XXI, p. 231). Es una posición de renuncia a todo tipo de camino de la
sexualidad. Si la niña se compara con el varón que tiene eso tan grande que le garantiza la
satisfacción, dice: siento que no puedo competir, mejor renuncio, abandono la masturbación
(mejor no compito), no ejerzo la sexualidad, y esto lleva a la inhibición, represión de la sexualidad,
y a no querer saber nada con lo sexual.
Si en cambio acepta jugar el juego en el terreno de la sexualidad, se abren otras posibilidades.
Allí, una primera bifurcación, nos dice Freud, es el llamado “complejo de masculinidad” (AE XIX,
pp. 271-272). La considera una gran formación reactiva. Se mantiene la esperanza de recibir
alguna vez, a pesar de todo, eso. En algunos casos, sobreviene una “desmentida” por la que la
niña se rehúsa a aceptar la castración como hecho consumado, se afirma y conserva la
convicción de poseer un pene y se ve empujada a comportarse en lo sucesivo según los
semblantes varoniles. Esta dirección, “en porfiada autoafirmación, retiene la masculinidad
amenazada; la esperanza de tener alguna vez un pene persiste hasta épocas increíblemente
tardías, es elevada a la condición de fin vital, y la fantasía de ser a pesar de todo un varón sigue
poseyendo a menudo virtud plasmadora durante prolongados períodos. Esta posición supone
mantener su satisfacción fálica, “buscando refugio en una identificación con la madre fálica o con
el padre”. (AE, XXII, p. 120). Freud indica también que este «complejo de masculinidad» de la
mujer puede terminar en una elección de objeto homosexual manifiesta” (AE, XXI, p. 231). De
todos modos aclara que en general en estos últimos casos se trata de algo regresivo, en virtud de
las infaltables desilusiones posteriores con el padre.
En segundo lugar, menciona su subsistencia en el rasgo de carácter de los celos femeninos:
“desempeñan un papel mucho mayor en la vida anímica de la mujer porque reciben un enorme
refuerzo desde la fuente de la envidia del pene, desviada” (AE; XIX, p. 272).
En tercer lugar, Freud señala el aflojamiento de los vínculos tiernos con la madre. “La
concatenación no se comprende muy bien” (AE, XIX, p. 273), nos dice Freud. Hay algo oscuro en
cómo se lleva adelante este movimiento, “uno se convence de que al final la madre, que echó al
mundo a la niña con una dotación tan insuficiente, es responsabilizada por esa falta de pene”. La
niña culpa a la madre. Se construye la figura de un otro a quien culpa de haberle arruinado su
satisfacción. Es muy interesante ese movimiento. En el planteo inicial de su obra, quien arruinaba
la satisfacción era el padre. Ahora en esto queda implicada la madre. La niña se pregunta ¿por
qué no lo tengo? Pero rápidamente se convierte en un "no me lo han dado". Suele quejársele a la
madre, es una constante el "vos no me lo diste" (comida, sentimientos, ir a pasear, etc. pero en el
fondo es eso que le falta). Esto genera una especie de hostilidad, "qué injusta que fuiste y sos
conmigo!". “Fue una sorpresa enterarse, por los análisis, que la muchacha hace responsable a la
madre de su falta de pene y no le perdona ese perjuicio” (AE, XXII, p. 115). Muchas veces esto va
acompañado de celos y rivalidades entre hermanos que sí habrían recibido los favores maternos.
En “Sobre la sexualidad femenina” (1931) Freud intenta resumir toda la serie de motivaciones que
el análisis descubrió para explicar el extrañamiento respecto de la madre: “omitió dotar a la niñita
con el único genital correcto, la nutrió de manera insuficiente, la forzó a compartir con otro el amor
materno, no cumplió todas las expectativas de amor y, por último, incitó primero el quehacer
sexual propio y luego lo prohibió”. Más allá de ellos destaca sobre todo el carácter ambivalente de
esa ligazón: “y justamente por esa ambivalencia, con la cooperación de otros factores, habrá sido
esforzada a extrañarse de ella” (AE, XXI, p. 236).
En cuarto, lugar, otra consecuencia mencionada por Freud a nivel de la satisfacción pulsional, es
el alejamiento de la práctica masturbatoria, una contracorriente opuesta el onanismo. Se produce
una renuncia pulsional y una promesa de recuperación a futuro con el cambio de zona erógena:
“la niña pequeña (…) ve estropearse el goce de su sexualidad fálica por el influjo de la envidia del
pene (…) renuncia a la satisfacción masturbatoria en el clítoris” (AE, XXII, p. 117). “Expresa todo
su descontento con el clítoris inferior en la repulsa a la satisfacción obtenida con él” (AE, XXII, p.
118) Esta es una tesis que como veremos, está bastante ligada a la idea de Freud acerca de la
resolución final por la vía de la maternidad. “A menudo yo había tenido, antes, la impresión de
que en general la mujer soporta peor la masturbación que el varón, suele revolverse contra ella y
no es capaz de utilizarla en las mismas circunstancias en que el varón habría recurrido sin vacilar
a ese expediente. Por cierto, la experiencia mostraría incontables excepciones a esta tesis, si se
la quisiera estatuir como regla. (…) No obstante, sigue pareciendo que la naturaleza de la mujer
está más alejada de la masturbación, y para resolver el problema supuesto se podría aducir esta
ponderación de las cosas: al menos la masturbación en el clítoris sería una práctica masculina, y
el despliegue de la feminidad tendría por condición la remoción de la sexualidad clitorídea” (AE,
XIX, p. 273). Pero fíjense las vacilaciones con las que la presenta: “No puedo explicarme esta
sublevación de la niña pequeña contra el onanismo fálico si no es mediante el supuesto de que
algún factor concurrente le vuelve acerbo el placer que le dispensaría esa práctica” (p. 274). En
todo caso, está la idea de un cambio de zona erógena rectora. Un pasaje del clítoris a la vagina
(implicada directamente en la reproducción). Esta tarea “complica el desarrollo de la sexualidad
femenina” (AE, XXI, p. 227) y pone más de relieve lo que llama bisexualidad originaria. “La vida
sexual de la mujer se descompone por regla general en dos fases, de las cuales la primera tiene
carácter masculino; sólo la segunda es la específicamente femenina” (AE, XXI p. 230).
Una última consecuencia que Freud desprende de la envidia del pene en la mujer está ligada a la
mascarada femenina, lo que denomina su “vanidad corporal”. Le adjudica a la feminidad un alto
grado de narcisismo (desarrollaremos este concepto en la próxima clase) que influye en su
necesidad de ser amada. “En la vanidad corporal de la mujer sigue participando el efecto de la
envidia del pene, pues ella no puede menos que apreciar tanto más sus encantos como tardío
resarcimiento por la originaria inferioridad sexual. La vergüenza, considerada una cualidad
femenina por excelencia, pero fruto de la convención en medida mucho mayor de lo que se
creería, la atribuimos al propósito originario de ocultar el defecto de los genitales” (AE, XXII, p.
122). El interés femenino por el cuidado de la imagen (peluquería, cosmetología, maquillaje, ropa,
etc.) encontraría sus raíces en la falta fálica. Algunos desarrollos del psicoanálisis contemporáneo
proponen además distinguir entre el pudor y la vergüenza para ceñir en el primero la especificidad
femenina cuando los velos se corren, dejando a esta última más de lado de una inhibición del
deseo.

Los restos de la ligazón-madre


Fíjense que hasta aquí Freud no ha dicho ni una sola palabra acerca del padre. No estamos aun
poniendo en juego aun el complejo de Edipo. De hecho Freud considera que esta ligazón-madre
inicial abarca la parte más larga del florecimiento sexual infantil. Considera que es “preciso admitir
la posibilidad de que cierto número de personas del sexo femenino permanecieran atascadas en
la ligazón-madre originaria y nunca produjeran una vuelta cabal hacia el varón” (AE, XXI, p. 228).
Esta fase tan importante, “deja espacio para todas las fijaciones y represiones a que
reconducimos la génesis de las neurosis” (AE, XXI, p. 228). “En suma, llegamos al
convencimiento de que no se puede comprender a la mujer si no se pondera esta fase de la
ligazón-madre preedípica” (AE, XXII, p. 111).
En lo que hace a la cura analítica, lo que allí sucede le presenta a Freud las mayores dificultades.
“En este ámbito de la primera ligazón-madre todo me parece tan difícil de asir analíticamente, tan
antiguo, vagaroso, apenas reanimable, como si hubiera sucumbido a una represión
particularmente despiadada” (AE, XXI, p. 228). No es algo que logre capturarse rápidamente en el
espacio transferencial, nos dice. Los recuerdos no se logran reanimar. Aquí las analistas mujeres
tendrían una ventaja por sobre él, en la posibilidad de desplegar una transferencia materna.
Freud intenta ordenar un poco ese espacio tan esquivo distinguiendo entre mociones activas y
mociones pasivas. Respecto de las primeras, señala que: “La actividad sexual de la niña hacia la
madre, tan sorprendente, se exterioriza siguiendo la secuencia de aspiraciones orales, sádicas y,
por fin, hasta fálicas dirigidas a aquella. Es difícil informar aquí sobre los detalles, pues a menudo
se trata de mociones pulsionales oscuras que la niña no podía asir psíquicamente en la época en
que ocurrieron, por lo cual sólo han recibido una interpretación con posterioridad {nachträglich} y
emergen luego en el análisis con formas de expresión que por cierto no tuvieron originariamente.
A veces nos salen al paso como trasferencias al posterior objeto- padre, de donde no son
oriundas, y perturban sensible mente la comprensión. Hallamos los deseos agresivos orales y
sádicos en la forma a que los constriñó una represión prematura: como angustia de ser asesinada
por la madre, a su vez justificatoria del deseo de que la madre muera, cuando este deviene
consciente. No sabemos indicar cuan a menudo esta angustia frente a la madre se apuntala en
una hostilidad inconsciente de la madre misma, colegida por la niña” (AE, XXI. pp. 238-239). La
honestidad con la que Freud expresa sus dificultades para captar lo que a ese nivel sucede es
impactante. Destaquemos una vez más esta oscuridad que refiere a lo femenino, difícil de asir
psíquicamente.
Respecto de las mociones pasivas observa: “Entre las mociones pasivas de la fase fálica, se
destaca que por regla general la niña inculpa a la madre como seductora, ya que por fuerza debió
registrar las primeras sensaciones genitales, o al menos las más intensas, a raíz de los manejos
de la limpieza y el cuidado del cuerpo realizados por la madre (o la persona encargada de la
crianza, que la subrogue). A la niña le gustan esas sensaciones y pide a la madre las refuerce
mediante repetido contacto y frote, según me lo han comunicado a menudo las madres como
observación de sus hijitas de dos a tres años. A mí juicio, el hecho de que de ese modo la madre
inevitablemente despierta en su hija la fase fálica es el responsable de que en las fantasías de
años posteriores el padre aparezca tan regularmente como el seductor sexual. Al tiempo que se
cumple el extrañamiento respecto de la madre, se trasfiere al padre la introducción en la vida
sexual” (AE, XXI, pp. 239-240). Todo esto lo lleva a Freud a insistir en que el cambio de vía del
objeto “se consuma bajo los más claros signos de la hostilidad” (AE, XXI, p. 242). “la ligazón-
madre acaba en odio. Ese odio puede ser muy notable y perdurar toda la vida” (AE, XXII, p. 113).
Freud va a insistir sobre el hecho de que el pasaje al padre se cumplirá con la ayuda de las
aspiraciones pasivas, en tanto estas escapan al ímpetu que produce el viraje. Deriva de allí un
vínculo entre el establecimiento de la posición femenina y la predilección de metas pasivas que lo
conduce a afirmar la polémica sentencia: “El masoquismo es entonces, como se dice,
auténticamente femenino” (AE, XXII, p. 107) Esto no debe leerse en términos de que a las
mujeres les guste sufrir, claro está. Él mismo señala que el masoquismo se encuentra con
frecuencia en varones! Señala más bien entonces, el límite de la referencia a la actividad fálica
para captar la cuestión de la femineidad.

La ligazón-padre y el cambio de zona erógena rectora


Freud tiene la idea de que la niña enfrenta una doble tarea: “debe trocar zona erógena y objeto,
mientras que el varoncito retiene ambos” (AE, XXII, p. 110). El momento en que el padre ingresa
en esta historia supone también constatar la castración materna. Esa madre que supuestamente
no había querido darle, tampoco tiene. “Su amor se había dirigido a la madre fálica (der
phallischen Mutter); con el descubrimiento de que la madre es castrada (die Mutter kastriert ist) se
vuelve posible abandonarla como objeto de amor, de suerte que pasan a prevalecer los motivos
de hostilidad que durante largo tiempo se habían ido reuniendo” (AE, XXII, p. 117). Este es un
punto de viraje de la niña muy fuerte. Esto hace que la madre caiga violentamente como objeto
(“que voy a pedir acá si no tiene nada”), y lo va a buscar en quien lo tiene, el padre, "papá sí que
me va a dar”. Acá ingresa en el complejo de Edipo, empezando la competencia, desprecio por la
madre, y la seducción al padre para ver si le da. Podría ser un “quiero tenerlo físicamente”,
convirtiéndome en varón, que mi padre me dé un pene, pero eso se sostiene por poco tiempo. Lo
que sí puedo conseguir es que me dé algo de eso que tiene, una de las maneras es imaginar que
mi papá me va a dar un hijo. La dirección de su deseo es consecuente a su punto de partida, “no
lo tengo y quiero tenerlo, buscaré un sustituto que proviene del padre, quien me lo dará”.
Es decir que en paralelo al cambio de zona erógena rectora se produce un cambio de vía en el
sexo del objeto. “El extrañamiento respecto de la madre es un paso en extremo sustantivo en la
vía de desarrollo de la niña; es algo más que un mero cambio de vía del objeto” (AE, XXI, p. 240).
Para dar cuenta de este cambio de objeto Freud hace participar lo que denomina “ecuación
simbólica”. Está ligada a la posibilidad de establecer una equivalencia en función de concebir al
falo como un valor. “La renuncia al pene no se soportará sin un intento de resarcimiento. La
muchacha se desliza – a lo largo de una ecuación simbólica diríamos - del pene al hijo; su
complejo de Edipo culmina en el deseo, alimentado por mucho tiempo, de recibir como regalo un
hijo del padre, parirle un hijo (AE, XIX, p. 186). “Pero ahora la libido de la niña se desliza —sólo
cabe decir: a lo largo de la ecuación simbólica prefigurada pene = hijo— a una nueva posición.
Resigna el deseo del pene para remplazarlo por el deseo de un hijo, y con este propósito toma al
padre como objeto de amor” (AE, XIX, p. 274). Es interesante cómo enuncia Freud lo que sucede
allí. Habla de una “trasferencia del deseo hijo-pene al padre” (AE, XXII, p. 119). Más tarde,
siguiendo estas marcas, podrá esperar un hijo de un hombre nos dirá Freud.
Este proceso supone una alternativa que desemboca en la final “configuración femenina que toma
al padre como objeto y así halla la forma femenina del complejo de Edipo. Por lo tanto, el
complejo de Edipo es en la mujer el resultado final de un desarrollo más prolongado; no es
destruido por el influjo de la castración, sino creado por él; escapa a las intensas influencias
hostiles que en el varón producen un efecto destructivo, e incluso es frecuentísimo que la mujer
nunca lo supere” (AE, XXI, p. 232). El amor al padre es una “posición de reposo que no se
abandona muy pronto” (AE, XXII, p. 119). De todos modos, Freud señala que permanecen
preguntas acerca de “los caminos que sigue esa migración, el grado de radicalidad o de
inacabamiento con que se cumple, y las diversas posibilidades que se presentan a raíz de este
desarrollo” (AE. XXI, p. 230). “Ahora queda expedito para la niña el camino hacia el desarrollo de
la feminidad, en tanto no lo angosten los restos de la ligazón-madre preedípica superada” (AE.
XXI, p. 241).
La tesis del segundo matrimonio se asienta sobre esto: “muchas mujeres que han escogido a su
marido según el modelo del padre o lo han puesto en el lugar de este repiten con él, sin embargo,
en el matrimonio, su mala relación con la madre. Él debía heredar el vínculo-padre y en realidad
hereda el vínculo-madre. Se lo comprende con facilidad como un evidente caso de regresión. El
vínculo madre fue el originario; sobre él se edificó la ligazón-padre, y ahora en el matrimonio sale
a la luz, desde la represión, lo originario” (AE, XXI, p. 232). “Por lo general, un segundo
matrimonio marcha mucho mejor” (AE, XXI, p. 236).
Otra mudanza posible que Freud menciona, es la que puede suceder después del nacimiento del
primer hijo. Bajo el efecto de la maternidad, puede revivirse una identificación con la madre
anteriormente rechazada y atraer hacia sí toda la libido disponible. Desde allí, el resultado es el
inverso, puede reproducir el matrimonio desdichado de sus padres. (AE, XXII, p. 123)

La salida del Edipo


Cabe destacar la disimetría fundamental que Freud establece en este punto: el varón sale del
complejo de Edipo por el complejo de castración. En cambio, la niña sale del complejo de
castración entrando en el complejo de Edipo.
¿Cómo sale la niña del Edipo y el amor al padre? Freud dice que no hay un motivo tan fuerte para
su demolición. “La castración ya ha producido antes su efecto, y consistió en esforzar a la niña a
la situación del complejo de Edipo. Por eso este último escapa al destino que le está deparado en
el varón; puede ser abandonado poco a poco, tramitado por represión, o sus efectos penetrar
mucho en la vida anímica que es normal para la mujer” (AE, XIX, p. 276). Freud plantea entonces
que la salida es mucho menos abrupta que en el varón, es algo progresivo. Llega un momento en
que “se cansa de esperar”, y se va a buscar a otro como sustituto (un hombre) que tenga un pene
y me lo pueda dar por un rato, de recibir lo que no tengo. “Se tiene la impresión de que el
complejo de Edipo es abandonado después poco a poco porque este deseo no se cumple nunca.
Ambos deseos, el de poseer un pene y el de recibir un hijo, permanecen en lo inconsciente,
donde se conservan con fuerte investidura y contribuyen a preparar al ser femenino para su
posterior papel sexual” (AE, XIX, p. 186).
Una vez que resigne al padre, podrá pasar a esperarlo de un hombre que sea su sustituto. El
lugar de un hijo es clave para este planteo freudiano de la sexualidad femenina. Se suele
escuchar “me sentí completa cuando lo tuve”. Tienen finalmente eso que aparece como
equivalente de aquello que carecía. El bebé para la madre tiene un lugar equivalente a eso que
no tiene, el falo. Hay un cierto valor fálico como “la cosita de mamá”. Desde esta perspectiva, una
maternidad “deseada” encuentra su fundamento en el falo. Siempre es en falta, ninguno
reemplaza a lo que no tengo, (incluso ni tener muchos hijos), eso hace al desplazamiento del
deseo (siempre buscando otro).
Acá es necesario aclarar que Freud ha sido muy cuestionado por esa superposición planteada
entre la maternidad y el acceso a una posición femenina. Su necesidad de armonizar sus
concepciones con el hecho de explicar cómo se logra alcanzar finalmente la meta reproductiva de
la especie empujó a concebir a la mujer priorizando su costado materno. Si bien es cierto que el
falo orienta en gran medida el deseo femenino, desarrollos posteriores del psicoanálisis se han
encargado de señalar justamente lo estrecho o limitado de dicha concepción. La idea de que el
falo no agota la sexualidad femenina queda en Freud solo esbozada por el carácter insuficiente
que él mismo le encuentra a sus elaboraciones acerca de ese “continente oscuro”. Tampoco
olvidemos que en última instancia para Freud, “la masculinidad y feminidad puras siguen siendo
construcciones teóricas de contenido incierto” (AE, XIX, p. 276).
Otro punto interesante en la discusión es lo Freud menciona, “uno titubea en decirlo” (p. 276)
respecto de las diferencias a nivel ético entre hombres y mujeres. Cuando en la tercera parte del
programa introduzcamos la noción de Superyó y pensemos sus relaciones con la salida del Edipo
volveremos sobre esto. Aclaremos que la tesis freudiana de un menoscabo y un relajamiento
ético del lado femenino es ampliamente refutada por la experiencia clínica. El superyó femenino
existe, y quizás justamente su desanudamiento respecto del padre y la dimensión fálica es lo que
hizo a la escuela inglesa ubicar sus efectos estragantes en un origen materno.

¿Qué consecuencias para la cura? La “roca de base” y la estructura


Si como venimos viendo en el desarrollo de estas clases, Freud concibe a la neurosis en función
de la vigencia de lo infantil (tanto a nivel de las satisfacciones pulsionales como de los complejos
de Edipo y Castración) que reaparece de forma desfigurada y sustitutiva en los síntomas, es
lógico concebir que la cura analítica supone reanimar aquellos conflictos y acompañar al sujeto el
advenimiento de una nueva posición frente a la satisfacción sexual. Sin embargo esto no es algo
que se obtenga fácilmente.
En uno de sus últimos escritos Freud vuelve a señalar la significatividad de estos temas y
hablando del deseo del pene en la mujer y de la revuelta contra la actitud pasiva en el varón
señala: “En ningún momento del trabajo analítico se padece más bajo el sentimiento opresivo de
un empeño que se repite infructuosamente, bajo la sospecha de «predicar en el vacío», que
cuando se quiere mover a las mujeres a resignar su deseo del pene por irrealizable, y cuando se
pretende convencer a los hombres de que una actitud pasiva frente al varón no siempre tiene el
significado de una castración y es indispensable en muchos vínculos de la vida” (AE, XXIII, p.
253). Fíjense que Freud dice “predicar en el vacío”. Como si aquí las interpretaciones del analista
no fueran capaces de producir efectos de modificación demasiado sustanciales. Después de
haber señalado algunas particularidades de la transferencia y de la resistencia al respecto señala
que “A menudo uno tiene la impresión de haber atravesado todos los estratos psicológicos y
llegado, con el deseo del pene y la protesta masculina, a la «roca de base» y, de este modo, al
término de su actividad” (AE, XIII, p. 253)
¿Cómo podemos entender esta metáfora de la “roca de base” con la que la cura analítica se topa
una vez que se han ido atravesando los diversos estratos? Debemos considerarla a la luz del
problema de la satisfacción. En el punto de partida de la cura el neurótico llega quejándose de un
penar de más, de una falta de satisfacción, o de una satisfacción insuficiente en la vida. Como
cantan los Rolling Stones: “I can’t get no satisfaction”

Sus síntomas dan espesor y encarnan ese sufrimiento, ese menos de satisfacción. A pesar de
todas las movilizaciones libidinales y de todos los cambios operados a lo largo de la cura Freud
no deja de constatar que tanto del lado masculino como del lado femenino, la satisfacción está
estructuralmente arruinada. El falo - tal como lo hemos ido trabajando en las dos partes de esta
clase - es el término elegido por Freud para sintetizar, nombrar y dar sentido al hecho de que para
el individuo la satisfacción sexual, por el solo hecho de estar sometida a un régimen pulsional y
no instintivo, ya no será plena ni armónica. La complementariedad entre los sexos está perdida
por el solo hecho de haber perdido su naturaleza animal y haber ingresado a la cultura.
Ya sea porque “me la prohíben”, ya sea porque “me la sacaron”, el mito edípico articulado al
complejo de castración cuenta para cada quien una versión novelada, según la historia individual,
de cómo esa satisfacción plena se perdió. Pero al mismo tiempo, y paradójicamente, ese relato
permite seguir sosteniendo neuróticamente la creencia en ella. Si no obtengo suficiente
satisfacción “es por culpa de mi padre”, “es por culpa de mi madre”. Revisar su posición frente a
la castración y poder dar un paso más que imputarle a un otro, en particular al lugar del Padre,
ese menos de satisfacción es una alternativa que el psicoanálisis le oferta al sujeto, pero que no
puede hacer por él. Por eso Freud concluye esos párrafos con el siguiente comentario: “Difícil es
decir si en una cura analítica hemos logrado dominar este factor, y cuándo lo hemos logrado. Nos
consolamos con la seguridad de haber ofrecido al analizado toda la incitación posible para
reexaminar y variar su actitud frente a él” (AE, XXIII, p.254). Queda abierta la posibilidad entonces
para un sujeto de mirar de frente la pura carencia de estructura, sin connotación subjetiva y más
allá de las contingencias históricas de su vida, para vivir de otra manera la pulsión.

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