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Las personas con grandes herencias son las que más deciden designar a alguien para que se
ocupe de la administración y resguardo de sus activos, hasta que estos sean transferidos a
los herederos designados. Principalmente cuando el dueño del capital intuye que entre sus
beneficiarios se puedan presentar conflictos insalvables.
Consideraciones generales
Un testador, en el momento de dejar por escrito su última voluntad, puede nombrar uno o
varios albaceas. También dejará establecidas las funciones específicas de cada uno de ellos
y el tiempo que ejercerán esta función.
El testador también establece el tiempo máximo para esta labor, considerando las prórrogas
que pudieran ser necesarias. Si este aspecto no queda definido dentro del testamento, la ley
aplicable en cada país servirá para marcar los límites temporales correspondientes.
De cualquier forma, siempre será necesario establecer una terminación, ya que la voluntad
de un heredante debe cumplirse en algún momento.
Un puesto voluntario, no remunerado y
personalísimo
Quienes han sido declarados albaceas tienen la libertad de rechazar este nombramiento,
sin dar mayores explicaciones. De igual forma, si deciden renunciar después haber aceptado
la misión, pueden hacerlo. Aunque en la mayoría de las legislaciones sí se estipula que
deben justificar adecuadamente esta decisión.
El testador no está obligado a pagar por los servicios que cumpla un albacea. Tampoco
los herederos. Aunque por lo general, dentro del testamento se suele asignar un importe
correspondiente a honorarios profesionales para quienes ejercen esta figura.
Por último, un albacea no puede delegar sus funciones a terceros, salvo que el testador lo
hubiese autorizado dentro del testamento. Así mismo, su ‘puesto’ no es heredable, por lo
que un albaceazgo finaliza de manera automática en caso de muerte de la persona
designada.