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son exclusivamente didácticos. Prohibida su reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial correspondiente.
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MIRADAS SOBRE
BUENOS AIRES

y crítica urbana
Historia cultural

por
Adrián Gorelik
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Siglo veintiuno editores Argentina s. a. Índice


TUCUMÁN 1621 7a N (C1050AAG), BUENOS AIRES, REPÚBLICA ARGENTINA

Siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.


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CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN, 04310. MÉXICO, D. F.

Prefacio 9
307.76 Gorelik, Adrián
CDD Miradas sobre Buenos Aires: historia cultural y Primera parte
crítica urbana, -la ed. - Buenos Aires:
Siglo XXI Editores Argentina, 2004.
Buenos Aires en el país 15
288 p.: il.; 21x14 cm. - (Metamorfosis / dirigida [para una historia cultural de las imaginaciones
por Carlos Altamirano)
territoriales]
ISBN 970-1105-93-2
1. Sociología 2. Comunidades Urbanas I. Título 1. Mapas de identidad
La imaginación territorial en el ensayo de
interpretación nacional: de Ezequiel Martínez
Estrada a Bernardo Canal Feijóo 17
Portada de Peter Tjebbes
Imagen de portada: Horacio Coppola, Calle Suipacha esquina Diagonal Norte,
Avenida Presidente Roque Sáenz Peña, 1936 (detalle).
Segunda parte
Buenos Aires análogas 69
Las fotografías de Horacio Coppola y los grabados de Félix Eléazar Rodríguez [para una historia cultural de las representaciones
se publican con la generosa autorización de sus autores. urbanas]
© 2004, Adrián Gorelik
© 2004, Siglo XXI Editores Argentina S.A. 2. ¿Buenos Aires europea? 71
Mutaciones de una identificación controvertida
ISBN 987-1105-93-2 3. Imágenes para una fundación mitológica 95
Apuntes sobre las fotografías de Horacio Coppola
Impreso en 4sobre4 S.R.L. 4. Miradas sobre Buenos Aires: los itinerarios
José Mármol 1660, Buenos Aires,
en el mes de octubre de 2004 urbanos del pensamiento social 113
5. Arqueología del porvenir 141
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
Arte y ciudad en el fin de siglo
Impreso en Argentina - Made in Argentina
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6. Mala época: los imaginarios de la descomposición


social y urbana 159
Prefacio
Tercera parte
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Buenos Aires en la encrucijada 175


[para una crítica de las políticas urbanas
de la modernización conservadora]

7. Figuras urbanas 177


El posmodernismo en la ciudad
[diciembre de 1993]
8. La ciudad de los negocios 189
[noviembre de 1994]
9. Buenos Aires en la encrucijada: modernización
y política urbana 207
[diciembre de 1997]
10. Para una agenda política de reformas urbanas 225
[agosto de 2001]
11. El paisaje de la devastación 245 ¿Cómo pensar una ciudad? ¿Cómo pensar Buenos Aires?
[diciembe de 2002] Los textos aquí reunidos fueron escritos a lo largo de la déca-
da de 1990, en paralelo a un trabajo de investigación sobre una
problemática y un período específicos de la historia de Buenos
Aires, que dio origen en 1998 al libro La grilla y el parque. Espa-
Posfacio cio público y cultura urbana en Buenos Aires, 1887-1936. Se
Transformaciones urbanas y estudios culturales 257 trata de
[para un recorrido por los lugares comunes registros muy diferentes, especialmente por el carácter ensayís-
de los estudios culturales urbanos] tico y la voluntad de intervención política e intelectual que do-
minan en los textos de este nuevo libro. Sin embargo, tiendo a
12. Imaginarios urbanos e imaginación urbana 259 creer que su escritura en contrapunto estuvo motivada por el
deseo de responder aquellas preguntas iniciales y la concien-
Referencias de los textos 281 cia de que sólo es posible hacerlo multiplicando los enfoques,
los objetos y los períodos abordados. No digo que de este mo-
do uno llegue a dar cuenta acabada de ese Aleph que es la ciu-
dad; digo simplemente que para llegar a pensarla es necesario
ejercitarse en las tan diferentes dimensiones que componen su
materialidad y su cultura multiformes a lo largo del tiempo.
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4
Miradas sobre Buenos Aires:
los itinerarios urbanos
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del pensamiento social

I. Partida
Usted replicará que la realidad no tiene la
menor obligación de ser interesante. Yo le
replicaré que la realidad puede prescindir
de esa obligación, pero no las hipótesis.
Jorge Luis Borges1

Convivencia incómoda de retazos de proyectos e intervencio-


nes, la ciudad también se realiza en el tramado de las ideas que
la imaginan diferente, que creyendo perseguir su realidad, con-
tribuyen a construirla: la historia de la ciudad es la mejor confir-
mación de la parábola final de “La muerte y la brújula”, cuando
el detective Lönrot, después de hipotetizar la complicada trama

1
Jorge Luis Borges, “La muerte y la brújula” (1944), Ficciones, Buenos
Aires, Emecé, 1969, pp. 144-145.
114 Adrián Gorelik Buenos Aires análogas 115
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que debía llevarlo a descubrir el misterio y atrapar al criminal, visión reconciliada y en un circuito, de hechos y lugares, que
comprueba que ha construido una realidad autónoma del cri- no se arma muy diferente de un circuito turístico: como un ma-
men en cuyas redes termina por caer él mismo atrapado. Del mis- nojo de postales se reúnen en el relato monumentos al progre-
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mo modo hay, por lo general, una potencia prescriptiva en las so y arrabales pintorescos. Son narraciones que se autosome-
aun más críticas miradas sobre la ciudad, y es indudable que tal ten, en toda su extensión, a la complicada pregunta sobre qué
duplicidad se vincula a rasgos estructurales de este objeto cuyos se debe “mostrar” de una ciudad.
límites son evanescentes, cuya abrumadora cotidianidad involu- Por lo general, estas miradas han sido matrizadas por la lite-
cra a la interpretación, la comprende y mimetiza: un objeto vi- ratura memorialista, prolífica en Buenos Aires y, en verdad, en
vo, que irrealmente parece el mismo y siempre otro de sí. toda ciudad con alguna historia que contar. Sin embargo, es po-
Tal vez sea por esto, también, que los mejores intentos inter- sible encontrar esta manera de recorrer la ciudad en trabajos que
pretativos hayan debido asumir, como posibilidad y riesgo, la fi- no comparten la estructura casual de aquellos relatos y que han
gura de Lönrot, pero aquí desde otro punto de vista, en el sen- sido aportes importantes a la historiografía sobre Buenos Aires.
tido más restrictivo de la cita inicial sobre la obligación de las Buenos Aires: los huéspedes del 20: Francis Korn, por ejemplo,
hipótesis: abstrayéndose momentáneamente de su destino pro- desde el mismo título de su libro ha colocado la perspectiva del
yectivo, la interpretación debe extrañarse de la lógica naturali- viajero, acudiendo al recurso de la llegada para mostrarnos su
zada de la realidad, violentarla, porque para poder comprender Buenos Aires.2 Korn organiza su texto en función de las diferen-
la ciudad es necesario atravesarla con hipótesis “interesantes”, tes perspectivas de dos tipos de viajeros muy contrastantes: el Prín-
es decir críticas: volver a construirla, como el detective o como cipe de Gales y un puñado de inmigrantes. Con ellos arma un do-
el extranjero. ble circuito que parte del mismo punto: el puerto. Desde allí
Aceptando, entonces, que los mejores trabajos sobre la his- recorremos con el Príncipe la Avenida Alvear, Palermo, la plaza
toria de la ciudad, para poder dar cuenta de ella, han debido San Martín, vamos por la calle Florida hasta el Cabildo, rodeamos
mirarla de nuevo como en un viaje por una ciudad desconoci- la Plaza de Mayo, volvemos por la Avenida de Mayo hasta el Con-
da, en estas notas intentaremos ver qué Buenos Aires podrían greso y de allí por Callao nuevamente a Palermo; en el trayecto,
recorrerse si nos guiáramos a través de las hipótesis que la han nos hemos detenido largamente en varias mansiones y palacios y
construido como problema. hemos conocido a sus moradores, visitamos el teatro Colón, el hi-
pódromo y la rural. Simultáneamente, a través del montaje narra-
Un paseo turístico tivo que construye el texto, sacamos con los inmigrantes un bole-
to de ida y vuelta en tranvía: vamos “del puerto al conventillo y
No sospecha el extranjero la grande- [...] del conventillo al barrio”, pero sólo para regresar, porque
za alcanzada y la futura trascenden-
cia histórica de Buenos Aires.
“del barrio se pasa a la ciudad”.3 Uno es un viaje sincrónico por la
Alberto Gerchunoff, 1918 ciudad moderna y elegante, y el otro, un viaje diacrónico por

Hay un primer grupo de miradas que, esquemáticamente,


podríamos llamar celebratorias: de un momento histórico de 2
Francis Korn, Buenos Aires: los huéspedes del 20, (Sudamericana, 1974),
la ciudad, de su presente, de su futuro. Coinciden todas en una Buenos Aires, GEL, 1989.
3
Ibídem, p. 174 (destacado nuestro).
116 Adrián Gorelik Buenos Aires análogas 117
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la expansión de Buenos Aires, pero ambos se vuelven a reunir localización en el enfrentamiento que describía Bravo en 1917:
en el destino: es la historia de la integración social y urbana en el sur y el norte.
la ciudad del progreso. Y en un “Paréntesis” del doble viaje, el Si bien no es este el conflicto exclusivo que enfocó la socio-
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exotismo de mendigos, prostitutas, mujeres célebres o célebres logía urbana en sus miradas a la historia de la Buenos Aires mo-
anarquistas, sirve para condimentar la “salsa espesa” de una ciu- derna, es evidente que está al menos en la base de los conflic-
dad armónica y en vías de rápida homogeneización, ascenso so- tos más elaborados con que fue construyendo su imagen de
cial mediante. ciudad. Ante todo porque, de esas denuncias, la sociología ur-
Un recorrido similar al que han realizado tradicionalmente bana toma una forma de recorrer la ciudad que traiciona las
los fotógrafos de Buenos Aires para retratar, con una estética ama- lecturas modernizadoras, atravesándola en el sentido en que
ble, el éxito de sucesivas modernizaciones en los edificios, en los no fue concebida, violentando el esquema concéntrico para de-
parques y en “la multiplicidad rumorosa de sus calles” —como se- nunciar su carácter ideológico, para iluminar todo aquello que
ñalaba Córdova Iturburu sobre la ciudad de 1960—, donde sus quedó en sus márgenes e intersticios. Estas miradas nos propo-
gentes “sin distinción de condiciones y de clases, trabajan con nen un viaje transversal, accidentado, que cruza avenidas, vías
intensidad sostenida, se divierten en las limpias formas propias ferroviarias, barrancas, zonas anegadizas; una carrera de obstá-
de un pueblo de inmejorable salud física y mental y viven su vi- culos que busca poner en evidencia una ciudad segmentada e
da de relación, sobre todo los jóvenes, de acuerdo a módulos injusta, que busca obligarnos a revivir los otros obstáculos, los
acentuada y progresivamente libres”.4 que enfrentaron los sectores populares en su propia carrera
tras un ascenso económico que no habría sido más que una fic-
Esquivando avenidas ción de control social.
En un artículo ya clásico sobre las políticas de vivienda en
Tenemos una ciudad seccionada en dos Buenos Aires, Oscar Yujnovsky ha construido uno de los pro-
partes: la ciudad del norte y la ciudad del
totipos de esa mirada.6 El concepto de vivienda se liga allí al
sur; la ciudad de los barrios ricos y la de
los barrios pobres; las calles bien ilumina-
de ciudad, ya que las ciudades “son concebidas como los apa-
das y las calles sin luz; la ciudad higiénica ratos mayores de consumo colectivo de servicios habitaciona-
y la ciudad que recibe tardíamente los be- les”. Si el “factor principal” del desarrollo urbano de Buenos
neficios de la limpieza pública. Aires en su modernización fue “la posibilidad (para los secto-
Mario Bravo, 19175 res dominantes) de obtener grandes beneficios mediante la
Contra esas miradas que dieron forma a la ciudad del progre- apropiación de la renta urbana y de los excedentes creados
so, históricamente se levantaron las denuncias que han construi- por las inversiones del capital comercial y financiero”, en el
do la ciudad del conflicto. Conflicto que por lo general encontró análisis de la vivienda se trataría de realizar una triple de-
nuncia: contra la “minoría de sectores propietarios que uti-
lizó su poder del Estado”, contra las condiciones inhumanas
4
Sameer Makarius, Buenos Aires y su gente, Buenos Aires, Fabril, 1960, s/n
(introducción de Córdova Iturburu).
5
Mario Bravo, La ciudad libre, Buenos Aires, Ferro y Gnoatto, 1917,
pp. 17-18. 6
Oscar Yujnovsky, “Políticas de vivienda en la ciudad de Buenos Aires,
1880-1914”, Desarrollo Económico n° 54, Buenos Aires, julio-septiembre 1975.
118 Adrián Gorelik Buenos Aires análogas 119
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de habitación de los sectores populares en el ciclo completo del escritura once años después no deja de señalar algunas cosas im-
conventillo a la vivienda suburbana, y contra la segregación portantes. Por lo menos dos: que los primeros años setenta fue-
espacial resultante de un proceso de modernización excluyen- ron un momento de intensa producción sobre la historia de la
te. Así como Buenos Aires necesitó mirar a París para “embe-
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ciudad con la que todavía se debe hacer cuentas, y que esa pro-
llecerse”, la sociología urbana devuelve la mirada aplicando ducción, pese a la ausencia de debate explícito, no sólo no fue
aquí las críticas engelsianas a la modernización parisina y al re- homogénea, sino que construyó Buenos Aires completamente
formismo higienista. Igual que allí y en definitiva, de acuerdo contrastantes.9
con esta hipótesis, igual que en todas partes, “la ciudad reflejó Tal vez sea el hecho de que ambos artículos se produjeron y
en su ecología, por el proceso de segregación, la estructura de publicaron en la misma institución y en la misma revista —Insti-
clases sociales”.7 tuto Di Tella y Desarrollo Económico— lo que destaca el carácter de
ajuste de cuentas en un marco de cambios en el clima de ideas:
II. Primer trasbordo Korn señala en Yujnovsky el origen de una mirada largo tiem-
po hegemónica, pero es evidente que lo hace desde una nue-
Cuando en algún lugar de la Tierra se va legitimidad obtenida para su propia perspectiva. Las hipóte-
produce un cambio brusco e importante,
sis sobre la constitución de la sociedad porteña como un todo
las interpretaciones posibles de ese cam-
bio siempre incluyen por lo menos una
integrado en un proceso sin conflictos, que Korn defiende en
leyenda negra y una alegre. su posición, fueron vinculadas en general a los trabajos pione-
Francis Korn y Lidia de la Torre, 19858 ros de Gino Germani; en verdad, hoy podemos ver cuánto más
tienen que ver con la lectura neoclásica de la historia econó-
Estas miradas contrastantes ¿son en verdad “leyendas” en- mica con que Díaz Alejandro anunciaba en 1970 el posterior
frentadas, es decir visiones ideológicas divergentes sobre un auge neoliberal.10 Por el contrario, es un libro como Hacer la
proceso en cuya descripción sin embargo podrían coincidir? Es América, de Juan Marsal, lo que podría leerse como la contra-
significativo que Korn y De la Torre lo hayan postulado en 1985 cara germaniana del neoliberalismo: para Marsal la integra-
en polémica con el trabajo de Yujnovsky de 1974 que mencio- ción es un dato de partida, pero lejos de servir para el feste-
namos: las autoras discuten vehementemente con la idea, pre- jo, tal constatación obliga a examinar los aspectos más
sente en aquel artículo y en buena parte de los análisis del pe-
ríodo, de que en la Buenos Aires de la modernización “todo
fue un problema”, y a ella le oponen la versión de un éxito sin 9
En efecto, la de Korn-de la Torre contra Yujnovsky es la única polémica
fisuras. Y si la existencia del libro de Korn de 1974, en el que ya que se puede encontrar que haga explícita la existencia de visiones diferentes
sostenía en esencia las mismas posiciones, le da a este artículo el de la historia de la ciudad. Lo curioso es que los tópicos que atraviesan estas vi-
siones han generado polémicas encendidas en otras zonas de la historiografía:
carácter un tanto anacrónico de toda reacción a destiempo, su integración/segregación social; éxito/fracaso del modelo del 80; existencia o
no de conflicto social; políticas de estado; etcétera. En cambio, los pocos inten-
tos recientes de revisión historiográfica sobre la ciudad tienden a resaltar—una
7 vez separadas las aguas con el memorialismo— la complementariedad de los
Ibídem, pp. 328, 330, 332 y 370. enfoques.
8
Francis Korn y Lidia de la Torre, “La vivienda en Buenos Aires 1887-1914”, 10
Cfr. Carlos Díaz Alejandro, Ensayos sobre la historia económica argentina,
Desarrollo Económico nº 98, Buenos Aires, julio-septiembre 1985, p. 247.
Buenos Aires, Amorrortu, 1970.
120 Adrián Gorelik Buenos Aires análogas 121
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traumáticos del melting pot, sus costos o, lisa y llanamente, la Buenos Aires también es América. Ida
exclusión que existe en sus márgenes.11
Del mismo modo, podría sostenerse que —pese a que en su El único remedio contra una gran ciudad
única es hacer un gran país, un país a su
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texto parecen irreconocibles—, la perspectiva de Yujnovsky no medida.


puede entenderse por fuera de las posiciones pioneras de la Bernardo Canal Feijóo, 195112
planificación desarrollista y las teorías de la modernización ce-
palinas. Y si, para su Buenos Aires, Korn desemboca en la ver- Al menos en las ideas sobre la ciudad, no se ha precisado
sión de la historia tradicional desde la revalorización neolibe- aún qué significados múltiples asumió el clima modernizador
ral de la etapa de “crecimiento hacia afuera” que se formuló en de los años sesenta y cuán arraigado podía estar en tradiciones
contraposición con esas teorías de la modernización, se trata no siempre confluyentes. El descubrimiento de que Buenos Ai-
de ver, entonces, cómo desde ellas se llegó a construir la otra res también era América (descubrimiento del nuevo lugar en
Buenos Aires, segregada, que marcó hasta la actualidad tantos que el peronismo había instalado a la ciudad y a la sociedad,
enfoques. pero que pudo ser hecho, para quienes se alegraron con él tan-
El no muy prestigiado período de los primeros años seten- to como para quienes lo repudiaron, sólo después de su caí-
ta es un verdadero nudo en la historiografía sobre Buenos Ai- da) carga, en su relación con la modernización, una gran am-
res: punto de llegada y de partida, trasbordo, el puñado de es- bigüedad. Aunque desde entonces el peronismo fue pensado
tudios que entonces aparece fue el primero que se constituyó como parte de las peculiaridades argentinas, en verdad en su
por fuera de la literatura memorialista, de las visiones operati- momento vino a cancelar lo que sí había sido vivido como la
vas y de la narrativa ensayística. Y no sólo sigue siendo el cor- gran excepcionalidad que contrastaba a Buenos Aires con La-
pus básico sobre el tema, sino que ya contiene desplegado el tinoamérica y la alineaba con Nueva York: la casi excluyente
abanico de posiciones aún vigentes sobre lo que la ciudad fue presencia de inmigración de ultramar. El peronismo, en tan-
y sobre cómo debe ser estudiada. to le puso nombre y aliento a un fenómeno abierto con ante-
Pero, por añadidura, este es un corpus que no puede ser rioridad, vino a igualarse a esa “masa oscura” en la que “los
entendido por fuera del que se estaba elaborando en esos mis- pretextos locales de diversidad se desvanecen”:13 por primera
mos años sobre “la ciudad latinoamericana”: ese era, en reali- vez en la historia, la idea de modernización en Buenos Aires
dad, el marco general en el que trataba de pensarse a Buenos tuvo que ver —siguiendo con Canal Feijóo— con la irrupción
Aires como caso. Y, por supuesto, el tramado de este universo “imprevista y nunca deseada” de la otredad latinoamericana.
mayor para los estudios urbanos también podría concebirse Tema que aparece en todos sus matices en las lecturas que se
como un viaje: el que el conjunto de la reflexión sobre la ciu- hacen de “la villa miseria”: podría decirse que, a partir de 1955,
dad realizó durante la década de 1960, de ida y de vuelta, por la villa se convierte en la entrada inevitable al problema de la
Latinoamérica. ciudad.

12
Bernardo Canal Feijóo, Teoría de la ciudad argentina, Buenos Aires, Su-
damericana, 1951, p. 163.
13
11
Juan Marsal, Hacer la América, Buenos Aires, Editorial del Instituto, 1969. Ibídem, p. 206.
122 Adrián Gorelik Buenos Aires análogas 123
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Algunos de esos matices pueden verse en dos obras de fines mara, dicen los únicos parlamentos del film: “Sí señor, yo vivo
de los cincuenta: Villa Miseria también es América, de Bernardo aquí”. Como fondo de la revelación, se alternan secuencias de
Verbitsky, y Buenos Aires, un corto de David José Kohon.14 En un pintor que blanquea un muro tapando consignas políticas
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ambas se trata el problema de las “dos ciudades”. En la novela, que apenas llegamos a ver: el dualismo para Kohon es doble,
el problema se presenta por omisión: la acción transcurre por entre la villa y la ciudad y entre la realidad y la política.
completo en la villa, mientras que la “otra” ciudad aparece só- Mientras que en la contundencia del “yo vivo aquí” de los vi-
lo en la percepción de los protagonistas: es mirada por ellos lleros de Kohon se perfila no ya la denuncia, sino la constata-
“como un gran nublado que amenaza tempestad, que en una ción de quiénes son los que ponen en funcionamiento la má-
sola de sus ráfagas podía dispersar todas las viviendas”; o apare- quina urbana, de quiénes son los verdaderos hacedores de su
ce mirándolos como “una ciudadela enemiga, y a la vez un re- modernidad, la villa de Verbitsky no anuda sus relaciones con
ducto de criminales”.15 En el film, en cambio, es en la propia la ciudad. Y es que la advertencia del escritor tiene otro objeto:
estructura narrativa donde se asienta el conflicto dual: la pelí- para él, la villa es una incrustación de América en una cultura
cula alterna una a una secuencias de la ciudad moderna, acen- extraña. Sin embargo, y a diferencia de lo que han interpreta-
tuada su tensión por medio de encuadres expresionistas y mú- do las múltiples lecturas posteriores de la novela, en su denun-
sica de jazz, y secuencias de la villa, imponente en una quietud cia de las condiciones de esa América no hay reivindicación: los
cuyo dramatismo se registra sobriamente, a la manera neorrea- valores que sostiene son los de la modernidad que le son ajenos
lista. Pero si en ambas se presupone el dualismo, las relaciones y que deberían extender su influencia secularizadora desde la
de cada obra con él son diferentes. metrópoli indiferente.16 Los héroes de la novela son extrema-
La posición de Kohon aparece en toda su complejidad so- damente conscientes de esa carencia y no intentan sino supe-
bre el final del film: lo que comenzó como un esquema de sim- rarla por medio de un moralismo didáctico, luchando contra la
ple contrapunto va tejiendo una trama en la duración de un anomia que resulta de la segregación y la desidia. Pero, a la vez
día de la vida de tres habitantes de la villa. Son una obrera tex- que propone su transformación, en la descripción minuciosa y
til, un metalúrgico y un cartero a quienes vemos cómo incluye solidaria de la vida en la villa que hace la novela es inocultable
el ritmo febril de la ciudad y su estética: en su transcurso coti- la fascinación que este nuevo mundo le produce.
diano por la ciudad, los tres se van mezclando con máquinas
que trabajan con ruedas y engranajes en la vorágine de la pro- 16
“Al Paraguay de este siglo, es como si no le hubiera llegado la Revolu-
ducción, con pasos veloces, con gente, con automóviles, con ción Francesa. [...] —Tampoco a Villa Miseria— completó Fabián”, p. 170.
manos recibiendo cartas. Finalmente, los tres vuelven a sus ca- Es evidente que Verbitsky culpa al peronismo por este retraso, pero simultá-
neamente no puede dejar de reconocerle que se lo haya hecho visible: el al-
sas y al llegar a la villa desde la ciudad, en primerísimos planos
ter ego del novelista en la villa, “el espantapájaros” (militante, estudiante uni-
que nos muestran una a una sus caras oscuras hablando a cá- versitario), advierte la existencia de las villas cuando es abandonado
moribundo en una de ellas por la policía peronista que lo había secuestrado
y torturado, lo que le da un sentido nuevo a su vida, de revelación y consa-
gración. Esta combinación de autorreferencialidad y ficción mística —su ca-
14 pacidad además de metaforizar la relación de la izquierda con el peronismo
Bernardo Verbitsky, Villa Miseria también es América, Buenos Aires, Kraft,
posterior al año 55— hacen del espantapájaros el único personaje complejo
1957 y David José Kohon, Buenos Aires, cortometraje con fotografía de Ricardo
Aronovich, Buenos Aires, 1958. e interesante de la novela.
15
Bernardo Verbitsky, op. cit., p. 69.
124 Adrián Gorelik Buenos Aires análogas 125
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Inversamente, el film de Kohon se asienta en la crítica de fronteras. Y nuevos centros de vida y un esque-
ma de urbanización complementario al existen-
esa modernización denunciando la gran ficción en la que se
te sin duda surgirán como expresión de una
monta una ciudad que, necesitando el concurso de los secto- nueva América Latina que se desprenda de los
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res excluidos de sus beneficios, niega de plano cualquier con- límites del pasado y busque en la idea de inte-
ceptualización de la marginalidad. Pero, con un movimiento gración la expresión de su modernización.
simétrico al de Verbitsky, la estética de la velocidad, del inter- Jorge Enrique Hardoy, 1965
cambio, de la trastocación de los valores tradicionales, ocupan
En el desarrollo del sistema capitalista no es
en el film el lugar de la fascinación. Fascinación por la moder- posible pensar que los grupos opresores y opri-
nización que podrá marchar por un tiempo junto a la fascina- midos coincidan en los objetivos y en los alcan-
ción por la otredad, en la medida en que ambas resuelvan el ces de las políticas nacionales de urbanización,
problema planteado por Martínez Estrada (“hemos hecho una ni en proyectos de sociedad futura de los cua-
gran ciudad porque no supimos hacer una gran nación”) a tra- les los procesos de reforma agraria y urbana
forman parte.
vés de la propuesta de Canal Feijóo: aquello que es un sector
Jorge E. Hardoy y Oscar Moreno, 1974
de Buenos Aires debe ser todo Buenos Aires, hacerse uno con
el país y, por ende, con Latinoamérica. Una propuesta de ex-
Así que si el pasaje de ida a Latinoamérica se sacó en la vi-
pansión de la modernización —para extender sus beneficios
lla, la guía del recorrido por los lugares y los problemas fue nor-
o la potencialidad de sus conflictos— que aplicará las fórmu-
teamericana. Y el regreso será con escala en Cuba: la pérdida
las del estructural-funcionalismo, panamericanizadas por las
de confianza en el desarrollo se acompañó de la pérdida de
ciencias sociales desde los años cincuenta: las relaciones cen-
confianza en la ciudad para promover el cambio y en el estado
tro/periferia implican en la estructura de la sociedad y de la
capitalista para planificarlo.
economía de los países latinoamericanos un dualismo tradi-
El recorrido completo puede seguirse a lo largo del arco
cional/moderno que debe resolverse en la universalización de-
tensado entre una y otra frase de Jorge Enrique Hardoy.17 Su
liberada del sector modernizador.
desarrollo puede verse en los encuentros y simposios en los
que los planificadores y sociólogos de la región se fueron
Vuelta constituyendo como tales, en diálogo con sus pares norteame-
ricanos con la mediación de organismos internacionales.18 A
La función integradora y el valor simbólico de
Brasilia para el Brasil, el impacto geopolítico
de la carretera de la selva en el Perú, las gran-
des rutas que unen el interior del Paraguay y 17
Jorge Enrique Hardoy, “El rol de la urbanización en la modernización
Bolivia con los puertos del Brasil y de la Ar- de América Latina” (Cornell University, 1965), Las ciudades en América Lati-
gentina, la ruta Panamericana, los grandes na, Paidós, Buenos Aires, 1972, p. 44; y Jorge Enrique Hardoy y Oscar More-
proyectos hidroeléctricos en todas partes, la no, “Tendencias y alternativas de la reforma urbana”, Desarrollo Económico n°
concepción regional de Venezuela afirmando 52, Buenos Aires, enero-mayo 1974, p. 647.
18
la vigencia de un nuevo y gran polo de desa- Por ejemplo, desde el seminario sobre problemas de urbanización en
rrollo en su Guayana, demuestran que Amé- América Latina, patrocinado conjuntamente por la ONU, la CEPAL y la UNESCO en
Santiago de Chile en 1959 —que sigue a los seminarios análogos sobre la urba-
rica Latina está avanzando hacia sus propias
nización en África y en Asia y el Lejano Oriente (véase Philip Hauser (relator),
125 Adrián Gorelik Buenos Aires análogas 127
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partir de la certeza de que la ciudad era una gigantesca fábri- interpretar un presente que se quería cambiar y los instrumen-
ca de hombres modernos, punto final del continuo rural-ur- tos para hacer posible ese cambio) a la planificación: del cono-
bano que debía promoverse, en un primer momento se for- cimiento a la acción. La estructura narrativa del Plan es la de una
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maliza una gran cuestión: ¿cómo acelerar la urbanización sin doble reconciliación por medio de la técnica: entre el pasado y
exacerbar los problemas que vienen asociados con el creci- el futuro y entre la sociedad y el Estado. En el medio está el téc-
miento urbano?; y una gran esperanza: si “el desarrollo de la nico, el planificador “como una especie de partera que atiende
urbanización en los países más avanzados se hizo en forma no el nacimiento del proceso ecológico o como un Prometeo que
querida, regulada tan solo por las fuerzas espontáneas del crea de nuevo”.20 Se comprende entonces que el segundo mo-
mercado”, lo que redundó en un “elevado precio en sufrimien- mento de este recorrido, hacia fines de la década de 1960, sur-
to humano”, en los países en desarrollo “una planificación in- ja de una decepción: el descubrimiento de que “las clases y gru-
teligente y previsora” podría evitarlo.19 América Latina apare- pos que presumiblemente deberían estar interesados en el
cía ante la mirada del mundo occidental como el lugar donde desarrollo, el cambio, la democratización, la modernización y
pudiera llevarse adelante una verdadera modernización evi- la autonomía externa —señalaba Kaplan en 1970—, parecerían
tando los costos que los países desarrollados venían descu- carecer hasta hoy de la madurez, la organicidad, el dinamismo
briendo desde la posguerra. Solo se necesitaba relevar los pro- y la voluntad para imponer las transformaciones estructurales
blemas y formular las preguntas, capacitar a los técnicos y requeridas”.21
estudiar las respuestas apropiadas, para asentar sobre esa ba- Luego de haberse reunido con todos los saberes —y en ese
se sólida —científica— los planes con que los gobiernos espe- gesto nacen y se consolidan las ciencias sociales en Latinoamé-
raban actuar. rica—, el técnico no encuentra interlocutores, no solo porque
En este momento inicial del recorrido panamericano se en varios países se hubiera pasado entretanto de democracias
produce un primer traspaso de confianzas: de la historia y la so- a dictaduras, sino fundamentalmente porque en ese pasaje se
ciología (donde respectivamente se buscaban las razones para había puesto en evidencia el verdadero rostro del poder. Y ahí
es cuando se cambia la propuesta de acción técnica por la crí-
tica: así los técnicos aspirarían a colaborar con la otra acción,
La urbanización en América Latina, UNESCO, 1961)—, hasta el simposio “El papel popular, masiva, la única que aparece entonces como válida.
de la modernización en América Latina” organizado por la Cornell University Podría decirse que de este cambio nace la sociología urbana
en Ithaca en 1965 (véase Glenn Beyer (comp), La explosión urbana en América La-
como crítica a la ideología del Plan.
lina, Aguilar, 1970); y a partir de 1966 en los simposios “El proceso de urbaniza-
ción en América desde sus orígenes hasta nuestros días” realizados bianualmen- Es obvio que esto que llamo regreso vía Cuba se vincula al pro-
te en coincidencia con los congresos internacionales de americanistas. Gino fundo cambio de paradigmas desde las teorías del desarrollo a las
Germani tiene importancia decisiva en el primer tramo, y en el segundo, Jorge teorías de la dependencia, desde el estructural-funcionalismo
Enrique Hardoy junto a figuras como Richard Schaedel y Richard Morse. En to-
do este proceso es clave una organización como la Sociedad Interamericana de
Planificación (SIAP) y su Revista Interamericana de Planificación, así como el Cen-
tro de Estudios Urbanos y Regionales (CEUR) que Hardoy forma en la Universi-
dad de Buenos Aires en 1965 (después del cierre de un centro similar que ha- 20
Richard Morse, La investigación urbana latinoamericana: tendencias y plan-
bía creado en la Universidad de Rosario) y que a partir de 1967 funciona en el teos (se compone de dos artículos, uno de 1965 y el otro de 1971), Buenos Ai-
Instituto Di Tella. res, SIAP, 1971, pp. 152.
19 21
Philip Hauser, op. cit. Marcos Kaplan, “Prólogo” (1970) a J. E. Hardoy, op. cit., p. 19.
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128 Adrián Gorelik Buenos Aires análogas 129

hasta el estructuralismo a secas. Sin embargo, aquí conviene aunque esta vez del proyecto más ambicioso de la época, la his-
destacar cómo la estructura narrativa que venía de la planifica- toria de la ciudad aparece como el ámbito privilegiado donde
ción logra mantenerse en esencia: detrás de la sofisticación construir una sociología de la dependencia.
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teórica de la sociología, la propuesta sigue siendo la de una re- Ese es, con todas sus implicancias, el pasaje que hace Yuj-
conciliación en tiempo futuro, pero ya no está la técnica en el novsky de La estructura interna de la ciudad. El caso latinoamerica-
medio, sino la Revolución. no, en 1971, a los sucesivos análisis sobre las políticas de vivien-
El fracaso de la reforma en Chile y el éxito de la experiencia da en diferentes períodos históricos, desde 1974 en adelante.
cubana —donde se estaba materializando la propuesta descentra- Es decir, el doble regreso de Latinoamérica a Buenos Aires y
lizadora de matriz anglosajona que latía en la planificación pro- del presente a la historia, señalando el camino a una multipli-
gresista latinoamericana—, es decir, el contraste entre los resulta- cidad de enfoques sociológico-históricos que se asentarían so-
dos de los dos grandes laboratorios de la planificación en la década bre su crítica al estado.
de 1960, venía a probar que los errores no habían sido técnicos, Aquí aparece uno de los tópicos que traza relaciones entre
sino políticos: de ahí en más, ser planificador fue convertirse en las Buenos Aires opuestas que vimos al comienzo. Ya que es evi-
propagandista en foros internacionales de una planificación im- dente que tanto el estructuralismo como el neoliberalismo en-
posible, o en crítico de las estructuras y, consiguientemente, del cuentran un soporte idéntico en esa crítica. Pero se trata de Es-
reformismo que había pretendido cambiarlas a través del saber tados bien diferentes: en un caso, el Estado es el instrumento
técnico. El equívoco de las miradas de la sociología urbana sobre de las “iniciativas políticas de las clases dominantes”,23 por lo
la ciudad latinoamericana de los primeros años setenta es el de tanto no hay mayores diferencias en cuanto a períodos históri-
una crítica radical al Estado que nace desde el despecho de otra cos y se lo debe desenmascarar in toto; en el otro caso, en cam-
disciplina, la planificación, que no puede imaginarse sin él. bio, es el Estado de Bienestar lo que se critica, por lo tanto es el
ejemplo del proceso de modernización anterior a 1930 lo que
III. Segundo trasbordo interesa reivindicar como contraste.
Pero si este es el punto en cuanto al Estado, ¿de qué se habla-
No se podría entender nuestra historia ac- ba en los años setenta cuando se hablaba de modernización? Aquí
tual [...] sin tomar en cuenta el desarrollo de lo más interesante tal vez sea constatar otro aspecto de esta llega-
[las] relaciones de dependencia desde una da a la historia: en su crítica a la modernización capitalista, la so-
perspectiva de largo alcance en el pasado.
ciología urbana no hace sino reencontrarse con viejas conviccio-
Aníbal Quijano, 196722
nes de la urbanística con las que previamente había intentado
El tránsito de la planificación a la sociología urbana fue romper la planificación. Ya en el Estudio del Plan de Buenos Aires
también el tránsito de las presunciones de futuro a las lectu- (EPBA) , dirigido a fines de los años cuarenta por dos miembros fun-
ras históricas propiamente dichas: nuevamente como auxiliar, damentales de la vanguardia arquitectónica de entonces, Jorge Fe-
rrari Hardoy y Juan Kurchan, estaba presente la ambigüedad de

23
22 Manuel Castells, “Clase, Estado y marginalidad urbana”, introducción a Es-
Aníbal Quijano, “La urbanización de la sociedad en Latinoamérica”. tructura de clases y política urbana en América Latina, Buenos Aires, S1AP, 1974, p. 11.
Revista Mexicana de Sociología, año XXIX, nº 4, México, octubre-diciembre de
1967, p. 685.
130 Adrián Gorelik Buenos Aires análogas 131
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una propuesta modernizadora que surgía, sin embargo, de una revisionismo y culturalismo y se resuelve ideológicamente a través
evaluación de la historia nacional en clave revisionista (los aseso- de una de las bêtes noires de ambas: la cultura arquitectónica.25
res del EPBA en historia fueron Rodolfo Puiggrós y Eduardo Aste- Qué Estado y qué modernización: es desde esta perspectiva
sano) y de la historia de la ciudad en la clave organicista de las crí- que la primera mitad de la década de 1970 aparece como campo
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ticas de Lewis Mumford a la modernización. Así, en el EPBA, el de cruce. Y es desde esa constatación múltiple que pueden emer-
dualismo se explica en que el desarrollo económico, social y cultu- ger con mayor claridad ciertas características de una de las Buenos
ral de Buenos Aires estuvo “comandado desde afuera”, y en que la Aires más inteligentes y más complejas que se construyeron en esos
“revolución industrial” había roto el equilibrio de la ciudad tradi- años y hasta la actualidad, la de James Scobie.26 El gesto de Scobie
cional. Significativamente, esta perspectiva de una modernización es intentar una gran síntesis entre todas aquellas tradiciones disci-
restitutiva, orgánica, “en procura de una imperiosa necesidad de plinares e ideológicas divergentes, compromiso que soluciona en-
orden urbano que restablezca el equilibrio”, fue gestada en el pe- contrándole a cada una un lugar en la historia: su Buenos Aires es
ronismo pero se difundió en 1956, fue base de diagnóstico en el la historia de un parteaguas, cuyos antes y después se explican con
Plan Regulador de 1958-64 y se coronó en el Plan de Renovación los instrumentos respectivos de cada una de las tradiciones que
de la Zona Sur, dirigido por Juan Kurchan en 1970 durante la in- reúne. La Buenos Aires de 1890 a 1910 es la que conocimos con
tendencia de Montero Ruiz, que reunió un plantel de asesores en Korn: “del centro a los barrios” propone desde el título Scobie co-
el que figuraba buena parte de los ya críticos planificadores lati- mo recorrido análogo. La entrada por el puerto le sirve en la na-
noamericanistas (como Marcos Kaplan y varios miembros del CEUR, rración para vislumbrar los tres ejes, sur, oeste y norte, desde cuyo
Centro de Estudios Urbanos y Regionales).24 En fin: la entente pla- centro la ciudad se despliega por la vía regia de una “moderniza-
nificación/sociología urbana tiene en su base esta confluencia de ción en tranvía”.27 Pero este viaje de la ciudad del progreso solo se ha-
bría podido realizar, para Scobie, luego de gravísimos conflictos es-
tructurales en los que, a lo largo de la década de 1880, las ideas de
24
La cita es de Eduardo Sarrailh en “Evolución del Gran Buenos Aires en
el tiempo y en el espacio”, Revista de Arquitectura n° 376/377, Sociedad Central
de Arquitectos, Buenos Aires, 1956. El Estudio del Plan de Buenos Aires (EPBA)
25
lo formaron en 1948, en la Municipalidad, Ferrari Hardoy y Kurchan, integran- Aquí es importante hacer una distinción terminológica entre “urba-
tes del grupo Austral que marcó las coordenadas de la arquitectura de vanguar- nística”, con que se solía designar a la actividad de proyecto urbano vincula-
dia en los años cuarenta. Fue el intento de llevar adelante durante el peronis- do a la tradición arquitectónica (la tradición del “planeamiento físico”), y
mo el Plan que ambos habían realizado en París con Le Corbusier en 1938, en “planificación”, con que se designaban el diagnóstico y la prospectiva de la
base a los bocetos de su visita de 1929. Podría decirse que la narración históri- ciudad y el territorio como prácticas vinculadas a la tradición sociológica. En
ca del EPBA fue la primera narración histórica sobre la evolución física de Bue- este sentido, la planificación era fuertemente crítica de los límites de la ur-
nos Aires que impactó en forma determinante en la cultura arquitectónica con- banística, su espacialidad, su formalismo, su ausencia de cientificidad; pero,
temporánea. La influencia en el equipo de arquitectos del regionalismo como demuestra paradigmáticamente el Plan de la Zona Sur, quizás el inten-
descentralizador de Lewis Mumford es explícita, y se articula con las premisas to más ambicioso por analizar la ciudad con los más avanzados procedimien-
corbusieranas en un reparto en el que la ideología urbanística responde al pri- tos de la “ciencia urbana y regional”, la impotencia del diagnóstico se tradu-
mero y las propuestas arquitectónicas al segundo. El diagnóstico del EPBA se pu- cía en el dominio completo del proyecto por los arquitectos.
blicó con el título de “Evolución del Gran Buenos Aires en el tiempo y en el es- 26
James Scobie, Buenos Aires, del centro a los barrios (Oxford, 1974), Bue-
pacio” como separata especial de la Revista de Arquitectura en 1956, después de nos Aires, Solar, 1977.
exponerse en Gath y Chaves, en noviembre de 1955, junto a pinturas y escultu- 27
Le debo la frase a Beatriz Sarlo. En el análisis de Scobie tomo los ele-
ras del grupo de Arte Concreto. El Plan Regulador de 1958-64 lo dirigió Sarrailh, mentos de la crítica que desarrollamos con Graciela Silvestri en “Imágenes al
que había sido el encargado de publicar el trabajo del EPBA dos años antes y, a sur. Sobre las hipótesis de James Scobie para el desarrollo de Buenos Aires”,
partir de entonces, se instala como continuador de su legado.
Anales 27/28, IAA, Buenos Aires, 1992.
132 Adrián Gorelik Buenos Aires análogas 133
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modernización se impondrían sobre alternativas “nacionales” de de- “Está llegando el momento en que el científico social ocu-
sarrollo a costa de una “malsana dependencia”. Del año 90 en ade- pará el puesto que ocupaba el literato”: contra esta certeza de
lante, Scobie nos presenta la sociedad que describe el neoliberalis- Norman Mailer, en la que se apoyó buena parte de las ciencias
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mo —con su “uso óptimo de factores”— y la ciudad que construyó sociales en los años sesenta, se recorta la frase de Morse.29 Pe-
la historia tradicional: concéntrica, con fuertes ejes que expanden li- ro, sobre todo, se recorta contra las lecturas tecnocráticas de la
nealmente los valores del centro progresista desde el espacio públi- ciudad: el pasaje discursivo de la reforma a la revolución no só-
co Plaza de Mayo-Congreso hasta la intimidad de la casa propia en el lo había mantenido incólume las propuestas técnicas, sino que
barrio popular. Antes del año 90, en cambio, encuentra un cúmulo favoreció su institucionalización. Como ha sido lúcidamente se-
de conflictos que interpreta como fuertes segregaciones en términos ñalado por Carlos Real de Azúa, a comienzos de la década de
estructurales, y una modernización que lee como catástrofe ecológi- 1970 el fuerte carácter ideológico se combina con la extrema
ca, económica y social. tecnificación, la crítica radical, con la burocratización, de mo-
Simétricamente, entonces, este gran intento de síntesis nos sirve do tal que el debate “pierde su sello disidente y político-cultu-
para ver cómo las potencialidades de fines de los cincuenta se en- ral y se oficializa e institucionaliza en los grandes cuerpos de
cuentran por completo desplegadas a principios de los setenta: la de- deliberación y ejecución mundiales”.30
nuncia del dualismo y la fascinación por la modernidad que se en- La reacción de Morse proviene, en primera instancia, de
trelazaban en Kohon encuentran sus lugares respectivos en la descubrir el contraste entre la sensibilidad para captar los fe-
sociología urbana y en la historia social; y la modernización restituti- nómenos urbanos y sociales de los literatos y ensayistas “pre-
va que proponía Verbitsky se realiza en el organicismo del Plan. Só- científicos”, y el esquematismo cientificista de sus compañeros
lo resta su fascinación populista: hará falta un último movimiento crí- de ruta, en quienes la “interdisciplina” aparecía como remedo
tico desde dentro de la sociología urbana para que se vea colmada. de aquella sensibilidad y, sobre todo, como un mito en el que
se delegaba la responsabilidad frente al conocimiento. Así, en
La ciudad como bastión enemigo uno de los estados de la cuestión más exhaustivos que se hayan
realizado sobre los estudios urbanos, Morse contrapuso a las es-
Quizás en el presente, en nuestra época espe-
cializada, neopositivista [de análisis intelectual tadísticas de los economistas las iluminaciones de ensayistas que
burocratizado, frío empirismo, 'desarrollo' me- anticiparon sus temas.31 Y aunque en ese trabajo su preocupa-
canicista, corporativismo y categorías marxistas, ción fuese, todavía, brindar claves a la planificación para com-
de un discurso científico desprovisto de humor plejizarla culturalmente, ya era evidente que su presentación
y de una despiadada escisión de los hechos y las de los problemas la llevaría a caminos sin salida.
fantasías], debemos delegar a novelistas y poe-
No se trata solo de virulencia contra el saber técnico: el
tas la responsabilidad de dar una visión imagi-
nativa [...] de las ciudades y de la sociedad. otro tema que caracterizará la obra futura de Morse ya está
Richard Morse, 197628

28
“Los intelectuales latinoamericanos y la ciudad (1860-1940)” (VI Simpo- 29
Norman Mailer, citado por Juan Marsal, op. cit. p. 429.
sio sobre la urbanización en América Latina, París, 1976), Hardoy, Morse y 30
Carlos Real de Azúa, “Ante el imperialismo, colonialismo y neocolo-
Schaedel (comps), Ensayos histórico-sociales sobre la urbanización en América Latina, nialismo”, Leopoldo Zea (comp), América Latina en sus ideas, México, Siglo
Buenos Aires, SIAP, 1978, p. 112. XXI-UNESCO, 1986, p. 297.
31
Richard Morse, op. cit.
134 Adrián Gorelik Buenos Aires análogas 135
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presente en el envés de la positividad de su diálogo con la pla- ción de esa cultura como valor, como cultura otra capaz de ofre-
nificación. Es la inversión de certezas que desde dentro mismo cer una alternativa global a los valores burgueses de la civiliza-
de la sociología urbana generará la más radical ruptura con la ción occidental. La identificación final de la ciudad como bas-
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teoría de la modernización: América latina no sería el lugar del tión de estos valores y de las clases medias urbanas como sujeto
cambio, sino un refugio de los valores que el mundo occiden- contrarrevolucionario por excelencia completa el ciclo abier-
tal ha perdido o bien no ha tenido nunca. Es el tema que Mor- to por la decepción modernizadora: llevar hasta las últimas con-
se va a desarrollar en sus análisis comparativos de los mundos secuencias la enseñanza cubana es aceptar que la revolución
latino y sajón, y que va a completar con su deslumbramiento vendría del campo. Alianza de revolución y campo que en los
por el carnaval carioca, pero que en 1965 ya está presente en estudios sobre la historia de la ciudad realizaba la fascinación
la crítica a la modernización liberal: en el análisis que hace de populista que ya veíamos en Verbitsky y que, a principios de los
Santiago de Chile, el problema de la ciudad contemporánea setenta, venía a sintonizar también con otros registros de un cli-
derivaría de las transformaciones rigidizantes y monumentales ma cultural antiurbano: “toma el tren hacia el sur”, convocaba
que había sufrido la traza hispana por la imposición del mode- Spinetta al éxodo juvenil.
lo de Haussmann. Y mientras que las élites dirigentes habrían
seguido pensando en esos mismos términos haussmannianos, Fronteras culturales
“centralizados y monolíticos”, dilapidando la herencia colonial,
Morse afirma que “no es exagerado afirmar que la tradición Florida no resistirá con los años el avance de
municipal española se encuentra vigorosamente perpetuada esas legiones que se incuban en los barrios-
frontera.
actualmente en las invasiones de usurpadores, que pueden re- Ezequiel Martínez Estrada33
crear todos los ingredientes de la fundación de una ciudad por
los conquistadores”.32 Pero en esos mismos años se desarrolla otra rebelión literaria
A pesar de su refinamiento cultural y de su crítica despia- contra los análisis urbanos que va a plantear una alternativa drás-
dada, que lo distingue del populismo naïf de la “cultura de la tica al destino que Morse les prefiguraba: de “Buenos Aires: una
pobreza” —y que en el marco de la bibliografía sobre la ciudad historia” de 1972 a Latinoamérica, las ciudades y las ideas de 1976,
del período lo destaca como un intelectual entre funciona- José Luis Romero recorre el camino inverso de las ciencias socia-
rios—, en Morse la historia va a ser el instrumento para identifi- les, porque va de Buenos Aires a Latinoamérica y porque, lejos
car una edad dorada y a los sujetos que en la actualidad podrían de aquella huida de la ciudad, va a conducir a su revalorización
ser portadores de su vitalidad revulsiva. en términos culturales.34
Desde su rebelión literaria, Morse anticipa en la sociología Su último título vuelve literal este gesto. Como Morse, Ro-
urbana una inversión ideológica análoga a la que realizaban los mero recelaba de las ciencias sociales en tanto “su rigor me-
teóricos de la dependencia cultural: del análisis de la cultura de la
pobreza como instrumento de adaptación de los migrantes a la
ciudad, de la sociedad tradicional a la moderna, a la instaura- 33
Ezequiel Martínez Estrada, Radiografía de la pampa (1933), Buenos Ai-
res, Hyspamérica, 1986, p. 209.
34
“Buenos Aires: una historia”, Historia Integral Argentina, vol. 7, Buenos
Aires, CEAL, 1972; Latinoamérica, las ciudades y las ideas, Buenos Aires, Siglo
32
Richard Morse, art. cit. (artículo de 1965), p. 52. XXI, 1976.
136 Adrián Gorelik Buenos Aires análogas 137
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todológico enmascaraba una cierta pobreza cultural”; pero su cualquier familia”) con “el antagonismo leal, frontal, abierto”
modalidad elude la polémica abierta y le hace adoptar una del este y el oeste.38
deliberada marginalidad.35 Como Morse, prefería las fuentes Es la idea de ciudad como frontera cultural lo que Romero to-
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literarias a las estadísticas, porque para Romero la realidad ma de Martínez Estrada, no su denuncia contra la megalopoliza-
“es opaca y sólo libera sombras cuando se la interroga desde ción que el Plan había leído en su implicancia organicista y la so-
un saber y una intuición articulados en las modulaciones pro- ciología urbana traducido como el problema de la “primacía”: la
pias del lenguaje poético”;36 pero no da nunca el paso de con- Buenos Aires de Romero es la del conflicto entre los barrios-fron-
vertir ese saber en un bumerán antiintelectual. En cada capí- tera y Florida. A diferencia del Sebreli de Buenos Aires, vida cotidia-
tulo de Latinoamérica, las ciudades y las ideas, se deja entrever na y alienación, no va a festejar en ese conflicto “la destrucción de
un esquema casi clásico, que va de la economía a la cultura, aquella otra ciudad [...] donde la bohemia pequeñoburguesa po-
pero no porque en la primera resida una estructura determi- día darse el lujo de sentir las exquisitas angustias de una suntuosa
nante, sino porque concibe a la última como el punto de lle- soledad”.39 Romero prefiere situarse en el límite endeble y ver “en-
gada desde donde los elementos de una sociedad compleja trecruzarse mil sutiles hilos entre las dos culturas, que confluyeron
pueden emerger.37 por crear una trama común”.40 Pero si su simpatía por la pujanza
Pero me interesa subrayar que esta lectura de la ciudad la- de las culturas nuevas, populares y marginales sobre la tradicional,
tinoamericana puede seleccionar otros temas que los plantea- no conlleva el desdén populista contra uno de los productos por
dos por la agenda de investigación, también porque está presi- excelencia de esa mezcla, la clase media, al mismo tiempo es lo que
dida por una mirada sobre Buenos Aires que reorganiza las impide que su idea de integración derive, como en la versión neo-
hipótesis predominantes. Si a la mirada de la historia tradicio- liberal, en la extensión lineal de los valores dominantes.
nal se le opuso la del conflicto estructural, Romero va a opo- Para recorrer la Buenos Aires de Romero se debe adoptar la
ner un conflicto diverso, porque su centro es cultural y porque estrategia del equilibrista: el lugar que define la riqueza de la ciu-
el eje sobre el que transcurre no es el norte-sur, sino el este-oes- dad es un tenue límite que la cruza como un arroyo, separando
te: el de Martínez Estrada, quien alertaba contra “los efectos de lo culto de lo popular, lo viejo de lo nuevo, construyéndolo; un lí-
una fascinación de estilo monumental” para quien entrara a la mite siempre cambiante que redefine una y otra vez, en sus atra-
ciudad por el puerto, y contra la confusión de la dialéctica nor- vesamientos, la idea de lo público. Contra el auge dado al tema
te-sur (“uno es rico y el otro pobre, como sucede en el seno de de la vivienda por la sociología urbana y la historia social, Rome-
ro ve la ciudad en lo público, en las calles: en este sentido —y más
allá de coincidir o no con sus opiniones— es que adopta la pers-
35
Tulio Halperin Donghi, “José Luis Romero y su lugar en la historiogra- pectiva de ensayistas como Martínez Estrada, Canal Feijóo o el
fía”, Desarrollo Económico n° 78, Buenos Aires, julio-septiembre 1980, p. 255.
36
mismo Sebreli.
Adolfo Prieto, “Martínez Estrada, el interlocutor posible”. Boletín del
Instituto Ravignani 1, Buenos Aires, primer semestre de 1989, p. 132. 38
37
Escribió Oscar Terán: “Historia de la cultura e historia integral confun- Ezequiel Martínez Estrada, La cabeza de Goliath (1940). Buenos Aires,
den así sus nominaciones, aunque quizás habría que concluir que esa histo- CEAL, 1981, t.1, pp. 72 y 79.
39
ria podía imaginarse como integral porque se ha colocado en la cultura el as- Juan José Sebreli, Buenos Aires, vida cotidiana y alienación (1964), Buenos
pecto central de la comprensión del pasado y, sobre todo, del diagnóstico de Aires, Siglo Veinte, 1979, p. 88.
40
la crisis que se está viviendo”; Nuestros años sesenta, Buenos Aires, Puntosur, José Luis Romero, op. cit., p. 105.
1991, p. 40.
138 Adrián Gorelik Buenos Aires análogas 139
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Con los cuentos de Kordon o los poemas de Tuñón, y con sea notar el obstáculo que ha implicado la inexistencia de deba-
buena parte del cine argentino de los sesenta (Breve cielo de Ko- te explícito sobre los trabajos de los años setenta: en un momen-
hon, Los de la mesa diez de Feldman) coincide en la preocupación to como el actual, en el que los paradigmas sobre los que esos mo-
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por localizar en lo público el conflicto de los márgenes: para Ro- delos opuestos de ciudad se apoyaban entraron en crisis, esta
mero, toda la ciudad construye su cultura por estertores, a través ausencia impidió construir nuevas miradas globales sobre la his-
de los impulsos que provienen de esas ollas a presión de mezcla toria de Buenos Aires. Lo más frecuente ha sido el uso indiferen-
continua que el historiador solo localizará guiado por la astucia ciado de las existentes, en el que se han presentado la pereza teó-
de Toribio Sánchez y la sensibilidad de Juancito Caminador. La rica y el oportunismo ideológico como una saludable heterodoxia
ciudad de las fronteras culturales es una ciudad plural, donde la à la page, y en el que, principalmente, aquellas miradas se han na-
idea de integración no es una certeza tranquilizadora sino una turalizado convirtiéndose en fuentes primarias que informarían
apuesta riesgosa a la productividad de la diferencia. objetiva y complementariamente sobre la historia de la ciudad.
Esto presupone volver al punto de partida, replanteando la
IV. Final sin llegada relación entre pasado y presente: si la historia de la ciudad en
el siglo XX no puede sino ser la historia de sus sucesivas mo-
¿Podemos contar de nuevo la ciudad? ¿Pue- dernizaciones y de las ideas que de ellas tuvo la sociedad, ¿qué
de haber historias en nuestras urbes domi- historia habría que construir desde este estallido en el que Bue-
nadas por la desconexión, la atomización y
la insignificancia?
nos Aires ha roto aparentemente todos los lazos con sus más
Néstor García Canclini41 firmes convicciones de ciudad moderna? Son tan evidentes en
las historias de los años setenta las respuestas diversas a un pro-
No parece difícil establecer las deudas que la historiografía ceso de modernización en curso, como la influencia que sobre
posterior trazó con esas miradas sobre Buenos Aires construidas él tuvieron esas mismas respuestas: ¿o acaso no es en la positi-
en los primeros años setenta. Es evidente que la mayor producti- vización de la idea de segregación donde se deben afincar las
vidad vino de inspiraciones como la de Romero, pero también nuevas técnicas urbanísticas del “diseño por partes”; o en la his-
que la exigüidad de sus sugerencias y la disolución de la ciudad toria neoliberal donde se busca justificar las reconstrucciones
en mero escenario del cruce cultural vuelve limitada su utiliza- imposibles de los esplendores del pasado, o en el revisionismo
ción sin mediaciones. No menos evidente es que la mirada neo- maniqueo la “renovación” de la zona sur, o en el populismo ne-
liberal pasó a formar parte obligada de toda historia oficial y que gro la aceptación cínica de la fragmentación social?
las premisas de la sociología urbana fueron filtradas por buena ¿Cómo pensar las fronteras en una ciudad estallada? ¿Có-
parte de la historia de la arquitectura en un populismo minima- mo recorrerla sin el paradigma de la modernización? ¿Cómo
lista; del mismo modo, el antiestatalismo en el que estas dos visio- replantear lo público en el marco de esta expulsión social iné-
nes opuestas coinciden confluyó en una acepción mercadocráti- dita? Desde estas y otras preguntas, por ahora postergadas,
ca de la producción de la ciudad. Pero tal vez lo más importante tal vez puedan elaborarse nuevas miradas sobre la historia de
Buenos Aires que logren lo que toda buena historia ha logra-
41
Néstor García Canclini, “México 2000: ciudad sin mapa. Desurbaniza-
do sin proponérselo: cuestionar el presente, porque no se
ción, patrimonio y cultura electrónica”, México, mimeo, 1990, p. 24. puede comprender lo que no se quiere transformar.
Transformaciones
urbanas y estudios
Posfacio

culturales.
[para un recorrido por los lugares comunes
de los estudios culturales urbanos].
12
Imaginarios urbanos
e imaginación urbana.
a la memoria de José Luís Romero,
Richard Morse y Ángel Rama

Razones de un malestar.

Este  artículo  surge  de  un  malestar  sobre  el  derrotero  segui‐ 
do  por  los  estudios  sobre  “imaginarios  urbanos”  como  modo  de 
aproximación  a  la  comprensión  de  la  ciudad.  Creo  que  puede 
advertirse  un  agotamiento  de  las  principales  promesas  con  que 
los  estudios  culturales  se  volcaron  al  tema  urbano,  lo  que  supo‐ 
ne  la  necesidad  de  una  discusión  que  debe  tomarse,  en  primer 
lugar,  como  un  ejercicio  introspectivo,  ya  que  es  acerca  de  una 
práctica en la que me encuentro directamente comprometido.
El  malestar  se  podría  enunciar  en  una  fórmula:  nunca  se  ha‐ 
bló  tanto  de  imaginarios  urbanos,  al  mismo  tiempo  que  el  hori‐ 
zonte  de  la  imaginación  urbana  nunca  estuvo  tan  clausurado  en 
su  capacidad  proyectiva.  Así  planteado,  el  malestar  podría  ser  fá‐ 
cilmente  impugnado,  ya  que  la  fórmula  pone  en  contacto  dos  di‐ 
mensiones de calidades diferentes: los imaginarios urbanos como
260 Adrián Gorelik

reflexión  cultural  (por  lo  general,  académica)  sobre  las  más  di‐ 
versas  maneras  en  que  las  sociedades  se  representan  a  sí  mismas 
en  las  ciudades  y  construyen  sus  modos  de  comunicación  y  sus  có‐ 
digos  de  comprensión  de  la  vida  urbana,  y  la  imaginación  urba‐ 
na  como  dimensión  de  la  reflexión  político‐técnica  (por  lo  gene‐ 
ral,  concentrada  en  un  manojo  de  profesiones:  arquitectura, 
urbanística,  planificación)  acerca  de  cómo  la  ciudad  debe  ser.  Pe‐ 
ro  no  es  un  mero  juego  de  palabras,  la  colisión  ingeniosa  entre  el 
carácter  polisémico  de  la  noción  de  “imaginario  urbano"  y  la  más 
restringida  acepción  de  “imaginación  urbana”  como  horizonte 
proyectual;  ni  quiere  ser  la  crítica  de  una  práctica  intelectual  por 
su  contraste  con  una  coyuntura  urbana  de  la  que  no  es  ni  míni‐ 
mamente  responsable.  Esta  puesta  en  contacto,  y  el  malestar  que 
ele ella resulta, puede justificarse al menos por dos razones.
La  primera  razón  es  la  constatación  de  que  un  tipo  de  estu‐ 
dios  socioscmióticos  sobre  identidades  urbanas,  cuyos  temas  de 
investigación  pueden  ser,  por  ejemplo,  los  colores  o  los  olores 
con  que  la  gente  identifica  sus  ciudades,  los  modos  en  que  cir‐ 
culan  los  rumores  o  los  sentidos  múltiples  de  los  grafjiti  popula‐ 
res,  está  siendo  crecientemente  requerido  por  gobiernos  muni‐ 
cipales  como  instrumento  técnico  para  sus  políticas,  No  se  traía 
de  criticar  la  realización  de  esos  estudios  en  sí,  algunos  de  los 
cuales  ofrecen  valiosos  aportes  al  conocimiento  de  nuestras  so‐ 
ciedades,  sino  de  señalar  la  novedad  de  que  en  algunos  casos  es‐ 
tán  comenzando  a  ocupar  en  las  políticas  municipales  el  lugar 
que  las  encuestas  de  opinión  ocupan  en  la  política  tout  court.  el 
lugar  de  reemplazo  de  la  imaginación  política  por  ese  nuevo 
ídolo,  las  opiniones  (o  los  deseos)  “de  la  gente"  estadísticamen‐ 
te  relevados.  De  hecho,  en  la  comprensión  del  desplazamiento 
de  esta  lógica  hacia  el  ámbito  urbano  no  parece  secundario  el 
prestigio  actual  de  la  comunicación  como  instrumento  político 
para  develar  (y  manipular)  el  arcano  social,  en  momentos  en 
que  se  han  desvanecido  los  límites  entre  marketing  y  política,  y 
en  que  la  noción  de  marketing  urbano  gana  adeptos  como  úni‐ 
ca alternativa de política urbana en tiempos de globalización.
Posfado 261

Pero,  en  el  ámbito  específico  de  lo  urbano,  estos  estudios 
de  comunicación  sobre  los  imaginarios  urbanos  parecen  capa‐ 
ces  de  ofrecer  un  plus aún  más  fascinante  para  la  política  ac‐ 
tual:  develar  la  cuestión  de  la  identidad.  Gracias  a  los  instru‐ 
mentos  que  han  tomado  de  la  sociología  cuantitativa,  estudios 
motivados  inicialmente  en  preocupaciones  culturales  o  antro‐ 
pológicas  parecen  proveer  una  satisfacción  científica,  objetiva, 
a  la  interrogación  por  la  identidad.  Y  esto  también  revierte  so‐ 
bre  el  propio  trabajo  académico,  ya  que  esta  modalidad  de  in‐ 
vestigación  ha  logrado  reunir,  sin  conflicto  aparente,  lo  esen‐ 
cial  de  los  métodos  que  les  habían  permitido  a  las  ciencias 
sociales  ganar  su  lugar  como  ciencias,  junto  a  una  serie  de  cues‐ 
tiones  que  surgieron  del  derrumbe  categórico  de  aquella  pre‐ 
sunción  de  cientificidad.  Así,  en  una  zona  de  la  investigación 
social  latinoamericana  se  ha  rejuvenecido  la  idea  típica  de  los 
años  sesenta  de  que  solo  se  puede  acceder  a  un  adecuado  co‐ 
nocimiento  de  la  sociedad  urbana  a  través  de  equipos  masivos 
“interdisciplinarios"  que,  a  la  manera  de  los  discípulos  de  Lin‐ 
neo,  van  por  las  ciudades  del  continente  recogiendo  datos  pa‐ 
ra  comparar  sobre  una  base  común,  aunque  esta  vez  no  se  tra‐ 
ta  de  los  órganos  sexuales  de  las  diferentes  familias  de  plantas 
(ni,  a  la  manera  planificadora,  del  tamaño  de  los  baños  y  coci‐ 
nas  o  la  cantidad  de  habitantes  por  cuarto),  sino  de  las  prefe‐ 
rencias de vestuario de las diferentes “tribus urbanas”.1
la  segunda  razón  para  plantear  como  problema  la  relación 
entre  los  análisis  culturales  de  los  imaginarios  urbanos  y  la  ima‐ 
ginación  urbana  proyectual  es  que  ha  sido  una  relación  clási‐ 
ca,  de  gran  productividad  en  la  tradición  intelectual  latinoame‐ 
ricana,  a  partir  de  la  cual  se  pueden  tender  ciertos  hilos  de 
comprensión de nuestra cultura urbana. En pocas partes como

1 Uno de los textos clave en Latinoamérica de esta modalidad de estu-


dio fue el libro de Armando Silva, Imaginarias urbanos. Bogotá y Sao Pauto, cul-
tura y comunicación urbana en América ¡.atina, Bogotá, Tercer Mundo Edito-
res, 1992. En su modelo se ha inspirado una encuesta de ciudades de alcance
continental*
262 Adrián Gorelik

en  Latinoamérica,  seguramente  por  su  fulminante  proceso  de 


modernización  entre  mediados  del  siglo  XIX  y  mediados  del 
XX,  se  ha  visto  más  realizada  la  premisa  que  sostiene  que  la  ciu‐ 
dad  y  sus  representaciones  se  producen  mutuamente.  El  largo 
proceso  que  en  las  ciudades  europeas  fue  realizando  la  lenta 
maceración  e  interpenetración  entre  los  diversos  planos  de  esa 
producción  mutua—las  figuraciones  artísticas  y  literarias,  la  pro‐ 
ducción  de  simbolizaciones  culturales,  las  prefiguraciones  in‐ 
telectuales  y  la  construcción  y  reconstrucción  material  de  la 
ciudad—,  componiendo  complejas  capas  de  sentido  que  le 
dieron  su  densidad  a  esa  relación  circular,  en  Latinoamérica  sue‐ 
le ser un estallido que la realiza como un contacto fulgurante.
Ese  contacto  encontró  siempre  forma  en  programas  urba‐ 
no‐territoriales  que  se  definían  al  mismo  tiempo  como  interpre‐ 
tación  y  como  proyecto,  aunque  se  pueden  reconocer  tradicio‐ 
nes  confrontadas  para  la  misma  ambición.  Hay  una  tradición 
para  la  cual  la  realidad  territorial  y  urbana  es  maleable  a  las 
ideas  en  este  vacío  sudamericano  que  la  naturaleza  y  la  historia 
habrían  brindado  como  ofrenda  a  la  voluntad  fáustica  de  la  mo‐ 
dernización  occidental.  Se  trata  de  una  línea  persistente  que  co‐ 
necta  la  mística  constructiva  de  mediados  del  siglo  xix  con  la 
del  desarrollismo  un  siglo  después,  como  demuestra  la  ciudad 
producto  por  excelencia  de  una  representación  cultural  de  la 
modernidad  latinoamericana:  Brasilia.  La  representación  de 
modernidad  crea  realidad  urbana  y  ella  refuerza  la  representa‐ 
ción  de  un  ideal  de  nación:  así  podría  decirse  que  funcionó  la 
relación  entre  ciudad  y  representación  en  esta  tradición  cultu‐ 
ral.  Pero,  como  se  sabe,  esa  tradición  generó  su  contraparte  crí‐ 
tica,  encargada  de  mostrar  aquel  “círculo  virtuoso”  bajo  una  luz 
a  veces  trágica  y  a  veces  paródica.  Esta  otra  tradición  invirtió  la 
carga  de  la  prueba,  interpretando  el  poder  de  las  representacio‐ 
nes  como  ilusión  o  como  falacia,  como  representaciones  del  po‐ 
der.  De  ella  puede  encontrarse  una  versión  moderada,  la  de  quie‐ 
nes  notaron  la  simplificación  excesiva  que  había  existido  en  la 
propia idea de “vacío", reparando en todas las preexistencias que
Posfacio 263

hacían  de  obstáculo  a  la  voluntad  modernizadora,  y  una  versión 


más  radical,  la  de  quienes  elevaron  aquellas  preexistencias  y  obs‐ 
táculos  como  nuera  verdad  “bárbara”  contra  la  imposición  civi‐ 
lizatoria.  Pero  incluso  en  estos  casos,  eti  los  que  se  prefería  en‐ 
tender  el  proceso  de  modernización  bajo  una  oposición  de 
nuevo  signo,  ^cultura  /  civilización”,  la  imaginación  urbana  si‐ 
guió  Formando  parte  sustancial  de  los  imaginarios  urbanos:  po‐ 
día  cambiar  el  sentido  del  cambio  y  del  papel  de  la  ciudad  en 
él,  pero  el  seguimiento  atento  a  los  efectos  culturales  de  la  ur‐ 
banización  presuponía  un  horizonte  proyectual  en  el  que 
aquella pudiera ser transformada.
Estas  diferentes  tradiciones  encuentran  un  punto  de  reali‐ 
zación  en  nuestros  tres  primeros  analistas  culturales  urbanos, 
Romero,  Morse  y  Rama,  a  quienes  quise  dedicar  estas  notas  co‐ 
mo  modo  de  reconocimiento  de  su  tarea  fundadora  de  un 
campo  de  problemas,  pero  también  como  modo  de  recordar 
que  en  esa  primera  definición  de  cultura  urbana  que  dieron, 
imaginario  c  imaginación  todavía  formaban  parte  del  mismo 
desafío  intelectual  y  político.  Estos  tres  autores  suponen  un 
punto  de  realización  en  dos  sentidos,  de  llegada  y  consuma‐ 
ción,  en  la  peculiar  coyuntura  de  transición  política  y  cultural 
que  resultaron  los  años  setenta.  Así  que,  curiosamente,  la  pri‐ 
mera  definición  de  un  posible  campo  de  estudios  culturales  ur‐ 
banos  latinoamericanos  nació  en  el  mismo  momento  en  que 
varias  de  las  concepciones  que  lo  habían  hecho  posible  esta‐ 
ban  comenzando  a  desvanecerse.  Y  así  podría  explicarse  una 
de  las  dificultades  que  encontramos  a  la  hora  de  situar  en  un 
lugar  principal  de  nuestra  reflexión  actual  sobre  cultura  urba‐ 
na,  a  esos  tres  fundadores:  están  muy  próximos  y,  simultánea‐ 
mente,  son  como  mensajeros  de  otro  tiempo,  con  cuyas  claves 
crearon  el  propio  suelo  disciplinar  en  el  que  nos  apoyamos,  pe‐ 
ro  que  tan  arduo  resulta  descifrar  en  este  nuevo  contexto  histó‐ 
rico‐cultural.  Un  contexto  en  que  nuestras  nociones  ya  forman 
parte  de  una  nueva  cultura  académica,  desgajada  en  parte  del 
manojo de temas y problemas que habían venido definiendo los
264 Adrián Gorelík

marcos  de  la  reflexión  política  e  intelectual  latinoamericana, 


y  en  que  nuestras  ciudades  han  entrado  en  procesos  de  trans‐ 
formación  para  cuya  comprensión  crítica,  sin  embargo,  las 
agendas  que  esta  nueva  cultura  académica  propone  se  revelan 
impotentes.
Tanto  Romero  como  Rama  y  Morse,  insisto,  desde  posicio‐ 
nes  extremadamente  diferentes,  pusieron  en  el  centro  de  su 
trabajo  sobre  la  cultura  urbana  el  papel  de  los  intelectuales  y 
los  artistas  en  la  conformación  ele  las  matrices  de  comprensión 
y  de  transformación  social  y,  a  la  vez,  ellos  mismos  escribieron 
como  parte  de  una  tensión  proyectual  hacia  un  programa  in‐ 
telectual  para  las  ciudades  y  sus  sociedades.  Esa  tensión  es  lo 
que  se  perdió  en  buena  parte  de  los  actuales  estudios  cultura‐ 
les  urbanos,  al  mismo  tiempo  que,  paradójicamente,  parece  ha‐ 
ber  explotado  la  voluntad  culturalista  que  albergaba  aquel  pro‐ 
grama  como  modo  de  comprensión  del  fenómeno  urbano.  En 
este  sentido  podría  pensarse  la  actual  presencia  insoslayable  de 
La  ciudad  letrada  de  Rama  en  el  auge  de  los  estudios  culturales 
urbanos,  110  tanto  como  excepción,  sino  como  parte  de  un  re‐ 
ciclaje  que  ha  arrancado  su  posición  antimoderna  de  aquel 
denso  suelo  setentista,  para  recolocarla  exclusivamente  en  lí‐ 
nea  con  sus  claves  posestructuralistas,  de  acuerdo  con  los 
enfoques  que  dominan  en  los  estudios  literarios  latinoameri‐ 
canos  de  la  academia  norteamericana:  una  mezcla  de  posmo‐ 
demismo,  arcaísmo  sociológico  y  deconstruccionismo  que  ha  ge‐ 
nerado  un  modo  de  pensar  la  ciudad  de  finales  del  siglo  XX 
simultáneamente  como  resto  de  una  modernidad  pintoresca  y 
bastión de una modernidad opresora.
El  malestar  se  resume,  entonces,  en  dos  cuestiones:  la  fun‐ 
cionalidad  operativa  de  ciertos  estudios  de  comunicación  y 
la  vulgarización  en  los  estudios  culturales  de  ciertos  tópicos 
de  la  crítica  literaria.  Sería  posible  identificar  algunos  de  los 
puntos  de  contacto  con  la  actual  molicie  proyectual  en  la  cir‐ 
culación  de  un  conjunto  de  tópicos  desde  los  análisis  cultu‐ 
rales hasta los diagnósticos urbanísticos; circulación que va
Posfacio 265

cristalizando  en  “lugares  comunes",  encrucijadas  de  sentido 


para  el  actual  clima  de  ideas.  No  se  trata  de  dar  la  imagen  au‐ 
toconsolatoria  de  un  universo  disparatado  que  se  observa  pa‐ 
ródicamente  desde  afuera,  sino  de  indagar  en  los  orígenes  y 
los  roles  conflictivos  de  un  conjunto  de  figuras  y  conceptos 
que  hoy  comparten  diversas  corrientes  (disciplinarias  o  ideo‐ 
lógicas),  y  que  de  tan  generalizados  y  habituales  amenazan 
con naturalizarse.
De  hecho,  el  tipo  de  contacto  que  busco  dejar  en  evidencia 
no  supone  alguna  clase  de  complicidad  de  los  estudios  cultura‐ 
les  con  los  argumentos  de  la  urbanística  contemporánea,  sino 
un  efecto  de  reverberación  de  época  entre  ambas  dimensiones, 
con  la  posibilidad  de  que  se  vuelva  perverso  ante  la  mayoritaria 
indiferencia  (o  desconocimiento)  a  la  que  propenden  los  nue‐ 
vos  marcos  interpretativos.  Arantes  ha  mostrado  otro  tipo  de 
complementación,  la  que  se  viene  produciendo  entre  urbanis‐ 
tas  —en  general,  de  procedencia  progresista—  y  empresarios 
que  han  encontrado  en  las  ciudades  un  nuevo  campo  de  acu‐ 
mulación:  los  primeros  se  han  dedicado,  aparentemente  por 
un  mandato  de  época,  a  proyectar  “en  términos  gerenciales 
provocativamente  explícitos”;  los  segundos  no  hacen  más  que 
celebrar  los  valores  culturales  de  la  ciudad,  “enalteciendo  el 
‘pulsar  de  cada  calle,  plaza  o  fragmento  urbano’”,  por  io  qvie 
terminan  todos  hablando  “la  misma  jerga  de  autenticidad  ur‐ 
bana  que  se  podría  denominar  culturalismo  de  mercado ”.2  Es‐ 
ta  “armoniosa  pareja  estratégica"  define  muy  bien  los  actuales 
tiempos  del  pensamiento  urbano  y  la  gestión  de  la  ciudad.  Lo 
que  busca  este  artículo  es  anexarle  un  tercer  actor,  los  estudios 
culturales  urbanos,  para  dejar  señaladas  en  todo  caso  algunas 
de  las  aporías  en  que  hoy  han  quedado  colocados  y,  dentro  de 
ellos, nos guste o no, todos quienes los practicamos.

2 Otilia Fiori Arantes, “Pasen y vean.,, Imagen y city-marketing en las nue-

ras estrategias urbanas”, Punto de Vista n° 66, Buenos Aires, abril de 2000.
266 Adrián Gorelik

Cartografías urbanas.

Dentro  del  universo  conceptual  enormemente  vasto  en  el 


cual  orbitan  los  estudios  culturales  urbanos,  propongo  detener‐ 
nos  en  la  metáfora  cartográfica,  ya  que  podríamos  verla  como 
tronco  de  un  ramillete  de  figuras  de  gran  diseminación  con‐ 
temporánea  en  el  análisis  urbano,  como  “itinerarios”,  “recorri‐ 
dos”,  “relatos  espaciales”,  “espacio  narrativo”,  “mapas  cogniti‐ 
vos”,  “territorialidades”,  “fronteras”;  aunque  algunas  provienen 
de  disciplinas  de  larga  tradición,  como  las  dos  últimas,  de  uso 
normal  en  la  geografía  o  la  antropología,  puede  afirmarse  que 
su  empleo  actual  en  los  estudios  culturales  urbanos  está  tam‐ 
bién  marcado  por  lo  que  aquí  llamo  la  metáfora  cartográfica. 
En  realidad,  no  es  fácil  precisar  cuál  está  en  la  base  de  todas 
ellas,  pero  repasando  algunos  textos  inaugurales  de  los  estudios 
culturales  urbanos  llama  la  atención,  en  dos  de  los  más  influ‐ 
yentes,  el  uso  de  una  muy  similar  metáfora  cartográfica  a  partir 
de  la  cual,  sin  embargo,  y  esto  es  lo  más  interesante,  llegan  a  po‐ 
siciones  completamente  antagónicas,  de  modo  que  su  análisis 
tal  vez  permita  anclar  el  escenario  fluctuante  de  aquella  disemi‐ 
nación.  Los  textos  son  La  invención  de  lo  cotidiano  de  Michel  de 
Certeau,  de  1980,  y  “El  posmodernismo  como  lógica  cultural 
del  capitalismo  tardío”  de  Fredric  Jameson,  de  1984,  y  creo  que 
la  mayor  parte  de  la  cultura  urbana  actual  oscila  entre  estos  dos 
polos.^
A  través  de  la  historia  de  la  cartografía,  De  Certeau  contra‐ 
ponía  el  discurso  científico  moderno  a  la  representación  sim‐ 
bólica  del  mundo  medieval,  buscando  recuperarla  en  lo.s  rela‐ 
tos espontáneos del uso de la ciudad: las “prácticas de espacio”.

Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano, 1 Artes de hacer (1980),


México, Universidad Iberoamericana, 1996; las tiras que siguen están Loma-
das de la Tercera parte, “Prácticas de espacio". Fredric Jameson, “El posmo-
demismo como lógica cultural del capitalismo tardío" (1984), Ensayos sobre el
posmodernismo, Buenos Aires, Ediciones Imagu Mundi, 1991; las citas que si-
guen son del apartado VI, “La abolición de la distancia crítica”.
Posfacio 267

La  autonomía  que  ganó  el  mapa  entre  los  siglos  XV  y  XVlll  su‐ 
puso  el  progresivo  borramiento  de  los  “itinerarios”,  graficados 
en  los  primeros  mapas  medievales  por  los  trazos  rectilíneos  de 
los  recorridos,  como  “indicaciones  performativas”  que  refieren 
a  peregrinajes,  etapas,  tiempos;  y  luego,  en  los  mapas  llamados 
portulanos,  como  marcas  empíricas producidas  por  la  observa‐ 
ción  de  los  navegantes.  Sobre  ellos,  nos  dice  De  Certeau,  se  im‐ 
puso  el  plano  moderno,  como  triunfo  de  la  geometría  abstrac‐ 
ta  del  discurso  científico  frente  al  sistema  narrativo  de  la 
experiencia  del  viaje:  fue  el  triunfo  de  la  visión  objetivante  de 
la  realidad  que  inauguró  la  representación  en  perspectiva,  en 
tanto  comprensión  moderna  de  un  espacio‐tiempo  homogé‐ 
neo  y  matemático.  Para  De  Certeau,  en  una  crítica  que  mez‐ 
claba  catolicismo  militante  y  espíritu  vanguardista  (recorde‐ 
mos  el  análisis  de  Panofsky  sobre  la  perspectiva,  con  su  recurso 
al  arcaísmo  típico  de  la  vanguardia),  Ja  representación  “pers‐ 
pectívica”  inaugura  la  transformación  del  hecho  urbano  en 
concepto  de  ciudad,  de  modo  tal  que  se  sustituye  la  realidad 
con  su  imagen  planimétrica.  Imagen  que  antes  estaba  reserva‐ 
da  al  “ojo  de  Dios”  y  a  la  que  cualquier  visitante  del  World  Ira‐ 
de  Center  puede  acceder  (escribía  De  Certeau  cuando  todavía 
las  torres  estaban  en  pie,  lo  que  nos  remite  de  paso  a  la  fragi‐ 
lidad  de  aquello  que  parecía  el  colmo  de  la  solidez)  puede  ac‐ 
ceder,  para  obtener  el  placer  de  dominar  la  metrópoli,  “el  más 
desemesurado de los textos humanos”.
Como  se  sabe,  con  esa  escena  magistralmente  narrada  co‐ 
menzaba  De  Certeau  uno  de  sus  capítulos  más  famosos,  y  no  se 
puede  evitar  recordar  la  escena  culminante  de  “El  tercer  hom‐ 
bre”,  cuando  el  criminal  que  encarnaba  Orson  Welles  explica  su 
desprecio  por  los  simples  mortales  desde  la  visión  que  le  posibi‐ 
lita lo alto de la Vuelta al mundo del Prater de Viena. Porque tam‐ 
bién  De  Certeau  subía  entonces  los  ciento  diez  pisos  del  Wold 
Trade  Center  para  mostramos  lo  inhumano  de  esa  voluntad  de 
dominio  por  la  abstracción  y  el  concepto  que  encarna  la  raciona‐ 
lidad urbanística. El ojo de Dios es el ojo del Poder, y desde la
268 Adrián Gorelik

torre  toda  ciudad  es  un  panóptico.  Pero,  curiosamente,  a  partir 


de  allí  De  Certeau  nos  muestra  que  solo  se  trata  de  romper  el  he‐ 
chizo  bajando  de  la  torre  para  reencontrarse  en  el  nivel  del  sue‐ 
lo  con  los  practicantes  ordinarios  de  la  ciudad,  los  caminantes,  y 
participar  del  múltiple  texto  urbano  que  ellos  escriben  sin  poder 
ver,  para  redescubrir  que,  bajo  los  discursos  que  los  ideologizan, 
proliferan los ardides y las tácticas, los “procedimientos  multifor‐ 
mes,  resistentes,  astutos,  y  pertinaces”  que  escapan  al  control  pa‐ 
nóptico  en  una  “ilegitimidad  proliferante".  Para  entenderlo,  el 
analista  debe  efectuar  un  “retorno  a  las  prácticas”,  liberando  la 
enunciación  peatonal  de  su  transcripción  en  un  plano:  reivindi‐ 
car  los  “itinerarios”,  serie  discursiva  de  operaciones,  frente  a  los 
“mapas", asentamientos totalizadores de observaciones.
Por  su  parte,  Jameson  narró  la  misma  evolución  de  la  car‐ 
tografía  pero  para  colocarse  en  el  extremo  opuesto,  el  del  pun‐ 
to  más  avanzado  de  una  historia  del  progreso  científico,  que 
permitirá  acceder  a  una  forma  cultural  nueva,  posmoderna, 
una  “estética  de  trazado  de  mapas  cognitivos”,  fórmula  que  ha 
tenido  una  enorme  repercusión  en  los  estudios  culturales  de 
la  ciudad.  Comenzaba  su  relato  a  partir  del  texto  de  Kevin 
Lynch,  La  imagen  de  la  ciudad,  esc  brillante  intento  de  sistema‐ 
tización  operativa  de  las  percepciones  de  la  forma  urbana,  cu‐ 
yo  riesgo  de  desaparición  por  la  alienación  metropolitana  ya 
había  sido  bandera  del  Towmcape  inglés.  Con  un  fuerte  apoyo 
en  la  antropología  del  espacio  (recordemos  los  estudios  pio‐ 
neros  de  Edward  Hall),  Lynch  buscaba  recuperar  el  sentido  de 
pertenencia  de  los  habitantes  urbanos  a  través  de  una  recon‐ 
quista  del  sentido  de  lugar  Jameson  tomó  de  allí  la  idea  de  ma‐ 
pa  cognitivo,  pero  advirtiendo  que  el  mapa  de  Lynch  todavía 
estaría  en  el  nivel  precien  tífico  de  los  itinerarios  náuticos  de 
los  portulanos,  superados  por  la  introducción  de  los  nuevos 
instrumentos  tecnológicos  de  medición  a  partir  del  siglo  xv, 
que  plantean  no  solo  una  cuestión  de  precisión  en  la  demar‐ 
cación,  sino  una  “coordenada  totalmente  nueva:  la  de  la  rela‐ 
ción con la totalidad”. Así que el mapa cognitivo propuesto
Posfacio 269

por  jameson  como  clave  de  una  cultura  urbana  posmoderna 


es  lo  contrario  del  De  Certeau:  ya  no  un  intento  de  recupera‐ 
ción  antropológica  de  aquel  mundo  que  la  tecnología  moder‐ 
na  ha  desvanecido,  sino  una  radicalización  de  sus  efectos.  Pa‐ 
ra  ello,  Jameson  retomaba  la  consigna  brechtiana  de  “arte 
pedagógico”,  de  modo  tal  que  el  trazado  de  mapas  cognitivos 
le  proporcionase  “al  sujeto  individual  un  nuevo  y  más  elevado 
sentido  del  lugar  que  ocupa  en  el  sistema  global".  En  un  ver‐ 
dadero  tour  de  forcé  teórico,  Jameson  pasaba  de  Lynch  a  Althus‐ 
ser  y  a  Lacan,  y  de  estos  a  Mandel,  gracias  a  quien  no  solo  no 
hay  que  temer  por  el  desvanecimiento  del  sujeto  al  que  podría 
suponerse  que  condujo  el  postestructuralismo,  sino  que  se 
puede  aspirar  a  un  sujeto  capaz  de  acceder  a  un  “conocimien‐ 
to  rico  y  complejo  sobre  el  sistema  internacional  global”.  De 
hecho,  Jameson  admitiría  en  un  texto  posterior  que  su  noción 
de  “mapa  cognitivo”  no  fue  más  que  una  “palabra  clave”  para 
designar  la  “conciencia  de  clase”.4  Así,  los  mapas  cognitivos 
son  el  reverso  utópico  y,  a  la  vez,  la  aceptación  radical  de  un 
presente  urbano  en  el  que  se  han  desestructurado  las  repre‐ 
sentaciones espaciales tradicionales.
Como  se  ve,  a  través  de  la  metáfora  cartográfica  los  dos  au‐ 
tores  se  unen  y  se  separan  radicalmente.  Y  lo  mismo  podría‐ 
mos  decir  que  ocurre  en  su  relación  con  Foucault,  uno  de  los 
autores  más  importantes  en  las  reconsideraciones  culturales 
de  la  ciudad  en  los  últimos  veinticinco  años,  en  la  que  ambos 
arraigan  sus  posiciones  al  mismo  tiempo  que  mantienen  in‐ 
terpretaciones  respectivamente  peculiares.  En  efecto,  ambos 
parten  del  reconocimiento  de  la  calidad  heterotópica  del  es‐ 
pacio  urbano  moderno  frente  a  la  voluntad  moderna  de  re‐ 
presentarlo  como  utopía,  por  ponerlo  en  los  términos  del 
propio  Foucault.  Esta  visión  de  Foucault  implicó  una  transfor‐ 
mación clave en la concepción de la ciudad, mezcla audaz de

4 Véase “Marxismo y posmodemismo”, de 1989, también en Ensayos so-


bre el posmodernismo, op. cit.
270 Adrián Gorelik

matrices  fenomenológicas  y  estructuralistas  con  «na  impron‐ 


ta  de  las  estéticas  vanguardistas  (en  el  arco  variado  que  va  del 
dadaísmo  al  situacionismo);  por  ella,  la  ciudad  no  puede  ser 
comprendida  ni  como  un  “vacío”,  escenario  de  las  prácticas 
sociales  (a  la  manera  de  la  sociología  urbana),  ni  como  un 
“modelo",  maqueta  jerárquica  del  pensamiento  proyectual  (a 
la  manera  de  la  urbanística),  sino  como  un  espacio  heterogé‐ 
neo,  socialmente  producido  por  una  trama  de  relaciones,  ma‐ 
terialización  compleja  de  la  cambiante  textura  de  las  prácti‐ 
cas  sociales.  Pero  así  como  es  fácil  reconocer  que  Michel  de 
Certeau  y  jameson  parten  de  aquí,  es  muy  difícil  acompañar‐ 
los  en  sus  recorridos.  Si  nos  atenemos  a  la  figura  espacial  fou‐ 
caultiana,  en  la  que  los  caminantes  no  deberían  ser  más  que 
líneas  de  fuerza  de  las  redes  panópticas  del  poder,  ¿cómo 
aceptar  toda  la  rebeldía  multiforme  que  De  Certeau  cree  en‐ 
contrar  en  ellos?  ¿Cómo  no  ver  en  la  operación  de  De  Cer‐ 
teau  una  recuperación  populista,  tras  la  mención  a  Foucault, 
de  una  idea  de  poder  vertical  —en  primer  lugar  el  de  la  ra‐ 
cionalidad  técnica—  que  cae  sobre  una  masa  inmune  y  resis‐ 
tente  que  logra  escapar,  en  sus  prácticas  cotidianas,  de  la  rígi‐ 
da  grilla  en  la  que  se  la  habría  tratado  (inútilmente)  de 
encerrar?  ¿Y  cómo  aceptar,  en  el  caso  de  Jameson  —y  sobre 
todo  de  acuerdo  con  la  versión  más  desarrollada  de  la  figura 
de  mapas  cognitivos  que  realizó  Edward  Soja—,  la  relación  no 
conflictiva  que  se  propone  entre  la  noción  de  espacio‐poder  de 
Foucault  y  la  descripción  causalista  de  las  etapas  del  capitalis‐ 
mo  de  Mandel.5  Cómo  no  ver  allí  reiterada  con  diez  años  de 
retraso  una  expresión  norteamericana  de  la  “estación  Fou‐ 
cault”,  de  acuerdo  con  la  feliz  fórmula  de  Oscar  Terán:  la  “re‐ 
cepción  de  izquierda”  por  la  cual  en  los  años  setenta  un  sec‐ 
tor  intelectual  en  Latinoamérica  creyó  que  se  podía  procesar 
la  crisis  del  marxismo  y  de  la  política  sin  abandonar  del  todo 
a ninguno de los dos, alineando sin conflicto a Marx con Fou‐

9 Cfr. Edward Soja, Postmodern Geographies, Londres, Verso, 1989.


Posfacio 271

cault  y  generando  “una  nueva.ideología  que  detectaba  micro‐ 


poderes y panópticos por doquier".6

El fin del gran relato o el gran relato del fin.

Pero  los  sucesivos  acercamientos  y  alejamientos,  tanto  de  la 


metáfora  cartográfica  como  de  las  referencias  teóricas,  no  son 
aquí  importantes  para  analizar  la  producción  específica  de  |a‐ 
meson  o  de  De  Certeu,  sino  para  tratar  de  entender  algo  más 
acerca  del  desarrollo  actual  de  los  estudios  culturales  urbanos. 
En  este  sentido,  creo  que  a  partir  de  lo  expuesto  se  pueden 
abrir dos cuestiones.
La  primera  es  la  verificación  de  que  los  estudios  culturales 
urbanos  latinoamericanos  se  han  estado  moviendo,  con  tanta 
libertad  como  imprecisión,  dentro  del  vasto  arco  que  se  tensa 
entre  los  dos  polos  mencionados.  Podrían  tratar  de  encontrar‐ 
se  ciertas  constantes  en  la  lógica  de  la  basculación.  Por  ejem‐ 
plo,  ciertas  matrices,  ya  disciplinares,  ya  ideológicas,  con  mayor 
tendencia  a  uno  u  otro  polo:  es  fácil  notar  una  atracción  ma‐ 
yor hacia el polo antimoderno de los estudios que provienen

6 Oscar Terán, “La estación Foucault”, Punto de Vista n" 43, Buenos Aires,

abril de 1993. Creo que esos diez años de retraso de la “estación Foucault'’
norteamericana deberían ser tomados muy en serio como nueva evidencia
del drama de la cultura académica latinoamericana, condenada a no poder
capitalizar nunca experiencia y conocimiento. No se trata de determinar
quién leyó primero qué, ni de establecer paulas de legitimidad para las re*-
cepciones teóricas, sino de observar que la agenda de lecturas de la acade-
mia norteamericana {tan peculiar como cualquier otra) hoy se impone en
los estudios culturales como rasgo “de izquierda" pero con efecto similar a
otras imposiciones, “de derecha”, de la globalización cultural. Entonces, por
poner el ejemplo más obvio, al compás de los “estudios subalternos” se vuel-
ve a “descubrir" a Gramsci o a Fanón sin reparar en la experiencia histórica,
política y conceptual, que significó la lectura respectiva, décadas atrás, reali-
zada por el pensamiento marxista latinoamericano o la teoría de la depen-
dencia. Y este siempre volver a empezar configura un rasgo estructural de la
cultura periférica, formada por capas desarticuladas, incapaz de una evolu-
ción propia de las ideas, incluso cuando se trata de ideas que han encontra-
do aquí picos de originalidad.
272 Adrián Gorelik

de  la  antropología  en  sus  versiones  populistas,  y  hacia  el  pos‐ 
modemo,  de  la  geografía  o  la  sociología  en  sus  versiones  neo‐ 
marxistas  o  neoestructuralistas.  Pero  son  solo  las  tendencias  de 
base,  ya  que  lo  que  predomina  en  la  superficie  como  caracte‐ 
rística  definitoria  de  los  estudios  culturales  urbanos  es  un  co‐ 
llage  teórico  en  el  que  se  alinean  sin  conflicto  los  autores  más 
diversos  a  través  de  una  lógica  del  desplazamiento  metafórico 
(de  un  nombre  al  otro,  de  una  categoría  a  la  otra)  que  le  debe 
más  a  la  asociación  libre  que  a  un  procedimiento  argumentati‐ 
vo,  Así,  no  es  infrecuente  encontrar  trabajos  en  cuyo  interior 
conviven  alegremente  visiones  diametralmente  opuestas,  de  mo‐ 
do  tal  que  por  momentos  los  imaginarios  urbanos  parecen  pro‐ 
ducirse  en  una  multiplicidad  de  territorios  en  los  cuales  cada 
sujeto  (individual  o  colectivo)  construye  formas  de  identidad  li‐ 
beradas  y  liberadoras  y,  con  pocos  párrafos  de  diferencia,  el  es‐ 
pacio‐poder  gana  una  completa  determinación  sobre  los  suje‐ 
tos,  con  lo  cual  los  imaginarios  urbanos  quedan  redefinidos 
como mecanismos ideológicos de la manipulación.
Enfrentamos  aquí  un  techo  conceptual  de  los  estudios  cul‐ 
turales,  tratado  a  propósito  de  la  “moda  Benjamín”  por  Beatriz 
Sarlo,  en  un  artículo  inspirador  de  muchos  de  estos  comenta‐ 
rios.  Seguramente  estaba  resultando  extraña  la  ausencia  de 
Walter  Benjamín  en  este  recorrido  por  los  lugares  comunes  de 
nuestra  ciudad  cultural,  el  autor  que  más  menciones  debe  ha‐ 
ber  recibido  en  los  últimos  veinte  años.  Por  supuesto,  en  los  es‐ 
tudios  culturales  todo  “itinerario”  o  “relato  espacial"  debe  co‐ 
menzar  con  una  remisión  a  la  figura  del  flanear,  o  a  la  célebre 
cita  de  Infancia  berlinesa  solí  re  la  aventura  de  “perderse"  en  la 
ciudad,  motivos  centrales  en  la  metáfora  cartográfica.  El  lími‐ 
te  teórico  que  señala  Sarlo  es  que  en  estos  usos  ele  Benjamín  se 
tiende  a  presentar  como  conceptos  plenos  lo  que  debería  en‐ 
tenderse como “descubrimientos bajo la forma de la imagen,

7 Beatriz Sarlo, "Olvidar a Benjamin”, Punto de Vista n° 53, noviembre de


1995.
Postado 273

la construcción narrativa o poética de lo histórico", como el flaneur, 
el  coleccionista,  los  espejos  o  la  moda‐  es  una  confusión  que  lleva 
al intento de fijar esas nociones como categorías conceptuales, con 
lo  cual  lo  único  que  se  logra  es  un  simulacro  de  teoría  bajo  la  for‐ 
ma  de  un  léxico  que  actúa  como  contraseña,  pero  que  pierde  to‐ 
da  la  capacidad  iluminadora  del  original.  Esto  podría  plantearse 
también  acerca  de  la  influencia  de  De  Certeau:  ¿qué  puede  signi‐ 
ficar  “retóricas  del  andar"  como  categoría  de  análisis  por  fuera  de 
la  capacidad  evocativa  que  tiene  en  los  propios  textos  del  autor? 
¿Qué curso universitario de estudios culturales enseña a distinguir 
en este tipo de textos su productividad de su escritura?
Lo  cierto  es  que  en  los  estudios  culturales  urbanos  el  fantas‐ 
ma  de  Benjamín  se  pasea  entre  uno  y  otro  polo,  él  mismo  como 
un  flaneur  de  la  teoría,  sirviendo  indistintamente  para  respaldar 
el  caos  vital  de  los  pasos  sin  rumbo  o  las  conceptualizaciones 
más  globales  y  complejas  de  la  metrópoli  capitalista.9  Lamenta‐ 
blemente,  toda  esta  variación  no  habla  de  que  hayamos  ganado 
una  nueva  conciencia  dialéctica  sobre  el  doble  filo  de  la  moder‐ 
nidad,  sino  de  que  los  estudios  culturales  urbanos  son  también 
manifestación  de  la  falta  de  otros  mapas,  teóricos,  y  elevar  el  va‐ 
gabundeo  como  única  instancia  superadora  frente  a  esa  caren‐ 
cia  parece  haber  revelado  su  agotamiento.  Es  decir,  tal  vez  los 
estudios  culturales  sobre  los  imaginarios  urbanos  deban  ser  leí‐ 
dos  hoy  no  tanto  para  entender  la  ciudad  y  la  sociedad  urbanas, 
sino  para  entender  cómo  se  está  produciendo  nuestro  propio 
imaginario urbano, el de la tribu global académica.
La  segunda  cuestión  abierta  por  el  análisis  de  las  figuras  ur‐ 
banas  más  recurridas  se  deriva,  en  verdad,  de  esa  última  sospe‐ 
cha  y  podría  formularse  así:  ¿cuál  es  el  efecto  sobre  el  conoci‐ 
miento  de  la  ciudad  que  genera  este  imaginario  académico?  No 
hace falta afinar mucho el oído para distinguir entre la variedad

8 Con Anahi Ballent y Graciela Silvestri hemos analizado los usos de Ben-

jamín en la cultura urbana entre los años sesenta y el presente, en “Las me-
trópolis de Benjamín”, Punto de Vista n° 45, Buenos Aires, abril de 1993.
274 Adrián Gorelik

de  temas  y  autores  el  bajo  continuo  de  un  diagnóstico:  la  con‐ 
vicción  (para  esta  versión,  auspiciosa)  de  que  la  ciudad  ha  per‐ 
dido  la  ilusión  unívoca  (y  autoritaria)  del  proyecto.  La  celebra‐ 
ción  de  que  un  tipo  de  ciudad  110  existe  más,  ¿Cuál  esa  ciudad? 
Massimo  llardi  la  define  como  “la  ciudad  residencial,  estática, 
productiva,  comunidad  política  natural  habitada  por  las  gran‐ 
des  clases,  los  grandes  sujetos  colectivos,  los  grandes  individuos, 
los  grandes  conflictos,  los  grandes  proyectos ”.9  Es  “la”  ciudad, 
entonces,  “ciudad  concepto”:  otro  de  los  grandes  relatos  caídos; 
quizás  el  más  grande  de  ellos,  el  metarrelato  por  excelencia.  La 
ciudad  real,  en  cambio,  se  habría  quedado  sin  mapas:  es  un  pa‐ 
limpsesto  (otra  figura  reiterada)  que  solo  puede  conocerse  ras‐ 
gando  las  capas  superficiales  de  homogeneidad  social  y  cultu‐ 
ral,  recorriendo  sus  estratos  de  tiempos  y  espacios 
heterogéneos,  para  lo  cual  solo  sirve  atravesarla  y  experimen‐ 
tarla, identificar sus relatos e itinerarios proliferantes.
Queda  impugnado  el  presupuesto  clave  de  la  urbanística 
de  que  son  los  técnicos  quienes  saben  qué  necesita  la  ciudad  y 
la  sociedad  urbana,  porque,  razonablemente,  debía  impugnar‐ 
se  el  presupuesto  de  la  modernidad  ilustrada,  implícito:  que  los 
hombres  serán  libres  cuando  elijan  lo  que  es  racional  desear,  y 
que  el  rol  del  técnico  (como  el  del  político  o  el  intelectual)  es 
eliminar  los  obstáculos  que  les  impiden  a  las  sociedades  saber 
lo  que  es  bueno  para  ellas.  El  impulso  inicial  de  los  estudios  de 
los  imaginarios  urbanos  buscaba,  contra  aquella  aserción,  ha‐ 
cer  presente  lo  que  la  gente  desea  o  siente,  la  multiplicidad  de 
sus  experiencias  frente  a  la  ambición  reduccionista  de  los  pla‐ 
nificadores;  el  caos  de  la  ciudad  real,  es  decir,  de  la  ciudad  vi‐ 
vida  a  través  de  los  imaginarios  y  los  deseos  sociales,  frente  al 
orden  imaginado  del  deseo  técnico.  El  problema  es  no  haber 
advertido  cómo  funciona  ese  mismo  impulso  en  el  presente, 
cuando el pensamiento técnico ya ha internalizado las críticas

9 Massimo llardi, “L’individuo tra  le  macerie della  cittá",  de  La cittá sen 

za luoghi.. Individuo, conflitto, consumo nella metropoli (al  cuidado  de  M. llardi), 
Genova, Costa & Nolan, 1990.
Posfacio 275

posmodernas  en  su  ambición  proyectual  y  las  viene  esgrimien‐ 


do  como  argumento  (a  veces  preocupado,  muchas  otras,  cíni‐ 
co)  de  su  impotencia  frente  al  statu  quo;  citando  el  caos  vital  de 
la  sociedad  urbana  legitima  el  caos  vital  del  mercado  como  úni‐ 
co  mecanismo  de  transformación  de  la  ciudad,  y  el  motivo  cul‐ 
tural  de  la  diferencia  y  la  fragmentación  legitima  el  motivo  po‐ 
lítico de la desigualdad y la fractura.
De  hecho,  más  allá  de  su  productividad  cultural,  al  trasla‐ 
darse  del  contexto  académico  al  político‐técnico  una  noción 
como  la  de  “caos"  no  puede  sino  funcionar  como  coartada:  pa‐ 
rafraseando  a  Rem  Koolhaas,  deberíamos  decir  que  el  único 
papel  de  quien  quiera  pensar  la  ciudad  para  transformarla  es, 
aun  admitiendo  su  carácter  esencialmente  caótico,  sumarse  al 
ejército  de  quienes  intentan  resistir  el  caos,  incluso  para  fraca‐ 
sar  una  y  otra  vez.10  La  culpabilización  de  la  ambición  proyec‐ 
tual  se  ha  transmutado  en  una  autoindulgencia  de  los  técnicos 
por  los  efectos  sociales  perversos  de  las  políticas  urbanas  (o  de 
su  ausencia),  y  los  estudios  culturales  parecen  ofrecer  argumen‐ 
tos  para  ello.  (La  situación  se  está  pareciendo  mucho  a  esas  es‐ 
cenas  en  que  los  propios  criminales  se  aplican  los  argumentos 
de  la  psicología  social  para  autopresentarse  como  víctimas  impo‐ 
tentes  y  no  responsables  del  abuso  social.)  Así  que  en  la  depre‐ 
ciación  generalizada  de  la  idea  de  proyecto  suele  asomar  una 
consistente  matriz  antipública  y  antiintelectual:  la  carencia  de  vi‐ 
siones  unitarias  del  hecho  urbano  se  convierte  en  certeza de  que 
toda  visión  pública  que  respalde  una  intervención  global  debe 
ser  entendida  como  ejercicio  y  representación  del  poder;  y  las  li‐ 
mitaciones  del  pensamiento  proyectual  que  alerta  contra  el  dete‐ 
rioro  urbano  se  convierten  en  meras  astucias  de  la  razón  en  de‐ 
cadencia,  Entonces,  la  imposibilidad  de  pensar  el  cambio 
comienza  a  aparecer  como  ventaja  y  el  diagnóstico  se  convierte 
en programa, porque más que un diagnóstico razonado es el

10 Rem Koolhaas, “Más que nunca la ciudad es todo lo que tenemos”,

Buenos Aires, Arquis, 1995.


276 Adrián Gorelik

suelo  mismo  de  nuestras  principales  creencias  y  de  todo  el  edi‐ 
ficio  metafórico  del  que  se  nutrieron  los  estudios  culturales  ur‐ 
banos,  Ya  no  es  un  diagnóstico  que  sacude  el  sentido  común 
sobre  la  ciudad  de  su  sopor  modernista,  sino  un  nuevo  sentido 
común  que  se  autorreproduce  y  generaliza  sin  ninguna  posibi‐ 
lidad de interpelar alguna realidad específica.
Lo  cierto  es  que  la  funcionalidad  de  estos  estudios  para  un 
tipo  ele  política  urbana  muy  actual  puede  ser  entendida  como 
un  síntoma  de  los  nuevos  mitos  que  hoy  circulan  en  las  políti‐ 
cas  municipales,  con  su  énfasis  en  el  valor  identitario  de  las  in‐ 
tervenciones  puntuales  de  vaga  apelación  cultural  comunitaria, 
como  si  pudiera  haber  reparación  simbólica  ante  la  ausencia 
pasmosa  de  voluntad  de  transformación  de  la  metrópoli  en  un 
territorio  más  democrático  y  más  justo.  Sobre  todo,  sin  perca‐ 
tarse  (u  ocultando)  que  en  nuestros  contextos  latinoamerica‐ 
nos  las  políticas  puntuales  de  “preservación”  o  “rescate  cultural” 
derivan  necesariamente  en  la  estetización  de  guetos,  cuando  se 
trata  de  sidos  fuera  de  los  circuitos  interesantes  para  el  capital, 
o  en  producciones  escenográficas  para  la  gentrificacion  y  el  con‐ 
sumo  turístico  con  brutales  reemplazos  de  población,  cuando 
se  trata  de  sitios  expectantes  para  la  economía  urbana.  El  argu‐ 
mento  de  la  identidad  territorial  se  despliega  hoy  en  multipli‐ 
cidad  de  efectos,  apareciendo  como  respaldo  tanto  de  la  frag‐ 
mentación  cultural  como  de  las  políticas  de  descentralización 
que  realizan  el  sentido  común  democratista  por  el  cual  smatt  is 
beautiful,  aunque  su  correlato  suele  ser  el  desmantelamiento  de 
los restos de las políticas públicas de bienestar.
Néstor  García  Canclini  ha  identificado  en  varios  trabajos 
la  complejidad  de  estos  procesos,  interrogándose  acerca  de 
los  roles  que  en  ellos  pueden  jugar  las  propias  categorías  de 
análisis;  se  trata  de  uno  de  los  pocos  estudiosos  de  los  imagi‐ 
narios  urbanos  preocupado  al  mismo  tiempo  por  la  renova‐ 
ción  conceptual  y  por  sus  efectos  en  el  conocimiento  y  la 
transformación  de  las  ciudades  latinoamericanas:  un  modo 
de mantener vigente la tradición intelectual mencionada al
Posfacio 277

comienzo,  reuniendo  imaginarios  e  imaginación  en  tiempos 


de crisis de las convicciones modernistas.
Así,  un  diagnóstico  sobre  la  crisis  y  estallido  del  espacio  pú‐ 
blico  de  la  ciudad  de  México  no  puede  eludir  la  pregunta  so‐ 
bre  el  modo  de  valorarlo:  ¿se  debe  lamentar  que  la  ciudad  se 
quede  sin  mapa?  Para  responder,  García  Canclini  distingue  en 
primer  lugar  entre  las  ciudades  europeas  y  las  latinoamerica‐ 
nas,  La  imagen  celebratoria  que  valora  la  dispersión  y  la  multi‐ 
plicidad  como  fundamento  de  una  vida  más  libre  tiene  un  sen‐ 
tido  cuando  aparece  en  ciudades  que  vienen  de  un  largo 
período  de  planificación  que  reguló  el  crecimiento  urbano  y  la 
satisfacción  de  las  necesidades  sociales  básicas,  de  modo  tal  que 
la  pérdida  de  poder  de  los  órdenes  totalizadores  puede  verse 
como  parte  de  una  lógica  de  descentralización  democrática.  En 
cambio,  en  ciudades  que  tradicionalmente  padecieron  creci‐ 
miento  caótico,  caracterizadas  por  un  uso  depredatorio  del  am‐ 
biente  y  por  la  existencia  de  masas  excluidas  al  borde  de  la  so‐ 
brevivencia,  una  política  de  radicalización  de  la  diseminación 
llava  el  alto  riesgo  de  hacer  explotar  las  tendencias  desintegra‐ 
doras  y  destructivas,  con  el  resultado  de  mayor  autoritarismo  y 
represión.  De  modo  tal  que,  en  estas  ciudades,  una  verdadera 
democratización  debería  apostar  a  que  se  “rehaga  el  mapa,  el 
sentido global de la sociabilidad urbana”.11

Recuperar la crítica.

No  es  eso  lo  que  ha  venido  ocurriendo  en  ciudades  como 
Buenos  Aires,  donde  en  la  última  década  gobernantes  y  técnicos 
de  diferente  color  político  se  han  especializado  en  hacer  la  mí‐ 
mica  de  los  discursos  de  las  renovaciones  urbanas  europeas 
mien‐ 
tras  favorecían  por  igual  la  formación  de  un  paisaje  completa‐ 
mente novedoso de fractura social y urbana. Así, las poéticas del

11 Néstor García Canclini, “México 2000: ciudad sin mapa. Desurbanización,

patrimonio y cultura electrónica” México, (mimeo), 1990.


278 Adrián Gorelik

fragmento  que  en  Europa  habían  permitido  reintegrar  los  cen‐ 


tros  tradicionales  al  espacio  urbano  y  ciudadano  a  través  de  po‐ 
derosas  políticas  públicas,  sirvieron  aquí  (y  en  muchas  otras  ciu‐ 
dades  de  Latinoamérica)  de  mera  coartada  para  justificar  el 
quiebre  de  la  ciudad  y  la  sociedad.  La  crisis  de  la  ciudad  se  acom‐ 
pañó  de  una  crisis  de  las  ideas  para  pensarla,  y  el  recorrido  dis‐ 
traído  del  fláneur,  la  lectura  “a  contrapelo"  de  los  productos  de 
la  más  crasa  realidad  del  mercado  (léase  el  shopping,  o  el  kitsch 
de  los  pobres  urbanos),  la  atención  a  las  prácticas  desterritoria‐ 
lizadas  o  la  búsqueda  de  identidades  tribales  en  cada  esquina,  es 
decir,  la  difusión  de  las  novedosas  herramientas  provistas  por  los 
estudios  culturales,  no  implicaron  más  una  liberación  del  pro‐ 
yecto  autoritario  de  la  modernidad,  sino  un  respaldo  al  destino 
dictado por la economía de mercado como ideología única.
Ver  a  la  distancia  de  más  de  una  década  el  modo  en  que  se 
aferraron  a  esos  discursos  los  arquitectos  y  urbanistas  encarga‐ 
dos  de  darle  forma  urbana  a  esa  modernización  (arquitectos  y 
urbanistas  que.  como  señalaba  Arantes,  las  más  de  las  veces  te‐ 
nían  orígenes  progresistas),  no  puede  sino  alertar  sobre  los  ro‐ 
les  de  !a  reverberación  de  motivos  entre  la  crítica  cultural  y  la 
urbanística;  sobre  la  funcionalidad  de  categorías  en  las  que  es 
imposible  no  reconocerse.  Pero,  además,  al  margen  de  esa  fun‐ 
cionalidad  cínica  (de  la  cual  110  hay  por  qué  responsabilizarse), 
debe  alertar  la  dificultad  de  la  tradición  de  los  estudios  cultu‐ 
rales  para  pensar  de  un  modo  diferente  la  nueva  realidad,  pa‐ 
ra  proponer  otras  claves  de  lectura,  para  reaccionar  frente  a  los 
efectos  políticos  de  su  mirada.  No  se  puede  seguir  enarbolan‐ 
do  el  poder  liberador  de  los  imaginarios  frente  al  control  de  las 
intervenciones  públicas,  cuando  el  problema  es  que  nos  hemos 
quedado  sin  intervenciones  públicas;  cuando  el  nuevo  modo 
social  y  urbano  apuntala  la  proliferación  de  universos  incomu‐ 
nicados  a  los  que  se  les  niega  toda  intervención.  En  realidad, 
lo  que  se  hace  evidente  es  que  en  el  tema  urbano  —un  tema 
en  que  la  circularidad  entre  representación  y  realidad  hace  im‐ 
prescindible un juicio político sobre el rol de las representado‐
Posfacio 279

nes—,  los  análisis  culturales  tienden  a  seguir  recorriendo  sin 


mayores  conflictos  el  carril  probado  de  la  crítica  a  los  paráme‐ 
tros  modernistas  de  la  ciudad,  sin  advertir  que  el  fin  del  ciclo 
expansivo  de  la  modernidad  construyó  precisamente  una  ciu‐ 
dad  no  modernista,  y  que  en  el  camino  la  cultura  urbana  se  ha 
quedado  sin  instrumentos  (en  principio,  sin  Estado)  no  sólo 
para intervenir en la ciudad, sino para pensar en ella.
De  todos  modos,  no  querría  que  se  entendieran  estas  notas 
como  una  apelación  a  la  vuelta  de  un  tipo  de  crítica  “construc‐ 
tiva”;  toda  mí  formación  ideológica  y  académica  se  realizó  ins‐ 
pirado  por  las  batallas  contra  lo  que  en  arquitectura  y  arte  se 
llamó  la  “crítica  normativa",  y  sigo  pensando  que  el  verdadero 
rol  del  crítico  no  es  ofrecer  recetas  positivas.  De  hecho,  parece 
más  vigente  que  nunca  la  definición  de  crítica  (de  clara  inspi‐ 
ración  benjaminiana)  que  dio  una  vez  Tafuri:  la  tarea  de  la  crí‐ 
tica  es  colocar  al  creador  (el  técnico  o  el  artista)  en  un  cuarto 
en  el  que  no  parece  haber  ni  puertas  ni  ventanas,  para  llenar‐ 
lo  de  agua  hasta  ahogarlo.  No  por  espíritu  “negativo”,  sino  pa‐ 
ra  que  el  creador  descubra  que  el  cuarto  en  realidad  no  tiene 
paredes  ni  techo,  es  decir,  que  no  existe  ningún  cuarto,  y  de  tal 
manera  se  vea  obligado  a  inventar  un  nuevo  espacio.*2  El  pro‐ 
blema  es  que  los  estudios  culturales  sobre  los  imaginarios  ur‐ 
banos  parecen  haber  construido  no  un  cuarto  cerrado,  sino 
una  pileta  de  natación  de  aguas  calmas  donde,  en  plena  trans‐ 
formación  turbulenta  de  la  ciudad,  la  imaginación  urbana  na‐ 
da en su impotencia.

12 Manfredo Tafuri, “Entrevista”, Materiales n ° 3, Rucaos Aires, PEHCH, 

1983, Puede leerse también en la sección de Arquitectura de la página web


de Punto de Vista: wvw.bazaramericano.com.

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