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La ciudad industrial

El último y fundamental cambio que han sufrido las ciudades en los tiempos modernos ha sido
ocasionado por esa compleja serie de acontecimientos que se ha llamado la revolución industrial;
aunque en realidad no sólo ha sido estrictamente industrial, sino también una revolución en la
agricultura, en los medios de transporte y de c omunicación y en las ideas económicas y sociales.

Como preparación doctrinaria a esta revolución en los sistemas y formas de producción, surgió en
Inglaterra un movimiento filosófico-social cuyas principales figuras fueron Adam Smith (1723-1790),
Jeremías Bentham (1748-1832) y Stuart Mili (1806-1873), cuyas doctrinas constituyeron la base
ideológica del nuevo desarrollo industrial y capitalista

Los postulados del utilitarismo cantado por Jeremías Bentham partían de la noción de que la
Providencia regía la armonía económica siempre que el hombre no interviniese demasiado
torpemente en el desarrollo interno de la misma

La industria venía a ser el sistema autorregulador que lograba el equilibrio movidas por energía
hidráulica y, por consiguiente, no se hallaban concentradas en puntos determinados, sino extendidas
a lo largo de corrientes fluviales en los sitios en que era posible el establecimiento de molinos el
desarrollo industrial, para que prosperara, tuvo que coincidir con la extensión cada vez mayor de los
mercados económicos.

Pudo desarrollarse el industrialismo británico de los textiles gracias precisamente al imperialismo, que
había abierto un ancho mercado para todos estos productos.
Ahora, con la máquina de vapor, podía lograrse una concentración puntual, es decir, agruparse las
factorías en sitios determinados, lo que dio lugar al fabuloso crecimiento de las grandes ciudades
industriales

«Manchester and Liverpool Railway» son las primeras ciudades insutriales. Junto con la división del
trabajo, la mecanización y la posibilidad de obtener fuentes de energía, el desarrollo de los medios de
transporte fue otro de los factores fundamentales para que prosperara el industrialismo y, con ello,
los grandes centros fabriles

El transporte era precisamente el instrumento que permitía la expansión del mercado económico,
imprescindible para esta producción en masa. El sistema industrial dependía del transporte, tanto
para la aportación de materias primas como para la distribución a los consumidores del producto
terminado. Antes de la invención de la máquina de vapor el transporte pesado tenía que servirse de
las vías marítimas y fluviales

Las ciudades con puerto, debido a las facilidades que éstos proporcionaban al comercio, adquirieron
un desarrollo inusitado, llegando a ser centros de conjunción de las principales vías, tanto marítimas
como terrestres. Así crecieron Liverpool, Londres, Hamburgo, Amberes, Nueva York y Baltimore.

Tratado casi como una mercancía en esta primera época, áspera y seca, del industrialismo. Era
necesario tener a disposición un amplio stock humano, y cuanto más desvalido y miserable, mejor, ya
que podía contratarse su trabajo en condiciones más favorables para el patrono.
El procedimiento más sencillo para rebajar el costo de un producto era, indudablemente, rebajar los
sueldos de los obreros.

Por consiguiente, puede decirse que la revolución industrial afectó en vasta escala a todo el
desarrollo urbano. Nos referimos, claro está, a las grandes ciudades cuya población excedía de los
100.000 habitantes

Esta revolución, como hemos repetido sucesivamente, dejó inermes las ciudades ante la tiranía de los
instrumentos de la producción. Las factorías fueron las dueñas y señoras del suelo urbano y
suburbano. Se colocaban en el punto más conveniente y más fácil de encontrar para su servicio. Si era
necesario establecer una central térmica, para eso estaban las márgenes inmediatas de los ríos,
aunque luego el humo y el acarreo del carbón destrozaran parajes que podían haber sido de gran
belleza natural

Se estableció todo, sin ningún plan orgánico, siguiendo la ley del mínimo esfuerzo, ya que se
consideraba que todo aquello que facilitara la promoción industrial era de por sí bueno para el
bienestar y progreso de las naciones. Sólo mucho más adelante se comprendería lo erróneo de un
planteamiento originado por una visión simplista y de corto alcance.
La violenta apropiación espacial llevada a cabo por la industria supuso para la estructura urbana una
verdadera catástrofe, mientras que a los pocos años no representaba tampoco ninguna
ventaja para ella.

Con las factorías y todos sus establecimientos anejos, destacan en la ciudad industrial los llamados
barrios obreros, construidos por la ineludible necesidad de albergar a la mano de obra. En sus
principios, estos barrios obreros, que los anglosajones llaman slums, se desarrollaron en condiciones
verdaderamente ínfimas para la vida humana. Son famosos los primeros slums neoyorkinos: las filas
de casas del «Railroad Plan» de 1850 con pocas luces a la calle y a un infecto patio trastero. A esta
solución inhumana siguieron otrascon pequeños patios intermedios, las llamadas «Dumbbell houses»,
que no eran más que un ligero alivio en medio de la subsistente gravedad

El siglo xix, a la vez que trajo la revolución industrial, preparó la revolución social, que si no se desató
en forma catastrófica en los países industriales avanzados, como creía Marx, se mantuvo siempre
amenazante sobre la sociedad, hasta que aquellas condiciones infrahumanas fueron dando paso a
otras más benignas, gracias a la labor de reivindicación de las Trade Unions y los Sindicatos

Uno de los primeros fue Robert Owen, propietario de una fábrica de textiles, que en 1816 planeó una
ciudad de tipo colectivo, que combinaba la industria y la agricultura y que se sostendría
económicamente así misma. Es la anticipación de las ciudades-jardín del siglo xx nacidas de las ideas
de Ebenezer Howard que, como ejemplo, fundó las de Letchworth (1903) y Welwyn, que todavía
subsisten y gozan de una vida próspera.

Con estas fundaciones se intentó borrar el penoso recuerdo de las llamadas Company Towns, es decir,
las ciudades de las compañías, que han sido una de las consecuencias más tristes del período
industrial. Estas ciudades se establecían en los lugares de extracción de lasmaterias primas: minas,
bosques, etc. Los que allí habitaban, en cabañas y chozas, no tenían derechos civiles ni instituciones
ciudadanas de ninguna clase. Vivían sujetos a la tiranía de un agente de la compañía, del que
dependían para todas sus necesidades.

la Ciudad Lineal, supone la contribución más original de España al urbanismo en el siglo xix, ha sido
más estimada en el extranjero que por nosotros. Es una fórmula, la de la Ciudad Lineal, que da una
oportunidad de circunstancias análogas a todos los solares; que resuelve las comunicaciones con una
vía única; que. permite una prolongación indefinida; y que pone la ciudad en estrecho contacto con el
campo, ya que su carácter lineal no permite la concentración de edificaciones de espaldas a él.

los urbanistas del siglo xix se atienden en la mayoría de los casos al trazado de cuadrícula
con aridez y monotonía exasperantes,' consecuencia de un espíritu estrictamente utilitario
Hemos visto que la cuadrícula apareció en los trazados hippodámicos como
resultado del racionalismo griego; que luego la utilizaron los romanos por razones militares y por
necesidad de la colonización, como lo hicieron después los españoles en América. En el siglo xix se
vuelve a emplear, pero por otras causas: exclusivamente por motivos de economía utilitaria, de
especulación de terrenos.

Enormes fortunas se cimentaron sobre esta es


peculación de terrenos, que en pocos años dejaban de ser tierras de labor para convertirse en
solares.Cualquier oficina municipal o cualquier negociante de solares podía llevar a cabo la
parcelación y estimar de una manera matemática su futuro rendimiento; las escrituras de
compraventa eran fáciles, y al replanteo de los lotes sobre el terreno le pasaba lo mismo. El régimen
capitalista, desarrollado como palanca para el aprovechamiento de los recursos naturales, se utilizó
también para la explotación del suelo. Grandes compañías o grandes capitalistas entraron en juego, y
los valores del terreno crecieron en proporción antes desconocida.

Los postulados del utilitarismo y de la libre competencia, ofrecidos como instrumentos a la voracidad
de los especuladores, produjeron los aspectos negativos del urbanismo decimonónico, destructor de
la evolución biológica de la ciudad a través de los siglos.

Al lado de la ciudad industrial se levanta orgullosa la ciudad de la burguesía liberal, deseosa de


demostrar el poder y las esclarecidas luces de una clase dominante. Podría decirse que el árbol
frondoso de las más bellas estructuras urbanas burguesas hundía sus raíces en las zonas subterráneas
y turbias de los slums, de los pavorosos suburbios industriales donde se hacinaban los trabajadores.
De aquellas tinieblas, como de las profundidades de la tierra, provenía la savia que luego fructificaba
en grandes avenidas resplandecientes de luz, en plazas ornamentadas con los monumentos a los gran
des líderes del progreso, en grandiosos edificios representativos, en palacetes y zonas residenciales
que respiraban desahogo y distanciamiento

La ciudad, partida en esta cruel dicotomía, era la mejor imagen de las contradicciones de la burguesía
liberal. Una fe decidida en el progreso, en la inagotable potencialidad de los medios de producción, en
las conquistas cívicas de un Estado que ha alcanzado, por fin, una ética estable basada en la igualdad
de derechos, eran los aspectos positivos por los que la burguesía liberal se sentía justamente ufana.
La ciudad burguesa en sus centros representativos, en sus zonas residenciales de alto nivel social,
expone estos valores en estructuras estables y coherentes, en arquitecturas que, por encima de otro
designio, quieren hacer valer y afirmar su dignidad.

En efecto, si la burguesía no hubiera sustituido a la aristocracia en el gobierno de la sociedad, acaso el


eclecticismo no hubiera tenido lugar, o por lo menos su desarrollo hubiera sino infinitamente menor.
La burguesía liberal se acreditó como gran constructora de ciudades; y si sus creaciones artísticas
individuales no rayan a gran altura, supo organizar admirablemente las ciuda
des que son y deben ser empresas colectivas.

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