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neurosis obsesiva
(1909)
– Sigmund Freud –
Introducción
El contenido de las siguientes paginas es doble:
En primer lugar: un caso de neurosis obsesiva que pudo incluirse entre
los de considerable gravedad por su duración, sus dañinas consecuencias y su
apreciación subjetiva, y cuyo tratamiento (un año) alcanzó el restablecimiento
total de la personalidad y la cancelación de sus inhibiciones.
En segundo lugar: algunas indicaciones aforísticas sobre la génesis y el
mecanismo mas fino de los procesos anímicos obsesivos.
No es cosa fácil entender una neurosis obsesiva; es mucho más difícil lograrlo
que en un caso de histeria. El medio por el cual la neurosis obsesiva expresa
sus pensamientos secretos, el lenguaje de la neurosis obsesiva, es solo un
dialecto del lenguaje histérico. No contiene aquel salto de lo anímico a la
innervación somática que nunca podemos nosotros acompañar
conceptualmente.
Los neuróticos obsesivos graves se someten a tratamiento analítico mas
raramente que los histéricos.
B. La sexualidad infantil
Su vida sexual empezó muy temprano, en su cuarto o quinto año. Tenían una
gobernanta joven, muy bella, la señorita Peter. Cierta velada yacía ella,
ligeramente vestida, y le pidió permiso para deslizarse bajo su falda. Lo
permitió, siempre que él no dijera nada. Le toco los genitales y el vientre. Le
quedó una curiosidad ardiente, atormentadora, por ver el cuerpo femenino.
En su sexto año había otra señorita, también joven y bella, que tenia abscesos
en las nalgas y al anochecer solía estrujárselos. Él acechaba para saciar su
curiosidad.
A los siete años escuchó mientras estas conversaban, que la señorita Lina
decía: “Con el pequeño es claro que una lo podría hacer, pero Paul es
demasiado torpe, seguro que no acertaría”. No entendió a qué se referían, pero
sí entendió el menosprecio y empezó a llorar.
Ya a los 6 padecía de erecciones y sabe que una vez acudió a su madre para
quejarse. Por entonces tuvo durante algún tiempo la idea enfermiza de que los
padres sabrían sus pensamientos, lo cual se explicaba por haberlos declarado
sin oírlos él mismo. Ve allí el comienzo de la enfermedad. Había personas que
le gustaba mucho ver desnudas. Pero a raíz de ese desear tenia un
sentimiento ominoso, como si por fuerza hubiese de suceder algo si él lo
pensaba, y debía hacer toda clase de cosas para impedirlo.
Su temor era que “su padre moriría”.
Su padre, por quien se inquietan sus temores obsesivos de hoy, ha muerto
hace ya varios años.
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El tío había exclamado: “Otros maridos se lo permiten todo, y yo he vivido sólo para esta
mujer”. Nuestro paciente supuso que el tío aludía a su padre y ponía bajo sospecha su fidelidad marital.
inconsciente reprimido son los elementos que sostienen al pensar involuntario
en que consiste el padecer de él.
En la sesión siguiente relata cómo después de los siete años había tenido la
angustia de que sus padres le colegian los pensamientos, y esto le ha
persistido el resto de su vida. A los doce años de edad amaba a una niña, la
hermana de un amigo. Pero ella no era con él todo lo tierna que él deseaba. Y
entonces le acudió la idea de que ella le mostraría amor si a él le ocurría una
desgracia que podía ser la muerte de su padre. Rechazó esta idea enseguida y
enérgicamente. Aun ahora se defiende de la posibilidad de haber exteriorizado
con ello un “deseo”. La idea de la muerte del padre no se presentó por primera
vez en ese caso. Venia de antes. Un idéntico pensamiento le acudió medio año
antes de la muerte de su padre. Ya estaba enamorado de aquella dama, pero a
causa de impedimentos materiales no podía pensar en una unión. Este fue el
texto de la idea: Por la muerte del padre, acaso él se vuelva tan rico que pueda
casarse con ella. Después fue tan lejos en su defensa contra esa idea que
deseó que el padre no dejara nada en herencia a fin de que ninguna ganancia
le compensara esa terrible perdida. Una tercera vez le acudió la misma idea. El
día anterior a la muerte del padre. Pensó: “Ahora es posible que pierda al ser a
quien más amo”; y contra eso vino la contradicción: “No, existe todavía otra
persona cuya perdida te sería aun más dolorosa”. Esta totalmente seguro de
que la muerte del padre nunca puede haber sido objeto de su deseo; siempre
fue un temor. Semejante angustia corresponde a un deseo que una vez se
tuvo, ahora reprimido; por eso uno no puede menos que suponer exactamente
lo contrario de lo que él asegura. Le asombra que fuera posible en él ese
deseo, siendo que su padre era para él el mas amado de los hombres.
Justamente ese amor intenso es la condición del odio reprimido. El mismo gran
amor no admite que el odio, que por fuerza ha de tener alguna fuente,
permanezca conciente. Es un problema averiguar de dónde proviene este odio.
Por qué el gran amor no ha podido extinguir el odio. Cabe suponer que el odio
se conecta con una fuente que lo vuelve indestructible. Así, por un lado, un
nexo de esa índole protegería del sepultamiento a odio contra el padre, y por el
otro, el gran amor le impediría devenir – conciente, de modo que sólo le
restaría la existencia en lo inconsciente.
Prosigue en que él ha sido el mejor amigo de su padre, salvo unos pocos
ámbitos donde padre e hijo solían disentir. La intimidad entre ellos ha sido
mayor que la que ahora él tiene con su mejor amigo. Es cierto que ha amado
mucho a aquella dama por cuya causa relegó al padre en la idea, pero con
relación a ella nunca movió unos genuinos deseos sensuales, como los que
llenaron su infancia; sus mociones sensuales han sido mucho más intensas en
la niñez que en la pubertad. La fuente de la hostilidad contra el padre obtiene
su indestructibilidad pertenece evidentemente a los apetitos sensuales, a raíz
de los cuales ha sentido al padre como perturbador. Las pausas se dieron en él
porque a consecuencia de la prematura explosión de su sensualidad le
sobrevino al comienzo una considerable contención de ella. Solo cuando
volvieron a instalársele unos intensos deseos, aquella hostilidad reafloro.
En la sesión siguiente, él retoma el mismo tema. Dice no poder creer que haya
tenido alguna vez ese deseo contra el padre. Es para nosotros algo consabido
que a los enfermos su padecer les procura una cierta satisfacción, de suerte
que todos se muestran parcialmente renuentes a sanar.
Quiere hablar ahora de una acción criminal que recuerda con toda precisión:
Con su hermano menor, ha reñido mucho cuando niño. Fuera de eso se
querían mucho. Tras una oportunidad, antes de los 8 años, hizo lo siguiente:
Tenían unas escopetas de juguete; cargó la suya con el taco y le dijo que debía
mirar adentro del caño, pues vería algo, y cuando se puso a mirar adentró le
disparó. Le dio en la frente y no le hizo nada, pero su propósito había sido
causarle grave daño. Se puso entonces totalmente fuera de sí, se arrojó al
suelo y se pregunto: “¿Cómo he podido hacer eso?” Pero lo hizo. Sabe aun de
otras mociones de la manía de venganza contra aquella dama a quien tanto
adora. Quizá ella se reserva toda para aquel al que habrá de pertenecer alguna
vez; a él no lo ama. Cuando estuvo seguro de ello, se le plasmó una fantasía
conciente: se haría muy rico, se casaría con otra, y luego visitaría con ella a la
dama para mortificarla. Pero debió confesarse que la otra, su esposa, le
resultaba por completo indiferente; y se le volvió claro que esa otra debía morir.
También en esta fantasía encuentra el carácter de la cobardía, que le parece
tan horroroso.
La enfermedad se ha acrecentado desde la muerte de su padre, y yo le
reconozco al duelo por el padre como la principal fuente de la intensidad de
aquella. El duelo ha hallado en la enfermedad una expresión patológica.
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El ser humano busca en estas formaciones de la fantasía sobre su primera infancia, borrar la
memoria de su quehacer autoerótico, elevando sus huellas mnémicas al estadio del amor de objeto. De
ahí, en esas fantasías, la abundancia de seducciones y atentados, cuando verdaderamente la realidad se
limita a un quehacer autoerótico y a la incitación para este mediante ternuras y castigos.
El contenido de la vida sexual infantil consiste en el quehacer autoerótico de los componentes
sexuales predominantes, en huellas de amor de objeto y en la formación de aquel complejo que uno
podría llamar complejo nuclear de la neurosis, que abarca las primeras mociones tanto tiernas como
hostiles hacia los padres y hermanos, después que se ha despertado el apetito de saber del pequeño, las
mas de las veces la llegada de un nuevo hermanito.