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Esta es la historia del amigo de una amiga.

Había una vez una familia conformada por dos hijas, la mamá y el papá. Todos estaban en sus roles, las hijas

estudiando y los padres trabajando. Sin embargo, la rutina no tardó en hacer de las suyas. La rutina fue
sofocando a la familia, sobre todo a los padres que ya eran algo mayores.

El amor se acabó, pensó una de las hijas, la otra hija no aceptaba, y simplemente se quedaron sin decir una
palabra mientras los padres no dejaban de discutir y de dejar de amarse. Pronto aparecería otro problema,

pues una aferrada había llegado. ¿Quién es esa? Decía la madre y las hijas,

Es mi nueva esposa y la futura madre de mis hijos, ya me cansé de tanta rutina, de que estés vieja mujer, de

que las niñas no hagan nada, me largo junto con una mujer que complace mis deseos al pie de la letra.

Ese día papá se fue con su nueva mujer y dejó a las niñas desoladas, sin amor de padre y con el dolor de

madre. El padre, sin darse cuenta, se había gastado todo el dinero en su nueva novia sin saber que a la semana
le sería infiel con un hombre más portado, y con la vergüenza de regresar con sus hijas, decidió solo darles el

dinero, pero no volver con ellas.

Pasaron los años, las niñas crecieron sin figura paterna. Una de ellas conseguía grandes logros al igual que la

otra. Sin embargo, esta última se quería ir por otro camino. La mamá, con el peso de ser ambos padres, cada
vez podía estar más presente y las niñas que ya eran adolescentes.

La última, cuando se quería ir con sus supuestos amigos, quienes no eran los mejores, se encontró con su
padre, triste, abatido por la culpa y sufrimiento sin poder estar con la mujer que le hizo tantos sacrificios, y sin

las niñas de sus ojos. Lloró al verla. De la misma manera la hija, que sin dudarlo fue a abrazarlo. Ambos
comentaron sobre sus vidas, mientras se sentaban junto con el otro.

Ya anocheciendo, ella le preguntó si no quería volver a su casa después de todo lo que había pasado, con la
culpa detrás, él no quería ir, pero gracias a los "por favor" de su princesa, decidió al menos ir a saludar.

Nada más entrar y ver a su hija y a su entonces hermosa mujer, que no había detenido ver en años, volvió a

llorar, mientras abrazaba a sus dos hijas que lo acompañaban en su dolor. La madre, al verlos, no podía
hacerse a un lado y, a pesar del pasado, fue a acompañarlos en un tierno abrazo familiar.

Al hablar, ya todos calmados, fue que los padres se levantaron. La madre le dijo que ella ya no podría volver a
amarlo, no sería posible, pero lo perdonaba y dejaría que recuperara el tiempo perdido con sus hijas, que les

dé ese amor que ni por la maldita rutina debió haber dejado en casa.

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