Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Las puertas fueron cerradas y selladas. Se apagaron las luces. Se colocaron guardas para
prevenir el reingreso. El hombre, quien estuvo residiendo allí, ahora se esconde entre los
arbustos. Una explosión más poderosa que un trillón de bombas nucleares había
retumbado allá dentro, para separar al hombre de su Dios. La bomba fue el pecado; la
muerte fue la consecuencia. Adán y Eva habían sido expulsados del Paraíso.
La comunión perfecta con su Creador se había perdido. Debido a sus malas decisiones, sus
descendientes sufrirían las consecuencias de su caída.
Cuando tenga un espacio, aparte unos cuantos minutos y vuelva a leer la descripción del
bello jardín donde vivían nuestros padres antes de elegir el pecado (Gén. 2:8-17).
Debido a que Adán y Eva eligieron desobedecer a Dios, el hombre perdió el derecho a
acceder al árbol de la vida. El pecado lo había separado de Dios.
Predicamos, no porque el hombre puede llegar a perderse, sino porque ya está perdido. Y
si muere en sus pecados, no podrá ir al cielo (Juan 8:24-28).
En el momento más oscuro de la joven historia del hombre sobre la tierra, cuando parecía
que se había perdido toda esperanza, Dios en su gracia anunció que enviaría a Su Hijo al
mundo para salvar a los pecadores. Esta es la promesa de la simiente en Génesis 3:15, “Y
pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya;
esta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”.
Esta es la primera profecía acerca de Cristo. Pablo explicaría un tiempo después, “Ahora
bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las
simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la
cual es Cristo” (Gál. 3:16).
Jesucristo es la solución al problema del pecado en el hombre. Así que, Él es el núcleo del
contenido de la predicación. Si no existiera el pecado en el mundo, si Satanás no fuera un
enemigo mortal, si el hombre pudiera resolver por sí mismo el problema del pecado, no
habría necesidad de predicar el evangelio. La predicación de la cruz es el camino de Dios
para invitar a los hombres a reconciliarse con Él. La paz, que una vez fue rota por el
pecado, puede ser restablecida por medio de la cruz.
Sin embargo, el pecado no se toma en serio en nuestros días. Hace unos veinte años, el
Dr. Carl Menninger escribió un libro titulado: Whatever Happened to Sin? [¿Qué pasó con
el Pecado?]. Esa es una buena pregunta, la cual tiene aún más relevancia hoy, que hace
veinte años.
Considere el vocabulario que se usa en los medios de comunicación para referirse a lo que
la Biblia llama pecado:
La Misión
Los predicadores que piensan que su labor primaria está relacionada con funciones
secretariales o hacer diligencias, perderán el fuego por la predicación evangelística. El
fuego de la predicación evangelística solo puede ser alimentado por el combustible que
genera la búsqueda constante de oportunidades para cumplir la labor de liberar al hombre
del pecado, mediante la proclamación del evangelio.
Como predicadores nuestra misión es la liberación. Los pecadores son esclavos del pecado
(Rom. 6:15-23). No es posible que el hombre escape de la prisión del pecado utilizando sus
propias capacidades.
La misión de Jesús en este mundo pecaminoso y hostil fue liberar a los pecadores:
“Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”
(Luc. 19:10). “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para
servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mar. 10:45).
Las palabras de Jesús en Juan 8:32-36 no pueden enfatizarse demasiado. Ellas prometen
liberación del pecado. Sin embargo, los judíos estaban tan cegados por sus pecados y
prejuicios que rechazaron al único Salvador. Los líderes judíos, el pueblo y toda la
humanidad, estaban en pecado y necesitaban desesperadamente la libertad que sólo Él les
podía proveer. “De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado,
esclavo es del pecado” (Juan 8:34). Cristo era y es la única puerta hacia la libertad del
pecado. “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36).
Las buenas noticias abren las puertas de la prisión del pecado. Los que antes eran
prisioneros ahora caminan en la preciosa luz como nuevas criaturas en Cristo Jesús; las
viejas cosas pasaron, y ahora todas son hechas nuevas. Se ha alcanzado la paz con Dios.
En Cristo, la libertad total es real. Los pecadores pueden cantar: “¡Sí, salvo soy! ¡Sí, salvo
soy, por la sangre de Cristo, mi Señor!”
Un breve análisis de cuán completa es la liberación del pecado debería generar fuego en
nuestros huesos para ser predicadores bíblicos. La libertad no es temporal, condicional,
especulativa o alquilada. Es la remisión de todos los pecados: “…porque perdonaré la
maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado” (Jer. 31:34).