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Kathleen Richardson, “Paralelismos entre la prostitución y los robots

sexuales: una relación ‘asimétrica’”

RESUMEN

Examino en este artículo el modelo de relación asimétrica transferido desde la relación cliente-
mujer prostituida a la de hombre-robot sexual. Y, de manera más específica, analizo los
argumentos de David Levy, que identifica la prostitución o «trabajo sexual» como una forma
de relación transferible a las relaciones humano-robot. Me apoyo para ello en la literatura
antropológica centrada en el antropomorfismo de las cosas no humanas y en la manera en que
esas cosas nos conducen a nociones de género ligadas a la sexualidad. En la última parte del
artículo sostengo que la prostitución no es una actividad ordinaria, sino basada en la
capacidad de utilizar a una persona como si fuera una cosa y que eso es lo que lleva con
frecuencia a sus defensores a establecer paralelismos entre los robots sexuales y la
prostitución.

1. INTRODUCCIÓN

De un tiempo a esta parte, se han venido poniendo en marcha diferentes iniciativas para
integrar el desarrollo de los robots sexuales en el campo de la robótica general. En 2015, por
ejemplo, tuvo lugar en Malasia la segunda conferencia internacional sobre El amor y el sexo
con robots en la que hubo participación de personas de ese sector interesadas en los avances
en investigación de robots sexuales. En esa conferencia se abordaron temas como las
emociones del robot, los robots humanoides, los teledildos y el material electrónico
inteligente. 

David Levy, en su libro Love and  Sex  with  robots [1], ya dibujaba un futuro en las relaciones
humano-robot basadas en el tipo de intercambios que se dan en la relación prostitucional.
Levy establece un paralelismo explícito entre pagar por prostitutas humanas y comprar un
robot sexual [p.194]. Creo que este planteamiento de Levy presenta ciertos problemas,
empezando por lo que él entiende por prostitución y luego por el hecho de apoyarse en la
prostitución como modelo de relaciones sexuales con robots. Levy demuestra que las
«vendedoras» de sexo son consideradas por los «compradores» como meras cosas y no son
reconocidas como seres humanos, lo que legitima un peligroso modelo de existencia en el que
los humanos pueden relacionarse con otros seres humanos pero sin reconocerlos como
sujetos humanos de pleno derecho.

¿Cuáles son las dimensiones éticas de la expansión de robots a nuevos campos -como el sexo-
y qué modelo de relación sexual está siendo invocado en esa transferencia a los robots? Desde
un punto de vista ético, hay una enorme oposición a la utilización de robots en el ejército e
incluso se ha puesto en pie la campaña Stop Killer Robots (http://www.stopkillerrobots.org/)
dedicada a la prevención en el desarrollo de la guerra robótica y automatizada que, por otra
parte, se llevaría a cabo sin necesidad de implicar recursos humanos. ¿Deberíamos entonces
hacer la misma reflexión en lo que concierne al desarrollo de robots sexuales? ¿Es posible que
el desarrollo de robots sexuales venga también a constatar una inquietante tendencia en la
robótica? Al final de este artículo hablaré sobre la necesidad urgente de crear una campaña
contra los robots sexuales. 

2. LOS CUERPOS Y LA INTIMIDAD COMO BIENES DE CONSUMO

La prostitución es una práctica que consiste en vender sexo a cambio de retribución dineraria.
En el transcurso de estos últimos años, quienes trabajan en la industria de la prostitución
(concretamente en Europa y en Norteamérica) han sustituido la palabra prostitución por la
expresión «trabajo sexual» con el fin de dejar patente que se trata de una actividad similar a
otras del sector servicios. Una noción de la prostitución que deja en evidencia la posición
subalterna de la prestataria. El feminismo de la tercera ola sostiene que las mujeres no lo
hacen llevadas por una situación de subordinación, sino en un ejercicio consciente de elección
de un trabajo influenciado por su sexo [2]. La expresión «trabajador-a sexual» amplía el marco
de lo que se entiende por trabajo para incluir el trabajo sexual. Esta redefinición de la
prostitución como trabajo (y por lo tanto enmarcada como servicio) ha sido y es muy
cuestionada tanto por activistas como por académicas[3, 4, 5]. Quienes están a favor de la
industria del sexo la describen como una extensión de las relaciones sexuales libres y quienes
están contra la prostitución sostienen que, en ausencia de consentimiento, la prostitución no
puede ser reformulada como algo positivo. La realidad de los hechos son cuando menos
preocupantes, ya que en la prostitución la violencia y la trata están a menudo interconectadas
[3, 4]. Además, es una industria muy potente y un reciente informe de la Unión Europea revela
que:

– Los ingresos de la prostitución se estiman en torno a 186 mil millones de dólares al año en el
mundo.

– La prostitución presenta dimensiones mundiales, estimándose entre 40 y 42 millones de


personas prostituidas en el mundo.

– El 90% de las personas prostituidas dependen de un proxeneta y el 75% de ellas tienen entre
13 y 25 años.

[P. 4 p. 6]

Cuando los robots son considerados como alternativa posible a las mujeres (o a las niñas y a
los niños), hay quienes -como Levy- se preguntan «¿Qué hay de malo en ello, si sólo es una
máquina?». Un punto de vista similar por otra parte al que muchos comparten respecto a las
prostitutas.

Hay actualmente más mujeres en esa industria que en cualquier otro momento de la
historia. La prostitución y la producción de pornografía aumentan con la expansión de
internet.

Y por si fuera poco, Levy sostiene que los robots sexuales podrían contribuir a reducir la
prostitución. Sin embargo, se ha constatado a través de estudios que la introducción de nuevas
tecnologías sostiene y contribuye a la expansión de la industria del sexo. Hay actualmente más
mujeres en esa industria que en cualquier otro momento de la historia [5]. La prostitución y la
producción de pornografía aumentan con la expansión de internet. En 1990, un 5,6% de los
hombres declaraban haber pagado por sexo en el transcurso de su vida. En el 2000, eran ya el
8,8%, pero es fácil suponer que hoy esa cifra es más elevada debido a una menor reticencia
entre los hombres a admitir que pagan por sexo [6]. Dado que el consumo de sexo se apoya
únicamente en el reconocimiento de las necesidades de los compradores, no es extraño que
también haya menores que sufren esas prácticas. La Agencia Nacional de la Lucha contra la
Criminalidad del Reino Unido ha identificado la red como una nueva fuente de peligro para la
infancia además de ser un espacio en el que proliferan imágenes pornográficas de menores y
donde existe explotación sexual online de niños y de niñas [7].

Los argumentos que sostienen que los robots sexuales podrían convertirse en sustitutos
sexuales artificiales y que reducirían el consumo de sexo no están corroborados por los
hechos. Ya existen numerosos sustitutos sexuales artificiales como las RealDolls, los
vibradores, las muñecas hinchables, etc, pero si un sustituto artificial pudiera reducir la
«necesidad» de comprar sexo, ya habría una disminución de la prostitución y, sin embargo,
no se ha constatado ninguna correlación a este efecto. Si queremos comprender por qué los
hombres compran sexo, es importante comprender lo que ocurre en el transcurso de esos
intercambios y la manera en que los hombres los describen. Los siguientes comentarios son de
hombres que compran relaciones sexuales:

«La prostitución es como masturbarte sin tener que utilizar la mano.»

«Es como alquilar una novia o una esposa. Puedes elegir como en un catálogo.»

«Lo siento por esas chicas, pero eso es lo yo que quiero.» [3] p.8

Mientras que los hombres son los principales compradores de sexo humano, las mujeres
tienden más a comprar sustitutos artificiales no humanos, como los vibradores [1], que
estimulan una parte del cuerpo, antes que comprar sexo con una persona, ya sea adulta o
menor. Si leéis de nuevo las frases recogidas más arriba («Es como alquilar una novia o una
esposa», «Lo siento por esas chicas, pero eso es lo yo que quiero.»), constataréis que el
comprador de sexo coloca sus «necesidades» por delante de la propia existencia de la otra
persona. En el intercambio prostitucional, las dos personas implicadas actúan de maneras
específicamente diferentes. Un estudio realizado por Coy [3 p. 18] demostró el aspecto
asimétrico en la relación entre compradores y vendedoras de sexo. En tanto que sujetos
modernos, los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos en virtud de la ley y esos
derechos les otorgan el carácter de agentes humanos. En la prostitución, sin embargo, sólo el
comprador de sexo goza de la categoría de sujeto, mientras que la que vende sexo se ve
reducida a una cosa. Un objeto cuyas experiencias vitales y sentimientos no son reconocidos y
que queda en evidencia en lo que dicen esos hombres marcados por la falta de empatía hacia
las mujeres cuyo sexo consumen. Las han elaborado en su mente, en función de sus propias
fantasías masturbatorias, en lugar de reconocer su realidad. También es muy revelador que
se dan a menudo hombres que «comprenden» la situación y los sentimientos de las mujeres,
pero proyectando sobre ellas lo que a ellos les gustaría que sintieran durante o después del
sexo [3 p. 18].

El comprador de sexo coloca sus «necesidades» por delante de la propia existencia de la otra
persona.

En los intercambios prostitucionales, la subjetividad de la prostituida se ve disminuida,


mientras que la del comprador es la única y privilegiada perspectiva que cuenta. Dado que los
robots son entidades programables sin ninguna o muy poca capacidad autónoma parece lógico
que la prostitución constituya el modelo en las relaciones humano-robot sexual, tal y como
sostiene Levy.

Pero pasamos por alto un factor clave en esa relación: la incapacidad del comprador de sexo
de sentir empatía por la mujer. Simon Baron-Cohen [8], experto en autismo y autor de  Zéro
degré d’empathie, vislumbra una base ligada al género en la empatía como categoría
normativa. Y la describe así: «La empatía es sin duda alguna una competencia importante. Nos
permite comprender lo que otra persona siente o lo que podría pensar. La empatía nos
permite comprender las intenciones de la gente, prever su comportamiento y sentir una
emoción desencadenada por la suya. En resumen, la empatía nos permite comunicarnos de
manera eficaz en el mundo social. Es el «pegamento» del mundo social, lo que nos incita a
ayudar y nos impide provocar daño a otras personas.» [9 p. 163]

Si la empatía es la capacidad de reconocer, de tener en cuenta y de responder al


pensamiento y a los sentimientos sinceros de otra persona, podemos constatar que se halla
ausente en la compra de sexo. El comprador de sexo se siente libre de ignorar el estado de la
otra persona como sujeto humano y de transformarla en una cosa.
Baron-Cohen sugiere que la prevalencia desproporcionadamente más elevada en los hombres
en criminalidad, en violencia sexual, en consumo de prostitución y en asesinato demuestra en
ellos una falta de empatía en comparación con las mujeres [8]. Si la empatía es la capacidad de
reconocer, de tener en cuenta y de responder al pensamiento y a los sentimientos sinceros de
otra persona, podemos constatar que se halla ausente en la compra de sexo. El comprador de
sexo se siente libre de ignorar el estado de la otra persona como sujeto humano y de
transformarla en una cosa.

3. TRANSFERENCIA DE LAS EXPERIENCIAS HUMANAS A LOS OBJETOS

Hay quien justifica la utilización de robots sexuales (con apariencia de personas adultas o de
niñas y niños) por el hecho de que no se trata de entidades reales, que no son más que cosas.
El mismo argumento se esgrime también en lo que concierne a la producción de videos
degradantes, a las imágenes de explotación sexual de menores en realidad virtual [11] y a la
violencia racial y sexual de algunos videojuegos como Grand Theft Auto, en los que se
recompensa matar a prostitutas [12]. La transferencia de lo humano a las cosas ha suscitado
largas discusiones en la comunidad de la robótica. ¿Es posible transferir los conceptos
humanos de sexo, clase, raza o sexualidad a un robot o a un no-humano? En el plano
antropológico la respuesta es sí. Este tema ya fue tratado en un debate sobre el uso de robots
como esclavos. Para Bryson [10] no hay nada objetable en hacer lo que nos plazca con los
robots ya que no son más que aparatos mecánicos. Pero debemos preguntarnos si es
admisible decir que se puede hacer cualquier cosa con un robot sexual por el mero hecho de
que no es humano. Por muy fundamentados que parezcan los argumentos de Bryson, es
preciso reconocer que los significados que los humanos atribuimos a los robots, a la naturaleza
y a los animales son reflejo de nuestros propios valores.

La cuestión no es si los humanos transferimos nuestras experiencias a los robots, sino qué
transferencias concretas hemos incorporado a los robots.

Entonces, ¿cuál es el origen de esas imágenes y de esos productos de la fantasía? ¿La fantasía
se inscribe sólo a un terreno neutro, a una esfera separada de lo «verdadero» y no representa
por ello ningún problema? Yo sostengo, muy al contrario, que la imaginación y la manera en
que son percibidos los robots demuestran el funcionamiento de las relaciones humanas. La
cuestión no es si los humanos transferimos nuestras experiencias a los robots, sino qué
transferencias concretas hemos incorporado a los robots. La antropología ha desarrollado una
vasta documentación sobre el antropomorfismo de las cosas, encuadrado en el contexto del
«animismo», es decir, la atribución de alma humana a la naturaleza y a las cosas [13, 14].
Además, la antropología de la tecnología explora la manera en que el sexo, la clase, la
sexualidad y la raza se incorporan a la producción cultural de los artefactos tecnológicos [15,
16, 17]. En un próximo artículo trataré de cómo el animismo tecnológico actúa en el dominio
de la robótica, pero en lugar de provenir del alma o de la religión como en los clásicos, tiene su
origen en la falta de sensibilización y de atención a la forma en que los modelos culturales de
raza, clase o género se transfieren a la concepción de robots [18]. La cuestión entonces no es
«por qué» (siempre abierto al debate), sino «cómo». Cómo se crean los robots, con qué fines y
usos son utilizados y lo que esas prácticas nos revelan sobre sexo, poder, desigualdades, raza y
clase. Y las campañas para otorgar derechos a los robots sin prestar atención alguna a los
humanos son problemáticas. Robertson [19] señala a este respecto que ese tipo de campañas
son impulsadas en contextos de activismo que no impulsan ninguna otra en defensa de los
derechos humanos. Por eso es por lo que debería ser imperativo explorar la ética de lo
humano reproducida en la robótica. En algunos casos, como en el de los robots sexuales, se
perfila una visión preocupante de la venta de sexo como si de una cosa se tratara.

En algunos casos, como en el de los robots sexuales, se perfila una visión preocupante de la
venta de sexo como si de una cosa se tratara.

En un reciente artículo sobre sexo y robots, Watercutter [20] puso en evidencia la imaginería
recurrente de las ficciones utilizadas por los laboratorios de robótica, que producen robots
femeninos con apariencia de chicas jóvenes, atractivas, ligadas a la ejecución de roles típicos
del sector servicios, como recepcionistas o camareras. En lo que concierne a la concepción
explícita de robots sexuales, Roxxxy, de la sociedad TrueCompanion de New Jersey, nos
demuestra cuál es la visión masculina de la mujer adulta atractiva, es decir, la de una cosa
con tres orificios: boca, ano y vagina. Por otra parte, el desarrollo de robots sexuales no se
limita a reproducir mujeres adultas; hay robots macho adultos que tienen un mercado
potencial entre los hombres homosexuales. Y otro mercado es el de los robots sexuales
«infantiles». Ya hay quien sostiene, como Ronald Arkin, profesor de robótica móvil en el
Instituto de Tecnología de Georgia, que los robots con apariencia de niños y niñas podrían ser
utilizados en el tratamiento de la pedofilia [21].

4. CAMPAÑAS Y ROBOTS
Mi intención en este artículo es demostrar el vínculo evidente entre la prostitución, la
imaginación y el desarrollo de las relaciones humano-robot. Sostengo que extender las
relaciones prostitucionales a las máquinas no es ni ético ni aporta seguridad alguna y que el
desarrollo de robots sexuales reforzará aún más esas relaciones de poder que no reconocen
a ambas partes como sujetos humanos. Sólo el comprador de sexo es reconocido como sujeto
y la prostituta (y, por extensión, el robot) no es percibida más que como una cosa con la que
tener relaciones sexuales. Como Baron-Cohen demuestra, la empatía es una importante
cualidad humana y la prostitución conduce a la desaparición de la empatía. Siguiendo la
misma senda de las campañas por los robots éticos, propongo lanzar una campaña contra los
robots sexuales, de manera que se aborden y se discutan con mayor profundidad en el campo
de la robótica las cuestiones relativas a la prostitución. He intentado demostrar que las
experiencias humanas de género y sexualidad se reproducen en la fabricación de robots y
que esos robots fomentarán las desigualdades de género que se dan en la industria del sexo.
No fui yo quien creó estos paralelismos entre la prostitución y los robots sexuales, sino que
han sido desarrollados y explícitamente promovidos por Levy [1]. Al mismo tiempo que
hacemos campaña contra los robots sexuales, vamos también a impulsar un debate sobre la
ética de los géneros y los sexos en el campo de la robótica y a concienciar sobre los graves
problemas que sufren las personas en situación de prostitución.

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