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Rita Segato: “La violación es un acto

de poder y de dominación”
14/04/2017 por REYNALDO SIETECASE

Rita Segato, antropóloga especialista en temáticas de género, propone repensar la violencia de


género y la violencia sexual como parte de un conjunto de relaciones de poder. Un análisis
polémico, duro y complejo sobre los violadores, sobre la sociedad patriarcal y sobre una estructura
de derecho que sigue pensando a la justicia sin vincularla a las relaciones sociales de dominación.

Durante los últimos días, la sociedad se ha conmocionado por la violación y el femicidio de


Micaela García. ¿Cuál es su primera impresión sobre este caso tan dramático?

Debo decirle que este caso tan terrible forma parte de una secuencia de femicidios y de agresiones.
La escalada tanto en número como en formas de crueldad es impactante. La forma en que se está
tratando a las mujeres es realmente terrible y produce una gran inseguridad. Esto lo he repetido
muchísimas veces: mi hija no puede tener hoy la libertad de circulación que yo tuve, hace años,
cuando era joven. Este es un mundo en el que todo le indica a la mujer que su libertad de circulación,
y su misma libertad de existir, está comprometida.
¿Y cuál es la causa de este fenómeno?

Creo que hay varias razones. La primera es que la violencia contra las mujeres, de la forma letal en
la que la estamos presenciando en la Argentina, es un síntoma de un momento del mundo y, sobre
todo, de nuestras sociedades. Al referirme a esta época suelo utilizar el concepto de “dueñiedad”. Este
concepto excede al de desigualdad, porque marca la existencia de figuras que son dueñas de la vida
y de la muerte. Esto, evidentemente, irrumpe en la realidad, en el inconsciente colectivo, en la manera
en que los hombres que obedecen a un mandato de masculinidad (que es un mandato de potencia), y
en la forma en la que realizan y prueban su potencia mediante el cuerpo de las mujeres. El sistema,
por tanto, no se explica solamente en la relación entre hombres y mujeres sino en esta situación tan
particular. En América Latina, el contexto es particularmente hostil para las mujeres que viven, como
decía, un momento de especial inseguridad. Es evidente que en el mundo entero existen problemas
de género, pero en nuestro continente -cada vez más controlado por formas paraestatales de control
social no regidas exactamente por la ley- la vulnerabilidad de las mujeres es mayor.

Durante estos días, el debate periodístico y social ha girado también en torno a la cuestión
jurídica. Se puso de manifiesto la mala praxis de un juez que seguramente va a recibir una
sanción porque desoyó recomendaciones que le desaconsejaban tomar la medida que tomó, la
libertad anticipada del asesino de Micaela. Pero también hay un aspecto que no es jurídico, y
que quizás usted nos puede ayudar a entender: ¿qué se hace con una persona que comete este
tipo de crímenes? Porque, de hecho, si no salía en libertad a los cuatro años, hubiera salido a
los siete o a los nueve.

En principio, considero que es obligatorio y es un acto de fe indispensable para la historia, pensar que
todo ser humano puede cambiar. Es muy difícil a veces, y en el caso de la violencia sexual, más aún.
Pero es un principio ético fundamental pensar que revisar actos y desinstalar chips de programación
que nos hacen actuar de una determinada forma que hace daño al mundo, es posible. Esa
desinstalación de la conducta puede ser efectuada por todo ser humano. Ahora bien, para lograrlo es
necesario dar las condiciones que permitan hacerlo. Un sistema de justicia que piensa que la cárcel
es la solución para los problemas es un sistema absurdo. La amenaza de la sentencia no causa
comportamiento y no modifica comportamiento. La ley tiene que persuadir y disuadir. Y el trabajo
de rehabilitación de cualquier ser humano requiere tiempo, porque la vida es cambio y el cambio es
tiempo tanto en la historia individual como en la historia colectiva. En este sentido, planteo que debe
haber condiciones para un cambio para mejor y no para peor. Ese es un punto de partida: las personas
pueden ser mejores de lo que son.
Por otra parte, creo que existe un error de magnitud. Yo, por ejemplo, a la figura de Eugenio Raúl
Zaffaroni la respeto mucho, lo considero un amigo y tengo un gran respeto académico e intelectual
por él. Sin embargo, creo que comete un error importante al entender los crímenes sexuales, porque
éstos no son similares ni equiparables al resto. El crimen sexual es un crimen del poder. Y eso en la
cabeza de una persona formateada por el Derecho, no entra. Porque el juez Carlos Alfredo Rossi, al
igual que el juez Axel López, han sido formados en una fe ciudadana que está equivocada. La mujer,
y esto es fáctico, no es un ciudadano igual que el hombre. En tal sentido, la ley no puede ser aplicada
de la misma forma. Tiene que haber una adaptación de la aplicación de la ley a un campo distinto que
es el campo del poder. Debe entenderse que es un error hablar de crímenes sexuales: son crímenes
del poder, de la dominación, de la punición. El violador es el sujeto más moral de todos. En el acto
de la violación él está moralizando a la víctima. Yo he trabajado años entrevistando violadores. Los
abogados, los jueces, no están formados, no tienen educación suficiente como para entender qué es
un crimen sexual.

“El crimen sexual no es del mismo tipo que los otros: es moralizador, castigador”

La pregunta es qué se hace entonces con un violador.

Con un violador, no. Con la sociedad. Hay infinitas formas de violar. Esto que sucedió con Micaela,
como con Lucía, son ataques a la sociedad y a la vida en el cuerpo de una mujer. Entonces el problema
no es el de un hombre y una mujer. O el de un violador como un ser anómalo, como un ser solitario.
Ese es un error que ya el pensamiento feminista eliminó hace muchísimo tiempo. El violador no es
un ser anómalo. En él irrumpe un contenido y determinados valores que están presentes en toda la
sociedad. Cuando eso sucede nos espantamos y transformamos al violador en un chivo expiatorio,
pero él en realidad fue el actor, el protagonista de una acción de toda la sociedad. Por lo tanto, no es
con la cárcel y mucho menos con la castración química con la que se resuelven este tipo de
situaciones. Y no es así, porque la violación no es un hecho genital sino un hecho del poder. La
violación puede realizarse en forma genital pero puede realizarse de muchas otras maneras. Existen
diversas modalidades de agresión -algunas no son crímenes siquiera- que también constituyen
violaciones. Sin un cambio de esta atmósfera de poder en la que vivimos, el problema no va a
desaparecer. Los Estados Unidos son uno de los países con penas más severas contra las violaciones
y la incidencia de las violaciones es máxima. La violación, por ende, constituye una problemática
social y no la conducta de un criminal “raro”. Por lo tanto, yo lo siento mucho, pero no te puedo dar
una receta fácil. Lo que sé es que ni la cárcel, ni la castración química, ni la pena de muerte, ni la
cadena perpetua resuelven el problema.
¿Hay alguna experiencia concreta que resulte interesante y que trabaje en estos aspectos?

América Latina y Europa son, evidentemente, muy distintas. Nuestro continente está muy
comprometido debido a una suspensión de la institucionalidad que se verifica en países como México,
Guatemala y Honduras pero que está avanzando hacia el sur. Nuestro continente, contrariamente a lo
que pareciera porque no hay guerras declaradas en él, es el más violento del mundo en términos de
homicidios. Eso se refleja en una falta de regulación de las ansiedades y de las aspiraciones de
omnipotencia de algunas personas más vulnerables. El violador es el sujeto más vulnerable, más
castrado de todos, que se rinde a un mandato de masculinidad que le exige un gesto extremo, un gesto
aniquilador de otro ser, para poder verse como un hombre, para poder sentirse potente y verse al
espejo y pensar que merece el título de la hombría. Es un tema que merece estudiarse mucho más.
Resulta indispensable dialogar sobre el concepto mismo de violación, discutir sobre las agresiones
sexuales, reflexionar sobre la agresión íntima en el mundo de las relaciones íntimas. Es preciso pensar
que implica y que es una agresión anónima como ésta, de calle, como la que sucedió con Micaela.
Pensar, de hecho, en la violación como un arma y una estrategia de guerra, en un mundo en el que las
guerras se han vuelto informales. No existen recetas fáciles que puedan prescindir de estos análisis.

Usted entrevistó a muchos violadores en Brasil. ¿Qué dicen ellos?

Efectivamente, durante mucho tiempo he entrevistado a violadores en condiciones de diván


psicoanalítico con equipos de estudiantes mujeres y hombres. Mis entrevistas se produjeron siempre
después de que sus sentencias estuvieron cerradas, por lo que ellos que sabían que nada de lo que
dijeran serviría para perjudicarlos, pero tampoco nada los beneficiaría en términos judiciales, de modo
que era inútil cualquier intento de convencernos de su inocencia. De esa manera hacer una
investigación profunda. Y a partir de eso resaltaría tres cosas. La primera, el acto de la violación
atraviesa al violador. No le es totalmente inteligible lo que lo lleva a hacer eso. Segundo, es un acto
de moralización: él siente y afirma que está castigando a la mujer violada, a su víctima, por algún
comportamiento que él siente como un desvío, un desacato a una ley patriarcal. Por ende, él es un
castigador, él no siente que actuó contra la ley, sino a favor de una ley que es una ley moral. Eso es,
evidente, muy raro y provoca perplejidad. Finalmente, y en tercer lugar, el violador nunca está solo.
Aunque actúe solo, está en un proceso de diálogo con sus modelos de masculinidad, con figuras como
su primo más fuerte, o su hermano mayor. Está demostrándole algo a alguien (a otro hombre) y al
mundo a través de ese otro hombre.

“El violador no siente que actuó contra la ley, sino a favor de una ley moral”
Por lo tanto, diría que hay dos ejes en la relación de la violación: uno es el eje moralizador, castigador,
punitivo, con relación a la víctima. Y el otro es un eje de exhibicionismo indispensable, del violador
frente a los otros hombres que son sus “otros” significativos. La gran dificultad de la sociedad es
comprender que la violación no es un acto utilitario, no es el robo de un servicio sexual. Hay
violaciones de mujeres de 70 u 80 años. No es un acto erótico. Y es muy difícil de entender. Todos
los grandes juristas, los grandes conocedores de la ley, no consiguen desvincular el acto de la
violación de la intimidad, del erotismo, del deseo. No es un deseo sexual, es un deseo de dominación,
de poder. Que en nuestro mundo está muy entreverado. Hay una gran impregnación de la sexualidad
por el deseo de dominación y por aspectos de poder, pero el interés del violador es la potencia y la
exhibición de esa potencia frente a otros hombres, para valer frente a ellos como un “verdadero
hombre”. Esto es lo que les escuché a los violadores. No de esta manera, por supuesto. Debe
comprenderse que el acto de la violación es un acto expresivo, es un tipo de crimen que enuncia algo,
es un crimen que le dice algo al otro, pero no es un crimen instrumental, utilitario. No es como matar
a alguien para robarle, por venganza, o por encargo como el caso de los pistoleros contratados. No
tiene una utilidad. Por eso creo que la mejor forma de describirlo es como un crimen de poder, de
dominación. En el acto de violación hay una libido dirigida no al deseo ni al cuerpo de la víctima sino
al poder. Hay que corregir, por tanto, el sentido común, el imaginario colectivo sobre este tema.

Crédito: Esta entrevista fue realizada en el programa La inmensa minoría (Se publica por gentileza
de Radio Con Vos).

Fuente: http://www.lavanguardiadigital.com.ar/index.php/2017/04/14/rita-segato-la-violacion-es-
un-acto-de-poder-y-de-dominacion

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