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Una de las primeras posturas contemporáneas en contra de la práctica de la

prostitución corresponde a la desarrollada por la teórica política y feminista británica


Carol Pateman en su libro El Contrato Sexual, de 1988. Ya en trabajos anteriores
Pateman había defendido el argumento según el cual “la prostitución es moralmente
indeseable, sin importar cualquier reforma que sobre ella se lleve a cabo, porque es
uno de los ejemplos más gráficos de la dominación de los hombres sobre las
mujeres” En este sentido, Pateman critica los argumentos que tienden a asimilar la
prostitución a otro tipo de trabajos.
Para la autora de El Contrato Sexual la comprensión contractual de la defensa de la
prostitución oculta algunos de sus aspectos fundamentales, principalmente el hecho
que la mayor parte de quienes la ejercen son mujeres. Se enfatiza que, si bien en el
mercado sexual participan hombres y mujeres, son estas últimas las que en su gran
mayoría intercambian sexo por dinero. Asimismo, se sostiene que al afirmar que la
práctica de la prostitución depende exclusivamente de una cuestión de distribución
de cargas y beneficios económicos, los argumentos a favor pasan por alto el hecho
de que dicha práctica no solo depende de este tipo de desigualdades, sino también
de relaciones desiguales de dominación y subyugación.
En este sentido, es totalmente rechazable el equiparar la práctica de la prostitución
con otros trabajos asalariados típicamente llevados a cabo por mujeres, tales como
el secretariado o la enfermería. La principal razón es que el uso de los servicios de
una prostituta difiere de otros contratos laborales en la medida en que los hombres
que contratan a las prostitutas tienen solo interés en su cuerpo, específicamente en
el uso sexual del mismo. Al contrario de lo que defienden otros autores, cuando
intentan equiparar la prostitución a otros trabajos, el problema principal es que los
servicios que lleva a cabo la prostituta están relacionados de una manera más
íntima con su cuerpo en comparación con trabajos asalariados.
Existe una relación o conexión entre la sexualidad y el sentido de nuestro propio
valor como seres humanos. Es ese valor hacia uno mismo el que llevaría a una
prostituta a distanciarse de sí misma cuando lleva a cabo el acto sexual con el
hombre que pagó por sus servicios. Por tanto, cuando el sexo se convierte en una
mercancía, también se vuelve una mercancía su cuerpo y su sí mismo, violándose
con ello la relación íntima entre la personalidad y la encarnación física de esta. De
esta manera, y debido a que la forma en que se involucra nuestra personalidad a
través del acto sexual es diferente a como se involucra en otros trabajos, no es
posible sostener que la prostitución sea un trabajo como cualquier otro. Por ello,
cabe destacar que como un modo de proteger su yo íntimo, las prostitutas cambian
permanente su nombre de servicio. En esta línea de argumentación se sostiene que
una mujer que ingresa a la prostitución generalmente adquiere un nuevo nombre,
cambia su apariencia y crea un pasado ficticio. Ella hace esto no tanto para
protegerse de la policía, sino para reorganizar su personalidad y así satisfacer la
demanda del mercado, y también como un intento de guardar algo de sí misma para
sí misma.
Se critica que se trate a la prostitución como un problema de las mujeres que son
prostitutas, y no como un problema de los hombres que la demandan. La percepción
de la prostitución como un problema de (las) mujeres implica que muy
probablemente se acuse que las críticas a la prostitución muestran menosprecio
hacia ellas. Asimismo, dicho enfoque implica que el otro participante del contrato de
prostitución escape al escrutinio, es decir, se pasa por alto explicar -y justificar- por
qué los hombres exigen que las mujeres vendan sus cuerpos como bienes en el
mercado. Es cuestionable también la caracterización del impulso sexual masculino
como una necesidad que reclama su satisfacción por medio de la mercantilización
de la sexualidad femenina. Hay una diferencia evidente que los argumentos a favor
omiten cuando compara el sexo con otras necesidades humanas, a saber, el hecho
de que el sexo no es una necesidad cuya satisfacción determina la vida orgánica de
los individuos. Junto con lo anterior, que se equipare a la prostitución con el sexo sin
mutua afección amorosa pasa también por alto que en la prostitución ni siquiera hay
un deseo mutuo. De hecho, la diferencia entre la expresión recíproca del deseo y la
obligación unilateral a realizar ciertos actos sexuales con el único beneficio del
pago, es comparable a la diferencia entre libertad y la sujeción.
El daño que sufren las prostitutas no es negado por quienes pretenden legalizar
esta práctica. Las condiciones en las que viven y trabajan, sumadas a las asociadas
al cambio de nombre y renuncia de su identidad mientras están prestando sus
servicios, producen trastornos de la personalidad que harían muy difícil pensar que
es un trabajo similar a cualquier otro. Este tipo de prostitución exige un agotador tipo
de simulación emocional, por lo que una trabajadora sexual exitosa generalmente
debe fingir dis frutar de la compañía de sus clientes y estar sexualmente interesada
y ex citada por ellos incluso cuando la consideran estúpida, ofensiva, patética o
repulsiva. Como resultado de lo anterior, quienes están en este trabajo llegan a
asociar el sexo con la simulación y la manipulación emocional, así como con la
explotación y el abuso. Todo lo anterior hace muy difícil que una mujer que ejerce la
prostitución pueda disfrutar plenamente de su vida sexual

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