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El Caleuche

Esta leyenda es originaria del Archipiélago de Chiloé (Chile). La inmensidad del mar siempre ha
despertado curiosidad por los secretos que se esconden en el agua, de aquí surgen leyendas como esta
que forman parte de la cultura popular del pueblo chileno.

Hay diferentes hipótesis sobre el surgimiento de esta leyenda, entre ellas, la posible relación con otra
leyenda europea conocida como “El holandés errante”.

El Caleuche cuenta con varias versiones, todas ellas coinciden en que un barco aparece y desaparece
entre la neblina a mitad de la noche. En cambio, varía la razón por la que lo hace: rescatar a los
desfallecidos en el mar; encantar y aprisionar pescadores; transportar brujos durante sus fiestas; servir
como barco de contrabando; como un buque fantasma con conciencia.

Cuenta la leyenda que un buque conocido por el nombre de Caleuche navega por las aguas de Chiloé,
en el país de Chile.

Al mando del barco se encuentran brujos poderosos y por las noches ilumina las aguas.

El Caleuche solo aparece por las noches y en su interior se escucha música que atrae a náufragos o
tripulantes de otras embarcaciones.

En cambio, si una persona que no es bruja lo mira se convierte en un madero flotante o se hace
invisible. Sus tripulantes se convierten entonces en lobos marinos o aves acuáticas.

Los tripulantes del barco tienen ciertas particularidades, como una pierna para andar y son
desmemoriados. Por eso, el secreto de esta embarcación siempre se mantiene a bordo.

Dice la leyenda que no hay que mirar al Caleuche porque, a los que lo hacen, reciben un castigo de los
tripulantes, quienes les tuercen la boca o les giran la cabeza hacia la espalda. Quien mira el barco debe
tratar que los tripulantes no se den cuenta.

Cuando el Caleuche navega cerca de la costa y se apodera de una persona, la lleva a las profundidades
del mar y le descubre inmensos tesoros, con la condición de no contar lo que ha visto, si lo hace, su
vida corre peligro.

Una de las buenas acciones del Caleuche es la de recoger a los náufragos que se encuentran en las
profundidades del mar y los acoge para siempre.

Leyenda del sol y la luna


Esta es una leyenda mexicana que trata de dar respuesta a cómo surgieron el sol y la
luna, una pregunta que la humanidad se ha hecho desde tiempos remotos.
Esta historia, además, pone de manifiesto la importancia de la valentía como
virtud más valiosa que la belleza o la riqueza. En este sentido, el conejo simboliza
la abundancia, y sirve de recordatorio de la cobardía de Tecciztécatl.

Dice una antigua leyenda que, antes de que existiese el sol y la luna, en la tierra
reinaba la oscuridad. Para crear a estos dos astros que hoy iluminan el planeta, los
dioses se reunieron en Teotihuacán, ciudad situada en el cielo. Como un reflejo, se
encontraba en la tierra la ciudad mexicana del mismo nombre.

En la ciudad, encendieron una hoguera sagrada y, sobre ella, debía saltar aquel
poderoso que quisiera convertirse en sol. Al evento, se presentaron dos candidatos.
El primero, Tecciztécatl, destacaba por ser grande, fuerte y, además, poseía grandes
riquezas. El segundo, Nanahuatzin, era pobre y de aspecto desmejorado.

En el momento en que debían saltar la hoguera, Tecciztécatl no se atrevió a saltarla


y salió corriendo; Nanhuatzin, lleno de valor, se arrojó a la hoguera. Al ver esto, los
dioses decidieron convertirlo en sol.

Tecciztécatl, arrepentido y avergonzado, también saltó la hoguera. En ese momento,


en el cielo apareció un segundo sol. Los dioses, tomaron la determinación de apagar
a Tecciztécatl, ya que no podía haber dos soles, entonces se convirtió en luna.
Como recuerdo de su cobardía, las deidades arrojaron un conejo a la luna. Desde
entonces, puede verse este conejo reflejado durante los días de luna llena.

Flor de llanto
Hace muchos años, en una comunidad mapuche, ubicada en los bosques del sur de Chile, vivía
una hermosa y ágil joven llamada Rayen. Ella amaba a Maitú, el guerrero más valiente y audaz
de la tribu; ellos habían sido prometidos en matrimonio por sus padres cuando eran niños.
Un día de primavera, Maitú partió con los hombres de su pueblo a luchar en una batalla, a
orillas del río Toltén. Rayen quedó muy triste
y decidió treparse a una araucaria que era el árbol más alto del bosque, como lo hacía cada vez
que Maitú se ausentaba.
Desde allí podía observar el polvo que levantaban los guerreros en el combate y salir a su
encuentro, al verlos regresar. Sin embargo, esta vez, Rayen no vio nada. Pasaban las horas y en
el silencio del bosque sólo se escuchaban los hondos y largos suspiros de la joven mapuche.
Cuando se hizo de noche, bajó de la alta araucaria se fue a su ruca y con un mal augurio, el
sueño la venció.
A la mañana siguiente, el grupo estaba de vuelta, pero Maitú no venía con ellos. Desesperada
corrió al bosque a llorar su pena. Las lágrimas se convirtieron en copihues, hermosas flores de
sangre, que colgaban de los árboles altos y pequeños, robustos y débiles. Luego se tiraron a los
pies de la niña y le hablaron así. -Rayen nos diste la vida con tu pena. Nosotros junto al bosque
te damos la alegría Ven,
acuéstate-. Entonces Rayen se tendió en una alfombra roja, y salió volando por los cielos. Era la
enamorada que iba al encuentro con Maitú. Desde esa época florecen los copihues, recuerdan el
dolor de la mapuche y el valor del guerrero que lucha hasta morir.

La leyenda de la Añañuca
La Añañuca es una flor típica de la zona norte de Chile, que crece específicamente
entre Copiapó y el valle de Quilimarí, en la región de Coquimbo.
Pocos saben que su nombre proviene de una triste historia de amor…
Cuenta la leyenda, que en tiempos previos a la Independencia, la Añañuca era el nombre de
una joven indígena de carne y hueso que vivía en un pueblo norteño. Añañuca era tan hermosa
que todo hombre deseaba conquistarla pero, hasta ese momento, ninguno lograba llegar a su
corazón.
Un día, un minero que andaba en busca de una mina que le trajera fortuna, se detuvo en el
pueblo y conoció a la joven. Ambos quedaron prendados mutuamente de sus bellezas y se
enamoraron perdidamente. Esto hizo que el apuesto minero decidiera relegar sus planes y
quedarse a vivir junto a ella.
Eran muy felices, hasta que una noche, el minero tuvo un sueño en el que un duende le reveló el
lugar exacto en dónde se encontraba la mina que por tanto tiempo buscó…
Al día siguiente, en la mañana, tomó la decisión de partir en busca de la mina sin siquiera avisar
a nadie del motivo de su ausencia, ni siquiera a Añañuca.
La joven desolada, esperó y esperó, pero el minero nunca volvió.
Se dice de él que se lo tragó el espejismo de la pampa, o algún temporal, y que esto habría
causando su desaparición y presuntamente, su muerte.
Cuentan que la hermosa joven Añañuca, producto de la gran pena que esto le causó, perdió las
ganas de vivir y murió. La desdichada joven fue llevada por los pobladores del lugar y enterrada
en un día lluvioso en pleno valle, donde pensaron que ella hubiera querido estar.
Pero al día siguiente, con la salida del sol, los mismos vecinos de la zona presenciaron el
sorprendente suceso. El lugar del valle a donde habían enterrado a Añañuca, estaba ahora
cubierto por una abundante capa de hermosísimas flores rojas.
Es por ello que la leyenda asegura que Añañuca se convirtió en esta bella flor, como un gesto
de amor a su amado, pues de esta manera permanecería siempre cerca de él.
Así fue que se pasó a llamar a esta flor, hasta ese momento desconocida, la flor de la Añañuca.
A la cual también se la conoce como «flor de la sangre», tanto por su imponente color, como
por la tragedia y pérdida de las dos jóvenes vidas.
Fin.

La Pincoya – Leyenda chilena


Huenchula era la esposa del rey del Mar. Vivía con él desde hacía un año.
Acababa de tener una hija, y quería llevarla a casa de sus abuelos, en tierra firme.
Iba recargada, porque además de su bebé traía muchos regalos.
Su esposo, el Millalobo, los enviaba para sus suegros. Era una disculpa por haber raptado a su
hija.
Huenchula tocó a la puerta de la cabaña. Desde que le abrieron, hubo un alboroto de alegría.
Palabras superpuestas a los abrazos. Risas lagrimeadas. Frases interrumpidas.
Los abuelos quisieron conocer a su nieta. Pero estaba cubierta con mantas.
Huenchula les describió cada una de sus gracias. Les hizo escuchar sus ruiditos. No los dejó
verla.
Sobre su hija no podían posarse los ojos de ningún mortal.
Los abuelos entendieron. Esta nieta no era un bebé cualquiera. Era la hija del rey Mar. Por lo
tanto, tenía carácter mágico y la magia tiene leyes estrictas.
Pero cuando su hija salió a buscar los regalos y los dejó solos con la bebé, por un ratito nomás,
los viejitos se tentaron.
Se acercaron a la lapa que servía de cuna de su nieta y levantaron apenas la puntita de las
mantas para espiar. Total, ¿qué podía tener de malo una miradita?
La beba era como el mar en un día de sol. Era un canto a la alegría.
No querían taparla de nuevo, ni sacarla de su vista. En eso regresó Huenchula, vio a su hija y
gritó.
Bajo la mirada de sus abuelos la pequeña se había ido disolviendo, convirtiéndose en agua
clara.
Huenchuela se llevó en la lapa las mantas, y a su bebé de agüita. Se fue llorando a la orilla.
En el mar volcó despacio lo que traía. Luego se zambulló y nadó entre lágrimas y olas hasta
donde estaba su marido, que la esperaba calmo y profundamente amoroso.
El Millalobo la tranquilizó.
—¿Por qué no miras hacia atrás?
Ahí estaba la Pincoya, su hija. El mar la había hecho crecer de golpe.
Era una adolescente de cabellos dorados, con el mismo encanto de un bebé estrenando el
mundo.
Desde entonces, la Pincoya habita el mar, con su apariencia adolescente y bonita.
Es un espíritu benigno.
Cuando una barca de pescadores es atrapada en una tormenta, la que apacigua los ánimos es la
Pincoya.
Cuando hay problemas lejos de la costa, la que ayuda a encontrar el rumbo es la Pincoya.
Cuando alguien naufraga, lo rescata la Pincoya.
Acompañada de sus dos hermanos, la Sirena y el Pincoy, se asegura de que los náufragos
regresen a sus hogares con vida.
Pero a veces, hasta ellos tres llegan tarde.
Entonces, toman los cuerpos sin vida y los llevan suavemente hasta el Caleuche, el buque
fantasma habitado por los hombres que nunca abandonarán el mar.
Las noches de luna llena, son noches de promesa.
La Pincoya, vestida de algas, baila en la orilla.
Si baila de espaldas al mar, habrá escasez de pesca.
Si baila frente al mar, habrá abundancia de peces y mariscos.
Y si alguien tiene la suerte de verla bailar, esa persona tendrá magia en su vida.
La sayona
“Hace mucho tiempo había una joven mujer que vivía con su esposo, con el cual recientemente
había tenido un bebé. La joven tenía por costumbre bañarse en el río, pero era espiada a menudo
por un hombre del pueblo. Un día descubrió al mirón y le preguntó que qué estaba haciendo. El
hombre, que había sido sorprendido, optó por mentirle diciéndole que estaba allí para
anunciarle que su marido le era infiel con otra.
Durante la noche, estando ya la familia en casa, el marido musitó en sueños el nombre de su
madre. La mujer, celosa y suponiendo que su propia madre era amante de su esposo, prendió
fuego a la casa matando al marido y al bebé. Acto seguido, con un cuchillo en la mano, la joven
se dirigió a casa de su madre. Tras reclamarle una infidelidad que su progenitora negó, la
acuchilló hasta la muerte.
La madre, con su último aliento, le indicó que jamás había sido amante de su esposo y la
maldijo por los crímenes que había cometido. Desde entonces la sayona vaga eternamente,
persiguiendo a los hombres infieles que caen en sus intentos de seducción acabar con ellos”.
Una de las leyendas de terror más conocidas del país, la sayona (cuyo nombre proviene de
la prenda que llevaba, un sayo) o la mujer del llano nos habla de desconfianza y de celos, así
como de la necesidad de respetar y cuidar a las madres. Se dice que la figura de la sayona
seduce a los hombres con su belleza para luego llevarles a la llanura. Allí adopta su verdadera
forma, con colmillos y garras enormes y afiladas y ojos de color de la sangre, a menudo
provocándoles la muerte o la locura.
El silbón

El silbón es una de las leyendas más populares del folklore venezolano, ambientada en los
llanos. Ha sido tema de numerosas creaciones musicales muy difundidas en el país. Se origina
con la historia de un joven toñeco (malcriado) que insistía a su padre para que cazara a un
venado, ya que quería comer sus vísceras.

Así, un día el padre salió de cacería, pero al tardar demasiado, el joven salió en su búsqueda. Al
encontrarlo, y darse cuenta que no había cazado nada, lo mató y lo destripó, llevando sus
vísceras a la casa.

Entregó las tripas a su madre y ésta las puso a cocer. Al pasar las horas y notar que no se
ablandaban, empezó a sospechar. Al interrogar a su hijo, éste confesó el asesinato. La madre lo
maldijo, su hermano lo mandó a azotar y le arrojó picante en las heridas.

Se dice que recordar y narrar su sufrimiento libra al oyente de su aparición. Este espíritu errante
se aparece en las noches oscuras de mayo a los caminantes que van de fiesta en el llano con
ropas rasgadas y silbando unas notas musicales las cuales.

Al aparecerse, golpea a sus víctimas y las aterroriza, a veces hasta la muerte. Una de las
versiones más populares es la de Juan Hilario, la cual puede contarse como una leyenda más del
folklore.
Leyenda “La Llorona”
En las altas horas de la noche, cuando todo parece dormido y sólo se escuchan los gritos rudos
con que los boyeros avivan la marcha lenta de sus animales, dicen los campesinos que allá, por
el río, alejándose y acercándose con intervalos, deteniéndose en los frescos remansos que sirven
de aguada a los bueyes y caballos de las cercanías, una voz lastimera llama la atención de los
viajeros.
Es una voz de mujer que solloza, que vaga por las márgenes del río buscando algo, algo que ha
perdido y que no hallará jamás. Atemoriza a los chicuelos que han oído, contada por los labios
marchitos de la abuela, la historia enternecedora de aquella mujer que vive en los potreros,
interrumpiendo el silencio de la noche con su gemido eterno.
Era una pobre campesina cuya adolescencia se había deslizado en medio de la tranquilidad
escuchando con agrado los pajarillos que se columpiaban alegres en las ramas de los
higuerones. Abandonaba su lecho cuando el canto del gallo anunciaba la aurora, y se dirigía
hacia el río a traer agua con sus tinajas de barro, despertando, al pasar, a las vacas que
descansaban en el camino.
Era feliz amando la naturaleza; pero una vez que llegó a la hacienda de la familia del patrón en
la época de verano, la hermosa campesina pudo observar el lujo y la coquetería de las señoritas
que venían de San José. Hizo la comparación entre los encantos de aquellas mujeres y los
suyos; vio que su cuerpo era tan cimbreante como el de ellas, que poseían una bonita cara, una
sonrisa trastornadora, y se dedicó a imitarías.
Como era hacendosa, la patrona la tomó a su servicio y la trajo a la capital donde, al poco
tiempo, fue corrompida por sus compañeras y los grandes vicios que se tienen en las capitales, y
el grado de libertinaje en el que son absorbidas por las metrópolis. Fue seducida por un
jovencito de
esos que en los salones se dan tono con su cultura y que, con frecuencia, amanecen
completamente ebrios en las casas de tolerancia. Cuando sintió que iba a ser madre, se retiró de
la capital y volvió a la casa paterna. A escondidas de su familia dio a luz a una preciosa niñita
que arrojó enseguida al sitio en donde el río era más profundo, en un momento de incapacidad y
temor a enfrentar a un padre o una sociedad que actuó de esa forma. Después se volvió loca y,
según los campesinos, el arrepentimiento la hace vagar ahora por las orillas de los riachuelos
buscando siempre el cadáver de su hija que no volverá a encontrar.
De entonces acá, oye el viajero a la orilla de los ríos, cuando en callada noche atraviesa el
bosque, aves quejumbrosos, desgarradores y terribles que paralizan la sangre. Es la Llorona que
busca a su hija…

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