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UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID FACULTAD DE FILOLOGÍA

MÁSTER UNIVERSITARIO EN TEATRO Y ARTES ESCÉNICAS

Metodología de la Investigación Teatral

La expresividad hierática
Gonzalo de Ullóa y Don Juan

Presentado por:
Dalia Jimena Velasco Muñoz

13 de diciembre del 2022


La expresividad hierática:
Gonzalo de Ullóa y Don Juan

En vista de las notables diferencias que existen entre la figura de Don Gonzalo de Ullóa (el convidado de
piedra) presentado en el texto dramático de El burlador de sevilla atribuido a Tirso de Molina y la del
espectáculo dirigido por Xavier Albertí, este análisis pretende ahondar en los mecanismos gestuales y
expresivos que emplea el actor bajo la visión del director, la forma en cómo estos develan la relación que
el personaje posee con lo sagrado/divino y la relación de semejanza expresiva, que a su vez provoca un
contraste, con la presencia física de Don Juan, personaje que en la representación comparte el mismo ritmo
escénico con el resto de los personajes, los cuales se ven afectados semánticamente en su estatus moral.

Del verso 2325 hasta el 2460, en los que Don Gonzalo de Ullóa toca la puerta, ingresa al comedor para
cumplir la invitación de Don Juan y le invita tanto a él como a Catalinón a una cena en la capilla, el
personaje del convidado de piedra es presentado en su forma sepulcral que reafirma, desde su condición
física, su estado temporal: el de una estatua de piedra que ha sido erguida en su tumba como homenaje a su
valentía y que, por lo tanto, lo exime de las modalidades temporales y materiales a las que se encuentra
sometido cualquier ser vivo. En estos versos, aunque no hay información explícita de la expresividad del
personaje, el dramaturgo permite que el personaje hable y reaccione con afirmaciones o gestos a los
comentarios de Catalinón. Este último elemento, si se considera la comicidad de los comentarios de
Catalinón, provoca que la gravedad propia del personaje que es una estatua y su contundencia discursiva,
se alivianen.

De acuerdo con la construcción dramatúrgica del personaje, algunas de las primeras preguntas que surgen
al ver el espectáculo de Albertí en relación con el personaje de Gonzalo de Ullóa, son: ¿por qué el director
decide presentar al convidado de piedra como un hombre y no como una estatua?, ¿por qué no introduce
marcas visuales que lo diferencien notablemente del resto?, ¿por qué luce, en su expresividad hierática,
similar a Don Juan?; y sobre todo, ¿por qué los gestos que el dramaturgo ha introducido permanecen
únicamente en el plano verbal y no se ven en el cuerpo del actor que permanece inexpresivo ante las
preguntas de Catalinón? Vemos que la inexpresividad parecer ser el rasgo que reafirma su condición de
muerto y que, a su vez, le da un estatus hierático.

Detenerse en el mecanismo que emplea el dramaturgo para la construcción del personaje y su relación con
el resto, es necesario para comprender a profundidad las repercusiones semánticas que tiene la
resignificación que Albertí ha hecho del personaje. En los versos ya mencionados, es posible confirmar
que el convidado de piedra es sometido a un tratamiento doble: aunque está en plano de lo sagrado a través
de algunos códigos que lo relacionan con lo religioso, parece estar al mismo tiempo en el plano de lo
grotesco a través de unos códigos más bien laicos introducidos por Catalinón. En ese contracódigo el
dramaturgo une la risa y el horror, lo sucio con lo grave, lo extraordinario con lo ordinario, lo cual
desemboca en una carnavalización de lo sagrado. De esta manera, a través de la ruptura del sistema de
convenciones (la desmesura y la descompostura del gesto y la palabra), la muerte sacrificial de Gonzalo de
Ullóa es mezclada con lo burlesco. Esa risa que provoca la contraposición de códigos, sirve a nivel
dramático como un aligerante de lo terrible del convidado de piedra y su función vengadora.

Esa participación de Gonzalo de Ullóa en su proceso de carnavalización —el personaje inclina


afirmativamente la cabeza en varias ocasiones—, provoca una cierta degradación de lo sagrado; por lo
tanto, pareceria que lejos de ser la conciencia del héroe, el personaje pasa a ser la voz de la conciencia
colectiva. A través de la secuencia de la cena donde se contraponen los códigos de lo sagrado y lo laico, el
dramaturgo instala cierta ambiguedad en la figura del convidado que parece problematizar su pretensión de
representar la justicia divina y potencia, por su parte, esa posibilidad de representar el yo colectivo.

Contrario a lo que sucede en el texto dramático, la figura del convidado de piedra que propone Albertí no
participa en las afirmaciones incitadas por Catalinón, como tampoco en los gestos que conocemos a través
de las acotaciones o descripciones de Don Juan. De esta manera, al no participar de la carnavalización de
su figura, Gonzalo de Ullóa permanece en un plano de lo sagrado que no da paso a esa voz colectiva. Al
contrario, la colectividad queda contenida en el personaje de Don Juan, quien comparte el ritmo escénico
con el resto de los personajes (defectuosos e inmorales como él), instalándose de ese modo como un
representante de todos.

Esa decisión de no expresar corporalmente las acciones que Catalinón describe sobre el convidado de
piedra (él dice cosas sobre la expresividad del personaje que el espectador no ve), trae consigo algunas
valoraciones interesantes en relación con su propia expresividad y la de Don Juan. En la disociación
palabra-movimiento, que a veces se ve en otros personajes del montaje escénico, genera un efecto de
extrañamiento exagerado que solo se percibe en él. Ese distanciamiento que genera extrañeza nos hace
pensar en el tiempo, ya que el personaje parece estar por fuera del mismo, recordándonos que en la muerte,
donde no hay tiempo, está Dios: la única entidad que no sufre las afectaciones del tiempo, esa gran
preocupación humana. De esta manera, la puesta de Albertí por un convidado que no responde
expresivamente a las descripciones de Catalinón o a las acotaciones, sitúa al personaje en un estado de lo
divino que no puede ser burlado.

Un elemento que resulta curioso, y que no puede pasarse por alto al momento de ver los cuerpos de Don
Juan y Don Gonzalo de Ullóa juntos, es la aparente similitud expresiva de ambos: tanto Don Juan como
Don Gonzalo lucen inexpresivos y contundentes. ¿Por qué ambos personajes comparten esa inexpresividad
cuando podrían ser diferentes?, ¿será que Don Juan, además de ser así como una manifestación de su
automatismo, pretende fingir cierta majestuosidad?, ¿o es precisamente esa inexpresividad la que nos
revela su pronta muerte? Es claro que su corporalidad revela, precisamente, su automatismo, su
enfermedad y su declive, ¿pero al tener una expresividad similar al del convidado que es un representante
de lo divino, no podría verse, precisamente, como un intento de él y de todos por fingir estar en sus
cabales? ¿Esa misma restricción de la expresividad no podría verse como un intento por ocultar la bajeza?

Es claro que su corporalidad revela, precisamente, su automatismo, su enfermedad, su declive. ¿Pero al


tener una expresividad similar al del convidado que es un representante de lo divino, no podría verse,
precisamente, como un intento de él por fingir estar en sus cabales?, ¿esa misma restricción de la
expresividad no podría verse como un intento por ocultar la bajeza? La figura y la expresión del muerto
llega, precisamente, para develar a través de un efecto de sobre exposición, que esa expresividad es falsa y,
por lo tanto, anómala. La inexpresividad de Don Juan, similar al de convidado de piedra, lo ubica en el
plano de la muerte. Y es precisamente la puesta del director por disociar el movimiento del convidado de
las descripciones que realiza Catalinón, lo que ubica al convidado en un plano de lo sagrado. Él, aunque se
vea inexpresivo, no es como Don Juan. Él tiene un poder que lo eleva por encima de todo: estar libre del
tiempo.

El contraste dual entre el convidado de piedra y Don Juan es interesante: el primero, que ha logrado la
liberación y se encuentra en la gracia divina (y que por ende representa lo divino) representa lo
moralmente correcto y Don Juan lo moralmente incorrecto que debe ser corregido. Este último, al ser un
representante de la colectividad, parece decirle al espectador que, aunque sea él quien sufra el castigado,
realmente son todos los personajes quienes son castigados en la medida en que comparten las mismas
faltas de Don Juan, quien parece ser el chivo expiatorio a través de cual la sociedad se permite cometer
faltas o actuar en contra de su deber.

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