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I. la época primitiVa
(años 753 a 510 antes de Cristo), durante el que subsistió una juris-
dicción familiar al lado de la del rey, cuya persona investía un carácter
religioso. Se puede comprobar que todavía al momento de la funda-
ción de Roma (21 de abril del año 753 antes de Cristo) la pena tenía
fundamento sagrado. Además, en sus comienzos, la ciudad presentaba
una forma de organización de naturaleza semiteocrática, pues el jefe
del gobierno civil y militar era al mismo tiempo quien dirigía el culto,
y los sacerdotes eran funcionarios del Estado. Justo es recordarlo, este
es el lapso durante el cual se afirmó el principio de la venganza pública
ejercida por el poder político actuante, mientras que el rey –como sacer-
dote sumo– tenía jurisdicción criminal plena.
más el poder de la Iglesia llegó a ser de tal magnitud que, incluso, dis-
cutía con el poder civil el juzgamiento de los delitos mixtos.
Para terminar, surgieron los prácticos que a lo largo del siglo XVI
se encargaron de sistematizar todos los trabajos anteriores y de emi-
tir reglas de carácter más general; entre ellos se mencionan: J. Clarus
(1525-1575) y P. FarinaCius (1544-1618), T. deCiani (1509-1582), en
Italia; A. de Castro (1495-1558) y D. CoVarruBias y leyVa (1512-
1577), en España; M. BerliCH (1586-1631) y B. CarpzoV (1595-1666),
en Alemania; sin olvidar a los italianos renazzi y A. Cremani, y al fran-
cés P. F. muyart de VouGlans (1713-1791), como los representantes
tardíos de estas corrientes.
B). El Humanismo
A). Introducción
justicia penal práctica; por ello, el estudio del hombre delincuente dio
origen al nacimiento de la antropología criminal, disciplina que afirmó
la anormalidad del transgresor de la ley. Desde luego, una de las piedras
angulares de esa construcción fue la clasificación de los delincuentes
en cinco categorías: natos, locos, habituales, ocasionales y pasionales.
A). Orígenes
derecho natural y con el derecho racional; por ello puede afirmarse que
la dogmática jurídico penal solo alcanza a conformarse de manera plena
con la obra de K. BindinG. no obstante, deben distinguirse tres períodos
distintos en su primera fase: en primer lugar, la época de la Ilustración
–caracterizada por la mezcla entre los principios del derecho natural
dictados por la razón y las leyes positivas– gracias a las elaboraciones
de K. F. Hommel (1722-1781), quien había desarrollado las ideas del
Iluminismo en el ámbito del derecho penal antes de que se conociese
a C. BeCCaria en Alemania, cuya obra ordenó traducir. En esta misma
línea de pensamiento, deben citarse otros expositores como F. Klein
(1743-1810), G. A. C. KleinsCHrod (1762-1824), CH. K. stüBel (1764-
1828), K. L. W. Von Grolmann (1775-1829); P. J. A. FeuerBaCH (1775-
1833), incluso I. Kant (1724-1804).
B). El positivismo
C). El neokantismo
E). El finalismo
En el plano científico, sin duda, el auge de esta postura está dado por
la posición epistemológica asumida por su fundador y sistematizador.
En efecto, a pesar de que el finalismo welzeliano sienta una continui-
dad con el neokantismo, entre ambos planteamientos existen puntos
de partida diferentes, pues mientras esta última corriente se asienta en
dos premisas: el subjetivismo metodológico y el relativismo valorativo,
como ya se dijo, el finalismo parte de un objetivismo metodológico y
de la afirmación de “verdades eternas” y “estructuras lógico-objetivas”.
Dicho viraje es posible a medida que H. Welzel critica a sus adversa-
rios por haber tergiversado el pensamiento de I. Kant, pues, según dice,
las categorías a priori no son subjetivas, sino objetivas para toda mente
inteligente, por lo que no es el método el que determina el objeto, sino
al contrario. Así, pues, las ciencias naturales y las del espíritu no se
distinguen por poseer un método diferente, sino a partir de su objeto:
mientras que las naturales contemplan la realidad en su aspecto causal,
las espirituales (el derecho, la sociología, etc.) se refieren a acciones
humanas caracterizadas por la finalidad o intencionalidad.
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Desde luego, con tal punto de partida este iusfilósofo plantea una
dogmática penal objetivista que dominó la discusión germana entre
1945 y 1960 y que repercutió en otras naciones. Como pilares de su
construcción, afirma la existencia de dos estructuras lógico-objetivas:
el concepto final de acción y el concepto de culpabilidad, entendida
como la capacidad de autodeterminarse conforme a sentido, en lo que
debe verse una consecuencia de las fuentes filosóficas aristotélicas y
escolásticas en las que se funda.
Esta tendencia se remonta hasta 1960 cuando, luego del auge del
finalismo, nace un período caracterizado por el predominio de una con-
cepción mixta o sincrética, con construcciones del delito que son una
síntesis neoclásico-finalista, en la cual se expresaban de manera cabal
las diferentes preocupaciones metódicas a lo largo del último siglo; a
ellas se sumaron las que hacen hincapié en el aspecto teleológico –fruto
del pasado neokantiano–, sobre todo el racionalismo del fin o concep-
ción funcional, que maduraron durante los años noventa del siglo XX.
Por una parte, el paso del sistema al problema. Era frecuente el es-
tudio de casos y de problemas concretos, bien en obras especializadas
sobre la materia, que solían acompañarse de abundantes referencias a
problemas concretos, o en guías que exponían ejemplos de la vida real.
Ello fue posible por factores como la influencia de las posturas filo-
sóficas de N. Hartmann (1882-1950), con su contraposición entre el
pensamiento aporético y el sistemático, y el paso de lo abstracto a lo
concreto; la penetración después de la segunda guerra mundial del “de-
recho del caso anglosajón” y algunos vuelcos observados en la teoría
del derecho, que postularon un giro hacia los problemas concretos.
Varias son las fases vividas por el derecho punitivo colombiano, que
van desde la época primitiva hasta el momento actual.
En este período, que va desde 1492 hasta 1563, los hispanos luchan
de forma abierta por lograr el sometimiento de los pueblos aborígenes,
y tratan de imponer su legislación sustentada en el absolutismo y la
fuerza, para lo que se acude a un feroz derramamiento de sangre con
características de verdadero genocidio, pocas veces registrado en los
anales de la historia oficial contemporánea. Fruto de ello fue el exter-
minio de buena parte de los indígenas o su sometimiento a la esclavitud,
casi siempre después de ser cazados con perros de presa para ser ven-
didos en el mercado de esclavos, o secuestrados con sus familias para
obtener rescates en oro, joyas y piedras preciosas; y, por consiguiente,
el arrasamiento de culturas milenarias, con el pretexto de evangelizar a
los incrédulos y extender la fe cristiana por el nuevo mundo.
Este lapso, que corre desde 1810 –cuando se gesta el primer grito
de independencia– hasta hoy, se enmarca en cuanto a lo político dentro
de una situación muy convulsionada, como lo demuestran las denomi-
naciones dadas al Estado colombiano: Provincias Unidas de la Nueva
Granada (1810-1819), República de la Gran Colombia (1819-1831),
República de la Nueva Granada (1831-1858), Confederación Grana-
dina (1858-1861), Estados Unidos de Colombia (1861-1886) y, para
terminar, República de Colombia (1886 hasta hoy). Durante esta fase
solo se han sucedido pugnas intestinas por el poder, enmarcadas en las
disputas liberal-conservadoras, que han desatado guerras, inestabilidad
institucional, atraso y subdesarrollo; los privilegios han sido usufruc-
tuados, de generación en generación, por diversos y escogidos núcleos
familiares, lo cual ha permitido el surgimiento de no pocos movimientos
armados que –entrado ya el nuevo milenio– amenazaron con tomarse
el poder por la vía de las armas, si no se accedía a sus pretensiones;
no obstante, munidos de sus dobles discursos de paz, ahora aspiran a
hacerse al control del Estado por las vías electorales tras las negociacio-
nes concluidas en 2016 en las cuales, a no dudarlo, el establecimiento
corrupto se doblegó ante todas sus demandas.
rias civiles y penales, sin que aún hoy se conozcan los resultados de sus
labores. No obstante, según indican diversas constancias históricas, sólo
en 1823 se publica un Proyecto de Código Penal elaborado por ViCente
azuero plata (así, de manera irrefutable, C. A. GálVez arGote); esta
propuesta, que por las graves circunstancias políticas del momento no
fue convertido en ley, era una codificación estructurada con base en los
dictados de la legislación expedida por el gobierno español y, además,
como su mismo título lo recuerda, se limitaba a reproducir –con algunas
variaciones– el Proyecto hispano de 1821.
Una vez disuelta la Gran Colombia hacia 1831, solo en 1833, bajo el
nuevo gobierno de Santander, se volvió a publicar un tercer proyecto de
Código Penal (Proyecto de Código Penal para la República de la Nue-
va Granada. Acordado por el Consejo de Estado el año de 1833 para
presentarlo al Congreso en sus próximas sesiones, Bogotá, Imprenta
de Nicomedes Lora, 1833) elaborado por el Consejo de Estado a ins-
tancias de los consejeros José iGnaCio de márquez Barreto y ViCente
azuero plata. Esta propuesta constaba de cuatro libros [el primero,
“De las penas en general”; el segundo, “De los delincuentes y del modo
de graduar los delitos y aplicar las penas; el tercero, “De los delitos y
culpas contra la sociedad y sus penas”; y el cuarto, “De los delitos y
culpas contra los particulares y sus penas”] y un total de 935 artículos,
lo firmaban el Presidente del Consejo de Estado, Señor José iGnaCio de
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Para evitar el vacío legal, el artículo H del título XXI, destinado a las
“Disposiciones transitorias”, dispuso que mientras el poder legislativo
no decidiera otra cosa, continuaba en vigor “en cada departamento la
legislación del respectivo Estado”. No obstante, se hizo una salvedad
importante, pues en el artículo J se estableció que mientras se legislaba
en contrario se aplicaba “el Código del extinguido Estado de Cundina-
marca, sancionado el 16 de octubre de 1858”, para juzgar a las personas
que incurrieran en los delitos a los que se refería el artículo 29 ya trans-
crito; para terminar, mediante la ley 57 de quince abril 1887, se puso en
vigencia para todo el país este último estatuto.
Por eso, hoy es necesario impulsar un amplio debate entre los es-
tudiosos para hacer los necesarios ajustes de tal manera que –sobre la
base del camino andado y con base en los esfuerzos hechos– se corrijan
los desaciertos y se mejoren los logros que, se repite, son bastantes,
más allá de lo que pretende una crítica a veces destructiva, empeñada
en restarle importancia a aportes que, como este, solo buscan contribuir
en algo a fortalecer las debilitadas instituciones actuales. Urge, pues,
repensar todo el sistema penal con una lente garantista, minimalista y
democrática, de tal manera que la ley penal se ajuste a los modernos
avances, y preserve la dignidad de la persona humana, lo cual no se
logra con meras declaraciones de principios sino con desarrollos con-
cretos y reales; ello se hace más evidente ahora que, ante las arreme-
tidas del terrorismo y la corrupción, se le ha dado rienda suelta a un
derecho penal autoritario y en expansión como lo evidencian recientes
reformas legislativas y constitucionales en este ámbito, algunas de corte
muy retrógrado como las leyes 1453 y 1474 de 2011. Aunque, de forma
paradójica, cuando se trata de poner en escena la llamada justicia tran-
sicional para dar cobijo a los actores armados se diseñan herramientas
penales que, de forma vergonzosa, están pensadas para que impere la
impunidad en tratándose de los crímenes más aleves (la negociación
culminada con las Farc en 2016, es una clara muestra de ello).
yes 1142 de 2007, 1453 de 2011, 1474 de 2011, 1760 de 2015 y 1786
de 2016, entre otras).