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El derecho penal, como rama del ordenamiento jurídico, es aquel conjunto de normas
jurídicas que determina las conductas delictivas y les asigna una sanción. Ahora bien,
no siempre ha tenido el contenido ni la forma que actualmente se le atribuye,
dependiendo éstos del concreto ámbito histórico y cultural en el que uno centre su
atención. Así, a lo largo de la historia se ha pasado del reconocimiento de una
responsabilidad colectiva y objetiva a una responsabilidad individual y subjetiva; de un
sistema de arbitrio judicial a un sistema de legalidad. Esta evolución no ha sido para
nada lineal, sino que se ha caracterizado por una sucesión de marchas y
contramarchas que dificultan enormemente la delimitación de los diferentes períodos
que ha atravesado el derecho penal hasta nuestros días. Por esta razón vamos a
publicar una pequeña serie de artículos en los que estudiaremos dichos periodos bajo
una óptica simplificadora, empezando por el derecho de las sociedades primitivas
hasta el movimiento codificador de los siglos XVIII a XX. Todo ello desde la
perspectiva del derecho continental europeo o romano-germánico en el que se
enmarcan la mayor parte de los países europeos, entre ellos España.
I. Prehistoria
En las sociedades prehistóricas toda norma de conducta tenía carácter
consuetudinario, basado en la repetición de los usos y costumbres seguidos por cada
comunidad, y se presentaba de forma indiferenciada, entremezclándose normas
jurídicas con las religiosas, morales y las del trato social. Las normas penales se
enfocaban sobre todo a sancionar las conductas que resultaban lesivas para el grupo
tribal, que reaccionaba mediante una declaración de guerra ante la ofensa cometida
por otra tribu. La responsabilidad, por tanto, era colectiva. Dentro del propio grupo la
sanción se aplicaba al individuo, quien, en caso de transgredir las normas sociales
establecidas, podía enfrentarse a un castigo físico e incluso a la expulsión (que
equivalía a la pena de muerte, ya que no tendría un grupo que lo protegiese).
II. Antigüedad
Cuando las sociedades empezaron a organizarse en estructuras políticamente más
sofisticadas, en las que confluían los elementos de autoridad, población y territorio,
nació la noción del Estado. Se hizo entonces necesaria una regulación de las distintas
relaciones interhumanas a fin de facilitar la convivencia social, lo que significaba
reglamentar las sanciones y dar publicidad al castigo para evitar futuras infracciones.
La importancia del Corpus Iuris Civilis reside haber servido de base para gran parte de
los sistemas jurídicos modernos que pertenecen a la tradición continental europea.
Tras asentarse en suelo del antiguo imperio, los bárbaros convivieron con la población
romana y paulatinamente fueron aceptando su derecho, sobre todo en las provincias
de Hispania, Italia y las Galias. Así, el derecho romano sobrevivió, aunque de forma
vulgarizada, en las codificaciones romano-germánicas elaboradas por los bárbaros,
siendo algunas de las más importantes el Código de Eurico o Codex
Euricianus (480) Edicto de Teodorico (503), el Breviario de Alarico o Lex Romana
Visigothorum (506), la Liber Papiensis o Lex Romana Burgundiorum (516), y el Libro de los
Jueces o Liber Iudiciorum (654).
En cuanto a las fuentes del derecho penal canónico, encontramos una profusa
cantidad de cánones o decretos, emanados de los concilios, y decretales o epístolas
papales, surgidas de las consultas hechas al papa, que, junto con otras fuentes
seculares como el Breviario de Alarico y el Código Teodosiano, fueron recopilados a
mediados del siglo XII en una obra que pasó a la historia como el “Decreto de
Graciano”, llamado así por el monje que la elaboró. Esta compilación marcó el punto de
partida del movimiento recopilador del derecho canónico, que culminó en el siglo XV
con el Corpus Iuri Canonici. Lo integraban el propio Decreto de Graciano,
las Decretales de Gregorio IX o Liber Extra (1234), el Liber Sextus de Bonifacio VIII
(1298), las Clementinas o Liber Septimus (1314), las Extravagantes de Juan XXII (1500) y
lasExtravagantes comunes (1503).
El inicio del proceso recopilador del derecho canónico coincidió en el tiempo con el
descubrimiento, por parte de un jurista italiano llamado Irnerio, de un manuscrito
del Digesto, la obra más extensa de la compilación del emperador Justiniano, en una
biblioteca de Pisa. A raíz de este hallazgo, Irnerio fundó la Escuela de los Glosadores
(siglo XII) en la Universidad de Bolonia con el fin de estudiar el derecho romano
justinianeo, empleando para ello un método de trabajo basado en la glosa, esto es,
incorporar aclaraciones a los textos estudiados. Los Glosadores fueron sucedidos por
la Escuela de los Postglosadores o Comentaristas (siglos XIII y XIV), que convirtieron
las construcciones jurídicas de los primeros en un derecho aplicable por los tribunales
de la época. Crearon un nuevo sistema jurídico integrado principalmente por el
derecho romano y canónico que, gracias al apoyo de los reyes feudales, al impulso de
su estudio en las universidades medievales y a la aparición de la imprenta, logró una
gran difusión hasta convertirse en el ius commune o “derecho común”, durante varios
siglos, de toda Europa. Sus principales características podemos resumirlas de la
siguiente forma:
Llegados a este punto, damos por terminado este primer artículo de la serie “Historia
del Derecho Penal”. En la próxima entrada estudiaremos la época de la Ilustración y
las repercusiones que tuvo la Revolución francesa para el conjunto de las naciones
europeas. Asimismo, analizaremos el movimiento codificador y el enfrentamiento que
mantuvieron las diferentes escuelas del pensamiento penal hasta llegar a la época
actual.
Estos principios adquirieron fuerza con la Revolución Francesa, que supuso el fin para
la sociedad estamental del llamado “Antiguo Régimen” y estableció los cimientos de lo
que hoy entendemos por Estado de Derecho. Fueron recogidos por Cesare Bonesana,
marqués de Beccaria, en su conocida obra De los delitos y las penas (1764), cuya
publicación tuvo una honda repercusión y dio origen a un proceso de revisión del
derecho penal y penitenciario en toda Europa, todavía anclados en el salvajismo y
crueldad de la época medieval. En esta obra se reclamaba, por un lado, un derecho
penal secularizado que se ocupase exclusivamente de regular la reacción de la
sociedad ante los ataques cometidos contra ella o sus miembros; y por otra, un
derecho penal más humano que aboliese prácticas como la tortura y la pena de
muerte y que estableciese unas garantías procesales en favor del inculpado.
V. Edad contemporánea
El pensamiento ilustrado puso en curso el movimiento codificador desde finales del
siglo XVIII hasta el XX. Esto no significa que no existiesen códigos con anterioridad
(recordemos el Código de Hammurabi, el antecedente más antiguo conocido), sino que
en esta época el término “codificar”, esto es, formar un cuerpo de leyes metódico y
sistemático, adquirió una connotación especial. Antes, el derecho se codificaba
mediante la agrupación de leyes antiguas en compilaciones o recopilaciones que
seguían un criterio cronológico o temático. Se trataba, por tanto, de códigos que se
quedaban obsoletos nada más ser promulgados. La codificación ilustrada, en cambio,
organizó los códigos según las diferentes ramas del derecho y buscaba regular, no
solo la sociedad del presente, sino también la del futuro.
En la segunda mitad del siglo XIX y a principios del XX, se desarrolló lo que diversos
autores denominaron como la “lucha de las escuelas penales”, una pugna de carácter
doctrinal que mantuvieron diferentes corrientes de pensamiento sobre la legitimidad
del derecho penal, la naturaleza del delito y el fin de las sanciones. A un lado se
encontraban los llamados clásicos (en el sentido de anticuados, en tono despectivo),
que en realidad no formaban una verdadera escuela, sino que se trataba de un grupo
de juristas cuyo pensamiento estaba influenciado por la filosofía de la Ilustración,
aunque con muchos puntos de vista divergentes y, en algunos casos, contradictorios.
Entre los principales defensores de la Escuela Clásica estaban Romagnosi, Carrara,
Feuerbach, Pacheco y Groizard. Los principios fundamentales que comparten sus
doctrinas pueden sintetizarse asÍ:
o El delito no es un ente de hecho, sino un ente jurídico. El delito carece de una existencia
natural, es la creación de una ley penal y, por tanto, no existen otros delitos fuera de los
determinados por ésta.
o El derecho penal tiene un fin de tutela. La pena es un medio de tutela jurídica que
pretende el reestablecimiento del orden público alterado por el delito y tiene el carácter
de un mal, equivalente al que ha causado el delincuente. Para evitar que sea abusiva,
debe de ser proporcionada, cierta y conocida.
o La responsabilidad se sustenta en el libre albedrío, es decir, el sujeto responde de su acto
porque es libre a la hora de determinar sus comportamientos. Puede escoger entre actuar
o no conforme a la norma penal, y en caso de decidirse por esto último, debe ser
castigado.
o El sistema de análisis que emplean es lógico-formal. Parten de supuestos preexistentes,
sea la ley natural o la escrita, que desarrollan a través de un procedimiento deductivo,
para aplicarla al problema que enfrentan.
o El delito no es un ente jurídico creado por una ley penal, sino que tiene existencia
natural independientemente de las épocas o sociedades de que se trate. Consiste en
ciertos comportamientos que reúnen unas determinadas características identificables.
o La pena no es un castigo ni se aplica por el hecho cometido; es un tratamiento dirigido a
la resocialización del delincuente que se regula por la peligrosidad de éste. El fin de la
pena, por tanto, no es otro que la defensa de la sociedad. Su duración es indeterminada,
ya que depende de que se alcance el objetivo que persigue y, en casos extremos, puede
llegar a consistir en formas de inocuizar al sujeto.
o Al contrario que los clásicos, los positivistas rechazan la teoría del libre albedrío. Parten
de una concepción determinista del hombre, según la cual no es capaz de decidir
libremente su conducta. Ésta estaría determinada por una serie de factores (biológicos,
sociales, etc.) y por las leyes naturales a las que está sujeta, de modo que la
responsabilidad no es personal sino social.
o Debido a que los positivistas consideran al delito como un hecho natural y al delincuente
como un individuo con un perfil científicamente determinable, recurren a la metodología
propia de las ciencias naturales, esto es, el método causal explicativo (experimental).
La legislación penal europea del siglo XIX dibuja un sistema punitivo respetuoso con
los derechos fundamentales de las personas, reconociendo la necesidad de un
tratamiento humano y resocializador del delincuente, la adecuación de la gravedad de
las penas a la gravedad del delito y al nivel de responsabilidad del que lo cometa, la
prohibición de aplicar penas desproporcionadas, inhumanas o crueles, y el
establecimiento de un proceso garantista. Muchas de estas ideas, propias del
pensamiento humanista de la Ilustración, han obtenido reconocimiento universal al ser
recogidas por diversos instrumentos internacionales de derechos fundamentales,
como la Declaración Universal de Derechos Humanos o la Convención contra la Tortura y
Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, y por las Constituciones de los
Estados.
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