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Marginación y Marginalidad (2 puntos).

1.En una sola palabra: la especialización. En nuestro mundo, el capitalismo ha


fomentado una dinámica socioeconómica sustentada por el neoliberalismo, según el
cual es el individuo, en búsqueda constante de su propio beneficio personal, quien se
procurará los medios y estrategias necesarias para progresar. Esta forma de pensar ha
generado una determinada estructura social, radicalmente diferente a la de la película.
En Divergente, no existe tal cosa como el neoliberalismo sino más bien una suerte de
régimen oligárquico y tecnocrático, en este, se asume que cada individuo tiene algo que
aportar al sistema, pero no se considera que ninguna de las cinco facciones sea mejor
que las demás. En otras palabras, las facciones se aportan mutuamente cosas que son
necesarias para la cohesión social, estando constantemente equilibradas y en situación
de interdependencia. No obstante, los “sin facción” son individuos que no reúnen las
aptitudes necesarias para contribuir al sistema, razón por la cual son excluidos. Esto se
entiende, partiendo de la cosmovisión que la moneda de cambio de ese universo, el
capital que confiere un estatus de “facción” o de “sin facción”, es la “capacidad”. Todo
el sistema “social y económico” de Divergente se basa en la aportación de un
determinado servicio, fundamental a ojos del sistema de gobierno, y, debido a ello, todo
se vertebra alrededor de si los individuos pueden aportar ese servicio o no. Así, la
marginalización se produce porque la economía capitaliza la capacidad individual y,
cuando esta es insuficiente, se produce un rechazo por parte del propio sistema. Por otro
lado, en cuanto a qué tipo de carencia está asociada la marginalidad, yo diría que a
ambas. Los marginados no tienen acceso a los recursos, en tanto estos están restringidos
a quienes aportan al sistema, aunque su mayor carencia no es cuantitativa, ya que según
nos cuenta la propia saga de películas, una de las facciones (abnegación) se encarga de
dar cobijo y alimento a los “sin facción”. En este sentido, por tanto, podríamos decir que
la marginación no está tan condicionada a no tener suficientes recursos como al hecho
de no poder acceder a ciertos servicios, por ejemplo, conocimiento (gestionado por
erudición), justicia (suministrada por verdad), o seguridad (procurada por osadía).
2. Respecto a los discursos, esto va muy en sintonía con lo expuesto anteriormente.
Desde los “faccionarios” se puede argumentar que, como el equilibrio del sistema es
responsabilidad de la cooperación conjunta, y esta cooperación se consigue a tracvés de
la capacidad individual para aportar una serie de servicios al colectivo, aquellos que no
aportan no tienen derecho a beneficiarse de forma alguna de la sociedad. Además, hay
que recordar que obtener el estatus de “miembro de una facción” no depende ni de la
riqueza, ni del estatus, sino de la superación de una prueba de aptitud y, posteriormente,
de una elección personal que, posteriormente, será puesta a prueba para confirmar la
validez de la decisión. En este sentido, por tanto, nos encontraríamos un discurso
“académico” que sostendría que la categoría de “sin facción” no es una imposición
social si no un resultado, derivado de un proceso selectivo, que descarta a los que no son
aptos para el funcionamiento del sistema. En cualquier caso, lo que está claro es que los
“sin facción” son estereotipados de forma negativa, pudiendo ser considerados como
“ineptos, inadaptados, criminales, antisistema o rebeldes”. De hecho, muchos
“divergentes” acaban convirtiéndose en “sin facción”, precisamente porque son
señalados como personas peligrosas que ponen en peligro el sistema. De este modo,
unos por tener demasiadas aptitudes y los otros por no tener la suficientes, serían
encasillados en roles desviados. Como resultado, podría decirse que su existencia sí
suscita una alarma, aunque en mi opinión, ni generalizada ni abiertamente pública.
Básicamente, en la sociedad de divergente, se acepta que existan estas personas, se sabe
que pueden amenazar de algún modo el sistema y que es indeseable formar parte de ese
grupo, pero se le considera tan débil y subordinado que no se cree que constituyan un
verdadero peligro. No, al menos, como decía, de forma abierta. Hay que recordar dos
cuestiones clave: los Divergentes suelen acabar como “sin facción”, y los sistemas, en
tanto anomalías del sistema, son perseguidos por su potencial capacidad
desestabilizante; y, en segundo lugar, la facción de Osadía solo tiene razón de ser si se
considera que existen posibles amenazas que se deben combatir. No obstante, en una
sociedad tan “idílica” como la que se plantea y teniendo en cuenta que Chicago está
protegida, no parece tener una verdadera razón de ser, aparte de como cuerpo simbólico
destinado a transmitir sensación de seguridad y efectos disuasorios y para ejecutar y
hacer valer la justicia. Sin embargo, ni aún con esas se entiende justificada su
existencia, no a menos que se entiende que existen de forma preventiva ante posibles
amenazas externas o internas, que procederían de estos “sin facción”.
3. Las agencias informales de Divergente juegan un papel capital, aunque siguen
teniendo menos poder coercitivo que las agencias formales representadas por Osadía y
las élites que organizan las facciones. Esto se debe a que, como la sociedad de esta
historia funciona gregarizando y especializando a sus individuos para que cumplan
funciones “x”, la anomalía o el abandono de esas funciones son rápidamente detectados
por miembros de la misma facción o de otras, convirtiéndose así, de forma indirecta, en
vigilantes los unos de los otros. Por poner una analogía de nuestro mundo, el sistema
sería similar al control social informal observado durante el confinamiento, donde los
vecinos vigilaban las calles y quienes vivían en sus proximidades y no dudaban, incluso,
en reprenderles ciertas conductas. Respecto a las informales, ejercen el rol que se les
espera actuando de mediadoras, de sistemas de justicia y, sobre todo, ejerciendo efectos
disuasorios para evitar que los que pertenecen a alguna facción transgredan las normas.
En este sentido, por ejemplo, Osadía actúa ya solo con su existencia como un
mecanismo preventivo, razón por la cual, aunque es natural que intervenga de forma
reactiva, a la aparición de alguna transgresión, no es la única forma de ejercer control
que tienen.
4. Muy sencillo: aunque sean “sin facción”, de facto, existen como una. Así que, en
primer lugar, una elaboración cultural natural que podría emanar sería el surgimiento de
un determinado conjunto de valores, hábitos y signos de identidad (banderas, bailes,
canciones, oficios, jerga, etc.) que, para empezar, les sirvan para unificarse y definirse
como un colectivo, así como para diferenciarse de las otras facciones. Aquí, por
ejemplo, es interesante recordar las teorías de Tajfel sobre los estereotipos y los
procesos de categorización, ya que, aunque es cierto que para la sociedad “funcional”
los “sin facción son parias”, es decir son personas inferiores; para los “sin facción” las
otras facciones podrían ser también otras cosas. Esto por poner una analogía sería como
lo que sucede con los occidentales y los gitanos; para los primeros, los gitanos son
personas problemáticas que no son de fiar; pero es que, para los propios gitanos, sucede
lo mismo al revés. Así pues, los sin facción podría diseñar procesos de categorización
en el que ellos se vieran como vencedores o superiores, por ejemplo, en términos de
libre albedrío o de capacidad para gestionar el tiempo o las responsabilidades, creando
así autojustificaciones y mecanismos adaptativos que les permitan lidiar con la situación
de ser concebidos, precisamente, como rechazados del sistema.
2/ Tipos de Marginación (2 puntos).
Por supuesto, es posible asociar a los personajes en alguno de los tipos de
marginalización definidas por Bonal. Por ejemplo y, para empezar:
-Toda la pandilla de hippies en su conjunto, incluyendo a la novia de Draper, pueden
incluirse en el tipo de la marginación evasiva. Esto no es tanto por el consumo de
drogas, que lo hay o, al menos, se nos sugiere que lo hay (en la actitud, en la estética, en
un fumar que fácilmente podemos asociar a la marihuana o al opio), si no por la actitud
de querer escapar del sistema, evadiéndose de él. Son hippies y es natural, va acorde a
su ideología, y, en este caso, tratan de hacerlo cayendo en divagaciones filosóficas y en
un ocio banal y pseudoartístico, con aires de bohemia, que en realidad lo que oculta es
una profunda inadaptación a los cánones del sistema. De hecho, esto queda
perfectamente claro en las frases finales de la escena, cuando le dicen a Draper que no
podrá salir porqué hay policía y el responde que él sí, que serán ellos los que no podrán.
Esto se debe a que, aunque ninguno de ellos aparenta superficialmente no ser una
persona corriente (de hecho, parecen formados y cultos), y aunque no hayan cometido
ningún delito, mental e ideológicamente no están “capacitados” para salir al exterior.
-De hecho, en relación a lo anterior, el tipo que increpa a Draper encaja también (igual
que el hippie enamorado de la novia de Draper) dentro del tipo de la marginación
alternativa, porqué además de querer excluirse evasivamente de la realidad social, son
críticos con ella, la rechazan y cuestionan sus cimientos sociales y laborales, siendo
estas razones, además, otro motivo por el que no pueden salir: porqué no creen en el
sistema y, por tanto, no creen en la legitimidad de sus representantes los policías y eso,
por defecto, los sitúa en situación de oposición contra ellos. En cualquier caso, todo esto
de la autoexclusión de estos personajes puede observarse en la tensa discusión que
mantienen con Draper, donde este defiende que no hay ninguna verdad oculta, ninguna
mentira, las cosas sencillamente son como son y estos manifiestan activamente su
recelo, asegurando que existen intereses y dobleces y que el sistema está corrupto y no
es de fiar.
-Por último, hay una frase que suelta la otra chica de la escena que, aunque a priori
pueda pasar fácilmente desapercibida, dice mucho de otro tipo de marginación que está
presente. En este caso, la frase hace alusión al porqué cuando los hombres discuten las
mujeres no pueden decir nada, comentario que es respondido directamente con una
ausencia de respuesta. De este modo, con su frase ignorada, se nos confirma que las
mujeres de la época, precisamente por vivir en el lugar y momento en el que viven,
sufren una marginación artificial de exclusión. Su situación, de hecho, no es buscada
intencionalmente, sino que viene motivada por la situación social vigente en ese
momento.
3/ Cultura de la pobreza (2 puntos).
En mi opinión, haciendo una mezcla entre las teorías de Lewin sobre la cultura de la
pobreza y también de sus detractores, creo que es posible encontrar varios rasgos de la
cultura de la pobreza en el Vaquilla, su barrio y su entorno. No obstante, y en esta parte
es donde tenemos que tener en consideración las críticas a Lewin, que se den ciertos
rasgos que parezcan contribuir a que la pobreza se perpetúe entre generaciones y
estimule una idiosincrasia marginal, no implica ni mucho menos que los pobres sean
responsables de su propia pobreza y que esta sea producto natural de individuos que no
tienen anhelos o motivación para progresar. En otras palabras, la pobreza, aunque pueda
estar influida por lo que Lewin denomina como cultura de la pobreza, tiene un fuere
componente socioestructual y, diciéndolo de forma poética, depende en gran parte de la
suerte que le haya tocado a cada uno cuando la vida ha repartido sus cartas. De hecho,
aquí podríamos apelar a Bordieu y su teoría del campo que, en realidad, encajaría
bastante bien como punto intermedio entre la postura de Lewin y de su crítica. En
cualquier caso, en lo que concierne a los rasgos de la cultura de la pobreza que se
pueden identificar en el Vaquilla podríamos encontrar los siguientes:
-El Vaquilla y las juventudes de su entorno no están (o no sienten que estén)
capacitados para adaptarse a las reglas del mundo y, por tanto, para utilizar a su favor
los mecanismos de progreso y movilidad social. En otras palabras, no saben cómo
aprovechar las oportunidad que hay para salir de la pobreza que, aunque es cierto que
son pocas y difíciles, existen y son una forma de superar la pobreza estructural.
-Asimismo, el punto de partida de la situación de estos personajes es su pobreza
personal y la pobreza de su entorno. Su reducido acceso a bienes y recursos fomenta
vías alternativas, verbigracia el delito, según las teorías de Merton, para acceder a estos
lo que, al final, crea una serie de valores que se alinean con el rechazo al sistema, contra
el que combaten. Esto se ve exacerbado cuando estos individuos realizan procesos
internos de reflexión y empiezan a sentir que su situación es culpa del Estado, a quien
responsabilizan de sus pocas oportunidades. Todo ello, en última instancia, converge en
desconfianza hacía el control social formal y en sentimiento de abatimiento y
conformismo. En otras palabras, dado que se sienten atrapados en su pobreza, al final,
muchos acaban resignándose a esta y los que no, justamente, recurren a la delincuencia
como estrategia de progreso.
-Ligado a lo anterior, como personas como el Vaquilla y los suyos no sentían que
pudiesen vivir sus vidas con normalidad respecto a los dictámenes sociales, se abstenían
de participar en sus dinámicas. Esto lo podemos observar claramente cuando revisamos
el documental del Vaquilla y nos apercibimos que las únicas instituciones de las que
participa activamente son las cárceles
-Por último, un rasgo importante de la cultura de la pobreza que también se observa en
el documental es el de la desorganización general del barrio donde nacen o se crían
estos individuos, sobre todo en comparación con otros barrios convencionales. De
hecho, una prueba de todo ello es el bajo efecto del control social informal del barrio,
cuya deficiencia favoreció las primeras conductas criminales precoces del Vaquilla y de
otros delincuentes juveniles.
4/ Subcultura marginal (2 puntos).
Según nos plantea el artículo, el fenómeno del top manta se ha vuelto especialmente
complicado porque se han apuntado a este múltiples perfiles sociales que, son tan
diversos, y tienen orígenes y tratamientos tan diferentes que no pueden abordarse de
forma holística. La explicación, sin embargo, tiene sentido en términos de las teorías de
Lomnitz sobre las redes sociales.
Según estas teorías, las clases marginales no sobreviven de forma individual, sino que
tejen redes de cooperación implícita entre clases sociales. Es decir, no es solo que, como
es lógico y bastante común, los manteros se puedan echar un cable entre sí, sino es que,
además, su existencia tiene su razón de ser en una necesidad simbiótica con la clase
media. Pongámoslo en un ejemplo: somos un grupo de amigos un domingo por la noche
en la playa y, de repente, en nuestro momento de ocio recreativo nos apetece un
refresco. Ante nosotros se nos brindan tres posibilidades: abstenernos, buscar un local
24 horas, si es que lo hay, implicando que tenemos que interrumpir nuestro ocio, o irnos
al chiringuito o al restaurante de turno, donde el precio de la bebida se dispara.
Entonces, de repente, aparece una cuarta opción: un vendedor ambulante e ilegal que en
una neverita con hielos nos suministra lo que queremos, a un precio más aceptable que
el del chiringuito y sin tener que movernos del lugar. Este ejemplo, que, además,
también serviría para explicar teoría económica sobre las oportunidades de mercado y
las leyes de la oferta y la demanda, es perfecto para ilustrar como la marginalidad, en
lugar de operar fuera de la estructura social se integra y amolda a esta trabando
relaciones con otras clases sociales. La esencia de esta dinámica, según describe la
propia Lomnitz, es que ambos grupos se benefician: las clases medias se aprovechan de
los marginados obteniendo servicios por debajo de su precio regulado, mientras que
estos se alimentan de las demás clases a través de servicios sociales a los que no podrían
tener acceso sin estos. Todo esto, trasladado al caso de los manteros, nos permite
entender que los manteros existen porqué hay una oportunidad de negocio para las otras
clases sociales, que los integran y naturalizan (a pesar de estar prohibidos y
perseguidos). La única excepción de la regla, lógicamente, serían los damnificados que
sufren de su competencia desleal, pero incluso así el propio artículo nos plantea que se
dan casos de manteros que tienen negocios legales y que usan esa estrategia como una
forma de ampliar gratuitamente el área de influencia y visibilidad de los negocios; en
otras palabras, que incluso la excepción admite normalización, precisamente porque la
influencia de esas redes y la interdependencia simbiótica entre clases sociales es más
poderosa que la propia estructura social, si no es, si un caso, parte de la misma.

5/ Alterofobia, xenofobia y racismo (2 puntos).


Antes de empezar a plantear la cuestión, creo pertinente hacer una reflexión
criminológica. Uno de los postulados básicos de la criminología es el llamado principio
de la normalidad del delito que, básicamente implica que mientras exista sociedad
existirán delitos, en tanto estos forman parte de lo que es la propia sociedad y, por
extensión, la propia naturaleza humana. En este sentido, creo que es fundamental tener
algo claro, especialmente de cara a plantear cual sería la mejor forma de abordar el
problema, y es que, independientemente de lo que se pueda hacer o no, de lo que
fácticamente se haga y lo mucho que progrese y mejore la sociedad, los delitos de odio
y, por extensión, las manifestaciones islamófobas jamás desaparecerán del todo. Puede
que se vuelvan algo residual, pero el objetivo no debe ser perseguir la utopía de su
extinción, sino la posibilidad real de su drástica reducción y de tener cierto control sobre
esta problemática y sus causas etiológicas. Dicho esto:
El informe propone diversas ideas interesantes sobre como enfrentar la islamofobia y su
incidencia creciente, aunque la mejor que propone es aquella que no específica de forma
explícita: la intervención holística. Esto viene a significar la creación de respuestas y
sinergias combinadas que intervengan factores o elementos particulares del problema en
sí. Por ejemplo, de nada sirve poner nuestro foco de atención en, por decir algo, la
imagen que transmiten los medios de comunicación de los islamistas si, posteriormente,
las instituciones de control social formal descuidan a través de la ley a estos colectivos,
dejándolos vulnerables a otros tipos de ataques.
Otra cuestión importante a plantear es que tipo de estrategia es más conveniente seguir:
la asimilación, que podemos rechazar ya de entrada, en tanto que los islamistas no lo
aceptarían y en tanto vulneraría, por un lado, los derechos universales, la voluntad de
preservación de la cultura y la propia Constitución española y su manifiesta intención de
no discriminar por razón de etnia, religión etc; el multiculturalismo o la
interculturalidad. La opción idónea sería está última, en tanto es la forma que más
permite limar asperezas entre diversas culturas casi antagónicas, contribuyendo a que,
por su contacto, surjan nuevas con valores de las anteriores culturas y con una cohesión
superior. El problema, no obstante, es que el islam es algo muy difícil de
interculturalizar y lo es por múltiples razones, pero, sobre todo, porque forma parte de la
identidad de toda una cultura que no quiere cambiar y que tiene derecho a no hacerlo.
Por ello, ante la imposibilidad de interculturizar el islam la única solución posible es
aplicar el multiculturalismo, de tal manera que dentro de la sociedad convivan múltiples
culturas, sin que entren en tensión. No obstante, es precisamente esta perspectiva
multiculturalista una de las causas originarias del incremento de la islamofobia, ya que
para que este cuaje es necesario que se cedan espacios para la expresión cultural de
todas las opciones existentes y, a su vez, esto genera tensión con la cultura dominante y
los habitantes locales. En otras palabras: el islam tiene unas necesidades culturales que
exigen espacios para su desarrollo, pero esos espacios son arrebatados a la cultura
dominante y se erigen en lugares donde provocan rechazo. Y, ahí, surge un nuevo
problema pues el espacio y la estructura urbana es limitada, si bien las necesidades
crecen y se deben satisfacer. Es decir, hay que crear esos espacios, pero hacerlo
multiplica las posibilidades de islamofobia. La solución a este primer problema no es ni
rápida ni sencilla, pero empieza por un proceso de normalización y de educación social.
Esto puede venir de la mano de escuelas, de centros cívicos, de organizaciones y
colectivos, pero será especialmente más ventajoso si viene de la mano de figuras
respetadas en los barrios. Además, la forma más apropiada de hacerlo es crear espacios
de forma progresiva, aunque no se adecue a la demanda real, a fin de que el impacto sea
pequeño y no se perciba como una invasión. De este modo, a medida que se va
integrando un pequeño espacio islámico a los barrios y, con ello, se va aceptando su
existencia y comprendiendo su naturaleza, se puede ir agrandándolo hasta conseguir
crear estos espacios que, por un lado, actúan como factores de protección, ayudando
además a la cohesión de estas minorías, y por el otro facilitan el proceso de
muliculturación.
Huelga decir, no obstante, que, aunque esto es muy bonito sobre el papel, en la práctica
hace falta algo más, algo con cierta legitimidad que minimice las posibilidades de
ataques contra este colectivo. En otras palabras, las intervenciones “ecológicas”, deben
venir acompañadas de estrategias legislativas, políticas y organizativas, pero, sobre
todo, deben ir seguidas de elementos situacionales que, a la par de actuar como
disuasores con control social formal (si son policías) o informal si son otra cosa, actúen
de mediadores para facilitar la transición hacia la normalización. En ese sentido, hay
dos actores importantísimos capaces de frenar la islamofobia: las organizaciones
sociales que hacen trabajo de calle para concienciar y educar fuera de las aulas; y los
propios medios de comunicación que tienen el poder de llegar directamente a los
hogares y cambiar progresivamente el discurso interno de los ciudadanos a través de la
construcción de determinadas argumentaciones. Cierto es, obviamente, que ninguno de
estos actores puede cambiar la forma de pensar de un individuo, pero en conjunción de
otros elementos y factores puede limitar su margen de actuación y reducir la
islamofobia manifiesta, es decir, aquella que sale a la luz. Con el tiempo, con las
decisiones adecuadas, y la estrecha colaboración de todas las partes la tensión social se
irá reduciendo y la comunidad islámica se irá normalizando, entendida como otro que
no molesta y que no tiene porqué generar rechazo. O, al menos, esa es la visión
optimista que creo que deberíamos mantener.

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