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Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos

hijos de Dios;  los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad
de varón, sino de Dios.(Juan 1:12-13)
Juan nos da la maravillosa promesa de Dios de que cualquier persona que recibe a Cristo
nace de nuevo y entra en la familia de Dios. Este es un nacimiento espiritual de Dios, no un
nacimiento físico que depende de la naturaleza humana.
Recibir a Jesús significa creer en Su nombre. Su nombre es lo que Él es, es decir, Su persona.
Jesús es Dios y hombre, Es el Cordero de Dios, nuestro Salvador, que quita el pecado del
mundo. Todos los que creen en Jesús como su Señor y Salvador personal se les da el derecho
de ser hijos de Dios. Todos los que creen en Cristo son espiritualmente nacidos de Dios.
El versículo 12 contiene términos importantes para aquellos que reciben a Cristo. Él dio, para
aquellos que abrieron su vida a Él, el don gratuito de la redención. La salvación es por la
gracia solamente. Es un don gratuito y no un logro humano. Sin embargo, la impartición del
regalo depende de la aceptación de Cristo por el hombre.
Dios nos transforma de hijos de las tinieblas y del pecado a Sus hijos santos cuando aceptamos
a Jesucristo como nuestro Señor, (el gobernante absoluto de nuestras vidas), y cuando
entendemos que Jesús pagó nuestra deuda de pecado en su totalidad cuando Él los llevó sobre
Sí mismo y murió por nosotros en la cruz.
En el momento en que confesamos nuestros pecados y aceptamos a Jesús como nuestro Señor
y Salvador, pasamos de muerte a vida (Juan 5:24), de los hijos de las tinieblas a los hijos de la
luz. Dios da el Espíritu Santo para difundir esta vida nueva y santa a sus verdaderos hijos, el
Espíritu Santo realmente viene a vivir en nuestros cuerpos físicos cuando aceptamos a
Jesucristo como nuestro Señor. La Biblia dice que el Espíritu Santo mora en nosotros nos da
el poder para superar el pecado y parar de pecar como lo hacíamos antes. Romanos 8:1-
2: “Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que viven en Cristo Jesús…”
El pecado ya no tiene un control sobre nuestras vidas como lo tenía antes de aceptar a Jesús
como el Señor de nuestras vidas. El poder y control del pecado fue roto y destrozado por Jesús
en la cruz, cuando Él dijo esas magníficas palabras poderosas, que cambian la
vida, “Consumado es.” (Juan 19:30)
Los hijos de Dios quiere decir que nos convertimos en partícipes de la naturaleza divina (2
Pedro 1:4). Cuando recibimos a Jesucristo como nuestro Salvador y Lo hacemos el Señor de
nuestras vidas nacemos de nuevo y somos parte de la familia de Dios. El regalo, el privilegio y
el nacimiento son para aquellos que reciben a Jesucristo en su vida.
La definición de los que creen en su nombre, es proporcionada por equiparándola con los que
le reciben. Juan usa el verbo creer 98 veces y él nunca lo usa como sustantivo. Está claro
que él pensaba de la fe como una actividad, como algo que los hombres hacen que se mueva, o
los cambia más que un estado inmóvil. Cuando creemos verdaderamente nos entregamos para
ser poseídos y cambiados por Jesucristo.
Muchas personas están confundidas acerca de cómo pueden estar seguros de que Dios los ha
perdonado y les dará la bienvenida a los cielos. Ellos no saben lo que significa recibir, creer
en, o como aceptar a Cristo.
Hay una simple historia de un profesor que ofreció un billete de diez dólares a cualquier
estudiante que lo quisiera. Cuando él lo levantó, todos los estudiantes gritaran: “Lo quiero, lo
quiero.” Después de unos momentos, el profesor volvió a preguntar quién quiere este billete de
diez dólares y, finalmente, uno de los estudiantes se levantó y se acercó al maestro y tomó el
billete. El billete no era de el hasta que se lo llevo. Lo mismo es cierto de la salvación, el
perdón e ir al cielo. Aunque Jesús ha provisto salvación para nosotros a través de Su muerte
en la cruz, lo que logró no nos servirá de nada a menos que lo aceptamos en nuestra vida.
El versículo 13 habla del único que puede realizar o llevar a cabo el nuevo nacimiento: “los
cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de
Dios.”
Este es un nacimiento espiritual sobrenatural. Ninguna persona lo puede ganar y ninguna
persona lo merece. No es de sangre, como con el nacimiento físico, es un nacimiento espiritual.
No es por la voluntad de la carne, no se puede obtener a través de la autodisciplina o un
esfuerzo diligente para cumplir con reglas religiosas. Tampoco es por la voluntad del
hombre.  Nadie se convierte en un hijo de Dios, al participar en una ceremonia religiosa, o
siguiendo tradiciones de una iglesia. Es la obra total de Dios: “Pero por él estáis vosotros en
Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y
redención, para que, como está escrito: “El que se gloría, gloríese en el Señor.” (1 Corintios
1:30-31)
Aunque el nacimiento espiritual es llevado a cabo por Dios, no por el hombre, cada uno de
nosotros debe decidir entre aceptar o rechazar a Jesucristo. Así como el estudiante escogió
levantarse y tomar el billete de diez dólares, tenemos que avanzar y tomar la decisión de
aceptar a Jesús como nuestro Salvador y hacerlo Señor de nuestras vidas. Tenga la seguridad
que Dios quiere que le conozcamos, Él quiere que usted reciba a Cristo, nazca espiritualmente
de nuevo y sea parte de Su familia.
Jesús dijo: “Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y
cenaré con él y él conmigo.” (Apocalipsis 3:20) 
Jesús dio su vida por nosotros para que pudiéramos tener Su vida en nosotros y ser Sus
hijos. ¿Es usted Su hijo? ¿Le ha dejado entrar?  Si desea saber más sigue este enlace.

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