El siglo XX ha sido muy generoso de eximios pianistas, tanto en la música
“larga” –Cortot, Rubistein, Brailovsky, Lipatti, Teresa Carreño, Moreira Lima, Marisa Regules, Nibia Mariño y tantos otros – como en la música “corta” –Arturo Dantas, Teddy Wilson, Chick Corea, Orlando Goñi, Enrique Villegas, Bill Evans, Harry Conick Jr., Francisco De Caro, Art Tatum, Oscar Peterson o Carlos Di Sarli, por citar a unos pocos notables de diversas artes musicales. Es a esta jerarquía de los grandes del piano del siglo XX, que pertenece Horacio Salgán. Delicado y riguroso por su formación técnica, admirable por su versatilidad generística, conmovedor por la entrega total de su vida al arte musical, el conjunto de su obra creadora –original y siempre sorprendente –lo perfilan como uno de los talentos que con razón y justicia pueden llamarse únicos. Jorge Luis Borges afrimaba que lo más importante en el arte es el estilo. Compartiendo totalmente el concepto de Borges, podemos añadir que si son suficientes dos compaces para reconocer el inconfundible estilo del maestro Salgán, a esa concluyente personalidad es menester ponderarla también por su inalterable buen gusto y por la emoción de la sorpresa inventiva que encierra. Exactamente esa fue la conmoción que viví allá por 1948 –cumplía mis quince años de edad –al escuchar por primera vez por Radio el Mundo, en nuestra casa de la calle Lavalle al 1400, a la orquesta de Horacio Salgán. Era la súbita revelación de la belleza del Tango expresada de una forma diferente que avasallaba a mi imaginación y vencía y convencía a mi corazón de imberbe tanguero y devoto de todas las artes. Desde septiembre de 1950 en que apareció su primer disco de 78 r.p.m (no ha pasado un solo día para la calidad revolucionaria y clásica a la vez de sus versiones de Recuerdo de Pugliese y de La clavada de Zambonini) vivimos con otros adolescentes, felizmente trastornados por su orquesta, la expectativa de la presentación de cada uno de sus discos, con su siempre formidable elenco de cantantes y de ejecutantes. Y, personalmente, a mis veinticuatro años tuve el privilegio de dirigir unas palabras al público como cancel de la actuación de la orquesta de Horacio Salgán en merecido clima de concierto. Así, la vida me hizo el obsequio de tratar a un espíritu de rara agudeza e infrecuente sensibilidad, un alma distinta, un genuino intelectual, quiero decir con esto, claramente un hombre de sutil pensamiento, un ser humano que ha enriquecido a sus horas como contagiándolas de la refinada y profunda armonía que circula por su creación musical. Y también “lo otro”; la intuición y la bienaventuranza, virtudes y misterios del gran inspirado, del predestinado intérprete de la cultura de un pueblo. Durante diez años, hasta la presentación en su versión definitiva del Oratorio Carlos Gardel, tuve el privilegio de trabajar junto a Horacio Salgán, un perfeccionista, y de disfrutar la lección implícita que resulta siempre de colaborar con un verdadero maestro. Para cerrar estas líneas que harán de umbral a este ya indispensable libro sobre su vida y su obra, escrito con saber, rigor y amor por su esposa Sonia, - profesora nacional de música- quiero transcribir lo que figura en páginas de mi obra El Libro del Tango, y me dijo de Horacio Salgán, alguien con muchísima más autoridad y sabiduría que yo, nuestro inolvidable Osvaldo Tarantino: “Lo escuché por primera vez en el Tango Bar. Yo era troilista y Gobbista a muerte. ¿Qué pasó?: que de repente me encontré con el otro modo de un avance hermoso. Para mí Salgán es lo mejor que ha quedado del cuarenta. El es un barroco, por así decir, y ha sabido clasificar orquestalmente a las cuerdas y a los bandoneones, y ha sabido usar a los bandoneones de una manera personal en un todo vanguardista por lo orquestal y por lo contrapuntístico. Sabe todo lo que hay que saber y concibe lo suyo con la jerarquía de un clásico. Todos los pianistas le debemos algo a Salgán, que es a mi juicio el número uno de la Argentina, y es mejor que un Bill Evans, y es uno de los mejores pianistas del mundo”. A pocos años de concluir nuestro siglo, y retomando las ideas iniciales de este pequeño “preludio”, la convicción y la justicia son las que escriben con muy buena letra de gratitud, y cariño la frase final: Horacio Salgán, uno de los extraordinarios de la música del siglo XX.