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EL ETHOS DE LA CIENCIA DEL SIGLO XXI Y LAS NORMAS DE

MERTON

Como hemos visto en la anotación anterior (Merton, 1938), la ciencia


dejó de ser inmune al ataque, las restricciones y la represión. Antaño la
fe de la cultura occidental en la ciencia había sido ilimitada, indiscutida
y sin rival. Hace 350 años, cuando la institución de la ciencia poseía
escasos títulos propios para reclamar apoyo social, también los filósofos
de la naturaleza tuvieron que justificar la ciencia como un medio para
lograr los fines culturalmente convalidados de la utilidad económica y la
glorificación de Dios. La actividad científica, pues, no era un valor
evidente por sí mismo. Pero con la interminable serie de éxitos, lo
instrumental se transformó en lo final, el medio en el objetivo. Así
fortalecido, el científico llegó a considerarse independiente de la
sociedad, y a la ciencia como una empresa que se validaba a sí misma,
que estaba en la sociedad pero que no le pertenecía. La revuelta contra
la ciencia, sin embargo, obligó a que científicos y legos, por igual, le
prestasen su atención.

Los ataques incipientes y manifiestos contra la integridad de la ciencia


condujeron a los científicos a reconocer su dependencia de tipos
particulares de estructura social. Las asociaciones de científicos han
venido dedicado manifiestos y declaraciones a las relaciones entre la
ciencia y la sociedad. La crisis invitó a una autoevaluación. Al tener que
enfrentarse a los desafíos a su modo de vida, los científicos se vieron
obligados a tomar conciencia de sí mismos, como elementos que
forman parte de la sociedad y que tienen obligaciones e intereses. Los
científicos se vieron obligados a justificar ante la sociedad los modos de
obrar de la ciencia.

Así pues, tras indagar acerca de los motivos por los que la empresa
científica empezó a ser cuestionada, Merton (1942) pasó a analizar la
estructura normativa de la ciencia. Intentó, de esta forma, identificar los
valores y las normas que guían la acción de los científicos, porque
entendía que debían reexaminarse sus fundamentos, reformular sus
objetivos y buscar una nueva justificación. La legitimación que alcanzó
en el siglo XVII y que mantuvo durante los dos siglos siguientes, ya no
era suficiente para garantizar la continuidad de la empresa científica.

Es a esas normas a las que se referirá Merton (1942) a continuación,


normas que dejará formuladas y que desde entonces se han
considerado una referencia fundamental en todos los estudios que han
abordado el asunto de los valores de la ciencia. Se las denomina, de
hecho, “normas mertonianas”.

Para Merton (1942), el fin institucional de la ciencia es el crecimiento del


conocimiento certificado. Y los métodos empleados para alcanzar ese
fin proporcionan la definición de conocimiento apropiada: enunciados
de regularidades empíricamente confirmados y lógicamente coherentes
(que son, en efecto, predicciones). Los imperativos institucionales
(normas) derivan del objetivo y los métodos. Toda la estructura de
normas técnicas y morales conducen al objetivo final. La norma técnica
de la prueba empírica adecuada y confiable es un requisito para la
constante predicción verdadera; la norma técnica de la coherencia
lógica es un requisito para la predicción sistemática y válida. Las normas
de la ciencia poseen una justificación metodológica, pero son
obligatorias, no sólo porque constituyen un procedimiento eficiente, sino
también porque se las cree correctas y buenas. Son prescripciones
morales tanto como técnicas.

Si la comunidad científica comparte un proyecto común –la construcción


de un cuerpo de conocimiento certificado o fiable acerca del mundo y
de cómo funciona-, las normas que Merton (1942) identificó son algo
parecido a los valores compartidos por esa comunidad, valores que son
considerados esenciales. Una interpretación actualizada de las normas
mertonianas, es la que propone el físico John Ziman (2000), y que se
presenta a continuación.
• Universalismo.Lo importante en la ciencia no es quién la practica,
sino su contenido, los conocimientos que adquirimos acerca del
mundo y de los fenómenos que ocurren en él.Todos pueden
contribuir a la ciencia con independencia de su raza, nacionalidad,
cultura o género. Y por lo tanto, todos han de ser tratados como
potenciales contribuyentes a la ciencia.

• Comunismo. No se trata del comunismo entendido como


ideología política, sino de un punto de vista según el cuál, el
conocimiento científico debería ser compartido por el conjunto de
la comunidad científica, con independencia de qué parte de los
descubrimientos han sido hechos por unos u otros científicos. Así
pues, todos los científicos deberían tener el mismo acceso a los
bienes científicos y debería haber un sentido de propiedad común
al objeto de promover la colaboración. El secretismo es lo opuesto
a esta norma, puesto que el conocimiento que se oculta, que no
se hace público no es de ninguna ayuda en el cumplimiento del
objetivo de la comunidad, que el conocimiento certificado crezca.

• Desinterés.Se supone que los científicos actúan en beneficio de


una empresa científica común, más que por ganancia personal. No
obstante, no debe confundirse este “desinterés” con altruismo. De
lo que se trata es de que los beneficios que puedan proporcionar los
descubrimientos científicos, sin dejar de favorecer a quien los
realice, no deben entorpecer o dificultar la consecución del objetivo
institucional de la ciencia: la extensión del conocimiento cretificado.

• Escepticismo organizado. El escepticismo quiere decir que las


declaraciones o pretensiones científicas deben ser expuestas al
escrutinio crítico antes de ser aceptadas. Este es el valor que
compensa el universalismo. Todos los miembros de la comunidad
científica pueden formular hipótesis o teorías científicas, pero
cada una de ellas debe ser evaluada, sometida al filtro de la
prueba o la refutación para comprobar si se sostiene. Las
propuestas que superan esa prueba con éxito pasan a formar
parte del bagaje universal de conocimiento científico. El
escepticismo es el valor que permite que funciones el del
desinterés, porque sin escepticismo es más fácil caer en la
tentación de anteponer el interés personal al del conjunto de la
comunidad científica.

Las normas mertonianas son las que los científicos creen que deberían
seguir, lo que creen que les es permitido hacer, y lo que sería bueno
para ellos que hicieran. En otras palabras, por normas no se identifica
lo que los científicos hacen normalmente, no necesariamente al menos;
a veces lo que hacen no satisface lo que piensan que deberían hacer.
Pero eso no quiere decir que a los científicos se les dé un manual que
incluye las normas de Merton. Ellos las adquieren prestando atención a
lo que hacen otros científicos en su comunidad, qué comportamientos
castigan y cuáles premian.

Fuentes

Merton, Robert K (1938): “Science and the Social Order” Philosophy of Science 5 (3): 321-
337. [Traducción al español como “La ciencia y el orden social” en el volumen II de “La
Sociología de la Ciencia” Alianza Editorial 1977, traducción de The Sociology of Science –
Theoretical and Empirical Investigations, 1973]

Merton, Robert K (1942): “Science and Technology in a Democratic Order” Journal of Legal
and Political Sociology 1: 115-126. [Traducción al español como “La estructura normativa
de la ciencia” en el volumen II de “La Sociología de la Ciencia” Alianza Editorial 1977,
traducción de The Sociology of Science – Theoretical and Empirical Investigations, 1973]

Ziman, John (2000). Real Science: What It Is and What It Means. Cambridge University
Press.

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