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Filosofía animal y animalismo filosófico.

Un nuevo paradigma de la investigación y la


enseñanza académica

Por Ernesto Cabrera García

Resumen

En esta presentación abordaré el tema de la especificidad de las aproximaciones y


aportaciones de la filosofía a la cuestión animal. Propongo distinguir entre dos tipos
primordiales de abordajes filosóficos a esta cuestión. La presentación se dividirá en tres
partes principales: una dedicada a explicar en qué consiste la filosofía animal; otra en la que
hago lo propio con lo que denomino como animalismo filosófico, y una última en la que
trataré de mostrar la relación de este último con un paradigma reciente y crítico de la
actividad académica convencional.

1. Introducción: planteamiento del problema

A diferencia de otras disciplinas científicas y humanísticas, la filosofía parece tener la


capacidad de investigar todo aquello que puede ser conocido (y algunas cosas más). En este
sentido, los filósofos no sólo meditan acerca de las cosas del mundo, sino también del
lenguaje que usamos para referirlo y de los principios cognitivos mediante los que lo
podemos conocer; de las acciones humanas y de las pautas que permiten orientarlas
correctamente; de las instituciones políticas y del derecho; de las esencias, las sustancias o
las naturalezas de los entes; del principio fundamental que explica todo lo que hay o de la
nada que se nos escapa; incluso, pueden abordar su propia actividad. La lista de objetos de
la filosofía es casi infinita. Por eso, aunque ahora suele ser más bien subsidiaria, durante
algún tiempo se le reconoció como la madre o la reina de las ciencias. Con todo, si bien la
filosofía puede abordar múltiples objetos, la manera específica en que lo hace y lo que
puede aportar la distingue de otras disciplinas científicas o humanísticas.

En particular, aquí trataré de exponer la manera en que la filosofía aborda la


cuestión animal. El interés y la preocupación de la filosofía por los animales articulan desde
hace unos años una línea de investigación, reflexión y debate; sin embargo, recientemente
se ha descubierto que el mismo interés y la preocupación por los animales no son algo

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nuevo, sino que son una constante desde los inicios de su historia. Por supuesto, no
podríamos registrar todas las particularidades de las perspectivas que han adoptado los
filósofos, desde la Antigüedad hasta nuestra época, pero sí podemos tratar de determinar
conceptualmente aquello que pueda aglutinarlas. Así, la pregunta que trataré de responder a
continuación es qué clase de aproximaciones y aportaciones al estudio de la cuestión
animal se pueden esperar de la filosofía.

2. Opciones fundamentales

Considero que, pese a la diversidad, hay dos formas generales de clasificar las
aproximaciones filosóficas a la cuestión animal. Por un lado, lo que podemos denominar
como filosofía animal y, por otro, lo que puede designarse mejor como animalismo
filosófico. Como veremos, la primera se ancla en una concepción tradicional de la filosofía;
mientras, la segunda aparece más bien como una vertiente intelectual del movimiento
animalista contemporáneo. Asimismo, sugeriré que ésta última se relaciona con el
desarrollo de un paradigma académico emergente y crítico; mientras aquélla, en cambio,
con un modo familiar de reflexión filosófica.

De manera esquemática, la diferencia entre la filosofía animal y el animalismo


filosófico puede presentarse de la siguiente manera. De acuerdo con la noción de filosofía
que apuntaré, aunque quizás no con la opinión más extendida al respecto, por filosofía
animal se entenderá la indagación radical acerca de la parcela del todo constituida por los
animales, esto es, el intento de comprender su naturaleza y su relación con los humanos.
En cambio, por animalismo filosófico se entenderá una forma de activismo académico e
intelectual que forma parte del movimiento comprometido con la justicia hacia los
animales.

2.1. ¿Qué es la filosofía animal?

La filosofía animal es una rama de la filosofía, por lo que su sentido está determinado por
ésta. Si la filosofía puede entenderse, de acuerdo con una larga tradición, como el intento de
conocer los principios determinantes o la naturaleza de todas las cosas (Strauss), entonces

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la filosofía animal puede entenderse como el intento de conocer los principios
determinantes o la naturaleza de los animales y de la relación de éstos con los humanos. En
contraste con las aproximaciones de otras disciplinas, la filosofía animal es la pretensión de
alcanzar una comprensión abarcadora, teórica y práctica, de lo que es propiamente la
animalidad y del trato apropiado que merecen los animales. En este sentido, la filosofía
animal se subdivide en dos líneas fundamentales: la Zoontología y la Zooética.

Por Zoontología se entiende una ontología particular referida a los animales, es


decir, una ontología animal. De tal modo, si la ontología se comprende como la teoría del
ente, la clasificación tipológica de los entes que existen y el análisis de sus estructuras
internas, la zoontología u ontología animal debería entenderse como la teoría de la
animalidad, la clasificación general de los tipos de animales y el análisis de sus respectivas
“estructuras” ónticas. Mientras, si la ontología se comprende como la teoría del ser, es
decir, de aquello que comparten todos los entes (por lo cual son algo y no más bien nada),
la zoontología u ontología animal es la teoría del ser animal, es decir, de la naturaleza
común de los animales que los distingue de otros entes. Cuando la filosofía se plantea la
pregunta de qué es la animalidad lo hace en un sentido enfático, pues no busca sólo una
definición, sino el conjunto de determinaciones que permitan comprender el objeto de
manera radical.

Por su parte, por Zooética se entendería una vertiente particular de la ética referida
al trato que le debemos los humanos a los animales, es decir, es una ética animal. En mi
opinión, la ética constituye una rama de la filosofía y no un aspecto regulador de las
relaciones humanas. En contraste con la moral, la ética no es el conjunto de pautas,
costumbres o normas que pretenden dirigir el comportamiento humano, sino la
investigación filosófica al respecto. En consecuencia, conforme a la concepción de la
filosofía que señalamos antes, la ética constituye el intento de conocer los principios de los
que se desprenden las pautas del comportamiento humano. En particular, una Zooética o
ética animal se refiere entonces a la indagación acerca de los principios que fundamentan
las pautas que pretenden orientar y juzgar correctamente la acción humana en su relación
con los animales, esto es, se pregunta por qué y si acaso tenemos deberes hacia los
animales, de qué tipo son esos deberes o qué implicaciones tienen para su estatus social,
moral y hasta jurídico.

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Dicho de forma más simple, a partir de estas consideraciones, podemos establecer
seis elementos primordiales de una filosofía animal: 1) es una rama de la filosofía y está
anclada en ésta; 2) es una investigación o reflexión referida a los animales en su conjunto;
3) se pregunta qué tienen en común los animales que permite distinguirlos de otros entes en
el mundo; 4) se pregunta también cuáles son las determinaciones distintivas de los diversos
tipos de animales (humanos, no humanos, salvajes, domésticos o liminares); 5) se pregunta
también si acaso los animales merecen ser tratados con justicia, y 6) se pregunta igualmente
en qué consiste la justicia hacia los animales. Por supuesto, hay una interconexión entre
estos elementos. En una filosofía animal, la determinación del tipo de relación que
deberíamos mantener con los animales depende del modo fundamental en que los
concebimos, es decir, el fundamento de la ética animal se halla en la ontología animal.

Así entendida, considero que la filosofía animal abarca un conjunto de


investigaciones y reflexiones ambivalentes acerca de los animales que se han llevado a
cabo a lo largo de la historia. Recientemente, académicas y académicos en distintas partes
del mundo han tratado de rescatar un legado de abordajes teóricos que muestran el interés y
la preocupación constante por los animales en la historia de la filosofía. De manera
destacada, en la UNAM, Leticia Flores Farfán y Jorge Linares coordinaron el trabajo
colectivo en cuatro tomos de una Historia filosófica sobre los animales, que evidencia
cómo la aproximación filosófica a la cuestión animal no es una moda ni responde sólo a la
sensibilidad de nuestro tiempo, sino que constituye un problema de primer orden.

La aproximación ontológica y ética a los animales se puede remontar a los orígenes


mismos de la filosofía occidental, en los que podemos hallar también la discrepancia de
consideraciones sobre la naturaleza de los animales y sobre el trato que merecen. Por
ejemplo, podemos remitirnos a los tratados de zoología realizados en el siglo IV a.e.c. por
Aristóteles, quien desarrolló una concepción jerárquica de la naturaleza en la que los
animales ocupan un lugar inferior y subordinado respecto a los humanos. Pero también
podemos señalar los escritos de Plutarco de Queronea, en el siglo I, acerca de la relación
entre los humanos y los animales, en donde reivindica una consideración equitativa y hasta
igualitaria de las vidas de los animales en relación con las costumbres abusivas de las que
suelen ser víctimas. Asimismo, podríamos constatar el contraste entre la afirmación hecha
por Platón de un ideal de vida conforme a la razón, capaz de someter a las partes animales

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que hay en el alma humana, y la exaltación de la sencillez de la vida animal como un
modelo de conducta por parte de Diógenes de Sinope (apodado “El Perro”).

La misma discrepancia sobre la consideración ontológica y ética de los animales se


mantuvo en la filosofía moderna de los siglos XVII y XVIII. Por un lado, es muy conocida
la descripción mecanicista de los animales que hizo René Descartes como “máquinas”
instintivas, sin conciencia y sin capacidad de sentir, a partir de la cual se validaron
experimentos tan crueles como la vivisección (disección de animales vivos) y otras formas
de maltrato. En el polo contrario, Jean-Jacques Rousseau atendió al sentido común que
evidencia que los animales poseen la capacidad natural de sentir, igual que los humanos,
por lo que afirmó el deber de no vulnerarlos salvo en los casos en que está en juego nuestra
vida. Por otro lado, es también conocida la concepción propietarista que planteó John
Locke, quien sostuvo que los animales no son libres ni merecen igual consideración, sino
que por su naturaleza irracional forman parte del patrimonio común que pueden aprovechar
los humanos para su propia conservación. En contraposición, Jeremy Bentham señaló la
necesidad de cuestionar la arbitrariedad de los criterios que justifican el sometimiento y el
abuso de los animales, pues para él lo moralmente relevante no es si pueden razonar o
hablar, sino sólo si pueden sufrir.

Finalmente, entre los últimos veinte años, también se han mantenido las
discrepancias en las reflexiones de filosofía animal. Ciertamente, en el debate filosófico
contemporáneo ya nadie parece justificar el maltrato o el sometimiento de los animales por
alguna consideración ontológica; sin embargo, no hay consenso acerca del trato moral o del
estatus que debemos darles en la sociedad. En el 2001, por ejemplo, Carl Cohen y Tom
Regan mantuvieron un intenso debate acerca de los derechos de los animales en el que, de
forma simplificada, uno negaba la validez de la protección legal contra el uso de los
animales si se hace en beneficio de la especie humana y el otro reivindicaba su necesidad
contra las prácticas de explotación a las que están sometidos. Otro ejemplo: en el 2010,
Fernando Savater publicó un libro provocador que tituló Tauroética, donde si no justifica
positivamente las corridas de toros, sí disputa los argumentos morales de quienes exigen su
cancelación.

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Pese a la divergencia de posicionamientos, concepciones ontológicas y
consecuencias morales, todos estos planteamientos forman parte de la historia de la
filosofía animal. En un contexto como el nuestro en el que se habla con cierta laxitud de
filosofías de todo tipo o acerca de casi cualquier cosa, reconocer la persistencia del interés y
la preocupación de la tradición filosófica por los animales es importante para mostrar que la
filosofía animal no es una ocurrencia ni una moda, sino un campo legítimo de la
investigación.

2.2. ¿Qué es el animalismo filosófico?

Junto con la filosofía animal, las aproximaciones y aportaciones de las y los filósofos al
estudio de los animales también pueden situarse en una vertiente que podría denominarse
animalismo filosófico. De acuerdo con Corine Pelluchon (2017: 80), el animalismo puede
entenderse como “[el] movimiento filosófico, social, cultural y político que caracteriza y
congrega a personas comprometidas con la defensa de los intereses de los animales, tanto
con su ejemplo individual como con su acción colectiva”. El rasgo que parece distintivo de
este “movimiento filosófico” es que aglutina a las y los académicos que muestran un
compromiso público o se mueven por una convicción moral en favor de los animales.

Desde mediados de la década de 1970, en la filosofía universitaria de diversos


países se ha extendido el compromiso moral y político con la defensa de los otros animales.
En efecto, se ha registrado un incremento de la preocupación entre las y los filósofos
profesionales por el problema del maltrato, la explotación y el dominio del humano sobre
los animales. Las reflexiones filosóficas acerca de su estatus ontológico, moral o jurídico
congregan en diversos países a un número considerable y creciente de académicas y
académicos comprometidos públicamente con resolver la llamada “cuestión animal”: desde
Peter Singer, quien activó el movimiento con Animal Liberation, en 1975, hasta Martha
Nussbaum, quien lo mantiene vigente con Justice for Animals, publicado apenas en enero
de este año. En nuestro país, el número de cultivadoras y cultivadores de la filosofía que
están comprometidos con la agenda animalista también parece haber crecido
significativamente en los últimos años.

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Con todo, si bien el animalismo filosófico parece converger en la condena del abuso
y la explotación de los animales, también hay un disenso interno acerca de la manera más
adecuada de contrarrestarlos. Pese a lo que pueda creerse, la defensa de los animales genera
más división que consenso. Ciertamente, la gran mayoría de las personas parece estar de
acuerdo en rechazar la crueldad innecesaria en su contra. Sin embargo, no hay un acuerdo
similar sobre qué se considera crueldad, cuándo es innecesaria, qué deberíamos hacer para
evitarla o, incluso, cuáles especies deberían estar a salvo de sufrirla. Hay personas
dispuestas a justificar la necesidad de consumir ciertos animales o productos derivados de
ellos, de confinar a ciertas especies en espacios de conservación o en zoológicos, de
mantenerlos en espectáculos tradicionales o de usarlos para la experimentación científica.
Pero también hay personas que, si bien coinciden en la crítica de estas prácticas, no
concuerdan acerca de si la manera de confrontarlas es el establecimiento de normas para el
bienestar animal o, más bien, la abolición definitiva de la esclavitud a la que están
sometidos por nuestra civilización.

Si quisiéramos definir las coordenadas del debate en el que participa el animalismo


filosófico podríamos que señalar, por lo menos, tres posiciones fundamentales. Primero,
la posición especista de quienes en el discurso o en los hechos niegan la importancia de la
cuestión animal, ya sea porque no la consideren digna de preocupación o porque prioricen
algún interés humano (social, económico, cultural o científico). Segundo, la posición
bienestarista de quienes apelan al mejoramiento de las condiciones de vida de los otros
animales, en general, y de los que están destinados a ser sacrificados para el consumo
humano o para ser sujetos de pruebas en un laboratorio, en particular. Tercero, por último,
la posición abolicionista de quienes sostienen que la consideración de los intereses de los
animales nos obliga a terminar con las prácticas que atentan contra su libertad o su vida. La
vitalidad del debate intelectual entre estas posiciones se debe, en buena medida, a la
expansión del animalismo filosófico en los espacios académicos.

3. La novedad del animalismo filosófico

Para finalizar, quiero sugerir por qué considero necesario hacer la distinción entre el
animalismo filosófico y la filosofía animal. Ante todo, reconozco que si bien la

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preocupación y el interés por los animales tienen una larga historia en la filosofía, la
adscripción de un grupo nutrido de filósofas y filósofos profesionales a un movimiento
intelectual que lucha contra la opresión y la explotación de los animales es un fenómeno
novedoso. En este sentido, veo el animalismo filosófico como parte de un cambio más
amplio de paradigma que, desde las últimas décadas del siglo pasado, se ha tratado de
ejecutar en los espacios académicos.

Desde finales del siglo XX, una corriente de “activismo académico” ha logrado
avanzar en distintos circuitos intelectuales. Este nuevo paradigma de la investigación y la
enseñanza universitaria constituye la posición antitética de la despolitización académica
que ha predominado en algunos círculos. Su tesis fundacional es que la función primordial
de la actividad académica consiste en formar ciudadanos comprometidos moral y
políticamente con erradicar las injusticias que hay en su sociedad. En definitiva, el
activismo académico consiste en el remplazo de la pretensión profesionalizante por el
compromiso intelectual con los más vulnerables.

Desde esta perspectiva, se propone disolver la dicotomía tradicional entre


académicos y activistas sociales. El argumento es que toda actividad intelectual, incluida
la académica, es una forma de acción social que promueve la justicia y la emancipación o,
por el contrario, apuntala las estructuras de desigualdad y dominación social. 1 Las y los
académicos no son meros espectadores del mundo, ni siquiera son participantes, ante todo
son agentes con la capacidad de incidir mediante su discurso.2 Al igual que otras
actividades humanas, las disciplinas científicas, humanísticas y filosóficas, tienen una
función en el mantenimiento o la transformación del statu quo.3 Por ello, el activismo
académico permite articular de una manera crítica la investigación con la acción social.
Más aún, el reconocimiento del estatus del investigador como agente transformador permite
crear puentes para salvar el abismo que se ha generado entre la actividad académica y el
contexto social en el que se realiza.

Termino apuntando esta consideración. Frente al modelo convencional de la


profesión académica, el animalismo filosófico muestra su carácter disruptivo y de

1
Sánchez Vázquez.
2
Althusser.
3
Horkheimer, Teoría tradicional y teoría crítica…

8
vanguardia. Mientras, la necesidad contemporánea de convertir a la universidad en un
espacio de formación integral, no meramente profesionalizante, muestra (creo yo) su
legitimidad como parte de un paradigma emergente de la investigación y la enseñanza.

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