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Resumen
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nuevo, sino que son una constante desde los inicios de su historia. Por supuesto, no
podríamos registrar todas las particularidades de las perspectivas que han adoptado los
filósofos, desde la Antigüedad hasta nuestra época, pero sí podemos tratar de determinar
conceptualmente aquello que pueda aglutinarlas. Así, la pregunta que trataré de responder a
continuación es qué clase de aproximaciones y aportaciones al estudio de la cuestión
animal se pueden esperar de la filosofía.
2. Opciones fundamentales
Considero que, pese a la diversidad, hay dos formas generales de clasificar las
aproximaciones filosóficas a la cuestión animal. Por un lado, lo que podemos denominar
como filosofía animal y, por otro, lo que puede designarse mejor como animalismo
filosófico. Como veremos, la primera se ancla en una concepción tradicional de la filosofía;
mientras, la segunda aparece más bien como una vertiente intelectual del movimiento
animalista contemporáneo. Asimismo, sugeriré que ésta última se relaciona con el
desarrollo de un paradigma académico emergente y crítico; mientras aquélla, en cambio,
con un modo familiar de reflexión filosófica.
La filosofía animal es una rama de la filosofía, por lo que su sentido está determinado por
ésta. Si la filosofía puede entenderse, de acuerdo con una larga tradición, como el intento de
conocer los principios determinantes o la naturaleza de todas las cosas (Strauss), entonces
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la filosofía animal puede entenderse como el intento de conocer los principios
determinantes o la naturaleza de los animales y de la relación de éstos con los humanos. En
contraste con las aproximaciones de otras disciplinas, la filosofía animal es la pretensión de
alcanzar una comprensión abarcadora, teórica y práctica, de lo que es propiamente la
animalidad y del trato apropiado que merecen los animales. En este sentido, la filosofía
animal se subdivide en dos líneas fundamentales: la Zoontología y la Zooética.
Por su parte, por Zooética se entendería una vertiente particular de la ética referida
al trato que le debemos los humanos a los animales, es decir, es una ética animal. En mi
opinión, la ética constituye una rama de la filosofía y no un aspecto regulador de las
relaciones humanas. En contraste con la moral, la ética no es el conjunto de pautas,
costumbres o normas que pretenden dirigir el comportamiento humano, sino la
investigación filosófica al respecto. En consecuencia, conforme a la concepción de la
filosofía que señalamos antes, la ética constituye el intento de conocer los principios de los
que se desprenden las pautas del comportamiento humano. En particular, una Zooética o
ética animal se refiere entonces a la indagación acerca de los principios que fundamentan
las pautas que pretenden orientar y juzgar correctamente la acción humana en su relación
con los animales, esto es, se pregunta por qué y si acaso tenemos deberes hacia los
animales, de qué tipo son esos deberes o qué implicaciones tienen para su estatus social,
moral y hasta jurídico.
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Dicho de forma más simple, a partir de estas consideraciones, podemos establecer
seis elementos primordiales de una filosofía animal: 1) es una rama de la filosofía y está
anclada en ésta; 2) es una investigación o reflexión referida a los animales en su conjunto;
3) se pregunta qué tienen en común los animales que permite distinguirlos de otros entes en
el mundo; 4) se pregunta también cuáles son las determinaciones distintivas de los diversos
tipos de animales (humanos, no humanos, salvajes, domésticos o liminares); 5) se pregunta
también si acaso los animales merecen ser tratados con justicia, y 6) se pregunta igualmente
en qué consiste la justicia hacia los animales. Por supuesto, hay una interconexión entre
estos elementos. En una filosofía animal, la determinación del tipo de relación que
deberíamos mantener con los animales depende del modo fundamental en que los
concebimos, es decir, el fundamento de la ética animal se halla en la ontología animal.
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que hay en el alma humana, y la exaltación de la sencillez de la vida animal como un
modelo de conducta por parte de Diógenes de Sinope (apodado “El Perro”).
Finalmente, entre los últimos veinte años, también se han mantenido las
discrepancias en las reflexiones de filosofía animal. Ciertamente, en el debate filosófico
contemporáneo ya nadie parece justificar el maltrato o el sometimiento de los animales por
alguna consideración ontológica; sin embargo, no hay consenso acerca del trato moral o del
estatus que debemos darles en la sociedad. En el 2001, por ejemplo, Carl Cohen y Tom
Regan mantuvieron un intenso debate acerca de los derechos de los animales en el que, de
forma simplificada, uno negaba la validez de la protección legal contra el uso de los
animales si se hace en beneficio de la especie humana y el otro reivindicaba su necesidad
contra las prácticas de explotación a las que están sometidos. Otro ejemplo: en el 2010,
Fernando Savater publicó un libro provocador que tituló Tauroética, donde si no justifica
positivamente las corridas de toros, sí disputa los argumentos morales de quienes exigen su
cancelación.
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Pese a la divergencia de posicionamientos, concepciones ontológicas y
consecuencias morales, todos estos planteamientos forman parte de la historia de la
filosofía animal. En un contexto como el nuestro en el que se habla con cierta laxitud de
filosofías de todo tipo o acerca de casi cualquier cosa, reconocer la persistencia del interés y
la preocupación de la tradición filosófica por los animales es importante para mostrar que la
filosofía animal no es una ocurrencia ni una moda, sino un campo legítimo de la
investigación.
Junto con la filosofía animal, las aproximaciones y aportaciones de las y los filósofos al
estudio de los animales también pueden situarse en una vertiente que podría denominarse
animalismo filosófico. De acuerdo con Corine Pelluchon (2017: 80), el animalismo puede
entenderse como “[el] movimiento filosófico, social, cultural y político que caracteriza y
congrega a personas comprometidas con la defensa de los intereses de los animales, tanto
con su ejemplo individual como con su acción colectiva”. El rasgo que parece distintivo de
este “movimiento filosófico” es que aglutina a las y los académicos que muestran un
compromiso público o se mueven por una convicción moral en favor de los animales.
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Con todo, si bien el animalismo filosófico parece converger en la condena del abuso
y la explotación de los animales, también hay un disenso interno acerca de la manera más
adecuada de contrarrestarlos. Pese a lo que pueda creerse, la defensa de los animales genera
más división que consenso. Ciertamente, la gran mayoría de las personas parece estar de
acuerdo en rechazar la crueldad innecesaria en su contra. Sin embargo, no hay un acuerdo
similar sobre qué se considera crueldad, cuándo es innecesaria, qué deberíamos hacer para
evitarla o, incluso, cuáles especies deberían estar a salvo de sufrirla. Hay personas
dispuestas a justificar la necesidad de consumir ciertos animales o productos derivados de
ellos, de confinar a ciertas especies en espacios de conservación o en zoológicos, de
mantenerlos en espectáculos tradicionales o de usarlos para la experimentación científica.
Pero también hay personas que, si bien coinciden en la crítica de estas prácticas, no
concuerdan acerca de si la manera de confrontarlas es el establecimiento de normas para el
bienestar animal o, más bien, la abolición definitiva de la esclavitud a la que están
sometidos por nuestra civilización.
Para finalizar, quiero sugerir por qué considero necesario hacer la distinción entre el
animalismo filosófico y la filosofía animal. Ante todo, reconozco que si bien la
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preocupación y el interés por los animales tienen una larga historia en la filosofía, la
adscripción de un grupo nutrido de filósofas y filósofos profesionales a un movimiento
intelectual que lucha contra la opresión y la explotación de los animales es un fenómeno
novedoso. En este sentido, veo el animalismo filosófico como parte de un cambio más
amplio de paradigma que, desde las últimas décadas del siglo pasado, se ha tratado de
ejecutar en los espacios académicos.
Desde finales del siglo XX, una corriente de “activismo académico” ha logrado
avanzar en distintos circuitos intelectuales. Este nuevo paradigma de la investigación y la
enseñanza universitaria constituye la posición antitética de la despolitización académica
que ha predominado en algunos círculos. Su tesis fundacional es que la función primordial
de la actividad académica consiste en formar ciudadanos comprometidos moral y
políticamente con erradicar las injusticias que hay en su sociedad. En definitiva, el
activismo académico consiste en el remplazo de la pretensión profesionalizante por el
compromiso intelectual con los más vulnerables.
1
Sánchez Vázquez.
2
Althusser.
3
Horkheimer, Teoría tradicional y teoría crítica…
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vanguardia. Mientras, la necesidad contemporánea de convertir a la universidad en un
espacio de formación integral, no meramente profesionalizante, muestra (creo yo) su
legitimidad como parte de un paradigma emergente de la investigación y la enseñanza.