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Para entender la influencia de las corrientes historiográficas europeas en

América Latina y precisamente en el Uruguay es importante retomar el


concepto de GRAMSCI, A. de “traductibilidad” entendido como la asimilación
de un determinado modelo o marco interpretativo y su adaptación al medio
cultural-histórico receptor, originándose no una copia sino un producto nuevo
que toma elementos de la idea original e incorpora el particularismo de la
región en la que ha impactado.

Según RIBEIRO, A. el romanticismo constituye una exaltación del pasado y el


intento de reconstruir “el espíritu de los pueblos”. Movimiento intelectual,
cultural y filosófico surgido en el S. XIX y que fue acompañado de principios
ideológicos precisos: nacionalismo, tradición, retorno sentimental al pasado,
valores que se han perpetuado en la figura de los héroes prometeicos y que
constituyen la base de la creación de una patria común. En sus supuestos
filosóficos en Romanticismo consta de: optimismo, la confianza en la
comprensión racional de la realidad (y de la historia) planteada como objetivo
posible. El providencialismo, entendido que más allá de la aplicación de la
razón hay elementos que escapan a ella (principio metafísico). La historia es la
conjunción de valores y tradiciones que son el germen del nacionalismo. Y
finalmente, heredada de este último principio, el tradicionalismo, la importancia
de los sucesivos periodos históricos, tratando de buscar en ellos aquellos
sentimientos, ideas, valores y tradiciones que hacen al pueblo, a su espíritu,
etc.

El máximo exponente del Romanticismo uruguayo puede ser señalado Juan


Zorrilla de San Martín o Eduardo Blanco Acevedo. En el S. XIX, con la
necesidad de la construcción del Estado-nación, en un contexto donde la
modernización tecnológica-administrativa del Uruguay se imponía con fuerza,
para adecuarse a las crecientes necesidades impuestas por el sistema
capitalista de producción en expansión, fue necesario la configuración de una
historia nacional que unificara las conciencias y que realzara la tradición y la
“orientalidad”.
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En el S. XIX acudimos a múltiples procesos históricos que son inherentes al
moderno sistema-mundo que se había creado desde tiempos de la conquista y
que, desde la ola expansiva provocada por la Revolución Francesa de 1789 y
la Revolución Industrial en Inglaterra, sufrió transformaciones vertiginosas.
Acudimos a un contexto de reacción y caídas de las monarquías absolutas, el
desarrollo del ciclo napoleónico y creación de un nuevo sistema de equilibrio en
Europa, la Restauración, la proliferación de las ideas liberales y democráticas
que aparecen con el objetivo del mantenimiento de un determinado statu quo
proveniente de Antiguo Régimen, la inquietud proletaria y el desarrollo desigual
creado por el progresivo avance del capitalismo industrial y de la economía
política liberal (1776; “La riqueza de las naciones”, Adam Smith), la desigual
distribución de la riqueza y la concentración del poder económico-político en
una minoría (oligarquía) donde aparece la burguesía como gran clase rectora.

En este tiempo de cambios vertiginosos, el nacionalismo se difunde como


ideología de esta nueva clase que ha logrado conseguir el poder, y que
necesita establecer el orden y construir un nuevo edificio social que sustituya
los valores y tradiciones del Antiguo Régimen. Se difunde en Europa a partir de
1814 la necesidad de apaciguar a las capas rurales y urbanas que habían sido
protagonistas de los procesos revolucionarios y garantizar el orden y la
cohesión social.
El romanticismo y sus exponentes (Michelet J. Thierry A. y Carlyle T) aparecen
como una estrategia para la preservación del orden burgués. La conmoción
que había causado el estallido revolucionario de 1789 y el ciclo napoleónico
hasta 1814, los movimientos liberales de 1820 a 1830, la difusión del
comunismo y el terror del internacionalismo proletario, terminó deformando un
movimiento que surgió con aparentes rasgos democráticos, en una respuesta
reaccionaria que lucharía contra las nuevas ideologías que se conformaban en
la época.

Históricamente se ha adjudicado el desarrollo del nacionalismo y de la


concepción del Estado-nación moderno unido al ascenso de la burguesía como
factor de poder y clase dirigente. Entre 1830-1850, período especial de la
historia de Francia y de Europa, sería el esplendor del ímpetu romanticista y la
exaltación de ese pasado común que hace a los pueblos, como forma de
contrarrestar las crecientes tensiones políticas-sociales que se acumulaban en
las sociedades por la proliferación del liberalismo-democratismo.
J. Michelet, máximo exponente del romanticismo, daba cuentas de la
importancia que tenía los documentos en la construcción del relato histórico,
voces que se deben escuchar, y del testimonio oral. Criticaba el predominio de
la historia política y la fragmentación del objeto de estudio (razas, instituciones)

Paralelamente, en el S. XIX, acudimos al desarrollo de la historia como ciencia


y su consolidación a lo largo del continente europeo, manifestándose en
Europa central (Alemania, Prusia) y en Europa meridional (Francia) la creciente
pujanza de los sentimientos nacionales como forma de unificar y contrarrestar
los elementos díscolas que cuarteaban irremediablemente el orden social.

La escuela científica alemana y francesa, aunque surgen bajo circunstancias


histórico-políticas diferentes, demuestran la persecución de un objetivo común
que es la creación de una historia nacional, científica y erudita, fundamentada
en la tradición archivística-documental, e imparcial ante de los hechos,
aportándole progresivamente a la historia, mediante la conocida “depuración
metodológica” y la introducción de la filología su carácter de disciplina
científica, que bajo los hechos políticos, militares y diplomáticos respetarían las
causalidad lineal de los acontecimientos.
Se trata de dos corrientes historiográficas que se desarrollan simultáneamente,
Por ejemplo, BOURDIE, G. propone que cuando MICHELET, J. publica hacia
1867 su decimoséptimo tomo de “Prefacio de la Historia de Francia” su tarea
de resucitador integral del pasado tomando cada uno de los elementos que
componen al espíritu y sentir humano es una respuesta o un desafío (porque
afirma haberlo logrado con éxito) a la Historia Objetiva que se desarrollaba en
dicha época y que se encontraba tratando de perfeccionar sus procedimientos
para tratar de eliminar del discurso histórico toda influencia del historiador.

La relación del historiador con su obra es como la de un artista con la suya.


Esta compenetración sentimental que expresa el Romanticismo se va a
contraponer a los elementos científicos que surgirán desde la aparición de las
“Escuelas Metódicas” en Francia y Alemania pero que, a pesar de introducir un
rigorismo metodológico, seguirán persiguiendo el objetivo de la construcción de
una historia nacional que posea los elementos ideológicos de unificación
colectiva de los miembros de la sociedad, actuando como una comunidad de
hombres que comparten un pasado y lazos en común, ahora simbolizados por
una bandera y un himno y encarnado en la figura del monarca constitucional o
presidente de la República, junto a las instituciones de gobierno que comparten
en mayor o menor medida el poder.

Son corrientes historiográficas que surgen en un contexto signado por la lucha


ideológica entre conservadores y liberales (Ejemplo; el conservadurismo
ilustrado de la monarquía prusiana) pero que persiguen el objetivo básico que
es retomar a partir de una serie de tradiciones, valores, prácticas e instituciones
aquellos elementos que constituyen comunes a todos y que permiten crear la
idea de una comunidad de individuos unidos por lazos supraindividuales. La
concepción moderna del Estado-nación se amalgamará al desarrollo y difusión
de la Historia como ciencia y se introducirá en los sujetos los conocimientos
básicos para el desarrollo de la ciudadanía, el patriotismo y la cohesión social.

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