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Palabra de Jehová que vino a Jeremías, diciendo: Levántate y vete a casa del alfarero, y
allí te haré oír Mis palabras. y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba
sobre la rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y
la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla.
— Jeremías 18:1-4
Pero al referirnos a las manos de Dios, no solo esas manos nos hablan de Sus obras,
sino que es sinó nimo de Su poder, potestad y dominio. No hay ninguna mano como las
de Dios, que solo hacen el bien. ¡Estas son manos poderosas! Y estar en las manos de
Dios es estar bajo Su misericordia.
A. Levántate y ve a Su casa
En el capítulo dieciocho del libro de Jeremías, encontramos a Dios dá ndole una orden
al profeta: “Levántate y vete a casa del alfarero” (Jeremías 18:1). Cuando Dios se
propone hacer algo en nuestra vida, lo primero a lo que nos invita es a levantarnos
para ir a casa del alfarero, a no quedarnos postrados en esa condició n triste de
derrota, de fracaso, de desilusió n, de amargura, de dolor, de vergü enza y de afrenta.
¡Levá ntate!, reacciona, vuelve en sí como el hijo pró digo (Lucas 15:17-18). ¡Yo tengo
que hacer algo, yo tengo que buscar ayuda!
Por eso no podemos permitir que el enemigo robe la bendició n incalculable de venir a
la casa de Dios. Como aconseja la misma Palabra: “No dejando de congregarnos, como
algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel
día se acerca” (Hebreos 10:25).
Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la
tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así
será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo
quiero, y será prosperada en aquello para que la envié (Isaías 55:10-11).
Oh Jehová, he oído Tu palabra, y temí. Oh Jehová, aviva Tu obra en medio de los tiempos,
en medio de los tiempos hazla conocer; en la ira acuérdate de la misericordia (Habacuc
3:2).
C. Déjate moldear
Al llegar, Jeremías encontró al alfarero trabajando sobre la rueda con el barro. Dios
quiere que todos seamos conscientes de que hemos sido moldeados por Su mano
poderosa, y quiere que le reconozcamos como el Alfarero divino que nos ha dado
forma, que É l tiene soberanía, autoridad y derecho de hacer lo que quiera. Esto mismo
es a lo que nos invita el profeta Isaías, cuando dice: “Ahora pues, Jehová, Tú eres
nuestro padre; nosotros barro, y Tú el que nos formaste; así que obra de Tus manos
somos todos nosotros” (Isaías 64:8). Dios fue quien nos formó , del barro y con Su
Espíritu (Génesis 2:7).
Muchos siglos después, los científicos han reconocido que los componentes químicos
del ser humano son muy compatibles con la química del barro.
Todos hemos sido hechos del mismo barro; todos llegamos al Señ or con un corazó n
malvado, con una naturaleza pecaminosa. Todos habíamos pecado; fuimos sacados del
mismo pozo de desesperació n, del mismo lodo de maldad y de inmundicia (Isaías
51:1).
i. Para ser moldeado, primero debes ser desatado En un principio, el barro está
atado a los desperdicios. Por eso, el trabajo del alfarero es desatar lo que está atado.
Su propó sito específico es liberar el barro para que logre su má xima realizació n y
luego pasarlo por un proceso de limpieza y purificació n.
Y Ese valor le es agregado por las manos diestra del alfarero. En una exhibició n
de cerá mica no observaremos al alfarero, pero sí conoceremos sus virtudes por medio
de su creació n.
Al igual que el barro, llegamos atados a las manos de Dios. Todos los que hemos
ido a casa del alfarero y le hemos permitido que nos tome en Sus manos, hemos
llegado allí al igual que el barro, atados. Y lo primero que hizo el Señ or, fue libertarnos,
desatar nuestro barro para hacernos ú tiles. Esto mismo vino a hacer por nosotros
nuestro Señ or Jesucristo cuando dice: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis
verdaderamente libres” (Juan 8:36).
Llegamos al Señ or como barro crudo, sin vida, muertos en delitos y pecados,
careciendo de valor, sin atractivo alguno… pero fuimos transformados por las manos
diestras y el amor eterno del alfarero. Lo que hay de valor en nosotros, es lo que Dios
ha hecho en nosotros, pues É l nos ha hecho má s valiosos que oro fino (Isaías 13:12).
En una ocasió n, Dios dijo de Su pueblo lo siguiente (y esto se aplica a nosotros en un
momento de nuestras vidas):
Pasé Yo otra vez junto a ti, y te miré, y he aquí que tu tiempo era tiempo de amores; y
extendí Mi manto sobre ti, y cubrí tu desnudez; y te di juramento y entré en pacto
contigo, dice Jehová el Señor, y fuiste Mía. Te lavé con agua, y lavé tus sangres de encima
de ti, y te ungí con aceite; y te vestí de bordado, te calcé de tejón, te ceñí de lino y te cubrí
de seda. Te atavié con adornos, y puse brazaletes en tus brazos y collar a tu cuello. Puse
joyas en tu nariz, y zarcillos en tus orejas, y una hermosa diadema en tu cabeza. Así
fuiste adornada de oro y de plata, y tu vestido era de lino fino, seda y bordado; comiste
flor de harina de trigo, miel y aceite; y fuiste hermoseada en extremo, prosperaste hasta
llegar a reinar. Y salió tu renombre entre las naciones a causa de tu hermosura; porque
era perfecta, a causa de Mi hermosura que yo puse sobre ti, dice Jehová el Señor
(Ezequiel 16:8-14).
É l ve má s allá de la masa de barro sin forma. É l visualiza lo que puede hacer, tiene la
visió n del futuro. El alfarero no hace nada al azar; É l no comienza haciendo un vaso y
termina haciendo un jarró n. Para él, cada vasija tiene su origen en su corazó n y mente,
y aunque la masa de barro se muestre tosca, él persiste con paciencia hasta hacer su
voluntad. Así mismo hace Dios con nosotros: “Porque Tú formaste mis entrañas; Tú
me hiciste en el vientre de mi madre” (Salmo 139:13). “Según nos escogió en él antes de
la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él”
(Efesios 1:4).
El alfarero divino sabe lo que puedes llegar a ser en Sus manos poderosas, porque É l
conoce lo que ha colocado dentro de ti. Así como lo sabía el apó stol: “Pero tenemos
este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de
nosotros” (2 Corintios 4:7).
El valor del vaso de barro reside únicamente en su utilidad. El vaso no es ú til por
su belleza, porque no brilla por sí mismo. Tampoco es ú til por su durabilidad, pues es
propenso a hacerse pedazos fá cilmente. Es ú til por el contenido que Dios puso en él;
eso le da sentido y razó n de ser.
Nuestra debilidad es el ú nico escenario donde Dios puede mostrar Su fuerza. Así le
dijo al apó stol:
La dificultad que encuentra por lo general el alfarero es que al colocar el barro sobre
la rueda, y empezar a trabajar, éste tiene la tendencia de resistir, tiende a quedarse en
un mismo lugar. Entonces ¿qué hace el alfarero?
Usa la fuerza del torno y un poco de su fuerza dentro de la vasija, y esa presió n que
ejerce el alfarero es la que logra que lleve a cabo lo que se ha propuesto.
A veces Dios tiene que colocarnos en Su rueda, usar un poco de Su fuerza para
sacudirnos, para sacarnos del estancamiento. Ese torno simboliza las circunstancias
de nuestra vida, las dolorosas adversidades que llegan, pero que las permite para
llamar nuestra atenció n, para hacernos reaccionar, para acercarnos a É l, para
encaminarnos de nuevo en Sus planes y en Sus propó sitos y para que no nos
quedemos en un mismo lugar espiritualmente.
Las cosas que má s nos enseñ an, que má s nos duelen, suceden cuando Dios ha
planeado bendecir a un hombre o a una mujer y expandir su ministerio. Esto nos
llevará a los lugares má s profundos, y a las circunstancias má s dolorosas; nos llevará
al crisol, al yunque, pero al final seremos bienaventurados.
No importa cuá nto el Señ or nos tenga en la rueda. Lo importante es que su voluntad
prevalezca en nuestra vida. Y su voluntad es llevarnos a una gloria má s excelente que
la que tenemos ahora, “porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros
un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se
ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se
ven son eternas” (2 Corintios 4:17-18).
¡Oh! Pero el Alfarero no hizo a un lado los pedazos del vaso que se había echado a
perder. El inició el proceso, fue un nuevo comienzo, una segunda oportunidad: “Y
volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla” (Jeremías 18:4). Una de las
má s grandes cualidades de Dios es Su disposició n para dar un nuevo comienzo, es la
resolució n que siempre tiene para dar una segunda oportunidad, movido por ese gran
deseo de restaurar, de levantar y de recuperar al primer esplendor. É l es un Dios que
nunca se da por vencido y que se deleita en tomar los pedazos y en tener misericordia.
Las evidencia que la Biblia nos da acerca de esto son numerosas:
» “¿Qué Dios como Tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su
heredad? No retuvo para siempre Su enojo, porque se deleita en misericordia” (Miqueas
7:18).
» “De Jehová nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar, aunque contra Él nos
hemos rebelado” (Daniel 9:9).
» “Con un poco de ira escondí Mi rostro de ti por un momento; pero con misericordia
eterna tendré compasión de ti, dijo Jehová tu Redentor” (Isaías 54:8).
» “Si fuéremos infieles, Él permanece fiel; Él no puede negarse a Sí mismo” (2
Timoteo 2:13).
El discípulo no lo había confesado delante de una criada, pero ahora el Señor pronuncia
su nombre. Aunque Pedro ya no se sentía dentro del grupo de los discípulos, el Señor le
da un mensaje directo a su corazón, diciéndole: Todavía te amo, estás incluido en Mis
planes, ¡y sigues formando parte de Mis discípulos! Hay un nuevo comienzo para ti, Yo no
te he desechado, ¡estoy dispuesto a tomar los pedazos de ese amor fervoroso, los pedazos
de esos bríos para servirme!
Cuando Dios tiene un propó sito con una vida, É l nunca le abandonará . Estando en Sus
manos, siempre habrá misericordia, siempre habrá esperanza. Dios hará lo que hizo
con Pedro: Tomará los fragmentos y hará otra vasija mejor que la primera. ¡É l no nos
ha desechado!
Pedro, a partir de ese nuevo encuentro con su maestro, después de esa experiencia
sobrenatural, de ser lleno del Espíritu Santo el día de Pentecostés, se convirtió en un
testigo poderoso. Antes temía confesar a su Señ or ante una criada, pero ahora ya no
temía enfrentarse a multitudes, ni temía predicar (Hechos 2:14; 3:6; 4:19-20).
Este mismo Pedro, mucho después, murió como má rtir, fue crucificado con la cabeza
hacia abajo, pues dijo: “No soy digno de tener la misma posició n de mi maestro”
No importa cuá n arruinado estés. No hay nada fuera de la mano poderosa de Dios, de
Su mano restauradora; no importa tu pasado; por má s que estén en pedazos tus
sueñ os, tus ilusiones o tu hogar, Dios los tomará y los restaurará !