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PárrAFo 1. SubordinACión
dE lA AdminiStrACión Al lEgiSlAdor
174. En su dimensión históricamente más relevante, el principio de legalidad
es la traducción jurídica de un arreglo institucional. La distribución de competen-
cias que implica la separación de poderes, al menos en la tradición continental,
presupone el principio de legalidad (sección 1). La administración está sometida,
ante todo, a la ley considerada desde el punto de vista formal (sección 2), que es
la que le atribuye poderes jurídicos (sección 3), de donde resulta que la legalidad
administrativa supone, al menos de manera general, vinculación positiva de la
administración a la ley (sección 4). Con esta conceptualización en mente se com-
prende que el principio de legalidad, inicialmente leído en clave liberal, se adapte
también a cualesquiera propósitos que legislador soberano se proponga perseguir
(sección 5).
(b) Características
cia de ese otro a su respecto. En este esquema la idea de potestad identifica una po-
sición jurídica particular cuya especificidad consiste en crear o modificar relaciones
jurídicas, respecto de terceros que están en posición de sujeción.
Desde una perspectiva más general, tal vez pueda discreparse de que las potes-
tades públicas se conciban siempre con relación a un tercero subordinado. En tal
sentido, no toda potestad entraña la imposición de cargas o sacrificios, sino que
puede ampliar la esfera jurídica de su destinatario (p. ej., mediante la atribución
de subsidios). Sin embargo, la generalidad de las potestades administrativas puede
concebirse así.
Aunque el derecho administrativo también concibe potestades contractuales, su-
jetas a una disciplina específica, es típico de las potestades públicas estar concebidas
para su ejercicio unilateral por parte de la administración, de modo que se actualizan
por medio de actos de voluntad unilateral. De hecho, es esto lo que justifica la inclu-
sión de la idea de potestad en la definición antes transcrita de acto administrativo,
destinada a cubrir fundamentalmente los actos unilaterales de la administración.
Con toda seguridad, el temor que procura conjurar la LOCBGAE al impedir el
ejercicio de potestades públicas por parte de organismos ajenos a la administra-
ción es el de las consecuencias a que podrían quedar expuestos terceros en virtud
de decisiones unilaterales de tales organismos. Mientras el derecho administrativo
ofrece medios de impugnación eficaces contra los abusos o excesos relativos a
esos actos, el derecho privado no suele tratar aquellas materias; la atribución de
potestades públicas a entidades de derecho privado puede, así, dejar en indefen-
sión a los destinatarios de sus actos.
Ahora bien, a pesar del claro tenor del artículo 6 de la LOCBGAE, permanecen
vigentes algunos textos legales que atribuyen potestades públicas a organismos
de esta índole. El problema más típico concierne a la Corporación Nacional Fo-
restal, constituida como corporación de derecho privado, sin integrar la admi-
nistración, aunque es evidente que participa al menos como auxiliar de ésta en
el cumplimiento de algunas funciones administrativas. Algunos cuerpos legales
siguen atribuyendo a Conaf potestades públicas (por ejemplo, para ordenar la
paralización de faenas forestales, conforme previene el DL 701 de 1974, sobre
Fomento Forestal, art. 29). El Tribunal Constitucional se ha pronunciado abier-
tamente contra este tipo de prácticas legislativas (1° de julio de 2008, Rol 1024,
Ley sobre recuperación del bosque nativo).
(d) Síntesis
190. La cuestión de las potestades ha sido erigida por la doctrina en una de las
principales preocupaciones del derecho administrativo chileno (como si frente a
Título I. El principio de legalidad 151
Capítulo 2
reconocimiento positivo del principio
196. Entendido de modo trivial, como subordinación de la administración al
derecho en su integridad, el principio sólo aparece recogido en toda su extensión
en una norma de jerarquía legal. En efecto, la LOCBGAE dispone:
“Los órganos de la Administración del Estado someterán su acción a la Constitución y a
las leyes. Deberán actuar dentro de su competencia y no tendrán más atribuciones que las
que expresamente les haya conferido el ordenamiento jurídico. Todo abuso o exceso en el
ejercicio de sus potestades dará lugar a las acciones y recursos correspondientes” (art. 2).
Ahora bien, la praxis nacional entiende recurrentemente que el principio se con-
tiene en dos preceptos de la Constitución, que se citan como si constituyeran una
unidad: los artículos 6 y 7. Tal vez los contornos del principio se aprehendan mejor
con una presentación racional de los aspectos singulares que lo integran. En ámbitos
cruciales la administración sigue estando sujeta a la observancia de leyes consideradas
en sentido formal (párrafo 1), sin perjuicio de que en sus actuaciones corrientes deba
proceder conforme a criterios de regularidad jurídica (párrafo 2), en cuyo contexto la
legalidad se identifica con el sistema jurídico en su conjunto (párrafo 3).
Ahora bien, por lo mismo que los actos materiales no son ejercicio de poderes
jurídicos, su materialización no parece quedar subordinada al derecho del mismo
modo que los actos jurídicos. Sin duda, existen límites a respetar, provenientes
de la consideración de los derechos fundamentales o de exigencias legales diver-
sas; pero como ha advertido Santamaría Pastor a propósito de las actividades
prestacionales de la administración, es razonable pensar que en este campo el
principio de legalidad opere conforme a un modelo de vinculación negativa (esto
Título I. El principio de legalidad 161
más política que jurídica). Por cierto, este aspecto de la regla tiene significación histó-
rica, pues las prácticas antiguas no prestaban demasiada atención a la Constitución (a
menudo vista como un acuerdo de caballeros destinado a regir la gestión política en sus
grandes líneas). Se quiso así reafirmar su importancia jurídica y, por lo mismo, práctica.
Hoy día la regla es testimonio de aquella época en que la praxis jurídica y política em-
pezó a tomarse en serio la Constitución; pero su valor propiamente jurídico es limitado,
y si la regla se suprimiera no cambiaría mucho en el derecho positivo chileno.
También es probable que con esta regla se pretendiera abandonar la prácti-
ca de introducir “disposiciones programáticas” en la Constitución, normas que
de facto no eran inmediatamente aplicables porque requerían de desarrollo por
medio de textos normativos subordinados. Al disponer su obligatoriedad, se su-
gería a los jueces que podían aplicar directamente la Constitución en los asuntos
litigiosos de que conocieran. De hecho, una buena parte del control judicial de la
administración, tal como fue modelado por la doctrina a partir de los años 1980,
operó sobre la base de esa aplicabilidad inmediata de la Constitución: nulidad
de derecho público construida a partir del artículo 7, responsabilidad del Estado
que se pretendía incluida en el artículo 38, recurso de protección de derechos
fundamentales, etc. Sin embargo, las reglas programáticas no han desaparecido y,
mientras la política siga teniendo relevancia, seguirán existiendo, porque es muy
frecuente que los acuerdos políticos se forjen en torno a principios cuya operati-
vidad se prefiere postergar. Más aún, a despecho de su obligatoriedad inmediata,
muchas normas constitucionales necesitan concreción legislativa para ser operati-
vas (entre otras, las relativas a la descentralización, a la división político-adminis-
trativa del país, al régimen electoral y a muchos derechos fundamentales).
Además, la regla reconoce de modo general la obligatoriedad de toda otra
norma jurídica que se conforme a la Constitución; la regla concierne así a la nor-
matividad del sistema jurídico en su conjunto. Con todo, desde esta perspectiva,
la norma en análisis diluye la especificidad del principio, pues, así como ocurre
con la misma Constitución, la normatividad del sistema jurídico rige no sólo para
el Estado, sino para “toda persona, institución o grupo”. Si se asume que el prin-
cipio de legalidad es una marca característica del derecho público, este precepto
parece referirse a otra cosa. El objeto de regulación de la regla está más en la su-
premacía constitucional que en el principio de legalidad en sentido estricto.
Capítulo 3
la legalidad y sus fuentes
205. Como se ha visto, si en su origen el principio de legalidad implicaba vincu-
lación de la administración a la ley entendida en sentido formal, en su dimensión
Título I. El principio de legalidad 163
actual supone que actúa sometida, en condiciones similares, a las demás normas
que integran el ordenamiento jurídico. Esta concepción es en buena medida fruto
de la estructura jerarquizada del ordenamiento jurídico, en que la ley misma está
enmarcada por reglas superiores y es desarrollada por normas de jerarquía inferior.
Las preguntas que plantea una actuación al margen de las competencias con-
feridas por ley a un organismo administrativo no son sustancialmente distintas de
las que suscita la violación de reglas o principios recogidos por normas de jerar-
quía distinta a la ley. Asimismo, el control de legalidad que practican los jueces
sobre la administración se funda tanto en la ley en sentido formal como en otras
normas de referencia. Esto explica, tal como afirmaba Hauriou, que “en materia
de validez o de invalidez de los actos administrativos particulares, la violación de
una regla de origen reglamentario haya sido considerada como un vicio de igual
naturaleza que la violación de una regla de origen legal”.
Por las razones anteriores, se entiende que la enseñanza del derecho admi-
nistrativo también se detenga en estos aspectos generales del sistema jurídico,
por lo común concentrados en el capítulo de las “fuentes” de la disciplina. Esa
presentación no puede aspirar a agotar esta materia, que se explica mejor preci-
samente desde la teoría del derecho que desde las disciplinas aplicativas (como el
derecho administrativo). En consecuencia, el análisis que sigue debe entenderse
condicionado por esas reservas, y únicamente con la perspectiva de subrayar los
problemas más comunes que se presentan en esta área.
Las explicaciones usuales acerca de las fuentes integrantes del bloque de legali-
dad realzan el carácter jerarquizado de sus componentes (Constitución, tratados,
ley, reglamento, etc.). Sin embargo, esta manera de ver olvida que hay cierto tipo
de fuentes que es difícil de clasificar desde una perspectiva jerárquica (párrafo 3).
E incluso al interior de las fuentes de origen autoritativo, las reglas no son homo-
géneas; desde la perspectiva de los fundamentos y, en parte también, del régimen
jurídico, es relevante distinguir entre la legalidad de origen “externo” (párrafo 1)
y la legalidad de origen “interno” a la administración (párrafo 2).
Sección 1. La Constitución
207. La administración está sometida ante todo a la Constitución, cúspide del
sistema jerarquizado de normas en derecho interno. Uno de los rasgos distintivos
del derecho contemporáneo reside en la revalorización de “la Constitución como
norma jurídica” (título de un importante artículo de García de Enterría), y su apli-
cación concreta por los jueces en casos litigiosos. Sin duda, la consideración de los
derechos fundamentales (reconocidos en preceptos de jerarquía constitucional)
no es ajena a este fenómeno.
El fenómeno de constitucionalización del derecho alcanza a todas las discipli-
nas jurídicas. Por el objeto sobre el que recae, ese fenómeno es particularmente
intenso respecto del derecho administrativo. En otra parte se han mencionado las
numerosas disposiciones constitucionales explícitamente referidas a la adminis-
tración, y que configuran su marco normativo más general (v. § 35).
Aunque la importancia de la Constitución en el derecho moderno no puede
soslayarse, la densidad de sus reglas puede plantear dificultades de aplicación.
En efecto, aunque las reglas constitucionales pueden definir de modo concreto y
preciso modalidades de actuación de la administración, es usual que contengan
únicamente principios generales, que deban ser desarrollados por reglas jerárqui-
camente inferiores (típicamente, la ley). Algunas reglas constitucionales encierran
principios tan genéricos que no admiten una única solución posible (p. ej., aquella
que encomienda al legislador proteger la vida del que está por nacer). Además, la
índole política de la Constitución favorece la adopción de compromisos abstrac-
tos que necesitan ser concretizados por otro tipo de reglas. Así se muestra en el
ejemplo reciente de los cambios al sistema electoral: la Ley 20.337 fijó una regla
constitucional de incorporación automática de los ciudadanos al registro electo-
ral, pero sus modalidades de aplicación necesariamente dependían de modifica-
ciones a la ley orgánica respectiva, que debieron efectuarse por ley (Ley 20.556,
de 2011 y Ley 20.568, de 2012). También puede referirse el ejemplo más antiguo,
pero de continua actualidad, del imperativo constitucional de descentralización
del poder, cuya operatividad siempre pasa por la adopción de normas legales.
En suma, la pretensión de superar el déficit de normatividad de la Constitución
mediante un principio de aplicabilidad inmediata (que estaría contenido en el ar-
tículo 6) no puede ocultar este fenómeno, ni tampoco excluir de plano la eventual
adopción de normas meramente “programáticas”.
Título I. El principio de legalidad 165
Sección 3. La ley
214. Las reglas legales propiamente tales son fuente primaria del bloque de
legalidad. Por eso, son directa y ordinariamente aplicables a los asuntos admi-
nistrativos y su observancia por la autoridad pública es obligada. El predominio
de la ley sobre la administración se explica suficientemente bien por la virtud
democrática de la ley, vale decir, de su procedimiento de aprobación; la inter-
vención de los representantes del pueblo se reputa el instrumento idóneo para
que la ley sea el reflejo del interés general. Estas cuestiones ya se han analizado
más atrás.
El régimen jurídico de la ley opera como modelo respecto del estatuto de las
normas en general. Su definición no pertenece al derecho administrativo, sino que
al sistema jurídico en su conjunto. Históricamente, su enseñanza estuvo radicada
en el derecho civil, en razón de la inclusión de un número importante de reglas
generales sobre la materia en el Código Civil chileno (al igual que, antes, en el
Código Civil francés). Esas reglas, que dan cuenta de la filosofía legalista del siglo
XIX, conviven con varias otras más modernas previstas en la Constitución, que
fija el marco normativo de las competencias y procedimientos legislativos. Esas
razones justifican la parquedad de las explicaciones que siguen, que se concentran
en la tipología de las leyes y su eficacia.
225. Las reservas de ley son múltiples; sin embargo, la experiencia constitucio-
nal en la materia –que ha conocido una evolución significativa– ha permitido ver
que poseen densidad variable, vale decir, que no todas son igualmente importan-
tes. El Tribunal Constitucional, sensible a las aspiraciones (más o menos legítimas)
de las minorías parlamentarias, ha logrado distinguir al menos dos categorías de
reservas de ley. Llama absolutas a aquellas que exigen una definición específica,
en profundidad, por parte de la ley; relativas, en cambio, son aquellas reservas de
ley carentes de especificidad, marcadas por fórmulas ambiguas tales como “con-
forme a la ley”, que no excluyen una convocatoria al reglamento. Con todo, en
lo que parece ser el último estadio de esta evolución, la jurisprudencia identifica
dos grandes ámbitos en que se agrupan las reservas de ley, con distinto grado de
intensidad. “En la medida que la regulación aborde derechos, la convocatoria que
hace la ley al reglamento debe ser determinada y específica y la ley debe abordar
los aspectos esenciales de la regulación, entregando al reglamento los aspectos de
detalles” (TC, 16 de enero de 2013, Proyecto de Ley que crea el Ministerio del
Deporte, Rol 2367). En contraste, las reservas de ley relativas a la organización
del aparato del Estado pueden implicar un grado más significativo de intervención
reglamentaria en la definición de las reglas del juego.
En el modelo clásico de distribución de competencias normativas, la tarea del
reglamento se limitaba simplemente a ejecutar la ley, vale decir, a especificar las
modalidades de detalle de su ejecución o materialización. En este sentido el re-
glamento no puede innovar con respecto a la ley. Sin embargo, la autoridad re-
glamentaria dispone de un significativo margen de maniobra en la definición de
las reglas: la potestad reglamentaria es discrecional en un sentido bastante fuerte.
226. Ahora bien, la redefinición del sistema de fuentes en base a reservas de ley
permitió ver el surgimiento de una especie nueva, distinta del reglamento de eje-
cución: el reglamento autónomo. La “autonomía” de esta clase de reglamentos se
entiende con relación a la ley: las competencias normativas de la administración
no dependen de la ley (como en el reglamento de ejecución), sino que las recibe de
la Constitución misma. Esta noción, recogida de la experiencia comparada, refleja
un cambio de perspectiva del constituyente respecto del reglamento, valorándolo
como instrumento de adecuación normativa. Teóricamente, en su ámbito de ma-
terias el reglamento autónomo puede definir las reglas fundamentales y primarias,
y no sólo los detalles de ejecución. Con todo, el ámbito propio del reglamento
autónomo es muy limitado. En principio, el dominio del reglamento autónomo
es residual con respecto a la ley; sin embargo, la norma de clausura del dominio
legal máximo refleja que ese campo residual es bastante estrecho (Constitución,
art. 63 N° 20). Fuera de los contadísimos casos en que la Constitución le atribu-
ye directamente la regulación de ciertas materias (por ejemplo, regulación de la
libertad de reunión o de los contratos especiales de operación de hidrocarburos
178 José Miguel Valdivia
y otros minerales), el reglamento autónomo tiene muy pocas ilustraciones (de las
cuales, una de las más relevantes es probablemente la instauración de comisiones
asesoras del gobierno).
tución (p. ej., entre otros, TC, 22 de mayo de 2008, Rol 1035 y 15 de marzo de
2012, Rol 1669; a la luz de estos precedentes, no debería tomarse en cuenta un
reciente pronunciamiento en sentido contrario: TC, 18 de enero de 2018, Rol
4012, sobre reforma al Servicio Nacional del Consumidor).
230. Es necesario distinguir los reglamentos de las meras instrucciones, direc-
tivas o circulares (aunque desde una perspectiva formal parezca difícil diferen-
ciarlos). Todo jefe administrativo posee, por su condición de superior jerárquico
de su servicio, la potestad de impartir instrucciones de alcance general a su de-
pendencia; pero, según un entendimiento compartido en la doctrina, estos actos
sólo tienen trascendencia intraadministrativa y no configuran auténticas fuentes
normativas. Por desgracia, el legislador no es muy riguroso con la terminología,
y a veces faculta a determinados organismos administrativos a dictar circulares
o instrucciones con eficacia ad extra, es decir, con fuerza vinculante respecto de
terceros. Se trata de un tipo anómalo de normas reglamentarias o, eventualmente,
de actos interpretativos de otras normas.
232. En circunstancias que los reglamentos pueden ser dejados sin efecto por
la misma autoridad que los dictó, su observancia no puede sustentarse en la su-
perioridad jerárquica de las reglas, como es típico del principio de legalidad. Al
contrario, suele justificarse en un principio de inderogabilidad singular de regla-
mentos, que se expresa en la máxima tu patere legem quam ipse fecisti (padece
la ley que tú mismo hiciste). El principio da cuenta de la sustancia normativa del
reglamento, que fija normas permanentes, y, por tanto, no puede ser modificado
por operaciones destinadas simplemente a reglar de modo puntual y pasajero un
asunto concreto. En virtud de este principio, pues, la administración no puede
infringir una norma de jerarquía reglamentaria con ocasión de un acto adminis-
trativo singular (en otras palabras, los actos administrativos singulares deben res-
petar los reglamentos vigentes); si la administración está interesada en modificar
el criterio reglamentario, debe previamente modificar el reglamento o introducir
alguna excepción en él.
Por cierto, los distintos órganos administrativos deben respetar las competen-
cias normativas de otras autoridades. Así, por ejemplo, el gobierno central debe
ser respetuoso de las competencias municipales, y adaptarse, en lo que correspon-
da, a las ordenanzas municipales. Así, una operación de obras públicas, de com-
petencia del gobierno central, debe ajustarse a los instrumentos (normativos) de
planificación territorial, como los planes reguladores comunales, de competencia
municipal. Pero en esta dimensión, el deber de respetar los actos normativos de
otras autoridades arranca de las leyes que distribuyen competencias entre ellas.
(a) la jurisprudencia
236. La jurisprudencia no tiene un status normativo oficial en la generalidad
de las ramas del derecho chileno. El Código Civil declara abiertamente que “las
sentencias judiciales no tienen fuerza obligatoria sino respecto de las causas en
que actualmente se pronunciaren” (art. 3), de modo que pareciera desconocer a
la jurisprudencia su carácter de fuente normativa. Esa aproximación legalista a la
obra de la jurisprudencia influye en el trabajo de los jueces, que normalmente no
se sienten vinculados por decisiones anteriores recaídas sobre la misma materia.
Sin duda en algunos ámbitos la jurisprudencia es suficientemente fuerte como
para ver en ella el reconocimiento de una auténtica regla de derecho, pero en
muchos casos no es así.
En contraste, la jurisprudencia administrativa emanada de los informes y dic-
támenes de la Contraloría General de la República, tiene definido en forma posi-
tiva un cierto status vinculante. Según la Ley Orgánica de la Contraloría (LOCC-
GR, arts. 6, 9 y 19), que habla sin rodeos de jurisprudencia, los dictámenes de ese
organismo son vinculantes para el caso concreto en que recaigan y, además, con-
figuran una jurisprudencia que debe ser conocida y respetada por los organismos
Título I. El principio de legalidad 183
237. Suele afirmarse que los principios generales del derecho también integran
el bloque de legalidad y por consiguiente configuran límites a la acción adminis-
trativa. Dado el carácter fragmentario de las regulaciones aplicables a la admi-
nistración del Estado, los principios debieran tener una importancia mayor en el
derecho administrativo, al menos en el plano discursivo.
Sin embargo, los principios presentan dos déficits en su consideración como
inequívocas fuentes de la legalidad. Ante todo, un déficit de cognoscibilidad, pues
cuando no son reconocidos como tales por textos positivos (por ejemplo, los
principios del procedimiento administrativo definidos en los arts. 4 y s. de la Ley
19.880), los principios se presentan de manera muy difusa en el ordenamiento.
En muchos casos, su consagración parece depender únicamente del juicio del ór-
gano llamado a aplicar el derecho, quien ciertamente está expuesto a error. En
segundo lugar, y conforme a un entendimiento difundido (y que suele atribuirse
a Alexy), los principios se diferencian de las auténticas reglas de derecho en que
no proveen soluciones binarias frente a un caso, es decir, no son normas que se
pueden cumplir o no, sino que se pueden cumplir en la mayor medida posible, y
entonces operan como mandatos de optimización que, en el caso concreto, deben
ser ponderados junto con otros principios.
Así las cosas, el lugar preciso de los principios en la jerarquía de reglas es
dudoso. La práctica legal chilena no distingue, como suele hacerse en el derecho
comparado, entre principios de jerarquía constitucional, legal o infralegal, ni su
compatibilidad con tales o cuales reglas positivas. Por eso, sin desconocer la im-
portancia de los principios, su observancia por la administración suele ser fuente
de incertezas.
184 José Miguel Valdivia
bibliogrAFíA rEFErEnCiAl
238. La literatura sobre el principio de legalidad es la de la parte general del
derecho administrativo, incluyendo la revisión de las fuentes que lo integran. Por
eso, cabe aquí una remisión a los textos generales del derecho administrativo o,
más generalmente, de las fuentes del derecho (sin apellidos). Entre las principa-
les influencias en la estructura y el contenido de este título se cuentan el famoso
artículo de Charles Eisenmann, “Le droit administratif et le principe de légalité”
(Études et documents du Conseil d’Etat, 1957, y ahora en sus Ecrits de droit
administratif, París, Dalloz, 2013), y el bellísimo ensayo de García de Enterría,
Revolución Francesa y administración contemporánea (Madrid, Taurus, 1972).
El estudio de las fuentes del derecho, integrantes de la legalidad, recorre prácti-
camente la totalidad de las disciplinas jurídicas, de modo que la enunciación de la
bibliografía sería extenuante. Con todo, por el talante teórico de sus autores, debe
citarse una colección de ensayos sobre aspectos puntuales de las distintas fuentes
del derecho público, en Eduardo Cordero y Eduardo Aldunate, Estudios sobre el
sistema de fuentes en el derecho chileno (Santiago, Legal Publishing, 2013).
Respecto del tema específico de las potestades, el texto seminal es el de Santi
Romano “Poderes, potestades”, en Fragmentos de un diccionario jurídico (Grana-
da, Comares, 2002), aunque en general tanto la doctrina italiana como española
contienen referencias suficientemente ilustrativas sobre el punto. El trabajo referi-
do de W. N. Hohfeld es Conceptos jurídicos fundamentales (México, Fontamara,
1992). En el derecho los chilenos, una actualización de la noción de potestad pú-
blica se contiene en Christian Rojas, Las potestades administrativas en el derecho
chileno. Un estudio dogmático-jurídico en torno a su configuración, estructura y
efectos (Santiago, Legal Publishing, 2014).