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Ana le ha abierto y él sale. Luego ella viene a abrir la puerta que da al interior y se sienta

agotada por el esfuerzo. Un momento y sale Pablo.

Ana: ¿Oyó?

Pablo: Bastante.

Ana: Usted tenía razón. Es como si estuviera pidiendo que usted escapara con discreción.

Pablo: Así es.

Ana: Para cazarlo un poco más allá.

Afuera, súbitamente, ruido de varios motores que se ponen en marcha, órdenes y movimiento.

Pero es algo distinto de lo escuchado hasta ahora.

Pablo: ¿Y eso?

Ana: No sé. Demostración de fuerza, supongo.

Llaman a la puerta, en forma apremiante. Pablo corre adentro. Ana va a abrir.

Ana: ¿Quién es?

Úrsula: Abre, pronto.

Ana abre. Úrsula entra con una bolsa de compras.

Úrsula: Están quitando las barreras. ¡Se van!

Ana (desfallece): ¡Dios!

Úrsula: ¿Qué te pasa? ¿Te parece una pésima noticia?

Ana (abriendo la puerta para que salga Pablo): Cerone me insinuó que lo haría.

Úrsula (mientras Pablo se asoma): ¿Cómo que te insinuó? ¿Qué es lo que insinuó?

Ana: Déjame pensar...

Úrsula: ¿Qué es lo que pasa aquí? ¡Exijo saberlo!

Pablo: Cerone quiere que yo salga de aquí para no tener líos con el obispo.

Úrsula (a Ana): ¿Te dijo eso?

Ana: Me lo insinuó, te digo.

Úrsula (a Pablo): Pues usted se queda aquí hasta que venga Corina. ¿Entendido?

Ana (tomando y vaciando la bolsa de las compras... De pronto, alarmada.) ¡Úrsula! ¿Qué es

esto? ¿cigarrillos?

Úrsula: Vendían un paquete por persona y yo pensé que él, a lo mejor...

Ana: ¡Úrsula! ¡Es un error! Jamás hemos comprado cigarrillos!


Un silencio pesado.

Úrsula (se da cuenta, pero quiere negarle importancia): ¿Cómo? Si lo hice, más que nada por

darle rabia a la arpía. Estaba ahí esperando y le dijo a don Braulio: "a mí véndame el paquete

de las hermanas; ellas no fuman". Y yo me di vuelta y le dije: "¿quién le dijo?". "¡Monjas

fumando!", se escandalizó ella... Ya mí me dio un placer...

Pero se ha detenido, dándose cuenta del error y de sus posibles alcances.

Úrsula: ¿Qué pasa? Fue para darle rabia a Amanda. ¿Qué piensan? ¡No me miren así!

Ana: Ya está hecho, Úrsula. Vete ya al hospital. Ten cuidado con todo. Y por favor, dile al

padre Emilio si puede venir.

Úrsula: ¡No vas a meter al padre Emilio en esto!

Ana: No voy a meterlo en nada. Quiero confesarme. Y vete a Quiñones a buscar a Corina.

Ven mañana con ella.

Silencio. Úrsula va hacia la puerta y se vuelve.

Úrsula: ¿Ustedes creen que lo de los cigarrillos...?

Pablo: No necesariamente. Tranquilícese. ¿Sabe una cosa?... Yo no fumo.

Úrsula, deprimida, abre y sale. Ana pasa cadena y seguro. Se produce un instante de

silencio.

Pablo: Creo que ya no puedo esperar a esa hermana. Será mejor irme cuando sea de noche, de

cualquier manera.

Ana (lamentando el error de Úrsula): ¡Cigarrillos! ¡Pero cómo se le pudo ocurrir!

Pablo: Quiso ser gentil conmigo.

Ana: ¿Pero usted cree?... Cerone levantó la vigilancia.

Pablo: Ahora tienen casi la prueba. A pesar de todo, por lo menos tendrían que requisar en

serio.

Ana: Cerone habló de otros... "con ganas de hacer méritos"...

Pablo: Otros... que pueden venir a buscarme. Me iré.

Ana: Tal vez no haya otra salida.

Pablo: Si se sienten demasiado provocados, a pesar de todo van a venir a buscarme.

Ana: Eso creo.

Pablo: ¿No convendría detener a su amiga? ¿Para qué irse hasta allá?

Ana: Prefiero alejarla y que no tenga nada que ver con esto. Mejor para ella, ¿no cree?
Silencio. El la mira.

Pablo: Sí, saldré esta noche. (Pausa.) Hubo un héroe bíblico que obligó a detenerse el sol,

¿no? Yo quisiera ahora poder empujarlo hacia la noche ya mismo.

Ana: El Señor ayudará, estoy segura.

Pablo: ¿De veras su fe nunca la abandona?

Ana: Compadezco de veras a los que no tienen fe. ¿Sabe qué quiere decir eso? La posibilidad

de decirse siempre: "estoy en manos de Dios; nada malo puede pasarme".

Pablo (intencionado): ¿El padre Ramírez se diría a sí mismo eso, también?

Ana: Lo conocí mucho: estoy segura.

Pablo: A pesar de eso le pasó algo muy malo.

Ana: ¿Cómo lo sabe?

Pablo: Tres tiros en la nuca.

Ana: Por dar testimonio de la justicia. No es nada mala muerte para un cristiano.

Silencio. El la mira con franco afecto.

Pablo: ¿Puedo preguntarle algo?

Ana: El problema es si podré contestarle.

Pablo: Pidió a su confesor. ¿Se siente culpable de algo?

Ana: Sí. De vacilar en mi fe.

Fuertísimos golpes en la puerta. Ambos se miran, con la sensación de que van a enfrentarse

a lo definitivo.

Ana: ¡Entre!

Pablo: ¿No tiene un arma?

Ana: ¿Cómo se le ocurre?

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