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LA CUESTIÓN HOMÉRICA, UNA CUESTIÓN DE LECTURA

María Guadalupe Erro

Universidad Nacional de Córdoba

La Ilíada y la Odisea son los poemas más antiguos de la literatura

occidental, compuestos probablemente en el siglo VIII a. C. en algún lugar

próximo a las costas de Asia Menor por uno de los más famosos poetas griegos,

Homero. Desde la antigüedad se discute acerca de su misma existencia, aunque

las referencias de Heráclito, Píndaro, Herodoto, Platón y Aristóteles parecen

incuestionables y seguimos viendo su nombre en las ediciones de aquellas y

otras obras que se le atribuyen.

Se considera a Homero como la culminación de una larga tradición épica

que se remonta a más de diez siglos antes de nuestra era, pues tenemos

testimonios de versiones anteriores o contemporáneas que narran historias

similares o complementarias y que, al igual que los poemas homéricos, fueron

difundidas de manera oral. Durante varios siglos hubo aedos que componían,

con la ayuda de su memoria y durante la ejecución misma, poemas narrativos

que recitaban con acompañamiento de un instrumento musical de cuerda.

Había también rapsodas, que por lo general eran sólo intérpretes, pero que

podían modificar ligeramente el texto.

No se sabe con seguridad cuándo fueron puestos por escrito los poemas

homéricos pero, al parecer, ya antes del año 520 a. C. circulaba en Atenas un

texto que se recitaba en las fiestas en honor de la diosa Atenea. En cuanto a

conservación y transmisión, tenemos papiros desde el siglo III a. C. hasta el

siglo VII d. C., pergaminos bizantinos entre los siglos XI y XV de nuestra era,

manuscritos en papel a partir del siglo XIII. La notable coincidencia de todas

estas copias totales o parciales de los textos hace pensar que se remontan a un

original único, que sería el que editaron los filólogos alejandrinos en la primera

1
mitad del siglo II a. C., especialmente Aristarco, a quien algunos le atribuyen la

división de ambos poemas en 24 cantos o rapsodias.1

En cuanto a la lengua, Ilíada y Odisea están compuestas en una forma que

nunca se habló, una variedad literaria en la que se mezclan diversos dialectos,

elementos arcaicos y recientes, algunos atestiguados en distintas zonas de la

antigua Grecia, y otros que nunca se usaron y que son exclusivos de esta forma

artística de la épica arcaica.2 Hablamos, entonces, de la lengua de Homero o

dialecto homérico como una variedad diferente con características propias que

hay que estudiar para acceder al texto y que, por ello, ha merecido numerosos

estudios y tratados.

Ambas obras se vinculan con el Ciclo Épico Troyano, pero ninguna de

las dos narra la historia completa de esta guerra legendaria, sino que la Odisea

relata el regreso de Odiseo a su patria una vez terminada la contienda, mientras

que la Ilíada se centra en la cólera de Aquiles y sus consecuencias. De acuerdo

con el mito, la expedición, comandada por Agamemnón, tenía por objeto

recuperar a Helena, la esposa de su hermano Menelao, raptada por Paris,

príncipe troyano. Muchos dioses participan directa o indirectamente en la

contienda ayudando a sus héroes favoritos o a sus hijos (como sucede con Tetis,

madre de Aquiles) y poniéndose de parte de uno u otro bando. Luego de diez

años de asedio, la ciudad de Ilión cae a manos de los aqueos. Así pues, en los

más de 15000 hexámetros que componen la Ilíada sólo se relatan unos pocos

días del último año de la guerra. No aparecen allí los sucesos desencadenantes

del conflicto, como el juicio de Paris sobre la belleza de las diosas Afrodita,

1 Se utilizaron las letras del alfabeto griego para identificar cada canto; mayúsculas para
la Ilíada, minúsculas para la Odisea.
2
A su vez, la epopeya como género se caracteriza en la antigüedad por un tipo de verso
que le es propio: el hexámetro dactílico, cuyo ritmo consiste en la reiteración de una unidad
(pie) constituida por una sílaba larga seguida de dos breves (que pueden ser sustituidas por una
larga). Como su nombre lo indica, el hexámetro consta de seis pies, es decir, seis veces esa
misma medida en cada verso.

2
Hera y Atenea, ni su causa última, que parece hallarse en la decisión de Zeus de

aliviar la superpoblación de la tierra.3 Tampoco se narra la muerte de Aquiles ni

la entrada del ejército a la ciudad mediante el famosísimo ardid del caballo de

madera, episodios que sí aparecen referidos en Odisea y en algunos poemas

cíclicos. Los hechos históricos que están detrás del mito y que son objeto de

investigación aún en nuestros días parecen remontarse hasta fines de la Edad

de Bronce (1570 a 1200 a.C.), a la llamada época micénica, atestiguada por

hallazgos arqueológicos. Hay también en la Ilíada reminiscencias de la Edad de

Hierro (1200 a 750 a. C.) e incluso algunas más recientes, que seguramente son

agregados posteriores en la composición de los poemas.

EL QUID DE LA CUESTIÓN

Lo que llamamos cuestión homérica comprende toda una serie de

problemas que suscitan la discusión acerca del origen, autoría, composición y

transmisión de los poemas homéricos, incluso acerca de la misma existencia de

un poeta llamado Homero, y si compuso una o ambas obras. Como los poemas

pertenecen a una época tan alejada de la nuestra, para entenderlos hacen falta

algunas consideraciones acerca de la tradición épica antigua, pero también una

especial disposición para respetar esas condiciones de producción y no exigirle

al texto que responda a parámetros estéticos extemporáneos. En ese sentido, se

puede afirmar que la cuestión homérica es una cuestión de lectura, un debate

que comenzó en la antigüedad y cuyos fundamentos giran en torno de las

concepciones de literatura, los cánones y juicios de valor de cada época,

valoraciones que, aun cuando hayan llegado a negarles su calidad literaria a los

poemas, han contribuido a esclarecer numerosos aspectos que requerían una

explicación. Conviene examinar, entonces, algunos de los problemas que estos

3
De acuerdo con lo que dice el fragmento 1 de la Cipríada, uno de los poemas del Ciclo
Épico.

3
textos han planteado si queremos entender la discusión desde sus albores hasta

las propuestas actuales de los investigadores.

En cuanto a las primeras manifestaciones, podemos decir que ya en la

antigüedad, al menos algunas partes de los poemas homéricos fueron

consideradas indignas de la perfección y el renombre de su autor. Se pensaba

que las contradicciones, inconsecuencias y numerosas repeticiones que hay en

los textos eran producto de agregados tardíos que había que eliminar,

rescatando así lo más genuino y original, seguramente reunido y moldeado en

épocas posteriores por manos poco dotadas para la poesía, que habían

descuidado la unidad y coherencia de las obras. En época alejandrina (a partir

del siglo III a. C.), la Ilíada y la Odisea se vuelen objeto de estudio e

investigación. En este contexto cultural tenemos noticia de los filólogos Jenón y

Helánico, conocidos como los corizontes4 o separatistas, quienes consideraron

que la Ilíada y la Odisea eran obras de distintos autores a causa de la diferencia

de tema y estilo entre ambas. En ese mismo período, Zenodoto, Aristófanes y

Aristarco, al editar por primera vez los poemas, marcaron ciertos versos que en

su opinión no pertenecían a Homero. Advirtieron, por ejemplo, la contradicción

del guerrero Pilémenes, que muere a manos de Menelao en el canto V (vv. 576

ss.), pero reaparece vivo más adelante (canto XIII, vv. 656 ss.) sin mediar

explicación alguna. Pensaron también que algunos pasajes mostraban a los

héroes o dioses en actitudes reprobables, como es el caso de Afrodita

disfrazándose de vieja y conduciendo a Helena a un lecho adúltero. Problemas

atendibles todos, sin lugar a dudas, aunque de índole diversa, puesto que la

contradicción o la diferencia de tema y estilo tienen que ver con aspectos

propios del texto, constatables objetivamente, mientras que la valoración

negativa de la actitud de los personajes muestra juicios de valor ajenos a lo que

el texto está manifestando. En ese sentido, los críticos alejandrinos leen a

4 Del verbo griego χωρίζω: separar.

4
Homero tratando de hacerlo coincidir con un ideal literario con el que no se

corresponde y del que ellos no pueden despojarse. Entonces, dado que Homero

es una autoridad legitimada por la tradición, atribuyen esos problemas y

errores a interpoladores tardíos y anónimos.

En el Renacimiento se consideró que la Eneida era más digna de

admiración que la Ilíada y la Odisea. Tendenciosas comparaciones entre Homero

y Virgilio privilegiaban al autor latino al tiempo que desmerecían al griego

desconociendo la diferencia más elemental entre ambas manifestaciones de la

poesía épica, que reside en la forma de la composición, oral en el caso de

Homero, escrita en el de Virgilio, con todo lo que eso implica.

En el siglo XVII, y en el contexto del debate entre los antiguos y los

modernos acerca de los méritos literarios de unos por sobre los otros, los

poemas homéricos se consideraban grandiosos, extraordinarios, pero también

un tanto pimitivos y poco cuidados. El estilo digresivo que caracteriza a la épica

griega arcaica no se ajustaba a la preceptiva clasicista de la época, que exaltaba

la armonía de las proporciones y una unidad sin complejidades. El decoro

también es parte de esa preceptiva; de allí que, en 1664, el clérigo francés

François d’Aubignac cuestionara el gusto y la moralidad de la Ilíada y la Odisea,

arriesgando que Homero nunca existió y que estos poemas son el resultado de

la unión de muchos otros, llevada a cabo por Licurgo y Pisístrato.5 Detrás de

estas afirmaciones está la supuesta inexistencia de la escritura en la época en

que se supone que Homero vivió. Hoy se admite, sin embargo, que en el siglo

VIII a. C. ya había escritura alfabética en Grecia, aunque también está claro que

en esa época era habitual que los poemas, algunos muy extensos inclusive,

fueran conservados y transmitidos oralmente.

5 De acuerdo con una tradición poco fundada, el legislador espartano Licurgo (una
figura de dudosa historicidad) habría sido quien llevó en el siglo VI a. C los poemas homéricos
a la Grecia continental. En su obra De Oratore, Cicerón menciona que Pisístrato, tirano de
Atenas, organizó por esa misma época una comisión encargada de compilarlos y darles forma
coherente para que tuvieran el estatuto de poemas panhelénicos.
5
LA ESCUELA ANALÍTICA

El argumento de la falta de escritura tuvo bastante auge en el siglo XVIII,

y le sirvió al anticuario británico Robert Wood para suponer –aunque no negara

la existencia de Homero– que la composición y transmisión oral habían

afectado significativamente los textos. Pero quien lo explotó al máximo fue el

filólogo alemán Friedrich Wolf, que en su obra Prolegomena ad Homerum (1795)

niega la unidad original de los poemas, aduciendo que la forma final procedería

de esos redactores tardíos mencionados por Cicerón. Para Wolf, en definitiva, lo

verdaderamente valioso de Ilíada y Odisea consistía en antiguos pasajes aislados,

algunos de los cuales podrían ser de Homero. Al respecto, Rodríguez Adrados

(1963: 32) observa:


…esta atribución de excelencia a obras primitivas en parte anónimas casaba
muy bien con las ideas de los románticos, fanáticos de la poesía popular, que
representaba para ellos lo más genuino del espíritu de las naciones. (…) Lo
“bueno” es lo antiguo: por tanto, la composición sentida como defectuosa, es
reciente. Sucede que los románticos eran tan incapaces como los clasicistas de
comprender lo que es una epopeya primitiva; no hay más epopeya que la de
corte clasicista derivada de Virgilio y por ello Homero ha de ser despedazado,
como serán despedazadas las Canciones de Gesta francesas, el Poema del Cid,
los Nibelungos… Los Lieder o pequeños poemas de los que supuestamente
habrían salido estas obras son para los románticos la verdadera poesía popular.

Nuevamente vemos cómo los modelos y concepciones estéticas de los

receptores se proyectan en la lectura y condicionan en gran medida el análisis e

interpretación de las obras. Por otra parte, los argumentos de Wolf son claras

muestras de que estos poemas se estudiaban más como documentos históricos

que como textos ficcionales, algo que puede parecer contradictorio para

nosotros, máxime si pensamos que Wolf era filólogo de profesión, pero que

debe entenderse en el contexto en el cual desarrolló sus estudios, una época

signada por un paradigma que busca en la historia prácticamente todas las

respuestas.

6
Lo importante a tener en cuenta hasta aquí es que Wolf marca el inicio de

lo que se conoce como la crítica analítica, que dominaría el panorama del siglo

XIX. Esta línea de análisis parte de la base de que no se trata de obras unitarias

atribuibles a un único autor, y entonces procede a descomponer los poemas en

bloques menos extensos que serían más antiguos y, por lo tanto, más valiosos.

Dentro de la escuela analítica podemos encontrar tres hipótesis fundamentales

que intentan explicar la composición de los textos homéricos: la teoría de los

Lieder, la del núcleo y la de la compilación.

La primera propuesta proviene de la difusión que hizo Christian Heyne

de las ideas de Wolf, cuya obra había quedado incompleta. En esta línea siguió

investigando también Karl Lachmann, quien llegó a distinguir 18 Lieder

(término que podríamos traducir por “cantares”) en la base de la Ilíada. La

teoría no tuvo gran trascendencia, de todos modos, porque hacía difícil

profundizar en el análisis de las obras en su conjunto.

Otra solución consiste en pensar en un núcleo ampliado, que sería, en el

caso de la Ilíada, un pequeño poema sobre la cólera de Aquiles, al que se le

habrían ido agregando posteriormente la Dolonía (canto X), la embajada de

Áyax, Ulises y Fénix para pedirle a Aquiles que deponga su ira (canto IX), los

juegos fúnebres en honor de Patroclo (canto XXIII) y el rescate del cuerpo de

Héctor por parte de Príamo (canto XXIV); mientras que en la Odisea, el núcleo

sería el regreso de Odiseo a Ítaca, con el agregado de la Telemaquia (cantos I y

XV) y el reencuentro con su padre Laertes (canto XXIV). El principal

representante de esta propuesta fue Gottfried Hermann, quien reelaboró las

teorías de Lachmann, pero también podemos mencionar a otros especialistas

que se encuadran en esta línea, con algunas variaciones y diferencias, como el

historiador George Grote o el famoso helenista Gilbert Murray, ingleses ambos.

La hipótesis de la compilación, es decir, la unión de unos pocos poemas

extensos, completada finalmente con los añadidos tardíos de un último redactor

(Bearbeiter) fue desarrollada por Adolf Kirchhoff y luego fundamentada


7
definitivamente por el reconocido helenista alemán Ulrich von Wilamowitz-

Moellendorff. Wilamowitz sostuvo que la Odisea habría sido completada

alrededor del año 650 a. C. por un poeta mediocre sobre la base de tres poemas

precedentes: la victoria de Odiseo sobre los pretendientes, la Telemaquia y la

Odisea antigua (que consistía, a su vez en la fusión de otros tres, dos sobre los

viajes de Odiseo y el restante sobre el reconocimiento del héroe en Ítaca).

Especial atención merece la valoración de Wilamowitz acerca de la falta de

méritos de ese supuesto redactor tardío, quien sería entonces el responsable de

las falencias de la obra.

Los argumentos que esgrimen los analíticos para fundamentar su

posición se pueden organizar de la siguiente manera:

 Contradicciones

1. De lengua: en los poemas se observa una sorprendente diversidad

de formas dialectales (eólicas, jónicas, algunas que coinciden con el arcadio o

el micénico, incluso áticas, arcaísmos y formas más recientes) que, sin duda,

resultan desconcertantes para el lector o el investigador.

2. De estilo: la falta de uniformidad en el estilo, por momentos tenso

y concentrado en las narraciones, otras veces difuso y lento como en los

catálogos, da la impresión de que en la composición de la obra hay más de

una mano.

3. Arqueológicas y culturales: se observan numerosos datos

anacrónicos que siembran la duda a la hora de datar los poemas. Junto con

las típicas armas de bronce encontramos algunas de hierro; hay carros de

dos y de cuatro caballos; los ritos funerarios consisten tanto en la

inhumación como en la cremación; los guerreros portan el gran escudo

micénico pero también el más pequeño, unas veces sujeto al antebrazo y

otras empuñado con la mano; la lanza se arroja, pero al mismo tiempo sirve
8
para el combate cuerpo a cuerpo; algunas ciudades tienen un ágora y

recuerdan más a las primeras poleis que a los asentamientos urbanos de la

época micénica.

4. Internas: junto al ejemplo del guerrero Pilémenes que ya fuera

advertido por los editores alejandrinos, pueden señalarse otros casos que los

analíticos consideran producto de la interpolación o de la fusión de obras

diversas, como la atribución del gobierno de Argos y Tirinto unas veces a

Diomedes, otras a Agamemnón.

 Repeticiones

Como observa acertadamente Rodríguez Adrados (1963: 34), “para el tipo

de literatura que los analíticos reconocen como único existente, las repeticiones son

injustificables. En realidad, Homero es el reino de la repetición y rara es la frase

(nombre, epíteto, sujeto-verbo, etc.) que no aparece abundantemente repetida en los

poemas…” De hecho, hay pasajes enteros que se reiteran en varias ocasiones de

forma exacta o con palabras muy similares. Se trata de las llamadas “escenas

típicas”, como la preparación de sacrificios, la recepción de un huésped, el acto

en que un guerrero viste su armadura o empuña las armas. Los analíticos se

dedicaron a examinar estos pasajes con el objetivo de determinar cuál era el

contexto original de dichas escenas que, en su opinión, un interpolador habría

replicado a lo largo de los poemas.

 Defectos de composición

Algunas situaciones pueden parecer desconcertantes en virtud del lugar

que ocupan en la trama de los acontecimientos. Tal es el caso del catálogo de los

héroes griegos que Helena le presenta a Príamo desde la muralla de Troya en el

noveno año de la guerra (canto III), como si el rey no los conociera o el poeta se
9
olvidara del momento de la trama en que se encuentra. Al igual que esta, hay

muchas otras digresiones; por ejemplo, la escena en que Glauco y Diomedes se

reconocen en medio del campo de batalla e intercambian sus armas con

extensos discursos que rememoran la mutua hospitalidad de sus familias (canto

VI), como si el plan de la narración se suspendiera tras la decisión de Zeus de

conceder la victoria a los troyanos para que Agamemnón comprenda lo

imprescindible de la presencia de Aquiles.

Si bien la escuela analítica dominó la escena durante el siglo XIX,

también hubo estudiosos más moderados, que no desconocían la unidad

orgánica de los poemas ni les negaban su valor artístico. Ya en el siglo XX, y en

sus obras Die Ilias und Homer (1916) y Die Heimkehr des Odysseus (1927),

Wilamowitz modifica significativamente su posición anterior afirmando que la

forma final de la Ilíada se debe a la labor de un gran poeta (Homero), que

trabajó en el siglo VI a. C. a partir de la obra de otro gran poeta más antiguo, al

que ubica en el siglo VIII a. C. (en el caso de Odisea, el estrato más antiguo sería

de varias manos). Aunque sus criterios siguen siendo subjetivos, basados

principalmente en cuestiones de estilo, al menos manifiestan un genuino interés

por la forma de la composición, que antes no se tenía en cuenta para el estudio

de la épica antigua. Otros autores insisten también, como sucede con Paul

Mazon, en las correspondencias u otras relaciones que pueden establecerse

entre los cantos. Incluso pueden verse posiciones analíticas más moderadas,

dispuestas a hacer concesiones que las acercan notablemente a los planteos

unitarios.

LA ESCUELA UNITARIA

Las discrepancias y aporías de los analíticos hicieron que las tesis

unitarias, que veían en Homero la culminación de una larga tradición épica,


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salieran a la luz y cobraran fuerza. Afirmar la unidad de los poemas homéricos

como obras de arte orgánicas implicaba contestar a los argumentos que la crítica

analítica había esgrimido justamente para negarla. Veamos, pues, cómo esos

mismos supuestos problemas que plantean los textos y que iniciaron la

discusión han servido como contraargumentos para entender su carácter

unitario, para comprenderlos mejor y reconocerles su valor como máximos

exponentes de la épica griega y punto de partida de toda la literatura europea.

En cuanto a las contradicciones lingüísticas, se ha establecido que la

lengua de Homero es una forma artificial resultante de una larga tradición y

que, además, está condicionada muchas veces por exigencias métricas. Lo

complejo de la mezcla de elementos dialectales hace imposible la separación en

estratos que pretendieron realizar algunos estudiosos, llegando al cuestionable

intento de devolverles a los poemas su presunta forma eólica original, lo que

por cierto resultó un fracaso. Es más lógico pensar que la épica como género se

desarrolló a lo largo de toda una época en diversas zonas dialectales, y que de

ese modo se fueron sumando al texto las divesas formas al tiempo que se

respetaban los arcaísmos tradicionales. Por otra parte, algunos lingüistas

entienden que la composición de los poemas data de un período en que no

todos los grupos dialectales estaban separados tal como los conocemos

actualmente.6

Respecto de las contradicciones de estilo, especialmente examinadas por

Wilamowitz como fundamento de las tesis analíticas, dijimos ya que se trata de

un argumento endeble a causa de la subjetividad que supone tal distinción. En

efecto, hay que preguntarse hasta qué punto es posible atribuir la diferencia de

estilos a la presencia de varios autores, ya que muchas veces esa diferencia está

de alguna manera condicionada por los hechos narrados. En efecto, es

6 En efecto, lo que se conoce como lengua homérica presenta rasgos que probablemente
son anteriores a la escisión del griego en jonio y eolio, como la presencia de la antigua
consonante digamma o la falta de contracción en las vocales, entre otros.

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comprensible que la tensión narrativa del inicio, cuando estalla la cólera, no se

mantenga en los largos relatos de combates o en la tristeza melancólica del final,

o que el episodio de Eumeo se preste a un tono simple y bucólico que quedaría

muy mal en la muerte de los pretendientes.7 A la luz de estas observaciones se

puede entender lo cuestionable de estudiar el estilo de los poemas homéricos a

partir de juicios de valor extemporáneos que no toman en cuenta sus

condiciones de producción, es decir, la forma de composición de la poesía épica

tradicional en la Grecia antigua, caracterizada precisamente por un relato

pausado con numerosas digresiones, catálogos y comparaciones. La Ilíada y la

Odisea presentan un panorama múltiple en que la intensidad dramática (pathos)

de algunos episodios se destaca precisamente en virtud de su contraste con lo

emocional estático o suspendido de la pintura de situaciones y personajes

(ethos). La impresión de heterogeneidad y extrañeza que provoca la lectura de

estas obras -sobre todo en quienes por primera vez se asoman a la épica griega-

no es finalmente un problema del texto, sino que proviene en todo caso de las

condiciones de recepción, es decir, de nuestra capacidad como lectores

modernos para sortear de alguna manera la enorme distancia que nos separa de

la producción literaria antigua, para procurar comprenderla en su propio

contexto de surgimiento y circulación, eludiendo en lo posible nuestros

modelos o parámetros estéticos actuales, nuestros “moldes” en los que no

encaja, y pensando también que esas obras responden al gusto de otras épocas,

que no tiene por qué coincidir con el nuestro.

Con relación a las contradicciones arqueológicas y culturales, los

numerosos elementos referentes a la época micénica que aparecen en Homero

fueron tomados por la crítica analítica como prueba de la mayor antigüedad de

7
Como observa Rodríguez Adrados (1963: 45), y agrega: “Es también muy difícil fijar
cuáles son las diferencias de estilo que son demasiado grandes para atribuírselas a un mismo
autor; en Platón o Goethe o Shakespeare encontramos tal variedad de tonos que, si no se tratara
de obras de atribución segura, podría llegarse fácilmente a resultados analíticos comparables a
los que se trata de obtener en Homero.”

12
algunos pasajes, a los cuales se atribuyó entonces el carácter de originarios. Pero

lo cierto es que la íntima mezcla de datos provenientes de diversas épocas no

permite hacer distinciones tan categóricas, ya que muchas veces los elementos

recientes aparecen en los símiles, relacionados más bien con el presente del

poeta, y gran parte de los arcaísmos se encuentra en fórmulas o frases hechas

propias de la tradición. Así, la organización política y social, la religión, los ritos

funerarios, la mitología y otros aspectos culturales presentan rasgos

coincidentes con el mundo micénico al tiempo que muestran la época

aristocrática posterior a su disolución con la entrada del pueblo dorio en al año

1200 a. C., todo lo cual, si no invalida, al menos relativiza este argumento para

negar la unidad orgánica de los poemas.

El argumento de las contradicciones internas puede ser fácilmente

rebatido si se piensa en las condiciones en que se desarrolla la poesía de

Homero, una época en la que la literatura es fundamentalmente oral, por más

que ya existiera la escritura. Pensar que se puede ir y venir constantemente por

el texto para revisar lo anterior y cotejar la coherencia o exactitud de los hechos

sólo es posible para nosotros, lectores inmersos en una cultura de lo escrito, a

tal punto que, cuando hablamos de literatura, generalmente la asociamos con la

escritura, algo que está por cierto en su etimología, pero que no implica que

toda expresión literaria deba estar fijada y transcripta al pie de la letra. Y eso sin

tener en cuenta que algunas afirmaciones contradictorias tranquilamente

pueden provenir de tradiciones diferentes, de las diversas fuentes que utiliza

Homero adaptándolas a sus intenciones. En definitiva, el poeta le presta

atención a lo fundamental, descuidando lo que se aleja del centro de la acción.8

8 Algo similar puede observarse en el Poema del Cid, en el cual el irreprochable Rodrigo
Díaz de Vivar, a juzgar por el texto, nunca les devuelve a los judíos Raquel y Vidas los
seiscientos marcos que le habían prestado, y por los cuales dejara en garantía unas arcas
supuestamente repletas de oro pero que en realidad estaban llenas de arena.

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Con el mismo criterio pueden explicarse las numerosas repeticiones y los

defectos de composición, teniendo en cuenta lo que es la poesía oral, el

principio de organización de la épica antigua en que los cantos constituyen

conjuntos coherentes autónomos que en más de una ocasión se desvían del

tema general para poner el acento en cada episodio. En el caso de las escenas

típicas, el poeta se limita a repetir fórmulas o motivos tradicionales en los cuales

las mismas palabras cobran otro sentido al ser utilizadas en contextos

diferentes, equiparándolos o destacando sus contrastes. Si a nadie se le ocurriría

eliminar la repetición de los famosos epítetos épicos (“Aquiles, el de los pies

ligeros”, “Héctor, el de tremolante penacho”, entre tantos otros), tampoco tiene

sentido diseccionar los poemas para descubrir el supuesto lugar original de

cada escena típica y eliminar los demás atribuyéndoselos a un interpolador

(siguiendo este proceder, algunos analíticos llegaron a quedarse con el diez por

ciento de la obra: una Ilíada “original” de 1500 versos). Los elementos que

retardan la acción, como las digresiones, los catálogos, los largos discursos y

descripciones de combates son parte de una estilística que para el auditorio

antiguo debió ser interesante y significativa, descansando la atención o

poniendo de relieve los hechos decisivos, por más que a nuestro gusto moderno

estos pasajes se revelen lentos y algo monótonos, condicionados como estamos

por una experiencia completamente diferente de la literatura: la de lectores.

Incluso la presentación de los héroes griegos que hace Helena en el noveno año

de la guerra se justifica en una obra cuyo comienzo in medias res requiere de una

retrospectiva que presente a los personajes y ubique al público en la situación.

Todo esto, que parece lógico y nada difícil de entender, llevó su tiempo.

Aunque hubo quienes criticaron a Wolf y a Lachmann en el siglo XIX, una

marcada reacción se hizo sentir recién en 1910, con la publicación de las obras

Die Ilias als Dichtung (La Ilíada como poesía), de Carl Rothe y Die Ilias und ihre

Quellen (La Ilíada y sus fuentes), de Dietrich Mülder, en las que la Ilíada aparece

tratada fundamentalmente como un poema y se estudian las fuentes en que


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Homero pudo haberse inspirado. Esta línea de investigación tiene un interés

principalmente literario y busca una unidad de composición propia del género.

Entre los muchos estudios que se sumaron a esta nueva tendencia de la crítica

podemos mencionar las contribuciones de Drerup, Peters y Scott, pero fue

Wolfgang Schadewaldt quien cambió definitivamente la tradición analítica de

la fililogía alemana contemporánea. En su obra Iliasstudien (1938), a partir del

análisis del canto XI, realiza una demostración directa de la unidad de la obra

explicando la función de esta rapsodia en el desarrollo de la trama, y concluye

que el autor del canto undécimo es el autor de toda la Ilíada. Ese poeta, que

Schadewaldt considera la culminación de la épica griega, trabaja sobre la base

de cantares preexistentes y concibe un modo de conectarlos en este texto.

ORALISTAS Y NEOANALÍTICOS

Unos años antes, desde 1933, el estudioso norteamericano Milman Parry

estaba dedicado al estudio de la poesía popular yugoslava, una forma

contemporánea de tradición oral con poetas ambulantes. Esto le permitió

entender cómo funciona el lenguaje formulario de la Ilíada y describir su

complejo sistema de fórmulas, expresiones fijas de un contenido en un esquema

métrico determinado. Esta perspectiva pone de manifiesto que las escenas

típicas, repeticiones y demás regularidades tienen su razón de ser en la

composición y difusión del poema en forma oral y de memoria (composition in

performance). De este modo queda claro que los aedos no componían y luego

memorizaban, sino que podían improvisar el poema durante su ejecución

gracias al dominio de este sistema de fórmulas, digresiones y motivos. Esto

conlleva necesariamente una cierta inestabilidad del texto; es decir, la existencia

de diferentes versiones transmitidas de unos poetas a otros y difundidas

oralmente adecuándose a la lengua y gustos del aedo o su auditorio en cada


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ejecución. Tras su prematura muerte en 1935, la teoría de Parry sobre la dicción

formularia fue continuada, con algunas variantes, por otros oralistas como

Albert Lord, Richard Janko y Gregory Nagy.

En cuanto al “Neoanálisis”, hay que decir que el término fue acuñado

por Kakridis en 1949 para referirse a una perspectiva que intenta superar la

brecha entre unitarios y analíticos a partir de los argumentos presentados por

Schadewaldt en favor de la existencia de un poeta compositor de la Ilíada. Así

pues, como afirma Malcolm Willcock (1997: 174): “El Neoanálisis es consciente

y explícitamente unitario, comenzando por la creencia de que la Ilíada, casi

como la tenemos hoy, es la obra de un gran poeta”. Los neoanalíticos estudian

las irregularidades e inconsistencias señaladas por la crítica analítica e intentan

explicarlas a partir de la comparación con ciertos motivos, temas o personajes

de poemas más antiguos, que habrían sido adoptados por el poeta de la Ilíada

para componer su obra y que no siempre se encuentran totalmente asimilados a

los nuevos contextos (Kullmann 1984: 309, 311).9 Entre los exponentes más

destacados de esta primera etapa podemos mencionar, además de Wolfgang

Schadewaldt, a Johannes Kakridis, Wolfgang Kullmann, Heinrich Pestalozzi y

Albin Lesky. Esta época de la crítica se caracteriza, fundamentalmente, por el

interés en la intertextualidad entre los poemas homéricos y la tradición épica.

Los investigadores presuponen un poeta con capacidad de escritura, activo

entre la segunda mitad del siglo VIII a. C. y la primera del VII a. C., que adaptó

motivos y personajes de los poemas del Ciclo Épico.

9 Existen en la Ilíada pequeñas referencias o menciones a otros hechos que forman parte
de la historia de la guerra de Troya y que se supone que fueron tratados en otros poemas
épicos. Algunos ejemplos, como el juicio de Paris en el Monte Ida, la fuga de Helena de Esparta
con grandes riquezas y la captura de Briseida por parte de Aquiles son motivos que aparecen en
la Cipríada; la muerte de Aquiles y la lucha en torno del cadáver (Od. 24.36-94) se encuentran en
la Etiópida y la Pequeña Ilíada; la venganza de Aquiles después de la muerte de Patroclo es una
imitación de la Etiópida, donde el amigo es Antíloco, hijo de Néstor, y muere a manos de
Memnón.
16
Desde finales del siglo XX y principios del XXI asistimos al desarrollo de

una segunda fase de la teoría neoanalítica con estudiosos como Margalit

Finkelberg, Jonathan Burgess y Antonios Rengakos, quienes consideran que los

contenidos del Ciclo Épico se difundieron en su mayoría de manera oral mucho

tiempo antes que las epopeyas homéricas, y fueron puestos por escrito en época

posterior a estas. Desde esta perspectiva se piensa en una larga tradición en la

que un texto va construyéndose y fijándose gradualmente en la memoria,

aunque no se preserve por escrito. Así, puede decirse que un texto oral

memorizado es sustancialmente estable, equivale a un texto escrito y sirve como

fuente o modelo individual.

Sintetizando los planteado hasta aquí, es preciso considerar la

importancia que reviste la historia de la lectura de los textos homéricos para

entender cómo ha ido variando la crítica a lo largo de los siglos, desde

perspectivas que, sobre la base de concepciones de literatura posteriores y

ajenas, lesionan lo más elemental del pacto de lectura y reaccionan de forma

negativa ante los poemas, hacia otras miradas que los abordan con un creciente

respeto por la forma de su composición y un especial interés por sus

condiciones de producción.

Pero también es necesario advertir que, en esa historia de la lectura, la

escritura ha jugado un papel fundamental, llegando a afectar –como vimos– la

interpretación. En efecto, cuando leemos y estudiamos los textos homéricos por

primera vez, generalmente tendemos a pensar que la tradición oral es algo

agotado o superado. De hecho, nos cuesta dejar de decir que Homero “escribió”

la Ilíada y la Odisea, porque hemos naturalizado la asociación de la literatura con

lo escrito y la literalidad, junto a la idea de la transmisión oral y la memoria

como reproducción exacta e inalterable. Si tomamos conciencia de cómo la

tradición oral ha perdurado a la par de la tecnología que supone la escritura, no

podemos seguir pensando que son textos de un mundo remoto y perimido.

17
Por otro lado, la puesta por escrito se integra al debate porque permite

apreciar otro aspecto de la cuestión, que es la dimensión política de esos textos,

ya que (si aceptamos lo que dice Cicerón) los poemas se vuelven parte de las

celebraciones de la ciudad de Atenas. Esos textos están representando una

cosmovisión que integra de alguna manera la diversidad propia de la antigua

Grecia; la misma lengua homérica viene a ser una forma panhelénica que hace

posible una identidad menos fragmentada, y eso favorece los intereses políticos

hegemónicos de los atenienses.

Como se puede observar, lejos está de haberse terminado la discusión, y

no sólo porque los debates han llegado hasta nuestros días y hablamos de

Homero a pesar de que seguimos sin saber casi nada acerca de él, sino

fundamentalmente porque la cuestión homérica nos involucra mucho más de lo

que pensábamos, nos interpela y cuestiona también nuestra manera de leer.

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