Está en la página 1de 6

EL ORDEN DEL REINO DIOS EN LA FAMILIA

En la mente de Dios, la familia inicia con la unión de un hombre y una mujer, que lleva el
propósito de fructificar, multiplicar, llenar y sojuzgar la tierra. La intención original es que cada
nuevo ser fuera formado, educado, protegido y alimentado en una familia, y que todo esto
garantizara su bienestar en la vida para el cumplimiento del propósito eterno.
Cada niño nació porque un padre y una madre hicieron algo para tal fin. Nadie nació producto
de un pensamiento, sino por una acción que produce vida. El inicio de esa vida, desde la
gestación, fue con la acción de un hombre y una mujer. Así, cada niño fue diseñado para vivir
con ese hombre y esa mujer, y ser protegido por ambos.
La mayor influencia en la vida de un ser humano es su familia. La determinación de una
persona y sus valores son el resultado de aquello que concibió los primeros años de su vida en
este núcleo. Sin duda, la sociedad se deteriora cuando la familia lo hace. Cuando las familias se
descomponen y son disfuncionales, los niños que crecen allí lo serán también, lo cual
constituye un problema para la sociedad.

El propósito de la familia
Dios estableció que cada integrante cumpla su función en el ámbito familiar, social y espiritual
para que tenga plenitud y desarrollo y establezca una plataforma mejor para la siguiente
generación familiar.
El origen de la familia disfuncional está en Adán. Cuando él se perdió del propósito, respondió
a Dios y culpó a su mujer. Luego nacieron dos varones, y uno de ellos mató al otro.
Familias de fe del Antiguo Testamento
Abraham, el padre de la fe, tuvo dos mujeres, y a una la corrió junto con el hijo de él con ella.
Jacob se casó con varias esposas, y los hijos de él vendieron a su otro hijo José como esclavo.
David planeó la muerte del esposo de su amante para quedarse con ella. Uno de los hijos de
David violó a su propia hermana; luego otro hermano mató al violador. Salomón tuvo cientos
de mujeres. Lot tuvo incesto con sus dos hijas. Tal parece que en la antigüedad había muchas
familias disfuncionales. Sin embargo, ellos eran lo mejor en su tiempo, bajo la realidad del
antiguo pacto.
Las familias del Antiguo Testamento nos enseñan que era necesaria la transformación del
hombre para que esto mismo pudiera ocurrir con la familia. Y este cambio solo se realizó
atravez de la obra de cristo
El propósito de tener hijos
La cultura contemporánea ha rechazado y perdido las bases de los conceptos familiares. Hoy,
para muchos, el concepto divino de familia es anticuado, y por ello se redefine y construye para
un bienestar personal; es decir, yo modifico la familia a lo que conviene a mis intereses.
Conceptos errados
Los mileniales piensan: «El embarazo es muy caro y estresante para el cuerpo», «Somos
muchos habitantes en el mundo», «Es más sencillo criar una mascota». Otras opiniones

frecuentes son: «Lo más importante es el logro de las metas personales» o «Mi propósito es ser
exitoso en mi profesión».
En verdad, todo está centrado en la persona; por tanto, el universo debe girar alrededor de ella.
Esa es la razón por la cual las congregaciones religiosas más crecientes son las que dan énfasis
a la individualidad y al éxito personal

El verdadero propósito de tener hijos


La razón de ser de la familia no es algo que el hombre inventó. El caso es que el hombre no
creó la familia, sino que fue integrada al concepto de Dios.
Dejar un legado. En Mateo 22:24, le preguntan a Jesús: «Maestro, Moisés dijo: Si alguno
muriere sin hijos, su hermano se casará con su mujer, y levantará descendencia a su hermano»
(Reina Valera [RVR], 1960). Aquí se habla de la necesidad de dejar un legado
multigeneracional, que trascienda nuestras vidas personales.

Enseñar los principios. Deuteronomio 6:6 dice:


Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y
hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te
levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las
escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas (RVR, 1960).

La enseñanza a los hijos debe tener algunas características particulares, principios que son
propios de la reproducción de la vida de Dios en las generaciones:
a) Diligente. Necesitas saberlos y explicarlos. No es repetirlos como el loro, sino dar una razón
del porqué de cada principio y cómo nos produce un fruto. Esto debe llevarnos a saber enseñar
adecuadamente a cada edad y hacer que lo comprendan.
b) Cotidiano. Es algo que es continuo y constante.
c) Evidente. Será parte de tu accionar y de tu visión. Recuerda las palabras: «Las atarás a tu
mano y entre tus ojos».
d) Congruente. La casa será el testimonio de ello. Leímos en el pasaje anterior: «Las escribirás
en los postes y en las puertas». No puedes decirle a un hijo que no se grite si tú gritas ni que
respete a la mamá/papá si tú no la/lo respetas. Está escrito en todas partes de esa casa y es para
todos. Asimismo, en Deuteronomio 6:18-20 dice:
Haz lo que es recto y bueno a los ojos del Señor, para que te vaya bien y tomes posesión de la
buena tierra que el Señor les juró a tus antepasados. El Señor arrojará a todos los enemigos que
encuentres en tu camino, tal como te lo prometió. En el futuro, cuando tu hijo te pregunte: ¿Qué
significan los mandatos, preceptos y normas que el Señor nuestro Dios les mandó? (Nueva
Versión Internacional [NVI], 2015

e) Ejemplar. El ejemplo será parte vital de la enseñanza. Te irá bien, tomarás posesión de la
tierra, y eso podrá dar respuesta a los principios que vivimos. ¿Qué se debería enfatizar en
casa? Deuteronomio 6:5 señala: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma
y con todas tus fuerzas» (NVI, 2015

Veamos otros aspectos importantes sobre el tema:


El amar a Dios como la base de la vida. La actividad principal de los padres no era entretener
o pasear a los hijos, tampoco poner y enseñar leyes ni que aprendieran matemáticas, historia,
filosofía, química o ciencia, sino el amar a Dios, porque en ello se cumple todo mandamiento.
Amar a Dios incluye respetarlo, reverenciarlo, aceptarlo como la autoridad suprema y confiar
en su sabiduría.
Lo que la mayoría pasa por alto es que amar a Dios como la base de la vida produce un
resultado que será evidenciado por una vida congruente, responsable, benéfica y que tiene
relevancia. Notemos que Dios no enfatizó a los padres que les enseñen ciencia, derecho,
medicina, ingeniería, artes, deportes, etc., sino el amar a Dios. Es verdad que en el amar a Dios
y al prójimo se cumple toda la ley, así también, el niño aprenderá que en ello descubrirá cuáles
son sus destrezas y asignación en la vida. Por ello, antes de enseñar a los hijos, el amar a Dios
debe primero estar en el corazón de los padres.
¿Cómo puedes enseñar el amor a Dios si no lo amas? La enseñanza es responsabilidad de los
padres. Deuteronomio 6:7 dice: «Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas
cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes»
(NVI, 2015).
¿Qué efecto produce el enseñar diligente, continua y cotidianamente a los hijos? ¿Cómo
enseñamos? ¡Hablando! Proverbios 4:1 dice: «Escuchen, hijos, la corrección de un padre;
dispónganse a adquirir inteligencia» (NVI, 2015).
¿Cuándo enseñas? Cuando te sientes y camines, y cuando te acuestes y te levantes. Debe ser en
toda oportunidad mientras tengas vida. No somos judaizantes, no promovemos la religión ni
rituales judíos. No consideramos que los judíos sean el pueblo de Dios ni menos que sean

superiores a cualquier otra raza o lengua. Sin embargo, la realidad de enseñar y repetir a los
hijos el amar a Dios y los principios de vida produce un resultado. Los padres judíos les repiten
verdades a sus hijos, que producen crecimiento y desarrollo en una identidad sólida.
Un ejemplo claro de lo anterior se observa en Estados Unidos, un país pluricultural, con gran
cantidad de inmigrantes. Si comparamos los efectos de la cultura judía y latinoamericana en
este país, concluyamos: ¿cuál de las dos culturas ha tenido mejor desarrollo social y mayor
influencia? La respuesta es más que obvia. El secreto está en que los padres judíos enseñaron
continuamente en el ámbito de la casa como algo común a su cultura.
El porcentaje de hijos judíos que siguen la fe de los padres es mayor que la de los cristianos
evangélicos. Los primeros les repiten continua e intencionalmente que amar a Dios se traduce
en vivir en sus principios, mientras que los segundos los llevan a que otros les enseñen todo (lo
espiritual, lo moral y todo conocimiento), es decir, hay una diferencia abismal.
Cuando un niño judío rompe un principio de vida, no piensa que perdió su posición de hijo de
Dios, sino que recibirá la retribución de su falta, nada más. Por el contrario, los religiosos les
repiten a sus hijos que, si se portan mal, pierden la salvación. Casi nunca se habla de las
consecuencias aquí en la tierra, sino de las consecuencias en la muerte.
Si un niño roba, le decimos que Dios se enoja y lo castigará, que el diablo viene a su vida o que
se irá al infierno. Todo ello produce miedo, pero no da una razón lógica y sólida para dejar de
robar ni produce temor de Dios, quizá solo miedo a las advertencias que, regularmente, solo
quedan en eso: amenazas para el futuro.
Los padres judíos continuamente les repiten a sus hijos que son hijos de Dios, que son
predestinados para ser triunfadores, para ser hombres de influencia y que su destino es ser
benéficos para la sociedad en todo sentido. Además, les repiten que Dios los escogió como
hijos y, por lo tanto, tienen la bendición de Dios.
En contraste, los cristianos religiosos les inculcan a sus hijos que deben tratar de comportarse
de cierta manera para llegar a ser gente importante, que deben estudiar para llegar a ser alguien.
Eso suena bien, pero se basa en el hacer para ser. El judío no hace para ser, sino que hace por lo
que piensa que ya es.
Cada padre debería entender y enseñar Efesios 1:3-5, que dice Bendito sea el Dios y Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares
celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que
fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser
adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad
La disciplina es responsabilidad de los padres. Hebreos 12:7-9 nos habla sobre la disciplina:
Lo que soportan es para su disciplina, pues Dios los está tratando como a hijos. ¿Qué hijo hay a
quien el padre no disciplina? Si a ustedes se les deja sin la disciplina que todos reciben,
entonces son bastardos y no hijos legítimos. Después de todo, aunque nuestros padres humanos
nos disciplinaban, los respetábamos. ¿No hemos de someternos, con mayor razón, al Padre de
los espíritus, para que vivamos?

En ese tiempo se usaba la antigua costumbre ―e irónicamente pasada de moda en la


actualidad― de que los padres disciplinaban a los hijos. Eso era lo común y lo esperado. Sin
embargo, disciplinar no es solamente castigar, sino crear destrezas y habilidades. Un entrenador
enseña disciplinas del deporte, es decir, da técnicas para ser eficaz. El padre disciplina o
entrena, no solo castiga.
El gobierno de Dios (su reino) debe ser una realidad en casa para que pueda ser una realidad en
todo lo demás. 1 Timoteo 3:4 dice: «(…) que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en
sujeción con toda honestidad (…)» (RVR, 1960). En ese tiempo los padres gobernaban o
ejercían autoridad en la casa, es decir, ellos eran los que disciplinaban y establecían un orden.
Además, se esperaba que los hijos se sujetaran a los padres y no al revés.
Por otro lado, 1 Timoteo 3:12 agrega: «Los diáconos sean maridos de una sola mujer, y que
gobiernen bien sus hijos y sus casas» (RVR, 1960). Miremos lo que Pablo veía como norma
para los líderes de la congregación: ¡que ejercieran gobierno sobre sus hijos! El reino de Dios
inicia en el reino del hogar, porque el reino es un orden divino, un patrón establecido de cómo
vivir. Por tanto, esa es la diferencia entre cristianismo y reino de Dios. Lo primero es una
religión, y lo segundo es Dios gobernando en la vida de sus hijos
La disciplina produce un fruto visible, mesurable y disfrutable. Efesios 6:1-4 también trae
claridad al respecto. Allí leemos lo siguiente:
Hijos, obedezcan en el Señor a sus padres, porque esto es justo. «Honra a tu padre y a tu madre
―que es el primer mandamiento con promesa― para que te vaya bien y disfrutes de larga vida
en la tierra». Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e
instrucción del Señor (NVI, 2015).

Quien desee que a sus hijos les vaya bien y tengan larga vida, necesita aprender a obedecer y
honrar a sus padres. Notemos que no dice que aprendan matemáticas o filosofía posmodernista
ni que aprendan computación, sino que lo imprescindible que deben aprender es obediencia y
honra, porque, en esa base, todo lo demás que tenga que ver con su asignación de vida tendrá
congruencia y fruto.
¿Cómo deben criar los padres? Con disciplina. La palabra se origina del griego paideia, que se
refiere a todo el entrenamiento y educación del niño, que es relativo a cultivar la mente y la
moral, para lo cual se emplean directrices y amonestaciones. Es la instrucción que busca
incrementar la virtud.

La amonestación del Señor. Esto se escucha ligero, pero, en su tiempo y en el contexto


cultural, es la exhortación o amonestación del Kurios, o sea, la máxima autoridad. No es una
sugerencia, sino un mandato de la autoridad máxima, la cual está por encima de la sociedad, la
cultura, la moda, los políticos, las ideologías y la religión.
1 Tesalonicenses 2:11 declara: «Saben también que a cada uno de ustedes lo hemos tratado
como trata un padre a sus propios hijos» (NVI, 2015). En ese tiempo los padres exhortaban,
alentaban y conversaban con los hijos, y esa era la forma como los disciplinaban o entrenaban.
Además
1 Tesalonicenses 2:7-8 dice:
(…) los tratamos con delicadeza. Como una madre que amamanta y cuida a sus hijos, así
nosotros, por el cariño que les tenemos, nos deleitamos en compartir con ustedes no solo el
evangelio de Dios, sino también nuestra vida. ¡Tanto llegamos a quererlos

En ese tiempo, eran las madres las que criaban a los hijos y dedicaban su tiempo a darles su
amor y mostrarles cómo se debe amar a Dios. No había madres que llegaban a las guarderías
para que cuidaran a sus hijos, sino que ellas eran las responsables de criarlos con ternura.
Madres, el tiempo mejor empleado es el que se le dedica a un hijo para criarlo, cuidarlo,
amarlo, enseñarle y mostrarle el amor de Dios. Ninguna cantidad de dinero se puede compensar
por la vida de tu hijo. ¿Cuánto aceptarías por vender a tu hijo? ¿Cuál es el precio que
aceptarías? ¿Por cuánto al mes estamos vendiéndolos a un sistema que los pervierte y los
confunde en su identidad sexual, moral, espiritual y familiar?
Recordemos nuevamente Deuteronomio 6:8-9, que declara: «Y las atarás como una señal en tu
mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus
puertas» (RVR, 1960). En este sentido,

• Las manos hablan de accionar, es decir, manos a la obra.

• • La insignia entre tus ojos hace referencia a la visión de tu vida.

• • El mensaje es claro. ¿Qué escribirás? Que tienes un Dios único y lo amarás con todo.

• • En los postes se escribe porque son los que sostienen la casa, por tanto, es todo lo que
hace que tu casa tenga sustento, eso es edificar la casa sobre Cristo. Lo que sostiene la casa es
el amor de Dios y el amor a Dios.

• • En las puertas. Todo el que entraba y salía leía «Amarás al Dios único con todo tu
ser».

¿Cómo se comporta alguien que dondequiera lea eso? Uno de los propósitos era cuidar que
todo el que entrara tuviera un freno. Los amigos de los hijos sabían que en esa casa se respiraba
el respeto y el amor a Dios. Antes solo había dos maneras de entrar a una casa: por las puertas
los que entraban normalmente, y por las ventanas los que entraban para no ser vistos.
Hoy hay muchas puertas por donde entran ladrones a la casa contemporánea: celulares,
televisión, computadoras, radios, iPad, libros, revistas, periódicos, correos y demás distractores.
Estos roban su identidad, su asignación en la vida, su fe, su moral, su amor a Dios y el respeto
por los padres. Necesitamos ser cautelosos. No es posible que un niño de ocho años tenga su
propio celular y con acceso a todo tipo de contenido que no le conviene.

Conclusión
La recuperación del diseño de Dios para las familias, en el marco del reino de Dios, es una
tarea urgente y vital. Las tinieblas y la ignorancia sostienen un ataque constante, como ha sido
en toda la historia humana, que socava los fundamentos de ese diseño. Muchos hijos del reino
han concluido que los conceptos modernos son adecuados y se acomodan a ellos. Sin embargo,
nosotros sostenemos con firmeza que, si el Señor creó y diseñó las familias, también seremos
afirmados en él y avanzaremos en el rumbo exacto hacia donde nos conduzca el Espíritu Santo.
¡Viviremos la realidad del reino en nuestras familias y dejaremos ese legado

También podría gustarte