Universidad Rafael Urdaneta Maestría en Psicología Clínica Catedra de Casos Clínicos I.
Ensayo
Estudiante: Psic. Hana Dalul.
Ciudad Ojeda, Abril 2023.
Según Safran, J y Muran, C (2005) “Es tarea del terapeuta hallar un modo de utilizar la teoría existente con la finalidad de facilitar el proceso de reflexión en la acción más que de estructurar su pensamiento sobre la situación clínica” (p.113). Las diferentes teorías planteadas enriquecen mi entendimiento acerca de las situaciones clínicas, invitándome a la duda y la reflexión puesto que las diferentes perspectivas rompen con el simplismo interpretativo. Así mismo, a nivel práctico, el conocimiento de los diversos aportes, aunque pueda parecer irónico, me invita a la duda, la pausa y la “desestructuración” (romper esquemas y pensar con “mente de principiante”) puesto que al reconocer la amplitud de interpretaciones y complejidad de situaciones clínicas, se entiende que no es posible ni funcional encajar cualquier fenómeno que surja de la interacción a una sola definición sin profundizar, sino someterla a observación desde la apertura. En congruencia con lo planteado por los autores, creo que por mantener una estructura rígida y serle fiel a una teoría, se corre el peligro de “conducirnos a la cosificación” y perder el contacto genuino necesario, tanto con el paciente como con el conocimiento. Por eso, creo que el aporte central de la lectura del capítulo es mantenerse vigilante: a nuestra experiencia interna y a nuestra asociación de ideas conceptuales para con cada caso. En este sentido, la lectura me impulsó a cuestionar aspectos de mi forma de facilitar la terapia, tales como la cantidad de contenido que manejo durante la consulta y considerar atender e intervenir más aquello que derive de la relación en sí, es decir, hacer una mirada hacia el estilo unidireccional y, quizás tradicional, de la relación en el que el terapeuta solo “extrae” y cuestiona contenido, para dar un giro y convertirlo en un actor interactivo. Por consiguiente, comprendo mejor el ejercicio “bipersonal” de la psicología, que sitúa al terapeuta en un rol activo, que va más allá de su escucha activa, mayéutica y realización de reflejos, sino considerando su interacción y sentimientos de contratransferencia como herramienta vital en la terapia para arrojar “luz” a la misma. Es entonces que, desde esta nueva perspectiva, entiendo que la terapia es la interacción terapeuta-paciente. Por otro lado, descubrí que a nivel personal, la experiencia de los impases podía hacerme dudar de la calidad de mi abordaje terapéutico, puesto que la reacción de resentimiento o ira del paciente me hacía pensar que no estaba trabajando bien la alianza. Sin embargo, pude identificar la existencia de un miedo al rechazo que probablemente sea producto de mi historia y que derivaba en el cuestionamiento de mi ejercicio e inseguridad, en vez del cuestionamiento de mis sentimientos; asunto que pudo haberme impedido aprovechar o entender ciertos impases como una oportunidad y estrategia provocadora de insight. Me recuerdo entonces, una y otra vez, que las respuestas son transferenciales y no personales, por lo que debo observarme cada vez que así lo sienta. Así mismo, algunas prácticas planteadas me parecen novedosas. El caso de Benjamin y la manera directiva en el que el terapeuta expresa su contratransferencia producida por el cinismo, es un modelo que podría servirme en algunos pacientes con los que se “tranca” la sesión, sobre todo en casos adolescentes, que tienen la particularidad de asistir voluntariamente pero no profundizan en los afectos, expresan desconocer lo que sienten o piensan ante ciertos cuestionamientos. Al profundizar en estos casos, he observado que dicha resistencia en adolescentes, viene generalmente marcada por la vergüenza, lo que concuerda con la concepción de Fairbairn (1952) y Guntrip (1969) referidos en el capítulo, la resistencia pareciera derivarse del miedo a la “retraumatización” y de parecer “débil e inapropiado” (p.122). Esta vergüenza se debe a la ausencia de acompañamiento en procesos durante su desarrollo. Además, por experiencias traumáticas que, de algún modo, los anularon como personas y son percibidas como humillantes. Es entonces, que la resistencia se manifiesta en ocasiones como una forma de proteger la dignidad y seguridad ante la amenaza de mostrarse indefenso. Para el abordaje de estos casos en particular, he acudido al desarrollo de la voluntad del paciente, como lo explica Rank (1945) que empieza por la expresión de la “contravoluntad”, es decir, comunicar su oposición y, de este modo, conseguir que la persona asuma responsabilidad de su experiencia. Esto ubica al paciente en una posición de seguridad y auto-reconocimiento que lo dota de control y mitiga la experiencia de vulnerabilidad e indefensión. De esta manera, se legitima la voluntad de la persona a la vez que se refuerza dicha responsabilidad como sugieren Safran, J y Muran, C (2005) Por otra parte, concuerdo con Weiss y colaboradores (1986) que sugieren que el terapeuta debe actuar de un modo que desconfirme el punto de vista del paciente como mecanismo de cambio, para lo que se deben reconocer las creencias patogénicas del mismo y las “pruebas de transferencia”. Sin embargo, para poder llevarlo a cabo, en lo particular, no respondería de forma inmediata a pesar de haber identificado la “prueba”, sino que me tomaría el tiempo para observarlo y formular la comprensión en silencio para atender mis motivaciones internas y elaborar mejor mi interpretación en silencio, como refiere Ogden (1994), lo que sería más coherente con mi estilo. Finalmente, considero que el aporte central de la lectura, más allá de afinar un estilo, radica en la invitación a la autoexploración como factor de crecimiento del proceso terapéutico y del terapeuta como persona.
Bibliografía
Safran, J; Murán, C. (2005) La alianza terapéutica, una guia para el tratamiento